No existen palabras para describir el placer que fue escribir este relato en conjunto con @horrotika; dos genios del erotismo y expertos en alborotar ratones, propios y ajenos. Espero les guste, tanto como a nosotros escribirlo.
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La música alta, las tenues luces, el bar era una especie de capsula donde se necesitaba afinar la visión para poder distinguir las siluetas. Había mesas rodeadas por sillones de cuero contra la pared, y un pasillo que las separaba de un escenario redondo con una silla en el centro. Con Ariana nos acomodamos en una y pedimos algo de tomar. Al traernos los tragos, le pregunto al mesero de que se trataba el espectáculo, si era que habría uno. –Un recital de poesía erótica-nos guiñó el ojo, y se fue hacia la oscuridad de la barra. Con Ariana nos miramos, y algo, no sé muy bien que, cambió radicalmente en la atmosfera del lugar. Ambos lo sentimos. Después de un beso lento y húmedo, ella se paró y fue hacia el baño. Somos pareja hace casi quince años, y nada puede evitar que al contacto con sus labios, la pija se me empiece a poner gomosa. Mas al verla caminar, admirarle las formas que se recortan en la oscuridad, recorrerla con el deseo de un desconocido y el placer de ser degustador diario de ese banquete. En el escenario las luces se prendían y apagaban como prueba. Bebí, y trate de acomodar con disimulo la erección que chocaba con el cierre, lo logro a medias. La música dejo de ser estridente y marchosa. Paulatinamente pero con notoriedad, se transformó en un viaje eróticamente oscuro, envolvente, y el bullicio mudo de los presentes hacía prever que en el escenario algo estaba pronto a suceder…
El baño era amplio y con un espejo que ocupaba toda la pared de los lavados. Los bocks limpios, lindos, pero algo chicos para hacer otra cosa que no sea lo predeterminado. Cuando me baje la bombacha y deje salir el líquido tibio, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Era verdad que ya venía calentita de dejársela dura a Ignacio en la mesa, pero a nivel sensorial sucedía algo más. Termine y salí hacia el espejo. Al lado, una chica se pintaba los labios. La mire, me pareció erótica en el más amplio de los sentidos. Le dije: “Estas hermosa, le vas a partir la cabeza” le sugerí como piropo y era verdad, pues estaba tan deseable en ese vestido ajustado, corto, que dejaban ver las divinas formas de su anatomía. ”Espero, porque ahora salgo al escenario a recitar…” “poesía erótica, te vinimos a ver con mi marido, estamos justo al frente de escenario” le interrumpí, y aproveche el dato el chico que nos trajo los tragos. Ella se sorprendió, sonrió, se pasó la lengua por los labios para emparejarse la pintura, y me acaricio la mejilla suavemente antes de irse. El contacto, leve, casi angelical, me había puesto como una locomotora y no sabía siquiera que rumbo tomar para llegar a la mesa. Esa mujer tenía algo magnético, y era cuestión de minutos para comprobarlo con creces…
No suele ocurrirme seguido, a decir verdad nunca me había ocurrido lo que en aquel baño antes de salir al escenario. Una mujer, un tanto mayor que yo, pero sumamente atractiva se acercara a mí y me tirara un piropo. Uno sutil, de esos de los que difícilmente se lo pueda escuchar de un hombre. “Estas hermosa, le vas a partir la cabeza” fue suficiente para encender algo en mi interior. Una chispa, una pequeña electricidad empezaba a gestarse. ¿Habrá sido eso? ¿O habrá sido la mezcla de alcohol y nervios por salir al escenario? No, definitivamente fueron sus palabras, y la manera en la que me miró. Tenía una mirada cautivante, profunda, pero al mismo tiempo dulce y encantadora. Quería provocarla un poco, quería ver hasta dónde podía llegar ese jueguito, hasta ahora inocente. Asi que terminé de arreglarme el maquillaje pasando mi lengua muy lentamente por mis labios, la acaricié en una mejilla y salí rumbo al escenario. Una vez allí los busqué, a ella y a su marido, entre el público e intenté brindarles una velada casi personal. Mirándolos casi fijamente intenté que sintieran que las palabras de Juan Gelman en “Oracion” que estaba recitando eran solo para ellos, que todo el lugar estaba arreglado para ellos. Al parecer funcionó. Al finalizar mi presentación y luego de los aplausos, ambos se acercaron al escenario. Nos presentamos, y me invitaron a sentarme con ellos. Acepté gustosa.
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Cuando Ariana volvió y me contó lo que había pasado en el baño, yo seguía peleando para que no se me notara la erección. Me rendí, pues sus palabras y la calentura con que salían de sus labios me anunciaban que esa pelea estaba perdida, y mucho más, cuando desde el escenario, la misteriosa dama de las caricias recitaba estrofas ardientes, morbosas, con delicados movimientos hipnotizantes, que tenían a todo el público cautivo de sus verbalidad, pero sus miradas eran nuestras. Todo el show de sus ojos estaba enfocado hacia nuestra mesa. Con Ariana nos acariciábamos las manos sobre la mesa, y también por debajo. No sé bien en que momento fue, pero mi pija dura estaba libre, camuflada bajo la mesa, sintiendo la presión de los dedos descarados de Ariana, que me la apretaba y sacudía con firme intensión. Yo me las había ingeniado para pasar mis dedos por el costado de la tanga de Ariana, y estimulaba el endurecido clítoris con la yema de mis dedos, que empezaban a sentir la dulce viscosidad al tacto.
