Siempre que puedo voy a una librería esperando encontrar un buen título. Esa vez un hombre, solo, atractivo, también está revisando estantes y mesas de saldos.
Tiene un maletín portafolios de cuero color negro y una campera azul oscura en el brazo. Es alto. La camisa blanca y los pantalones, están algo arrugados, como si acabara de llegar de algún viaje largo, en avión u ómnibus.
Una chica, muy bonita, empleada del negocio, se acerca a él con una sonrisa obsequiosa y, cuando él levanta la cabeza de los libros, adopta una pose seductora y le ofrece su ayuda. Es muy joven, casi una adolescente, pero el instinto aflora. Curiosamente, él agradece su atención, en castellano con marcado acento extranjero, pero se retira. De uno de los bolsillos externos del maletín, asoma, un diario, doblado, de título extraño SVENSKA y algo más que no distingo.
Me pregunto si será alemán, austriaco, ….
Siento el impulso de preguntárselo pero me detengo a tiempo.
Tiene un caminar elegante, decidido. Es un hombre que sabe lo que quiere, y es consciente de su carisma. Su cabello es rubio ceniza, salpicado con algunas canas. Calculo que tendrá unos cuarenta. Me le acerco un poco y aspiro con disimulo. ¡Dios mío! Se me hace agua a la boca. Cierro los ojos para saborear la mezcla de perfume almizclado que segrega la piel de un hombre maduro. Noto la tensión crecer entre mis muslos.
Ahora tiene un libro en la mano, ya lo leí. ¿Se lo digo? Es una buena manera de empezar una conversación. Me muerdo los labios, indecisa, lo miro a la cara y:
-Disculpe, ese libro es una …. mierda -
Reacciona de modo extraño para mí, unos ojos celestes y claros se clavan en los míos con interés y sorpresa, se queda mirándome, con el ceño fruncido y una sonrisa interrogante. Amago irme, pero él por fin responde:
-¿Además de muy linda, crítica literaria?- suelta una carcajada ruidosa y mi cuerpo vibra con el timbre grave de su voz.
Y él agrega:
-¿Qué le aconsejas a un sueco de paso por tu país?-
Así que es sueco. Me lo cogería ahí mismo, sobre el mostrador de best-sellers.
-La verdad ….. no se …. nada de los gustos de ustedes los nórdicos …-
Nueva carcajada:
-No somos ni tan estirados ni fríos como nos pintan. –
Estoy vestida con campera tipo cazadora, cortita, abierta, una camiseta bretel finita que deja entrever el corpiño, un par de vaqueros, desteñidos – ajustados- y unas zapatillas gastadas por el uso, sin llegar a rotas y una mochila. Le había buscado conversación y, ahora, le dedico una sonrisa como para rivalizar con el sol. Habrá pensado que le hacía “el campo orégano”, que le facilitaba las cosas. No estaba desencaminado.
- Te invito a tomar un café- soltó
Estoy con tiempo, Miguel-mi marido- de viaje y mis hijos, al cuidado de la abuela.
Nos presentamos sentados en un bar. Él pide un café yo un capuchino.
-Yo soy Verner ¿Vos cómo te llamas?-
-¡Hola Verner, Soy Laura- extiendo la mano- buena oportunidad para tocarlo- me la estrecha con suavidad, en su mano masculina cuidada.
Me viene a la mente la leyenda urbana de que mano grande implica un miembro proporcional. “¿No será Verguer – de vergudo- en lugar de Verner?”
La conversación es de tanteo, de esas que sirven para reconocer el terreno- entre lo impersonal y lo agradable-, hasta que le largo, fuera de contexto:
-¿Casado, soltero o …?-
Por un instante el silencio se vuelve denso.
-Casado en Suecia, …., soltero aquí. ¿Y vos?-
Sonrío, otra vez como para desafiar al sol, y respondo:
-Casada en el conurbano, …., soltera aquí en Capital-
El silencio se hace más espeso aún, por mi audacia y provocación. Hago ademán de incorporarme para irme:
-Gracias por el café- le digo sonriente y vuelvo a extenderle la mano a modo de saludo. La retiene, esta vez, sus ojos celestes y claros se clavan en los míos y concreta el convite:
-¿No tenes más tiempo?-
-¡Si! ¿Para?-
-Para que va a ser, para lo que estás pensando. No conozco la ciudad, así que vos elegís donde …. refugiarnos, ¿Te parece?-
Acepté y , antes de salir, desde el baño la llamé a mi madre para avisarle que demoraría en regresar a buscar a los chicos.
