Debido a la crisis económica que nos compete a todos los argentinos, hacia ya un tiempo que había iniciado la búsqueda de un local en dónde trasladar la oficina. La que ocupamos ahora es alquilada, y el dueño ya nos había advertido sobre el incremento del alquiler, razón por la cuál quería tener a mano un lugar para trasladarme en caso que se pasara de la raya con el aumento.
El agente inmobiliario que me vendió mi nueva casa, el mismo con el que garché antes de firmar la escritura, me acompañó a visitar algunos lugares, pero hasta el momento ninguno me convencía. Si el local era amplio y con buena distribución, la zona no resultaba la ideal para una agencia de seguros, y si por el contrario se encontraba en un lugar con tránsito fluido, la propiedad resultaba demasiado pequeña. Igual seguía en la búsqueda.
El martes me llama el agente para avisarme que tiene el lugar ideal, un local amplio, con ventanales, sótano y segundo piso, ubicado en el cruce de dos avenidas.
-¡Perfecto! Quiero verlo- le digo.
-Por eso te llamo, estoy con unos problemas personales, no podría acompañarte sino hasta mañana, pero si querés verlo hoy te puedo mandar las llaves y la dirección- me explica.
-Dale, mandámelas, aprovecho que tengo la tarde libre y voy a verlo-
A la media hora llega un mensajero en moto con un sobre de la inmobiliaria. El local queda en Palermo, no muy lejos de dónde estamos funcionando actualmente, así que me voy a verlo enseguida.
Llego a la dirección indicada en el sobre, estaciono el coche, y me quedo un rato observando el lugar y las adyacencias. Por lo que puedo ver a esa hora, casi las tres de la tarde, hay bastante tránsito en las dos avenidas que forman el cruce, requisito indispensable para una oficina de seguros automotor.
A mitad de cuadra hay un Farmacity, una playa de estacionamiento en la vereda de enfrente y lugares de comida en dos de las cuatro esquinas. Así a simple vista me resulta un lugar por demás idóneo.
Me bajo del auto y entro al local, a ver si de adentro resulta igual de adecuado.
Los ventanales dan a ambas avenidas, por lo que la exposición está asegurada. Sigo recorriendo el interior, imaginándome ya cual va a ser mi oficina. Entonces me doy cuenta que tiene un patio. Salgo para ver en que condiciones se encuentra y lo primero que veo es a un albañil subido a un andamio revocando la pared de la propiedad contigua. No está en el local que estoy visitando, sino en el inmueble vecino, pero aún así se encuentra a unos pocos metros, por lo que lo veo tan claramente como él me ve a mí.
Es entonces que se me aparece una imagen recurrente, de algo que me pasó hace ya mucho tiempo. Tendría 15 o 16 años, volvía del colegio, con mi uniforme de Instituto Privado, cuando desde una obra en construcción, uno de los albañiles, en cuero y con el pantalón arremangado casi hasta las rodillas, se pone a hacerme gestos obscenos y a gritarme a viva voz:
-¡Veni que te garcho toda, bombón!-
La obra estaba en un lugar poco transitado, por lo que aprovechándose de la falta de testigos, se saca la pija y se la sacude ostentosamente, como si estuviera manipulando una manivela.
-Veni, no te pierdas ésta- me insiste, mostrándomela en todo su esplendor.
Y es que con tan solo un par de sacudidas la poronga se le puso de un tamaño que me dejó sin aliento.
Todavía no había pasado nada con mi tío Carlos, por lo que las únicas pijas que había visto hasta ese momento eran las de las revistas porno de mis hermanos. De ahí el impacto que me causó.
Llegué a mi casa y sin saludar a nadie, me metí a mi cuarto a hacerme terrible paja. Me acuerdo que de tan caliente que estaba el clítoris se me había puesto del tamaño de mi pulgar, y hasta me salía espumita de la concha.
Mientras me pajeaba, me imaginaba entrando en esa obra para que, tal como me había dicho, ése obrero me garchara toda. No recordaba su cara, pero su piel morena, sus músculos bien marcados y por supuesto, tan terrible pija, condimentaron mis fantasías sexuales durante varias noches. Y ahí estaba, un ejemplar de la misma especie, tantos años después, mirándome de la misma forma que me había mirado aquel hombre. Solo faltaba que dijera que me quería garchar toda.
A diferencia de aquel, éste no estaba en cuero, aunque debajo de la remera se le adivinaba un cuerpo formado a fuerza de trabajo físico.
Nos miramos y a modo de saludo nos sonreímos, bueno yo le sonreí primero y él me devolvió la sonrisa. Aunque mi gesto más que nada fue por haberme sensibilizado ante el grato recuerdo de aquella situación.
