Otro relato conseguido por ahi.
Quiero compartir con vosotros una de las experiencias mas sorprendente y deliciosa de mi vida, con la que todavía sigo soñando de vez en cuando, y que me sigue encendiendo todo mi ser.
Sucedió en Ibiza, hace un montón de años. Yo había ido de vacaciones con mi marido, con el que llevaba un año casada, y estábamos disfrutando mucho del sol, la playa y la sensación de libertad que transmite la isla.
Solíamos ir a playa d’en Bossa, pues era la más cercana de nuestro apartamento, y podíamos ir andando sin necesidad de coger el coche. Allí tomábamos el sol en las tumbonas de un chiringuito que estaba de moda, y tenía mucho ambiente. Estábamos rodeados de unos cuerpos esculturales, chicos y chicas, la mayoría de origen nórdico, que lucían su palmito y se exhibían para delicia de los allí presentes. Mi marido no quitaba ojo a ninguna de las rubias esculturales que tomaban el sol en topless, y a pesar de que yo también estaba en topless y con un tanguita amarillo, de los de hilo dental, no me estaba haciendo mi caso, con el consiguiente cabreo por mi parte. Tengo que decir que a mi también me miraban mucho, especialmente cuando me levantaba y caminaba en dirección al agua, y sobre todo cuando volvía del agua a mi tumbona, con todo el cuerpo mojado, y mis pezones duros como rocas. En especial un chico italiano que estaba solo, en una tumbona a escasos metros de las nuestras, y que no me quitaba ojo, y aprovechaba la mínima ocasión para cruzar su mirada con la mía y ofrecerme la mejor de sus sonrisas.
Pero eso a mi marido parecía no importarle, y prefería seguir deleitando su vista con las rubias nórdicas de grandes y bronceadas tetas.
Llegó un momento en que ya se me hizo insoportable aquella situación, pues literalmente estaba pasando de mi, y no me hacía el más mínimo caso, es más parecía que le molestase cada vez que le dirigía la palabra, y así se lo recriminé. Su reacción fue tan desproporcionada que comenzó a gritarme, hasta el punto de que los que estaban alrededor miraron hacia nosotros sorprendidos, incluido el chico italiano, me miró y me hizo un gesto de estupefacción, como diciéndome que eso que me estaba haciendo mi marido no se le podía hacer a nadie.
Prosiguió nuestra discusión, ya en un tono menos audible, hasta que el imbécil de mi marido se levantó de la tumbona, cogió sus cosas y se largó, no sé a donde. Que se vaya a la mierda, pensé yo, y allí me quedé sola en la playa, con un cabreo impresionante, y sintiéndome ridícula delante de todo el mundo de alrededor por el numerito que me había montado el idiota de mi marido.
Cerré los ojos para aislarme de todos los demás, y me quedé tomando el sol, y pensado en lo sucedido, en que yo no tenía por que soportar esas escenitas, y en el futuro que me podía esperar junto a mi marido, al cual por otra parte quería con locura, pero no a esa faceta suya. Además, como podréis suponer, no era la primera vez que me montaba un numerito similar.
Después de un buen rato, más de una hora calculo yo, abrí los ojos, y vi que el mundo seguía girando como si nada hubiese pasado, y que los problemas con mi marido no importaban a nadie más que a mi, y decidí ir a darme un baño para acabar de relajarme. Al hacerlo pasé por delante del chico italiano, que me ofreció una de sus hermosas sonrisas, a la cual yo respondí con otra similar.
Me estuve bañando un buen rato, nadando y jugando con las olas, saltándolas cuando iban a estrellarse contra mi, y observe como el chico italiana se había volteado, para poder ver como me bañaba. Pude comprobar con disimulo que no me quitaba ojo, y que estaba totalmente pendiente de mi, tratando de que nuestras miradas se cruzasen para ofrecerme su sonrisa.
Cuando decidí salir del agua para dirigirme a mi tumbona, por una extraña razón que no alcanzo a adivinar, comencé a caminar, contoneándome un poco más de lo debido, en dirección a la tumbona del italiano, ofreciéndole la vista de mi cuerpo desnudo, apenas cubierto por la parte delantera de mi tanguita, totalmente mojada, y con mis pezones inhiestos, y al pasar por delante de el, esta vez fui yo la que se adelantó, y le ofrecí mi mejor sonrisa. El se quedó un poco sorprendido, pues hasta entonces yo procuraba esquivar sus miradas, para no hacerle concebir ninguna ilusión o esperanza, pero este giro inesperado de mi proceder no lo esperaba, y le debió sorprender.
Continué caminando hacia mi tumbona, ahora ofreciéndole una buena vista de todo mi cuerpo desnudo, y especialmente de mi culo, del que se desplegaban las dos tiras estrechas de mi tanga, y me imaginé que estaría mirando sin perder detalle.
Llegué a mi tumbona y me acosté boca abajo, no sin antes ponerme sobre la misma a cuatro patas, para ofrecer una buena vista de mi culo y de mi chochito apenas cubierto por el tanga. Permanecí en esta postura durante diez o quince minutos, lo justo para que se secara todo mi cuerpo, y entonces, me incorporé apoyándome sobre mis codos, y me quedé mirando hacia el chiringuito, en dirección contraria a mar, y estuve observando a la gente que se encontraba delante de mi campo visual, hasta que giré mi cabeza y vista en dirección al mar, y sin querer volví a cruzar la mirada con el chico italiano, que debía llevar todo el tiempo pendiente de mí, y como no me esperaba que estuviese mirando, me debió ver mi cara de sorpresa, y me volvió a sonreír. Aunque le devolví launa escueta sonrisa, me quedé un poco cortada, y el lo debió notar, por lo que rápidamente giré mi cabeza hacia delante, para volver a mirar en dirección al chiringuito.
Estuve unos diez minutos dándole vueltas a la cabeza, pensando en el numerito que me había montado el imbécil de mi marido, en lo poco que me valoraba, y que prefería mirar a las rubias nórdicas, despreciando lo que tenía en casa, en que me apetecía devolverle sus insultos vengándome de el, y en el italiano que no me quitaba ojo. Lo que mi marido no valoraba, otros estaban loquitos por pillarlo.
