morochitas
Ese viernes me quedé dormido. El despertador sonó, pero la fiaca, el frío en la ventana o mi sueño desarreglado por el llanto de mi bebé casi toda la noche hicieron que mi mano lo apague para entonces apolillar un ratito más. Además tenía que saber controlar los nervios de mi mujer que hacía dos semanas que había dado a luz a nuestro primer hijo. Tenía que ir al barrio de la Chacarita a pintar un techo, y ya estaba llegando tarde. Nunca me gustó ser impuntual. Encima el tráfico estaba tan denso como la llovizna que entristecía la ciudad.
A eso de las 11 arribé a la casa de la señora Graciela, quien no estaba, pero que cuando me contactó dijo que me abriría alguna de sus hijas.
Toqué varias veces el timbre y nada. Hasta que justo cuando me prendía un pucho para amenizar la espera, me abre una morochita con los ojos pegados, despeinada y con un conjunto pijama de short y remerita.
Fue amable. Me guió a la cocina donde estaba la porción de techo donde tenía que trabajar y puso agua para unos mates tras preguntarme si la acompañaba con algunos. En una ligera charla que tuvimos supe que se llamaba Sofía, que iba a quinto año pero que era pésima en el cole, al punto tal de que había repetido, que jugaba al fútbol y que era muy amiguera.
Cuando la vi mejor me enterneció con sus pantuflas de osito, pero también me calentó un poco cuando se tumbó en un sillón con las piernas abiertas. Era tetona, de sonrisa fácil y bastante inquieta.
De igual modo, todo lo que pudiera pensar o sentir debía quedar solo en la fantasía. En estos tiempos hay que respetar el laburo y no jugarse la vida por meterse en líos de pollera, decía mi viejo. Pero aquella vez tuvo que ser la excepción.
Cuando la nena tuvo el mate listo se tomó el primero, limpió un poco la mesa y me dio uno. Yo ya estaba subido en una silla para rasquetear la pintura vieja. Se lo devolví, tomó otro ella, me trajo otro con un bizcocho y así pasaron varios mates. De repente me detengo a mirarla mientras toma uno, sin que lo note, ¡y la guacha le pasaba la lengua a la bombilla como lamiendo un chupetín! Se reía, y después me cebaba uno como si nada. Pero tras el octavo o noveno se me re apoyó en el bulto.
Naturalmente pensé que fue sin querer. En el próximo me tocó el paquete sin vergüenza, y yo seguía incrédulo. Ya en el siguiente apoyó su cara en mi entrepierna donde la erección de mi pene era inocultable. Cuando le regresé el mate lo dejó sobre la mesa, y sin despegarse de mí me dijo:
¡dale, tocame las tetas!, levantándose la remerita.
Confuso, derrotado y en aprietos por la carne y lo impensado lo hice, y ella se atrevió a bajarme el cierre del short.
¡qué hacés pendeja!, le largué sin convicción, mientras mi mano se enamoraba de la piel desnuda de sus tetas perfectas, como dos pomelitos rosados. Fregó su cara en la tela estirada de mi bóxer y sacó sin ninguna traba mi pija gorda de allí para tocarla, olerla y darle tres lametazos que me dieron ganas de embarazarla hasta por el orto. Pero debía guardar mesura.
Cuando su lengua tocó el hueco de mi glande me estremecí de tal forma que casi me caigo de la silla; por lo que permanecí parado en el suelo dispuesto a gozar de la boquita de esa nena atrevida. Se la metió en la boca y gemía rapidito, lamía suave y se ahogaba bastante. En un momento se detuvo para decirme:
¿querés mirarme la bombacha?, y siguió chupándome la pija después de llevar su short hasta sus rodillas.
Me insistió para que vuelva a subirme a la silla y le obedecí. Ahí me lamió las bolas, besó mis piernas mientras meneaba mi pene, se lo pasó por las tetas que me quedaban a la altura justa, y luego, regresaba a mamarla como toda una experta, aunque sin espacio en su boca para la longitud de mi carne, con mucha saliva saliéndose de sus mejillas y usando excesivamente sus dientes. Yo hacía equilibrio con mis ojos en su culote rosa, con su colita como dos pompones al aire y en el hueco de sus piernas, donde divisé una conchita pelada y con algunos brillitos, acaso por algo de flujo resultado de su calentura.
