LLevo tiempo sin subir nada. Perdón por la demora. Ahí va mi nuevo relato.
Mi matrimonio se había ido al garete hacía tiempo. Yo no quería darme cuenta, pero era imposible no verlo. Habíamos caído en una monotonía que nos llevaba irremediablemente al abismo.
Habían sido diez años de feliz conviencia. O al menos eso creía yo. Tras un noviazgo de tres años decidimos casarnos y formar una familia. Pronto la vida se convirtió en una sucesión de días de levantarse, ir a trabajar, volver para comer y dos o tres noches de sexo por semana. Una semana tras otra invariablemente.
Pero yo era feliz y creía que ella también. Al menos nunca me dijo lo contario ni lo insinuó. Hasta que un día las cosas, sin saber como, comenzaron a cambiar. Fueron pequeñas cosas, casi insignificantes, que se fueron sucediendo hasta que eran demasiado evidentes. Y debí verlo antes. Tal vez lo hice pero por mi miedo a perderlo todo buscaba justificación a esos pequeños detalles. A fin de cuentas, estaba perdidamente enamorado de ella.
Hasta que resultó imposible negar la evidencia. Mi mujer tenía un amante. ¿Qué podía hacer? No quería perderla. Intenté colmarla de atenciones, pensando que había descuidado nuestra relación. Intenté enamorarla de nuevo. La sorprendía con regalos sin venir a cuento, me mostraba más cariñoso. Hacía, en fin, cuanto podía o sabía para recuperar su amor y que dejase a aquel que estaba mandando nuestro matrimonio al abismo.
Pero todo fue inútil. Todos mis esfuerzos fueron en vano. Sabía, como no saberlo, que seguía viéndose con aquel tipo. Hasta encontré las llaves de su casa en el bolso de ella mientras rebuscaba en busca de algo de calderilla para comprar tabaco (algo que ella sabía perfectamente que hacía en ocasiones).
Definitivamente, todo se había ido a la mierda. Primero me sentí culpable; tal vez yo la había empujado a sus brazos por no saber cuidarla y mimarla como merecía. Luego vino el dolor. No tanto por el hecho de que hubiese dejado de amarme como por la manera de hacerlo. Le hubiese perdonado que me dejase y luego se liase con quien le diese la gana. Pero así no. No era justo.
Eso dio paso al odio. La odié con todas mis fuerzas y aunque me daba cuenta de que la odiaba porque aun la amaba, no podía dejar de odiarla.
Una noche ella decidió salir a tomar algo. Me dijo, como en otras ocasiones, que saldría con unas amigas. Pero yo sabía que iba directamente a casa de su amante para follar con él.
Yo estaba en el salón tomando una copa mientras ella se arreglaba para salir. Oí el agua correr en la ducha y luego a ella tarareando una canción mientras elegía la ropa y se maquillaba. El odio y la indignación crecían en mi interior por momentos. Y sin embargo el saber que se iba para follar con otro, el imaginarla gimiendo, abierta de piernas para que otro se la follase, me iba poniendo caliente. Me serví otra copa mientras pensaba que hacer.
Cuando acabó de vestirse se asomó al salón.
-¿Como me veo? -me preguntó la muy zorra como si no sucediese nada para disimular.
--Muy bien. Tanto que me dan ganas de follarte sobre esa mesa -dije yo señalando la mesa de comedor.
Ella se rio como si no pasase nada mientras yo me levantaba y la rodeaba con mis brazos. Ella no protestó. Era lo más normal del mundo que tu marido te abrace. ¿Como justificar una protesta? En ese momento no debió encontrar una excusa, así que me dejó hacer.
Yo le agarré uno de sus grandes pechos por encima de la blusa bajo la que se adivinada un conjunto de lencería que yo le había regalado hacía apenas un par de semanas. Encima la muy puta iba a estrenar el modelito con su amante. Eso me encendió más.
-Vaya. Parece que estrenas modelito -dije mientras le abría la camisa de un tirón que hizo saltar los botones de su blusa.
Ella se revolvió entonces con un gesto que mezclaba el miedo y la indignación.
-¡Eh! ¿Qué crees que estás haciendo? Me acabas de romper todos los botones. -casi gritó.
-Quería ver lo que llevas aquí debajo -dije yo mientras le sacaba un pecho fuera del sostén.
-Y me gusta. Vaya si me gusta -dije mientras pasaba mi lengua por el pezón.