En eso andaba mi cabeza, cuando decidí, y no me pregunten de donde saqué el valor, que se iba a enterar el idiota de mi marido de lo que realmente valía su esposa. Me incorporé de nuevo sobre mis codos, giré la cabeza y busque con la mirada al italiano, le miré, le sonreí, me devolvió la sonrisa, y tomando en mi mano un bote de bronceador, se lo enseñé preguntándole si le importaría echarme crema en la espalda. Por supuesto que si, me dijo, y se acercó a mi tumbona, y tomando el bote de bronceador, me echó un poco de crema en la espalda, y comenzó a esparcírmela con movimientos suaves, pero con mucha energía.
Me preguntó por mi nombre, y para no darle el autentico le dije que me llamaba Carla. El se llamaba Alessandro, me dijo sin dejar de esparcir la crema por mi espalda, con una suavidad y energía que más parecía un masaje.
Poco a poco fue descendiendo por la espalda, hasta llegar a mi culo, flanqueado únicamente por las dos tiras de mi tanga, y ahí se entretuvo un buen rato, masajeándomelo con entusiasmo. La situación me estaba divirtiendo, y me hacía sentir como ganadora de la batalla contra mi marido, al tener a un desconocido chico italiano totalmente entretenido en disfrutar de mi cuerpo, y al que parecía que yo le interesaba mucho más que a mi marido.
Alessandro abandonó mi culo, y se dirigió a los tobillos, echándome nuevamente crema, y ascendiendo poco a poco por mis piernas. Primero las pantorrillas, luego la parte baja de mis muslos, a continuación la parte alta y el interior le ellos, y después de nuevo mi culo. Por los movimientos que desplegaba se notaba que estaba entusiasmado con la tarea, y de repente, en uno de los movimientos, un dedo suyo rozó la tela de mi tanga que cubría mi chochito. No pude reprimir un ligero respingo, fruto de la sorpresa, y giré la vista hacia el, que me estaba mirando, y le mostré una amplia sonrisa, que debió interpretar como una aprobación a su atrevimiento. Tengo que decir que aunque inicialmente me sorprendió, también me agradó, por lo que de forma casi imperceptible, levanté ligeramente mi culo y abrí un poco más mis piernas. El supo interpretar el mensaje, y continuando con el masaje de mi culo , volvió a repetir el movimiento, pasándome nuevamente un dedo por mi cosita, pero esta vez mas fuerte y por más tiempo. Esta vez la sorpresa pasó a ser excitación, y de nuevo abrí un poco más mis piernas, para dejarle hacer con más facilidad, mientras sentía que me humedecía.
Repitió cuatro o cinco veces mas el movimiento de su dedo sobre mi chochito, consiguiendo que me humedeciera por completo, y que empezara a mojarse mi tanguita. En aquel punto pensé que la situación se me estaba yendo de las manos, pues me conozco lo suficiente para saber que estaba próxima al punto de no retorno, en el que la excitación es tan grande que ya nada importa, y no puedo parar, por lo que decidí cortar, e incorporándome sobre mis codos, y girándome hacia el, le di las gracias y le dije que ya era suficiente.
El se quedó un poco sorprendido, pues estaba realmente emocionado con el masaje, pero supongo que lo entendería, pues no era cuestión de seguir masturbándome en medio de la playa, a la vista de todo el mundo, que por cierto, algunos de los más próximos ya se habían percatado de las maniobras.
Alessandro acercó su cara a mi, y me dio un beso en la cara a la vez que me devolvía el bote de crema bronceadora. Yo por mi parte, le di las gracias, y le quise dar otro beso en la cara a él, pero el muy astuto se giró un poco y sin querer se lo di en la comisura de los labios, provocando en el una sonrisa picara y cómplice.
Pasé el resto de la mañana tomando el sol, por delante y por detrás, esperando que el imbécil de mi marido llegase para comer juntos, pero eran ya las tres y no había aparecido, cosa que me estaba cabreando bastante, hasta que me harté, me armé de valor y decidí seguir adelante con mi venganza, que por otra parte tengo que reconocer que era un juego que me divertía. Así que me incorporé, me puse una camiseta blanca de tirantes amplios, que dejaba ver buena parte de mis tetas por los laterales, a la vez que me marcaba los pezones, me dirigí hacia la tumbona de Alessandro, y le pregunté si le apetecía que comiésemos algo juntos. Por supuesto que sí, me dijo, y poniéndose una camiseta encima, nos dirigimos hacia el chiringuito, y como yo iba delante de el, le regalé una bonita panorámica de mi culo durante el trayecto.
Estuvimos comiendo, bebiendo y charlando durante casi dos horas, y a pesar de que yo no sabía italiano, y el apenas chapurreaba el español, reconozco que me estaba divirtiendo, pues Alessandro, además de guapetón y tener buena planta, era muy simpático, y consiguió que me olvidara por completo de mi marido y sus arranques de ira.
Cuando terminamos de comer, nos dirigimos hacia nuestras respectivas tumbonas, y el me preguntó que si quería que me pusiese en la tumbona de al lado de la mía, la que inicialmente había ocupado mi marido. Me dio un poco de corte, pues por un lado era darle más alas a una situación que ni yo misma sabía hasta donde quería que llegase, y por otro lado cabía la posibilidad de que apareciese mi marido, y a la vista de la situación, montase otro numerito de los suyos. Pero entre mis ganas de venganza, y lo divertido que me lo estaba haciendo pasar Alessandro, le dije que si.
Y allí estuvimos un buen rato charlando, riéndonos y divirtiéndonos, hasta que el calor sofocante de las primeras horas de la tarde nos llevó a darnos un baño para refrescarnos. Nuevamente tomé la delantera y caminé hacia el agua delante de el, para que disfrutara de la vista de mi culo moviéndose al caminar, y nos fuimos adentrando en el agua poco a poco, pues la diferencia de temperatura entre fuera y dentro del agua era grande, y era mejor entrar poco a poco. Ya nos llegaba el agua casi por la cintura y me quedé un rato parada, para aclimatar la temperatura del cuerpo, cuando el comenzó a salpicarme ligeramente para terminar de decidirme a entrar. A partir de ahí comenzamos a jugar como dos adolescentes, salpicándonos, riéndonos, empujándonos, nadando, hasta que en un momento determinado quedamos el uno muy cerca del otro, y nos miramos muy intensamente a los ojos, y nos quedamos parados como preguntándonos que hacer en ese momento, cuestión que Alessandro supo resolver rápidamente, pues pasándome una mano por detrás de mi cuello, fue acercando mi cara a la suya, hasta que nuestros labios se encontraron y comenzamos a darnos uno de los besos más intensos que recuerdo de mi vida. Se notaba que lo estábamos deseando los dos desde hacía tiempo, y en mi caso además lo necesitaba para reforzar mi autoestima, pues me demostraba que aún era capaz de atraer a un hombre. Nos besamos muy apasionadamente varias veces, mientras nos abrazábamos el uno al otro. Sintiendo nuestros cuerpos en contacto. Yo pegaba mis tetas y mis duros pezones a su pecho, mientras el me acariciaba la espalda y el culo de vez en cuando, hasta que en un momento determinado, su mano bajó mas allá del culo y comenzó a acariciar mi chochito, por encima del tanga. Aquello me puso a cien en todos los sentidos, pues a la sensación de estar prácticamente desnuda dentro del mar, se unían los besos y las caricias en mi sexo que me dedicaba Alessandro. Me puse muy caliente, y aunque pensaba que era una mujer casada, y que no estaba bien engañar a mi marido, a pesar de lo imbécil que era, me pudieron las caricias y los besos de Alessandro, y me dejé llevar por la pasión, y con mi mano comencé a acariciarle el pene, primero por fuera del traje de baño, comprobando la dureza y el tamaño, y después ya por dentro.