Nunca pasó nada con aquel sujeto, es más, nunca lo volví a ver ya que después de ese día cambié de recorrido. Cuando volví a pasar por ese mismo lugar tiempo después, la obra ya era un edificio de departamentos. Así que me sentía como si hubiera viajado en el tiempo, y volviese a enfrentarme a esa situación que tanto me había impactado. Solo que ya no era una colegiala, ahora ya soy toda una mujer y ésta vez no saldría huyendo.
Me doy la vuelta lentamente, como exhibiéndome y vuelvo a entrar al local. Lo espío por una ventana y veo que sigue mirándome, seguramente relamiéndose por lo que acaba de contemplar.
Quizás pueda parecer una locura, pero me parecía que estando con éste albañil, saldaba de alguna forma lo que había quedado pendiente con aquel otro. Porque aunque en ese entonces todavía no había probado el sexo, las ganas de coger ya las tenía. Solo me faltó decisión para entrar en esa obra y dejarme garchar por aquel desconocido. Hoy en cambio, decisión es lo que me sobra.
Salgo de nuevo al patio y miro todo alrededor, haciéndome la distraída, aunque todos mis sentidos están puestos en la presencia de aquel albañil.
-¿Está todo bien?- me pregunta desde arriba de su andamio.
-Sí, perfecto, solo constatando algunas cosas- le digo haciéndome visera con la mano para evitar el reflejo del sol.
-¿Lo vas a alquilar?- se interesa dejando sus materiales a un lado.
-Puede ser...-
-Si querés puedo ayudarte a revisar como están las paredes y los techos, por si necesitás hacer algún arreglo-
-Me vendría bárbaro, gracias-
Haciendo unos arriesgados malabares, se baja del andamio, se sube a la medianera y de un salto accede al patio. Al verlo caer tan fácilmente, por lo menos para alguien con su estado físico, pienso en las mejoras de seguridad que tendría que realizar de concretar el alquiler.
-Hugo- se presenta tras sacudirse y limpiarse las manos.
No debe tener más de treinta, morocho, de buen físico, con una altura que me debe sacar cabeza y media.
-Mariela- le correspondo, estrechándole la mano.
Entramos al local y mientras le cuento de que se trata mi negocio, me va haciendo notar las manchas de humedad que hay en diferentes lugares.
-No es nada grave, hace falta un poco de trabajo pero se puede arreglar- me asegura.
-Gracias, sos muy bueno en lo tuyo, quizás te contrate para hacer los arreglos que hagan falta- le digo.
-Encantado de trabajar para vos-
-Me imagino que para todo serás tan bueno...- prosigo, entrando a propósito en uno de los ambientes que no tiene vista a la calle, caminando en una forma que sus ojos no pueden evitar centrarse en mi cuerpo.
-¿O me equivoco?- agrego sugestiva, dándome la vuelta y quedándome de espalda contra una pared.
Agarrando al toque la indirecta se sonríe y se me acerca, de modo que lo tengo casi encima mío, "face to face", la respiración de uno mezclándose con la del otro.
-No es por mandarme la parte, pero nunca tuve quejas-
-Mirá que soy muy exigente, eh-
-Exigime todo lo que quieras, te aseguro que vas a quedar más que satisfecha...-
-Será cuestión de probar, entonces- le digo y aferrándome de sus brazos, me pongo en puntas de pie y lo beso en la boca.
El beso siempre es la prueba que necesito para saber de antemano si voy a pasarla bien. Si un hombre me besa bien, puedo estar segura de que me va a coger bien. Y éste albañil besaba como un verdadero galán francés, con toda la lengua, como a mí me gusta.
Mientras nos degustamos mutuamente, apoya su cuerpo contra el mío, haciéndome sentir esa incitante dureza que ya comienza a gestarse entre sus piernas.
La pija, aprisionada bajo la tela del pantalón, forma una comba de proporciones más que generosas. Se la acaricio a todo lo largo y casi en un ronroneo, le digo:
-Me imagino que tendrás forros-
El albañil se queda de piedra. No, no tiene forros encima. Yo tampoco, así que estamos en un dilema.
-¿Porque no vas al Farmacity de mitad de cuadra? Yo te espero- le digo.
-¿En serio me vas a esperar?- me pregunta sospechando que se trate de un ardid para escabullirme y dejarlo con la leche encima.
Le agarro la mano, le chupo los dedos y llevándolos hacia abajo, los meto por entre mis piernas, haciéndole sentir la humedad de toda esa zona. Esa humedad que él mismo ayudó a crear.
-Mirá como me pusiste, ¿te parece que me pueda ir en éste estado? Por supuesto que te voy a esperar- le digo, dando por sentado que aún iba a estar cuándo volviera.
Cuando saca los dedos los tiene empapados con esa espumita que me sale cuando la calentura sobrepasa todo límite.
-Enseguida vuelvo- me dice tras un nuevo beso y sale corriendo.
-Apurate...- le pido mientras se aleja.
Mientras espero que vaya a comprar forros, me doy otra vuelta por el local, evaluando el estado de los distintos ambientes. Tal como dijo el albañil, requiere trabajo pero no es nada del otro mundo.