Esa mínima caricia, casi angelical e inocente, sumado al clima creado por su magnetismo y su decir desde el escenario, me estaban llevando por un camino peligroso, pero encantador. Los dedos de Ignacio me estaban haciendo temblar, y mis ojos no salían de ella. Pensé que se había dado cuenta de que nos estábamos masturbando el uno al otro, pues creo que nos estuvo mirando todo el tiempo, y nuestras caras, nuestros semblantes, estaban desencajados de excitación. Por un momento creí que nuestras respiraciones agitadas, y el chasquido de las salvajes y disimuladas caricias que nos estábamos propinando estaban llamando su atención Estábamos en trance, sin dudas, hasta que un aplauso que pareció aturdirnos, rompió el idilio erotómano de la secuencia, y nos acomodamos para aplaudir también. Nos pusimos de pie. A Ignacio el bulto le estaba por estallar, pero igual nos acercamos al escenario a saludarla. No sabíamos su nombre, pero supimos al instante que un fuego epidérmico ardía en nuestros cuerpos, y no podíamos no hacérselo saber.
-¿Qué tal? Caro, un gusto. -Ariana -Ignacio. Cada uno se presentó, nos saludamos con besos en las mejillas y nos sentamos. La mesa era redonda, y lo suficientemente chica como para que los tres hayamos quedados a igual distancia uno de otro. Mantuvieron las luces del bar bajas, sonaba música muy suave, algo tipo blues o jazz, un género muy erótico a mi parecer. No sé explicarlo, pero había algo en el aire, algo que solo lo percibíamos nosotros tres. Como una suerte de imán que no nos permitía sacarnos los ojos -y por momentos las manos- de encima. En mi estómago un cosquilleo cada vez que ella me miraba, con esa mirada de mujer que se sabe linda, deseada. O cada vez que él muy sutilmente rozaba mi mano por sobre la mesa. Al principio, cuando él lo hacía yo la miraba a ella, como tanteando el terreno, como viendo su reacción. No la disgustaba, incluso creo que le agradaba lo que veía, por lo que me dejé llevar. La charla, al principio algo banal, se convirtió en un constante ida y vuelta de insinuaciones subidas de tono, de miradas lujuriosas, de roces suaves, caricias que intentaban seguir más allá de lo públicamente permitido. Tomo coraje y, en lo que parecía un arrebato de calentura adolescente, los invito al apartado que tiene al bar en la planta alta, una suerte de camerino o sala donde se puede esperar la salida al escenario. Espero su respuesta, durante el instante en el que se miran como consultándose. Y responden…
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Cuando de la boca de Caro surgió la invitación a ese apartado, mis piernas, mi cuerpo, mi pija, sintieron el impacto. Miré a Ariana, y comprendí que el infierno estaba acariciando su puerta, su mirada no hizo más que endurecer más mi situación. Sus expresivos ojos, su boca entreabierta, sus movimientos imperceptibles, los cuales se leer con inequívoca calentura, me contaban que la hoguera estaba encendida y que no había otra respuesta posible que no sea la de subir. Sentí la mano de Ariana que volvía a hurgar en mis pantalones. Ese juego de lo invisible debajo de la mesa y las expresiones que están flotando sobre el mantel, como secuencias disociadas que están atravesadas por la misma frecuencia, estaba poniendo suspenso a la respuesta innecesaria. Nos miramos los tres. Ariana seguía con su braille preguntando a mi pija que opinaba, y por las expresiones de los rostros de ambas damas, también se estaban preguntando cosas entre ellas, con los labios húmedos, sobre las telas de sus prendas íntimas atestiguando ese dialogo. Extasiado viéndolas, imaginando lo que está pasando entre ellas bajo la mesa, una electricidad me asalta. Otra mano, desconocida, tibia, sexualmente transpirada, suave, sugestiva, comparte el juego con los dedos de Ariana. Busco los ojos de Caro. Los tengo clavados en los míos. No puedo evitar morderme el labio. Los tres hacemos lo mismo.
