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Arroz con leche (XI)




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Antes de empezar, me gustaría explicar un poco de la relación que tenemos con mi esposa.

En primer lugar, debo decir que nunca le propuse la idea de serle infiel. Al contrario, durante todo nuestro periodo de amistad y noviazgo, no me interesé en nadie más aparte de Marisol.

Reconozco, eso sí, que mi único error durante nuestro periodo de amistad fue revelarle que me gustaban las mujeres de pechos grandes (siendo que en esa época, Marisol era bastante planita). Sin embargo, también le recalqué que si yo conocía a una mujer con un rostro dulce e inocente, el físico perdía relevancia (motivo por el que me terminé enamorando de ella).

Aun así, Marisol tenía una auto-estima bastante baja y se comparaba constantemente con las mujeres de su entorno, no convenciéndose que ella, para mí, era más que suficiente.

Y es aquí donde se fundamentaron las bases de  sus “cornamentas”: según mi ruiseñor, las mujeres con las que me he involucrado son “mejores que ella” (Siendo sus parámetros de selección atractivo, físico, inteligencia, madurez, edad, entreotros). Pero lo importante es que, al final, vuelvo junto a mi cónyuge.

Pero al igual que sucede con los hombres que aceptan llevar cuernos, también hay temor que me enamore de alguien más o que sea mejor que mi esposa en la cama (Que es un poco lo que ocurre con Pamela), pero creo que finalmente pude explicárselo durante las vacaciones que tuvimos tras la partida de su prima.

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Todavía recuerdo el intoxicante y tranquilizador aroma a mar de ese día. Imaginen una playa perlada con fina arena blanca, cielo azul y el sol del mediodía, palmeras y esa brisa fresca, pero a la vez quemante, de esos paraísos naturales.

Mis pequeñas,  agachadas, buscando tesoros en la arena, ante nuestra constante vigilancia.

Marisol, con un lindo pareo blanco, que ocultaba la parte inferior de su bikini fucsia y envolvía su  levemente distendido vientre de embarazada, junto con su sombrero de paja favorito, con el que luchaba contra la brisa y una sonrisa pícara de ángel, coqueteándome a cada paso.

En cambio yo, llevaba una camisa a medio abrochar y unos pantalones delgados de algodón, dejando tomar sol a mis piernas, tras años de usar pantalones largos.

+Pero vamos… ¡Dime por qué te gusto tanto!- demandó en esa voz menuda, enérgica, coqueta y suplicante.

Yo me reía, sabiendo que eso le sacaría uno de sus adorables pucheros y cuando lo vi emerger de sus labios, accedí.

- Bueno, tras mucho pensarlo, he llegado a la conclusión que eres como una pizza mediana para mí…

Marisol me miraba  bastante confundida. Pero tras escucharle hacer comparaciones de pasteles y postres para explicar sus sentimientos, debía hacer yo lo mismo para hacerme entender.

* Eres como una pizza deliciosa, con chicharrones, queso, aceitunas… tú sabes cómo me gustan a mí… salvo que chiquitita.

+¡No me gusta que te burles de mi porte!- protestó de forma adorable.

- ¡No, no tiene nada que ver con el porte!- traté de contener la risa.- Me refiero a que el tamaño de la pizza me deja con hambre…

Eso amargó levemente a sus ojos verdes, que miraron al mar.

+Pero puedes comerte otras pizzas…- sentenció desanimada.

Y al igual que en las telenovelas, le tomé del brazo enérgicamente y nuestros ojos se encontraron una vez más.

- ¡Sí, podría!- respondí sonriente.- Pero estamos hablando de una pizza mediana extremadamente exótica… ¡Ya sabes!... Salame de Valencia… Aceitunas de Palma de Mallorca… Queso holandés genuino…

Su sonrisa recuperaba mayores esplendores con cada aliño...

- Y sí, podría comer otras pizzas con otros aliños exóticos…-proseguí.- Pero al final del día, siempre quedo con ganas de probar más de esa deliciosa combinación de sabores y las otras pizzas, pues, no me dan abasto.

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Y es aquí donde quiero conectar con la entrega anterior: porque Marisol me contemplaba impactada, mientras me retiraba de Pamela.

Ciertamente, hacerle el amor a una mujer tan ardiente y fogosa como Pamela trae sus estragos, como había ocurrido en la mañana, que simplemente, no quería más guerra. Pero la atracción que siento por mi esposa lo sobrepasa.

Recuerdo que todavía la sentía dura, meneándose pesada y dolorosa a los lados, pero todavía dispuesta para dar la pelea.

+Pero… ¿Cómo quieres estar conmigo?- preguntaba, sin perder el movimiento pendular de mi apéndice.

- Es que no hemos dormido juntos en 3 días…- le decía, sin parar de contemplar sus esmeraldas.

+Pero… ¿Cómo?

Y busqué sus labios. No tenía más razones para darle.

La empecé a acosar. A besarla de forma imparable y es que mi cuerpo la extrañaba con ansiedad.

Era un sentimiento que nacía por encima de mis riñones. Podía sentir el ardor molesto de la punta de mi glande, al igual que la verdadera gula por revolcarme en su interior.

A diferencia de lo que pasó con Pamela, mis manos despejaron sus pechos casi al instante y un quejido dulce y excitante recibió al mordisco suave de sus rosadas y duras frutillas.

+Nooo… pero…. espeera…- pedía ella, tratando de recuperar el control, en medio de la vorágine que eran mis dedos en torno a su vientre y estómago y mis besos, lamiendo desesperados en torno a su cuello, no prestándole atención.