Así estuvimos no se sabe cuanto tiempo, abrazándonos, besándonos y metiéndonos mano por todas partes, ambos con una calentura indescriptible, y con unas tremendas ganas de follar, pero sabiendo ambos que allí era imposible, pues ya bastante estábamos llamando la atención, como para encima ir más allá. Así que, a nuestro pesar, poco a poco tuvimos que dejar que se enfriase la cosa, y volver a nuestras tumbonas.
Estuvimos como una hora más tomando el sol, y cogidos de la mano como unos novios primerizos, y de vez en cuando dándonos un beso apasionado que no hacía sino reavivar la llama de la lujuria.
Eran ya las ocho de la tarde cuando decidí que ya era hora de dejar la playa, y así se lo dije a Alessandro, pero antes de regresar a mi apartamento estuvimos tomando una cocacola en el chiringuito y coversando. El me invitó a cenar, cosa que me halagó mucho, pero aunque me apetecía mucho seguir con mi aventura-venganza, no quise comprometerme con el, pues suponía que mi marido estaría en el apartamento y sería imposible, y así se lo explique. El me insistía, y me recordaba que mi marido no se merecía que le esperase, por lo mal que me había tratado, a lo que yo le daba la razón, pero no me atreví a decirle que si. Por no cerrar la situación así, y dejar abierta una puerta, le pedí su número de teléfono, y le dije que si a las nueve y media no le había llamado, era que no podía ir a cenar con el.
Después me acercó con su coche hasta el apartamento, y allí, no sin antes volver a insistirme en que fuese a cenar con el, nos dimos un apasionado beso de despedida, y me dirigí hacia el apartamento.
Al llegar a casa, como me temía, mi marido no estaba, aunque había signos de que había estado allí a lo largo del día, por lo que me fui a darme una ducha y lavarme el pelo del salitre del mar. Mientras me duchaba y me enjabonaba, no pude evitar el acariciarme las tetas y el chochito, y claro, acordarme de lo que había pasado en la playa con el chico italiano, lo cual no hizo sino aumentar la calentura mental que ya tenía.
Después de ducharme y secarme el pelo, eran casi las nueve, decidí llamar a mi marido, para saber que estaba haciendo, y sobre todo, para saber que pensaba hacer esa noche, pero el muy capullo había apagado el móvil.
Esa fue la gota que colmó el vaso, y donde tomé la decisión de seguir adelante con Alessandro, así que le llamé por teléfono y le dije que me pasase a buscar a las nueve y media para ir a cenar. Lógicamente no pude ver su cara, pero por el tono de sus palabras adivine que se había puesto loco de alegría.
Me maquillé ligeramente, me pinté un poco los ojos y los labios, y empecé a pensar en que ropa me ponía. Quería estar muy sexy, para poner a cien a mi italiano, pero tampoco quería parecer un putón, y después de mucho dudar y probarme ropa, me decidí por un vestido de flores suelto, cortito, pero no en exceso, con unos tirantes que se anudaban en los hombros, y que ya me encargué de aflojarlos para que quedara más suelto y que el escote me bajara más, y con unas aberturas laterales que casi llegaban hasta la cintura, y que estando de pie o caminando apenas se apreciaban, pero que al sentarme dejaban ver todo el muslo. Me puse también unas sandalias de tacón alto que estilizaban más mi figura, y nada más. Estaba decidida a poner a cien al italiano, y decidí dejar la ropa interior en el armario.
Me asomé a la terraza, para ver llegar a Alessandro, aunque también con el temor de que de un momento a otro pudiese llegar mi marido, y estando apoyada en la barandilla podía sentir como la brisa del mar recorría mis muslos y mi sexo, provocándome una sensación indescriptible que me ponía más caliente si cabe.
Por fin vi llegar el coche de Alessandro, baje en su búsqueda, me metí en el coche, le di un beso de piquito, y salimos camino del restaurant, mientras el se deshacía en halagos sobre lo guapa que estaba, y lo bien que me quedaba el vestido, sin quitar el ojo de mis muslos, pues al estar sentada se veían hasta casi la cintura.
El restaurant era un sitio ideal, al lado del mar, muy coqueto decorado, con muchas velas que lo hacían más intimo, lleno de gente guapa y que al estar en la terraza se sentía la brisa del mar.
Hacía tiempo que no disfrutaba de una cena como aquella, pues aparte del sitio y de la comida que estaba deliciosa, no paré de reírme con las cosas y las ocurrencias que me contaba Alessandro, y si a eso le unimos los efectos de un fresquito vino blanco, os podéis hacer una idea de cómo estaba yo: exultante.
Terminada la cena, me propuso ir a tomar un mojito a un sitio llamado KM5, que estaba muy bien, pues era al aire libre, con unas especie de jaimas árabes donde estaban los sofás y las mesas, con muy buena música, pero con un volumen no estridente, que permitía mantener una conversación. Nos sentamos en una mesa que tenía una especie de diván alargado lleno de cojines, y donde si te descuidabas, acababas tumbada del todo.
Después de que una sexy camarera nos trajese los mojitos, brindamos, dimos un sorbo, y nos dimos un intenso beso. Ese fue el momento en que definitivamente decidí ir a saco con el italiano, y a partir de ahí, todo fueron risas, tragos de mojito, besos y mas risas. El me había pasado la mano por detrás, apoyándola en mi hombro, y jugaba acariciando con sus dedos mi cuello, que es una de las cosas que más me enciende, y yo por mi parte, para darle más morbo a la situación, dejé caer uno de los tirantes del vestido, con lo que el escote se me bajó, y apenas se sujetaba en uno de mis pezones. A todo esto, aunque él no lo podía ver por su posición, para deleite de los que estaban al otro lado, la abertura lateral de mi vestido llegaba hasta la cintura, mostrando todo el muslo y algo más, y sobre todo, dejando ver que no llevaba bragas.