A los cinco minutos está de vuelta con la correspondiente cajita de preservativos. Nos volvemos a besar con pasión y avidez, estrechándonos en un abrazo que pretende fundir nuestros cuerpos en uno solo.
Ahora no hace falta que yo guíe su mano, él mismo la mete por debajo y vuelve a hurgarme la concha, deslizando sus dedos por entre el almíbar que humedece mi interior.
Se pone de cuclillas y levantándome la falda, me corre la tanga y entra a chupármela, haciéndome temblar del gusto.
Me come el clítoris, que de tan gordo y duro se me puso del tamaño de un pulgar. Lo chupa y lo relame, hasta me lo muerde, enviando pequeñas descargas eléctricas a cada rincón de mi cuerpo.
Me devora con una avidez irrefrenable, metiendo toda la lengua por entre mis gajos, para sorber golosamente el dulce néctar de mi sexo.
Luego me suelta, dejándome ahí con la cachucha toda abierta y babeando, se levanta y se desabrocha a las apuradas el pantalón. Lo ayudo a bajárselo, y le agarro la pija, que ya está dura y bien parada. Me pongo en puntas de pie para estar a su altura y me la refriego por encima de la concha, mojándola con mi propio juguito.
Entonces me agacho y ahora soy yo la que chupa, comiéndosela entera, devolviéndole con creces la atención que acaba de tener conmigo. Y aunque me parecía que ya la tenía en su punto de máxima erección, dentro de mi boca se le pone mucho más tiesa todavía.
¡Que delicia de poronga, por favor! Estaba como para sacarle lustre todo el día. Pero aunque resulta ambrosía para mi paladar, tengo otras urgencias que no puedo ignorar.
Necesitaba sentirlo adentro, me urgía que me la clavara, así que yo misma le pongo el forro y frotándomela de nuevo, me la voy ensartando. Primero la cabeza, luego un buen pedazo y otro más, hasta que los huevos hacen tope.
Seguimos ahí, los dos de pie, por lo que me apoya contra la pared, casi con violencia, y se hunde en mí, viril, impetuoso, suspirando plácidamente a medida que me va llenando con su carne.
Se nota que tiene bastante práctica en coger de parado, porque maniobra a la perfección. Me levanta una pierna y calzándosela en la cintura, me penetra desde un ángulo preciso, llegándome hasta lo más profundo apenas con el impulso de sus piernas.
Yo también tengo mi experiencia en coger de parada, por lo que nos complementamos sin problemas, fluyendo el uno en el otro con tal agilidad como si estuviésemos en la más confortable de las camas.
Mientras nos cogemos no dejamos de besarnos, chupándonos las bocas con ansía y frenesí.
Haciendo uso de su excesiva fuerza física, me levanta la otra pierna y sosteniéndome prácticamente en el aire, me liquida a puro pijazo.
Resulta brutal, salvaje, indómito, pero como me gusta. Me sujeto con los brazos de su cuello, grueso como un tronco, y me dejo arrasar por ese vendaval de sensaciones que me arrancan un orgasmo que me deja en estado catatónico por varios segundos.
Cuándo me suelta caigo al suelo toda desarmada, con la concha latiéndome de puro gozo y placer. Y aunque acaba de darme una soberana garchada, todavía estoy vestida. Así que lo primero que hago al recuperar el aliento, es ponerme en bolas.
Él también se desnuda y volviéndome a agarrar entre sus brazos, me besa ahora en una forma mucho más tierna, casi romántica.
-¡Altas gomas tenés!- me dice al pasar de mi boca a mis tetas para chupármelas con entusiasmo.
Luego me da la vuelta, me pone de cara contra la pared, y desliza los dedos por toda mi raya trasera.
-¡Y alto culo también!- agrega, dándome un chirlo que, por lo desolado del lugar, resuena en toda la habitación como un estallido.
Se planta tras de mí, grande e imponente, y comienza a puntearme con la pija por toda la cola. Me la pasa arriba y abajo, me recorre la raya, hasta que me la vuelve a clavar y agarrándome de las tetas se pone a garcharme de nuevo.
Esta vez y desde atrás me parece mucho más grande, como si la leche que todavía no soltaba se le fuera acumulando no en los huevos, sino en torno a su ya prominente volumen.
Me tiene ahí, aprisionada contra la pared, embistiéndome con todo, haciéndome vibrar en torno a ese baluarte de vigor y hombría que me llena de todas las formas posibles.
Cuándo me la saca, se queda un rato afuera, me vuelve a recorrer la raya con la punta, presionando aquí y allá en una forma por demás incitante.
Sé lo que quiere, pero no se anima a pedírmelo.
-¿Me querés hacer la cola?- le pregunto entonces, a sabiendas de sus deseos.
Como única respuesta me la clava entonces por detrás, pero como es muy grande, no me entra así nomás a la primera.
