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La puta de mi hijo 10

     Esa misma tarde, mi marido llamó a Julia. Le dejamos sólo en la cocina para que hablara con ella. Los tres aguardamos expectantes a que terminara de hablar, para que nos contara los planes que tenía. A pesar de todo, mi hijo no perdía el tiempo. Estaba sentado en medio de las dos y nos sobaba las tetas a la vez. Claro que también mi cuñada y yo le acariciábamos la gorda polla. Y es que, no sé qué pasa, pero siempre que le tenemos al lado, sentimos la necesidad de acariciarle el cipote.
— Ya está. He hablado con Julia y hemos quedado mañana en el aeropuerto de Zaragoza, cerca del aparcamiento. Cuanto menos nos vean mejor.
— ¿Está conforme en venirse a casa?
— No quería venir. Me ha costado mucho convencerla.
— ¿Y por qué no quería venir, acaso siente vergüenza porque es tu amante?
— Escúchame cariño —mi marido se aproximó hasta nosotros— no es mi amante. No es mi novia y tampoco estoy enamorado. Aunque no lo creas, sólo te quiero a ti y a nadie más. Lo mío con Julia empezó como una aventura y al final se ha convertido en ayuda. Vale que me la he follado mientras tanto, pero nada más. Sé que te he hecho daño y te pido perdón; un millón de veces si hace falta —Se puso de rodillas ante mí— Si quieres que me arrastre, me arrastraré por el suelo. Haré lo que tú quieras para que me perdones —las palabras de mi marido eran completamente sinceras, y sus ojos se llenaron de lagrimas— pero no me apartes de tu lado. Ni siquiera soporto imaginar mi vida sin ti —acabó llorando como un niño sobre mis piernas. Las lágrimas me corrían por las mejillas. Miré a mi derecha y ví que tanto mi hijo como mi cuñada también lloraban en silencio. Puedo ser muy dura en mi empresa si la ocasión lo requiere. Pero con los míos no soy capaz. Ahora me daba cuenta de lo cruel que estaba siendo con mi marido y no se lo merecía joder, a pesar de todo ¡Le quería!
— Levanta cariño por favor. No puedo verte así—le rogué llorando. Le senté sobre mis piernas y le besé toda la cara con cariño ─Te quiero ─ Le decía mientras le besaba. Mi hijo tiró de él despacio —Te quiero papá—dijo y también le besó con cariño, incluso en la boca.
        Mi cuñada tiró también de él y le cubrió de besos casi maternales. Mi marido seguía llorando aunque con menos intensidad. Los tres le abrazamos tratando de transmitirle el cariño que sentíamos. Al pobrecito mío se le veía tan indefenso en ese momento, tenía la pollita tan encogida, que parecía más bien la minina de un niño. Se la besé. Abrí la boca y me la tragué por completo, como haría una cariñosa madre jugando con su hijito. No pretendía darle placer, pero se ve que con el calor de mi boca, su pilila empezó a engordar, cuando me la saqué de la boca la tenía morcillona. Mi hijo me reemplazó y se metió la polla de su padre en la boca dándole una mamada de campeonato.
Mi marido ya estaba empalmado cuando le tocó el turno a su hermana. Ella sí que le mamó para darle placer y mucho, mi hijo y yo le abrimos de piernas y vimos el bulto que se la había formado debajo del escroto.
— Está a punto de correrse —le dije a mi hijo y en ese momento vimos como esa misma zona latía muy deprisa— Mira se está corriendo —le dije a mi hijo.
— Pues le está bombeando mucha lefa a la tía —contestó viendo sus espasmos.
— Lo mismo te pasa a ti cuando te corres —le dije—
— Me estoy poniendo cachondo mamá —me cogió la mano y la llevó hasta su polla. Se la agarré y comprobé que se le empezaba a endurecer.
— Hijo no es el momento —intenté retirar mi mano.
— Venga mamá, chúpamela —insistió sin soltarme la mano.
— No me apetece ahora, por favor suéltame —no me sentía motivada en ese momento.
        Mi marido descansaba sobre los pechos de su hermana y ella le tenía abrazado. Los dos nos miraban excitados. Mi hijo se puso de pié sobre el asiento del sofá y rápidamente me agarró los brazos por las muñecas. Me fijé en su gordo pene, bamboleándose al mismo tiempo que engordaba y crecía. Mi hijo estaba muy excitado; yo notaba como se humedecía mi sexo también. Él se mantuvo retirado el espacio suficiente, como para que el aliento que yo expelía al resistirme le llegara a su sexo.
— Bésame la polla mamá —me ordenó.