El no dejaba de mirarme al escote, esperando que actuase la fuerza de la gravedad y dejase al descubierto una de mis tetas, y aunque yo estaba decidida a hacerlo, quise mantenerle con la expectación durante algo más de tiempo.
Continuamos bebiendo y besándonos, y por mi parte, entre los mojitos y la calentura que tenía, me encontraba totalmente desinhibida y decidida al ataque final, así que aprovechando que me volteó un poco hacia delante de el para darme un beso, dejé que se escurriese el escote, mostrando una de mis bronceadas tetas. No pudo resistir la tentación, y con la mano que no sujetaba mi hombro, la metió entre el y yo, y comenzó a acariciarme la teta. Desde fuera no se podía ver nada de lo que sucedía, pues yo estaba girada de espaldas al resto de la gente, y aproveché la situación para meterle mano a su paquete, y poder comprobar la dureza y el tamaño de su sexo, además de calentarle un poco más. Si a esto le añadimos la intensidad de los besos, os podréis imaginar cuanto de calientes estábamos los dos.
En estas maniobras estuvimos un rato más, hasta que comprendimos que no podíamos seguir allí, pues a pesar de que el sitio estaba discreto, ya estábamos dando la nota, y teníamos demasiado público pendiente de nosotros, y temíamos que en cualquier momento nos iban a llamar la atención. Aparte de las enormes ganas de follar que teníamos.
Así que nos levantamos, caminamos abrazados por la rampa que lleva en dirección al parking para coger el coche. Como el parking estaba muy oscuro, y yo estaba a cien, no me pude resistir y cogiéndole de la mano le llevé entre dos coches, y allí en la oscuridad, le abrace por el cuello y comencé a abrazarle y besarle como una poseída, para después bajarle la cremallera de su pantalón y liberarle el pene, que lo tenía a punto de reventar dentro de la jaula de su bóxer, y comenzar a acariciárselo. Luego me agaché y me puse de rodillas, no sin antes dejar caer mi escote para mostrar una de mis tetas, y allí, en la oscuridad de la noche, entre dos coches, comencé a besar el capullo de su polla que estaba ya rojo encendido. Se la besaba, se la comía, me la metía toda dentro, le pasaba la lengua a su alrededor, se la sorbía, y mientras con mi mano acariciaba sus huevos.
El no podía resistir más la calentura a la que le estaba sometiendo, y yo estaba como poseída de erotismo y pasión. No me conocía a mi misma, pues jamás había experimentado una sensación de pasión y lujuria como esa noche.
Después de unos minutos de pasión desenfrenada, me dijo que era mejor que fuésemos a su casa, y yo le dije que si, por favor, que ya no puedo más. La agarré por su polla, y con una teta fuera del vestido, caliente como una perra, le llevé caminando por el parking hasta su coche.
Llegamos, abrió el coche y se metió dentro para arrancar, mientras que yo daba la vuelta hacia el otro lado, y aprovechando la oscuridad de la noche, me quité el vestido y me metí totalmente desnuda dentro del coche.
Se quedó de piedra, pero no pudo resistir la tentación, y comenzó a acariciarme las tetas, mientras yo me acercaba a el, le besaba como una poseída, y volví a liberar su polla de las apreturas del pantalón. Con la calentura mis piernas se habían abierto muchísimo, mostrando mi coñito depilado totalmente, y chorreando como un manantial de montaña, tentación a la que tampoco pudo resistirse, y comenzó a acariciármelo, a pasarme los dedos de arriba abajo, y de abajo arriba, a meterme los dedos dentro, a acariciarme el clítoris, mientras yo me retorcía de placer y le masajeaba su polla. Así estuvimos hasta que no pude resistir más sus caricias en mi coño , y chorreando me corrí en un orgasmo impresionante que hizo que me marease y perdiese la noción, como nunca jamás había sentido.
Recuperado un poco el ánimo, salimos del parking y nos encaminamos hacia su casa. En la oscuridad de la noche no se podía ver nada desde fuera del coche, pero cuando ya llegábamos a la zona urbanizada donde estaba su apartamento, con la luz de las farolas, algunos afortunados pudieron ver perfectamente circular un coche con una tía dentro, totalmente en pelotas, despatarrada, con los pies en el salpicadero, y que con una mano le acariciaba la polla al conductor, y con la otra se masturbaba el coño.
Entramos en el parking, y cuando ya había aparcado el coche me dijo que me debería de vestir para coger el ascensor, a lo que yo, con el desenfreno y la locura que se había apoderado de mi, le dije que no importaba, que así el trayecto en el ascensor se le haría más agradable. Y así, de esa guisa, tomamos el ascensor, subimos y entramos en su apartamento.
Lo que sucedió a continuación no os lo puedo describir, pues fue una autentica locura. Lo hicimos de todas las maneras y posturas que os podáis imaginar: por delante, por detrás, por detrás de detrás, yo encima, yo debajo, yo metiéndole un dedo en el culo, el metiéndome un dedo en el culo, yo comiéndosela, el comiéndomelo a mi, los dos comiéndonoslo a la vez…así hasta el paroxismo.
Ya no recuerdo las veces que me corrí, ni las que se corrió el, lo que si recuerdo es que hubo un momento de autentica locura en que nuestras mentes querían y pedían más sexo y nuestros cuerpos ya no respondían, hasta que verdaderamente extenuados caímos los dos extenuados y nos dormimos abrazados el uno al otro. No recuerdo en mi vida, ni con mi marido, ni con los otros chicos con los que estuve, haber sentido nada igual, y haber disfrutado tanto…
Mis ojos se abrieron a la luz al día siguiente al sentir las caricias de Alessandro sobre mi cuerpo desnudo, y allí tomé verdaderamente consciencia de lo que había sucedido y de lo que había hecho la noche anterior. Ni en mis mejores sueños hubiera podido imaginar que una mujercita casada como yo, con una vida respetable, fuese capaz de hacer lo que había hecho, de desenfrenarme como lo había hecho, de perder la consciencia como lo había hecho y de sentir todo lo que había sentido aquella lujuriosa y deliciosa noche.
