Puedes encontrar la parte 1 en mi perfil 🙂
Bueno, gracias por los comentarios del capi anterior 🙂 disculpen la tardanza. Les dejo la segunda parte para que disfruten. Les recuerdo que estaba antes en Poringa, pero perdí mi user o me dieron de baja... así que lo vuelvo a subir
El viaje en el avión fue acogedor en su mayor parte.
Nada más salir, el Sol del verano de la costa me golpeó deliciosamente sobre la piel. Yo iba vestida ligera, con una minifalda de mezclilla, un top y el cabello amarrado. Pensaba broncearme muy bien para acentuar el color de mi piel y que al volver, Joan tuviera algo de qué envidiarme.
Mi padre, Leandro, no es un hombre como cualquier otro. Cuando le vi, entendí por qué mamá se separó de él. Iba vestido con una camisa hawaiana de radiantes colores, shorts y sandalias. El largo cabello le caía rubio hasta la espalda, su barba malamente recortada le daba un aspecto gracioso a su rostro, adornado con un bonito par de ojos azules. No le veía desde hacía tiempo, pero no había cambiado en lo absoluto.
—Daniela... mira que bien te has puesto —me escaneó de pies a cabeza. Yo solté las maletas y abracé a papá. Él, sin pena, me rodeó fuertemente y me levantó del piso. Era alto, media casi un metro con noventa. Me apretujó fuerte, que mis pechos se escondieron contra su torso. Luego me dio una bonita caricia en la mejilla y un beso en la frente—. Te pareces mucho a mamá.
—Gracias... eso me dicen a menudo —Mentira. Mi mamá estaba más buena que yo, y tenía más vida sexual que yo.
—Vamos, vamos. Es hora de irnos cuanto antes a mi casa. Debes de estar sedienta ¿verdad?
—Sí. Hace muchísimo calor, papá.
—Con esa ropita pronto te broncearás —noté una inocente mirada hacia mis piernas.
Me senté en su coche al lado de él y recorrimos la ciudad caribeña, bastante bien animada para esas épocas, con turistas de toda clase. Oía música muy alegre que me hizo sentirme relajada. En eso Leandro, discretamente puso una mano sobre mis piernas cruzadas y se permitió tantear un poquito con delicada ingenuidad. Yo le miré. Él seguía con la vista puesta en la carretera, pero las yemas de sus dedos se deslizaban sutilmente por la carne de mis muslos. Le dejé estar. Era mi padre. ¿Qué clase de deseos podría tener conmigo?
—¿Cómo está mamá?
—Bien...
—Sé lo del amante.
—¿Estás bien?
—Ella ya sabe mi posición sobre el amor y el sexo. En este mundo todos deberíamos expresar nuestra sexualidad libremente y acostarnos con quienes nos plazca. Hay que relacionarnos entre sí, humanos con humanos, y con la Madre Naturaleza.
Sonreí. Papá era un pseudo hippie, pero era feliz siéndolo y si eso le ayudaba a llevar la idea de que mamá tenía un amante... bueno, estaba bien por mí. La verdad yo compartía parte de sus ideas. El sexo era hermoso cuando se practicaba libremente. Lo sabía por los gemidos de Joan y la manera en la que mi amiga era feliz acostándose con cuanto hombre quisiera. Yo era más bien un poco recatada en ese aspecto y no me relacionaría con cualquier persona desconocida, como mamá había hecho en su adolescencia.
La casa de papá estaba cerca de la costa, a unos diez minutos de la playa. Entramos y al fin pude desempacar.
—¿Quieres comer algo?
—Pues me gustaría ir a la playa cuanto antes.
—Ah, perfecto. ¡Vamos! ¡Déjame ir por el bloqueador solar! ¿Trajiste bañador?
—¿Quién crees que soy? Esta niña vino preparada.
La sonrisa que puso mostró felicidad.
Me coloqué el bañador debajo de la ropa y nos fuimos a la playa. Una vez allí me quité todo lo de encima y me quedé con el bikini, que era una tanguita muy linda de color verde y un sujetador.
—¿No harás topless? Tu mamá lo hacía.
—Ay, no. Me da mucho...
Me quedé callada. Papá se quitó los pantalones. Su pequeño traje de baño le realzaba un bulto entre las piernas casi tan grande que tuve que desviar la mirada. Él me tomó de la mano y me arrastró al interior del agua.
Él se acercó detrás y me abrazó por la cintura. Sentí su entrepierna contra mis nalgas, y traté de no darle mucha importancia. Él era mi padre. No debería ni siquiera de notar que él era un hombre ¿verdad? No debería de... estremecerme con sus manos en mis caderas ni con mis nalgas frotándose contra su miembro.
—Estás muy cerca —le advertí.
—No es mi culpa —rió antes de darme un beso en los hombros.
—Descuida. Vamos a nadar y a ver quién llega más lejos.
Desde ese momento papá se mostró algo más apenado por haber tenido contacto conmigo más allá de lo normal. Yo ya le había perdido la importancia.
—¿Me pones bloqueador? Voy a asolearme.
—Claro, Daniela.
