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Mi esposa me prostituye con un cliente especial 1

Después de nuestras aventuras con el electricista, para mi esposa yo había dejado de ser Gabriel para siempre y había pasado a ser definitivamente Camila.

Me trataba como a su perrita personal. Puertas afuera, Carla mantenía las apariencias con una frialdad increíble y todo era "normal"; pero adentro de mi casa me obligaba a vestir siempre ropa de mujer, me imponía tareas del hogar y buscaba siempre nuevas oportunidades para humillarme. 

   Obviamente nunca más tuvimos sexo como marido y mujer. Ella tenía sus garches pero yo no entré nunca en el radar directamente con ninguno de ellos y la experiencia con el electricista no se repitió. De vez en cuando volvía de coger con algún preservativo usado y lo volcaba en mi comida, o sobre sus zapatos para que yo lo lamiera. También me obligaba a usar sus bombachas manchadas de semen todavía fresco. O me llamaba por teléfono cuando estaba cogiendo para ordenarme quehaceres entre gemidos.

Cuando ella estaba caliente y no tenía a mano a ninguno de sus machos, me usaba a mí pero sólo para satisfacerla lamiendo su concha. En esos casos, me hacía masturbarme y me ordenaba tomarme mi propia leche. Probó un tiempo con strapon (nada de compra online, me obligó a ir a un sex shop personalmente para comprarlo y ver cómo me sonrojaba en el local) pero no lo disfrutó lo suficiente. "Yo no estoy para esto. Vos naciste para complacer pijas de verdad. Tomalo como entrenamiento, pero sólo para el momento en que te encuentre un Alfa que te use", me dijo.

Necesitaba más.

Un viernes volví del trabajo y me la encontré sentada en el sillón con una enorme sonrisa en el rostro. Sólo me dijo "Alina" y yo entendí lo que debía hacer, por lo que salí corriendo a nuestra habitación, me saqué la ropa de calle y me puse lo que me había dejado sobre la cama: una pollerita tableada y un top blanco. La ropa interior de nena, corpiño y bombachita, ya estaba obligado a usarla todos los días fuera a dónde fuera.

- En cuatro patas, Alina, quiero descansar las piernas -Me dijo con tono grave, pero sin abandonar la sonrisa- Tengo una noticia muy importante para darte.

Me ubiqué muy sumiso a sus pies y Carla cruzó sus piernas sobre mi espalda.

- Mañana va a ser un gran día para vos. Tardé semanas en preparar este momento pero ya está todo listo y en marcha. Mañana va a ser un día muy importante: va a ser el día en que entres sin retorno, sin marcha atrás y con mi ayuda, en la prostitución.

Me quedé helado y sin atinarme a moverme. Nuestras aventuras con el electricista habían sido muy discretas. Muy excitantes, pero muy discretas. Y yo las había empezado de alguna manera. Esto era diferente. ¿Prostituirme? ¿Dejar que un extraño use mi cuerpo como a una puta por plata? Carla siguió hablando muy confiada:

- Va a ser un gran día y tenés que estar muy contenta porque finalmente vas a realizarte como lo que sos. Podemos engañar al resto de la gente para que crea que sos un hombre, pero no lo sos. Fracasaste como hombre y está claro que tu lugar es el de satisfacer a los hombres de verdad. Era inevitable y te estoy ayudando a que lo logres. Vas a sentir vergüenza. probablemente también asco y seguro te va a doler, pero es lo que corresponde...¿no te parece?

- Sí -contesté con un miedo nuevo en mi cuerpo.

Después Carla me explicó cómo iba a ser mi inicio en la prostitución. "Va a ser suave, porque sos una putita delicada todavía", me dijo riendo. Ya más seria, con un tono de perversión casi absoluta, me dejó una frase que me preocupó todavía más: "Va a ser la humillación más grande de tu vida, para que entiendas que lo tuyo es la sumisión total, y no sabés cómo lo voy a disfrutar yo...".

Las instrucciones que me dio eran sencillas. Ibamos a ir los dos juntos a una esquina cerca de Tribunales. Como era sábado, no iba a haber casi nadie. Yo debía ir vestido con un conjunto rosa de bombacha y corpiño con portaligas. Por encima, ropa de varón. Y en un bolso el resto de mi atuendo como prostituta. Minifalda, botas y top, todo rojo y de cuero metalizado; una peluca rubia que me hacía poner a menudo y maquillaje como para pintarme salvajemente la cara.