Cerré los ojos, y me quedé soñando y recordando…
Quiero compartir con vosotros una de las experiencias mas sorprendente y deliciosa de mi vida, con la que todavía sigo soñando de vez en cuando, y que me sigue encendiendo todo mi ser.
Sucedió en Ibiza, hace un montón de años. Yo había ido de vacaciones con mi marido, con el que llevaba un año casada, y estábamos disfrutando mucho del sol, la playa y la sensación de libertad que transmite la isla.
Solíamos ir a playa d’en Bossa, pues era la más cercana de nuestro apartamento, y podíamos ir andando sin necesidad de coger el coche. Allí tomábamos el sol en las tumbonas de un chiringuito que estaba de moda, y tenía mucho ambiente. Estábamos rodeados de unos cuerpos esculturales, chicos y chicas, la mayoría de origen nórdico, que lucían su palmito y se exhibían para delicia de los allí presentes. Mi marido no quitaba ojo a ninguna de las rubias esculturales que tomaban el sol en topless, y a pesar de que yo también estaba en topless y con un tanguita amarillo, de los de hilo dental, no me estaba haciendo mi caso, con el consiguiente cabreo por mi parte. Tengo que decir que a mi también me miraban mucho, especialmente cuando me levantaba y caminaba en dirección al agua, y sobre todo cuando volvía del agua a mi tumbona, con todo el cuerpo mojado, y mis pezones duros como rocas. En especial un chico italiano que estaba solo, en una tumbona a escasos metros de las nuestras, y que no me quitaba ojo, y aprovechaba la mínima ocasión para cruzar su mirada con la mía y ofrecerme la mejor de sus sonrisas.
Pero eso a mi marido parecía no importarle, y prefería seguir deleitando su vista con las rubias nórdicas de grandes y bronceadas tetas.
Llegó un momento en que ya se me hizo insoportable aquella situación, pues literalmente estaba pasando de mi, y no me hacía el más mínimo caso, es más parecía que le molestase cada vez que le dirigía la palabra, y así se lo recriminé. Su reacción fue tan desproporcionada que comenzó a gritarme, hasta el punto de que los que estaban alrededor miraron hacia nosotros sorprendidos, incluido el chico italiano, me miró y me hizo un gesto de estupefacción, como diciéndome que eso que me estaba haciendo mi marido no se le podía hacer a nadie.
Prosiguió nuestra discusión, ya en un tono menos audible, hasta que el imbécil de mi marido se levantó de la tumbona, cogió sus cosas y se largó, no sé a donde. Que se vaya a la mierda, pensé yo, y allí me quedé sola en la playa, con un cabreo impresionante, y sintiéndome ridícula delante de todo el mundo de alrededor por el numerito que me había montado el idiota de mi marido.
Cerré los ojos para aislarme de todos los demás, y me quedé tomando el sol, y pensado en lo sucedido, en que yo no tenía por que soportar esas escenitas, y en el futuro que me podía esperar junto a mi marido, al cual por otra parte quería con locura, pero no a esa faceta suya. Además, como podréis suponer, no era la primera vez que me montaba un numerito similar.
Después de un buen rato, más de una hora calculo yo, abrí los ojos, y vi que el mundo seguía girando como si nada hubiese pasado, y que los problemas con mi marido no importaban a nadie más que a mi, y decidí ir a darme un baño para acabar de relajarme. Al hacerlo pasé por delante del chico italiano, que me ofreció una de sus hermosas sonrisas, a la cual yo respondí con otra similar.
Me estuve bañando un buen rato, nadando y jugando con las olas, saltándolas cuando iban a estrellarse contra mi, y observe como el chico italiana se había volteado, para poder ver como me bañaba. Pude comprobar con disimulo que no me quitaba ojo, y que estaba totalmente pendiente de mi, tratando de que nuestras miradas se cruzasen para ofrecerme su sonrisa.
Cuando decidí salir del agua para dirigirme a mi tumbona, por una extraña razón que no alcanzo a adivinar, comencé a caminar, contoneándome un poco más de lo debido, en dirección a la tumbona del italiano, ofreciéndole la vista de mi cuerpo desnudo, apenas cubierto por la parte delantera de mi tanguita, totalmente mojada, y con mis pezones inhiestos, y al pasar por delante de el, esta vez fui yo la que se adelantó, y le ofrecí mi mejor sonrisa. El se quedó un poco sorprendido, pues hasta entonces yo procuraba esquivar sus miradas, para no hacerle concebir ninguna ilusión o esperanza, pero este giro inesperado de mi proceder no lo esperaba, y le debió sorprender.
Continué caminando hacia mi tumbona, ahora ofreciéndole una buena vista de todo mi cuerpo desnudo, y especialmente de mi culo, del que se desplegaban las dos tiras estrechas de mi tanga, y me imaginé que estaría mirando sin perder detalle.
Llegué a mi tumbona y me acosté boca abajo, no sin antes ponerme sobre la misma a cuatro patas, para ofrecer una buena vista de mi culo y de mi chochito apenas cubierto por el tanga. Permanecí en esta postura durante diez o quince minutos, lo justo para que se secara todo mi cuerpo, y entonces, me incorporé apoyándome sobre mis codos, y me quedé mirando hacia el chiringuito, en dirección contraria a mar, y estuve observando a la gente que se encontraba delante de mi campo visual, hasta que giré mi cabeza y vista en dirección al mar, y sin querer volví a cruzar la mirada con el chico italiano, que debía llevar todo el tiempo pendiente de mí, y como no me esperaba que estuviese mirando, me debió ver mi cara de sorpresa, y me volvió a sonreír. Aunque le devolví launa escueta sonrisa, me quedé un poco cortada, y el lo debió notar, por lo que rápidamente giré mi cabeza hacia delante, para volver a mirar en dirección al chiringuito.
Estuve unos diez minutos dándole vueltas a la cabeza, pensando en el numerito que me había montado el imbécil de mi marido, en lo poco que me valoraba, y que prefería mirar a las rubias nórdicas, despreciando lo que tenía en casa, en que me apetecía devolverle sus insultos vengándome de el, y en el italiano que no me quitaba ojo. Lo que mi marido no valoraba, otros estaban loquitos por pillarlo.
En eso andaba mi cabeza, cuando decidí, y no me pregunten de donde saqué el valor, que se iba a enterar el idiota de mi marido de lo que realmente valía su esposa. Me incorporé de nuevo sobre mis codos, giré la cabeza y busque con la mirada al italiano, le miré, le sonreí, me devolvió la sonrisa, y tomando en mi mano un bote de bronceador, se lo enseñé preguntándole si le importaría echarme crema en la espalda. Por supuesto que si, me dijo, y se acercó a mi tumbona, y tomando el bote de bronceador, me echó un poco de crema en la espalda, y comenzó a esparcírmela con movimientos suaves, pero con mucha energía.