Escucharla decir, verle la boca carnosa, roja, que modula con el erotismo de una mujer Délfica la invitación a su intimidad, me hace sentir provocada en el más virtuoso de los sentidos, y necesito saber que parte del control de lo que va a venir va a ser mío. Antes de ir a ese lugar que en mí imaginario suena como una de las habitaciones descriptas en la novela de Pauline Réage, Historia de O, necesito poner a prueba nuestra piel, nuestro deseo, nuestro disfrute. La pija de Ignacio está a punto de hacerme ampollas en los dedos, hierve su carne, se la aprieto, y la presión de sus venas laten, mi mano es un tensiómetro de su erección. Nadie responde nada, al menos con palabras, pues lo que se escucha es el susurro pasional de las miradas. Caro no baja la mirada, en verdad nadie lo hace. Todos estamos jugando a adivinar qué es lo que pasa dentro de la mente de del otro. Con mi otra mano me deslizo a través de los muslos de Caro, que abre las piernas al instante, muestras sus ojos firmes indican que no es de las que se quedan sin contestación. Su mano entra en mi bombacha, sus hábiles dedos encuentran con facilidad mi clítoris, que está completamente erecto ante lo que está sucediendo. Siento sus dedos dentro de mí, también los de Ignacio, y también los de ella y los míos que se entrelazan sobre él, y las caricias de él que se suman a las mías abriendo los pétalos de la flor de lis de nuestra exquisita amiga… La respuesta estaba dicha sin hablar. Nos paramos en un espasmo de excitación. Tomé la mano de Caro y me deje llevar escaleras arriba. Detrás nuestro, Ignacio disfrutando del espectáculo de nuestras formas escalón tras escalón. Me animo y la beso. Ella aprieta con más fuerza mi mano y me arrastra suavemente hacia la sala misteriosa.
El calor del infierno podía sentirse en nuestras manos acariciándonos por debajo de la mesa. Labios húmedos, miradas provocadoras, temperaturas elevadas, respiraciones entrecortadas, roces indecentes.. todo en juego en un lenguaje de señas que parecía que solo nosotros tres entendíamos. Cuando todo nuestro cuerpo terminó de hablar nos dirigimos a la escalera, Ariana y yo por delante, Ignacio entretenido con la vista obtenida un par de escalones por debajo. En uno de los descansos, ella me arrincona contra la pared y me besa con pasión desenfrenada por momentos, y por momentos con una delicadeza que no coincidía con lo que acababa de suceder en la mesa. Subo la apuesta y llevo mi mano derecha hasta su cintura, y deslizándola suavemente hasta su cola la aprieto contra mí. Con mi mano izquierda acaricio el costado de tu cuello. Veo de reojo la mirada lasciva de Ignacio, bajo un poco la vista y veo que se acomoda la dureza que sigue en aumento y pide desesperadamente ser liberada. Terminamos de subir las escaleras, y ahí nos esperaba, como si estuviera preparado para que podamos liberar nuestros deseos: una especie de diván, pero amplio y con cómodos almohadones. Casi sin despegar nuestros labios la guío hacia el mismo mientras voy desabrochando los botones del vestido que lleva puesto, dejándolo caer a sus pies. Se recuesta abriéndose, ofreciéndome como vista exquisita la tela de su ropa interior apenas pudiendo contener toda la humedad que emana de ella. No puedo hacer otra cosa que empezar a besar los labios que aún no había probado. Mientras, Ignacio en mi espalda, hacía lo suyo bajando el cierre de mi vestido.
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Verlas comerse a besos desde esta especie de podio, en el cual ocupo la posición más baja para deleite de mis ojos, no hace más que reafirmar el dolor de mi bruta erección. Estaba a punto de desabrocharme el pantalón para liberarla opresión, cuando empiezan a caminar hacia arriba pegadas como estaban, y haciendo de la dificultad de subir las escaleras un rito plagado de erotismo y deseo, al menos para mí, el privilegiado que observa a estas hembras que se sueltan al desenfreno amatorio de sus femeninos cuerpos. En el pequeño cuarto se abre paso un amplio sillón con almohadones. Ariana camina hacia atrás, comandada por Caro, quien conoce de memoria el lugar, y utiliza esa herramienta en favor de los tres. Los pasionales besos no ceden, hasta que las pantorrillas de Ariana chocan con la suavidad del cuero del sillón, al que fue arreada con destreza en el arte de besar y caminar que demuestra nuestra amiga. Caro la empuja con suavidad. Todo parece en cámara lenta, todo es vertiginosamente lento, ardientemente escénico. Se arrodilla ante las piernas abiertas, a rezar con los labios pegados en la exquisita gruta que brilla en la penumbra como los ojos de una bestia hambrienta esperando el ataque. Ariana se deja, se entrega. La miro y sus ojos están ardiendo, sus labios se muerden, su rostro habla del placer que su templo siente entre gemidos sordos. No sé cuándo fue, pero mis pantalones ya estaban en el piso, y mis manos acariciando la espalda de Caro, que se movía al ritmo de sus lamidas. Comencé a desabrocharle el vestido. Su espalda desnuda, una invitación clara a seguir el camino de la intriga que se devela. Recorrí el camino hasta su cuello entre lamidas y mordiscos de pura calentura, de pasión incontenible. Bese la nuca, respire, aspiré, olí su cuello, lo besé, y fue casi inevitable que el acercamiento no termine en apoyada. Las telas que se interponían entre su piel y mi deseo llegaron hasta sus zapatos altos. Me moje la pija, que a esta altura era una dureza hirviente, y la coloque por debajo de su concha, la cual acaricie con el ida y vuelta de mi erección sobre su tanga. No me aguante más y se la corrí, y como un mecánico, de espaldas al suelo, me deslizo hasta sus labios rosas, los lamo, acaricio, y saco de su capuchón el duro clítoris, que al contacto de mi lengua ensalivada y eléctrica, latió hasta que lo mordí con suavidad entre mis incisivos, mientras la punta de mi lengua, desde detrás de los dientes, juega en círculos con esa sortija rubí, que ante el estímulo que merece provoca una descarga, un refusilo, una marea de perfumes afrodisiacos, que estallan sobre mi cara de una manera abundante. Intento tragar todo sus jugos. No lo logro, pero mi lengua sigue buscando en ella y encontrando en mí. Escucho los gemidos de placer que Ariana suelta y entiendo que la pija me está por estallar, y esto por lo visto, es solo el principio de una larga noche.
