Me llamo Migel y he de reconocer que soy un pervertido. No sé si será una enfermedad o qué me pasa, pero me paso todo el día pensando en el sexo con las mujeres. Llevo así desde cuando me hice mi primera paja mirando unas bragas de mi madre que había dejado en el baño. Fue algo raro y muy placentero. Llegué a orinar y mientras agarraba mi polla apuntando al inodoro, vi las bragas en el bidé. Mientras caía el chorro y miraba aquella íntima prenda, me imaginaba que aquella prenda había estado en contacto con su coño. Acabó de salir la orina y mi mano acarició suavemente mi polla, haciendo que creciera y en un momento sentí un gran placer. Desde aquel día estoy obsesionado con el sexo y me masturbo a diario.
Podría pensar el lector que echando polvos a las chicas de mi edad tendría resuelto el problema, pero he de reconocer que eso me fue del todo imposible. Si bien tengo una buena polla, por encima de la media, mi físico no acompañaba, con lo que pocas veces pude probar el sexo con alguna chica, una o dos a lo máximo, y siempre hubo alcohol de por medio.
De esta manera llegué a los veinte años. Iba a estudiar en la universidad, allá en la ciudad. Mis padres no podían pagarme un piso de estudiante, así que la única solución que había era que viviera con mi abuela Pepa. Era una mujer de sesenta y seis años, muy guapa para ser mi abuela ya que heredé la poca belleza de mi abuelo que, para mi desgracia, a los hombres de la familia nos tocaban en el reparto genético. Su rostro ya mostraba que era una mujer muy madura, pero la forma de su cuerpo aún tenía cierto atractivo, sobre todo para mí que cualquier estímulo, por sutil que fuera, encendía mi polla.
Mi abuela ya llevaba más de cinco años viuda. Nunca quiso ir a vivir con alguno de sus hijos, así que me instalé en la habitación que tenía libre en su pequeño piso en el centro de la ciudad. Las dos primeras semanas, me pasaba casi todo el día fuera arreglando papeles y comprando lo necesario para mis estudios. Cuando empezó el curso, todo se normalizó y cogimos cierta rutina en nuestras vidas. Por ejemplo, ella salía todas las mañanas a desayunar con sus amigas del barrio, tres mujeres más que se lo pasaban bien hablando y jugando a juegos de azar. Después de comer, echaba una pequeña siesta hasta las seis o siete de la tarde en que quedaba con sus amigas, con todas o con alguna, para tomar café en casa de alguna de ellas. Los domingos iba a misa y paseaba con sus amigas por el parque. Casi siempre era así.
Yo por mi parte estudiaba e iba a la universidad. Entre los estudios y asistir a clase, no tenía tiempo para desfogar mis necesidades sexuales en soledad, con lo que en mi sexo se acumulaba trabajo atrasado. Por supuesto que en las clases no había ninguna chica que quisiera nada conmigo, ni siquiera para estudiar, de esta manera mis erecciones eran demasiado continuas.
Y un sábado por la tarde ocurrió algo tan raro que no podía creer lo que mi abuela me decía. Durante toda la mañana, mi abuela no se había movido de la casa, ni siquiera fue a desayunar con las amigas. Yo llevaba acumulado mucho deseo de masturbarme de toda la semana, y pensé que cuando ella fuera a desayunar, tendría la oportunidad de desahogarme. Al no salir, no pude conseguir tocarme. Lo peor fue que mientras almorzábamos, mi abuela estuvo moviéndose de la mesa a la cocina una y otra vez.
Ella solía vestir en casa con una bata de tela que se abrochaba por la parte delantera, teniendo botones desde su pecho hasta casi sus rodillas. Para desgracia mía, dado que no había salido de casa, cuando me servía un plato e inclinaba su cuerpo, la tela que iba de botón a botón se plegaba y podía ver su cuerpo. Cuando en el segundo plato se inclinó junto a mí y pude ver su teta derecha, mi erección se hizo más intensa. Mientras ella me servía, mis ojos miraban su pezón oscuro y largo que sobresalía de su teta de aureola grande y de la misma intensidad de color que el pezón. Mi mano inconscientemente se agarró a mi polla y le dio unos cuantos de jalones para intentar aliviar la presión que se producía en mi pantalón.
Comimos y después recogimos la mesa. Mi abuela se sentó en una silla mecedora mientras veía un poco la televisión y dormir un poco la siesta. Yo también quería descansar, así que me senté en el otro sillón. Ella estaba de lado a mí y empecé a excitarme mirándola, imaginándomela con aquellas tetas al aire. Era imposible de bajar aquella erección y mis pensamientos eran los que menos ayudaban. No sé cuánto tiempo pasaría mirándola, pero ya no podía más y decidí ir al baño para hacerme una paja y poder descansar de tanto tiempo de erección. Me levanté para ir al baño.
- ¡Hijo, a dónde vas! - me preguntó mi abuela que en ese momento me miraba - ¡Perdona qué sea tan mala compañía, pero por la tarde ya has visto que me pego mi siestecita!