Me escupo entonces en la mano y me lubrico el ojete con mi propia saliva. También me meto un par de dedos y los muevo como tijeras para dilatarme el esfínter.
Ahora sí, me la mete de nuevo, empujando con ahínco y entusiasmo. Y por la forma en que se mueve, como retrocede y avanza, y sobre todo, como va ocupando cada espacio que se abre, se nota que ya tiene una vasta experiencia en lo que a romper culitos se refiere.
Agarrándome con firmeza de la cintura, me llega a lo más profundo, provocándome esa sensación de que me está partiendo al medio. Una sensación que pese a la leve molestia y al escozor inicial, resulta de lo más agradable.
Así, teniéndome bien abrochada, se echa en el suelo, llevándome con él, de modo que quedo sentada encima suyo, el culo bien abierto, su verga totalmente hundida en mí.
Me apoyo en dónde puedo, y empiezo a moverme, arriba y abajo, deslizándome a todo lo largo, sintiéndolo rebotar con fuerza en lo más profundo de mis intestinos.
Sin dejar de montarlo me acaricio el clítoris, que sigue hinchado y encendido, me lo sacudo con fuerza, hasta me lo pellizco tratando de canalizar de alguna manera ese vértigo que se me hace en la panza.
Al mismo tiempo el albañil se impulsa desde abajo, entubándome bien el orto, abriéndomelo a destajo, haciendo uso y posesión de mi más estrecho conducto.
A causa del arrebato, caigo de costado, en el suelo, con el albañil todavía acoplado a mi cuerpo, sin dejar de culearme.
PAM - PAM - PAM.
Un pijazo tras otro, profundo, irrefrenable, devastador. Me acabo la vida en el piso de ése local, bautizando la cerámica con el flujo de mi orgasmo.
El albañil también está por acabar, así que se apura, acelera, y cuando ya no puede contenerse más, me la saca del culo, se deshace del forro, y sacudiéndosela varias veces, me acaba encima.
La leche del albañil se impregna en mi piel, empapándome la panza, los pechos y hasta la cara, debido a la fuerza de la eyaculación.
Nos quedamos un buen rato ahí, tirados, entre suspiros, sintiendo ambos que, pese al sexo salvaje que acabamos de compartir, aún tenemos mucho más para dar.
Estoy con la tarde libre, así que por lo menos de mi parte no hay ningún apuro.
El albañil sale por un momento del cuarto, y vuelve con unos cartones que acomoda en el suelo. Sobre ellos nos acostamos, a reponer energías, el uno al lado del otro, abrazados, hablando de banalidades.
Mientras hablamos, él me acaricia las tetas y yo le paseo un dedo a lo largo de la pija, que increíblemente sigue bien parada.
-¿Siempre es así?- le pregunto entonces -Acabaste un montón y sigue dura-
-Eso depende...-
-¿De qué?-
-De la compañía-
Le sonrío y vuelvo a besarlo, agarrándole ahora la pija para meneársela suavemente, más por gusto propio que porque lo necesitara, ya que desde hace rato la tiene como un fierro.
Yo misma le pongo un forro y sin dejar de besarlo me voy subiendo encima suyo, me acomodo la pija entre los gajos y de una sola sentada, me dejo llenar de nuevo por tan encomiable virilidad.
Soberbia, poderosa, absoluta...
Me muevo arriba y abajo, hacia los lados, me la meto toda y me refriego contra sus huevos, sintiendo toda esa energía, todo ese poder fluyendo dentro de mí.
Mis tetas se sacuden ostentosamente por efecto de la cabalgata, el albañil me las agarra y las aprieta, me las chupa, me las muerde mientras yo me sigo ensartando una y otra vez, sin descanso, empachándome de verga.
En un momento, ya desaforada y fuera de mí, me pongo de cuclillas, me la saco de la concha y me la meto por el culo, que luego de la batida anterior, me quedó como bostezando. Entonces empiezo a alternar con los dos agujeros, culeando y cogiendo al mismo tiempo.
El polvo que nos echamos esta vez resulta impactante, estremecedor, una auténtica bomba nuclear cuya onda expansiva nos envuelve y sacude como si la Tierra misma estuviese temblando.
Nos quedamos fundidos el uno en el otro, suspirando a más no poder, bañados en sudor, los cuerpos aún ardiendo luego de tan cruenta batalla.
Al rato nos estamos duchando juntos, con agua fría porque el termotanque no funciona. Y aunque el baño es pequeño, lo usual en un local, nos acomodamos bastante bien.
Nos secamos con una toalla que trae de la obra de al lado y nos vestimos. Y aunque no acostumbro hacerlo cuando se trata de una relación casual, le doy mi número de celular.
-Para que me escribas- le aclaro -Nunca me llames-
No sé si terminaré alquilando el local, pero otro encuentro con ése albañil seguro voy a tener.