Sentir a Caro jugar entre mis piernas es una experiencia nueva. Su suavidad salvaje sabe lo que hace, tal vez no por experiencia sino por conocedora en carne propia de lo que hay que saber hacer. Me entrego. Ignacio está detrás de Caro, recorriéndola. No le veo la pija, pero sé que la debe tener al palo. Extrañamente eso me da celos y me clienta a la vez. Nuestras miradas conversan y pronto entiendo que en esto estamos juntos… los tres. Veo que se moja la pija y la apoya con esa intensión caliente de tener que refregar la carne sobre la carne. Un orgasmo instantáneo me hace apretar los dientes, y apretarle con mis muslos la cabeza. Tengo la concha empapada, y el clítoris temblando como un badajo de campana interminable. Veo a Ignacio que se pone debajo de Caro, y eso se traduce en un nuevo comienzo del trabajo de esa fémina lengua sobre mi epicentro, que empieza a subir de escala y se adueña de mi cuerpo por completo. La unión de los cuerpos hecho un movimiento de compases que encajan unos con otros, de melodías que incentivan a activar los sensores de las lenguas, de las bocas. Las papilas gustativas reconociendo nuevos sabores que al mezclarse tienen la familiaridad de calentarnos al unísono, de fomentar el incendio en la territorialidad carnal, sensorial, placentera del otro. Me incorporo, la beso con desesperada necesidad, siento su lengua y el gusto a mí en su boca. Espío y veo a Ignacio perdido entre las piernas acuclilladas de Caro, que tiembla anunciando que esta por acabar. Veo la redondez de sus tetas que se mueven al ritmo desenfrenado del estallido de sus entrañas. Nos miramos y nos sonreímos. La vuelvo a besar, y con necesidad de sentirla, la empujo a que termine de arrancarme el orgasmo que gestó con su estupenda chupada. Ataca mi clítoris con la voracidad de su propio orgasmo que la está prendiéndose fuego sobre la boca de Ignacio. Los fuegos artificiales de la sensación animal de derramar llamas liquidas ya agotó la mecha y estallamos, como un Big Bang de calentura, que crea un micro universo de pieles que se superponen, de fluidos que se saborean, de cuerpos que se invaden, los nuestros, con la única misión de conquistar al otro, de compartir al otro, de saborear al otro…
Luego de sentir a Ariana acabar en mi boca, del beso apasionado que nos dimos, y con Ignacio sin desprenderse de mi clítoris vuelvo a encenderme. Me aferro con devoción nuevamente al placer de ella, llevándola casi al unísono conmigo al segundo orgasmo de ambas. El segundo menos intenso pero igual de placentero, nos deja a las dos mujeres satisfechas del placer que puede provocar el mismo género, pero deseosas de un volcán de blanca lava. Nos miramos con lascivia relamiendo nuestros propios labios y aprovechando esa conexión que logramos donde hablamos sin hablar, hacemos que Ignacio se acomode en el diván. Nos acomodamos una a cada uno de sus lados y empezamos con la grata tarea de poner a ese volcán en erupción. En un juego donde nuestras manos se turnan con nuestras lenguas y nuestros labios se dan tiempo tanto de saborear esa pija con creciente desespero como de volver a probar los labios al otro lado de esa erección, podemos ver cómo él se encuentra fuera de sí, tumbado sobre su espalda acariciando la nuestra. Disfrutando como la mujer a la que puede probar todos los días y esta invitada ocasional recorren centímetro a centímetro la prominente ofrenda que nos da. Cuando el volcán está a punto de estallar, él se incorpora y se pone de frente al diván. Ariana y yo nos sentamos, una al lado de la otra, en el diván a esperar. A esperar esa espesa y blanca recompensa de la que fuimos acreedoras gracias al esmerado cariño que le propiciamos. La recibimos gustosa cuando llega salpicando nuestras bocas y rostros, culminando dicha escena limpiamos mutuamente el rostro de la otra con la propia lengua, y nos fundimos en un beso apasionado que cierra de la mejor manera éste, nuestro primer encuentro.