Me eché sobre una toalla, bocabajo. Aunque no se lo pedí, me quitó el sostén desabrochándolo. Además yo tenía las mejillas coloradas por exponerle a Leandro, un hombre más adulto que yo, mis curvas cubiertas por la tanga de mi traje. Sus manos se movieron por toda mi espalda, mi cintura y hombros. Yo me morí de la risa cuando llegó a mis nalgas.
—¿Quieres que...?
—Sí. O se me va a quemar el trasero.
—Claro. No podemos dejar que tanta carne se desperdicie —bromeó.
Cerré los ojos y me dije ¡¿Qué demonios me está pasando?! Cuando él puso sus dedos en mi trasero, una ola de calor no producida por el Sol irrumpió en mí. Suspiré. Algo en mi vientre se movió. Dedicaba Leandro especial atención en presionar mis nalgas, que se resbalaban de sus manos por el bloqueador solar. Yo tenía escalofríos. Mi corazón no paraba de brincar.
—¿Ah? Papá... creo que ya tienen suficiente bloqueador.
—¿En serio? —me dio una traviesa palmada en la zona lumbar—. Porque todavía hay lugares donde no he llegado. Tu mamá tiene un mejor bronceado que tú.
¿Por qué en mamá? Siempre, siempre me comparaban con mamá.
—Bien ¿te lo pongo arriba?
—No, gracias —repliqué con un encojo que me hizo ver más distante de él.
Por la noche, mientras me bañaba, me di cuenta de que me había gustado la sensación de las manos de mi padre recorriéndome el trasero. Estoy loca, lo sé. Es raro, enfermo... pero... pero me agradó bastante la caricia de alguien ajeno. Me toqué el trasero yo misma y sentí escalofríos. Cerré los ojos y permití que mis fantasías incestuosas volaran un poco.
Sólo un poco.
En eso estaba mirándome mis partes escondidas y deliciosas, cuando la puerta se abrió. Era una mujer de pelo rubio. Yo grité. Ella también. Cerró la puerta y yo me apuré a ponerme una bata y salir en su búsqueda. Todo eso en menos de veinte segundos.
—¡Oiga!
—Perdón, perdón —decía mientras bajaba las escaleras.
—¡¿Quién es usted?!
Se giró despacio antes de bajar a la primera planta. Al verla mejor, noté un cuerpo escultural. La mujer no debía ni de tener los treinta y cinco años. Era muy rubia, de piel nacarada y pechos redondos y grandes ocultos debajo de una diminuta blusa de tirantes. Llevaba unos jeans de mezclilla súper ajustados, y muchas pulseras en las manos.
—Me llamo... Shaira. Soy la novia de tu papá.
Lo dijo como si fuera un crimen.
—¿La novia?
—Tú debes de ser Daniela ¿Verdad? —Subió las pocas escaleras que había bajado y me tendió una mano surcada de venas—. Es un gusto conocerte. Perdona. No pensé que estuvieras checándote en el baño.
—No estaba... revisándome —dije apenada.
Por Dios, me había visto con el trasero abierto.
Le estreché la mano, claro que incómoda. La novia de papá... con razón él no estaba interesada en el amante de mi madre
—¿Seguirás en el baño? Quería darme una ducha.
—Ah... no, úselo.
—¿Segura? Podemos bañarnos las dos si quieres —me guiñó un ojo azul.
—¿Ehhhh?
Su hermosa cara enrojeció de la vergüenza.
—Pensé que eras como tu papá. Olvida lo que dije.
—No soy un nudista como él, y mucho menos liberal.
—Vale. No tienes por qué enojarte.
—No se preocupe. Disfrute del baño.
Abochornada, me metí al cuarto para cambiarme la ropa. ¿Qué clase de novia tenía el cabrón de papá? Ay... me dio un pequeño ataque de rabia. Me calmé nada más porque encendí un cigarrillo y lo fumé despacio desde la ventana. Allí veía claramente el coche de la tal Shaira. Incuso pronunciar el nombre me produjo un raspón en el cuello.
Más tarde bajé a cenar. Shaira, en la cocina, estaba al lado de una chica que probablemente tenía la misma edad que yo.
—¿Hola?
—Hola —se giraron las dos al saludarme.
Resultaba que la joven era la hija de Shaira, llamada Mara. Era de una belleza exótica, con pechos turgentes, algo más grandes que los míos, que tampoco era mucho, desgraciadamente. Tenía en su plano abdomen un piercing muy brillante y un tatuaje diminuto en el costado.
—¿Eres Daniela? Un gusto en conocerte —me saludó con un abrazo cariñoso.
—Ah... sí, gracias. Igualmente.
—¿Tú papá no te había contado de nosotras? —preguntó Shaira.
—Mencionó algo, pero nunca le di importancia.
—Ah... bueno, supongo que lo contará esta noche. No tardará en llegar. Fue a la tienda.
Papá llegó más tarde e hizo las presentaciones correspondientes, y de allí todo fue una cena algo incómoda para mí. Ellos se trataban de manera diferente, lanzándose miradas y todo. La tal Mara parecía encariñada conmigo.
—Abre la boca, Dani. Prueba esta ensalada.
—Em... no.
—Nada mejor que las verduras de la tierra ¿verdad?
—Sí, todo natural.
Me caían mal. No lo niego. No es que fueran malas. Eran muy amables y graciosas y tenían las mismas creencias que papá.
