Fue éste lunes feriado. Estaba con toda mi familia en casa. Mi marido miraba una película en la tele, los chicos cada uno en lo suyo, y yo me pintaba las uñas mientras escuchaba música en el celular. En eso recibo un mensaje de Pablo diciéndome lo bien que le vendrían unos mimos y al toque una foto de su verga en ese estado de gracia en el que suele estar siempre que estamos juntos. O sea bien parada.
Lo primero que hice fue indignarme, ¿como se le ocurre mandarme mensajes así sabiendo que estoy en familia? ¿Y si lo ve mi marido o alguno de mis hijos? Soy muy despelotada con el celular, lo dejo por cualquier lado y cuando recibo alguna llamada y no lo tengo cerca le pido a cualquiera que esté que me lo alcance. Eso antes de darle mi número a Pablo, obvio, ahora me daba cuenta de que debía ser más cuidadosa.
Igual sentía que esto que estaba pasando entre nosotros, fuera lo que fuese, no podía seguir. Cuánto más lo pensaba, más me daba cuenta de lo pelotuda que había sido. Tenía que terminarlo de una vez, antes de que fuera demasiado tarde. Ya estaba decidida. Hasta que me manda otro mensaje diciendo que se le puso así de dura porque está pensando en mí. Con eso me desarmó.
¿Querés que suba?, le pregunto pero me dice que no está en su casa, que vaya a tal dirección, apenas a un par de cuadras.
Me dejé las uñas a medio pintar, me cambié el vestido y agarré los forros que tengo escondidos debajo de la pileta del lavadero.
Le digo a mi marido que salgo un rato, que voy a lo de una vecina. No sé si me escuchó, lo que a esa altura me daba igual.
La dirección que me había dado Pablo era una obra en construcción. Lo llamo para decirle que estoy dónde me dijo, pero antes de que me responda, la puerta se abre y él aparece, con los ojos enrojecidos. Se notaba que había estado tomando.
-Sos rapidita, eh- me dice buscándome la boca para besarme, pero volteo la cara, por lo que me termina besando la oreja.
-Pablo vine para decirte que no podés mandarme mensajes como el que me mandaste, estoy con mi familia, si alguno lo lee se arma flor de quilombo en mi casa- le recrimino.
-Tenés razón, perdoname, pero tenía una urgencia- me dice.
-¿Una urgencia?- caigo como tonta.
-Sí ¡Ésta urgencia!- me dice agarrándose el bulto que tiene entre las piernas.
No digo nada, solo me lo quedo mirando. Así que me agarra del brazo, me mete dentro de la obra, cierra la puerta y bajándose el pantalón, pela una erección que raja la tierra.
Saber que la tiene así de parada por mí hace que me olvide de cualquier reclamo que pensara hacerle.
Me agacho, me pongo de rodillas en el suelo, se la agarro con las dos manos, y se la chupo. No sé si es posible, no soy una experta en pijas, pero me parece que está mucho más gorda que las veces anteriores. Aún así trataba de comerme todo lo que me fuera posible.
-¡Uffffff! Esto era lo que necesitaba, negrita, una buena mamada- me asegura con las manos en la cintura, suspirando con gusto..
No sé si sea algo bueno, pero eso, saber que el tipo disfruta con mi mamada me levanta el autoestima. No necesito como las pendejas de ahora un cierto número de "Me gusta" en facebook o instagram para sentirme bella. Me basta con que Pablo me diga lo bien que le chupo la pija. Con eso tengo suficiente.
Me levanta del suelo, me besa de ese modo tan suyo, comiéndome la boca y me lleva al bulíncito que se armó a un costado, abriéndonos paso por entre las latas de cerveza que están desparramadas por el suelo. Me ayuda a quitarme el vestido por encima de la cabeza y haciendo que me recueste en un catre que tiene ahí, me saca la bombacha. Como llevaba los forros enganchados en el elástico, cuando me la saca, éstos caen al suelo.