Me salía de la vaina por olerla. Hasta que se oyeron unas llaves girar en la cerradura de la puerta de entrada. Quise zafarme y la eché. Pero ella no soltaba mi pija y seguía infalible. Por mucho que lo hiciera, en cuanto la despegaba de mí o le intentaba quitar su diversión la turrita me la mordía. Era peor la enfermedad que el remedio.
Apenas retumbó en la casa:
¡sofía, qué hacés con ese tipo putita?!, sentí que se me venía un bobazo, mientras veía enrojecerse el rostro de una chica alta, morocha de rulos, con un jean ajustado, camisa y pañuelo en el cuello, seguro unos años mayor que su hermana.
Le dio una cachetada a Sofía, le arregló la ropa y la acompañó a su cuarto entre empujones, jalones de pelo y frases como:
¡sos muy chiquita para putonear así pendeja, sos una trola y de esto mami se va a enterar!
Se oyó un portazo, y en medio de esa calma aparente intenté masturbarme para acabar con el dolor de mis huevos. Tenía la baba de esa nena en la pija todavía hinchada, y todo lo que anhelaba era salir corriendo y que se maten entre ellas.
Pero apenas la chica sale me interroga mientras tira su camisa al piso.
¿le pareció bien lo que hizo?, ¡usted es un hombre y mi hermana una niña, así que si no quiere problemas con la justicia me va a tener que contar cómo fue y cómo se la chupó esa pendeja!
Me desorientó porque la niña en cuestión ya tenía sus 18 bien puestos, y más cuando se quedó en musculosita sin corpiño, sin quitarle la mirada a mi pija dura, y ahora cada vez más al fotografiarle las tetas y el papo en ese jean hiper apretado.
De repente se me acercó y dijo en mi oído tras lamer mi oreja:
¿querés que te la chupe yo rico?, ¡mi hermanita ni se sabe lavar los calzones; no creo que te lo haga mejor que yo!; y se dedicó a pajearme con ambas manos, a darle unos golpesitos con su lengua y contra su cara. Se soltó el pelo, me amasó la pija, y en cuanto la ubicó en el rincón que se genera entre sus tetas y la musculosa se movió como si allí tuviese una concha, sin dejar de replicar:
¡dame lechita papi, ensuciame toda!
Claramente eso fue lo que pasó. Le germiné con mi semen su futuro manantial materno mientras ella me abría el culo y se frotaba más y más contra mi pito. Se sacó la remera empapada y entonces me la mamó con un estilo único. Me encantaba que cada vez que me la succionaba dijera: ¡haaam, qué rica pija!, que me ensalive el cuero y me la chupe haciendo una canasta con sus manos para mis huevos, que huela mi pija y que la lama despacito luego de escupirla con furia. Por momentos rozaba mi ano con un dedo, y eso me consumía tanto como cuando hurgaba en mi ombligo con su lengua.
Finalmente replicó:
¿querés verme en tanga papi?, y se sacó los zapatos de taco, el jean, cerró la cortina de la ventana y bailó para mí con una música imaginaria luciendo una tanguita roja que le partía el orto y combinaba con los poquitos vellos de su conchita.
¡bajate y sacamelá!, me ordenó; y en cuanto salté de la silla ella misma se la sacó, me sentó en un puf rasguñado por algún gato y se me sentó encima diciendo:
¡ahora quiero toda tu pija adentro, como si te cogieses a mi hermanita?, ¿te gustan las chiquititas cerdo, te gustaría que Sofi te haga pis en la verga?
Enseguida mi pija se instaló a morir en esa concha lubricada, con fiebre y con bastante recorrido al parecer. Ella tomó las riendas cavalgandome feroz, lamiendo mis tetillas y fregando sus pezones en mi piel, apretando mi cuello y cubriendo mi boca con su mano cuando me hacía gritar al arrancarme la barba. El ritmo era tan intenso que en varias ocasiones casi nos caíamos de tanta matraca.
