El capítulo anterior: Tarde prohibida con la hermanita
(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
A pesar de aquella tarde con mi hermana en la cual la había desvirgado, y su deseo de continuar con nuestras relaciones prohibidas, estas no se habían dado más. Me había prometido a mi mismo que no volvería a ocurrir. Se lo dejé claro al día siguiente, y pareció aceptarlo sin problemas.
Y digo “pareció” porque se pasaba los días intentando seducirme nuevamente. Meterse en el baño “accidentalmente” cuando me estaba dando una ducha, practicar yoga en el pasillo con apenas la ropa interior cuando nuestra madre no estaba en casa, acariciarme la pierna por debajo de la mesa cuando estábamos cenando, y decidir venir muchas noches a dormir conmigo a mi cama porque decía que mi colchón era más cómodo. El hecho de que acomodase sus nalgas con mi pene en medio era pura casualidad, seguro.
Pero bueno, mientras no pasara de aquellos juegos picantes inocentes no pasaría nada, salvo las malditas ganas de volver a follar que me entraban. Pero debía cumplir mi promesa, de forma que me limitaba a masturbarme cada vez que me provocaba y sentía que me iba a estallar la polla por su culpa.
La cosa es que un día llegué a casa. Supuse que estaríamos los dos solos, ya que mi madre nos había escrito. Tenía mucho trabajo y no volvería hasta bien entrada la noche, lo que probablemente significaba que Leire volvería a intentar seducirme. Tal vez no debería tener tantos escrúpulos y aprovechar para desahogarme, pero mi ética me lo impedía.
Pues cuando llegué y cerré la puerta me topé con una sorpresa. Esther, una amiga de mi hermana que de vez en cuando aparecía por casa, salía del dormitorio de mi hermanita.
“Hola”, saludé.
“Hola. Yo ya me iba”, dijo la chica.
“No te estoy echando”, le respondí. “¿Está Leire, supongo?”
“Sí, la pobre… está malita en su cuarto. La traje a casa y esperaba a que llegaras”, me dijo.
“Oh… ¿qué le pasa?”
“Tiene fiebre. ¿Te puedes ocupar de ella?”
“Por supuesto. Gracias por cuidarla”, le dije.
“De nada. Adios”.
Cerré la puerta tras ella y fui directamente al cuarto de Leire. Ahí estaba mi hermanita, tumbada en la cama, tapada con las sábanas. Tenía los ojos ligeramente cerrados, y pensé que lo mejor era no molestarla, pero me llamó y me pidió que me acercara a ella. Me senté en la cama a su lado y le puse la mano sobre la frente. No estaba muy caliente.
“¿Qué tal?”
“No muy mal”, me dijo ella. “¿Leíste el mensaje de mamá?”
“Sí, lo leí. Y justo te pones mala cuando no está”.
“Seguro que tú me cuidas igual de bien”, sonrió ella. “¿Podrías quitarme las sábanas un momento? Tengo un poco de calor.
“¿Estás segura? Si estás resfriada…”
“Por favor. Las ha apretado tanto que no puedo ni moverme casi…”, insistió en tono cariñoso.
Cedí a su petición y tiré un poco de la sábana. Y un poco más. Y qué diablos estaba viendo. Leire estaba completamente desnuda en la cama. Y no solo eso. Sus pies estaban atados a la cama, siéndole imposible separar las piernas. De algún sitio, había conseguido cuatro esposas de esas para jugar en pareja a atarse. Bajo la almohada, sus manos igualmente estaban atadas al cabecero. Claramente, y por alguna razón que desconocía, su amiga la había ayudado a prepararse así.
“¿Qué… qué has hecho?”
“¡Sorpresa! Sabía que mamá hoy llegaría tarde, así que pensé en prepararte esto. ¿Te gusta?”
“Leire…”
“Mira, ya sé que normalmente no te atreves por si nos pilla mamá, pero hoy no existe ese peligro. Podemos hacerlo tanto como queramos”, dijo como si fuera lo más natural del mundo. “¿Ves? Tienes a tu hermanita sin poder hacer nada… dispuesta a recibirte…”
“Leire…”, dije en un tono de voz más irritado.
“Cuéntame”, respondió ella, ensimismada, ensoñada, sin darse cuenta de que me estaba enfadando su actitud. “¿Qué vas a hacerme primero? ¿Te apetece… follar directamente? ¿Quieres que use mi boca? Soy toda tuya…”
“¡LEIRE!”
“D… Dime”.
“Lo que quiero es que me digas dónde está la llave de esas esposas”.
“¿Q-Quieres que cambie de posición, verdad?”, preguntó, con miedo en su voz. “Bueno, podemos jugar…”
“Quiero soltarte. Que te vistas. Y que no vuelvas a hacer una tontería como esta”, le advertí. “No estás bien de la cabeza…”
“Pero…”
“La llave, Leire”.
“Es… están en el primer cajón de mi armario. Donde las braguitas”, me confesó. “Pero espera…”
“No espero nada. Esto ha ido demasiado lejos”.
Me levanté y abrí su armario. Aproveché para sacar una sudadera y un pantalón de pijama para que se vistiera. Abrí el cajón de las braguitas con ímpetu. Tiré de unas para dejarlas con el resto de ropa y rebusqué hasta encontrar la llave. Joder con las chicas lo que les gustaba jugar. Volví a la cama, con la llave en la mano.