Me preguntó por mi nombre, y para no darle el autentico le dije que me llamaba Carla. El se llamaba Alessandro, me dijo sin dejar de esparcir la crema por mi espalda, con una suavidad y energía que más parecía un masaje.
Poco a poco fue descendiendo por la espalda, hasta llegar a mi culo, flanqueado únicamente por las dos tiras de mi tanga, y ahí se entretuvo un buen rato, masajeándomelo con entusiasmo. La situación me estaba divirtiendo, y me hacía sentir como ganadora de la batalla contra mi marido, al tener a un desconocido chico italiano totalmente entretenido en disfrutar de mi cuerpo, y al que parecía que yo le interesaba mucho más que a mi marido.
Alessandro abandonó mi culo, y se dirigió a los tobillos, echándome nuevamente crema, y ascendiendo poco a poco por mis piernas. Primero las pantorrillas, luego la parte baja de mis muslos, a continuación la parte alta y el interior le ellos, y después de nuevo mi culo. Por los movimientos que desplegaba se notaba que estaba entusiasmado con la tarea, y de repente, en uno de los movimientos, un dedo suyo rozó la tela de mi tanga que cubría mi chochito. No pude reprimir un ligero respingo, fruto de la sorpresa, y giré la vista hacia el, que me estaba mirando, y le mostré una amplia sonrisa, que debió interpretar como una aprobación a su atrevimiento. Tengo que decir que aunque inicialmente me sorprendió, también me agradó, por lo que de forma casi imperceptible, levanté ligeramente mi culo y abrí un poco más mis piernas. El supo interpretar el mensaje, y continuando con el masaje de mi culo , volvió a repetir el movimiento, pasándome nuevamente un dedo por mi cosita, pero esta vez mas fuerte y por más tiempo. Esta vez la sorpresa pasó a ser excitación, y de nuevo abrí un poco más mis piernas, para dejarle hacer con más facilidad, mientras sentía que me humedecía.
Repitió cuatro o cinco veces mas el movimiento de su dedo sobre mi chochito, consiguiendo que me humedeciera por completo, y que empezara a mojarse mi tanguita. En aquel punto pensé que la situación se me estaba yendo de las manos, pues me conozco lo suficiente para saber que estaba próxima al punto de no retorno, en el que la excitación es tan grande que ya nada importa, y no puedo parar, por lo que decidí cortar, e incorporándome sobre mis codos, y girándome hacia el, le di las gracias y le dije que ya era suficiente.
El se quedó un poco sorprendido, pues estaba realmente emocionado con el masaje, pero supongo que lo entendería, pues no era cuestión de seguir masturbándome en medio de la playa, a la vista de todo el mundo, que por cierto, algunos de los más próximos ya se habían percatado de las maniobras.
Alessandro acercó su cara a mi, y me dio un beso en la cara a la vez que me devolvía el bote de crema bronceadora. Yo por mi parte, le di las gracias, y le quise dar otro beso en la cara a él, pero el muy astuto se giró un poco y sin querer se lo di en la comisura de los labios, provocando en el una sonrisa picara y cómplice.
Pasé el resto de la mañana tomando el sol, por delante y por detrás, esperando que el imbécil de mi marido llegase para comer juntos, pero eran ya las tres y no había aparecido, cosa que me estaba cabreando bastante, hasta que me harté, me armé de valor y decidí seguir adelante con mi venganza, que por otra parte tengo que reconocer que era un juego que me divertía. Así que me incorporé, me puse una camiseta blanca de tirantes amplios, que dejaba ver buena parte de mis tetas por los laterales, a la vez que me marcaba los pezones, me dirigí hacia la tumbona de Alessandro, y le pregunté si le apetecía que comiésemos algo juntos. Por supuesto que sí, me dijo, y poniéndose una camiseta encima, nos dirigimos hacia el chiringuito, y como yo iba delante de el, le regalé una bonita panorámica de mi culo durante el trayecto.
Estuvimos comiendo, bebiendo y charlando durante casi dos horas, y a pesar de que yo no sabía italiano, y el apenas chapurreaba el español, reconozco que me estaba divirtiendo, pues Alessandro, además de guapetón y tener buena planta, era muy simpático, y consiguió que me olvidara por completo de mi marido y sus arranques de ira.
Cuando terminamos de comer, nos dirigimos hacia nuestras respectivas tumbonas, y el me preguntó que si quería que me pusiese en la tumbona de al lado de la mía, la que inicialmente había ocupado mi marido. Me dio un poco de corte, pues por un lado era darle más alas a una situación que ni yo misma sabía hasta donde quería que llegase, y por otro lado cabía la posibilidad de que apareciese mi marido, y a la vista de la situación, montase otro numerito de los suyos. Pero entre mis ganas de venganza, y lo divertido que me lo estaba haciendo pasar Alessandro, le dije que si.
Y allí estuvimos un buen rato charlando, riéndonos y divirtiéndonos, hasta que el calor sofocante de las primeras horas de la tarde nos llevó a darnos un baño para refrescarnos. Nuevamente tomé la delantera y caminé hacia el agua delante de el, para que disfrutara de la vista de mi culo moviéndose al caminar, y nos fuimos adentrando en el agua poco a poco, pues la diferencia de temperatura entre fuera y dentro del agua era grande, y era mejor entrar poco a poco. Ya nos llegaba el agua casi por la cintura y me quedé un rato parada, para aclimatar la temperatura del cuerpo, cuando el comenzó a salpicarme ligeramente para terminar de decidirme a entrar. A partir de ahí comenzamos a jugar como dos adolescentes, salpicándonos, riéndonos, empujándonos, nadando, hasta que en un momento determinado quedamos el uno muy cerca del otro, y nos miramos muy intensamente a los ojos, y nos quedamos parados como preguntándonos que hacer en ese momento, cuestión que Alessandro supo resolver rápidamente, pues pasándome una mano por detrás de mi cuello, fue acercando mi cara a la suya, hasta que nuestros labios se encontraron y comenzamos a darnos uno de los besos más intensos que recuerdo de mi vida. Se notaba que lo estábamos deseando los dos desde hacía tiempo, y en mi caso además lo necesitaba para reforzar mi autoestima, pues me demostraba que aún era capaz de atraer a un hombre. Nos besamos muy apasionadamente varias veces, mientras nos abrazábamos el uno al otro. Sintiendo nuestros cuerpos en contacto. Yo pegaba mis tetas y mis duros pezones a su pecho, mientras el me acariciaba la espalda y el culo de vez en cuando, hasta que en un momento determinado, su mano bajó mas allá del culo y comenzó a acariciar mi chochito, por encima del tanga. Aquello me puso a cien en todos los sentidos, pues a la sensación de estar prácticamente desnuda dentro del mar, se unían los besos y las caricias en mi sexo que me dedicaba Alessandro. Me puse muy caliente, y aunque pensaba que era una mujer casada, y que no estaba bien engañar a mi marido, a pesar de lo imbécil que era, me pudieron las caricias y los besos de Alessandro, y me dejé llevar por la pasión, y con mi mano comencé a acariciarle el pene, primero por fuera del traje de baño, comprobando la dureza y el tamaño, y después ya por dentro.