A la medianoche me desperté con hambre. Bajé a la cocina y comí un poco de la rica ensalada de Mara. Al subir de nuevo, en medio del silencio, escuché ruidos en la habitación de Leandro. Pegué el oído a la puerta y lo que escuché me heló la sangre. Eran los gemidos de una mujer.
Mi padre estaba con ella. Y por los gritos de la mujer, estaba matándola de pasión.
Me temblaron las piernas. La idea del sexo, la idea de que estaban acostándose a tan sólo pocos metros de distancia de mí... hizo que me doliera el vientre de una forma placentera. Inevitablemente me toqué un poco por encima de la ropa. Quería... quería hurgar en mi interior. Necesitaba descargar esa tensión en seguida.
—¿Qué haces? —me preguntó Mara. La chica estaba somnolienta y se rascaba un ojo.
—Nada.
Captó los sonidos y sonrió
—Jeje. Están acostándose.
—Sí, ya me di cuenta.
—¿Te gusta escuchar?
—No, claro que no.
—¿Y por qué sigues aquí?
—Pues... ya me iba.
Ella me tomó de la mano antes de que me marchara.
—Escuchemos ¿Vale?
—No es correcto.
—Vamos. Sólo un poco.
Resoplando, me senté al lado de ella a los pies de la puerta.
—No pensé que Shaira pudiera decir esas guarradas. Perdón, es tu mamá.
—Mi mamá es así. Grita mucho con el sexo.
—Entonces... ¿la has oído antes?
—Sí. Tu papá es un hombre muy bien dotado.
—¡Cállate!
Yo estaba muerta de la pena, pero Mara, de la risa. Noté que sus pezones se levantaban por encima de la blusa. Ella, al parecer, notó los míos.
—Tienes tus pechos parados.
—Ah... nada que ver —dije.
—¿Te estás excitando?
—No.
—Dilo —replicó.
—Bien... un poco. ¡Dios! Nuestros padres sí que lo hacen duro. Se van a destrozar.
—Así son ellos. No te preocupes. Ya me acostumbré. Desde mi cuarto llega también el sonido.
Arrumbadas contra la pared, nos dedicamos a oír el chasquido de las nalgas de Shaira.
—¡Toma mi cabello! ¡Dame de nalgadas!
Mara se rió en voz baja. La vi claramente con sus mini shorts de piyama y su blusita donde sus pezones ya estaban rígidos. Lentamente, sus dedos que se estaban acariciando los muslos, se pusieron encima de su raja y comenzó un lento vaivén, como si tanteara con el deseo de masturbarse frente a mí.
—¿Qué haces?
—Nada... —me dijo, y a continuación metió la mano dentro de sus shorts.
Yo enrojecí de la vergüenza. Anonada, sin prestarle atención a la cogida de nuestros padres, vi los dedos de Mara otorgarle placer por debajo de la ropa. Oía claramente el sonido de sus manos frotándose y poco a poco abrió un poco las piernas mientras pegaba la cabeza a la pared y se mordía el labio inferior.
—Tú también puedes tocarte. No me molesta.
—No... Gracias.
Dije eso, pero me estaba calentando. Por un lado los gritos de puta de Shaira, y por otro, la vagina húmeda de Mara. Con otra de sus manos empezó a sobarse los pechos, a exprimirse los pezones por encima de la delgada tela.
Mi respiración se hizo más repetitiva, más lastimera como la de un animalito queriendo comer algo porque se está muriendo de hambre. Así pues... sin contenerlo, excitada, me metí una mano dentro de la ropa interior y rocé mis pliegues. Mis labios se estaban mojando con la imagen que tenía de lo que pasaba en ese dormitorio.
Finalmente, al otro lado de la puerta, acabaron los gemidos. La corrida de papá seguramente había dejado cansada a su novia.
—¿Quieres que te acompañe a la cama? —me preguntó Mara.
—No... Claro que no.
—Podría hacerte sentir mejor.
—¡Olvídalo!
La chica me tomó delicadamente de la mano y sin apartar la vista de mí, probó mis dedos mojados por mi sexo. Se los metió enteros a la boca. Jugó con su lengua y luego los dejó ir, embarrados con su saliva.
Aquello fue suficiente para mí. Apenada, me levanté y me fui de allí lo más rápido que pude.
***
Las cosas parecían haber vuelto a la normalidad por la mañana. Cuando bajé y vi a Shaira y a Mara servirle el desayuno a mi padre, no fue difícil imaginar cómo sería que ellas dos le comieran la polla a mi padre. Y es que las mujeres estas despedían un aire sensual viera por donde se les viera. Para comenzar, la mamá era muy voluptuosa, y con un rostro fascinante. Su hija no se quedaba atrás. Tenía las piernas largas y torneadas, pechos medianos y puntiagudos y una carita muy angelical. Conociendo a Leandro, no estaría contento hasta que no se echara a las dos a la cama.
Y lo supe porque mientras miraba, mi padre le dio una nalgada a la hija de su novia. Shaira esbozó una sonrisa complaciente.
—Ah, miren quién bajo —dijo Leandro en cuanto me vio—. Come. Tenemos planes.
—¿Qué planes?
—Ya verás.
Me senté y sin decir nada más, comí lo que la hermosa de Shaira me ofreció.