Con la misma tarjeta de crédito, él, pagó la cuenta del bar y el turno en el telo Kansas City, que le propuse. Yo pagué, el corto, trayecto en taxi porque él no tenía cambio. Corto pero con una ansiedad, una tensión palpable que solo puede disiparse de una manera. Mis ojos encuentran a los suyos, celestes y fieros, inflamados con una expresión de voluntad que me hace soltar un jadeo.
En el hotel, de una manera casi brusca, me arrastra hacia el interior de la habitación y me aprieta, sin una sola palabra, contra una pared. Su maletín, su campera, mi mochila y mi cazadora se desparraman en el piso. Hundo mis dedos en su cuello. Uno de sus muslos separa mis piernas y su boca, famélica con gusto a café, se prende a mis pobres labios como para dejarlos despellejados. Mi camiseta queda enrollada sobre mi pecho, el corpiño, desabrochado, deja a su ansiedad mis tetas. Mis manos suben su camisa y buscan con avidez la hebilla del pantalón. Me cuesta porque está apretado contra mí, pero consigo aferrar su erección bajo la tela elástica del bóxer. Siento su verga palpitar, él, bajado mi jean, siente, en su mano, que mi sexo se contrae y se estremece.
Él permanece inmóvil durante unos segundos, y exhala con fuerza.
-Vamos a la cama- lo reto. Me agacho un momento para revolver en mi mochila y saco, uno, de la cajita de tres condones comprados en la recepción del telo. Lo agarra y me dedica una sonrisa tierna que parece fuera de lugar en la intensidad del momento.
No me hace esperar.
Me levanta, camina a pasitos debido a que tiene el pantalón en los tobillos, me arroja inconsideradamente y sin prudencia en la cama, termina de desvestirme y desvestirse, me separa las piernas sin ceremonias, me da un beso húmedo justo sobre el monte de venus, me monta, su mano desliza la punta de la verga-enfundada en el globito- de arriba hacia abajo en mi concha. Estoy empapada, no hace falta que me trabaje, de su garganta sale algo que parece un juramento. Con un movimiento impecable, inexorable, se hunde en mí y ahora soy yo la que suelto es un pequeño grito. Una mano me trabaja mis tetas, su boca la mía y mi cuello, mi excitación se dispara. Sentir su aliento ardiente y cortante en mi cuello no hace más que calentarme todavía más. Su aroma, ahora tan cerca, tiene un efecto devastador, y los gruñidos de su garganta acrecientan mi deseo hasta el punto de no retorno. Cierro los ojos con fuerza, pero es inevitable. Acabo por primera vez. Sus embestidas siguen certeras y secas. Su cuerpo, tendido sobre el mío, no me impide la variedad de maniobras de mis caderas y pubis. No me defiendo, él me coge, yo lo cojo. Jadea, gruñe, resopla hasta que, al fin, grita su orgasmo, mientras sigue embistiendo, lo suficiente para que yo, trepidando, me entregue a mi culminación de la, fuera de lo común, cogida.
Y abro los ojos.
Agradezco que sus brazos me envuelvan, mientras las respiraciones recuperan su ritmo normal. Tiene un tacto invasivo, pero a la vez afectuoso y cálido. Suelto un suspiro de satisfacción.
-¡Linda!- murmura entres resuellos-¿sabés que es lo mejor de todo?-
–No lo sé –respondo jadeante y divertida–¿No es lo que acaba de ocurrir?-
-¡Claro que siii!- mientras me ordena los mechones de mi pelo desordenado- pero, también, que es la primera vez que hago el amor, un rato después de conocer a la chica, y que lo disfruté como nunca en mi vida-
No es mi caso. Yo tenía, en mi haber, otra cogida “a primera vista” pero estaba de acuerdo que, había sido asombrosa.
-¡Viste lo gratificante que puede ser, el hábito, de la lectura. Fuimos por un libro y ….. conseguimos sexo. ¡Y que sexo!!!- le respondo
Reímos, los dos de buenas ganas.
¿Ganas? Es lo que sobraba. Agotamos la cajita de tres preservativos.
Al terminarse el turno:
-¿Te tomas otro café conmigo?-
-No, Verner. tengo que irme-
Nos despedimos con un beso.