Le agarré el pezón y tiré de el sin misericordia. Quería hacerle daño. Y lo conseguí. Un grito de dolor salió de su garganta mientras intentaba retroceder, pero la mesa se lo impedía. No podía escapar de mi. Lo extraño para mi fue que creí notar unas notas de placer en su grito.
Agarré de nuevo el pezón y volví a tirar mientras la miraba a los ojos. Para mi sorpresa el pezón estaba poniéndose duro y ella se mordía el labio inferior, pero no para ni gritar, si no en un instintivo gesto de placer.
Entonces la giré y la empujé hasta que su cara y sus pechos quedaron aplastados contra la mesa.
-¿Qué haces? -protestó ella. Pero no intentó incorporarse.
Levanté su falda dejando a la vista un culo redondo y firme enfundado en aquella braga que con tanto cariño yo había elegido. Metí la mano entre sus piernas y me sorprendió notar la humedad de su coño. ¡La muy zorra se estaba excitando con aquello!
Entonces era cuestión de seguir adelante. Aquella situación me calentaba más y encendía mis ganas de castigarla por lo que me hacía a cada momento que pasaba. Necesitaba castigarla, humillarla para devolverle la humillación que ella me había inflingido al cornearme de aquella manera.
-Caramba zorra. Parece que tenías pensado pasarlo bien. ¿No? ¿Ya te estabas imaginado como te va a follar? -le dije al oido inclinándome sobre ella para que notase mi erección.
-Sí -balbució ella entrecortadamente. Su voz transmitía una mezcla de miedo y placer que me resultaba extraña pero muy excitante.
-Y parece que ya estás mojada. Quieres una buena polla que te llene el coño. ¿No es así? pues no tendrás que ir muy lejos a buscarla -le dije apartando la tela para meterle la polla sin miramientos.
Ella soltó un grito mezcla de sorpresa, dolor y placer. Comencé a bombear su coño frenéticamente mientras ella no podía evitar gritar por el dolor, la humillación y el placer. Yo no me había desnudado, solamente me había bajado la cremallera y la había ensartado.
-¿Te gusta, puta? -le dije al oido mientras seguía empujado mi polla entre sus piernas. Entre sus jadeos dijo algo pero no entendí lo que decía.
Me saqué el cinturón y golpeé sus nalgas mientras seguía bombeando su coño duramente. Normalmente habría estado a punto de correrme, pero el alcohol y mi furía hacían de mi un follador incansable.
-No te oigo, puta. ¿Te gusta? -repetí mientras descargaba un nuevo golpe en su culo.
-¡Sí! -gritó ella girando su cabeza para mirarme.
Me quedé un momento en estado de shock. La muy zorra estaba disfrutando de que prácticamente la estuviese violando y de los golpes. Pero rápidamente mi mano descargó un nuevo golpe en aquel redondo y duro culo que comenzaba a ponerse rojo del castigo recibido.
La vista de las marcas del cinturón encendió todavía más mi deseo y soltando el cinturón le bajé la braga hasta las rodillas mientras sacaba mi polla de su coño. Decidí que iba a darle por el culo. Apenas lo habíamos hecho un par de veces porque ella se quejaba del dolor a pesar de usar lubricante y procurar dilatarlo con cuidado antes de hacerlo.
Pero esta vez yo iba ciego de ganas de castigarla por ser tan zorra. Así que pasé mi mano pos su coño para humedecerla y luego pasarla por su culo para lubricarlo. No me preocupaba que no fuese suficiente. Si le dolía, mejor.
-¿Qué vas a hacer? -preguntó ella con preocupación al sentir mi mano masajeando su ojete.
-¿Quieres saber que es el dolor? Pues ahora lo sabrás. Te lo prometo. Te daré lo que merece una puta caliente como tú -le dije intentando que sonara lo más amenazador porsible.
Ella intentó zafarse de mi, pero soy mucho más fuerte que ella y no logró más que excitarme más.
-Estate quieta, putita. Verás como en el fondo te gusta. A cualquier puta le gusta que le revienten el culo. Y eso voy a hacer.
