Recibí la visita de “nuestra terrenal hermana muerte”.
No tuve acceso al cielo, por obvias razones, entre ellas por adúltero.
Pero, por otras razones que no viene a cuento aclarar, zafé de las llamas del infierno.
Me recibió un barbudo, con cara de cansado
-Te corresponde el nivel más bajo del purgatorio – y ahí fui a parar.
Estuve poco en esas profundidades. Mi esposa Mariana, en misas y oraciones, hizo que con cada “¡Dios mío!” soltado con devoción y sentimiento, yo subiera, rápidamente, un peldaño hacia la morada de los justos.
Luego empezaron a escasear, las misas y oraciones.
Los “!ahhh….Dios mioooo!” que me llegaban no se traducían en asensos en la escalera al cielo.
Ante mi desconcierto, el barbudo con cara de cansado, me concedió que, además de oír, pudiese ver lo que sucedía.
No fue necesario que agregase algo más.
Al primer vistazo, el living, de la que había sido mi casa, estaba en penumbras, pero, en la mesa ratona frente al sofá vi unas botellas de cerveza, dos vasos. En la pileta de la cocina, dos tazas, dos vasos, platos y cubiertos sin lavar.
En el dormitorio, Mariana totalmente desnuda, estaba acostada inmóvil y sonriente, consciente de sus amplios atributos En el baño, se estaba desvistiendo un hombre alto, bien parecido y algo más joven que mi esposa. Su rostro me resultaba conocido: era un ex colega de ella. Colgado el pantalón en el perchero, tiró en el bidet, su bóxer y una camisa, manchada con salsa o algo por el estilo, que cayeron sobre una blusa y una tanga. En la mesada dejó una cajita de 12 preservativos y se higienizó el miembro y los testículos.
Cajita en mano, entró en el cuarto.
-Ariel, ya no necesitás los condones, estoy tomando la pastilla – le dijo, sonriente, mi esposa.
-¡Qué bueno, la última vez casi gasté la cajita entera-
Rieron los dos y, Ariel, se subió a la cama y, con la pierna izquierda de rodilla y la derecha, por arriba del cuerpo de ella, con el pie en el colchón, apoyó testículos y verga, a la altura del ombligo. Se inclinó y se “trenzaron” en un beso intenso y prolongado. En el mientras tanto, la mano derecha de él, amasaba la teta izquierda de ella.
Al rato, luego de levantar y poner derecho torso, cuello y cabeza, acercó la verga a la boca de Mariana, que, la tomó con su mano y le dio una corta sucesión de lamidas y besitos. La mano derecha de Ariel, fue detrás de su cuerpo y se posó en la concha y dio comienzo a un prolongado manoseo y caricias, con intercalados besos lascivos boca a boca, sin interrumpir la masturbación y arrancándole a Mariana, suspiros, gemidos y grititos. La mano siguió masturbando la concha, pero su verga volvió a acercarse a la boca de ella, que, esta vez, se la “tragó” y le dio una breve mamada, que fue el fin de la primera parte de la previa. Él se bajó de arriba del cuerpo de Mariana para, zambullir la cabeza entre las piernas, abiertas de par en par, de ella. Ahí comenzó un concierto de retorcer de caderas, temblores de pubis, manoseo y auto manoseo de tetas, de suspiros, gritos y exclamaciones:
-¡Ahhhhh!.....¡Ohhhhh!......¡Iiiiiihhh! ….. ¡Ahhhhh Diossss! …….¡Uhhhhhh! ……¡Diossss …miooo!........- con una de sus manos crispándose en el cabello de él.
Obvio que esas “invocaciones a Dios”, no se traducían en asensos en la escalera al cielo, para mí.
Después de un buen rato de esa solfa o chupada de concha hecha con arte, regla y acierto, sobrevino la cogida propiamente dicha.
Con el bombeo, por momentos suave, en otros violento, lento o frenético, de Ariel, abrazado sobre Mariana, cuyas piernas ejecutaban molinetes de placer, el dormitorio se llenó de sonidos de alta intensidad y continuos, emitidos, en su gran mayoría, por ella, que disfrutó de múltiples orgasmos previos al final, sincronizado con el de su hombre.