El agente inmobiliario que me vendió mi nueva casa, el mismo con el que garché antes de firmar la escritura, me acompañó a visitar algunos lugares, pero hasta el momento ninguno me convencía. Si el local era amplio y con buena distribución, la zona no resultaba la ideal para una agencia de seguros, y si por el contrario se encontraba en un lugar con tránsito fluido, la propiedad resultaba demasiado pequeña. Igual seguía en la búsqueda.
El martes me llama el agente para avisarme que tiene el lugar ideal, un local amplio, con ventanales, sótano y segundo piso, ubicado en el cruce de dos avenidas.
-¡Perfecto! Quiero verlo- le digo.
-Por eso te llamo, estoy con unos problemas personales, no podría acompañarte sino hasta mañana, pero si querés verlo hoy te puedo mandar las llaves y la dirección- me explica.
-Dale, mandámelas, aprovecho que tengo la tarde libre y voy a verlo-
A la media hora llega un mensajero en moto con un sobre de la inmobiliaria. El local queda en Palermo, no muy lejos de dónde estamos funcionando actualmente, así que me voy a verlo enseguida.
Llego a la dirección indicada en el sobre, estaciono el coche, y me quedo un rato observando el lugar y las adyacencias. Por lo que puedo ver a esa hora, casi las tres de la tarde, hay bastante tránsito en las dos avenidas que forman el cruce, requisito indispensable para una oficina de seguros automotor.
A mitad de cuadra hay un Farmacity, una playa de estacionamiento en la vereda de enfrente y lugares de comida en dos de las cuatro esquinas. Así a simple vista me resulta un lugar por demás idóneo.
Me bajo del auto y entro al local, a ver si de adentro resulta igual de adecuado.
Los ventanales dan a ambas avenidas, por lo que la exposición está asegurada. Sigo recorriendo el interior, imaginándome ya cual va a ser mi oficina. Entonces me doy cuenta que tiene un patio. Salgo para ver en que condiciones se encuentra y lo primero que veo es a un albañil subido a un andamio revocando la pared de la propiedad contigua. No está en el local que estoy visitando, sino en el inmueble vecino, pero aún así se encuentra a unos pocos metros, por lo que lo veo tan claramente como él me ve a mí.
Es entonces que se me aparece una imagen recurrente, de algo que me pasó hace ya mucho tiempo. Tendría 15 o 16 años, volvía del colegio, con mi uniforme de Instituto Privado, cuando desde una obra en construcción, uno de los albañiles, en cuero y con el pantalón arremangado casi hasta las rodillas, se pone a hacerme gestos obscenos y a gritarme a viva voz:
-¡Veni que te garcho toda, bombón!-
La obra estaba en un lugar poco transitado, por lo que aprovechándose de la falta de testigos, se saca la pija y se la sacude ostentosamente, como si estuviera manipulando una manivela.
-Veni, no te pierdas ésta- me insiste, mostrándomela en todo su esplendor.
Y es que con tan solo un par de sacudidas la poronga se le puso de un tamaño que me dejó sin aliento.
Todavía no había pasado nada con mi tío Carlos, por lo que las únicas pijas que había visto hasta ese momento eran las de las revistas porno de mis hermanos. De ahí el impacto que me causó.
Llegué a mi casa y sin saludar a nadie, me metí a mi cuarto a hacerme terrible paja. Me acuerdo que de tan caliente que estaba el clítoris se me había puesto del tamaño de mi pulgar, y hasta me salía espumita de la concha.
Mientras me pajeaba, me imaginaba entrando en esa obra para que, tal como me había dicho, ése obrero me garchara toda. No recordaba su cara, pero su piel morena, sus músculos bien marcados y por supuesto, tan terrible pija, condimentaron mis fantasías sexuales durante varias noches. Y ahí estaba, un ejemplar de la misma especie, tantos años después, mirándome de la misma forma que me había mirado aquel hombre. Solo faltaba que dijera que me quería garchar toda.
A diferencia de aquel, éste no estaba en cuero, aunque debajo de la remera se le adivinaba un cuerpo formado a fuerza de trabajo físico.
Nos miramos y a modo de saludo nos sonreímos, bueno yo le sonreí primero y él me devolvió la sonrisa. Aunque mi gesto más que nada fue por haberme sensibilizado ante el grato recuerdo de aquella situación.
Nunca pasó nada con aquel sujeto, es más, nunca lo volví a ver ya que después de ese día cambié de recorrido. Cuando volví a pasar por ese mismo lugar tiempo después, la obra ya era un edificio de departamentos. Así que me sentía como si hubiera viajado en el tiempo, y volviese a enfrentarme a esa situación que tanto me había impactado. Solo que ya no era una colegiala, ahora ya soy toda una mujer y ésta vez no saldría huyendo.
Me doy la vuelta lentamente, como exhibiéndome y vuelvo a entrar al local. Lo espío por una ventana y veo que sigue mirándome, seguramente relamiéndose por lo que acaba de contemplar.