- No te preocupes abuela... - le contesté e intenté seguir caminando.
- ¡Oye Migel! - me dijo y me frené para ver qué le ocurría - ¿Te duele la barriga?
- No abuela... - le contesté.
- Es que llevo un rato observándote y veo que tienes inflamada la parte de la barriga... - la verdad es que no podía esconder mi erección, pero me desconcertó que ella no supiera que era una erección, había tenido varios niños.
- Perdona abuela. - le dije girando mi cuerpo y acercándome un poco más a ella – Esto es una... - hice un gesto con el dedo moviéndolo de estar doblado hacia abajo, a ponerse totalmente recto.
- ¿Una qué...? - dio un pequeño grito al darse cuenta de lo que le había indicado - ¡Hijo, por qué estás así...! - creí que me lo preguntaba en broma y como broma le contesté.
- Verás abuela, tengo un problema... - ella me miraba y parecía sentir preocupación por lo que le ocurría a su nieto – Le llaman la enfermedad de la Viagra... ¿Sabes qué es la Viagra?
- ¿Esas pastillitas azules? Sí hijo, tu abuelo la tomó durante unos meses antes de que se muriera. - parecía como si pensara en sus recuerdos - ¿Y siempre está así?
- No abuela... - parecía que se creía lo que le estaba contando – Me ocurre muy a menudo, y para calmarla he de hacerme una masturbación hasta que me desahogo.
- ¡Pues nada hijo! - me dijo preocupada e intentando animarme – Ve y acaba con eso...
- Pero no es tan fácil... - le hablaba a mi abuela y no llegaba a creerme que se lo creyera todo – Hay veces que me tengo que hacer dos seguidas para acabar con este mal... - hice como que me entristecía - Pero lo malo es que de tanto usar mi mano para tranquilizarme, me he lastimado la muñeca y apenas tengo fuerza... - me toqué la polla por encima del pantalón y puse una mueca fingiendo dolor - ¡Llevó toda esta semana que se pone así y no puedo aliviarme! - dejé mi mano apretando suavemente mi polla en mi pantalón, haciendo que se marcara bien mientras ella la miraba pensativa.
- Hijo, y el médico ¿qué te ha dicho? - preguntaba y parecía que se creía las mentiras que le contaba.
- ¡Abuela! - dije como si me escandalizara un poco - ¡Me da vergüenza! En el pueblo lo que hay es una médica, e ir con esto...
- Ya hijo, ya... - estaba totalmente metida en mi mentira.
- Me voy a echar un rato a ver si se me pasa y puedo descansar, esto ya empieza a dolerme... - hice como que me iba y me volví - Abuela, me temo que los médicos me den medicamentos y al final consigan dejarme impotente... - me acerqué a ella para que viera mi erección mejor – He leído por internet que las soluciones médicas pueden acabar degenerando en impotencia... ¡Y eso me da miedo!
- ¡Eso no hijo! - me dijo – Recuerdo los últimos años de tu abuelo... lo pasó muy mal...
- Bueno, voy a la cama un rato... - me giré y empecé a caminar como si aquel dolor no me dejara andar bien, llegué a la puerta de la habitación.
- ¡Espera hijo! - me dijo mi abuela levantándose de la mecedora - ¿Y si te pongo un trapo mojado en agua fría? Tal vez la tranquilice...
- Si me puedes hacer el favor... - alucinaba al ver que mi abuela no sólo se lo había creído, sino que además se prestaba a hacerme un tratamiento.
Se levantó y salió de la habitación. Volvió unos minutos después con una palangana pequeña llena de agua en la que flotaban varios hielos. La puso en la mesa y buscó en el mueble hasta sacar unas cuantas gasas de tamaño medio. Acercó la mecedora a la mesa y se sentó junto a todas las cosas que había traído.
- ¡A ver, sácala! - me dijo y mi polla creció un poco más por la excitación que me producía enseñarle la polla a mi abuela, a mi crédula abuela.
- Me da vergüenza... - simulé que me sentía cohibido.
- ¡Vamos niño, no seas tonto! - me regañó y sus manos agarraron la hebilla de mi cinturón y lo desabrochó, después bajó la cremallera y quitó el botón, dejó caer el pantalón hasta mis tobillos – Vamos, tenemos que ver si con esto se soluciona... - agarró el filo de mi ropa interior y la bajó hasta mis rodillas, mi polla estaba erecta y apuntando a su cara directamente - ¡Joder hijo, de quién has heredado esto! - yo sentía como palpitaba mi polla al estar delante de mi abuela, la excitación hizo que botara varias veces, como si la saludara - ¡A ver si esto funciona! - puso una gasa mojada bajo mi glande y otra por encima, me miró a la cara sonriendo - ¿Mejor?