Sin más dilación clavé el glande en su culo. Lo dejé así un momento mientras el ano se iba acostumbrando al tamaño y ella gemía y se retorcía de dolor intentando apartarse. Pero yo la tenía firmemente agarrada y sus esfuerzos eran en vano. Tras un minuto de pelea decidió rendirse y yo comencé a bombear su culo metiendola cada vez un poco más adentro. Sus jadeos demostraban que el dolor había dejado paso a un inmenso placer hasta que al cabo de un par de minutos sus movimientos espasmódicos me indicaron que había llegado al orgasmo. Yo apuré el ritmo hasta que también me corrí. Tras un momento de reposo, saqué la polla dejando el culo totalmente abierto y espulsando mi leche.
En ese momento la cogí del pelo y la incorporé. Cuando la tuve de frente, la besé y ella correspondió al beso con frenesí. Después la empujé hacia abajo. La obligué a ponerse de rodillas ante mi.
-Límpiame la polla, zorra asquerosa. Que quede brillante.
No se hizo repetir la orden. Sin pensarlo dos veces se metió la polla en la boca y comenzó a chuparla como si le fuese la vida en ello. Pasaba la lengua por toda la longitud de mi polla para luego detenerse en el glande y luego metérsela entera hasta que las arcadas le decían que no podía más. Al cabo de un rato mi polla estaba lista para un segundo asalto y se me ocurrió la idea perfecta para mandarle un recado al amante de aquella puta.
La puse en pie y la obligué a tumbarse de espaldas sobre la mesa. Tiré de ella hasta que su coño quedó justo en el borde de la mesa, a la altura de mi polla y, tras sacarle la falda, le hice aguantar las rodillas con las manos.
Sin más preámbulos se la clavé hasta el fondo. Un grito de dolor y deseo salió de su garganta cuando notó toda la longitud de mi polla en sus entrañas. Yo, ya excitado a tope, me concentré en bombear para correrme de nuevo. Esta vez no me preocupaba que ella disfrutase del polvo como lo hacía siempre que hacíamos el amor. Esta vez me la estaba follando. La estaba follando como si fuese una muñeca hinchable. Como la zorra que era. Aquel sería el último polvo, pero sería memorable.
Ella soltó sus piernas para agarrar sus manos al borde de la mesa y empujarse contra mi acompañando mis movimientos. Sus pechos oscilaban adelante y atrás hipnóticamente bajo los embates de la tremenda follada. La vista de su cara, con los ojos cerrados y el gesto de indescriptible placer que sentía, me enardecía todavía más. No quería que disfrutase. Quería que sufriese al verse follada, usada sin el más mínimo sentimiento de amor o respeto.
Ella no tardó en correrse escandalosamente. Sus gemidos y jadeos no se detuvieron mientras yo seguía empujando dentro como intentando llegar a empalarla totalmente. Hasta que finalmente me corrí dentro. Creo que fue el mejor orgasmo de mi vida. Jadeando por el esfuerzo esperé dentro de ella hasta que mi virilidad se vino abajo.
Cuando la saqué, la tomé de las manos y la ayudé a incorporarse. A ella todavía le temblaban las piernas. Le subí la braga.
-Y ahora ve a que te folle ese hijo de puta. Pero no te limpies. Quiero que cuando te coma el coño, se beba mi leche. Adiós, zorra.
Había cambiado totalmente. Había dejado de ser el hombre amable y caballeroso que ella conocía y me había vuelto un tipo duro, violento, insensible al dolor ajeno a quien nada ni nadie le importaba.
Me di la vuelta y me encaminé al baño sin volverme a mirarla. Cuando volví al salón, ella seguía allí, en la misma posición en que la había dejado, los pechos por fuera del sujetador, la cabeza gacha, sus hombros se estremecían y noté que alguna lágrima caía de sus ojos. No me dejé ablandar por sus lágrimas. Ya era demasiado tarde para eso. Todo se había ido definitamente a la mierda y me daba igual. Me puse otra copa y me senté en el sofá, todavía desnudo, esperando a que se fuese.
De repente ella vio algo en el suelo. Se agachó y cogió mi cinturón. Lo sostuvo en su mano un minuto, como sintiendo su peso y lo dobló al medio. Con el cinturón en la mano se acercó a mi. Se arrodilló en el sofá y dejó el cinturón junto a mi mano mientras seguía con la cabeza hundida. Después se inclinó hacia delante y se tumbó boca abajo dejando su culo expuesto sobre mis rodillas mientras decía llorando...
-Por favor.. ¿Me puedo quedar contigo? Nadie me puede dar lo que tú me acabas de regalar.
-¿Qué dices? -pregunté extrañado-. ¿Es qué acaso tu amante resulta ser un inútil en la cama?