-Julia, no te imaginás como me calentás- me dice al levantarlos.
La chupada de concha que me da a continuación justifica por sí misma el riesgo que corro al estar allí. Y no solo eso, también me chupa el culo, metiéndome la lengua en el agujero, saboreándomelo con el mayor de los gustos.
Cuando se levanta tiene los labios mojados con mi flujo. Se pone un forro, y agarrándose la poronga como si fuera un martillo, me golpea la concha varias veces. ¡Plap, plap, plap! Me la frota por entre los labios, arriba y abajo, apoyando la punta en sus agujeros predilectos.
-Ta Te Ti, suerte para Ti- canturrea mientras va apoyando la punta en uno y otro.
Y cuando pronuncia el último Ti, me la mete por la concha, haciéndome gemir tan fuerte que se debe escuchar hasta en la calle. Me pone las patitas al hombro y me coje fuerte y duro, enterrándomela bien hasta los huevos con cada empujón.
Levanto la cabeza para ver como entra y sale, y no puedo creer como me puede caber toda esa enormidad. Es de locos, yo que siempre había sido tan delicada y convencional para el sexo, me estaba dejando cojer por un tipo cuyos movimientos se parecían más a los de un semental sirviendo a su yegua. Y lo peor es que me gustaba.
Me gusta que me coja así, aunque en cierto momento, para mí sorpresa, bajó el ritmo y me empezó a cojer suavecito, mirándome a los ojos, sonriéndome. Por ese único instante me pareció que hacíamos el amor, hasta que volvió a su ritmo habitual y en su rostro apareció de nuevo ese gesto fiero y lascivo que a cualquiera le daría miedo pero que a mí me calienta.
Me la sacó de la concha y casi sin pausa me la mandó por el culo. Esta vez me entró de una, completita, llenándome el conducto anal con una autoridad que ya nadie podría discutirle su absoluto dominio sobre esa parte de mi cuerpo.
Cuando acabamos se quedó encima mío, todavía dentro de mi concha, inhalando entre suspiros el perfume de mi cuerpo. Salgo de mi propio goce y lo veo ahí arriba, con una sonrisa de oreja a oreja, siento su pulsión en mi interior y no me puedo resistir. Lo beso en la boca y rodeándole la cintura con mis piernas, me empiezo a mover contra su cuerpo, haciendo que se le vuelva a endurecer la pija. Ahora soy yo la que lo coje a él, ensartándome una y otra vez en tan terrible porongazo.
Cuando tengo otro orgasmo suelto las piernas y me relajo, dejando que él siga con el machaque. Me aprieto las tetas y me pellizco los pezones, ya que no puedo creer que tenga un polvo tras otro.
En cierto momento de mi vida creí que era anorgásmica, porque no podía echarme un polvo con mi marido. Pero ahí estaba mi vecino para hacerme notar que en realidad soy todo lo contrario. Que puedo tener muchos orgasmos en una misma relación, solo tienen que saber arrancármelos y Pablo sabe muy bien como hacerlo.
Cuándo es él quién está por acabar, me complace con unos últimos empujones bien rápidos y profundos, y saliéndose de pronto, se saca el forro, avanza hacia adelante y me la mete en la boca. Lo siguiente que alcanzo a sentir es un desborde de semen que se me mete hasta por la nariz.
Es la primera vez que me trago la guasca de un tipo, y aunque el sabor no me resulta del todo agradable, algo fuertón quizás, ahí estoy, mamándosela con todas mis ganas, apretándole los huevos para ordeñarle hasta la última gota. Luego le paso la lengua y se la beso, agradecida por semejante derroche de placer.
No sé cuánto habrá pasado desde que salí de casa. Siempre que estoy con él pierdo la noción del tiempo. Me levanto, me pongo el vestido, me arreglo el pelo y cuando voy a agarrar la bombacha que todavía está en el suelo, él se anticipa y me la arrebata de un manotazo.