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La música alta, las tenues luces, el bar era una especie de capsula donde se necesitaba afinar la visión para poder distinguir las siluetas. Había mesas rodeadas por sillones de cuero contra la pared, y un pasillo que las separaba de un escenario redondo con una silla en el centro. Con Ariana nos acomodamos en una y pedimos algo de tomar. Al traernos los tragos, le pregunto al mesero de que se trataba el espectáculo, si era que habría uno. –Un recital de poesía erótica-nos guiñó el ojo, y se fue hacia la oscuridad de la barra. Con Ariana nos miramos, y algo, no sé muy bien que, cambió radicalmente en la atmosfera del lugar. Ambos lo sentimos. Después de un beso lento y húmedo, ella se paró y fue hacia el baño. Somos pareja hace casi quince años, y nada puede evitar que al contacto con sus labios, la pija se me empiece a poner gomosa. Mas al verla caminar, admirarle las formas que se recortan en la oscuridad, recorrerla con el deseo de un desconocido y el placer de ser degustador diario de ese banquete. En el escenario las luces se prendían y apagaban como prueba. Bebí, y trate de acomodar con disimulo la erección que chocaba con el cierre, lo logro a medias. La música dejo de ser estridente y marchosa. Paulatinamente pero con notoriedad, se transformó en un viaje eróticamente oscuro, envolvente, y el bullicio mudo de los presentes hacía prever que en el escenario algo estaba pronto a suceder…
El baño era amplio y con un espejo que ocupaba toda la pared de los lavados. Los bocks limpios, lindos, pero algo chicos para hacer otra cosa que no sea lo predeterminado. Cuando me baje la bombacha y deje salir el líquido tibio, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Era verdad que ya venía calentita de dejársela dura a Ignacio en la mesa, pero a nivel sensorial sucedía algo más. Termine y salí hacia el espejo. Al lado, una chica se pintaba los labios. La mire, me pareció erótica en el más amplio de los sentidos. Le dije: “Estas hermosa, le vas a partir la cabeza” le sugerí como piropo y era verdad, pues estaba tan deseable en ese vestido ajustado, corto, que dejaban ver las divinas formas de su anatomía. ”Espero, porque ahora salgo al escenario a recitar…” “poesía erótica, te vinimos a ver con mi marido, estamos justo al frente de escenario” le interrumpí, y aproveche el dato el chico que nos trajo los tragos. Ella se sorprendió, sonrió, se pasó la lengua por los labios para emparejarse la pintura, y me acaricio la mejilla suavemente antes de irse. El contacto, leve, casi angelical, me había puesto como una locomotora y no sabía siquiera que rumbo tomar para llegar a la mesa. Esa mujer tenía algo magnético, y era cuestión de minutos para comprobarlo con creces…
No suele ocurrirme seguido, a decir verdad nunca me había ocurrido lo que en aquel baño antes de salir al escenario. Una mujer, un tanto mayor que yo, pero sumamente atractiva se acercara a mí y me tirara un piropo. Uno sutil, de esos de los que difícilmente se lo pueda escuchar de un hombre. “Estas hermosa, le vas a partir la cabeza” fue suficiente para encender algo en mi interior. Una chispa, una pequeña electricidad empezaba a gestarse. ¿Habrá sido eso? ¿O habrá sido la mezcla de alcohol y nervios por salir al escenario? No, definitivamente fueron sus palabras, y la manera en la que me miró. Tenía una mirada cautivante, profunda, pero al mismo tiempo dulce y encantadora. Quería provocarla un poco, quería ver hasta dónde podía llegar ese jueguito, hasta ahora inocente. Asi que terminé de arreglarme el maquillaje pasando mi lengua muy lentamente por mis labios, la acaricié en una mejilla y salí rumbo al escenario. Una vez allí los busqué, a ella y a su marido, entre el público e intenté brindarles una velada casi personal. Mirándolos casi fijamente intenté que sintieran que las palabras de Juan Gelman en “Oracion” que estaba recitando eran solo para ellos, que todo el lugar estaba arreglado para ellos. Al parecer funcionó. Al finalizar mi presentación y luego de los aplausos, ambos se acercaron al escenario. Nos presentamos, y me invitaron a sentarme con ellos. Acepté gustosa.
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Cuando Ariana volvió y me contó lo que había pasado en el baño, yo seguía peleando para que no se me notara la erección. Me rendí, pues sus palabras y la calentura con que salían de sus labios me anunciaban que esa pelea estaba perdida, y mucho más, cuando desde el escenario, la misteriosa dama de las caricias recitaba estrofas ardientes, morbosas, con delicados movimientos hipnotizantes, que tenían a todo el público cautivo de sus verbalidad, pero sus miradas eran nuestras. Todo el show de sus ojos estaba enfocado hacia nuestra mesa. Con Ariana nos acariciábamos las manos sobre la mesa, y también por debajo. No sé bien en que momento fue, pero mi pija dura estaba libre, camuflada bajo la mesa, sintiendo la presión de los dedos descarados de Ariana, que me la apretaba y sacudía con firme intensión. Yo me las había ingeniado para pasar mis dedos por el costado de la tanga de Ariana, y estimulaba el endurecido clítoris con la yema de mis dedos, que empezaban a sentir la dulce viscosidad al tacto.