        Por debajo de sus gordos huevos vi a mi marido y su hermana. Los dos miraban en silencio, con la misma expresión de lujuria en sus caras. Besé la punta de la polla a mi hijo, incluso sus huevos cuando me los arrimó a la cara; todo, para que dejara de acosarme. Intentaba resistirme. Quizá por cabezonería o porque no quería que mi hijo me dominara delante de su padre. No estoy segura. De lo que sí estoy segura, es de que en ese momento, mi vagina ya me ardía, y destilaba flujo en abundancia —Túmbate mamá —volvió a ordenarme mi hijo. No me moví, y él, sin soltarme los brazos, me fue ladeando hasta tumbarme sobre el sofá, pero junté mis piernas en un absurdo intento de resistencia. Mi hijo estaba a horcajadas sobre mí. Sus ojos llameaban de lujuria y de autoridad al mismo tiempo cuando ví que agachaba la cara en dirección a mi pecho, me moví — Estate quieta, no puedes evitar que me coma tus tetas —Abrió la boca, atrapó mi duro pezón y empezó a lamerlo despacio al principio y a succionarlo con fuerza después. Tenía razón, no pude evitarlo, pero es que tampoco quise evitar que me mamara los pechos, lo deseaba con la misma fuerza con la que él me los mamaba. Cuando se sació con mis pechos levantó la cara y me miró — Ahora te voy a follar —me dijo.
— Ni se te ocurra intentarlo —le desafié innecesariamente.
— Ábrete de piernas —me ordenó. Me negué moviendo la cabeza.
— Atrévete a pegarme —dije para provocarle.
— Ábrete de piernas mamá —insistió de nuevo.
— Pégame si tienes cojones —dije y no me moví. Entonces mi hijo me sujetó las muñecas con una sola mano y con la que quedó libre me dio una bofetada. Ahora mi hijo se comportaba como un macho dominante, justo lo que deseaba —Cobarde, pégame otra vez—Estaba muy cachonda, pero me negué de nuevo a separar mis piernas. La segunda bofetada me hizo un poco de daño y se me saltaron las lagrimas.
— Ábrete de piernas so puta —me ordenó otra vez con la cara congestionada. Ahora sí, ya estaba lista para abrirme de piernas para mi hijo y dejé que se metiera en medio — Apártate las bragas y metete mi polla —me ordenó soltándome. Me corrí a un lado las braguitas, le agarré la polla y me la enchufé en la vagina. El cabrón de mi hijo se retiró hacia atrás para dejarme dentro sólo el glande.
— ¿Y ahora qué? —le pregunté extrañada.
— Si quieres que te folle tendrás que suplicar —dijo penetrándome un poco y retrocediendo después.
— Estás loco si crees que te voy a suplicar ¡Vamos, empuja de una puta vez! —contesté.
        Mi hijo me penetró más, lentamente me fue metiendo su pollón pero no hasta el fondo. Gemí de gusto al sentirle dentro de mí. Me estaba llenado las entrañas y no me había doblegado a él. Era la primera vez que lo lograba y me sentí fuerte. Él retrocedió con la misma lentitud con la que me había penetrado, y de nuevo volvió a meterse dentro de mí muy despacio. Yo me estaba volviendo loca de placer y su lentitud me desesperaba. Deseaba que me embistiera con fuerza, como siempre me hace y adelanté mis caderas para penetrarme yo misma, pero me lo impidió. Mi hijo repitió la operación de nuevo, muy despacio, sólo que esta vez, al retroceder, me la sacó por completo dejándome en la antesala de un gran orgasmo.
— ¿Y ahora qué pasa, porqué me la sacas? —exclamé furiosa.
— No me apetece seguir.
— ¿Qué no te apetece seguir? me abofeteas y ahora que me tienes ¿me dejas así? ¡Serás hijo puta!
— Tú me has obligado. Me gusta jugar contigo, con mi tía y con papá, pero una cosa es jugar y otra muy distinta es tener que llegar a esto. Si quieres un chulo que te golpeé, búscatelo, porque yo no estoy dispuesto. Así no me apetece —dijo mi hijo poniéndose en pie. Me dio la espalda y empezó a caminar hacia la escalera.
— ¿A dónde vas cabrón? ¡vuelve aquí! —grité.
Miré a mi marido y a su hermana. Ella le tenía agarrada la polla sin darse cuenta que la tenía flácida. Los dos me miraban y guardaban silencio. Casi ni respiraban. Corrí detrás de mi hijo, le adelanté y me puse delante de él. Aun estaba empalmado y muy duro cuando le toqué el pene.
— Hijo por favor, vuelve y méteme el polvo que has empezado —le rogué.
— Mamá no insistas, ya te he dicho que no me apetece. No te entregas como siempre lo haces. Me has provocado de una forma que no me gusta.
— Perdóname hijo, en ese momento no sé qué me ha pasado.
— Yo sí sé que te ha pasado. Te brillaban los ojos de deseo cuando te he dado las bofetadas, y no me gusta jugar a eso.