Fue más tarde cuando Leandro anunció su gran proeza. Había rentado un barco para que pudiéramos irnos a una isla desierta que estaba algo alejada de la costa. Allí podríamos nada en la orilla y pescar si queríamos. Además de tomar el Sol.
La idea me pareció muy bien, por lo que fui a mi cuarto a empacar unas cosas. Estaba probándome el bikini de tanga cuando entró Shaira.
—Vine a decirte que no podré ir con ustedes. Tengo que hacer unas cosas del trabajo.
Mejor para mí, pensé. La tipa no me caía nada bien.
—Está correcto. Yo iré entonces.
—Mara les acompañará, así que pórtense bien.
Cerca del mediodía, subimos Mara y yo al coche de papá. La chica ya estaba vistiendo su traje de baño de cuerpo completo. Estaba muy feliz de ir con nosotros. Se comportaba como una niña yendo de excursión y no dejaba de recostarse en el asiento de atrás. A mi lado, Leandro conducía con los lentes del sol puestos sobre su rostro. Los mechones de pelo despeinado le bajaban por detrás de sus orejas perforadas. Una de sus manos jugaba con la piel de mis piernas.
—¿De afeitaste?
—Todita —recalqué con un signo de coquetería.
—Oh. ¡Genial! —Su amplia sonrisa me hizo mover el rostro y reír en silencio.
Llegamos al muelle, donde un hombre nos estaba esperando. Papá le pagó y él nos llevó hasta el bote, que resultó ser un yate muy lindo, grande y equipado para unas buenas vacaciones.
—Bien, vamos a esa isla a divertirnos un poco —exclamó mi padre.
Mientras él navegaba, yo opté por tomar el Sol y me recosté en la cubierta. Quería broncearme entera, por lo que me quité el sujetador y me acosté de espaldas. Mara, al mirarme, se recostó a mi lado y me palpó la espalda.
—¿Te molesta si me desnudo?
—¿Qué...? Bueno... papá está aquí.
—¿Y? Se nota que eres chica de ciudad.
—¿Y eso qué significa?
—Que aquí somos nudistas.
Resoplé. No me gustaban las chicas, así que me daba igual lo que Mara hiciera. Se despojó de toda prenda y estiró los brazos a los costados para que el Sol la bañara por completo. Al hacerlo, yo advertí que toda su entrepierna estaba afeitada al borde, como si nunca hubiera tenido vello púbico.
Y mi boca quiso pegarse a su piel.
—Parece que te gustó lo que viste.
—Em... claro que no.
—¿Se la están pasando bien? —dijo papá sentándose en una mesa frente a nosotras.
—¿Qué me miras? —exclamé cubriéndome los pechos. Él se rió. Mara, sin pena, se giró y mostró toda su anatomía a papá.
Al ver que la mirada de él se iba a ella, me molesté.
—Bueno, pues tampoco es que me dé pena —me destapé los senos. Volví a recuperar la atención de papá —¿me pones bloqueador?
—A mí también — pidió Mara, acostándose bocabajo.
Leandro, muy servicial, se aproximó. Yo le exponía a él mi trasero en tanga, así que cuando sus manos se deslizaron por ellas y por las de Mara, sentí cosquillas. Miré a la chica que tenía los ojos cerrados y gozaba del contacto. Percibí los dedos de papá abriendo un poco mis nalgas para que el bloqueador solar llegara hasta esos sitios escondidos.
—No me veas —le pedí, apenada.
—¿Ver qué?
—¡Leandro!
Había sido demasiado para mí. Recogí mis cosas y volví a mi camarote.
¿Cómo era posible que me gustaran las caricias de él? Me sentía confundida, sucia.
Al poco rato entró Mara, todavía desnuda.
—Hola... ¿te molestaste con Leandro?
—Vete —le espeté —Y cúbrete.
—Practico el nudismo desde hace muchos años.
—Pues yo no.
—¿Estás avergonzada porque tu papá te vio?
—¡Cierra la boca!
—¡Ay, Daniela! —Se sentó frente a mí con las piernas cruzadas—. Niña, estás aquí para soltarte un poco. Anda, ven. Desnúdate. Te sentirás plenamente libre.
—No. Me da mucha vergüenza.
—¿Por qué?
—Porque no estoy acostumbrada a que me miren.
—Es normal.
—Vete, Mara.
La muchachita suspiró. Se acercó para besarme la frente.
—Tienes que disfrutar de tu cuerpo. Cuando estés lista, estaremos afuera
—Oye... Mara.
—¿Sí?
—Tú... ¿te has acostado con Leandro?
—¿Qué dices? —rió—. Claro que no. Él es el hombre de mamá. Si ella no me lo pide, no puedo acostarme con él.
—Ah... ¿y lo harías?
—¿Nunca lo has visto desnudo?
—Pues... no.
—Yo ya la vi, y es impresionante.
—¿De... verdad?
—Trata de descubrirlo.
Qué tontería ¿yo andar desnuda? Claro que no.
Nunca.
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Uff, se está calentando la situación jeje.
Espero les haya gustado, se hayan manoseado, etc.
¿Qué tal otros cinco comentarios para la siguiente parte? me gusta leer sus opiniones o lo mucho que les pone mi historia. besos!