-No hay ningún amante -contestó ella mirándome al fin de frente.
-¿Cómo que no? ¿Y el llavero que guardas en tu bolso? -dije a pesar de que reconocía haber hurgado en sus cosas.
-Si te hubieses fijado bien verías que sólo son unas copias de las llaves de casa. Quería que pensases que había otro.
-¿Y los mensajes en tu teléfono con fotos bien explícitas?
-Tengo otro móvil. Me los enviaba yo misma.
-¿Pero para qué? ¿Por qué? -Yo estaba alucinado. Aquello no tenía sentido.
Ella se puso de nuevo de rodillas a mi lado, pero esta vez me miraba a los ojos.
-Para provocar lo que acaba de pasar.
-Podías haberlo pedido. Hubiese sido más sencillo. ¿No crees?
-Me daba vergüenza hacerlo. Reconocer que soy una perra a la que le gusta que la humillen y le peguen. Necesitaba provocar esta reacción en ti. No sabía como hacerlo, así que busqué provocarte. Busqué provocar tus celos, pero lo único que conseguí fue que te volvieses más cariñoso. Y yo quería, necesitaba un animal que me castigase y me tratase como a una zorra.
-¿Y hoy? ¿A donde ibas a ir?
-Como siempre que salía. Me iba a dar una vuelta. Me tomaba una copa y paseaba. Si quería hacerte creer que había pasado la noche con otro me iba a un hotel y allí me masturbaba imaginando que me azotabas y me tratbas como una puta. Siento haberte hecho pasar por todo este infierno, mi vida. Sólo te quiero a ti y no puede haber nadie más en mi vida. Ahora que lo sabes todo, puedes mandarme a la mierda, si quieres. Me lo merezco -añadió bajando la mirada.
-Lo que mereces son unos buenos azotes -contesté yo aliviado procurando no demostrarlo.
-¿Sí? -preguntó ella con un brillo especial en la mirada mientras sonreía ilusionada. Se volvió a tumbar sobre mis rodillas mientras se bajaba la braga y dejaba al descubierto sus nalgas todavía rojas por el castigo anterior.
Mi mano tomó de nuevo el cinturón mientras pensaba en que debía comprar una fusta para celebrar que mi matromonio se había salvado.
Mi matrimonio se había ido al garete hacía tiempo. Yo no quería darme cuenta, pero era imposible no verlo. Habíamos caído en una monotonía que nos llevaba irremediablemente al abismo.
Habían sido diez años de feliz conviencia. O al menos eso creía yo. Tras un noviazgo de tres años decidimos casarnos y formar una familia. Pronto la vida se convirtió en una sucesión de días de levantarse, ir a trabajar, volver para comer y dos o tres noches de sexo por semana. Una semana tras otra invariablemente.
Pero yo era feliz y creía que ella también. Al menos nunca me dijo lo contario ni lo insinuó. Hasta que un día las cosas, sin saber como, comenzaron a cambiar. Fueron pequeñas cosas, casi insignificantes, que se fueron sucediendo hasta que eran demasiado evidentes. Y debí verlo antes. Tal vez lo hice pero por mi miedo a perderlo todo buscaba justificación a esos pequeños detalles. A fin de cuentas, estaba perdidamente enamorado de ella.
Hasta que resultó imposible negar la evidencia. Mi mujer tenía un amante. ¿Qué podía hacer? No quería perderla. Intenté colmarla de atenciones, pensando que había descuidado nuestra relación. Intenté enamorarla de nuevo. La sorprendía con regalos sin venir a cuento, me mostraba más cariñoso. Hacía, en fin, cuanto podía o sabía para recuperar su amor y que dejase a aquel que estaba mandando nuestro matrimonio al abismo.
Pero todo fue inútil. Todos mis esfuerzos fueron en vano. Sabía, como no saberlo, que seguía viéndose con aquel tipo. Hasta encontré las llaves de su casa en el bolso de ella mientras rebuscaba en busca de algo de calderilla para comprar tabaco (algo que ella sabía perfectamente que hacía en ocasiones).
Definitivamente, todo se había ido a la mierda. Primero me sentí culpable; tal vez yo la había empujado a sus brazos por no saber cuidarla y mimarla como merecía. Luego vino el dolor. No tanto por el hecho de que hubiese dejado de amarme como por la manera de hacerlo. Le hubiese perdonado que me dejase y luego se liase con quien le diese la gana. Pero así no. No era justo.
