La última semana del año la pasamos en San Justo. Quienes sigan mis relatos seguro saben que si digo San Justo no puedo dejar de mencionar a el Cholo, una escala ineludible cada vez que vuelvo a la casa de mis viejos.
Sin embargo la semana de Navidad estuve tranquila, los encuentros con Jorge como que me habían sedado, por lo que me quedé en casa ayudando a mi mamá a preparar todo para pasar las fiestas en familia.
Eso sí, el primero de enero no me aguanté más y me fui a buscarlo. Como siempre salí a correr bien temprano, cuando aún todos dormían. Me había levantado con ganas de echarme un polvo con el Cholo, así que creo haber hecho esas pocas cuadras que separan nuestras casas en tiempo récord.
Llegué y me fui directamente por la puerta de atrás, que siempre está abierta. Cuando entro me encuentro con un paisaje similar al de la película "¿Qué pasó ayer?", cuando los protagonistas se despiertan en la habitación del hotel, con todo hecho un desastre, sin saber como llegaron a tal nivel de descontrol. Acá sí sabía. El Cholo había tenido su fiesta loca.
Por supuesto sabía de esas fiestas, aunque nunca había estado en una, pero por el desorden y las huellas del exceso, podía imaginármelas.
Personas dormitando por los rincones, latas de cerveza vacías por doquier, botellas de whisky, de vodka, de champán, ceniceros a rebosar, y hasta forros usados tirados en el suelo.
Tratando de sortear todo ese pandemónium, cruzo el pasillo y entro a su habitación, que está a oscuras, con las persianas bajas. Aún así, por las siluetas que se adivinan en la cama, el Cholo no está solo.
Avanzo a tientas y acostumbrándome ya a la penumbra, levanto la sábana, encontrándome con una pendeja de no más de 18 años, desnuda, con resaca y evidencias de haber pasado una noche bastante agitada.
Viéndose sorprendida, abre los ojos y me mira desconcertada.
-Pendeja, vestite y andate que tus viejos te deben andar buscando- le digo amenazante.
Sin emitir ni un sonido, se levanta, agarra su ropa que está tirada en el suelo y sale de la habitación. No cierra la puerta al salir, así que voy a cerrarla, quedándome ahora sí a solas con el Cholo.
Me pongo en bolas y me meto en la cama con él, que también está desnudo, somnoliento, sin percibir aún mi presencia.
Me pego a su cuerpo y empiezo a acariciarlo, dirigiéndome sin escalas hacia esa zona que ejerce una atracción tan irresistible en mí. Con los dedos me entretengo brevemente en la recia maraña de pendejos que le adornan el pubis, para luego resbalar por su verga que, aún en reposo, resulta grande y portentosa.
Obvio que cuándo se la agarro y empiezo a pajeársela se despierta de golpe.
-¿Querés más? ¿No tuviste suficiente con lo de anoche?- me dice antes de voltearse, creyendo que todavía está con la pendeja.
Al darse la vuelta y verme la pija se le pone dura de golpe. Se la aprieto más fuerte provocándole un estremecimiento.
-¡Que sorpresa! Parece que este año va a empezar con todo- exclama levantando la sábana y contemplando la desnudez de mi cuerpo.
Con la pija ya bien tonificada, se me sube encima, por entre mis piernas que se abren con facilidad, y me la mete, avanzando seguro, firme y sin protección por ese interior que se adosa con tanto entusiasmo a sus jugosas dimensiones.
Por un acuerdo tácito, en alguna de nuestras innumerables encamadas, habíamos decidido no protegernos. Y así iba a ser siempre, la piel contra la piel, sin ningún látex de por medio.
¡Que rico me coge, por Dios! Si en algún momento tuve dudas de porque estoy ahí, en su cama, el solo sentir su pija despeja cualquier inquietud al respecto.
Me aferro con las piernas a su cintura y me balanceo con él, intensa, gustosamente, sintiendo como cada golpe, cada combazo, repercute en lo más profundo de mi sexo.
El Cholo me llena, me desborda de pija, haciéndome acabar una y otra vez, inyectándome placer a ráfagas demoledoras.
Tras una buena cogida, me la saca y me la da para que se la chupe. Obvio que me la como entera, saboreando cada pedazo de ese manjar exquisito que parece disolverse en mi boca.