Esa mínima caricia, casi angelical e inocente, sumado al clima creado por su magnetismo y su decir desde el escenario, me estaban llevando por un camino peligroso, pero encantador. Los dedos de Ignacio me estaban haciendo temblar, y mis ojos no salían de ella. Pensé que se había dado cuenta de que nos estábamos masturbando el uno al otro, pues creo que nos estuvo mirando todo el tiempo, y nuestras caras, nuestros semblantes, estaban desencajados de excitación. Por un momento creí que nuestras respiraciones agitadas, y el chasquido de las salvajes y disimuladas caricias que nos estábamos propinando estaban llamando su atención Estábamos en trance, sin dudas, hasta que un aplauso que pareció aturdirnos, rompió el idilio erotómano de la secuencia, y nos acomodamos para aplaudir también. Nos pusimos de pie. A Ignacio el bulto le estaba por estallar, pero igual nos acercamos al escenario a saludarla. No sabíamos su nombre, pero supimos al instante que un fuego epidérmico ardía en nuestros cuerpos, y no podíamos no hacérselo saber.
-¿Qué tal? Caro, un gusto. -Ariana -Ignacio. Cada uno se presentó, nos saludamos con besos en las mejillas y nos sentamos. La mesa era redonda, y lo suficientemente chica como para que los tres hayamos quedados a igual distancia uno de otro. Mantuvieron las luces del bar bajas, sonaba música muy suave, algo tipo blues o jazz, un género muy erótico a mi parecer. No sé explicarlo, pero había algo en el aire, algo que solo lo percibíamos nosotros tres. Como una suerte de imán que no nos permitía sacarnos los ojos -y por momentos las manos- de encima. En mi estómago un cosquilleo cada vez que ella me miraba, con esa mirada de mujer que se sabe linda, deseada. O cada vez que él muy sutilmente rozaba mi mano por sobre la mesa. Al principio, cuando él lo hacía yo la miraba a ella, como tanteando el terreno, como viendo su reacción. No la disgustaba, incluso creo que le agradaba lo que veía, por lo que me dejé llevar. La charla, al principio algo banal, se convirtió en un constante ida y vuelta de insinuaciones subidas de tono, de miradas lujuriosas, de roces suaves, caricias que intentaban seguir más allá de lo públicamente permitido. Tomo coraje y, en lo que parecía un arrebato de calentura adolescente, los invito al apartado que tiene al bar en la planta alta, una suerte de camerino o sala donde se puede esperar la salida al escenario. Espero su respuesta, durante el instante en el que se miran como consultándose. Y responden…
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Cuando de la boca de Caro surgió la invitación a ese apartado, mis piernas, mi cuerpo, mi pija, sintieron el impacto. Miré a Ariana, y comprendí que el infierno estaba acariciando su puerta, su mirada no hizo más que endurecer más mi situación. Sus expresivos ojos, su boca entreabierta, sus movimientos imperceptibles, los cuales se leer con inequívoca calentura, me contaban que la hoguera estaba encendida y que no había otra respuesta posible que no sea la de subir. Sentí la mano de Ariana que volvía a hurgar en mis pantalones. Ese juego de lo invisible debajo de la mesa y las expresiones que están flotando sobre el mantel, como secuencias disociadas que están atravesadas por la misma frecuencia, estaba poniendo suspenso a la respuesta innecesaria. Nos miramos los tres. Ariana seguía con su braille preguntando a mi pija que opinaba, y por las expresiones de los rostros de ambas damas, también se estaban preguntando cosas entre ellas, con los labios húmedos, sobre las telas de sus prendas íntimas atestiguando ese dialogo. Extasiado viéndolas, imaginando lo que está pasando entre ellas bajo la mesa, una electricidad me asalta. Otra mano, desconocida, tibia, sexualmente transpirada, suave, sugestiva, comparte el juego con los dedos de Ariana. Busco los ojos de Caro. Los tengo clavados en los míos. No puedo evitar morderme el labio. Los tres hacemos lo mismo.
