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Un milagro navideño

Después de la fiesta de cumpleaños pasé unas semanas aturdido. No podía dejar de pensar en ese detalle de que mi tía fuera striper y que mis amigos la hubieran contratado (ellos no la conocían, por lo que supongo que fue casualidad). Me la había follado, como tantas veces imaginé en mis fantasías y fue mejor que lo que había soñado, y me fastidiaba no haber sido el único que gozar de ella. Al fin y al cabo era mi tía y mis amigos no tendrían que haberla probado siquiera. 
El caso es que pasaron unas semanas en que miraba la foto que nos echamos los cinco con ella y no podía evitar ponerme duro y acariciarme la entrepierta, pero por vergüenza no llegué a hacerme la paja nunca. Después de tantos días sin correrme estaba tan cargado que necesitaba descargarme de una vez, pero no me apetecía masturbarme con vídeos o fotos, sino en todo caso con la imagen real de mi tía, sólo para mí. Aquella foto me serviría para chantajearle, pero no sabía ni cómo sacarle el tema, me daba demasiado miedo, por las consecuencias que podía tener para ella y para mí.
Para resumir diré que le dí vueltas a la cuestión hasta que llegó Navidad (mi cumpleaños es a finales de noviembre) y, para variar, mi tía decidió que comiéramos en su casa. "Esta es mi oportunidad", pensé y al levantarme el día 25 les dije a mis padres si podía ir a ayudar a mi tía con los preparativos de la comida. Por supuesto, no pusieron ninguna pega y me dejaron ir sin problema. Llegué a su casa con los nervios de punta y la foto de mi cumpleaños en el móvil, estaba temblando. La sorpresa hizo que me recibiera con un abrazo y dos besos. Joder, no podía mirarla a la cara, me la imaginaba rodeada de nuestras pollas en el cumpleaños y me daba vergüenza. Al final hice lo que pude y le dí otro abrazo. Enseguida me puso a preparar platos para la comida o a poner la mesa, para que cuando llegara la familia estuviera todo preparado. Había tiempo. Eran las 10 de la mañana y no empezaríamos a comer hasta las 3 de la tarde. Me mostré solícito a todo lo que me mandaba, tratando de evitar una erección cada vez que pensaba en la fiesta y en ella como striper. Aquella mañana iba bien distinta: un jersey de cuello alto rojo que destaba la cara blanca y que, aunque algo ajustado, apenas le marcaba la forma redonda de sus pechos; pantalones vaqueros negros que tampoco le hacían justicia a su culo ni a sus piernas. Al menos, la cara era la misma, pero menos erótica. 
Exploté cuando, colocando los cubiertos sobre la mesa, ella vino a corregirme. Se acercó tanto a mí que, de forma inconsciente, restregó sus pechos un par de veces en mi brazo. Sentí que mi polla no podía más. Iba a reventar y todo mi cuerpo temblaba por el miedo y la emoción.
-¿Puedo hacerte una pregunta? -le dije.
-Sí, claro. ¿Qué pasa?
-¿Qué significa esta foto?
Le di el móvil y se vio a sí misma completamente desnuda, mojada con nuestro semen y su saliva, yo estaba detrás acariciándole las tetas y mis amigos alrededor. Se le cayó el móvil al suelo (al menos no se rompió) y le empezaron a temblar las piernas. Su primera reacción fue darme una bofetada que me marcó la cara y después casi se echa a llorar.
-¿Por qué no me dijiste nada? ¿Te parece bien lo que hiciste?
-Estaba borracho yo... Me di cuenta al ver la foto... No sabía que eras tú -le mentí y ella pareció creerme.
-¿Por qué me enseñas la foto?
-Esa noche estuviste fantástica. No sabía que también te dedicabas a eso... ¿Lo saben los demás? -ella negó con la cabeza-. Sería una pena que se enterasen entonces, ¿no?
Se quedó con la boca abierta y estuvo a punto de darme otra bofetada, de no ser porque sabía lo que se estaba jugando. Pareció entender mi propuesta y una lágrima le cayó por la mejilla. Me sentía mal, no debería habérselo dicho y menos en Navidad, pero también estaba muy cachondo y cargado. Necesitaba aquel regalo navideño y espero que estuviese dispuesta a dármelo.
-¿Qué quieres que haga? -respondió, abatida.
-¿Puedo desnudarte?
Como no contestó, lo entendí como un sí, pero me tomé mi tiempo antes de empezar. Me puse a su espalda y me froté con su culo para que sintiera mi polla dura, al mismo tiempo que le palpaba las tetas con una mano. Con la otra le acaricié la barriga y bajé hasta los pantalones, le metí la mano en sus bragas y la sentí caliente. Desde atrás le bajé los pantalones de un tirón y paseé mi cara por sus muslos bien formados, mi cabeza le tocaba el culo cubierto por las bragas. La escuché gemir, no sé si de placer o de vergüenza, pero eso no me detuvo. Me puse aún más caliente y le quité el jersey rojo. Las tetas estaban apretadas por un bonito sujetador negro de encaje, me permití el lujo de oler su canalillo, quitarle el sostén y escupirle a las tetas para después frotarlas con mis manos como si fuera óleo. La vi cerrar los ojos y dibujar una media sonrisa, eso me animó a seguir con el ritual. Le estaba gustando o, al menos, no suponía una humillación para ella. Tampoco se estaba resistiendo, sino que se me entregó toda para mí.