— Vuelve por favor, verás como ahora sí me entrego como siempre —le supliqué desesperada y con lagrimas en los ojos.
— Si tanta necesidad tienes, ve y que te folle tu marido —me apartó con firmeza y siguió ascendiendo.
— Hijo no me abandones. Tú no por favor —exclamé llorando, pero no sirvió de nada. Llegó al final de la escalera y dobló el pasillo camino de su habitación.
— ¿Qué he hecho por dios? —pregunté llorando.
        Entre mi cuñada y mi marido me pusieron en pie y me llevaron a la habitación de mi cuñada. Allí me sentaron en la cama. Me tumbé de lado y me encogí llorando — ¿Qué he hecho? —Repetía llorando— Tranquila cariño —mi cuñada me acariciaba la cabeza tratando de consolarme.
— ¿Por qué? —pregunté a mi cuñada.
— No tengo la respuesta cielo. Sólo sé que tu hijo quería jugar contigo, como siempre, pero a ti se te ha ido la olla. Le has provocado y desafiado a posta para que te pegara y eso le ha jodido y mucho. Lo que pensaras hacer en ese momento se te ha ido de las manos —La verdad es que ni yo misma comprendía lo que me había pasado por la cabeza.
— Voy a hablar con él —dijo mi marido.
— ¿A caso me estoy volviendo una masoquista?
— Claro que no cielo, que cosas se te ocurren.
— Esto pasa por follar con mi propio hijo. Me lo temía desde el principio. Mira que me lo he dicho muchas veces << No lo hagas, que el incesto no es natural >>
— No digas tonterías, tu coño no entiende de esas cosas.
— Pero mi cabeza sí.
— No sabes lo que dices. Yo he descubierto que me excita y me gusta follar con mi hermano ¿Y qué, acaso es malo? Por supuesto que no es malo. Sólo es sexo y se trata de disfrutar al máximo, nada más.
— Entonces ¿Por qué me he portado así, por qué no me limito a disfrutar como tú?
— No lo sé. Cada persona es un mundo. Tú eres una cabezota y a veces, te gusta llevar las cosas hasta el límite, reconócelo.
— A lo mejor tienes razón y esa tozudez mía me ha jugado una mala pasada. En ese momento entró mi marido.
— ¿Qué tal está? —Le pregunté.
— Hecho polvo. Si te digo la verdad está muy jodido.
— Y todo por mi culpa —dije y me eché a llorar de nuevo.
— Hablaré yo con él, no te preocupes —dijo mi cuñada.
— Ve a verle si quieres, pero a mí me ha pedido que le dejemos en paz de momento. Voy a llamar a Julia y decirle que no puedo ir.
— ¡Dios mío! Es verdad. No puedes hacer eso. Vete a por ella y tráetela —le dije a mi marido.
— No creo que sea el mejor momento.
— Tu mujer tiene razón. Vete a por ella y tráetela, no hay motivo para añadir un problema más.
— Entonces voy a prepararme.
— Vale, me visto y te acerco al aeropuerto.
— No. Es mejor que te quedes. Cogeré un taxi.
— Me lavo la cara en un momento —insistí.
— Cariño no lo entiendes. Tengo que disfrazarme antes de salir de casa, esa gente no se anda con chiquitas.
— Anda y ve con cuidado —le dije dándole un beso en los labios. Mi marido se fue a nuestra habitación.
— ¿Estamos locos? —me preguntó mi cuñada.
— No lo sé. Quiero pensar que no, que hacemos lo correcto por esa pobre chica.
— No sé si ir a ver a mi sobrino.
— Quédate conmigo por favor —la pedí y se tumbó a mi lado. Me pasó un brazo por los hombros y me refugié en su pecho.
Así nos encontró mi marido más tarde antes de irse. La verdad es que no se parecía en nada a él mismo. Llevaba una peluca de color gris canoso y una barba postiza del mismo color y vestido de forma elegante. Parecía un señor de unos sesenta y tantos años, que iba en viaje de negocios. Nos despedimos de él deseándole mucha suerte. Él se comprometió a llamarnos para que estuviéramos tranquilas. Nosotras nos abrazamos deseando que todo saliera bien y así, nos quedamos dormidas.
No sé cuánto tiempo había pasado. Nos despertamos cuando llamaron a la puerta de la habitación y entró mi hijo. Ya no iba desnudo, se había puesto una camiseta y un pantalón corto holgado. Al verle así, vestido, el alma se me cayó a los pies.
— Tengo hambre ¿Queréis que os prepare algo de cena?
— ¿Por qué te has vestido?
— No me apetece andar desnudo mamá. Además siento frio.
— Ahora mismo bajamos —dijo mi cuñada.