Escucharla decir, verle la boca carnosa, roja, que modula con el erotismo de una mujer Délfica la invitación a su intimidad, me hace sentir provocada en el más virtuoso de los sentidos, y necesito saber que parte del control de lo que va a venir va a ser mío. Antes de ir a ese lugar que en mí imaginario suena como una de las habitaciones descriptas en la novela de Pauline Réage, Historia de O, necesito poner a prueba nuestra piel, nuestro deseo, nuestro disfrute. La pija de Ignacio está a punto de hacerme ampollas en los dedos, hierve su carne, se la aprieto, y la presión de sus venas laten, mi mano es un tensiómetro de su erección. Nadie responde nada, al menos con palabras, pues lo que se escucha es el susurro pasional de las miradas. Caro no baja la mirada, en verdad nadie lo hace. Todos estamos jugando a adivinar qué es lo que pasa dentro de la mente de del otro. Con mi otra mano me deslizo a través de los muslos de Caro, que abre las piernas al instante, muestras sus ojos firmes indican que no es de las que se quedan sin contestación. Su mano entra en mi bombacha, sus hábiles dedos encuentran con facilidad mi clítoris, que está completamente erecto ante lo que está sucediendo. Siento sus dedos dentro de mí, también los de Ignacio, y también los de ella y los míos que se entrelazan sobre él, y las caricias de él que se suman a las mías abriendo los pétalos de la flor de lis de nuestra exquisita amiga… La respuesta estaba dicha sin hablar. Nos paramos en un espasmo de excitación. Tomé la mano de Caro y me deje llevar escaleras arriba. Detrás nuestro, Ignacio disfrutando del espectáculo de nuestras formas escalón tras escalón. Me animo y la beso. Ella aprieta con más fuerza mi mano y me arrastra suavemente hacia la sala misteriosa.
El calor del infierno podía sentirse en nuestras manos acariciándonos por debajo de la mesa. Labios húmedos, miradas provocadoras, temperaturas elevadas, respiraciones entrecortadas, roces indecentes.. todo en juego en un lenguaje de señas que parecía que solo nosotros tres entendíamos. Cuando todo nuestro cuerpo terminó de hablar nos dirigimos a la escalera, Ariana y yo por delante, Ignacio entretenido con la vista obtenida un par de escalones por debajo. En uno de los descansos, ella me arrincona contra la pared y me besa con pasión desenfrenada por momentos, y por momentos con una delicadeza que no coincidía con lo que acababa de suceder en la mesa. Subo la apuesta y llevo mi mano derecha hasta su cintura, y deslizándola suavemente hasta su cola la aprieto contra mí. Con mi mano izquierda acaricio el costado de tu cuello. Veo de reojo la mirada lasciva de Ignacio, bajo un poco la vista y veo que se acomoda la dureza que sigue en aumento y pide desesperadamente ser liberada. Terminamos de subir las escaleras, y ahí nos esperaba, como si estuviera preparado para que podamos liberar nuestros deseos: una especie de diván, pero amplio y con cómodos almohadones. Casi sin despegar nuestros labios la guío hacia el mismo mientras voy desabrochando los botones del vestido que lleva puesto, dejándolo caer a sus pies. Se recuesta abriéndose, ofreciéndome como vista exquisita la tela de su ropa interior apenas pudiendo contener toda la humedad que emana de ella. No puedo hacer otra cosa que empezar a besar los labios que aún no había probado. Mientras, Ignacio en mi espalda, hacía lo suyo bajando el cierre de mi vestido.
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Verlas comerse a besos desde esta especie de podio, en el cual ocupo la posición más baja para deleite de mis ojos, no hace más que reafirmar el dolor de mi bruta erección. Estaba a punto de desabrocharme el pantalón para liberarla opresión, cuando empiezan a caminar hacia arriba pegadas como estaban, y haciendo de la dificultad de subir las escaleras un rito plagado de erotismo y deseo, al menos para mí, el privilegiado que observa a estas hembras que se sueltan al desenfreno amatorio de sus femeninos cuerpos. En el pequeño cuarto se abre paso un amplio sillón con almohadones. Ariana camina hacia atrás, comandada por Caro, quien conoce de memoria el lugar, y utiliza esa herramienta en favor de los tres. Los pasionales besos no ceden, hasta que las pantorrillas de Ariana chocan con la suavidad del cuero del sillón, al que fue arreada con destreza en el arte de besar y caminar que demuestra nuestra amiga. Caro la empuja con suavidad. Todo parece en cámara lenta, todo es vertiginosamente lento, ardientemente escénico. Se arrodilla ante las piernas abiertas, a rezar con los labios pegados en la exquisita gruta que brilla en la penumbra como los ojos de una bestia hambrienta esperando el ataque. Ariana se deja, se entrega. La miro y sus ojos están ardiendo, sus labios se muerden, su rostro habla del placer que su templo siente entre gemidos sordos. No sé cuándo fue, pero mis pantalones ya estaban en el piso, y mis manos acariciando la espalda de Caro, que se movía al ritmo de sus lamidas. Comencé a desabrocharle el vestido. Su espalda desnuda, una invitación clara a seguir el camino de la intriga que se devela. Recorrí el camino hasta su cuello entre lamidas y mordiscos de pura calentura, de pasión incontenible. Bese la nuca, respire, aspiré, olí su cuello, lo besé, y fue casi inevitable que el acercamiento no termine en apoyada. Las telas que se interponían entre su piel y mi deseo llegaron hasta sus zapatos altos. Me moje la pija, que a esta altura era una dureza hirviente, y la coloque por debajo de su concha, la cual acaricie con el ida y vuelta de mi erección sobre su tanga. No me aguante más y se la corrí, y como un mecánico, de espaldas al suelo, me deslizo hasta sus labios rosas, los lamo, acaricio, y saco de su capuchón el duro clítoris, que al contacto de mi lengua ensalivada y eléctrica, latió hasta que lo mordí con suavidad entre mis incisivos, mientras la punta de mi lengua, desde detrás de los dientes, juega en círculos con esa sortija rubí, que ante el estímulo que merece provoca una descarga, un refusilo, una marea de perfumes afrodisiacos, que estallan sobre mi cara de una manera abundante. Intento tragar todo sus jugos. No lo logro, pero mi lengua sigue buscando en ella y encontrando en mí. Escucho los gemidos de placer que Ariana suelta y entiendo que la pija me está por estallar, y esto por lo visto, es solo el principio de una larga noche.