Eso dio paso al odio. La odié con todas mis fuerzas y aunque me daba cuenta de que la odiaba porque aun la amaba, no podía dejar de odiarla.
Una noche ella decidió salir a tomar algo. Me dijo, como en otras ocasiones, que saldría con unas amigas. Pero yo sabía que iba directamente a casa de su amante para follar con él.
Yo estaba en el salón tomando una copa mientras ella se arreglaba para salir. Oí el agua correr en la ducha y luego a ella tarareando una canción mientras elegía la ropa y se maquillaba. El odio y la indignación crecían en mi interior por momentos. Y sin embargo el saber que se iba para follar con otro, el imaginarla gimiendo, abierta de piernas para que otro se la follase, me iba poniendo caliente. Me serví otra copa mientras pensaba que hacer.
Cuando acabó de vestirse se asomó al salón.
-¿Como me veo? -me preguntó la muy zorra como si no sucediese nada para disimular.
--Muy bien. Tanto que me dan ganas de follarte sobre esa mesa -dije yo señalando la mesa de comedor.
Ella se rio como si no pasase nada mientras yo me levantaba y la rodeaba con mis brazos. Ella no protestó. Era lo más normal del mundo que tu marido te abrace. ¿Como justificar una protesta? En ese momento no debió encontrar una excusa, así que me dejó hacer.
Yo le agarré uno de sus grandes pechos por encima de la blusa bajo la que se adivinada un conjunto de lencería que yo le había regalado hacía apenas un par de semanas. Encima la muy puta iba a estrenar el modelito con su amante. Eso me encendió más.
-Vaya. Parece que estrenas modelito -dije mientras le abría la camisa de un tirón que hizo saltar los botones de su blusa.
Ella se revolvió entonces con un gesto que mezclaba el miedo y la indignación.
-¡Eh! ¿Qué crees que estás haciendo? Me acabas de romper todos los botones. -casi gritó.
-Quería ver lo que llevas aquí debajo -dije yo mientras le sacaba un pecho fuera del sostén.
-Y me gusta. Vaya si me gusta -dije mientras pasaba mi lengua por el pezón.
Le agarré el pezón y tiré de el sin misericordia. Quería hacerle daño. Y lo conseguí. Un grito de dolor salió de su garganta mientras intentaba retroceder, pero la mesa se lo impedía. No podía escapar de mi. Lo extraño para mi fue que creí notar unas notas de placer en su grito.
Agarré de nuevo el pezón y volví a tirar mientras la miraba a los ojos. Para mi sorpresa el pezón estaba poniéndose duro y ella se mordía el labio inferior, pero no para ni gritar, si no en un instintivo gesto de placer.
Entonces la giré y la empujé hasta que su cara y sus pechos quedaron aplastados contra la mesa.
-¿Qué haces? -protestó ella. Pero no intentó incorporarse.
Levanté su falda dejando a la vista un culo redondo y firme enfundado en aquella braga que con tanto cariño yo había elegido. Metí la mano entre sus piernas y me sorprendió notar la humedad de su coño. ¡La muy zorra se estaba excitando con aquello!
Entonces era cuestión de seguir adelante. Aquella situación me calentaba más y encendía mis ganas de castigarla por lo que me hacía a cada momento que pasaba. Necesitaba castigarla, humillarla para devolverle la humillación que ella me había inflingido al cornearme de aquella manera.
-Caramba zorra. Parece que tenías pensado pasarlo bien. ¿No? ¿Ya te estabas imaginado como te va a follar? -le dije al oido inclinándome sobre ella para que notase mi erección.
-Sí -balbució ella entrecortadamente. Su voz transmitía una mezcla de miedo y placer que me resultaba extraña pero muy excitante.
-Y parece que ya estás mojada. Quieres una buena polla que te llene el coño. ¿No es así? pues no tendrás que ir muy lejos a buscarla -le dije apartando la tela para meterle la polla sin miramientos.
Ella soltó un grito mezcla de sorpresa, dolor y placer. Comencé a bombear su coño frenéticamente mientras ella no podía evitar gritar por el dolor, la humillación y el placer. Yo no me había desnudado, solamente me había bajado la cremallera y la había ensartado.
-¿Te gusta, puta? -le dije al oido mientras seguía empujado mi polla entre sus piernas. Entre sus jadeos dijo algo pero no entendí lo que decía.