Después se separó de mí y quiso que le dé unos chirlos fuertes en la cola mientras me hacía oler su tanga, y en breve fuimos a la cocina donde la arrinconé en el espacio que quedaba entre la heladera y un mueble. Ahí se la calcé en la conchita pero ahora ella me daba la espalda y yo me sostenía de sus tetas. Gemía bajito diciendo:
¡dale papi, dame leche, cogéme toda, cógeme, cogeme así, bien cogida!, me pedía que le meta un dedo en el culo y que le aprete el cuello.
Pero justo cuando mi semen comenzaba a nadar en su útero ni bien me dijo que quería verme haciéndole la colita a su hermana, una señora de unos 45 años nos cortó el mambo hablando de denunciarme, dejarme en la calle, sin familia y de desterrarme del país si fuera posible, entre puteadas, gritos y golpes de carpetas contra la mesa.
Era la madre de las chicas, la señora Graciela.
Para colmo de males encontró escondida detrás de una cortina a Sofía en bombacha y con las manos en la vagina. La guacha había visto casi todo.
Viki, la mayor, explicó a su madre que ya es grande para decidir con quién coger, y que de última lo tomara como un trabajo personal, como que ella me contrató para coger. Mi cabeza estaba al borde de estallar en la miseria más terrible y mi imaginación ya empezaba a encontrarse entre los fríos barrotes de una cárcel mugrienta y alejada de la provincia, mientras me enteraba que Viki hacía un año que no garchaba con su novio.
Graciela se armó de valor o de calma, le subió la bombacha a Sofía y la mandó a su cuarto otra vez. Luego se encerró en otra habitación con Viki tras advertirme que ni se me ocurra moverme. No sabía qué hacer, hasta que al fin Graciela salió en tetas y solo con esa calza apretada que le marcaba muy bien el culo. Detrás de ella también Viki en bombacha. Ella se sentó en el puf y la señora se hincó junto a mis piernas para mamarme la pija mientras decía:
¡más vale que te calles la boca y tengas lechita para mí sabés, porque a mi nena bien que le diste perro!
Mi pija había perdido grosor, pero apenas su lengua me la llenó de cosquillas, y encima con la otra pendeja en frente masturbándose se me re paró. ¡esa mujer sí que sabía lamerme los huevos!
Su lengua era como de seda, y cada vez que mi pija tocaba el límite de su garganta la mujer se ponía más loquita. Viki se pajeaba gimiendo y le faltaba el respeto a su madre diciendo que no sabe siquiera chupar una pija, y se ve que la cansó tanto que me llevó de la mano hasta su cuarto. Allí me empujó en la cama, me la mamó en cuatro patas sobre el suelo, y cuando supo que más dura no me la podía poner se montó en mis caderas para someterme a una cogida sin precedentes para mí. Se movía con la agilidad de una bailarina de danza árabe, y no quería que yo me mueva. Se hamacaba para atrás y adelante, fregaba sus nalgas y concha contra mis huevos, daba saltitos en mi glande. Me estiraba las tetillas, me metía los dedos en la boca para que se los muerda, presionaba mi nariz de vez en cuando, y por ahí cuando la tenía toda adentro se tocaba el clítoris sin moverse. Todo sin dejar de decirme robacunas, degenerado, hijo de puta y de jurarme que me iba a arrepentir de haber pisado esta casa.
Viki ya estaba paradita junto a la puerta tocándose desnuda y sin perder registro de nada, cuando Graciela me escupía la pija para chupeteármela un poquito y luego sentenciar:
¡ahora esta cola te va a dejar la pijita seca hijo de puta!, mientras se abría los cachetes y se pegaba.
Se colocó en cuatro con los pies en el suelo y el cuerpo sobre la cama con un almohadón bajo su abdomen para que sus manzanitas queden a la altura de mi pubis y, podría decirse que casi sin un esfuerzo se la clavé de una para martillar en su agujero con un salvajismo que ni yo mismo me conocía. Ella se pajeaba algo incómoda y me pedía más cuando yo sentía que la pija se me hinchaba demasiado en ese túnel perfecto, cegado por el olor a sexo de Viki que de a poquito se nos acercaba sin renunciar a su paja, y empalado por semejante culo siendo poseído por mi verga. Sentía los huevos pesados y quería acabar cuanto antes.