Y me quedé de piedra. Unas lágrimas caían por el rostro de Leire. Esta chica… estaba tonta. O peor. Debía cesar en su juego. Liberé sus manos con cuidado. No quería herirla. Y cuando por fin tuvo las manos libres, se aferró a mi. La escuché gruñir por el dolor. Aún no le había soltado los pies.
“No… esto no tenía que pasar…”, sollozó. “Tú no tenías que enfadarte. Tenías que ponerte cachondo y dejar que jugáramos…”, continuó su llanto. “¿Por qué no podemos hacerlo?”
“Porque está mal hacer estas cosas entre hermanos. Leire, tú no eres así. Y si lo eres, me preocupa mucho. No puedes… No puedes enamorarte de mi”.
“Pero me puede gustar el sexo”, dijo ella. “Y cuando lo hicimos me encantó. Me sentí de maravilla entre tus brazos. Me gustó cómo lo hicimos. ¿Es malo querer volver a disfrutarlo?”
“Conmigo sí”.
“¿Y prefieres que lo haga con algún otro idiota que fuera capaz de hacerme daño?”, insistió ella. “Yo quiero hacerlo contigo porque disfruté mucho. Y sé que no me harás daño. Disfruté cada segundo que te sentía contra mi cuerpo…”.
“Pero…”
“Suéltame, vale. No voy a insistir más, lo prometo. Pero por favor, no me odies…”
“No te odio, Leire”.
“Abrázame. Por favor… te quiero mucho. No me odies”.
Abracé a mi hermanita como me hacía pedido. Tal vez había sido demasiado duro con ella. Pero tenía que detenerla en aquella locura. Sentí que ella también se abrazaba más a mi. No sé cuantos minutos pasamos ahí, pero de pronto, susurró algo en mi oído.
“La oferta sigue en pie… no tienes que reprimirte…”
“Pero…”
“Bésame al menos...”, dijo, y no la detuve cuando sus labios se posaron sobre los míos. La muy diablilla se había puesto un brillo de labios con sabor a fresa. Sujeté sus mejillas mientras me dejaba llevar por ella. Maldición, ¿por qué tenía que ceder? Bueno, era obvio que porque me encantaba. Antes de Leire yo había tenido una pareja, pero ni de lejos me había dejado llegar tan lejos ni era tan apasionada.
Sentí como sus manos luchaban por quitarme la camiseta. Y me dejé. Era más cómodo. Y una vez me la quitó me puse encima de ella. Nuestros labios y nuestras lenguas continuaron jugando mientras mis manos se resbalaban por sus brazos. Se las llevé al cabecero de la cama, y le enganché las muñecas de nuevo con las esposas, impidiéndole moverse.
Me miró con miedo. Volvía a estar a mi merced, pero sin duda, no se lo esperaba. Yo seguía sobre ella, sin moverme, con las manos sobre su carita nuevamente.
“¿Qué vas a hacerme?”, preguntó.
“¿Tú que crees?”, respondí suavemente. “Vamos a follar. Es lo que queremos, ¿verdad?”
Lamenté haber dicho “queremos”, pero era la verdad. A mi también me apetecía muchísimo y no tenía sentido ocultarlo. No quería que pensara que me sentía obligado. Sonrió.
“¿De verdad?”, preguntó, de nuevo ilusionada.
“Sí. Has preparado esto, y vamos a disfrutarlo”, le dije. “¿Sabes que no vas a poder moverte?”.
“Lo sé”, me susurró con dulzura.
“¿Sabes que vas a tener que adaptarte a lo que me apetezca hacer?”.
“Sí… Por favor, estoy ansiosa…”
“¿Y sabes que a partir de hoy vamos a hacerlo todos los días?”, pregunté mientras ponía las manos sobre sus tetas. Me gustaba su tacto.
“Me encantaría…”, dijo ella, cerrando los ojos mientras disfrutaba del masaje de pechos que le estaba dando. “Sigue, por favor…”
Continué tocando su cuerpo un rato porque me encantaba. Tenía la piel suave. Pero algo me estorbaba. Claro, qué despistado. Me bajé el pantalón hasta las rodillas, y a continuación hice lo mismo, con mi polla apuntando hacia ella. Sonrió al verla. Me terminé de quitar la ropa y ambos quedamos desnudos. Yo libre, ella atada sin poder hacer nada. ¿Qué podría hacer lo primero? Se me ocurrían muchas cosas.
Me acerqué un poco más a su boquita. Sí, eso me apetecía en primer lugar. Apoyado sobre mis rodillas avancé hasta llegar a su boquita. Mi pene justo en sus labios. Me dio un beso en el glande con los labios húmedos. Noté que estiraba un poco el cuello, y decidí ayudarla. Me eché un poco más hacia delante, permitiendo que mi rabo entrase en su boca.
“¿Te gusta? ¿Te gusta que te haga esto?”
“Sí…”, susurró ella cuando mi polla se escurrió fuera. “Me gusta su sabor. Y su tamaño”.
“Sigue, por favor” le pedí volviendo a dirigir mi polla dentro de su boca. Con total pasividad volvió a chupármela despacio. Sabía jugar con mi pene, y usar su lengua para estimularme.