Me retiré para verla de cuerpo entero. Estaba preciosa. El pelo castaño le caía sobre los hombros y los labios gruesos y rojos intentaban evitar una sonrisa de placer. Se abrieron un poco para enseñar los dientes. Supongo que por el frío o por los nervios ella temblaba, se le movían los mulos y las nalgas, las tetas se mantenían, blanditas y grandes, apuntando hacia el vientre. Ahora me tocaba a mí, así que me desnudé por entero, le puse las manos en los hombros y con suavidad la empujé hacia abajo. Ella entendió y se arrodilló, con la espalda recta. Quería meterme ya en su boca, pero me controlé. Necesitaba jugar un poco más. Me puse atrás y le acaricié el cuello con mi rabo, primero por la izquierda y luego por la derecha. Sin despegarme apenas de su cara me moví hasta tenerla de frente, con mi miembro apuntando su garganta y subí hasta la barbilla. Me lo agarré y, como si fuera una porra, le golpeé debajo de los labios, en las mejillas y en la frente, cuidando que mis huevos se posaran en su nariz o en los ojos cerrados. Hice que oliera mi polla y ya, cuando no pude más, empecé enserio.
-Abre la boca. Chúpala.
Por un momento pensé en dejarla hacer y que me la comiera a su gusto, era una experta, así sería más placentera. Por suerte, se metió en el papel de puta y sacó la lengua para lamer toda la superficie desde mis huevos hasta la puntita. La movía como toda una profesional y terminó por besarme la polla. Ella también quería jugar y yo se lo permití. Después de un rato con ese juego que me ponía cada vez más cachondo, se metió sólo un poco en la boca, se lo sacó y se lo volvió a meter, un poco más profundo y así siguió un tiempo, sin llegar a metérsela entera. Estaba demasiado caliente como para esperar a que terminara, así que cogí yo la iniciativa y le agarré la cabeza. Ella soltó sus manos, que estaban sujetándose en mi culo, y me miró desde abajo. Yo también la miré, antes de montarle toda la verga hasta el fondo de la garganta. No se lo esperaba y puso la cara roja y emitió un ruidito maravilloso para mí.
-¡Ughh...! ¡Ughh...!
Me hizo señas para que se la sacara y la llevé a la calle, con hebras de saliva colando de mi rabo hasta sus labios.
-No vuelvas a hacer eso... -dijo entre jadeos.
-¿El qué?
-No vuelvas a... ughh...
No la dejé terminar, se la metí otra vez hasta el fondo, pero no esperé tanto rato. Entraba y salía de su boca como me daba la gana, le presionaba las mejillas desde dentro y golpeaba mi puntita desde fuera. Cada vez que hacía eso a ella se le escapaba una lágrima hasta que terminó con toda la boca llena de saliva. Con esa imagen decidí ponerla a cuatro patas. Le di la vuelta y, por su espalda, la empujé con fuerza contra el suelo, le levanté el culo y se lo apreté con las dos manos. Le golpeé una nalga y después la otra, se lo abrí en busca de su coñito húmedo y, al encontrarlo, la penetré hasta el fondo.
-¡Ahh...! ¡Ahh...! No empieces tan rápido...
Yo no escuchaba, sólo entendía los gemidos de placer. Estaba fuera de mí, así que la azoté como si fuera un caballo al que cabalgaba y después la agarré por los hombros para que mi penetración fuera aún más rápida y bestial. La cogí del pelo y le levanté la cara y, dejándole el rabo dentro un buen rato, me agaché para palparle las tetas y hacer que botaran lo suficiente para ponerme más cachondo. Estaba al borde del colapso, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no correrme en su interior, no sé ni siquiera cómo aguanté. Me eché tanto sobre su cuerpo, que las rodillas cedieron y los dos caímos de un golpe en el suelo. Ella se quedó totalmente tumbada bocabajo y yo sobre su culo y con las manos protegiendo sus ricos pezones. La polla se había salido, por lo que intenté meterla de nuevo sin usar la manos. Fue imposible y, como no quería perder la postura, acabé ayudándome para penetrarle el culo, que era lo único que no había probado aún de ella. Me dejé caer con todas mis fuerzas y, con un abrazo desde atrás, seguí jugando con sus tetas.
-¡Me haces daño! ¡Ah! Para por favor... DIOS... Dios... Joder... Ahhh.
No paraba de gemir, otras veces gritaba tanto que me dejaba sordo por un momento y yo seguía dentro y fuera. Sentía cómo le vibraba el culo cada vez que se la metía y las tetas oprimidas contra el suelo parecían cada vez más grandes. Tanto estaba pensando en eso que me sentí al límite. Se la saqué de golpe y le ordené que se pusiera de rodillas. Lo hizo, con las manos cruzadas tocándose el coño, por lo que sus generosos pechos sobreslían más de lo normal. Jadeaba por el esfuerzo y tenía cara de sumisión. Me encantó.
-¿Dónde la quieres?
-A las tetas.
-Túmbate.
Se puso bocarriba, apretándose los pechos y mi rabo se metió entre ellos. Fue la última penetración del día, tan apretadas estaban sus tetas que me acabé corriendo y mi leche salió disparada a su cuello. Me hubiera gustado derramarme en su cara o en su boca, pero ella quería en sus tetas y yo cumplí su deseo. Fue una corrida tremenda, consecuencia de dos o tres semanas acumulándose. Ella se lo restregó todo por el cuerpo y yo la obligué a limpiarme la polla con su boca. Mamó con gusto, hasta dejarla limpia.
-Tendría que ducharme, ¿no?
Le pellizqué los pezones y ella recogió la ropa y se fue al baño. Luego escuché la ducha y supe que aquella visita había terminado, por lo menos en la parte erótica.
Me convencí de que necesitaba otra experiencia con ella, no me conformaría solo con la de mi fiesta y la de Navidad. Quería más de ella y espero que ella estuviera dispuesta a dármelo sin oposición...

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