Siguieron superpuestos, apretados por los dos pares de brazos. Daban la impresión de estar agotados, sin resto para otro capítulo.
¡Error!
Bastaron contados minutos de descanso y charla, acostados lado a lado, cabeza a cabeza, una mano de cada una(o) en el otro sexo. Mariana se arrodilló, se llevó a la boca la verga, otra vez templada, la besó, lamió y chupó – sin descuidar a los huevos – un buen lapso de tiempo, luego se montó a caballo de Ariel y, acomodando el “chorizo” se lo introdujo, cabalgó con bríos, con los ojos cerrados y la boca traduciendo en sonidos su goce, mientras él le manoseaba nalgas y tetas. Se inclinó, luego, para besar a su compañero, que comenzó a movilizar, de abajo hacia arriba y viceversa, pubis y caderas, cogiéndola, frenéticamente, en posición invertida a la de la primer clavada. Nuevo concierto de suspiros, gritos y exclamaciones, nuevos orgasmos exteriorizados en voz alta y, de nuevo, quedaron superpuestos, apretados por los dos pares de brazos y dando la sensación de falta de resto para un tercer capítulo.
¡De nuevo error!
Tras algunos minutos de descanso y charla empalagosa, cabeza a cabeza en la almohada, sobrevino el sexo anal. Ella se ubicó boca abajo, el metió la cabeza entre las nalgas, besó y lengüeteó el orificio, trepó, verga en mano, sobre ella y, tras un breve forcejeo, la penetró. El culeo fue similar de intenso y estruendoso que las dos cogidas precedentes. Ni que hablar de los orgasmos.
Los tres episodios insumieron, en total, algo menos de una hora.
Ahí si se durmieron abrazados, luego de higienizarse, dejándome con la intriga de que si habría réplicas, cuando despertaran, esa misma noche.
Pero el que desperté fui yo.
En este valle de lágrimas, con una erección significativa, en un hotel de una ciudad lejana a la de mi residencia, en la cual me encontraba por trabajo.
Me había acostado con fiebre alta – más o menos 40°c-, dolor de cabeza y rigidez del cuello.
El médico, previamente, consultado me había recetado un fármaco antipirético.
Decidí que, lo antes relatado, era producto de una alteración mental, un sueño.
El proceso febril había cedido a la medicación. Completé mi plan de trabajo.
Pero ……
De regreso a casa, con el correr de los días, noté la falta de un calzoncillo, marca “Hill Finger” y de una camisa también de marca. Recordé la camisa manchada y el bóxer, arrojados en el bidet por el que, en el sueño, se volteaba a Mariana.
En otra ocasión, se me cayó el llavero bajo la cama. Al agacharme para recogerlo, descubrí un pucho de cigarrillo que había eludido la escoba. Ni Mariana ni yo fumamos.
La noche siguiente, ya acostados:
-Mariana, no encuentro, en el placar, mi camisa La M…… ni uno de mis calzoncillos Hill Finger ¿Los cambiaste de lugar?-
Se ruborizó, de modo manifiesto, se encogió de hombros y alegó no tener idea de que había sucedido con las dos prendas
-Lo que sí encontré, debajo de la cama, de mi lado, es un pucho de cigarrillo ….-
-¿? –
Le aseguré previamente que tenía mi comprensión y perdón.
Terminó reconociendo que se había encamado, en mi ausencia, con un conocido. No reveló el nombre. No insistí.
Le pedí pormenores de la experiencia. No se explayó demasiado:
-Había cogido dos veces, esa noche, pero de modo convencional: misionero. Aseguró que nada de cabalgatas ni sexo anal. Le creí.
-Le había dado mis dos prendas a su amante, aunque por otro motivo que el de las manchas que yo había soñado. No había, aun, vuelto a encontrarse con él, por eso no las había recuperado.
En definitiva, tuve un sueño premonitorio, un deja vu, aunque diferente de lo realmente ocurrido, antes, durante o despues.