¡metete un dedo en el orto y no pares de cogerme guacho!, dijo la señora, y en cuanto le hice caso no pude más.
Pero ni bien la doña supo de mi urgencia, de un solo movimiento se salió de mi gobierno sexual, agarró a Viki de un brazo y ambas se arrodillaron para comerme la pija con lametazos y besitos tan tiernos que me hacían sentir que no podría morirme en un mejor lugar, repleto de felicidad. Los besos y gemiditos de Viki enojaban a su madre que le inculcaba mayor adultez y, apenas dijo:
¡toda esa lechita va a ser para esta zorrita otra vez, no papi?, te calientan las pendejitas mironas?, casi me desvanezco mientras brotaba mi semen como una catarata en la cara de Graciela y en la boca de Viki, que no paró de tocarse hasta entonces.
La mujer se vistió, pero no dejó de inspeccionar que su hija me limpie toda la pija con su lengua generosa. Luego salimos del cuarto mientras yo me arreglaba la ropa, Viki entró al baño, y la mujer fue muy clara conmigo.
¡mañana a las 4 de la tarde lo quiero acá… las nenas no van a estar pero sí algunas amigas mías y mi sobrina que tiene 18… a lo mejor le interesa la propuesta!
Me dio 500 pesos, un vaso de agua, un encendedor porque el mío ya no funcionaba, y me pidió un momento para terminar de vestirse. En ese tramo descubrí a Sofía en bombacha escondidita debajo de la mesa, y tuve una fuerte erección otra vez. Pero Viki me abrió y casi sin saludarme me dio mi riñonera, mi celular y mi maletín de herramientas para que me fuera.
Naturalmente no volví a esa casa, y todavía no me explico cómo esa abogada no me cagó la vida. Pero aquella experiencia es mi mejor legado, aunque el viejo desde arriba me haya puteado un poquito. fin
Ese viernes me quedé dormido. El despertador sonó, pero la fiaca, el frío en la ventana o mi sueño desarreglado por el llanto de mi bebé casi toda la noche hicieron que mi mano lo apague para entonces apolillar un ratito más. Además tenía que saber controlar los nervios de mi mujer que hacía dos semanas que había dado a luz a nuestro primer hijo. Tenía que ir al barrio de la Chacarita a pintar un techo, y ya estaba llegando tarde. Nunca me gustó ser impuntual. Encima el tráfico estaba tan denso como la llovizna que entristecía la ciudad.
A eso de las 11 arribé a la casa de la señora Graciela, quien no estaba, pero que cuando me contactó dijo que me abriría alguna de sus hijas.
Toqué varias veces el timbre y nada. Hasta que justo cuando me prendía un pucho para amenizar la espera, me abre una morochita con los ojos pegados, despeinada y con un conjunto pijama de short y remerita.
Fue amable. Me guió a la cocina donde estaba la porción de techo donde tenía que trabajar y puso agua para unos mates tras preguntarme si la acompañaba con algunos. En una ligera charla que tuvimos supe que se llamaba Sofía, que iba a quinto año pero que era pésima en el cole, al punto tal de que había repetido, que jugaba al fútbol y que era muy amiguera.
Cuando la vi mejor me enterneció con sus pantuflas de osito, pero también me calentó un poco cuando se tumbó en un sillón con las piernas abiertas. Era tetona, de sonrisa fácil y bastante inquieta.
De igual modo, todo lo que pudiera pensar o sentir debía quedar solo en la fantasía. En estos tiempos hay que respetar el laburo y no jugarse la vida por meterse en líos de pollera, decía mi viejo. Pero aquella vez tuvo que ser la excepción.
Cuando la nena tuvo el mate listo se tomó el primero, limpió un poco la mesa y me dio uno. Yo ya estaba subido en una silla para rasquetear la pintura vieja. Se lo devolví, tomó otro ella, me trajo otro con un bizcocho y así pasaron varios mates. De repente me detengo a mirarla mientras toma uno, sin que lo note, ¡y la guacha le pasaba la lengua a la bombilla como lamiendo un chupetín! Se reía, y después me cebaba uno como si nada. Pero tras el octavo o noveno se me re apoyó en el bulto.