Bueno, gracias por los comentarios del capi anterior 🙂 disculpen la tardanza. Les dejo la segunda parte para que disfruten. Les recuerdo que estaba antes en Poringa, pero perdí mi user o me dieron de baja... así que lo vuelvo a subir
El viaje en el avión fue acogedor en su mayor parte.
Nada más salir, el Sol del verano de la costa me golpeó deliciosamente sobre la piel. Yo iba vestida ligera, con una minifalda de mezclilla, un top y el cabello amarrado. Pensaba broncearme muy bien para acentuar el color de mi piel y que al volver, Joan tuviera algo de qué envidiarme.
Mi padre, Leandro, no es un hombre como cualquier otro. Cuando le vi, entendí por qué mamá se separó de él. Iba vestido con una camisa hawaiana de radiantes colores, shorts y sandalias. El largo cabello le caía rubio hasta la espalda, su barba malamente recortada le daba un aspecto gracioso a su rostro, adornado con un bonito par de ojos azules. No le veía desde hacía tiempo, pero no había cambiado en lo absoluto.
—Daniela... mira que bien te has puesto —me escaneó de pies a cabeza. Yo solté las maletas y abracé a papá. Él, sin pena, me rodeó fuertemente y me levantó del piso. Era alto, media casi un metro con noventa. Me apretujó fuerte, que mis pechos se escondieron contra su torso. Luego me dio una bonita caricia en la mejilla y un beso en la frente—. Te pareces mucho a mamá.
—Gracias... eso me dicen a menudo —Mentira. Mi mamá estaba más buena que yo, y tenía más vida sexual que yo.
—Vamos, vamos. Es hora de irnos cuanto antes a mi casa. Debes de estar sedienta ¿verdad?
—Sí. Hace muchísimo calor, papá.
—Con esa ropita pronto te broncearás —noté una inocente mirada hacia mis piernas.
Me senté en su coche al lado de él y recorrimos la ciudad caribeña, bastante bien animada para esas épocas, con turistas de toda clase. Oía música muy alegre que me hizo sentirme relajada. En eso Leandro, discretamente puso una mano sobre mis piernas cruzadas y se permitió tantear un poquito con delicada ingenuidad. Yo le miré. Él seguía con la vista puesta en la carretera, pero las yemas de sus dedos se deslizaban sutilmente por la carne de mis muslos. Le dejé estar. Era mi padre. ¿Qué clase de deseos podría tener conmigo?
—¿Cómo está mamá?
—Bien...
—Sé lo del amante.
—¿Estás bien?
—Ella ya sabe mi posición sobre el amor y el sexo. En este mundo todos deberíamos expresar nuestra sexualidad libremente y acostarnos con quienes nos plazca. Hay que relacionarnos entre sí, humanos con humanos, y con la Madre Naturaleza.
Sonreí. Papá era un pseudo hippie, pero era feliz siéndolo y si eso le ayudaba a llevar la idea de que mamá tenía un amante... bueno, estaba bien por mí. La verdad yo compartía parte de sus ideas. El sexo era hermoso cuando se practicaba libremente. Lo sabía por los gemidos de Joan y la manera en la que mi amiga era feliz acostándose con cuanto hombre quisiera. Yo era más bien un poco recatada en ese aspecto y no me relacionaría con cualquier persona desconocida, como mamá había hecho en su adolescencia.
La casa de papá estaba cerca de la costa, a unos diez minutos de la playa. Entramos y al fin pude desempacar.
—¿Quieres comer algo?
—Pues me gustaría ir a la playa cuanto antes.
—Ah, perfecto. ¡Vamos! ¡Déjame ir por el bloqueador solar! ¿Trajiste bañador?
—¿Quién crees que soy? Esta niña vino preparada.
La sonrisa que puso mostró felicidad.
Me coloqué el bañador debajo de la ropa y nos fuimos a la playa. Una vez allí me quité todo lo de encima y me quedé con el bikini, que era una tanguita muy linda de color verde y un sujetador.
—¿No harás topless? Tu mamá lo hacía.
—Ay, no. Me da mucho...
Me quedé callada. Papá se quitó los pantalones. Su pequeño traje de baño le realzaba un bulto entre las piernas casi tan grande que tuve que desviar la mirada. Él me tomó de la mano y me arrastró al interior del agua.
Él se acercó detrás y me abrazó por la cintura. Sentí su entrepierna contra mis nalgas, y traté de no darle mucha importancia. Él era mi padre. No debería ni siquiera de notar que él era un hombre ¿verdad? No debería de... estremecerme con sus manos en mis caderas ni con mis nalgas frotándose contra su miembro.
—Estás muy cerca —le advertí.
—No es mi culpa —rió antes de darme un beso en los hombros.
—Descuida. Vamos a nadar y a ver quién llega más lejos.
Desde ese momento papá se mostró algo más apenado por haber tenido contacto conmigo más allá de lo normal. Yo ya le había perdido la importancia.
—¿Me pones bloqueador? Voy a asolearme.
—Claro, Daniela.
Me eché sobre una toalla, bocabajo. Aunque no se lo pedí, me quitó el sostén desabrochándolo. Además yo tenía las mejillas coloradas por exponerle a Leandro, un hombre más adulto que yo, mis curvas cubiertas por la tanga de mi traje. Sus manos se movieron por toda mi espalda, mi cintura y hombros. Yo me morí de la risa cuando llegó a mis nalgas.