— Ha dicho que siente frio ¿Pero dónde, donde siente frio mi niño santo cielo? ¿Pero cómo he podido ofenderle de esa forma?
— No empieces a llorar de nuevo. Dale un poco de tiempo. Lávate la cara y bajamos a cenar —me dijo mi cuñada. La obedecí como un zombi. Juro que cuando metí la cabeza bajo el grifo, deseé que el lavabo estuviera lleno de agua.
— ¿Y qué nos ponemos?
— Unas simples braguitas bastará, pero que se nos marque la raja.
— Ahora no tengo ánimos para esas cosas
— Vamos a ver ¿Quieres arreglar las cosas con tu hijo ¿no? Pues pídele perdón, ponte sexy, e intenta seducirle. Nunca falla. Mi cuñada estuvo buscando en el cajón de su ropa interior y sacó unas preciosas braguitas transparentes, de color amarillo crudo. Para ella, eligió unas iguales pero de color salmón.
— Joder se marca mucho dije mirándome en el espejo.
— Cuñada, tienes un chocho muy bonito, lúcelo y no te preocupes de más.
— ¿Los pechos los vamos a llevar al aire?
— ¡Por supuesto! Procura pasarte algo frio por los pezones para que se te pongan de punta.
— Me siento como una puta.
— ¡Eres la puta de tu hijo! Cariño.
        Cuando entramos en la cocina, mi hijo le dedicó una mirada lasciva a su tía, a mí ni me miró siquiera; eso me dolió pero no dije nada. Ya lo había preparado todo. Una deliciosa ensalada, unos panecillos untados con paté de distintos sabores, un plato de queso y otro de jamón. Refrescos para él y vino blanco helado para su tía y para mí. Nos sentamos una a cada lado de él y empezamos a comer, aunque yo no tenía ni pizca de hambre. Mi cuñada cada vez que se llevaba un alimento a la boca, sacaba la lengua y lo lamía con la punta, dándole un toque muy erótico a la cena. Mi hijo la miraba con ojos lascivos. Yo les miraba a ellos y no veía el momento para dirigirme a él. Al final respiré hondo y me decidí.
— Hijo ¿podemos hablar?
— Claro que sí mamá —su tono era respetuoso.
— Quiero pedirte perdón otra vez. No sé que me ha pasado. Lo último que deseo es ofenderte, te suplico que me perdones.
— Mamá ¡por dios! No hace falta que me supliques. Te perdono — ¡me besó en la mejilla! — ¿ves? Ya está todo olvidado.
— No. No está olvidado, sigues enfadado conmigo.
— Mamá, no te obceques, te he perdonado, ya no estoy enfadado, de verdad —de nuevo se inclinó hacia mí, me pasó un brazo por los hombros y me volvió a besar; esta vez en las dos mejillas— ¿Ya estás conforme?
— ¡No joder! No estoy conforme, hace unas horas no me hubieras besado en la cara.
— Antes, era antes mamá y ahora es ahora. Eres mi madre y te trato como lo que eres, nada más —Yo sí que no pude más y rompí a llorar.
— ¿No te parece que estás siendo excesivamente duro con tu madre? —le dijo su tía.
— No pretendo ser duro, ni nada, la trato como cualquier hijo trataría a su madre —Su palabras me dolían como puñaladas.
— Venga sobrino, no te cachondees de mí. Sabes muy bien que eres mucho más que un hijo para ella. Tú la sacaste de la monotonía y le diste un nuevo sentido a su vida sexual. Tú le das la felicidad que necesita cada vez que te la follas ¿No vas a ser capaz de perdonar un error? ¡un solo error! ¡Por el amor de Dios! ¿tan intransigente vas a ser con ella sobrino? ¿te crees tan hombre que piensas que lo que tú empezaste, tú lo terminas?
— En cierto modo sí.
— Sobrino, si crees eso no eres un hombre, sino un pobre mierda que se cree hombre.
— Por favor cariño ¡perdóname! —supliqué arrodillada ante mi hijo— ¡Te juro que nunca volverá a pasar! ¡Te necesito como madre y como mujer, no me abandones! Tú no por favor.
— Déjale cariño —mi cuñada acudió para ponerme en pie, pero no me sostenían las piernas— ¡Basta ya de humillarte joder! —gritó enfadada. Al final me puse de pie, ella me abrazó y me besó en los labios — Escucha sobrino, no te consiento, ni a ti ni nadie que tratéis así a esta mujer. Puesto que no quieres que las cosas sean como antes, me la llevo a mi casa. Allí por lo menos trataré de hacerla feliz. Vamos cielo —mi cuñada me condujo hacia la puerta de la cocina.
Me temblaba todo el cuerpo, subí el primer escalón y si no es por mi cuñada, me hubiese caído, no sabía si sería capaz de subir las escaleras — ¡Esperad por favor! — oímos gritar a mi hijo detrás de nosotras.