Acaricié su cabecita y mis caderas empezaron a moverse. Adelante, atrás… ella no podía moverse mientras le follaba la boca, pero parecía estarlo esperando. Su lengua seguía jugando cuando mi rabo entraba y salía de ella. Si mi hermana había perdido la virginidad conmigo, agradecí a los videos porno que debía haber visto para saber hacerme eso.
Me sentía culpable por usarla de aquella manera, pero al mismo tiempo estaba excitado. Reprimí las ganas de sujetarle la cabeza, así estaba bien. De hecho yo notaba mi orgasmo muy cerca. Bombeé un poco más dentro de ella. ¿Dónde correrme? Su boca era tentadora, pero…
“Abre bien la boca”, le ordené.
Ella obedeció, sacando la lengua como si esperase mi semen, pero en lugar de hacerlo, me pajeé hasta eyacular sobre su vientre. Parecía decepcionada cuando lo hice. Pero me limité a mirarla seriamente.
“¿Por qué has hecho eso? Pensaba que te gustaba…”
“Y me gustaba. Pero si hacía eso… no me atrevería a hacer esto”.
Y sin que lo esperase, volví a besarla. Noté algo de mi propio sabor en su lengua pero no le di importancia. Me volvía loco estar así con ella. Le acaricié el pelo con una mano. Y mi otra mano empezó a bajar por su cuerpo.
Alcancé el fruto prohibido. Su coñito. Me sorprendió lo húmedo que estaba. Sus jugos hacían ruido cuando mis dedos se metían y salían de su vagina. Me encantaba su tacto. Tenía la mano por completo pegajosa, impregnada con sus fluídos, y eso me gustaba de veras.
“Por favor, fóllame… no lo aguanto más… ¡fóllame!”, pidió ella en un tono de voz muy femenino.
“No…”, respondí suavemente. “Quiero que te corras así… con mi mano… hazlo por mi, Leire”, le insté. “¿Te gusta cómo te masturbo?”
“Me vuelve loca, ¡aaah!”, gimió cuando froté suavemente su clítoris, sin darle un descanso a su coñito. “Sigue ahí… porfaaaaah…”
“Pensé que querías que te follara…”, jugué con ella.
“Así está bien… por favor… voy a acabar…”
“Termina… Termina, Leire, demuéstrame cómo te gusta que te toque”
Mi hermanita obedeció y empezó a gimotear por mi mano. Jadeó por el agotamiento. Mis dedos se deslizaban dentro y fuera de su coño sin compasión. Y escucharla gemir era música celestial para mis oídos. Empezó a gemir “más… más… más… maaaaaaaaaah”, alcanzó su orgasmo, dejando empapada las sábanas por el chorreo de su vagina. Dejé mis dedos inmóviles donde estaban.
“¿Qué tal, nena?”, pregunté.
“Me he corrido como nunca…”
“¿Quieres más? ¿O estás muy cansada?”, bromeé.
“Ahora que estoy así no me apetece parar… vamos, te quiero dentro…”
“Pero el que manda soy yo”, le recordé.
Y gateé hasta quedar entre sus piernas. Iba a limpiarle el coñito antes de follar. Probé con mi lengua el sabor de sus jugos, y me sorprendió al comprobar que aún podía salir algo de su chorro. Qué guarrilla, pensé mientras seguía degustando el sabor de su chocho. Me gustaba mucho.
Me situé mejor entre sus piernas, dispuesto a metérsela. Por lo que me dijo la ocasión anterior, tomaba la píldora, así que no teníamos que preocuparnos cuando acabase. La vi mirándome con ganas de continuar. Y de un suave empujón, se la metí por completo. Estar dentro de ella era una sensación increíble.
“P-Por fin”, la oí susurrar. Tenía el placer dibujado en su tierna carita. Volvíamos a estar unidos en uno sólo. “Tómate tu tiempo… házmelo como sabes…”, me pidió.
Y no podía negarme, así que la tomé por las caderas y empecé a follarla, no iba despacio pero tampoco iba a la misma velocidad con que la había masturbado antes. Estiré mis manos un poco más hasta llegar de nuevo a sus tetas para poder jugar con ellas mientras me abría paso dentro de ella. Me deslizaba fácilmente debido a la mezcla de jugos vaginales y saliva que había habido ahí dentro.
Leire me miró a los ojos y sonrió con travesura mientras seguíamos disfrutando de mi polla entrando y saliendo de su coño una y otra vez. No supe cómo me había resistido tanto a pasarlo así de bien. Tonto de mi.
Aceleré un poco más el ritmo de mis embestidas. Estaba jodidamente excitado y quería correrme. Ojalá ella también. Le dije entre gemidos lo que me ocurría y no pudo negarse a mi necesidad.
“Córrete… llevo semanas esperando sentirlo dentro… córrete, córrete…”
“¿Y tú?”
“Voy a correrme también… sigue hermanito”.
El aire se llenó de mi cuerpo chocando contra el de ella, sus gemidos suplicando por corrernos, mis jadeos por la agotadora sesión de sexo que estábamos teniendo. Casi pierdo el conocimiento en el momento en que llené el chochito de mi hermana con mi semen una vez más. Fue maravilloso volver a sentir que me derretía dentro de ella.
“Ha sido… genial…”, susurró ella.