Me saqué el cinturón y golpeé sus nalgas mientras seguía bombeando su coño duramente. Normalmente habría estado a punto de correrme, pero el alcohol y mi furía hacían de mi un follador incansable.
-No te oigo, puta. ¿Te gusta? -repetí mientras descargaba un nuevo golpe en su culo.
-¡Sí! -gritó ella girando su cabeza para mirarme.
Me quedé un momento en estado de shock. La muy zorra estaba disfrutando de que prácticamente la estuviese violando y de los golpes. Pero rápidamente mi mano descargó un nuevo golpe en aquel redondo y duro culo que comenzaba a ponerse rojo del castigo recibido.
La vista de las marcas del cinturón encendió todavía más mi deseo y soltando el cinturón le bajé la braga hasta las rodillas mientras sacaba mi polla de su coño. Decidí que iba a darle por el culo. Apenas lo habíamos hecho un par de veces porque ella se quejaba del dolor a pesar de usar lubricante y procurar dilatarlo con cuidado antes de hacerlo.
Pero esta vez yo iba ciego de ganas de castigarla por ser tan zorra. Así que pasé mi mano pos su coño para humedecerla y luego pasarla por su culo para lubricarlo. No me preocupaba que no fuese suficiente. Si le dolía, mejor.
-¿Qué vas a hacer? -preguntó ella con preocupación al sentir mi mano masajeando su ojete.
-¿Quieres saber que es el dolor? Pues ahora lo sabrás. Te lo prometo. Te daré lo que merece una puta caliente como tú -le dije intentando que sonara lo más amenazador porsible.
Ella intentó zafarse de mi, pero soy mucho más fuerte que ella y no logró más que excitarme más.
-Estate quieta, putita. Verás como en el fondo te gusta. A cualquier puta le gusta que le revienten el culo. Y eso voy a hacer.
Sin más dilación clavé el glande en su culo. Lo dejé así un momento mientras el ano se iba acostumbrando al tamaño y ella gemía y se retorcía de dolor intentando apartarse. Pero yo la tenía firmemente agarrada y sus esfuerzos eran en vano. Tras un minuto de pelea decidió rendirse y yo comencé a bombear su culo metiendola cada vez un poco más adentro. Sus jadeos demostraban que el dolor había dejado paso a un inmenso placer hasta que al cabo de un par de minutos sus movimientos espasmódicos me indicaron que había llegado al orgasmo. Yo apuré el ritmo hasta que también me corrí. Tras un momento de reposo, saqué la polla dejando el culo totalmente abierto y espulsando mi leche.
En ese momento la cogí del pelo y la incorporé. Cuando la tuve de frente, la besé y ella correspondió al beso con frenesí. Después la empujé hacia abajo. La obligué a ponerse de rodillas ante mi.
-Límpiame la polla, zorra asquerosa. Que quede brillante.
No se hizo repetir la orden. Sin pensarlo dos veces se metió la polla en la boca y comenzó a chuparla como si le fuese la vida en ello. Pasaba la lengua por toda la longitud de mi polla para luego detenerse en el glande y luego metérsela entera hasta que las arcadas le decían que no podía más. Al cabo de un rato mi polla estaba lista para un segundo asalto y se me ocurrió la idea perfecta para mandarle un recado al amante de aquella puta.
La puse en pie y la obligué a tumbarse de espaldas sobre la mesa. Tiré de ella hasta que su coño quedó justo en el borde de la mesa, a la altura de mi polla y, tras sacarle la falda, le hice aguantar las rodillas con las manos.
Sin más preámbulos se la clavé hasta el fondo. Un grito de dolor y deseo salió de su garganta cuando notó toda la longitud de mi polla en sus entrañas. Yo, ya excitado a tope, me concentré en bombear para correrme de nuevo. Esta vez no me preocupaba que ella disfrutase del polvo como lo hacía siempre que hacíamos el amor. Esta vez me la estaba follando. La estaba follando como si fuese una muñeca hinchable. Como la zorra que era. Aquel sería el último polvo, pero sería memorable.
Ella soltó sus piernas para agarrar sus manos al borde de la mesa y empujarse contra mi acompañando mis movimientos. Sus pechos oscilaban adelante y atrás hipnóticamente bajo los embates de la tremenda follada. La vista de su cara, con los ojos cerrados y el gesto de indescriptible placer que sentía, me enardecía todavía más. No quería que disfrutase. Quería que sufriese al verse follada, usada sin el más mínimo sentimiento de amor o respeto.