—¿Quieres que...?
—Sí. O se me va a quemar el trasero.
—Claro. No podemos dejar que tanta carne se desperdicie —bromeó.
Cerré los ojos y me dije ¡¿Qué demonios me está pasando?! Cuando él puso sus dedos en mi trasero, una ola de calor no producida por el Sol irrumpió en mí. Suspiré. Algo en mi vientre se movió. Dedicaba Leandro especial atención en presionar mis nalgas, que se resbalaban de sus manos por el bloqueador solar. Yo tenía escalofríos. Mi corazón no paraba de brincar.
—¿Ah? Papá... creo que ya tienen suficiente bloqueador.
—¿En serio? —me dio una traviesa palmada en la zona lumbar—. Porque todavía hay lugares donde no he llegado. Tu mamá tiene un mejor bronceado que tú.
¿Por qué en mamá? Siempre, siempre me comparaban con mamá.
—Bien ¿te lo pongo arriba?
—No, gracias —repliqué con un encojo que me hizo ver más distante de él.
Por la noche, mientras me bañaba, me di cuenta de que me había gustado la sensación de las manos de mi padre recorriéndome el trasero. Estoy loca, lo sé. Es raro, enfermo... pero... pero me agradó bastante la caricia de alguien ajeno. Me toqué el trasero yo misma y sentí escalofríos. Cerré los ojos y permití que mis fantasías incestuosas volaran un poco.
Sólo un poco.
En eso estaba mirándome mis partes escondidas y deliciosas, cuando la puerta se abrió. Era una mujer de pelo rubio. Yo grité. Ella también. Cerró la puerta y yo me apuré a ponerme una bata y salir en su búsqueda. Todo eso en menos de veinte segundos.
—¡Oiga!
—Perdón, perdón —decía mientras bajaba las escaleras.
—¡¿Quién es usted?!
Se giró despacio antes de bajar a la primera planta. Al verla mejor, noté un cuerpo escultural. La mujer no debía ni de tener los treinta y cinco años. Era muy rubia, de piel nacarada y pechos redondos y grandes ocultos debajo de una diminuta blusa de tirantes. Llevaba unos jeans de mezclilla súper ajustados, y muchas pulseras en las manos.
—Me llamo... Shaira. Soy la novia de tu papá.
Lo dijo como si fuera un crimen.
—¿La novia?
—Tú debes de ser Daniela ¿Verdad? —Subió las pocas escaleras que había bajado y me tendió una mano surcada de venas—. Es un gusto conocerte. Perdona. No pensé que estuvieras checándote en el baño.
—No estaba... revisándome —dije apenada.
Por Dios, me había visto con el trasero abierto.
Le estreché la mano, claro que incómoda. La novia de papá... con razón él no estaba interesada en el amante de mi madre
—¿Seguirás en el baño? Quería darme una ducha.
—Ah... no, úselo.
—¿Segura? Podemos bañarnos las dos si quieres —me guiñó un ojo azul.
—¿Ehhhh?
Su hermosa cara enrojeció de la vergüenza.
—Pensé que eras como tu papá. Olvida lo que dije.
—No soy un nudista como él, y mucho menos liberal.
—Vale. No tienes por qué enojarte.
—No se preocupe. Disfrute del baño.
Abochornada, me metí al cuarto para cambiarme la ropa. ¿Qué clase de novia tenía el cabrón de papá? Ay... me dio un pequeño ataque de rabia. Me calmé nada más porque encendí un cigarrillo y lo fumé despacio desde la ventana. Allí veía claramente el coche de la tal Shaira. Incuso pronunciar el nombre me produjo un raspón en el cuello.
Más tarde bajé a cenar. Shaira, en la cocina, estaba al lado de una chica que probablemente tenía la misma edad que yo.
—¿Hola?
—Hola —se giraron las dos al saludarme.
Resultaba que la joven era la hija de Shaira, llamada Mara. Era de una belleza exótica, con pechos turgentes, algo más grandes que los míos, que tampoco era mucho, desgraciadamente. Tenía en su plano abdomen un piercing muy brillante y un tatuaje diminuto en el costado.
—¿Eres Daniela? Un gusto en conocerte —me saludó con un abrazo cariñoso.
—Ah... sí, gracias. Igualmente.
—¿Tú papá no te había contado de nosotras? —preguntó Shaira.
—Mencionó algo, pero nunca le di importancia.
—Ah... bueno, supongo que lo contará esta noche. No tardará en llegar. Fue a la tienda.
Papá llegó más tarde e hizo las presentaciones correspondientes, y de allí todo fue una cena algo incómoda para mí. Ellos se trataban de manera diferente, lanzándose miradas y todo. La tal Mara parecía encariñada conmigo.
—Abre la boca, Dani. Prueba esta ensalada.
—Em... no.
—Nada mejor que las verduras de la tierra ¿verdad?
—Sí, todo natural.
Me caían mal. No lo niego. No es que fueran malas. Eran muy amables y graciosas y tenían las mismas creencias que papá.
A la medianoche me desperté con hambre. Bajé a la cocina y comí un poco de la rica ensalada de Mara. Al subir de nuevo, en medio del silencio, escuché ruidos en la habitación de Leandro. Pegué el oído a la puerta y lo que escuché me heló la sangre. Eran los gemidos de una mujer.
