Para noche de brujas nos invitaron a una fiesta de disfraces. Mi marido fue como uno de sus personajes literarios favoritos, Sherlock Holmes, con pipa y todo. Yo que no soy tan intelectual, fui disfrazada de gatita. Algo simple. Un vestido negro con minifalda, colita de felpa, una vincha con las orejitas, y la cara pintada con los bigotes y la nariz. Tampoco era cuestión de complicarme la vida buscando un disfraz.
La fiesta era en una casona de Belgrano, de esas que son tan grandes que parecen ocupar toda una manzana. Debido a la numerosa concurrencia, tuvimos que dejar el auto a un par de cuadras, a cargo de los habituales trapitos que se hacen presentes en esta clase de eventos.
Ahí es que me llevé la primera sorpresa de la noche, que serían varias, y es que mientras caminábamos hacia la casa, nos encontramos con Fernando y su esposa, que también estaban invitados.
Fernando es un ex compañero de trabajo de mi marido cuando aún estaba en la empresa de exportaciones. Tuve un par de encuentros con él, de esos que te dejan una marca, por lo cuál resultó hasta inevitable que se produjera un chisporroteo cuando nos saludamos. Algo que, por suerte, pasó desapercibido para nuestros cónyuges.
Él iba caracterizado como Ash de Pokemon, pantalón jean, camisa blanca, la característica gorrita y una de esas bolas en la mano que no sé como se llaman. Su esposa, una modelo muy conocida que, aunque retirada de las pasarelas hace bastante publicidad gráfica, estaba como una sexy Pikachu, con un trajecito amarillo y negro que le quedaba como pintado.
Obvio que ante semejante mujer, mucho más linda, estilizada y alta que yo, no podía competir de ninguna forma, pero por alguna razón notaba que su marido me miraba más a mí que a ella.
Entramos a la casa, accedemos al salón principal, que es en dónde está el grueso de los invitados, y ahí recibo mi segunda sorpresa, ya que justo delante nuestro aparecen Bruno y su esposa, él como Drácula y ella como una infartante vampiresa.
Bueno, me digo, se pusieron todas de acuerdo para opacarme.
Supongo que estarán al tanto de que con Bruno también tuve una historia. Historia cuyo capítulo más interesante fue el nacimiento del Ro, nuestro hijo en común.
Como había tenido sexo con los dos, hasta incluso con los dos juntos, no creí conveniente que nos quedáramos con ellos. No sé, quizás fuera el sentimiento de culpa, pero me parecía que en cualquier momento alguna de sus esposas o hasta mi marido se daría cuenta de que nos habíamos cogido y ya no habría vuelta atrás. Suposiciones mías, claro, pero aún así traté de mantenernos lo suficientemente alejados como para no correr riesgos.
Lo conseguí al principio, pero con el correr de la fiesta y sobre todo de los tragos, la situación se me fue de las manos.
El primero en acercarse fue Fernando. Se lo notaba bastante achispado y eso ya de por sí era ciertamente peligroso en alguien que, cada vez que me tenía cerca, evidenciaba una tensión sexual que hasta podía palparse en el ambiente.
-¿Como está la gatita más sexy de la noche?- me pregunta, acercándose en una forma casi íntima para hacerse oír por sobre la música.
-No creo que sea la más sexy, tu mujer se está llevando todas las miradas- le digo tratando de mantenerme apartada.
-Eso es porque es conocida, la gente es cholula, pero los que entendemos de mujeres sabemos muy bien hacia dónde mirar- me dice, recorriéndome de arriba abajo en una forma que si alguien lo viera no necesitaría demasiado esfuerzo para saber lo que se está imaginando.
Me hace sentir incómoda, ya que no estamos solos, hay gente por todos lados, la mayoría desconocidos sí, pero entre los disfraces que veo pasar siempre puede haber alguien que conozcamos.