En esa esquina nos íbamos a encontrar con mi cliente, que Carla mantenía en secreto. Cuando apareciera, yo sólo le iba a dar la mano para guardar las apariencias. Después Carla se despedía y yo debía seguir a mi cliente a un edificio donde tenía un departamento. Hasta entrar en el departamento, sólo debía hacer una cosa más: en el ascensor, si no había nadie más, debía arrodillarme y besarle el bulto.

Después, Carla me explicó que ella ya había acordado qué podía y que no podía hacer conmigo la persona que me iba a usar, por lo que yo sólo debía obedecer, y que era muy especial.

Y nada más. O nada menos. Así que al otro día nos fuimos para el centro, en silencio todo el viaje, Carla y yo con el conjunto debajo de la ropa y el resto de mis prendas como Camila en un bolso. Lo que sentía era incertidumbre y miedo, básicamente, pero por momentos mucha excitación. En un momento del viaje me di cuenta que esa misma ropa interior que llevaba iba a volver manchada de sudor, leche y saliva de un "cliente" que iba a pagar para usarme como puta. Carla notó lo que me pasaba por la cabeza y me sonrió. Ella estaba mucho más excitada que yo.

Llegamos a la esquina puntualmente y los nervios aumentaron a medida que pasaban los minutos. Y entonces pasó algo que me dejó helado, sin capacidad de reacción ni de articular palabras. A lo lejos, vi acercarse a nosotros, caminando con calma, a una figura que me hizo sentir como si dos mundos que mantenía separados de repente chocaran y estallaran.

"No lo puedo creer, qué casualidad horrible", pensé mientras veía caminar hacia nosotros a Esteban.

Esteban era un viejo compañero de la secundaria. Más alto que yo, más fuerte que yo, con el éxito con las mujeres que yo nunca tuve, mejor en los deportes, con mucha más plata. Era en todo mejor que yo y durante los años que compartimos en la secundaria tenía un objetivo diario: hacerme la vida imposible. El y su grupito de cuatro o cinco amigos habían hecho de mis años de escuela un infierno. Burlas, desdén, humillaciones, todo le valía para hacerme la vida imposible. Había dejado de verlo hacía unos años, cuando dejé de ir a las reuniones de ex alumnos porque revivía el calvario de la escuela.

Y ahí estaba él. Nos había visto (creo que conocía a Carla de pasada de alguna de esas reuniones) y venía hacia nosotros. Cuando después del primer shock recordé para qué estaba ahí y de qué forma estaba vestido las mejillas se me pusieron de un rojo muy intenso.

-Hola - Dijo con el tono cancherito que yo tanto odiaba.
-Ho..hola Esteban... Qué sorpresa.. ¿Qué estás haciendo por acá? -respondí tratando de que mi voz sonara lo más natural posible.

Esteban se me quedó mirando fijo un par de segundos muy incómodos. La miró a Carla y se sonrió. Volvió hacia mí y me escupió sin dudas:

- Soy tu cliente...putita

-No...no...no -Era lo único que atinaba a decir mientras daba pasos hacia atrás. Los ojos se me pusieron vidriosos y pensé que iba a estallar en un llanto ahí mismo- No...no...no

Carla tomó del brazo a Esteban y le dijo: "Dame un minuto". Se acercó a mí, que estaba al borde de la histeria. Puso sus manos sobre los hombros y me obligó a mirarla a los ojos:

-Vas a hacer esto. Podés hacerlo porque sabés que te va a encantar degradarte especialmente con él. O podés hacerlo por miedo a las consecuencias conmigo de que te niegues. O podés hacerlo porque él ya sabe de Camila y si te negás ahora lo va a soltar a todo el mundo sin el arreglo al que yo llegué. Podés elegir el motivo que quieras, o todos a la vez, pero vas a hacer esto. Yo no me lo voy a perder.

Las palabras fueron como un látigo y entendí todo. Bajé la guardia y volví a acercarme a Esteban, que esperaba tranquilo con las manos en los bolsillos. Le ofrecí la mano y me la dio.

Carla se fue y a un gesto seguí a Esteban, derrotado y denigrado, a la puerta del edificio donde iba a usarme como prostituta. Entramos al ascensor y estaba vacío. Esteban marcó el 8° y se recostó sobre el espejo. Yo me arrodillé, al borde de las lágrimas, busqué con mi boca su entrepierna y la besé. Su pija ya estaba dura.

- Pensé que ibas a elegir Gabriela, pero Camila te queda bien. Es nombre de trola tambén y siempre supimos que eras una -me dijo Esteban con sorna. Yo todavía estaba de rodillas.

(Continuará)

3 comentarios - Mi esposa me prostituye con un cliente especial 1

mdqpablo
exelente ,ya queremos.saber cómo.sigue