Mi padre estaba con ella. Y por los gritos de la mujer, estaba matándola de pasión.
Me temblaron las piernas. La idea del sexo, la idea de que estaban acostándose a tan sólo pocos metros de distancia de mí... hizo que me doliera el vientre de una forma placentera. Inevitablemente me toqué un poco por encima de la ropa. Quería... quería hurgar en mi interior. Necesitaba descargar esa tensión en seguida.
—¿Qué haces? —me preguntó Mara. La chica estaba somnolienta y se rascaba un ojo.
—Nada.
Captó los sonidos y sonrió
—Jeje. Están acostándose.
—Sí, ya me di cuenta.
—¿Te gusta escuchar?
—No, claro que no.
—¿Y por qué sigues aquí?
—Pues... ya me iba.
Ella me tomó de la mano antes de que me marchara.
—Escuchemos ¿Vale?
—No es correcto.
—Vamos. Sólo un poco.
Resoplando, me senté al lado de ella a los pies de la puerta.
—No pensé que Shaira pudiera decir esas guarradas. Perdón, es tu mamá.
—Mi mamá es así. Grita mucho con el sexo.
—Entonces... ¿la has oído antes?
—Sí. Tu papá es un hombre muy bien dotado.
—¡Cállate!
Yo estaba muerta de la pena, pero Mara, de la risa. Noté que sus pezones se levantaban por encima de la blusa. Ella, al parecer, notó los míos.
—Tienes tus pechos parados.
—Ah... nada que ver —dije.
—¿Te estás excitando?
—No.
—Dilo —replicó.
—Bien... un poco. ¡Dios! Nuestros padres sí que lo hacen duro. Se van a destrozar.
—Así son ellos. No te preocupes. Ya me acostumbré. Desde mi cuarto llega también el sonido.
Arrumbadas contra la pared, nos dedicamos a oír el chasquido de las nalgas de Shaira.
—¡Toma mi cabello! ¡Dame de nalgadas!
Mara se rió en voz baja. La vi claramente con sus mini shorts de piyama y su blusita donde sus pezones ya estaban rígidos. Lentamente, sus dedos que se estaban acariciando los muslos, se pusieron encima de su raja y comenzó un lento vaivén, como si tanteara con el deseo de masturbarse frente a mí.
—¿Qué haces?
—Nada... —me dijo, y a continuación metió la mano dentro de sus shorts.
Yo enrojecí de la vergüenza. Anonada, sin prestarle atención a la cogida de nuestros padres, vi los dedos de Mara otorgarle placer por debajo de la ropa. Oía claramente el sonido de sus manos frotándose y poco a poco abrió un poco las piernas mientras pegaba la cabeza a la pared y se mordía el labio inferior.
—Tú también puedes tocarte. No me molesta.
—No... Gracias.
Dije eso, pero me estaba calentando. Por un lado los gritos de puta de Shaira, y por otro, la vagina húmeda de Mara. Con otra de sus manos empezó a sobarse los pechos, a exprimirse los pezones por encima de la delgada tela.
Mi respiración se hizo más repetitiva, más lastimera como la de un animalito queriendo comer algo porque se está muriendo de hambre. Así pues... sin contenerlo, excitada, me metí una mano dentro de la ropa interior y rocé mis pliegues. Mis labios se estaban mojando con la imagen que tenía de lo que pasaba en ese dormitorio.
Finalmente, al otro lado de la puerta, acabaron los gemidos. La corrida de papá seguramente había dejado cansada a su novia.
—¿Quieres que te acompañe a la cama? —me preguntó Mara.
—No... Claro que no.
—Podría hacerte sentir mejor.
—¡Olvídalo!
La chica me tomó delicadamente de la mano y sin apartar la vista de mí, probó mis dedos mojados por mi sexo. Se los metió enteros a la boca. Jugó con su lengua y luego los dejó ir, embarrados con su saliva.
Aquello fue suficiente para mí. Apenada, me levanté y me fui de allí lo más rápido que pude.
***
Las cosas parecían haber vuelto a la normalidad por la mañana. Cuando bajé y vi a Shaira y a Mara servirle el desayuno a mi padre, no fue difícil imaginar cómo sería que ellas dos le comieran la polla a mi padre. Y es que las mujeres estas despedían un aire sensual viera por donde se les viera. Para comenzar, la mamá era muy voluptuosa, y con un rostro fascinante. Su hija no se quedaba atrás. Tenía las piernas largas y torneadas, pechos medianos y puntiagudos y una carita muy angelical. Conociendo a Leandro, no estaría contento hasta que no se echara a las dos a la cama.
Y lo supe porque mientras miraba, mi padre le dio una nalgada a la hija de su novia. Shaira esbozó una sonrisa complaciente.
—Ah, miren quién bajo —dijo Leandro en cuanto me vio—. Come. Tenemos planes.
—¿Qué planes?
—Ya verás.
Me senté y sin decir nada más, comí lo que la hermosa de Shaira me ofreció.
Fue más tarde cuando Leandro anunció su gran proeza. Había rentado un barco para que pudiéramos irnos a una isla desierta que estaba algo alejada de la costa. Allí podríamos nada en la orilla y pescar si queríamos. Además de tomar el Sol.