-¿Y tu marido?- me pregunta tras un instante de silencio durante el cuál parece haber estado elucubrando algo.
-Fue por unos tragos, así que ya debe estar por volver- le miento ya que a mi marido lo perdí hace rato a manos de unos empresarios españoles con los cuáles quería hacer negocios.
-¿Sabías que ésta casa tiene una bodega en el sótano?- me cuenta entonces -No está abierta a los invitados pero si querés conocerla puedo arreglarlo-
-¿Y por qué me interesaría conocer una bodega, Fernando?- le pregunto sin llegar a captar del todo su intención.
-Porque es el único lugar en toda la casa en el que no hay gente, solo un vigilante cuidando la entrada, pero ya le tiré unos pesos. Te espero en cinco, ¿dale?- me guiña un ojo y se va, sin darme la oportunidad de responderle nada.
No debí haber ido, soy la primera en reconocerlo, pero pongánse en mi lugar. Yo también me había tomado unos cuantos tragos y además Fernando me seguía gustando. Más que gustarme, me excitaba, así que terminé cediendo.
Primero me aseguré de que mi marido siguiera ocupado con los inversores españoles y recién entonces bajé al sótano. Tal como me había dicho Fernando había un tipo de seguridad custodiando la entrada. Supongo que le habrá avisado que estaba disfrazada de gatita, porque al verme quitó el cordón que franqueaba el acceso y me indicó que podía pasar.
Le agradecí con un gesto y bajé por una escalera de piedra hasta la bodega propiamente dicha. Fernando ya estaba allí, admirando la colección de vinos de los estantes.
-Ni te imaginás lo que vale esto- me comenta refiriéndose a una botella que tiene entre las manos.
-¿Me hiciste venir para hablarme del precio del vino?- le pregunto incrédula.
-Claro que no- me asegura y volviendo a poner la botella en dónde estaba, se me acerca decidido.
Me arrincona contra una cava y metiendo las manos por debajo de mi vestido de gatita, me agarra fuerte del culo.
-Me calentás tanto Mariela, fue solo verte y que se me vuelva a incendiar la bragueta-
-A vos te tiene que calentar tu esposa, que ya varios quisieran llevársela a la cama-
-Si es el precio que tengo que pagar para estar con vos, lo pago con gusto- se reafirma y me besa.
No puedo no corresponderle. Me gusta demasiado como para hacerme la exquisita, por lo que abro la boca, dejando que su lengua entre y me recorra todo el paladar. Es un beso no solo cargado de pasión, sino también de morbo y alcohol.
Estamos un buen rato así, besándonos, su cuerpo recargado contra el mío, sintiendo el uno en el otro esa ebullición ante la cuál ya no podemos retroceder. Siento su dureza contra mi vientre y no me puedo resistir a tocársela, a apretársela, a reencontrarme con esa pulsión que ya en su momento nos había hecho cómplices del mismo delito.
Se desabrocha entonces el pantalón y saca la pija afuera, dura, caliente, pesada. Vuelvo a besarlo y me pongo de cuclillas, se la agarro con las dos manos, enfrentándola, y le paso la lengua por sobre la cabeza, lamiendo las gotitas que le fluyen de la punta. Se la voy besando a todo lo largo, refregándomela por toda la cara, oliéndola, inmolándome en ese ardor que me resulta tan imprescindible.
Se la chupo con todas mis ganas, metiéndomela toda en la boca, saboreándola con chupadas largas e intensas, deleitándome con cada pedazo.
También le chupo los huevos, envolviéndolos con labios y lengua, sintiendo en cada uno de ellos ese crepitar que ya presagia la tan anhelada unción. Pero aunque le muestro mis ganas de tragarme su leche, no quiere acabarme en la boca. Por eso se retira, me baja el culote negro que complementa mi disfraz de gatita, y afirmándose entre mis piernas, me la manda a guardar.