-Esta se queda conmigo- me dice oliéndola.
Así que me tuve que volver a casa, caminando por las calles de mi barrio, sin bombacha. Una verdadera locura.
Lo primero que hice fue indignarme, ¿como se le ocurre mandarme mensajes así sabiendo que estoy en familia? ¿Y si lo ve mi marido o alguno de mis hijos? Soy muy despelotada con el celular, lo dejo por cualquier lado y cuando recibo alguna llamada y no lo tengo cerca le pido a cualquiera que esté que me lo alcance. Eso antes de darle mi número a Pablo, obvio, ahora me daba cuenta de que debía ser más cuidadosa.
Igual sentía que esto que estaba pasando entre nosotros, fuera lo que fuese, no podía seguir. Cuánto más lo pensaba, más me daba cuenta de lo pelotuda que había sido. Tenía que terminarlo de una vez, antes de que fuera demasiado tarde. Ya estaba decidida. Hasta que me manda otro mensaje diciendo que se le puso así de dura porque está pensando en mí. Con eso me desarmó.
¿Querés que suba?, le pregunto pero me dice que no está en su casa, que vaya a tal dirección, apenas a un par de cuadras.
Me dejé las uñas a medio pintar, me cambié el vestido y agarré los forros que tengo escondidos debajo de la pileta del lavadero.
Le digo a mi marido que salgo un rato, que voy a lo de una vecina. No sé si me escuchó, lo que a esa altura me daba igual.
La dirección que me había dado Pablo era una obra en construcción. Lo llamo para decirle que estoy dónde me dijo, pero antes de que me responda, la puerta se abre y él aparece, con los ojos enrojecidos. Se notaba que había estado tomando.
-Sos rapidita, eh- me dice buscándome la boca para besarme, pero volteo la cara, por lo que me termina besando la oreja.
-Pablo vine para decirte que no podés mandarme mensajes como el que me mandaste, estoy con mi familia, si alguno lo lee se arma flor de quilombo en mi casa- le recrimino.
-Tenés razón, perdoname, pero tenía una urgencia- me dice.
-¿Una urgencia?- caigo como tonta.
-Sí ¡Ésta urgencia!- me dice agarrándose el bulto que tiene entre las piernas.
No digo nada, solo me lo quedo mirando. Así que me agarra del brazo, me mete dentro de la obra, cierra la puerta y bajándose el pantalón, pela una erección que raja la tierra.
Saber que la tiene así de parada por mí hace que me olvide de cualquier reclamo que pensara hacerle.
Me agacho, me pongo de rodillas en el suelo, se la agarro con las dos manos, y se la chupo. No sé si es posible, no soy una experta en pijas, pero me parece que está mucho más gorda que las veces anteriores. Aún así trataba de comerme todo lo que me fuera posible.
-¡Uffffff! Esto era lo que necesitaba, negrita, una buena mamada- me asegura con las manos en la cintura, suspirando con gusto..
No sé si sea algo bueno, pero eso, saber que el tipo disfruta con mi mamada me levanta el autoestima. No necesito como las pendejas de ahora un cierto número de "Me gusta" en facebook o instagram para sentirme bella. Me basta con que Pablo me diga lo bien que le chupo la pija. Con eso tengo suficiente.
Me levanta del suelo, me besa de ese modo tan suyo, comiéndome la boca y me lleva al bulíncito que se armó a un costado, abriéndonos paso por entre las latas de cerveza que están desparramadas por el suelo. Me ayuda a quitarme el vestido por encima de la cabeza y haciendo que me recueste en un catre que tiene ahí, me saca la bombacha. Como llevaba los forros enganchados en el elástico, cuando me la saca, éstos caen al suelo.
-Julia, no te imaginás como me calentás- me dice al levantarlos.
