Se van mezclando las imágenes, como si fuera un sueño. Es por ahí que entran el morbo, las contradicciones, el placer, la locura, los celos. Desde la ventana veo manos que suben y bajan, dos cuerpos que se acarician, se muerden. Bocas libidinosas que ansían ser mordidas, ojos pecadores, manos más sueltas aferradas a los glúteos y que simulan arrancar la ropa interior que dejó de ser interior hace un buen rato. Cuellos que se mastican, miradas que creía que ella sólo tenía para mi, brazos que se lían infinitamente y se unen con las piernas y los muslos y los hombros y las lenguas. Esa ligazón es interrumpida cuando ella le rasguña el pecho y cae hasta sus entrepiernas con la vista fija e insaciable.
Como si fuese un encadenamiento fílmico, un cambio de escena, una nueva puesta, se reestablece la conexión, más apaciguada, los rasguños se transfoman en caricias, las mordidas en besos y lambidas sensuales, él acaricia su pelo, su nuca y su mirada, ella recorre su sexo con la boca, se apoya en su ingle, intenta complacerlo aún con temor y pudor. Decide abrazarlo por la cintura, volver a su boca y el juego anterior que se vuelve menos tenso, pero con más complicidad y más llevadero, la penetración se hace irreprimible, los gemidos ya la previeron, y así fue, así es, y así comienza el descubrimiento del goce, del poseer, de lo nuevo, de la piel. Los gemidos, quejidos y suspiros son una orquesta sexual, gritos mudos, las bocas abiertas exhaustas y el ritmo del disfrute, de la dicha y de la carne.
¿Y yo? Masturbándome, lleno de líquido preseminal en mi mano.
Como si fuese un encadenamiento fílmico, un cambio de escena, una nueva puesta, se reestablece la conexión, más apaciguada, los rasguños se transfoman en caricias, las mordidas en besos y lambidas sensuales, él acaricia su pelo, su nuca y su mirada, ella recorre su sexo con la boca, se apoya en su ingle, intenta complacerlo aún con temor y pudor. Decide abrazarlo por la cintura, volver a su boca y el juego anterior que se vuelve menos tenso, pero con más complicidad y más llevadero, la penetración se hace irreprimible, los gemidos ya la previeron, y así fue, así es, y así comienza el descubrimiento del goce, del poseer, de lo nuevo, de la piel. Los gemidos, quejidos y suspiros son una orquesta sexual, gritos mudos, las bocas abiertas exhaustas y el ritmo del disfrute, de la dicha y de la carne.
¿Y yo? Masturbándome, lleno de líquido preseminal en mi mano.
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