Naturalmente pensé que fue sin querer. En el próximo me tocó el paquete sin vergüenza, y yo seguía incrédulo. Ya en el siguiente apoyó su cara en mi entrepierna donde la erección de mi pene era inocultable. Cuando le regresé el mate lo dejó sobre la mesa, y sin despegarse de mí me dijo:
¡dale, tocame las tetas!, levantándose la remerita.
Confuso, derrotado y en aprietos por la carne y lo impensado lo hice, y ella se atrevió a bajarme el cierre del short.
¡qué hacés pendeja!, le largué sin convicción, mientras mi mano se enamoraba de la piel desnuda de sus tetas perfectas, como dos pomelitos rosados. Fregó su cara en la tela estirada de mi bóxer y sacó sin ninguna traba mi pija gorda de allí para tocarla, olerla y darle tres lametazos que me dieron ganas de embarazarla hasta por el orto. Pero debía guardar mesura.
Cuando su lengua tocó el hueco de mi glande me estremecí de tal forma que casi me caigo de la silla; por lo que permanecí parado en el suelo dispuesto a gozar de la boquita de esa nena atrevida. Se la metió en la boca y gemía rapidito, lamía suave y se ahogaba bastante. En un momento se detuvo para decirme:
¿querés mirarme la bombacha?, y siguió chupándome la pija después de llevar su short hasta sus rodillas.
Me insistió para que vuelva a subirme a la silla y le obedecí. Ahí me lamió las bolas, besó mis piernas mientras meneaba mi pene, se lo pasó por las tetas que me quedaban a la altura justa, y luego, regresaba a mamarla como toda una experta, aunque sin espacio en su boca para la longitud de mi carne, con mucha saliva saliéndose de sus mejillas y usando excesivamente sus dientes. Yo hacía equilibrio con mis ojos en su culote rosa, con su colita como dos pompones al aire y en el hueco de sus piernas, donde divisé una conchita pelada y con algunos brillitos, acaso por algo de flujo resultado de su calentura.
Me salía de la vaina por olerla. Hasta que se oyeron unas llaves girar en la cerradura de la puerta de entrada. Quise zafarme y la eché. Pero ella no soltaba mi pija y seguía infalible. Por mucho que lo hiciera, en cuanto la despegaba de mí o le intentaba quitar su diversión la turrita me la mordía. Era peor la enfermedad que el remedio.
Apenas retumbó en la casa:
¡sofía, qué hacés con ese tipo putita?!, sentí que se me venía un bobazo, mientras veía enrojecerse el rostro de una chica alta, morocha de rulos, con un jean ajustado, camisa y pañuelo en el cuello, seguro unos años mayor que su hermana.
Le dio una cachetada a Sofía, le arregló la ropa y la acompañó a su cuarto entre empujones, jalones de pelo y frases como:
¡sos muy chiquita para putonear así pendeja, sos una trola y de esto mami se va a enterar!
Se oyó un portazo, y en medio de esa calma aparente intenté masturbarme para acabar con el dolor de mis huevos. Tenía la baba de esa nena en la pija todavía hinchada, y todo lo que anhelaba era salir corriendo y que se maten entre ellas.
Pero apenas la chica sale me interroga mientras tira su camisa al piso.
¿le pareció bien lo que hizo?, ¡usted es un hombre y mi hermana una niña, así que si no quiere problemas con la justicia me va a tener que contar cómo fue y cómo se la chupó esa pendeja!
Me desorientó porque la niña en cuestión ya tenía sus 18 bien puestos, y más cuando se quedó en musculosita sin corpiño, sin quitarle la mirada a mi pija dura, y ahora cada vez más al fotografiarle las tetas y el papo en ese jean hiper apretado.