La chupada de concha que me da a continuación justifica por sí misma el riesgo que corro al estar allí. Y no solo eso, también me chupa el culo, metiéndome la lengua en el agujero, saboreándomelo con el mayor de los gustos.
Cuando se levanta tiene los labios mojados con mi flujo. Se pone un forro, y agarrándose la poronga como si fuera un martillo, me golpea la concha varias veces. ¡Plap, plap, plap! Me la frota por entre los labios, arriba y abajo, apoyando la punta en sus agujeros predilectos.
-Ta Te Ti, suerte para Ti- canturrea mientras va apoyando la punta en uno y otro.
Y cuando pronuncia el último Ti, me la mete por la concha, haciéndome gemir tan fuerte que se debe escuchar hasta en la calle. Me pone las patitas al hombro y me coje fuerte y duro, enterrándomela bien hasta los huevos con cada empujón.
Levanto la cabeza para ver como entra y sale, y no puedo creer como me puede caber toda esa enormidad. Es de locos, yo que siempre había sido tan delicada y convencional para el sexo, me estaba dejando cojer por un tipo cuyos movimientos se parecían más a los de un semental sirviendo a su yegua. Y lo peor es que me gustaba.
Me gusta que me coja así, aunque en cierto momento, para mí sorpresa, bajó el ritmo y me empezó a cojer suavecito, mirándome a los ojos, sonriéndome. Por ese único instante me pareció que hacíamos el amor, hasta que volvió a su ritmo habitual y en su rostro apareció de nuevo ese gesto fiero y lascivo que a cualquiera le daría miedo pero que a mí me calienta.
Me la sacó de la concha y casi sin pausa me la mandó por el culo. Esta vez me entró de una, completita, llenándome el conducto anal con una autoridad que ya nadie podría discutirle su absoluto dominio sobre esa parte de mi cuerpo.
Cuando acabamos se quedó encima mío, todavía dentro de mi concha, inhalando entre suspiros el perfume de mi cuerpo. Salgo de mi propio goce y lo veo ahí arriba, con una sonrisa de oreja a oreja, siento su pulsión en mi interior y no me puedo resistir. Lo beso en la boca y rodeándole la cintura con mis piernas, me empiezo a mover contra su cuerpo, haciendo que se le vuelva a endurecer la pija. Ahora soy yo la que lo coje a él, ensartándome una y otra vez en tan terrible porongazo.
Cuando tengo otro orgasmo suelto las piernas y me relajo, dejando que él siga con el machaque. Me aprieto las tetas y me pellizco los pezones, ya que no puedo creer que tenga un polvo tras otro.
En cierto momento de mi vida creí que era anorgásmica, porque no podía echarme un polvo con mi marido. Pero ahí estaba mi vecino para hacerme notar que en realidad soy todo lo contrario. Que puedo tener muchos orgasmos en una misma relación, solo tienen que saber arrancármelos y Pablo sabe muy bien como hacerlo.
Cuándo es él quién está por acabar, me complace con unos últimos empujones bien rápidos y profundos, y saliéndose de pronto, se saca el forro, avanza hacia adelante y me la mete en la boca. Lo siguiente que alcanzo a sentir es un desborde de semen que se me mete hasta por la nariz.
Es la primera vez que me trago la guasca de un tipo, y aunque el sabor no me resulta del todo agradable, algo fuertón quizás, ahí estoy, mamándosela con todas mis ganas, apretándole los huevos para ordeñarle hasta la última gota. Luego le paso la lengua y se la beso, agradecida por semejante derroche de placer.
No sé cuánto habrá pasado desde que salí de casa. Siempre que estoy con él pierdo la noción del tiempo. Me levanto, me pongo el vestido, me arreglo el pelo y cuando voy a agarrar la bombacha que todavía está en el suelo, él se anticipa y me la arrebata de un manotazo.
-Esta se queda conmigo- me dice oliéndola.
Así que me tuve que volver a casa, caminando por las calles de mi barrio, sin bombacha. Una verdadera locura.
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