Enfrenté, casi, una hora de tren de regreso a casa, de lo más relajada.
Tiene un maletín portafolios de cuero color negro y una campera azul oscura en el brazo. Es alto. La camisa blanca y los pantalones, están algo arrugados, como si acabara de llegar de algún viaje largo, en avión u ómnibus.
Una chica, muy bonita, empleada del negocio, se acerca a él con una sonrisa obsequiosa y, cuando él levanta la cabeza de los libros, adopta una pose seductora y le ofrece su ayuda. Es muy joven, casi una adolescente, pero el instinto aflora. Curiosamente, él agradece su atención, en castellano con marcado acento extranjero, pero se retira. De uno de los bolsillos externos del maletín, asoma, un diario, doblado, de título extraño SVENSKA y algo más que no distingo.
Me pregunto si será alemán, austriaco, ….
Siento el impulso de preguntárselo pero me detengo a tiempo.
Tiene un caminar elegante, decidido. Es un hombre que sabe lo que quiere, y es consciente de su carisma. Su cabello es rubio ceniza, salpicado con algunas canas. Calculo que tendrá unos cuarenta. Me le acerco un poco y aspiro con disimulo. ¡Dios mío! Se me hace agua a la boca. Cierro los ojos para saborear la mezcla de perfume almizclado que segrega la piel de un hombre maduro. Noto la tensión crecer entre mis muslos.
Ahora tiene un libro en la mano, ya lo leí. ¿Se lo digo? Es una buena manera de empezar una conversación. Me muerdo los labios, indecisa, lo miro a la cara y:
-Disculpe, ese libro es una …. mierda -
Reacciona de modo extraño para mí, unos ojos celestes y claros se clavan en los míos con interés y sorpresa, se queda mirándome, con el ceño fruncido y una sonrisa interrogante. Amago irme, pero él por fin responde:
-¿Además de muy linda, crítica literaria?- suelta una carcajada ruidosa y mi cuerpo vibra con el timbre grave de su voz.
Y él agrega:
-¿Qué le aconsejas a un sueco de paso por tu país?-
Así que es sueco. Me lo cogería ahí mismo, sobre el mostrador de best-sellers.
-La verdad ….. no se …. nada de los gustos de ustedes los nórdicos …-
Nueva carcajada:
-No somos ni tan estirados ni fríos como nos pintan. –
Estoy vestida con campera tipo cazadora, cortita, abierta, una camiseta bretel finita que deja entrever el corpiño, un par de vaqueros, desteñidos – ajustados- y unas zapatillas gastadas por el uso, sin llegar a rotas y una mochila. Le había buscado conversación y, ahora, le dedico una sonrisa como para rivalizar con el sol. Habrá pensado que le hacía “el campo orégano”, que le facilitaba las cosas. No estaba desencaminado.
- Te invito a tomar un café- soltó
Estoy con tiempo, Miguel-mi marido- de viaje y mis hijos, al cuidado de la abuela.
Nos presentamos sentados en un bar. Él pide un café yo un capuchino.
-Yo soy Verner ¿Vos cómo te llamas?-
-¡Hola Verner, Soy Laura- extiendo la mano- buena oportunidad para tocarlo- me la estrecha con suavidad, en su mano masculina cuidada.
Me viene a la mente la leyenda urbana de que mano grande implica un miembro proporcional. “¿No será Verguer – de vergudo- en lugar de Verner?”
La conversación es de tanteo, de esas que sirven para reconocer el terreno- entre lo impersonal y lo agradable-, hasta que le largo, fuera de contexto:
-¿Casado, soltero o …?-
Por un instante el silencio se vuelve denso.
-Casado en Suecia, …., soltero aquí. ¿Y vos?-
Sonrío, otra vez como para desafiar al sol, y respondo:
-Casada en el conurbano, …., soltera aquí en Capital-
El silencio se hace más espeso aún, por mi audacia y provocación. Hago ademán de incorporarme para irme:
-Gracias por el café- le digo sonriente y vuelvo a extenderle la mano a modo de saludo. La retiene, esta vez, sus ojos celestes y claros se clavan en los míos y concreta el convite:
-¿No tenes más tiempo?-
-¡Si! ¿Para?-
-Para que va a ser, para lo que estás pensando. No conozco la ciudad, así que vos elegís donde …. refugiarnos, ¿Te parece?-
Acepté y , antes de salir, desde el baño la llamé a mi madre para avisarle que demoraría en regresar a buscar a los chicos.