No tuve acceso al cielo, por obvias razones, entre ellas por adúltero.
Pero, por otras razones que no viene a cuento aclarar, zafé de las llamas del infierno.
Me recibió un barbudo, con cara de cansado
-Te corresponde el nivel más bajo del purgatorio – y ahí fui a parar.
Estuve poco en esas profundidades. Mi esposa Mariana, en misas y oraciones, hizo que con cada “¡Dios mío!” soltado con devoción y sentimiento, yo subiera, rápidamente, un peldaño hacia la morada de los justos.
Luego empezaron a escasear, las misas y oraciones.
Los “!ahhh….Dios mioooo!” que me llegaban no se traducían en asensos en la escalera al cielo.
Ante mi desconcierto, el barbudo con cara de cansado, me concedió que, además de oír, pudiese ver lo que sucedía.
No fue necesario que agregase algo más.
Al primer vistazo, el living, de la que había sido mi casa, estaba en penumbras, pero, en la mesa ratona frente al sofá vi unas botellas de cerveza, dos vasos. En la pileta de la cocina, dos tazas, dos vasos, platos y cubiertos sin lavar.
En el dormitorio, Mariana totalmente desnuda, estaba acostada inmóvil y sonriente, consciente de sus amplios atributos En el baño, se estaba desvistiendo un hombre alto, bien parecido y algo más joven que mi esposa. Su rostro me resultaba conocido: era un ex colega de ella. Colgado el pantalón en el perchero, tiró en el bidet, su bóxer y una camisa, manchada con salsa o algo por el estilo, que cayeron sobre una blusa y una tanga. En la mesada dejó una cajita de 12 preservativos y se higienizó el miembro y los testículos.
Cajita en mano, entró en el cuarto.
-Ariel, ya no necesitás los condones, estoy tomando la pastilla – le dijo, sonriente, mi esposa.
-¡Qué bueno, la última vez casi gasté la cajita entera-
Rieron los dos y, Ariel, se subió a la cama y, con la pierna izquierda de rodilla y la derecha, por arriba del cuerpo de ella, con el pie en el colchón, apoyó testículos y verga, a la altura del ombligo. Se inclinó y se “trenzaron” en un beso intenso y prolongado. En el mientras tanto, la mano derecha de él, amasaba la teta izquierda de ella.
Al rato, luego de levantar y poner derecho torso, cuello y cabeza, acercó la verga a la boca de Mariana, que, la tomó con su mano y le dio una corta sucesión de lamidas y besitos. La mano derecha de Ariel, fue detrás de su cuerpo y se posó en la concha y dio comienzo a un prolongado manoseo y caricias, con intercalados besos lascivos boca a boca, sin interrumpir la masturbación y arrancándole a Mariana, suspiros, gemidos y grititos. La mano siguió masturbando la concha, pero su verga volvió a acercarse a la boca de ella, que, esta vez, se la “tragó” y le dio una breve mamada, que fue el fin de la primera parte de la previa. Él se bajó de arriba del cuerpo de Mariana para, zambullir la cabeza entre las piernas, abiertas de par en par, de ella. Ahí comenzó un concierto de retorcer de caderas, temblores de pubis, manoseo y auto manoseo de tetas, de suspiros, gritos y exclamaciones:
-¡Ahhhhh!.....¡Ohhhhh!......¡Iiiiiihhh! ….. ¡Ahhhhh Diossss! …….¡Uhhhhhh! ……¡Diossss …miooo!........- con una de sus manos crispándose en el cabello de él.
Obvio que esas “invocaciones a Dios”, no se traducían en asensos en la escalera al cielo, para mí.
Después de un buen rato de esa solfa o chupada de concha hecha con arte, regla y acierto, sobrevino la cogida propiamente dicha.
Con el bombeo, por momentos suave, en otros violento, lento o frenético, de Ariel, abrazado sobre Mariana, cuyas piernas ejecutaban molinetes de placer, el dormitorio se llenó de sonidos de alta intensidad y continuos, emitidos, en su gran mayoría, por ella, que disfrutó de múltiples orgasmos previos al final, sincronizado con el de su hombre.