Así estuvimos no se sabe cuanto tiempo, abrazándonos, besándonos y metiéndonos mano por todas partes, ambos con una calentura indescriptible, y con unas tremendas ganas de follar, pero sabiendo ambos que allí era imposible, pues ya bastante estábamos llamando la atención, como para encima ir más allá. Así que, a nuestro pesar, poco a poco tuvimos que dejar que se enfriase la cosa, y volver a nuestras tumbonas.
Estuvimos como una hora más tomando el sol, y cogidos de la mano como unos novios primerizos, y de vez en cuando dándonos un beso apasionado que no hacía sino reavivar la llama de la lujuria.
Eran ya las ocho de la tarde cuando decidí que ya era hora de dejar la playa, y así se lo dije a Alessandro, pero antes de regresar a mi apartamento estuvimos tomando una cocacola en el chiringuito y coversando. El me invitó a cenar, cosa que me halagó mucho, pero aunque me apetecía mucho seguir con mi aventura-venganza, no quise comprometerme con el, pues suponía que mi marido estaría en el apartamento y sería imposible, y así se lo explique. El me insistía, y me recordaba que mi marido no se merecía que le esperase, por lo mal que me había tratado, a lo que yo le daba la razón, pero no me atreví a decirle que si. Por no cerrar la situación así, y dejar abierta una puerta, le pedí su número de teléfono, y le dije que si a las nueve y media no le había llamado, era que no podía ir a cenar con el.
Después me acercó con su coche hasta el apartamento, y allí, no sin antes volver a insistirme en que fuese a cenar con el, nos dimos un apasionado beso de despedida, y me dirigí hacia el apartamento.
Al llegar a casa, como me temía, mi marido no estaba, aunque había signos de que había estado allí a lo largo del día, por lo que me fui a darme una ducha y lavarme el pelo del salitre del mar. Mientras me duchaba y me enjabonaba, no pude evitar el acariciarme las tetas y el chochito, y claro, acordarme de lo que había pasado en la playa con el chico italiano, lo cual no hizo sino aumentar la calentura mental que ya tenía.
Después de ducharme y secarme el pelo, eran casi las nueve, decidí llamar a mi marido, para saber que estaba haciendo, y sobre todo, para saber que pensaba hacer esa noche, pero el muy capullo había apagado el móvil.
Esa fue la gota que colmó el vaso, y donde tomé la decisión de seguir adelante con Alessandro, así que le llamé por teléfono y le dije que me pasase a buscar a las nueve y media para ir a cenar. Lógicamente no pude ver su cara, pero por el tono de sus palabras adivine que se había puesto loco de alegría.
Me maquillé ligeramente, me pinté un poco los ojos y los labios, y empecé a pensar en que ropa me ponía. Quería estar muy sexy, para poner a cien a mi italiano, pero tampoco quería parecer un putón, y después de mucho dudar y probarme ropa, me decidí por un vestido de flores suelto, cortito, pero no en exceso, con unos tirantes que se anudaban en los hombros, y que ya me encargué de aflojarlos para que quedara más suelto y que el escote me bajara más, y con unas aberturas laterales que casi llegaban hasta la cintura, y que estando de pie o caminando apenas se apreciaban, pero que al sentarme dejaban ver todo el muslo. Me puse también unas sandalias de tacón alto que estilizaban más mi figura, y nada más. Estaba decidida a poner a cien al italiano, y decidí dejar la ropa interior en el armario.
Me asomé a la terraza, para ver llegar a Alessandro, aunque también con el temor de que de un momento a otro pudiese llegar mi marido, y estando apoyada en la barandilla podía sentir como la brisa del mar recorría mis muslos y mi sexo, provocándome una sensación indescriptible que me ponía más caliente si cabe.
Por fin vi llegar el coche de Alessandro, baje en su búsqueda, me metí en el coche, le di un beso de piquito, y salimos camino del restaurant, mientras el se deshacía en halagos sobre lo guapa que estaba, y lo bien que me quedaba el vestido, sin quitar el ojo de mis muslos, pues al estar sentada se veían hasta casi la cintura.
El restaurant era un sitio ideal, al lado del mar, muy coqueto decorado, con muchas velas que lo hacían más intimo, lleno de gente guapa y que al estar en la terraza se sentía la brisa del mar.
Hacía tiempo que no disfrutaba de una cena como aquella, pues aparte del sitio y de la comida que estaba deliciosa, no paré de reírme con las cosas y las ocurrencias que me contaba Alessandro, y si a eso le unimos los efectos de un fresquito vino blanco, os podéis hacer una idea de cómo estaba yo: exultante.
Terminada la cena, me propuso ir a tomar un mojito a un sitio llamado KM5, que estaba muy bien, pues era al aire libre, con unas especie de jaimas árabes donde estaban los sofás y las mesas, con muy buena música, pero con un volumen no estridente, que permitía mantener una conversación. Nos sentamos en una mesa que tenía una especie de diván alargado lleno de cojines, y donde si te descuidabas, acababas tumbada del todo.
Después de que una sexy camarera nos trajese los mojitos, brindamos, dimos un sorbo, y nos dimos un intenso beso. Ese fue el momento en que definitivamente decidí ir a saco con el italiano, y a partir de ahí, todo fueron risas, tragos de mojito, besos y mas risas. El me había pasado la mano por detrás, apoyándola en mi hombro, y jugaba acariciando con sus dedos mi cuello, que es una de las cosas que más me enciende, y yo por mi parte, para darle más morbo a la situación, dejé caer uno de los tirantes del vestido, con lo que el escote se me bajó, y apenas se sujetaba en uno de mis pezones. A todo esto, aunque él no lo podía ver por su posición, para deleite de los que estaban al otro lado, la abertura lateral de mi vestido llegaba hasta la cintura, mostrando todo el muslo y algo más, y sobre todo, dejando ver que no llevaba bragas.