Quizás pueda parecer una locura, pero me parecía que estando con éste albañil, saldaba de alguna forma lo que había quedado pendiente con aquel otro. Porque aunque en ese entonces todavía no había probado el sexo, las ganas de coger ya las tenía. Solo me faltó decisión para entrar en esa obra y dejarme garchar por aquel desconocido. Hoy en cambio, decisión es lo que me sobra.
Salgo de nuevo al patio y miro todo alrededor, haciéndome la distraída, aunque todos mis sentidos están puestos en la presencia de aquel albañil.
-¿Está todo bien?- me pregunta desde arriba de su andamio.
-Sí, perfecto, solo constatando algunas cosas- le digo haciéndome visera con la mano para evitar el reflejo del sol.
-¿Lo vas a alquilar?- se interesa dejando sus materiales a un lado.
-Puede ser...-
-Si querés puedo ayudarte a revisar como están las paredes y los techos, por si necesitás hacer algún arreglo-
-Me vendría bárbaro, gracias-
Haciendo unos arriesgados malabares, se baja del andamio, se sube a la medianera y de un salto accede al patio. Al verlo caer tan fácilmente, por lo menos para alguien con su estado físico, pienso en las mejoras de seguridad que tendría que realizar de concretar el alquiler.
-Hugo- se presenta tras sacudirse y limpiarse las manos.
No debe tener más de treinta, morocho, de buen físico, con una altura que me debe sacar cabeza y media.
-Mariela- le correspondo, estrechándole la mano.
Entramos al local y mientras le cuento de que se trata mi negocio, me va haciendo notar las manchas de humedad que hay en diferentes lugares.
-No es nada grave, hace falta un poco de trabajo pero se puede arreglar- me asegura.
-Gracias, sos muy bueno en lo tuyo, quizás te contrate para hacer los arreglos que hagan falta- le digo.
-Encantado de trabajar para vos-
-Me imagino que para todo serás tan bueno...- prosigo, entrando a propósito en uno de los ambientes que no tiene vista a la calle, caminando en una forma que sus ojos no pueden evitar centrarse en mi cuerpo.
-¿O me equivoco?- agrego sugestiva, dándome la vuelta y quedándome de espalda contra una pared.
Agarrando al toque la indirecta se sonríe y se me acerca, de modo que lo tengo casi encima mío, "face to face", la respiración de uno mezclándose con la del otro.
-No es por mandarme la parte, pero nunca tuve quejas-
-Mirá que soy muy exigente, eh-
-Exigime todo lo que quieras, te aseguro que vas a quedar más que satisfecha...-
-Será cuestión de probar, entonces- le digo y aferrándome de sus brazos, me pongo en puntas de pie y lo beso en la boca.
El beso siempre es la prueba que necesito para saber de antemano si voy a pasarla bien. Si un hombre me besa bien, puedo estar segura de que me va a coger bien. Y éste albañil besaba como un verdadero galán francés, con toda la lengua, como a mí me gusta.
Mientras nos degustamos mutuamente, apoya su cuerpo contra el mío, haciéndome sentir esa incitante dureza que ya comienza a gestarse entre sus piernas.
La pija, aprisionada bajo la tela del pantalón, forma una comba de proporciones más que generosas. Se la acaricio a todo lo largo y casi en un ronroneo, le digo:
-Me imagino que tendrás forros-
El albañil se queda de piedra. No, no tiene forros encima. Yo tampoco, así que estamos en un dilema.
-¿Porque no vas al Farmacity de mitad de cuadra? Yo te espero- le digo.
-¿En serio me vas a esperar?- me pregunta sospechando que se trate de un ardid para escabullirme y dejarlo con la leche encima.
Le agarro la mano, le chupo los dedos y llevándolos hacia abajo, los meto por entre mis piernas, haciéndole sentir la humedad de toda esa zona. Esa humedad que él mismo ayudó a crear.
-Mirá como me pusiste, ¿te parece que me pueda ir en éste estado? Por supuesto que te voy a esperar- le digo, dando por sentado que aún iba a estar cuándo volviera.
Cuando saca los dedos los tiene empapados con esa espumita que me sale cuando la calentura sobrepasa todo límite.
-Enseguida vuelvo- me dice tras un nuevo beso y sale corriendo.
-Apurate...- le pido mientras se aleja.
Mientras espero que vaya a comprar forros, me doy otra vuelta por el local, evaluando el estado de los distintos ambientes. Tal como dijo el albañil, requiere trabajo pero no es nada del otro mundo.
A los cinco minutos está de vuelta con la correspondiente cajita de preservativos. Nos volvemos a besar con pasión y avidez, estrechándonos en un abrazo que pretende fundir nuestros cuerpos en uno solo.
Ahora no hace falta que yo guíe su mano, él mismo la mete por debajo y vuelve a hurgarme la concha, deslizando sus dedos por entre el almíbar que humedece mi interior.