Tiemblo toda al sentirlo adentro, carne contra carne, sin protección alguna, desnudos solo en esa parte en dónde se produce la fricción entre nuestros cuerpos. Le rodeo la cintura con una pierna, el culote colgándome del tobillo, y me muevo con él, sintiendo como me la clava en lo más profundo.
Nos movemos con tanta energía, con tanta pasión, que la gorrita roja y blanca de Pokemon que tiene puesta se le cae al suelo.
Nos miramos y entonces ya no hace falta decir más nada, asiento con una sonrisa, y dejándomela adentro, hinchada y palpitante, me llena la concha de leche.
Entre plácidos suspiros, me quedó bien abrochada a él, sintiendo como el semen se desborda y me chorrea ya por la parte interna de los muslos.
Al separarnos me alcanza un pañuelo y mientras yo me limpio por entre las piernas, él se abrocha el pantalón.
-Creo que va a ser mejor que volvamos a la fiesta por separado- me dice.
-Estoy de acuerdo, andá vos primero, yo todavía necesito unos minutos más para reponerme- le digo mientras me subo y me acomodo el culote.
Ya se está yendo cuando me doy cuenta de algo y lo llamo.
-Te estás olvidando esto- le digo levantando la gorra Pokemon del suelo.
Vuelve, se la pone y tras darme un beso que me deja con la boca abierta y babeando, se pierde por la escalera.
Me tomo un buen rato para recuperar el aliento y retocarme la nariz y los bigotes de gatita. Cuándo subo y paso por dónde está el vigilante, éste me mira como si estuviera desnuda y con un cartel de "Recién cogida" colgando del pecho.
Vuelvo a la fiesta y voy directo a la barra. Necesito algo bien fuerte. No sé que me da el Bartender pero me cae de maravilla.
Le pido otro y entonces me pongo a buscar a mi marido. Sigue con los empresarios españoles. Cuando me ve me llama y me presenta. Son dos tipos mayores, pero con la prestancia y ese aspecto distinguido de quienes tienen varios ceros en sus cuentas bancarias.
-De haber sabido que tenías una esposa tan guapa, te hubiera pedido que nos la presentaras antes de empezar a hablar- me galantea el primero, llamado Alfonso.
-Ya me habían dicho lo hermosas que sois las argentinas, pero verlo para creerlo- lo secunda su socio, llamado Vicente.
Los saludo con un beso pero enseguida me corrigen:
-En nuestra Tierra son dos besos...-
Así que les doy dos besos en las mejillas a cada uno. Se nota que quieren que me quede con ellos, para seguir mirándome, pero estoy con un fuego en las entrañas que me resulta imposible de contener. Es como si el polvo que me acabo de echar con Fernando, en vez de calmarme me hubiera encendido más todavía.
Con la excusa de que acabo de ver a una conocida, me disculpo y me pierdo entre la gente. En realidad sí vi a alguien que conozco, pero no se trata de una mujer, sino de un hombre: Bruno.
Está bailando con su esposa, los dos disfrazados de vampiros. A propósito me pongo cerca, y cuando gira hacia mi lado, lo miro de una forma que no necesita de interpretaciones.
Me volteo y camino hacia la barra, segura de que no va a demorar en seguirme.
Bruno es el padre del Ro y aunque él no lo sepa, más allá del sexo, siempre será alguien muy especial para mí.
-Creí que te ibas a mantener toda la noche alejada- me dice al acercarse a la barra, simulando pedir un trago mientras habla conmigo.
Lo miro y le sonrío.
-¿Sabías que en el sótano hay una bodega?- ledigo.
-¿Cuántos de esos tomaste?- me pregunta refiriéndose al trago que tengo en la mano.
Ni siquiera me acordaba de haberlo pedido.
-Muchos- respondo -Pero lo interesante es que aunque está vedada a los invitados, la bodega- le aclaro -hay un vigilante en la entrada que si le das unos pesos, te deja pasar-
Recién entonces comienza a entender. Nos miramos, asiente con un gesto y vuelve con su esposa. No se cuánto pueda demorarse, pero yo ya me dirijo hacia la bodega, siempre con mi trago en la mano.