El no dejaba de mirarme al escote, esperando que actuase la fuerza de la gravedad y dejase al descubierto una de mis tetas, y aunque yo estaba decidida a hacerlo, quise mantenerle con la expectación durante algo más de tiempo.
Continuamos bebiendo y besándonos, y por mi parte, entre los mojitos y la calentura que tenía, me encontraba totalmente desinhibida y decidida al ataque final, así que aprovechando que me volteó un poco hacia delante de el para darme un beso, dejé que se escurriese el escote, mostrando una de mis bronceadas tetas. No pudo resistir la tentación, y con la mano que no sujetaba mi hombro, la metió entre el y yo, y comenzó a acariciarme la teta. Desde fuera no se podía ver nada de lo que sucedía, pues yo estaba girada de espaldas al resto de la gente, y aproveché la situación para meterle mano a su paquete, y poder comprobar la dureza y el tamaño de su sexo, además de calentarle un poco más. Si a esto le añadimos la intensidad de los besos, os podréis imaginar cuanto de calientes estábamos los dos.
En estas maniobras estuvimos un rato más, hasta que comprendimos que no podíamos seguir allí, pues a pesar de que el sitio estaba discreto, ya estábamos dando la nota, y teníamos demasiado público pendiente de nosotros, y temíamos que en cualquier momento nos iban a llamar la atención. Aparte de las enormes ganas de follar que teníamos.
Así que nos levantamos, caminamos abrazados por la rampa que lleva en dirección al parking para coger el coche. Como el parking estaba muy oscuro, y yo estaba a cien, no me pude resistir y cogiéndole de la mano le llevé entre dos coches, y allí en la oscuridad, le abrace por el cuello y comencé a abrazarle y besarle como una poseída, para después bajarle la cremallera de su pantalón y liberarle el pene, que lo tenía a punto de reventar dentro de la jaula de su bóxer, y comenzar a acariciárselo. Luego me agaché y me puse de rodillas, no sin antes dejar caer mi escote para mostrar una de mis tetas, y allí, en la oscuridad de la noche, entre dos coches, comencé a besar el capullo de su polla que estaba ya rojo encendido. Se la besaba, se la comía, me la metía toda dentro, le pasaba la lengua a su alrededor, se la sorbía, y mientras con mi mano acariciaba sus huevos.
El no podía resistir más la calentura a la que le estaba sometiendo, y yo estaba como poseída de erotismo y pasión. No me conocía a mi misma, pues jamás había experimentado una sensación de pasión y lujuria como esa noche.
Después de unos minutos de pasión desenfrenada, me dijo que era mejor que fuésemos a su casa, y yo le dije que si, por favor, que ya no puedo más. La agarré por su polla, y con una teta fuera del vestido, caliente como una perra, le llevé caminando por el parking hasta su coche.
Llegamos, abrió el coche y se metió dentro para arrancar, mientras que yo daba la vuelta hacia el otro lado, y aprovechando la oscuridad de la noche, me quité el vestido y me metí totalmente desnuda dentro del coche.
Se quedó de piedra, pero no pudo resistir la tentación, y comenzó a acariciarme las tetas, mientras yo me acercaba a el, le besaba como una poseída, y volví a liberar su polla de las apreturas del pantalón. Con la calentura mis piernas se habían abierto muchísimo, mostrando mi coñito depilado totalmente, y chorreando como un manantial de montaña, tentación a la que tampoco pudo resistirse, y comenzó a acariciármelo, a pasarme los dedos de arriba abajo, y de abajo arriba, a meterme los dedos dentro, a acariciarme el clítoris, mientras yo me retorcía de placer y le masajeaba su polla. Así estuvimos hasta que no pude resistir más sus caricias en mi coño , y chorreando me corrí en un orgasmo impresionante que hizo que me marease y perdiese la noción, como nunca jamás había sentido.
Recuperado un poco el ánimo, salimos del parking y nos encaminamos hacia su casa. En la oscuridad de la noche no se podía ver nada desde fuera del coche, pero cuando ya llegábamos a la zona urbanizada donde estaba su apartamento, con la luz de las farolas, algunos afortunados pudieron ver perfectamente circular un coche con una tía dentro, totalmente en pelotas, despatarrada, con los pies en el salpicadero, y que con una mano le acariciaba la polla al conductor, y con la otra se masturbaba el coño.
Entramos en el parking, y cuando ya había aparcado el coche me dijo que me debería de vestir para coger el ascensor, a lo que yo, con el desenfreno y la locura que se había apoderado de mi, le dije que no importaba, que así el trayecto en el ascensor se le haría más agradable. Y así, de esa guisa, tomamos el ascensor, subimos y entramos en su apartamento.
Lo que sucedió a continuación no os lo puedo describir, pues fue una autentica locura. Lo hicimos de todas las maneras y posturas que os podáis imaginar: por delante, por detrás, por detrás de detrás, yo encima, yo debajo, yo metiéndole un dedo en el culo, el metiéndome un dedo en el culo, yo comiéndosela, el comiéndomelo a mi, los dos comiéndonoslo a la vez…así hasta el paroxismo.
Ya no recuerdo las veces que me corrí, ni las que se corrió el, lo que si recuerdo es que hubo un momento de autentica locura en que nuestras mentes querían y pedían más sexo y nuestros cuerpos ya no respondían, hasta que verdaderamente extenuados caímos los dos extenuados y nos dormimos abrazados el uno al otro. No recuerdo en mi vida, ni con mi marido, ni con los otros chicos con los que estuve, haber sentido nada igual, y haber disfrutado tanto…
Mis ojos se abrieron a la luz al día siguiente al sentir las caricias de Alessandro sobre mi cuerpo desnudo, y allí tomé verdaderamente consciencia de lo que había sucedido y de lo que había hecho la noche anterior. Ni en mis mejores sueños hubiera podido imaginar que una mujercita casada como yo, con una vida respetable, fuese capaz de hacer lo que había hecho, de desenfrenarme como lo había hecho, de perder la consciencia como lo había hecho y de sentir todo lo que había sentido aquella lujuriosa y deliciosa noche.
Cerré los ojos, y me quedé soñando y recordando…
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