Se pone de cuclillas y levantándome la falda, me corre la tanga y entra a chupármela, haciéndome temblar del gusto.
Me come el clítoris, que de tan gordo y duro se me puso del tamaño de un pulgar. Lo chupa y lo relame, hasta me lo muerde, enviando pequeñas descargas eléctricas a cada rincón de mi cuerpo.
Me devora con una avidez irrefrenable, metiendo toda la lengua por entre mis gajos, para sorber golosamente el dulce néctar de mi sexo.
Luego me suelta, dejándome ahí con la cachucha toda abierta y babeando, se levanta y se desabrocha a las apuradas el pantalón. Lo ayudo a bajárselo, y le agarro la pija, que ya está dura y bien parada. Me pongo en puntas de pie para estar a su altura y me la refriego por encima de la concha, mojándola con mi propio juguito.
Entonces me agacho y ahora soy yo la que chupa, comiéndosela entera, devolviéndole con creces la atención que acaba de tener conmigo. Y aunque me parecía que ya la tenía en su punto de máxima erección, dentro de mi boca se le pone mucho más tiesa todavía.
¡Que delicia de poronga, por favor! Estaba como para sacarle lustre todo el día. Pero aunque resulta ambrosía para mi paladar, tengo otras urgencias que no puedo ignorar.
Necesitaba sentirlo adentro, me urgía que me la clavara, así que yo misma le pongo el forro y frotándomela de nuevo, me la voy ensartando. Primero la cabeza, luego un buen pedazo y otro más, hasta que los huevos hacen tope.
Seguimos ahí, los dos de pie, por lo que me apoya contra la pared, casi con violencia, y se hunde en mí, viril, impetuoso, suspirando plácidamente a medida que me va llenando con su carne.
Se nota que tiene bastante práctica en coger de parado, porque maniobra a la perfección. Me levanta una pierna y calzándosela en la cintura, me penetra desde un ángulo preciso, llegándome hasta lo más profundo apenas con el impulso de sus piernas.
Yo también tengo mi experiencia en coger de parada, por lo que nos complementamos sin problemas, fluyendo el uno en el otro con tal agilidad como si estuviésemos en la más confortable de las camas.
Mientras nos cogemos no dejamos de besarnos, chupándonos las bocas con ansía y frenesí.
Haciendo uso de su excesiva fuerza física, me levanta la otra pierna y sosteniéndome prácticamente en el aire, me liquida a puro pijazo.
Resulta brutal, salvaje, indómito, pero como me gusta. Me sujeto con los brazos de su cuello, grueso como un tronco, y me dejo arrasar por ese vendaval de sensaciones que me arrancan un orgasmo que me deja en estado catatónico por varios segundos.
Cuándo me suelta caigo al suelo toda desarmada, con la concha latiéndome de puro gozo y placer. Y aunque acaba de darme una soberana garchada, todavía estoy vestida. Así que lo primero que hago al recuperar el aliento, es ponerme en bolas.
Él también se desnuda y volviéndome a agarrar entre sus brazos, me besa ahora en una forma mucho más tierna, casi romántica.
-¡Altas gomas tenés!- me dice al pasar de mi boca a mis tetas para chupármelas con entusiasmo.
Luego me da la vuelta, me pone de cara contra la pared, y desliza los dedos por toda mi raya trasera.
-¡Y alto culo también!- agrega, dándome un chirlo que, por lo desolado del lugar, resuena en toda la habitación como un estallido.
Se planta tras de mí, grande e imponente, y comienza a puntearme con la pija por toda la cola. Me la pasa arriba y abajo, me recorre la raya, hasta que me la vuelve a clavar y agarrándome de las tetas se pone a garcharme de nuevo.
Esta vez y desde atrás me parece mucho más grande, como si la leche que todavía no soltaba se le fuera acumulando no en los huevos, sino en torno a su ya prominente volumen.
Me tiene ahí, aprisionada contra la pared, embistiéndome con todo, haciéndome vibrar en torno a ese baluarte de vigor y hombría que me llena de todas las formas posibles.
Cuándo me la saca, se queda un rato afuera, me vuelve a recorrer la raya con la punta, presionando aquí y allá en una forma por demás incitante.
Sé lo que quiere, pero no se anima a pedírmelo.
-¿Me querés hacer la cola?- le pregunto entonces, a sabiendas de sus deseos.
Como única respuesta me la clava entonces por detrás, pero como es muy grande, no me entra así nomás a la primera.
Me escupo entonces en la mano y me lubrico el ojete con mi propia saliva. También me meto un par de dedos y los muevo como tijeras para dilatarme el esfínter.
Ahora sí, me la mete de nuevo, empujando con ahínco y entusiasmo. Y por la forma en que se mueve, como retrocede y avanza, y sobre todo, como va ocupando cada espacio que se abre, se nota que ya tiene una vasta experiencia en lo que a romper culitos se refiere.