— Perdóname mamá —mi hijo se me echó encima y me caí de culo sobre un escalón. Me abrazó, se apoyó contra mi pecho y rompió a llorar como un niño— No quiero que te vayas, ni tú, ni la tía, por favor, no os vayáis. Perdón, perdón, perdón.
         ¿Cómo no iba a ser capaz de perdonar a mi hijo? Mi cuñada se sentó un escalón más arriba que nosotros, y desde atrás, nos abrazó. Los tres nos echamos a llorar. Soltando toda la presión que nos oprimía el pecho. Estuvimos llorando unos minutos, hasta que poco a poco nos fuimos sosegando. No dejaba de acariciar la cabeza de mi niño con toda mi ternura, como haría cualquier madre.
        De pronto, la felicidad me inundó completamente, porque sentí que mi hijo me mamaba un pezón con mucha ternura. Me sujeté el pecho y lo acuné como cuando era un niño. Mi cuñada que lo estaba viendo, me besó en el hombro al tiempo que deslizaba su mano por delante de mi cintura para apartarme las braguitas a un lado, para que mi hijo lo tuviera fácil. Yo le había cambiado de pecho, para que me mamara el otro pezón. El brazo de mi hijo que me abarcaba los hombros, se deslizó por mi espalda y cuando su mano se introdujo dentro de mis braguitas, me estremecí de gozo.
        Mi niño alzó la cara sin soltarme el pezón y le sonreí, él me sonrió también, entonces levantó la cara y me besó en la boca. Un beso cargado de pasión y muy húmedo, como su lengua. Gemí en su boca cuando sus dedos se deslizaron por mi rajita húmeda. Nos separamos y besó de la misma manera a su tía; al mismo tiempo, la acariciaba los pechos con la misma mano que me había acariciado el culito y con la que le quedaba libre, me sobaba el chocho de una manera deliciosa. Sin poder evitarlo, metí la mano por la holgada pernera de su pantalón corto. No llevaba ropa interior por lo que pude sacarle afuera sus enormes huevos sin problemas y se los apreté con delicadeza ¡Dios mío, como me gustan los cojones de mi hijo! Se los acaricié con ternura viendo como a escasos centímetros de mi cara él se morreaba con su tía. Yo saqué la lengua y arrime mi cara a la de ellos y los tres juntamos nuestras lenguas batallando por ver quién lamía más. Jugué con la piel de su prepucio y le acaricié la polla ¡El circulo había sido reparado!
— No sé vosotras, pero yo sigo teniendo hambre —dijo nada más separarse. Los tres rompimos a reír. Mi cuñada se puso en pie la primera.
— Llevas el chumino al aire so guarra —le dije al ver que tenía un costado de las braguitas apartado a un lado.
— La culpa es del sinvergüenza de tu hijo, que mientras me besaba, me lo ha estado sobando.
— No. La culpa es tuya putona, por dejarte tocar —dijo mi hijo.
— ¡Ya! pero es que me da mucho gusto que me lo toques ¡Anda besadme el chocho porfa! Entre los dos se lo besamos y hundimos nuestra lengua en su hendidura. Mientras lamía la rajita de mi cuñada, mi hijo deslizó la mano por el interior de mi muslo y se apoderó de nuevo de mi conejito. Dí un largo suspiro de satisfacción y mi cuñada me imitó.
— Anda Vamos a cenar —dije. En ese momento sonó mi móvil. Era mi marido. Había llegado bien y ya estaba con Julia. Les recomendé que cogieran sólo aquello que no les comprometiera, documentación y demás objetos (móvil, cámaras, incluso tickets de la compra) Que el resto lo dejaran, además, sería raro dos hombres viajaran vestidos con trajes elegantes y maletas. Mi marido me felicitó por la excelente idea. Ya le compraríamos a Julia lo necesario para su vestuario cuando estuviera en casa, y a salvo. Me preguntó por el chico y le dije que habíamos cerrado el círculo de nuevo.
— Acuérdate de abrirlo mañana para dos más—me recordó
— Por supuesto cariño, pero primero tened mucho cuidado. Yo también te quiero —le dije antes de colgar el móvil. Le besé en la boca a mi niño y a mi cuñada de parte de mi marido —Llegarán alrededor del medio día—les dije. Abrazados, con mi hijo en medio, regresamos de nuevo a la cocina. Él iba acariciándonos el culito las dos. Mi cuñada le tenía agarrada la polla y yo los huevos.
— Sentaos cada una en una pierna y dadme de cenar putitas —nos pidió mi hijo.
— De eso nada sobrino. Tú serás la cena de tus putas —dijo mi cuñada. Algo se le había ocurrido.