Luego se echa de espalda y me le subo encima, a caballito, ensartándome con todas mis ganas en ese férreo pijazo que cada vez parece estar más duro y grueso.
Me muevo arriba y abajo, devorando cada trozo de verga con mi golosa boquita inferior. Con las manos, el Cholo me acaricia la cola, las caderas, me amasa los pechos, me pellizca los pezones.
En la zona de fricción, nuestras respectivas selvas se unen, enredándose casi a la perfección.
Él siempre fue muy peludo en esa parte, y yo que siempre he sido partidaria de llevar apenas un mechoncito, últimamente me lo había dejado crecer. En este momento los pendejos me salen hasta por los bordes de la bombacha, así que los dos estábamos bastante frondosos en esa zona en dónde nuestros cuerpos confluían tan ardientemente.
Placer sin límites, eso es lo que me proporciona el Cholo. Una andanada de emociones que me transportan a un tiempo y lugar al cuál solo se puede acceder con los sentidos.
Ni sé cuántas veces acabé, solo puedo dar cuenta de que me mojaba sin parar, envuelta en un halo de glorificada sensualidad.
Cuándo siento que la pija se le pone más gorda todavía, acelero mis movimientos. Me pongo de cuclillas y lo cabalgo con mayor énfasis. Salto y me golpeo contra su vientre cada vez que llego abajo. El Cholo está desquiciado, desesperado por alargar ese momento lo más que le sea posible.
Entonces me agarra de las caderas, me mantiene sujeta contra su cuerpo y entre exaltados suspiros, acaba con una potencia formidable. Hasta siento los chorros de semen golpeándome el bulbo raquídeo. Incluso cuando me levanto, sintiéndome ya llena y desbordada, un último y bien cargado lechazo me dibuja una gruesa línea nacarada en la oscura mata del pubis.
Quedándome así, de rodillas y con las piernas abiertas, me meto los dedos en la concha y presionando hacia adentro, me extraigo la mayor cantidad de leche posible. Lo que me sale forma un charco espeso y grumoso sobre las sábanas.
¿Acaso hay algo mejor que empezar el Año Nuevo con un buen polvo?
Espero que solo sea una muestra de lo que va a ser éste 2019...
Sin embargo la semana de Navidad estuve tranquila, los encuentros con Jorge como que me habían sedado, por lo que me quedé en casa ayudando a mi mamá a preparar todo para pasar las fiestas en familia.
Eso sí, el primero de enero no me aguanté más y me fui a buscarlo. Como siempre salí a correr bien temprano, cuando aún todos dormían. Me había levantado con ganas de echarme un polvo con el Cholo, así que creo haber hecho esas pocas cuadras que separan nuestras casas en tiempo récord.
Llegué y me fui directamente por la puerta de atrás, que siempre está abierta. Cuando entro me encuentro con un paisaje similar al de la película "¿Qué pasó ayer?", cuando los protagonistas se despiertan en la habitación del hotel, con todo hecho un desastre, sin saber como llegaron a tal nivel de descontrol. Acá sí sabía. El Cholo había tenido su fiesta loca.
Por supuesto sabía de esas fiestas, aunque nunca había estado en una, pero por el desorden y las huellas del exceso, podía imaginármelas.
Personas dormitando por los rincones, latas de cerveza vacías por doquier, botellas de whisky, de vodka, de champán, ceniceros a rebosar, y hasta forros usados tirados en el suelo.
Tratando de sortear todo ese pandemónium, cruzo el pasillo y entro a su habitación, que está a oscuras, con las persianas bajas. Aún así, por las siluetas que se adivinan en la cama, el Cholo no está solo.
Avanzo a tientas y acostumbrándome ya a la penumbra, levanto la sábana, encontrándome con una pendeja de no más de 18 años, desnuda, con resaca y evidencias de haber pasado una noche bastante agitada.
Viéndose sorprendida, abre los ojos y me mira desconcertada.
-Pendeja, vestite y andate que tus viejos te deben andar buscando- le digo amenazante.
Sin emitir ni un sonido, se levanta, agarra su ropa que está tirada en el suelo y sale de la habitación. No cierra la puerta al salir, así que voy a cerrarla, quedándome ahora sí a solas con el Cholo.