Agarrándome con firmeza de la cintura, me llega a lo más profundo, provocándome esa sensación de que me está partiendo al medio. Una sensación que pese a la leve molestia y al escozor inicial, resulta de lo más agradable.
Así, teniéndome bien abrochada, se echa en el suelo, llevándome con él, de modo que quedo sentada encima suyo, el culo bien abierto, su verga totalmente hundida en mí.
Me apoyo en dónde puedo, y empiezo a moverme, arriba y abajo, deslizándome a todo lo largo, sintiéndolo rebotar con fuerza en lo más profundo de mis intestinos.
Sin dejar de montarlo me acaricio el clítoris, que sigue hinchado y encendido, me lo sacudo con fuerza, hasta me lo pellizco tratando de canalizar de alguna manera ese vértigo que se me hace en la panza.
Al mismo tiempo el albañil se impulsa desde abajo, entubándome bien el orto, abriéndomelo a destajo, haciendo uso y posesión de mi más estrecho conducto.
A causa del arrebato, caigo de costado, en el suelo, con el albañil todavía acoplado a mi cuerpo, sin dejar de culearme.
PAM - PAM - PAM.
Un pijazo tras otro, profundo, irrefrenable, devastador. Me acabo la vida en el piso de ése local, bautizando la cerámica con el flujo de mi orgasmo.
El albañil también está por acabar, así que se apura, acelera, y cuando ya no puede contenerse más, me la saca del culo, se deshace del forro, y sacudiéndosela varias veces, me acaba encima.
La leche del albañil se impregna en mi piel, empapándome la panza, los pechos y hasta la cara, debido a la fuerza de la eyaculación.
Nos quedamos un buen rato ahí, tirados, entre suspiros, sintiendo ambos que, pese al sexo salvaje que acabamos de compartir, aún tenemos mucho más para dar.
Estoy con la tarde libre, así que por lo menos de mi parte no hay ningún apuro.
El albañil sale por un momento del cuarto, y vuelve con unos cartones que acomoda en el suelo. Sobre ellos nos acostamos, a reponer energías, el uno al lado del otro, abrazados, hablando de banalidades.
Mientras hablamos, él me acaricia las tetas y yo le paseo un dedo a lo largo de la pija, que increíblemente sigue bien parada.
-¿Siempre es así?- le pregunto entonces -Acabaste un montón y sigue dura-
-Eso depende...-
-¿De qué?-
-De la compañía-
Le sonrío y vuelvo a besarlo, agarrándole ahora la pija para meneársela suavemente, más por gusto propio que porque lo necesitara, ya que desde hace rato la tiene como un fierro.
Yo misma le pongo un forro y sin dejar de besarlo me voy subiendo encima suyo, me acomodo la pija entre los gajos y de una sola sentada, me dejo llenar de nuevo por tan encomiable virilidad.
Soberbia, poderosa, absoluta...
Me muevo arriba y abajo, hacia los lados, me la meto toda y me refriego contra sus huevos, sintiendo toda esa energía, todo ese poder fluyendo dentro de mí.
Mis tetas se sacuden ostentosamente por efecto de la cabalgata, el albañil me las agarra y las aprieta, me las chupa, me las muerde mientras yo me sigo ensartando una y otra vez, sin descanso, empachándome de verga.
En un momento, ya desaforada y fuera de mí, me pongo de cuclillas, me la saco de la concha y me la meto por el culo, que luego de la batida anterior, me quedó como bostezando. Entonces empiezo a alternar con los dos agujeros, culeando y cogiendo al mismo tiempo.
El polvo que nos echamos esta vez resulta impactante, estremecedor, una auténtica bomba nuclear cuya onda expansiva nos envuelve y sacude como si la Tierra misma estuviese temblando.
Nos quedamos fundidos el uno en el otro, suspirando a más no poder, bañados en sudor, los cuerpos aún ardiendo luego de tan cruenta batalla.
Al rato nos estamos duchando juntos, con agua fría porque el termotanque no funciona. Y aunque el baño es pequeño, lo usual en un local, nos acomodamos bastante bien.
Nos secamos con una toalla que trae de la obra de al lado y nos vestimos. Y aunque no acostumbro hacerlo cuando se trata de una relación casual, le doy mi número de celular.
-Para que me escribas- le aclaro -Nunca me llames-
No sé si terminaré alquilando el local, pero otro encuentro con ése albañil seguro voy a tener.
26 comentarios - Revoque a cal y canto...
No te dejes llevar por la gente que no entiende el verdadero valor de una mujer de verdad, que disfruta del sexo sin joder a nadie. Son parte de los machistas retrógrados que no respetan a la mujer.
Te felicito por disfrutar y contarlo siempre. Como dijo un colega... verdad ,imaginación o fantasía corre por cuenta del lector. Yo sueño con ser parte algún día. Y disfrutar de tu cuerpo. Besos.