“Espero que no estés cansada”, le dije, a pesar de que yo sí estaba algo agotado. “Porque aun hay algo más que quiero hacer…”
Por orden mía se quedó quieta mientras la desataba todas las esposas. Con cuidado la hice girar sobre si misma. Volví a atar sus manos al cabecero. Pero sus pies no acabaron en el bajo de la cama, ya que me quitarían movilidad. La levanté el culo en dirección hacia mi cara, y entonces gimió.
“No… no hagas eso, me va a do… no importa, sigue…”
Temerosa de que le follase el culo, no se esperaba que previamente mi lengua se dedicara a lubricar ese agujerito que ella tenía. Mis dedos se ayudaron para dilatarla con cuidado.
“Qué culo más bonito tienes…”, susurré mientras mi lengua seguía chupando su ano. “Y qué limpio… ¿siempre está así, o lo has preparado para mi?”
“Lo limpio mucho…”, me confesó ella. “Pero me he cuidado especialmente… para hoy…”
“Así que quieres que te folle también aquí…”
“Quiero que me folles entera”
“En ese caso voy a cumplir tu deseo”, dije, apuntando con mi erección a su culo, y apoyando el glande justo en la entrada. Estaba ligeramente abierta. “¿Estás lista?”
“¡Sí, hazlo ya!”
Le metí apenas el glande y gimió muy fuerte. Retrocedí, solo para volver a meterle un poco más de mi pene. Acometida tras acometida, fui entrando un poco más dentro de su impecable culo. Cuando llevaba la mitad, le di un respiro… mientras volvía a meterla en su chochito. Mi hermana gritaba como si fuera una estrella del porno.
Volví a atacar su culo sin piedad, esta vez entrando con más facilidad que antes. Estaba bastante más apretado que su coñito y lo disfruté como nunca. Esas diferentes sensaciones que me provocaba estar dentro de ella eran geniales. Ella gemía y jadeaba por tenerme en su interior, y juraría que disfrutaba más cuando jugaba con su estrecho culito.
“¿Puedo correrme dentro?”, pregunté a mi hermana.
“Puedes correrte donde quieras…”, respondió ella. “Pero… me gusta más en mi chochito…”.
“Tengo otra idea en mente…”
Continué mis acometidas hasta que logré descargar toda mi semilla dentro de su culo. Me gustó ver como mi blanca semilla escurría por entre sus piernas. Y tenía que darme prisa. Liberé sus manos nuevamente, la hice girar, y volví a devorar su chocho.
“¡AAaaahHHh! ¡Sigue… sigue ahííííí!”, pidió ella, muerta de placer por mis cuidados hacia su coñito. Mi lengua encontraba su clítoris con facilidad y eso le arrancaba los mejores gemidos que he escuchado nunca. Apenas me esperaba su orgasmo, y probé con mi lengua cómo era el chorro de Leire.
“¡Perdona!”, exclamó, horrorizada. “No tendría que haber hecho eso…”
“No pasa nada”, le dije. “Si te ha gustado es normal que te hayas puesto así”, le dije conciliador, y le acaricié la cara. “¿Qué te parece si vamos a darnos una ducha?”
“¿Los dos juntos?”
“Hay que ahorrar agua”, dije, guiñándole el ojo.
En el baño volvimos a descontrolarlos, o más bien ella, quien consideró que para limpiar bien mi pene necesitaba usar su boca. Con un cuidado masaje a mis pelotas mientras lo hacía. Yo estaba encantado con aquella tarde.
Finalmente, ya agotados, pasamos el resto de la tarde viendo una película en el sofá… aunque no nos habíamos puesto la ropa y mis manos sentían el campo de gravedad de las tetas de mi hermana, y no se separaban de ahí.
“¿Era verdad lo que me dijiste? ¿Vamos a hacerlo cada día?”, me preguntó.
“¿Por qué? ¿Se te han quitado las ganas?”
“Al contrario… no puedo esperar a volver a sentirte dentro de mi…”
MIS OTROS RELATOS, pasen, vean y disfrútenlos 😃
Vacaciones con mis primos (fin)
Capitulo 1, Capitulo 2, Capitulo 3, Capitulo 4, Capitulo 5, Capitulo 6, Capítulo 7, Capítulo 8, Capítulo 9, Capítulo 10, Capítulo 11, Capítulo 12, Capítulo 13, Capítulo 14, Capítulo 15, Capítulo 16, Capítulo 17, Capítulo 18, Decimonoveno cumpleaños con mis primas
Sara, novia trans (continuando)
Autoexperimentando, Fantasía: cambio de rol con mi novia, Recibí ayuda de mi amiga especial, Trío con pareja amiga, Masaje con final más que feliz, A las órdenes de mi amiga trans, Polvo con mi ex… y mi novia, Vestido para mi novia (trans), Adicto a la polla trans, Cuarteto bixsexual (o parecido), Fin de semana con amigos (I), Fin de semana con amigos (II), Ayudando a una amiga
La amiga de mi hija (continuando)
Se me declaró la amiga de mi hija, La elección de la amiga de mi hija, Trío prohibido, Reconciliación tabú, La novia de mi hija
Mis amigos (continuando)
Confesiones de ella, Confesiones de él, Noche desmadrada
Relatos cortos
La chica del tren, Por un error, Me pidieron un favor, Fantasía de ella, fantasía de los dos, , Dos generaciones
(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
A pesar de aquella tarde con mi hermana en la cual la había desvirgado, y su deseo de continuar con nuestras relaciones prohibidas, estas no se habían dado más. Me había prometido a mi mismo que no volvería a ocurrir. Se lo dejé claro al día siguiente, y pareció aceptarlo sin problemas.