Ella no tardó en correrse escandalosamente. Sus gemidos y jadeos no se detuvieron mientras yo seguía empujando dentro como intentando llegar a empalarla totalmente. Hasta que finalmente me corrí dentro. Creo que fue el mejor orgasmo de mi vida. Jadeando por el esfuerzo esperé dentro de ella hasta que mi virilidad se vino abajo.
Cuando la saqué, la tomé de las manos y la ayudé a incorporarse. A ella todavía le temblaban las piernas. Le subí la braga.
-Y ahora ve a que te folle ese hijo de puta. Pero no te limpies. Quiero que cuando te coma el coño, se beba mi leche. Adiós, zorra.
Había cambiado totalmente. Había dejado de ser el hombre amable y caballeroso que ella conocía y me había vuelto un tipo duro, violento, insensible al dolor ajeno a quien nada ni nadie le importaba.
Me di la vuelta y me encaminé al baño sin volverme a mirarla. Cuando volví al salón, ella seguía allí, en la misma posición en que la había dejado, los pechos por fuera del sujetador, la cabeza gacha, sus hombros se estremecían y noté que alguna lágrima caía de sus ojos. No me dejé ablandar por sus lágrimas. Ya era demasiado tarde para eso. Todo se había ido definitamente a la mierda y me daba igual. Me puse otra copa y me senté en el sofá, todavía desnudo, esperando a que se fuese.
De repente ella vio algo en el suelo. Se agachó y cogió mi cinturón. Lo sostuvo en su mano un minuto, como sintiendo su peso y lo dobló al medio. Con el cinturón en la mano se acercó a mi. Se arrodilló en el sofá y dejó el cinturón junto a mi mano mientras seguía con la cabeza hundida. Después se inclinó hacia delante y se tumbó boca abajo dejando su culo expuesto sobre mis rodillas mientras decía llorando...
-Por favor.. ¿Me puedo quedar contigo? Nadie me puede dar lo que tú me acabas de regalar.
-¿Qué dices? -pregunté extrañado-. ¿Es qué acaso tu amante resulta ser un inútil en la cama?
-No hay ningún amante -contestó ella mirándome al fin de frente.
-¿Cómo que no? ¿Y el llavero que guardas en tu bolso? -dije a pesar de que reconocía haber hurgado en sus cosas.
-Si te hubieses fijado bien verías que sólo son unas copias de las llaves de casa. Quería que pensases que había otro.
-¿Y los mensajes en tu teléfono con fotos bien explícitas?
-Tengo otro móvil. Me los enviaba yo misma.
-¿Pero para qué? ¿Por qué? -Yo estaba alucinado. Aquello no tenía sentido.
Ella se puso de nuevo de rodillas a mi lado, pero esta vez me miraba a los ojos.
-Para provocar lo que acaba de pasar.
-Podías haberlo pedido. Hubiese sido más sencillo. ¿No crees?
-Me daba vergüenza hacerlo. Reconocer que soy una perra a la que le gusta que la humillen y le peguen. Necesitaba provocar esta reacción en ti. No sabía como hacerlo, así que busqué provocarte. Busqué provocar tus celos, pero lo único que conseguí fue que te volvieses más cariñoso. Y yo quería, necesitaba un animal que me castigase y me tratase como a una zorra.
-¿Y hoy? ¿A donde ibas a ir?
-Como siempre que salía. Me iba a dar una vuelta. Me tomaba una copa y paseaba. Si quería hacerte creer que había pasado la noche con otro me iba a un hotel y allí me masturbaba imaginando que me azotabas y me tratbas como una puta. Siento haberte hecho pasar por todo este infierno, mi vida. Sólo te quiero a ti y no puede haber nadie más en mi vida. Ahora que lo sabes todo, puedes mandarme a la mierda, si quieres. Me lo merezco -añadió bajando la mirada.
-Lo que mereces son unos buenos azotes -contesté yo aliviado procurando no demostrarlo.
-¿Sí? -preguntó ella con un brillo especial en la mirada mientras sonreía ilusionada. Se volvió a tumbar sobre mis rodillas mientras se bajaba la braga y dejaba al descubierto sus nalgas todavía rojas por el castigo anterior.
Mi mano tomó de nuevo el cinturón mientras pensaba en que debía comprar una fusta para celebrar que mi matromonio se había salvado.
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