Lo puso en práctica inmediatamente. Lo primero que hicimos fue desnudar totalmente a mi hijo. Luego retiramos todo lo que había en la mesa y le pidió a su sobrino que se tumbara encima pero de espaldas. A continuación, mi cuñada nos explicó, que el juego consistía en untar a mi hijo con paté en todas aquellas partes que nosotras queríamos devorar. Nos encantó el juego y nos pusimos manos a la obra.
Mi cuñada cogió el bote de paté, metió los dedos y empezó a embadurnar la polla de mi hijo. Yo le unté paté sobre sus tetillas y alrededor de los labios. Tuvimos que solventar un problema sobre la marcha. Como no estaba empalmado del todo, mi cuñada se la mamó hasta conseguir ponérsela muy dura. Así pudimos untarle toda la polla con paté. Como la tiene tan grande, tuvimos que abrir dos botes más para untársela del todo, además los botes eran muy pequeños. El cuarto y quinto bote lo gastamos en sus huevos, el ojete y los alrededores, las ingles y los costados. A mí se me ocurrió untarle los dedos de los pies y mi cuñada me secundó. Cuando terminamos, el pobre estaba de paté hasta arriba, únicamente se salvó su espalda, y las nalgas, porque como tenía las piernas flexionadas por las rodillas, la parte de culito que quedaba al aire también se lo habíamos untado.
— Pareces un delicioso pastel de paté, cariño —dijo mi cuñada— ya sabes que tú no puedes tocarnos. Debes estarte quieto —le recordó.
        Empezamos por los labios. Las dos lamimos ávidamente toda la crema de paté. Mordimos sus labios y hundimos nuestras lenguas en su boca. Descendimos por el cuello lamiendo todo el paté untado. Cuando llegamos a sus tetillas. Mi pobre niño comenzó a gemir más fuerte y a jadear. Los pezones se le pusieron de punta y al ser gorditos, era una delicia mamárselos. El pobre jadeaba y gemía cada vez más —Avísanos si te vas a correr—le dije y continué mamando el pezón igual que mi cuñada. Acabamos con todo el paté de esa zona y después de darnos un festín con sus pezones, seguimos lamiendo el estomago y los costados —Me corro zorras, no puedo más—nos avisó. Ambas acudimos rápidamente hasta su enorme polla; juntamos las caras y abrimos la boca. Inmediatamente recibimos su descarga. La eyaculación fue muy abundante. Su semen entraba en nuestras bocas hambrientas, pero algunos chorros se estrellaban contra nuestra cara y nuestro pelo. El paté y la lefa de mi hijo mezclados, tenían un sabor delicioso. Cuando nos retiramos, todavía le salía lefa a pequeños borbotones.
— Deja que le escurra hasta los huevos, así tendrán mejor sabor —dijo mi cuñada.
— Mira que eres guarra.
— Ya lo sé —me entregó un vaso de vino— brindemos por la mejor cena del mundo.
        Después del brindis, nos lamimos los restos de semen de la cara y nos besamos mezclando nuestra saliva con el semen de mi hijo. Las dos volvimos al estómago, reanudando nuestra cena. También tengo que decir, que no sólo lamiamos el paté, de vez en cuando, las dos nos enzarzábamos en un apasionado morreo.
— Vosotras estáis cenando, pero yo no y tengo hambre. Dadme algo por favor —protestó mi hijo.
— Pobrecito, nos hemos olvidado de él —dijo mi cuñada.
        Yo me quité las bragas la primera, metí los dedos en el bote de paté y me unté las ingles y la vulva, los pezones y el agujerito trasero. Mi cuñada puso dos sillas juntas. Me puse de pie sobre ellas con las piernas separadas y encima de la cara de mi hijo — ¿Te gusta esto? —pregunté. No dijo nada porque se quedó sin habla, pero sus ojos reflejaron la calentura que sentía mi pobre niño. Me agaché despacio hasta que mi conejito tocó su boca.
        La boca y la lengua de mi hijo empezaron a devorar toda la comida. Segundos después ya gemía en voz alta dando rienda suelta a todo el gustazo que me invadía. ¿Cómo iba a imaginar que sentir su lengua en mis ingles me iba a dar tanto placer?
— Come mi niño, comete el chochito de mamá, no te quedes con hambre mi amor —le decía mientras sentía como su lengua me lamía toda la raja, para meterse después en mi vagina.
—Chúpala la pilila que la da mucho gusto—dijo mi cuñada y mi hijo se cebó con mi empalmado clítoris.
        Mi cuerpo se estremecía con cada una de las lamidas que me daba, y encima mi cuñada no paraba de lamerme los pezones untados de paté. Cuando la lengua de mi hijo alcanzó mi ojete las piernas empezaron a temblarme.
—Me corro cariño, que fuerte me viene—y era verdad.