Y digo “pareció” porque se pasaba los días intentando seducirme nuevamente. Meterse en el baño “accidentalmente” cuando me estaba dando una ducha, practicar yoga en el pasillo con apenas la ropa interior cuando nuestra madre no estaba en casa, acariciarme la pierna por debajo de la mesa cuando estábamos cenando, y decidir venir muchas noches a dormir conmigo a mi cama porque decía que mi colchón era más cómodo. El hecho de que acomodase sus nalgas con mi pene en medio era pura casualidad, seguro.
Pero bueno, mientras no pasara de aquellos juegos picantes inocentes no pasaría nada, salvo las malditas ganas de volver a follar que me entraban. Pero debía cumplir mi promesa, de forma que me limitaba a masturbarme cada vez que me provocaba y sentía que me iba a estallar la polla por su culpa.
La cosa es que un día llegué a casa. Supuse que estaríamos los dos solos, ya que mi madre nos había escrito. Tenía mucho trabajo y no volvería hasta bien entrada la noche, lo que probablemente significaba que Leire volvería a intentar seducirme. Tal vez no debería tener tantos escrúpulos y aprovechar para desahogarme, pero mi ética me lo impedía.
Pues cuando llegué y cerré la puerta me topé con una sorpresa. Esther, una amiga de mi hermana que de vez en cuando aparecía por casa, salía del dormitorio de mi hermanita.
“Hola”, saludé.
“Hola. Yo ya me iba”, dijo la chica.
“No te estoy echando”, le respondí. “¿Está Leire, supongo?”
“Sí, la pobre… está malita en su cuarto. La traje a casa y esperaba a que llegaras”, me dijo.
“Oh… ¿qué le pasa?”
“Tiene fiebre. ¿Te puedes ocupar de ella?”
“Por supuesto. Gracias por cuidarla”, le dije.
“De nada. Adios”.
Cerré la puerta tras ella y fui directamente al cuarto de Leire. Ahí estaba mi hermanita, tumbada en la cama, tapada con las sábanas. Tenía los ojos ligeramente cerrados, y pensé que lo mejor era no molestarla, pero me llamó y me pidió que me acercara a ella. Me senté en la cama a su lado y le puse la mano sobre la frente. No estaba muy caliente.
“¿Qué tal?”
“No muy mal”, me dijo ella. “¿Leíste el mensaje de mamá?”
“Sí, lo leí. Y justo te pones mala cuando no está”.
“Seguro que tú me cuidas igual de bien”, sonrió ella. “¿Podrías quitarme las sábanas un momento? Tengo un poco de calor.
“¿Estás segura? Si estás resfriada…”
“Por favor. Las ha apretado tanto que no puedo ni moverme casi…”, insistió en tono cariñoso.
Cedí a su petición y tiré un poco de la sábana. Y un poco más. Y qué diablos estaba viendo. Leire estaba completamente desnuda en la cama. Y no solo eso. Sus pies estaban atados a la cama, siéndole imposible separar las piernas. De algún sitio, había conseguido cuatro esposas de esas para jugar en pareja a atarse. Bajo la almohada, sus manos igualmente estaban atadas al cabecero. Claramente, y por alguna razón que desconocía, su amiga la había ayudado a prepararse así.
“¿Qué… qué has hecho?”
“¡Sorpresa! Sabía que mamá hoy llegaría tarde, así que pensé en prepararte esto. ¿Te gusta?”
“Leire…”
“Mira, ya sé que normalmente no te atreves por si nos pilla mamá, pero hoy no existe ese peligro. Podemos hacerlo tanto como queramos”, dijo como si fuera lo más natural del mundo. “¿Ves? Tienes a tu hermanita sin poder hacer nada… dispuesta a recibirte…”
“Leire…”, dije en un tono de voz más irritado.
“Cuéntame”, respondió ella, ensimismada, ensoñada, sin darse cuenta de que me estaba enfadando su actitud. “¿Qué vas a hacerme primero? ¿Te apetece… follar directamente? ¿Quieres que use mi boca? Soy toda tuya…”
“¡LEIRE!”
“D… Dime”.
“Lo que quiero es que me digas dónde está la llave de esas esposas”.
“¿Q-Quieres que cambie de posición, verdad?”, preguntó, con miedo en su voz. “Bueno, podemos jugar…”
“Quiero soltarte. Que te vistas. Y que no vuelvas a hacer una tontería como esta”, le advertí. “No estás bien de la cabeza…”
“Pero…”
“La llave, Leire”.
“Es… están en el primer cajón de mi armario. Donde las braguitas”, me confesó. “Pero espera…”
“No espero nada. Esto ha ido demasiado lejos”.
Me levanté y abrí su armario. Aproveché para sacar una sudadera y un pantalón de pijama para que se vistiera. Abrí el cajón de las braguitas con ímpetu. Tiré de unas para dejarlas con el resto de ropa y rebusqué hasta encontrar la llave. Joder con las chicas lo que les gustaba jugar. Volví a la cama, con la llave en la mano.