Mis dedos se dirigieron disparados hacia el interior de su entrepierna, detonándole un suave quejido a medida que empezaba a indagar su humedecida abertura.

+No… mi amor… espera un poco… nooo… no me metas…. tus dedos así…

Pero sus palabras parecían disolverse, de la misma manera que a mí me alegraba mojar mis dedos hasta la base con sus jugos.

Empecé a meterlos y sacarlos cada vez más rápido, haciendo que Marisol boqueara otro poco más y se irguiera con cada intrusión.

+Nooo… mi amor… por favor… espera…- decía, tratando de contener sus quejidos en jugosos besos y mirándome con ojos lascivos y vidriosos.

- ¿Por qué? ¡Es que quiero meterla!- pregunté impaciente, rozando su vientre con mi dilatado falo.

Marisol se retorció un poco en placer.

+¿Quieres… metérmela?- preguntó ella, en un tono tan adolorido y excitante como el mío.

- ¡Sí, me muero por metértela!- respondí, rozando mi glande sobre sus preciosos pelillos vaginales.

+Bueno…-aceptó, no tan convencida.- Pero solo un poquito.

Pero para mí, se abrieron las puertas del cielo.

Porque ese es el secreto de nuestra relación: Marisol siempre me deja con ganas de más.

Y sé que si fuera más obstinado, podría convencerla y tener una sesión amatoria que fácilmente, acapararía medio día junto con ella.

Sin embargo, para el tercer embate, Marisol ya no puede más y aunque podría forzarla, no lo hago, porque todavía la veo como un pequeño tesoro al que debo proteger y no tengo más opción que acumular mis ganas para el próximo encuentro, encontrándolo cada vez mejor.

La abracé y besé con un fervor desesperado.

+Pero… espera, mi amor… por favor…- me pedía ella, con sus palabras difundiéndose en profundos suspiros.

La lamía de forma cariñosa, estrujando sus lindos senos y asediándola con mi pene entre su muslo izquierdo, mientras que mi izquierda se adentraba en su ano.

+¡No!…- respondió, con una sonrisa involuntaria de alegría.- ¡Por favor, no me refriegues mi colita!

- ¿Cómo quieres que no te la refriegue? ¿Ya no te gusta?- fingí sorpresa.

+¡Noo… si me encanta!- respondió, desbordando de placer al sentir mis dedos revolotear.- Pero… mi prima… ¿Qué hay de mi prima?

- ¡Déjala, ya ha tenido suficiente!- le respondí, lamiendo el lóbulo de su oreja, que para el momento, fue algo que la deshizo.-¿No quieres jugar un poco conmigo?

+No… si quiero… pero… usshhh…- fue lo último que alcanzó a decir, hasta que sintió el glande en su interior.

Lo que siguió, estuvo a pedir de boca: nos besábamos de forma infernal, mientras me retorcía sobre ella con la percusión de una máquina de coser y por detrás, le restregaba los dedos hasta el fondo.

- ¡Qué putita eres! ¡Qué putita eres! ¡Vieras la cara de loca que tienes… solo por saber que Pamela puede verte…!

+¡No digas eso!... ¡No soy así!...-replicaba ella, aunque podría asegurar que su cuerpo decía lo contrario.

- ¡Sé honesta y dímelo!- le insistí, revoloteando mis dedos en su ano y embistiéndola de forma más pausada, pero más profunda.

+¡Nooo!... ¡Nooo soy así, ahhh!- se le resquebrajaba la voz.

La besé en los labios y le robé un suspiro.

- ¡Dime la verdad! ¡Estás más caliente ahora, sabiendo que estoy mojado por Pamela!- le dije, parándome en seco.

Y curiosamente, como si su cuerpo se hubiese dejado llevar por la inercia, sus ojos se cerraron en un pequeño desvanecimiento. Pero al instante, se reavivaron, al ver que solo su cuerpo se dejó llevar.

- ¡Anda, admítelo! ¡Estás más excitada, ahora que sabes que soy el mejor amante de tu prima!

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La única diferencia a cuando se lo recordé a Marisol en la playa, fue que no me dio coscorrones en los brazos hasta el cansancio, muerta de la risa.

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Pero no lo iba a decir. Después de todo, Marisol estaba frente a su ídolo de la infancia, que sometía a todos sus amantes y que en secreto envidiaba y a la vez, con su marido con el que no dormía tras 3 noches.

Como fuese, eso envolvió a Marisol en un estado de excitación sobrenatural, gimiendo melosamente y mordiéndose los labios, para no levantar ruidos.

Y aunque Pamela guardaba silencio, sí nos observaba desde las sombras, habiendo recibido su ración de placer.

De cualquier forma, yo estaba en la dicha más plena y podría asegurar que Marisol también, porque fue una de las pocas veces que sentí ese ruido semejante al chapoteo a medida que nuestros sexos se encontraban.

Sus manos en mi espalda, mis manos sobre su lindo trasero, sus blandos y jugosos pechos restregándose sobre el mío y esa mirada hermosa y desesperada, clamando un beso antes del inminente y voraz orgasmo son algunos de los recuerdos que tengo de esa noche.

Pero como mencioné anteriormente, tras rellenar a mi esposa, quedé exhausto, tanto por el cansancio laboral, como la proeza de atender a 2 mujeres ardientes, por lo que nos dormimos sin mayores inconvenientes.

Mas eso no justificó que mis labores empezaran temprano, la mañana siguiente.


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2 comentarios - Arroz con leche (XI)

pepeluchelopez +1
Genio que suerte la tuya,un abrazo a ver que dia platicamos, saludos
metalchono
¡Gracias! Un abrazo y que todo se te arregle, amigo