        El orgasmo que tuve fue tremendo, me senté sobre mi hijo porque no podía sostenerme y él no paraba de chuparme y mordisquearme la pilila, como llaman a mi desarrollado clítoris —No por favor, no me hagas eso que me meo—le dije, pero él siguió y siguió hasta que empecé a mearme.
        Solté un potente chorro de pis que la guarra de mi cuñada recogió con su boca. Cuando el chorro disminuyó, fue mi hijo el encargado de bebérselo. Mi cuñada me ayudó a bajar de las sillas. Estaba muy caliente porque me metió un pezón untado de paté en la boca y empujó mi cabeza contra su pecho. Mientras lamia el paté la agaché para que su sobrino le chupara el otro pezón. Entre los dos, nos comimos el paté de sus pechos. Luego ella se subió en las sillas, pero dándome la espalda. Se agachó ofreciéndole su chochazo con paté a mi hijo y a mí me pidió que le chupara el culito.
        Me sentí encantada de comerme el ojete de mi cuñada, mientras mi hijo daba buena cuenta de su chochazo. Le separé las nalgas con la mano y metí mi lengua en su ano para darla más placer. Entre los dos la provocamos un brutal orgasmo, de tal intensidad, que también se meó pero sobre su sobrino que con la boca abierta trataba de beber todo el líquido que podía.
        Hicimos una pausa para beber y serenarnos, pues las dos estábamos muy cansadas después de corrernos. Mi hijo era el único que estaba cachondo y empezaba a empalmarse.
— Vamos sobrino empálmate. Haz que te crezca el cipote. ¡Eso es! Agita la polla con orgullo, que un pollón como el tuyo es único —con las palabras que le decía su tía, mi hijo se empalmó del todo y yo me uní.
— Venga cariño, haz que te engorde la punta, que quiero ver como se descapulla solita—en unos segundos, el glande empezó a engordar y engordar y la piel del prepucio se escurrió hacia atrás, liberando el cabezón de su maravillosa polla. No nos defraudó.
— Todo para mis putitas, servíos cuanto queráis —nos invitó.
        Ambas nos servimos, pero no una ración, sino todo, nos íbamos a comer todo el sexo de mi niño. Mi cuñada se encargó de la polla y yo de sus deliciosos cojones y el culito. Empecé por el ojete, lamiendo primero el paté y besando después su esfínter, para terminar metiendo la punta de la lengua dentro todo lo que pude. ¡Qué rico sabía su culito! Evidentemente, mi hijo eyaculó al poco rato y la guarra de mi cuñada se comió toda su lefa. Yo sólo pude ver como se la bombeaba mirando los rápidos y potentes espasmos que tenía debajo de su escroto. Cuando se repuso, mi hijo se bajó de la mesa y nos abrazó a su tía y a mí.
— Os adoro putitas—dijo dándonos un cariñoso beso en los labios.
        Entre los tres limpiamos y recogimos la cocina en medio de juegos y toqueteos. Al salir para dirigirnos al baño, no quedaba ni rastro de nuestra pequeña orgía. Los tres entramos en la habitación de mi cuñada y nos metimos directamente en la bañera. Mi cuñada fue la primera en sentarse con la espalda apoyada en la pared y yo, como siempre, me senté entre sus piernas y de espaldas a ella. Como es su costumbre, mi cuñada me agarró los pechos y me los acarició, mi hijo miraba excitado como su tía jugaba con mis pezones.
— ¿No te sientas cielo? —le pregunté extrañada de que permaneciese de pie.
— Es que me estoy meando —dijo
— Pues mea joder —le dijo mi cuñada.
— Sí cariño, acércate y mea a tus putas —le dije. Se acercó a nosotras y se agachó un poco, las dos le sujetamos el pene. Tras un pequeño esfuerzo mi niño nos regó con su chorro caliente. Nosotras complacidas nos duchamos con su liquido y antes de que le bajara el caudal, nos turnamos para beber directamente de su manguera. Cuando acabo de hacer pis, no hizo falta que se la sacudiera, nosotras se la habíamos dejado bien limpia.
— Quiero metértela mamá, no sé si podre echarte un polvo, pero necesito follarte, y la tía también.
— Por supuesto, mi vida —dije abriéndome de piernas para recibirle. Tenía la polla morcillona, pero lo suficientemente dura para penetrarme.
— Hazme tuya, necesito que me hagas tuya —le pedí. Él puso sus manos en mis nalgas y me apretó contra su pene.
— Tómala mamá, ya la tienes toda dentro.
— Si cariño, como a mí me gusta, hasta los cojones—estuvimos follando hasta que me corrí abrazada a él.
— Ahora tú tía —Intercambiamos los sitios y mi hijo penetró a su tía que gimió al recibirle.
— Echaba de menos tu chochazo. Te quiero tía —dijo follándola despacio.