Y me quedé de piedra. Unas lágrimas caían por el rostro de Leire. Esta chica… estaba tonta. O peor. Debía cesar en su juego. Liberé sus manos con cuidado. No quería herirla. Y cuando por fin tuvo las manos libres, se aferró a mi. La escuché gruñir por el dolor. Aún no le había soltado los pies.
“No… esto no tenía que pasar…”, sollozó. “Tú no tenías que enfadarte. Tenías que ponerte cachondo y dejar que jugáramos…”, continuó su llanto. “¿Por qué no podemos hacerlo?”
“Porque está mal hacer estas cosas entre hermanos. Leire, tú no eres así. Y si lo eres, me preocupa mucho. No puedes… No puedes enamorarte de mi”.
“Pero me puede gustar el sexo”, dijo ella. “Y cuando lo hicimos me encantó. Me sentí de maravilla entre tus brazos. Me gustó cómo lo hicimos. ¿Es malo querer volver a disfrutarlo?”
“Conmigo sí”.
“¿Y prefieres que lo haga con algún otro idiota que fuera capaz de hacerme daño?”, insistió ella. “Yo quiero hacerlo contigo porque disfruté mucho. Y sé que no me harás daño. Disfruté cada segundo que te sentía contra mi cuerpo…”.
“Pero…”
“Suéltame, vale. No voy a insistir más, lo prometo. Pero por favor, no me odies…”
“No te odio, Leire”.
“Abrázame. Por favor… te quiero mucho. No me odies”.
Abracé a mi hermanita como me hacía pedido. Tal vez había sido demasiado duro con ella. Pero tenía que detenerla en aquella locura. Sentí que ella también se abrazaba más a mi. No sé cuantos minutos pasamos ahí, pero de pronto, susurró algo en mi oído.
“La oferta sigue en pie… no tienes que reprimirte…”
“Pero…”
“Bésame al menos...”, dijo, y no la detuve cuando sus labios se posaron sobre los míos. La muy diablilla se había puesto un brillo de labios con sabor a fresa. Sujeté sus mejillas mientras me dejaba llevar por ella. Maldición, ¿por qué tenía que ceder? Bueno, era obvio que porque me encantaba. Antes de Leire yo había tenido una pareja, pero ni de lejos me había dejado llegar tan lejos ni era tan apasionada.
Sentí como sus manos luchaban por quitarme la camiseta. Y me dejé. Era más cómodo. Y una vez me la quitó me puse encima de ella. Nuestros labios y nuestras lenguas continuaron jugando mientras mis manos se resbalaban por sus brazos. Se las llevé al cabecero de la cama, y le enganché las muñecas de nuevo con las esposas, impidiéndole moverse.
Me miró con miedo. Volvía a estar a mi merced, pero sin duda, no se lo esperaba. Yo seguía sobre ella, sin moverme, con las manos sobre su carita nuevamente.
“¿Qué vas a hacerme?”, preguntó.
“¿Tú que crees?”, respondí suavemente. “Vamos a follar. Es lo que queremos, ¿verdad?”
Lamenté haber dicho “queremos”, pero era la verdad. A mi también me apetecía muchísimo y no tenía sentido ocultarlo. No quería que pensara que me sentía obligado. Sonrió.
“¿De verdad?”, preguntó, de nuevo ilusionada.
“Sí. Has preparado esto, y vamos a disfrutarlo”, le dije. “¿Sabes que no vas a poder moverte?”.
“Lo sé”, me susurró con dulzura.
“¿Sabes que vas a tener que adaptarte a lo que me apetezca hacer?”.
“Sí… Por favor, estoy ansiosa…”
“¿Y sabes que a partir de hoy vamos a hacerlo todos los días?”, pregunté mientras ponía las manos sobre sus tetas. Me gustaba su tacto.
“Me encantaría…”, dijo ella, cerrando los ojos mientras disfrutaba del masaje de pechos que le estaba dando. “Sigue, por favor…”
Continué tocando su cuerpo un rato porque me encantaba. Tenía la piel suave. Pero algo me estorbaba. Claro, qué despistado. Me bajé el pantalón hasta las rodillas, y a continuación hice lo mismo, con mi polla apuntando hacia ella. Sonrió al verla. Me terminé de quitar la ropa y ambos quedamos desnudos. Yo libre, ella atada sin poder hacer nada. ¿Qué podría hacer lo primero? Se me ocurrían muchas cosas.
Me acerqué un poco más a su boquita. Sí, eso me apetecía en primer lugar. Apoyado sobre mis rodillas avancé hasta llegar a su boquita. Mi pene justo en sus labios. Me dio un beso en el glande con los labios húmedos. Noté que estiraba un poco el cuello, y decidí ayudarla. Me eché un poco más hacia delante, permitiendo que mi rabo entrase en su boca.
“¿Te gusta? ¿Te gusta que te haga esto?”
“Sí…”, susurró ella cuando mi polla se escurrió fuera. “Me gusta su sabor. Y su tamaño”.
“Sigue, por favor” le pedí volviendo a dirigir mi polla dentro de su boca. Con total pasividad volvió a chupármela despacio. Sabía jugar con mi pene, y usar su lengua para estimularme.