Me pongo en bolas y me meto en la cama con él, que también está desnudo, somnoliento, sin percibir aún mi presencia.
Me pego a su cuerpo y empiezo a acariciarlo, dirigiéndome sin escalas hacia esa zona que ejerce una atracción tan irresistible en mí. Con los dedos me entretengo brevemente en la recia maraña de pendejos que le adornan el pubis, para luego resbalar por su verga que, aún en reposo, resulta grande y portentosa.
Obvio que cuándo se la agarro y empiezo a pajeársela se despierta de golpe.
-¿Querés más? ¿No tuviste suficiente con lo de anoche?- me dice antes de voltearse, creyendo que todavía está con la pendeja.
Al darse la vuelta y verme la pija se le pone dura de golpe. Se la aprieto más fuerte provocándole un estremecimiento.
-¡Que sorpresa! Parece que este año va a empezar con todo- exclama levantando la sábana y contemplando la desnudez de mi cuerpo.
Con la pija ya bien tonificada, se me sube encima, por entre mis piernas que se abren con facilidad, y me la mete, avanzando seguro, firme y sin protección por ese interior que se adosa con tanto entusiasmo a sus jugosas dimensiones.
Por un acuerdo tácito, en alguna de nuestras innumerables encamadas, habíamos decidido no protegernos. Y así iba a ser siempre, la piel contra la piel, sin ningún látex de por medio.
¡Que rico me coge, por Dios! Si en algún momento tuve dudas de porque estoy ahí, en su cama, el solo sentir su pija despeja cualquier inquietud al respecto.
Me aferro con las piernas a su cintura y me balanceo con él, intensa, gustosamente, sintiendo como cada golpe, cada combazo, repercute en lo más profundo de mi sexo.
El Cholo me llena, me desborda de pija, haciéndome acabar una y otra vez, inyectándome placer a ráfagas demoledoras.
Tras una buena cogida, me la saca y me la da para que se la chupe. Obvio que me la como entera, saboreando cada pedazo de ese manjar exquisito que parece disolverse en mi boca.
Luego se echa de espalda y me le subo encima, a caballito, ensartándome con todas mis ganas en ese férreo pijazo que cada vez parece estar más duro y grueso.
Me muevo arriba y abajo, devorando cada trozo de verga con mi golosa boquita inferior. Con las manos, el Cholo me acaricia la cola, las caderas, me amasa los pechos, me pellizca los pezones.
En la zona de fricción, nuestras respectivas selvas se unen, enredándose casi a la perfección.
Él siempre fue muy peludo en esa parte, y yo que siempre he sido partidaria de llevar apenas un mechoncito, últimamente me lo había dejado crecer. En este momento los pendejos me salen hasta por los bordes de la bombacha, así que los dos estábamos bastante frondosos en esa zona en dónde nuestros cuerpos confluían tan ardientemente.
Placer sin límites, eso es lo que me proporciona el Cholo. Una andanada de emociones que me transportan a un tiempo y lugar al cuál solo se puede acceder con los sentidos.
Ni sé cuántas veces acabé, solo puedo dar cuenta de que me mojaba sin parar, envuelta en un halo de glorificada sensualidad.
Cuándo siento que la pija se le pone más gorda todavía, acelero mis movimientos. Me pongo de cuclillas y lo cabalgo con mayor énfasis. Salto y me golpeo contra su vientre cada vez que llego abajo. El Cholo está desquiciado, desesperado por alargar ese momento lo más que le sea posible.
Entonces me agarra de las caderas, me mantiene sujeta contra su cuerpo y entre exaltados suspiros, acaba con una potencia formidable. Hasta siento los chorros de semen golpeándome el bulbo raquídeo. Incluso cuando me levanto, sintiéndome ya llena y desbordada, un último y bien cargado lechazo me dibuja una gruesa línea nacarada en la oscura mata del pubis.
Quedándome así, de rodillas y con las piernas abiertas, me meto los dedos en la concha y presionando hacia adentro, me extraigo la mayor cantidad de leche posible. Lo que me sale forma un charco espeso y grumoso sobre las sábanas.
¿Acaso hay algo mejor que empezar el Año Nuevo con un buen polvo?
Espero que solo sea una muestra de lo que va a ser éste 2019...
18 comentarios - Regalo de año nuevo...
admirable
Saludos
Van 10 puntitos