De repente se me acercó y dijo en mi oído tras lamer mi oreja:
¿querés que te la chupe yo rico?, ¡mi hermanita ni se sabe lavar los calzones; no creo que te lo haga mejor que yo!; y se dedicó a pajearme con ambas manos, a darle unos golpesitos con su lengua y contra su cara. Se soltó el pelo, me amasó la pija, y en cuanto la ubicó en el rincón que se genera entre sus tetas y la musculosa se movió como si allí tuviese una concha, sin dejar de replicar:
¡dame lechita papi, ensuciame toda!
Claramente eso fue lo que pasó. Le germiné con mi semen su futuro manantial materno mientras ella me abría el culo y se frotaba más y más contra mi pito. Se sacó la remera empapada y entonces me la mamó con un estilo único. Me encantaba que cada vez que me la succionaba dijera: ¡haaam, qué rica pija!, que me ensalive el cuero y me la chupe haciendo una canasta con sus manos para mis huevos, que huela mi pija y que la lama despacito luego de escupirla con furia. Por momentos rozaba mi ano con un dedo, y eso me consumía tanto como cuando hurgaba en mi ombligo con su lengua.
Finalmente replicó:
¿querés verme en tanga papi?, y se sacó los zapatos de taco, el jean, cerró la cortina de la ventana y bailó para mí con una música imaginaria luciendo una tanguita roja que le partía el orto y combinaba con los poquitos vellos de su conchita.
¡bajate y sacamelá!, me ordenó; y en cuanto salté de la silla ella misma se la sacó, me sentó en un puf rasguñado por algún gato y se me sentó encima diciendo:
¡ahora quiero toda tu pija adentro, como si te cogieses a mi hermanita?, ¿te gustan las chiquititas cerdo, te gustaría que Sofi te haga pis en la verga?
Enseguida mi pija se instaló a morir en esa concha lubricada, con fiebre y con bastante recorrido al parecer. Ella tomó las riendas cavalgandome feroz, lamiendo mis tetillas y fregando sus pezones en mi piel, apretando mi cuello y cubriendo mi boca con su mano cuando me hacía gritar al arrancarme la barba. El ritmo era tan intenso que en varias ocasiones casi nos caíamos de tanta matraca.
Después se separó de mí y quiso que le dé unos chirlos fuertes en la cola mientras me hacía oler su tanga, y en breve fuimos a la cocina donde la arrinconé en el espacio que quedaba entre la heladera y un mueble. Ahí se la calcé en la conchita pero ahora ella me daba la espalda y yo me sostenía de sus tetas. Gemía bajito diciendo:
¡dale papi, dame leche, cogéme toda, cógeme, cogeme así, bien cogida!, me pedía que le meta un dedo en el culo y que le aprete el cuello.
Pero justo cuando mi semen comenzaba a nadar en su útero ni bien me dijo que quería verme haciéndole la colita a su hermana, una señora de unos 45 años nos cortó el mambo hablando de denunciarme, dejarme en la calle, sin familia y de desterrarme del país si fuera posible, entre puteadas, gritos y golpes de carpetas contra la mesa.
Era la madre de las chicas, la señora Graciela.
Para colmo de males encontró escondida detrás de una cortina a Sofía en bombacha y con las manos en la vagina. La guacha había visto casi todo.
Viki, la mayor, explicó a su madre que ya es grande para decidir con quién coger, y que de última lo tomara como un trabajo personal, como que ella me contrató para coger. Mi cabeza estaba al borde de estallar en la miseria más terrible y mi imaginación ya empezaba a encontrarse entre los fríos barrotes de una cárcel mugrienta y alejada de la provincia, mientras me enteraba que Viki hacía un año que no garchaba con su novio.
Graciela se armó de valor o de calma, le subió la bombacha a Sofía y la mandó a su cuarto otra vez. Luego se encerró en otra habitación con Viki tras advertirme que ni se me ocurra moverme. No sabía qué hacer, hasta que al fin Graciela salió en tetas y solo con esa calza apretada que le marcaba muy bien el culo. Detrás de ella también Viki en bombacha. Ella se sentó en el puf y la señora se hincó junto a mis piernas para mamarme la pija mientras decía:
¡más vale que te calles la boca y tengas lechita para mí sabés, porque a mi nena bien que le diste perro!