Acaricié su cabecita y mis caderas empezaron a moverse. Adelante, atrás… ella no podía moverse mientras le follaba la boca, pero parecía estarlo esperando. Su lengua seguía jugando cuando mi rabo entraba y salía de ella. Si mi hermana había perdido la virginidad conmigo, agradecí a los videos porno que debía haber visto para saber hacerme eso.
Me sentía culpable por usarla de aquella manera, pero al mismo tiempo estaba excitado. Reprimí las ganas de sujetarle la cabeza, así estaba bien. De hecho yo notaba mi orgasmo muy cerca. Bombeé un poco más dentro de ella. ¿Dónde correrme? Su boca era tentadora, pero…
“Abre bien la boca”, le ordené.
Ella obedeció, sacando la lengua como si esperase mi semen, pero en lugar de hacerlo, me pajeé hasta eyacular sobre su vientre. Parecía decepcionada cuando lo hice. Pero me limité a mirarla seriamente.
“¿Por qué has hecho eso? Pensaba que te gustaba…”
“Y me gustaba. Pero si hacía eso… no me atrevería a hacer esto”.
Y sin que lo esperase, volví a besarla. Noté algo de mi propio sabor en su lengua pero no le di importancia. Me volvía loco estar así con ella. Le acaricié el pelo con una mano. Y mi otra mano empezó a bajar por su cuerpo.
Alcancé el fruto prohibido. Su coñito. Me sorprendió lo húmedo que estaba. Sus jugos hacían ruido cuando mis dedos se metían y salían de su vagina. Me encantaba su tacto. Tenía la mano por completo pegajosa, impregnada con sus fluídos, y eso me gustaba de veras.
“Por favor, fóllame… no lo aguanto más… ¡fóllame!”, pidió ella en un tono de voz muy femenino.
“No…”, respondí suavemente. “Quiero que te corras así… con mi mano… hazlo por mi, Leire”, le insté. “¿Te gusta cómo te masturbo?”
“Me vuelve loca, ¡aaah!”, gimió cuando froté suavemente su clítoris, sin darle un descanso a su coñito. “Sigue ahí… porfaaaaah…”
“Pensé que querías que te follara…”, jugué con ella.
“Así está bien… por favor… voy a acabar…”
“Termina… Termina, Leire, demuéstrame cómo te gusta que te toque”
Mi hermanita obedeció y empezó a gimotear por mi mano. Jadeó por el agotamiento. Mis dedos se deslizaban dentro y fuera de su coño sin compasión. Y escucharla gemir era música celestial para mis oídos. Empezó a gemir “más… más… más… maaaaaaaaaah”, alcanzó su orgasmo, dejando empapada las sábanas por el chorreo de su vagina. Dejé mis dedos inmóviles donde estaban.
“¿Qué tal, nena?”, pregunté.
“Me he corrido como nunca…”
“¿Quieres más? ¿O estás muy cansada?”, bromeé.
“Ahora que estoy así no me apetece parar… vamos, te quiero dentro…”
“Pero el que manda soy yo”, le recordé.
Y gateé hasta quedar entre sus piernas. Iba a limpiarle el coñito antes de follar. Probé con mi lengua el sabor de sus jugos, y me sorprendió al comprobar que aún podía salir algo de su chorro. Qué guarrilla, pensé mientras seguía degustando el sabor de su chocho. Me gustaba mucho.
Me situé mejor entre sus piernas, dispuesto a metérsela. Por lo que me dijo la ocasión anterior, tomaba la píldora, así que no teníamos que preocuparnos cuando acabase. La vi mirándome con ganas de continuar. Y de un suave empujón, se la metí por completo. Estar dentro de ella era una sensación increíble.
“P-Por fin”, la oí susurrar. Tenía el placer dibujado en su tierna carita. Volvíamos a estar unidos en uno sólo. “Tómate tu tiempo… házmelo como sabes…”, me pidió.
Y no podía negarme, así que la tomé por las caderas y empecé a follarla, no iba despacio pero tampoco iba a la misma velocidad con que la había masturbado antes. Estiré mis manos un poco más hasta llegar de nuevo a sus tetas para poder jugar con ellas mientras me abría paso dentro de ella. Me deslizaba fácilmente debido a la mezcla de jugos vaginales y saliva que había habido ahí dentro.
Leire me miró a los ojos y sonrió con travesura mientras seguíamos disfrutando de mi polla entrando y saliendo de su coño una y otra vez. No supe cómo me había resistido tanto a pasarlo así de bien. Tonto de mi.
Aceleré un poco más el ritmo de mis embestidas. Estaba jodidamente excitado y quería correrme. Ojalá ella también. Le dije entre gemidos lo que me ocurría y no pudo negarse a mi necesidad.
“Córrete… llevo semanas esperando sentirlo dentro… córrete, córrete…”
“¿Y tú?”
“Voy a correrme también… sigue hermanito”.
El aire se llenó de mi cuerpo chocando contra el de ella, sus gemidos suplicando por corrernos, mis jadeos por la agotadora sesión de sexo que estábamos teniendo. Casi pierdo el conocimiento en el momento en que llené el chochito de mi hermana con mi semen una vez más. Fue maravilloso volver a sentir que me derretía dentro de ella.
“Ha sido… genial…”, susurró ella.