Sentir a Caro jugar entre mis piernas es una experiencia nueva. Su suavidad salvaje sabe lo que hace, tal vez no por experiencia sino por conocedora en carne propia de lo que hay que saber hacer. Me entrego. Ignacio está detrás de Caro, recorriéndola. No le veo la pija, pero sé que la debe tener al palo. Extrañamente eso me da celos y me clienta a la vez. Nuestras miradas conversan y pronto entiendo que en esto estamos juntos… los tres. Veo que se moja la pija y la apoya con esa intensión caliente de tener que refregar la carne sobre la carne. Un orgasmo instantáneo me hace apretar los dientes, y apretarle con mis muslos la cabeza. Tengo la concha empapada, y el clítoris temblando como un badajo de campana interminable. Veo a Ignacio que se pone debajo de Caro, y eso se traduce en un nuevo comienzo del trabajo de esa fémina lengua sobre mi epicentro, que empieza a subir de escala y se adueña de mi cuerpo por completo. La unión de los cuerpos hecho un movimiento de compases que encajan unos con otros, de melodías que incentivan a activar los sensores de las lenguas, de las bocas. Las papilas gustativas reconociendo nuevos sabores que al mezclarse tienen la familiaridad de calentarnos al unísono, de fomentar el incendio en la territorialidad carnal, sensorial, placentera del otro. Me incorporo, la beso con desesperada necesidad, siento su lengua y el gusto a mí en su boca. Espío y veo a Ignacio perdido entre las piernas acuclilladas de Caro, que tiembla anunciando que esta por acabar. Veo la redondez de sus tetas que se mueven al ritmo desenfrenado del estallido de sus entrañas. Nos miramos y nos sonreímos. La vuelvo a besar, y con necesidad de sentirla, la empujo a que termine de arrancarme el orgasmo que gestó con su estupenda chupada. Ataca mi clítoris con la voracidad de su propio orgasmo que la está prendiéndose fuego sobre la boca de Ignacio. Los fuegos artificiales de la sensación animal de derramar llamas liquidas ya agotó la mecha y estallamos, como un Big Bang de calentura, que crea un micro universo de pieles que se superponen, de fluidos que se saborean, de cuerpos que se invaden, los nuestros, con la única misión de conquistar al otro, de compartir al otro, de saborear al otro…
Luego de sentir a Ariana acabar en mi boca, del beso apasionado que nos dimos, y con Ignacio sin desprenderse de mi clítoris vuelvo a encenderme. Me aferro con devoción nuevamente al placer de ella, llevándola casi al unísono conmigo al segundo orgasmo de ambas. El segundo menos intenso pero igual de placentero, nos deja a las dos mujeres satisfechas del placer que puede provocar el mismo género, pero deseosas de un volcán de blanca lava. Nos miramos con lascivia relamiendo nuestros propios labios y aprovechando esa conexión que logramos donde hablamos sin hablar, hacemos que Ignacio se acomode en el diván. Nos acomodamos una a cada uno de sus lados y empezamos con la grata tarea de poner a ese volcán en erupción. En un juego donde nuestras manos se turnan con nuestras lenguas y nuestros labios se dan tiempo tanto de saborear esa pija con creciente desespero como de volver a probar los labios al otro lado de esa erección, podemos ver cómo él se encuentra fuera de sí, tumbado sobre su espalda acariciando la nuestra. Disfrutando como la mujer a la que puede probar todos los días y esta invitada ocasional recorren centímetro a centímetro la prominente ofrenda que nos da. Cuando el volcán está a punto de estallar, él se incorpora y se pone de frente al diván. Ariana y yo nos sentamos, una al lado de la otra, en el diván a esperar. A esperar esa espesa y blanca recompensa de la que fuimos acreedoras gracias al esmerado cariño que le propiciamos. La recibimos gustosa cuando llega salpicando nuestras bocas y rostros, culminando dicha escena limpiamos mutuamente el rostro de la otra con la propia lengua, y nos fundimos en un beso apasionado que cierra de la mejor manera éste, nuestro primer encuentro.
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8 comentarios - Poesía erótica