Mi pija había perdido grosor, pero apenas su lengua me la llenó de cosquillas, y encima con la otra pendeja en frente masturbándose se me re paró. ¡esa mujer sí que sabía lamerme los huevos!
Su lengua era como de seda, y cada vez que mi pija tocaba el límite de su garganta la mujer se ponía más loquita. Viki se pajeaba gimiendo y le faltaba el respeto a su madre diciendo que no sabe siquiera chupar una pija, y se ve que la cansó tanto que me llevó de la mano hasta su cuarto. Allí me empujó en la cama, me la mamó en cuatro patas sobre el suelo, y cuando supo que más dura no me la podía poner se montó en mis caderas para someterme a una cogida sin precedentes para mí. Se movía con la agilidad de una bailarina de danza árabe, y no quería que yo me mueva. Se hamacaba para atrás y adelante, fregaba sus nalgas y concha contra mis huevos, daba saltitos en mi glande. Me estiraba las tetillas, me metía los dedos en la boca para que se los muerda, presionaba mi nariz de vez en cuando, y por ahí cuando la tenía toda adentro se tocaba el clítoris sin moverse. Todo sin dejar de decirme robacunas, degenerado, hijo de puta y de jurarme que me iba a arrepentir de haber pisado esta casa.
Viki ya estaba paradita junto a la puerta tocándose desnuda y sin perder registro de nada, cuando Graciela me escupía la pija para chupeteármela un poquito y luego sentenciar:
¡ahora esta cola te va a dejar la pijita seca hijo de puta!, mientras se abría los cachetes y se pegaba.
Se colocó en cuatro con los pies en el suelo y el cuerpo sobre la cama con un almohadón bajo su abdomen para que sus manzanitas queden a la altura de mi pubis y, podría decirse que casi sin un esfuerzo se la clavé de una para martillar en su agujero con un salvajismo que ni yo mismo me conocía. Ella se pajeaba algo incómoda y me pedía más cuando yo sentía que la pija se me hinchaba demasiado en ese túnel perfecto, cegado por el olor a sexo de Viki que de a poquito se nos acercaba sin renunciar a su paja, y empalado por semejante culo siendo poseído por mi verga. Sentía los huevos pesados y quería acabar cuanto antes.
¡metete un dedo en el orto y no pares de cogerme guacho!, dijo la señora, y en cuanto le hice caso no pude más.
Pero ni bien la doña supo de mi urgencia, de un solo movimiento se salió de mi gobierno sexual, agarró a Viki de un brazo y ambas se arrodillaron para comerme la pija con lametazos y besitos tan tiernos que me hacían sentir que no podría morirme en un mejor lugar, repleto de felicidad. Los besos y gemiditos de Viki enojaban a su madre que le inculcaba mayor adultez y, apenas dijo:
¡toda esa lechita va a ser para esta zorrita otra vez, no papi?, te calientan las pendejitas mironas?, casi me desvanezco mientras brotaba mi semen como una catarata en la cara de Graciela y en la boca de Viki, que no paró de tocarse hasta entonces.
La mujer se vistió, pero no dejó de inspeccionar que su hija me limpie toda la pija con su lengua generosa. Luego salimos del cuarto mientras yo me arreglaba la ropa, Viki entró al baño, y la mujer fue muy clara conmigo.
¡mañana a las 4 de la tarde lo quiero acá… las nenas no van a estar pero sí algunas amigas mías y mi sobrina que tiene 18… a lo mejor le interesa la propuesta!
Me dio 500 pesos, un vaso de agua, un encendedor porque el mío ya no funcionaba, y me pidió un momento para terminar de vestirse. En ese tramo descubrí a Sofía en bombacha escondidita debajo de la mesa, y tuve una fuerte erección otra vez. Pero Viki me abrió y casi sin saludarme me dio mi riñonera, mi celular y mi maletín de herramientas para que me fuera.
Naturalmente no volví a esa casa, y todavía no me explico cómo esa abogada no me cagó la vida. Pero aquella experiencia es mi mejor legado, aunque el viejo desde arriba me haya puteado un poquito. fin
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