— Hazme tuya sobrino, también lo necesito.
— Tómala cariño, hasta dentro —dijo hundiéndose en ella con fuerza —ya eres mía.
— Sí cielo, jódeme despacito, no tengas prisa. Me encanta sentir tu pollón dentro de mí.
— Me pones muy cachondo.
— Espera, sácamela y dame por culo un rato —se la sacó y cambió de agujero.
— Dios que ojete más rico —decía mi hijo embistiéndola.
— Me encanta que me folles el culo, pero no te corras, que tu madre también querrá.
— Por supuesto —dije. Un rato más tarde, mi hijo cambió de puta. Como ya estaba empalmado, me la metió hasta el fondo de mis entrañas.
— Que dura la tienes cariño —Mi hijo me mamó un pecho, al tiempo que me daba por el culo. luego subió lamiendo y besándome el cuello con mucha dulzura. Me estremecí con sus caricias. Me lamió el lóbulo de la oreja con suavidad.
— Hijo ¿serías capaz de echarnos un polvo a las dos a la vez?
— No te entiendo mamá.
— Que complicada eres cuñada.
— No soy complicada. Como su corrida es muy abundante, creo que podríamos compartirla las dos.
— Igual que cuando me corro en vuestras bocas —dijo él comprendiendo.
— Coño tienes razón —dijo mi cuñada que también me había entendido.
— ¿Y cómo lo hacemos? —preguntó él.
— Muy sencillo. Las dos nos apoyamos en la pared de espaldas a ti, muy juntitas, así, tú puedes cambiar de agujero con rapidez —explicó mi cuñada que es la que más imaginación creativa tiene.
     Nos pusimos en pie ella y yo y muy juntas, con el culito en pompa ofreciéndoselo a mi hijo. Primero penetró a su tía, se la folló unas cuantas veces y vino a por mí. Mi hijo disfrutó de nuestros culitos un buen rato. Alternando de vez en cuando hasta que nos avisó que se iba a correr. Como estaba dentro de mí recibí cuatro chorros. Su tía otros tantos. Alternándose de culito, mi hijo nos lo llenó de lefa calentita y también nos salpicó la espalda.
        Nos sentamos haciendo un tren, como dijo mi cuñada. Ella, apoyada contra la pared, yo delante de ella y mi niño delante de mí. Cambiamos el agua de la bañera y echamos sales y un poquito de espuma y nos abandonamos al relajante baño. Bueno relajarnos es un decir, porque mi cuñada, tan pronto me metía un dedo por el culito, como me sobaba el chocho metiéndome sus dedos en la vagina. Yo le sobaba la polla a mi hijo con una mano, porque con la otra le sobaba la rajita a mi cuñada. También le metimos los dedos en el culo a él. En fin, lo que se dice un baño relajante. Cuando se enfrió el agua y salimos, también nos organizamos para secarnos. Yo secaba a mi cuñada, ella a su sobrino y él a mí.
Nos echamos los tres en la cama. Mi cuñada y yo deseábamos amarnos. Le dijimos a mi hijo que podía quedarse, siempre que no interviniera. Así lo hizo. Mientras nosotras dábamos rienda suelta a nuestros sentimientos y nos amábamos, él se acariciaba mirándonos, pero sin llegar a masturbarse. Cuando finalizamos nuestra sesión amatoria, le dimos un beso en los labios y él se fue a su habitación a dormir.
— Me encanta verte tan feliz—dijo mi cuñada y me besó los labios.
— Soy muy feliz. El círculo vuelve a estar completo. Aunque no estaré tranquila hasta no ver a tu hermano en casa.
— No tendrá problemas. Es muy astuto.
— Eso deseo.
— Cariño necesito que me ames de nuevo. Te deseo, no lo puedo evitar —me pidió mi cuñada.
— Yo también te deseo y te amo cariño ¿quieres que te folle con mi pilila?
— Sí cariño.
— Pues chúpame hasta que el clítoris se me empalme —Mi cuñada logró ponerme el clítoris muy duro, gracias a su boca.
— Ya está —dijo. Tenía la boca brillante por la humedad de mi chochito.
— Ábrete de piernas cielo —le dije. Me puse en medio de sus piernas abiertas y me incliné para besarla. Ella puso sus piernas en mis hombros y la monté. Gracias a que mi clítoris está muy desarrollado, podía penetrar un par de centímetros dentro de su vagina. entre eso y el roce de nuestros sexos, tuvimos un orgasmo muy dulce. Luego le chupé los pezones y ella me los mamó a mí. Cobijada entre sus fuertes piernas y con las manos de ella sobre mi culito, nos quedamos dormidas.

1 comentarios - La puta de mi hijo 10

lino1114
A la espera de la continuación!!! MUY BUENO !!!