Siguieron superpuestos, apretados por los dos pares de brazos. Daban la impresión de estar agotados, sin resto para otro capítulo.
¡Error!
Bastaron contados minutos de descanso y charla, acostados lado a lado, cabeza a cabeza, una mano de cada una(o) en el otro sexo. Mariana se arrodilló, se llevó a la boca la verga, otra vez templada, la besó, lamió y chupó – sin descuidar a los huevos – un buen lapso de tiempo, luego se montó a caballo de Ariel y, acomodando el “chorizo” se lo introdujo, cabalgó con bríos, con los ojos cerrados y la boca traduciendo en sonidos su goce, mientras él le manoseaba nalgas y tetas. Se inclinó, luego, para besar a su compañero, que comenzó a movilizar, de abajo hacia arriba y viceversa, pubis y caderas, cogiéndola, frenéticamente, en posición invertida a la de la primer clavada. Nuevo concierto de suspiros, gritos y exclamaciones, nuevos orgasmos exteriorizados en voz alta y, de nuevo, quedaron superpuestos, apretados por los dos pares de brazos y dando la sensación de falta de resto para un tercer capítulo.
¡De nuevo error!
Tras algunos minutos de descanso y charla empalagosa, cabeza a cabeza en la almohada, sobrevino el sexo anal. Ella se ubicó boca abajo, el metió la cabeza entre las nalgas, besó y lengüeteó el orificio, trepó, verga en mano, sobre ella y, tras un breve forcejeo, la penetró. El culeo fue similar de intenso y estruendoso que las dos cogidas precedentes. Ni que hablar de los orgasmos.
Los tres episodios insumieron, en total, algo menos de una hora.
Ahí si se durmieron abrazados, luego de higienizarse, dejándome con la intriga de que si habría réplicas, cuando despertaran, esa misma noche.
Pero el que desperté fui yo.
En este valle de lágrimas, con una erección significativa, en un hotel de una ciudad lejana a la de mi residencia, en la cual me encontraba por trabajo.
Me había acostado con fiebre alta – más o menos 40°c-, dolor de cabeza y rigidez del cuello.
El médico, previamente, consultado me había recetado un fármaco antipirético.
Decidí que, lo antes relatado, era producto de una alteración mental, un sueño.
El proceso febril había cedido a la medicación. Completé mi plan de trabajo.
Pero ……
De regreso a casa, con el correr de los días, noté la falta de un calzoncillo, marca “Hill Finger” y de una camisa también de marca. Recordé la camisa manchada y el bóxer, arrojados en el bidet por el que, en el sueño, se volteaba a Mariana.
En otra ocasión, se me cayó el llavero bajo la cama. Al agacharme para recogerlo, descubrí un pucho de cigarrillo que había eludido la escoba. Ni Mariana ni yo fumamos.
La noche siguiente, ya acostados:
-Mariana, no encuentro, en el placar, mi camisa La M…… ni uno de mis calzoncillos Hill Finger ¿Los cambiaste de lugar?-
Se ruborizó, de modo manifiesto, se encogió de hombros y alegó no tener idea de que había sucedido con las dos prendas
-Lo que sí encontré, debajo de la cama, de mi lado, es un pucho de cigarrillo ….-
-¿? –
Le aseguré previamente que tenía mi comprensión y perdón.
Terminó reconociendo que se había encamado, en mi ausencia, con un conocido. No reveló el nombre. No insistí.
Le pedí pormenores de la experiencia. No se explayó demasiado:
-Había cogido dos veces, esa noche, pero de modo convencional: misionero. Aseguró que nada de cabalgatas ni sexo anal. Le creí.
-Le había dado mis dos prendas a su amante, aunque por otro motivo que el de las manchas que yo había soñado. No había, aun, vuelto a encontrarse con él, por eso no las había recuperado.
En definitiva, tuve un sueño premonitorio, un deja vu, aunque diferente de lo realmente ocurrido, antes, durante o despues.
4 comentarios - Insólita noche.