Con la misma tarjeta de crédito, él, pagó la cuenta del bar y el turno en el telo Kansas City, que le propuse. Yo pagué, el corto, trayecto en taxi porque él no tenía cambio. Corto pero con una ansiedad, una tensión palpable que solo puede disiparse de una manera. Mis ojos encuentran a los suyos, celestes y fieros, inflamados con una expresión de voluntad que me hace soltar un jadeo.
En el hotel, de una manera casi brusca, me arrastra hacia el interior de la habitación y me aprieta, sin una sola palabra, contra una pared. Su maletín, su campera, mi mochila y mi cazadora se desparraman en el piso. Hundo mis dedos en su cuello. Uno de sus muslos separa mis piernas y su boca, famélica con gusto a café, se prende a mis pobres labios como para dejarlos despellejados. Mi camiseta queda enrollada sobre mi pecho, el corpiño, desabrochado, deja a su ansiedad mis tetas. Mis manos suben su camisa y buscan con avidez la hebilla del pantalón. Me cuesta porque está apretado contra mí, pero consigo aferrar su erección bajo la tela elástica del bóxer. Siento su verga palpitar, él, bajado mi jean, siente, en su mano, que mi sexo se contrae y se estremece.
Él permanece inmóvil durante unos segundos, y exhala con fuerza.
-Vamos a la cama- lo reto. Me agacho un momento para revolver en mi mochila y saco, uno, de la cajita de tres condones comprados en la recepción del telo. Lo agarra y me dedica una sonrisa tierna que parece fuera de lugar en la intensidad del momento.
No me hace esperar.
Me levanta, camina a pasitos debido a que tiene el pantalón en los tobillos, me arroja inconsideradamente y sin prudencia en la cama, termina de desvestirme y desvestirse, me separa las piernas sin ceremonias, me da un beso húmedo justo sobre el monte de venus, me monta, su mano desliza la punta de la verga-enfundada en el globito- de arriba hacia abajo en mi concha. Estoy empapada, no hace falta que me trabaje, de su garganta sale algo que parece un juramento. Con un movimiento impecable, inexorable, se hunde en mí y ahora soy yo la que suelto es un pequeño grito. Una mano me trabaja mis tetas, su boca la mía y mi cuello, mi excitación se dispara. Sentir su aliento ardiente y cortante en mi cuello no hace más que calentarme todavía más. Su aroma, ahora tan cerca, tiene un efecto devastador, y los gruñidos de su garganta acrecientan mi deseo hasta el punto de no retorno. Cierro los ojos con fuerza, pero es inevitable. Acabo por primera vez. Sus embestidas siguen certeras y secas. Su cuerpo, tendido sobre el mío, no me impide la variedad de maniobras de mis caderas y pubis. No me defiendo, él me coge, yo lo cojo. Jadea, gruñe, resopla hasta que, al fin, grita su orgasmo, mientras sigue embistiendo, lo suficiente para que yo, trepidando, me entregue a mi culminación de la, fuera de lo común, cogida.
Y abro los ojos.
Agradezco que sus brazos me envuelvan, mientras las respiraciones recuperan su ritmo normal. Tiene un tacto invasivo, pero a la vez afectuoso y cálido. Suelto un suspiro de satisfacción.
-¡Linda!- murmura entres resuellos-¿sabés que es lo mejor de todo?-
–No lo sé –respondo jadeante y divertida–¿No es lo que acaba de ocurrir?-
-¡Claro que siii!- mientras me ordena los mechones de mi pelo desordenado- pero, también, que es la primera vez que hago el amor, un rato después de conocer a la chica, y que lo disfruté como nunca en mi vida-
No es mi caso. Yo tenía, en mi haber, otra cogida “a primera vista” pero estaba de acuerdo que, había sido asombrosa.
-¡Viste lo gratificante que puede ser, el hábito, de la lectura. Fuimos por un libro y ….. conseguimos sexo. ¡Y que sexo!!!- le respondo
Reímos, los dos de buenas ganas.
¿Ganas? Es lo que sobraba. Agotamos la cajita de tres preservativos.
Al terminarse el turno:
-¿Te tomas otro café conmigo?-
-No, Verner. tengo que irme-
Nos despedimos con un beso.
Enfrenté, casi, una hora de tren de regreso a casa, de lo más relajada.
4 comentarios - El hombre del norte.