- ¡Sí abuela! - aunque el agua estaba muy fría, mi excitación era mayor y aquello me daba placer. Agarré sus manos y la hice moverse a lo largo de toda la longitud – Va mejor abuela, va mejor... - no pude remediarlo, casi sin darme cuenta entre tanta excitación, empecé a eyacular contra el cuerpo de mi abuela - ¡Lo siento, lo siento! - le decía mientras me convulsionaba con cada descarga de semen - ¡Perdona, perdona! - la miré cuando acabó de salir el semen.
- ¡Bien hijo, bien! - me dijo sonriendo mientras veía cómo su ropa estaba llena de las salpicaduras de mi semen, incluso junto a la comisura de sus labios tenía una gota blanca – Ahora ya ha acabado todo, ya ha salido y se te bajará - ella mantenía mi polla entre los trapos húmedos, los deslizaba a todo lo largo de mi polla para que se apaciguara aquella erección que no acababa de desaparecer, varios minutos después y tras frotar aquellos trapos, mi erección era igual de intensa - ¡No puede ser! - me dijo mojando otra vez los trapos.
- ¡No abuela! - le dije cogiendo sus manos – Creo que el agua no hace nada... - ella soltó los trapos en el agua y me agaché para besar sus manos – Gracias por lo que has hecho, pero creo que sólo lo soluciona si me masturbo... - volví a besar sus manos - Aguantaré este dolor hasta que tenga mi mano bien... - Subía los calzoncillos poco a poco mientras veía que ella me observaba.
- ¡Tranquilo hijo! - me dijo apartando mis manos mientras volvía a bajar mis calzoncillos – Te masturbaré yo, pero no le digas a nadie que hemos hecho esto...
- ¡Pero abuela! - me mostraba tímido a que sus manos me masturbaran directamente y deseaba que la agarrara de una vez y eyacular de nuevo.
Su mano se aferró a mi gruesa polla, empezó a moverla a todo lo largo y el placer me invadía. La miraba, me fijaba como sus tetas se bamboleaban bajo la tela de aquella bata que tenía manchada con mi semen. La gota de semen junto a la comisura de su boca resbalaba poco a poco hacia su barbilla, inconscientemente la recogió con un dedo y se la llevó a la boca. Llevé mis manos hacía su bata y empecé a desabrochar el primer botón, ella intentó separarse.
- Es para que no te la manche más... - seguí desabrochando el primer botón y después otro y otro más, separé la tela y dejé sus tetas al aire - ¡Gracias abuela! - la miré a los ojos y ella me sonrió un poco forzada, pero sin dejar de agitar mi polla mientras que yo veía como sus tetas de oscuros y erectos pezones se agitaban.
- ¡Vamos hijo, acaba ya, por favor! - ella no dejaba de agitar mi polla y yo hacía todo lo posible por no correrme – Esto es muy embarazoso...
- ¡Gracias abuela por pasar este mal rato para ayudarme! - la veía esforzándose en masturbarme para que me corriera, no se lo iba a poner fácil - ¡Con tus cuidados me curaré de esta enfermedad! - puse mis manos sobre sus hombros, no quería correrme, pero su mano se agitaba con tanta maestría, que sentía que me iba a correr de un momento a otro - ¡Abuela, qué tetas más bonitas tienes!
- No me hables así y córrete ya... - su mano causaba estragos en mi polla que iba a reventar - ¡Vamos niño, no puedo más!
- ¡Sólo déjame qué te toque las tetas y me corro! - no llegó a darme permiso, pero mis manos agarraron sus tetas y las juntaron para depositar sobre ellas mi semen.
- ¡Pero qué haces...! - intentó protestar y un gran chorro de semen golpeó en su cara, salpicando y entrando parte en su boca - ¡Joder! - protestó, pero no dejó de masturbarme mientras dirigía la polla hacia sus tetas que mantenía juntas con mis manos.
Mis piernas temblaban con el placer que me había dado mi abuela. Caminé con dificultad hacia atrás y caí arrumbado sobre el sillón, con mis pantalones por los tobillos y mi polla botando por el placer que había sentido. Mi abuela se levantó y salió ligera de la habitación hacia el baño, escuché como cerraba la puerta y abría la ducha. Tal vez se había arrepentido de lo que había hecho y quería lavar su asqueroso acto incestuoso. Tras varios minutos, me levanté y me limpié un poco con una servilleta que había en la mesa, después me subí la ropa y esperé a que mi abuela volviera para ver cómo estaba.
Regresó muy seria, se sentó en su mecedora y miraba la televisión sin decir nada. Me levanté y caminé hacia ella, me arrodillé a su lado y cogiendo su mano empecé a hablarle.
- ¡Gracias abu...!
- ¡Calla! - no me dejó acabar con mucho enfado - ¡Esto no ha pasado y punto!
Me levanté y me fui a mi habitación mientras ella quedó viendo la televisión. Me eché en la cama y disfruté del recuerdo de la gran paja que me había hecho mi abuela. Tal vez debería seguir insistiendo con mi problema, tal vez ella tenga una solución, aunque no sea definitiva, pero seguro que será muy placentera... por lo menos para mí.
3 comentarios - Mi abuela vive su segunda Juventud