“Espero que no estés cansada”, le dije, a pesar de que yo sí estaba algo agotado. “Porque aun hay algo más que quiero hacer…”
Por orden mía se quedó quieta mientras la desataba todas las esposas. Con cuidado la hice girar sobre si misma. Volví a atar sus manos al cabecero. Pero sus pies no acabaron en el bajo de la cama, ya que me quitarían movilidad. La levanté el culo en dirección hacia mi cara, y entonces gimió.
“No… no hagas eso, me va a do… no importa, sigue…”
Temerosa de que le follase el culo, no se esperaba que previamente mi lengua se dedicara a lubricar ese agujerito que ella tenía. Mis dedos se ayudaron para dilatarla con cuidado.
“Qué culo más bonito tienes…”, susurré mientras mi lengua seguía chupando su ano. “Y qué limpio… ¿siempre está así, o lo has preparado para mi?”
“Lo limpio mucho…”, me confesó ella. “Pero me he cuidado especialmente… para hoy…”
“Así que quieres que te folle también aquí…”
“Quiero que me folles entera”
“En ese caso voy a cumplir tu deseo”, dije, apuntando con mi erección a su culo, y apoyando el glande justo en la entrada. Estaba ligeramente abierta. “¿Estás lista?”
“¡Sí, hazlo ya!”
Le metí apenas el glande y gimió muy fuerte. Retrocedí, solo para volver a meterle un poco más de mi pene. Acometida tras acometida, fui entrando un poco más dentro de su impecable culo. Cuando llevaba la mitad, le di un respiro… mientras volvía a meterla en su chochito. Mi hermana gritaba como si fuera una estrella del porno.
Volví a atacar su culo sin piedad, esta vez entrando con más facilidad que antes. Estaba bastante más apretado que su coñito y lo disfruté como nunca. Esas diferentes sensaciones que me provocaba estar dentro de ella eran geniales. Ella gemía y jadeaba por tenerme en su interior, y juraría que disfrutaba más cuando jugaba con su estrecho culito.
“¿Puedo correrme dentro?”, pregunté a mi hermana.
“Puedes correrte donde quieras…”, respondió ella. “Pero… me gusta más en mi chochito…”.
“Tengo otra idea en mente…”
Continué mis acometidas hasta que logré descargar toda mi semilla dentro de su culo. Me gustó ver como mi blanca semilla escurría por entre sus piernas. Y tenía que darme prisa. Liberé sus manos nuevamente, la hice girar, y volví a devorar su chocho.
“¡AAaaahHHh! ¡Sigue… sigue ahííííí!”, pidió ella, muerta de placer por mis cuidados hacia su coñito. Mi lengua encontraba su clítoris con facilidad y eso le arrancaba los mejores gemidos que he escuchado nunca. Apenas me esperaba su orgasmo, y probé con mi lengua cómo era el chorro de Leire.
“¡Perdona!”, exclamó, horrorizada. “No tendría que haber hecho eso…”
“No pasa nada”, le dije. “Si te ha gustado es normal que te hayas puesto así”, le dije conciliador, y le acaricié la cara. “¿Qué te parece si vamos a darnos una ducha?”
“¿Los dos juntos?”
“Hay que ahorrar agua”, dije, guiñándole el ojo.
En el baño volvimos a descontrolarlos, o más bien ella, quien consideró que para limpiar bien mi pene necesitaba usar su boca. Con un cuidado masaje a mis pelotas mientras lo hacía. Yo estaba encantado con aquella tarde.
Finalmente, ya agotados, pasamos el resto de la tarde viendo una película en el sofá… aunque no nos habíamos puesto la ropa y mis manos sentían el campo de gravedad de las tetas de mi hermana, y no se separaban de ahí.
“¿Era verdad lo que me dijiste? ¿Vamos a hacerlo cada día?”, me preguntó.
“¿Por qué? ¿Se te han quitado las ganas?”
“Al contrario… no puedo esperar a volver a sentirte dentro de mi…”
MIS OTROS RELATOS, pasen, vean y disfrútenlos 😃
Vacaciones con mis primos (fin)
Capitulo 1, Capitulo 2, Capitulo 3, Capitulo 4, Capitulo 5, Capitulo 6, Capítulo 7, Capítulo 8, Capítulo 9, Capítulo 10, Capítulo 11, Capítulo 12, Capítulo 13, Capítulo 14, Capítulo 15, Capítulo 16, Capítulo 17, Capítulo 18, Decimonoveno cumpleaños con mis primas
Sara, novia trans (continuando)
Autoexperimentando, Fantasía: cambio de rol con mi novia, Recibí ayuda de mi amiga especial, Trío con pareja amiga, Masaje con final más que feliz, A las órdenes de mi amiga trans, Polvo con mi ex… y mi novia, Vestido para mi novia (trans), Adicto a la polla trans, Cuarteto bixsexual (o parecido), Fin de semana con amigos (I), Fin de semana con amigos (II), Ayudando a una amiga
La amiga de mi hija (continuando)
Se me declaró la amiga de mi hija, La elección de la amiga de mi hija, Trío prohibido, Reconciliación tabú, La novia de mi hija
Mis amigos (continuando)
Confesiones de ella, Confesiones de él, Noche desmadrada
Relatos cortos
La chica del tren, Por un error, Me pidieron un favor, Fantasía de ella, fantasía de los dos, , Dos generaciones
1 comentarios - (Otra) tarde prohibida con la hermanita