Estoy borracha, lo reconozco, pero aquello es algo que hubiera hecho aún sin una sola gota de alcohol en la sangre.
Vuelvo a pasar frente al vigilante, le dedico una sonrisa y bajo a la bodega. Bruno no tarda en llegar, con la excitación pintada en el rostro.
Se acerca, se saca los colmillos falsos que tiene puestos y nos besamos como si de ese beso dependiera la subsistencia de la raza humana.
Urgida como estoy de poronga, le desabrocho el pantalón, se la saco afuera y poniéndome de nuevo de cuclillas, en el mismo lugar que estuve un rato antes, se la chupo con avidez, sobándole los huevos con las dos manos. Igual que Fernando, los tiene calentitos y esponjosos, dos bocaditos de mazapán que me dedico a lamer y relamer con todas mis ganas.
También me coge de parado, fluyendo por entre mis piernas con un ritmo preciso y sostenido, rebotando contra mi cuerpo con cada embestida.
-¡Que bien me garchás hijo de puta!- le gruño al oído, ebria no solo de alcohol sino también de placer.
Lo abrazo y enlazando ambas piernas en torno a su cintura, me cuelgo de su cuello, con su verga entrando y saliendo como único elemento de sujeción.
Nos incendiamos, envueltos en llamaradas de lujuria y pasión, deslizándonos el uno en el otro, con urgencia y avidez, ajenos por completo a la fiesta que se celebra encima nuestro.
Nos besamos, nos mordemos, nos chupamos, nos saboreamos de todas las formas posibles, incapaces de controlar esa libido que nos transforma casi en animales.
Acabamos juntos, empapados en sudor, estallando en un grito primal de satisfacción absoluta.
En medio de tan fragante delirio siento el borbotón de semen mezclándose con mi propio flujo y con el semen de Fernando que, de seguro, todavía debo tener adentro.
No sé con qué me embriagué más aquella noche, si con alcohol o con leche, porque lo que esas dos bestias me dejaron adentro me seguía quemando los ovarios hasta varias horas más tarde.
Recién entonces, ya saciada, me dispuse a disfrutar de la fiesta. Rescaté a mi marido de las garras de los españoles, y me lo llevé a bailar.
Me resultaba divertido ver a Bruno y Fernando tan acaramelados con sus esposas, sin que ninguna sospechara siquiera que un rato antes los muy turros se habían cogido a otra.
Llegamos a casa como a las cuatro de la madrugada, mi esposo eufórico con los posibles negocios que proyectaba realizar con los españoles.
Estaba tan contento que empecé a temer que tuviera ganas de hacer el amor. No digo que no me hubiera gustado, pero es que me habían cogido tanto esa noche que no estaba ni en condiciones de fingir un orgasmo.
Así que me tiré en la cama, así como estaba, con mi disfraz de gatita, y me quedé dormida. No tuve que disimular ya que en verdad estaba fisurada. Pero fisura mal. El sexo y el alcohol habían formado un cóctel explosivo que me dejó como si me hubiera pasado un camión por encima. Bueno, en realidad dos camiones.
Me desperté al otro día cerca del mediodía. Lo primero que noté por entre la resaca, fue que tenía el culote empapado con la leche de Bruno y Fernando. También la sábana de abajo estaba manchada de semen, no mucho pero se notaba algo pegajoso, así que cambié todo y me fui a dar una ducha.
Por suerte mi marido se dio cuenta que tendría una mañana difícil y llamó a mi suegra para que se ocupara del Ro. Así que ahí estaba una vez más mi querida suegrita sacándome las papas del fuego. La verdad no sé que haría sin ella.
15 comentarios - Noche de halloween...
Buen relato, van diez puntos.
!!
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