La idea me pareció muy bien, por lo que fui a mi cuarto a empacar unas cosas. Estaba probándome el bikini de tanga cuando entró Shaira.
—Vine a decirte que no podré ir con ustedes. Tengo que hacer unas cosas del trabajo.
Mejor para mí, pensé. La tipa no me caía nada bien.
—Está correcto. Yo iré entonces.
—Mara les acompañará, así que pórtense bien.
Cerca del mediodía, subimos Mara y yo al coche de papá. La chica ya estaba vistiendo su traje de baño de cuerpo completo. Estaba muy feliz de ir con nosotros. Se comportaba como una niña yendo de excursión y no dejaba de recostarse en el asiento de atrás. A mi lado, Leandro conducía con los lentes del sol puestos sobre su rostro. Los mechones de pelo despeinado le bajaban por detrás de sus orejas perforadas. Una de sus manos jugaba con la piel de mis piernas.
—¿De afeitaste?
—Todita —recalqué con un signo de coquetería.
—Oh. ¡Genial! —Su amplia sonrisa me hizo mover el rostro y reír en silencio.
Llegamos al muelle, donde un hombre nos estaba esperando. Papá le pagó y él nos llevó hasta el bote, que resultó ser un yate muy lindo, grande y equipado para unas buenas vacaciones.
—Bien, vamos a esa isla a divertirnos un poco —exclamó mi padre.
Mientras él navegaba, yo opté por tomar el Sol y me recosté en la cubierta. Quería broncearme entera, por lo que me quité el sujetador y me acosté de espaldas. Mara, al mirarme, se recostó a mi lado y me palpó la espalda.
—¿Te molesta si me desnudo?
—¿Qué...? Bueno... papá está aquí.
—¿Y? Se nota que eres chica de ciudad.
—¿Y eso qué significa?
—Que aquí somos nudistas.
Resoplé. No me gustaban las chicas, así que me daba igual lo que Mara hiciera. Se despojó de toda prenda y estiró los brazos a los costados para que el Sol la bañara por completo. Al hacerlo, yo advertí que toda su entrepierna estaba afeitada al borde, como si nunca hubiera tenido vello púbico.
Y mi boca quiso pegarse a su piel.
—Parece que te gustó lo que viste.
—Em... claro que no.
—¿Se la están pasando bien? —dijo papá sentándose en una mesa frente a nosotras.
—¿Qué me miras? —exclamé cubriéndome los pechos. Él se rió. Mara, sin pena, se giró y mostró toda su anatomía a papá.
Al ver que la mirada de él se iba a ella, me molesté.
—Bueno, pues tampoco es que me dé pena —me destapé los senos. Volví a recuperar la atención de papá —¿me pones bloqueador?
—A mí también — pidió Mara, acostándose bocabajo.
Leandro, muy servicial, se aproximó. Yo le exponía a él mi trasero en tanga, así que cuando sus manos se deslizaron por ellas y por las de Mara, sentí cosquillas. Miré a la chica que tenía los ojos cerrados y gozaba del contacto. Percibí los dedos de papá abriendo un poco mis nalgas para que el bloqueador solar llegara hasta esos sitios escondidos.
—No me veas —le pedí, apenada.
—¿Ver qué?
—¡Leandro!
Había sido demasiado para mí. Recogí mis cosas y volví a mi camarote.
¿Cómo era posible que me gustaran las caricias de él? Me sentía confundida, sucia.
Al poco rato entró Mara, todavía desnuda.
—Hola... ¿te molestaste con Leandro?
—Vete —le espeté —Y cúbrete.
—Practico el nudismo desde hace muchos años.
—Pues yo no.
—¿Estás avergonzada porque tu papá te vio?
—¡Cierra la boca!
—¡Ay, Daniela! —Se sentó frente a mí con las piernas cruzadas—. Niña, estás aquí para soltarte un poco. Anda, ven. Desnúdate. Te sentirás plenamente libre.
—No. Me da mucha vergüenza.
—¿Por qué?
—Porque no estoy acostumbrada a que me miren.
—Es normal.
—Vete, Mara.
La muchachita suspiró. Se acercó para besarme la frente.
—Tienes que disfrutar de tu cuerpo. Cuando estés lista, estaremos afuera
—Oye... Mara.
—¿Sí?
—Tú... ¿te has acostado con Leandro?
—¿Qué dices? —rió—. Claro que no. Él es el hombre de mamá. Si ella no me lo pide, no puedo acostarme con él.
—Ah... ¿y lo harías?
—¿Nunca lo has visto desnudo?
—Pues... no.
—Yo ya la vi, y es impresionante.
—¿De... verdad?
—Trata de descubrirlo.
Qué tontería ¿yo andar desnuda? Claro que no.
Nunca.
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Uff, se está calentando la situación jeje.
Espero les haya gustado, se hayan manoseado, etc.
¿Qué tal otros cinco comentarios para la siguiente parte? me gusta leer sus opiniones o lo mucho que les pone mi historia. besos!
13 comentarios - Vacaciones nudistas con mi papá -- Capítulo 2
Espero la continuacion
van 10
Me confundió esa parte, porque en la primera parte, menciona que la madre es hippie y el padre labura en un laboratorio.
Saludos.