No toda la vida uno tiene días esplendorosos. Ni siquiera normales. A veces la vida te lleva y te trae a lugares extraños. Y otras a lugares lúgubres. Por que acaso una clínica ¿no es el lugar más espantoso que existe?
Me tocó cubrir un turno en la clínica donde está internado mi padre. Ya está grande, y entra y sale de ella por múltiples cuestiones que no vienen al caso.
Anoche le dieron un calmante para que pueda dormir, y yo me acomodé en un sillón, a aprovechar la calma para leer un librito que tenía. Cuando entró la enfermera de la noche, arropó a mi viejo, y le controló el suero. Hacía todo mecánicamente, pero me pareció que me miró con una mirada más, como decirlo, personal.
No le di mayor importancia, por varias razones: era una morocha hermosa, con pelo negro pesado, buenas curvas y una boca muy sensual, muy joven (en ese cruce de miradas, le calculé veinte años menos que yo). Además descarté rápidamente cualquier deseo, porque estaba allí cuidando a mi padre, y porque en definitiva, creí habérmelo imaginado, de puro aburrido que estaba.
Acomodó las sábanas de la cama, y se agachó. No pude dejar de ver que el pantalón del uniforme de enfermera se le bajó un poco, y mostró una microtanga bien encajada en el ojete. La visión me dejó paralizado por un instante, lo que duró su maniobra, y debí sospechar lo que vendría, porque se dio vuelta y me vio, con cara de idiota, la boca abierta, mirándole el culo.
Traté de disimular, en vano, bajando la vista, avergonzado. Pensé que fue solo un desliz de la enfermera, y yo quedé como un viejo pajero mirándole el culo.
Lo cierto es que agarró los cacharros, apagó la luz y se fue. Hasta me pareció que se fue contoneando el culo, pero también descarté eso, porque una vez más le eché la culpa a mi imaginación y al embole que tenía.
Así que decidí enfrascarme en la lectura. Todo estaba en silencio, tenía una luz que sólo alumbraba el libro, tenía por delante una larga noche, siempre y cuando el viejo no se despertara y empezara con la cantinela de que se quería ir a la casa.
A los cinco minutos, volvió a entrar, y me sonreí porque me hizo el típico gesto de las enfermeras, poniéndose el dedo índice sobre la boca, para que haga silencio. Se acercó a mi viejo, y constató que estuviera durmiendo. Al corroborarlo se acercó en dos pasos hacia mí, y me dijo al oído estas palabras que nunca voy a olvidar
-Con lo que le di, va a dormir como un angelito, ahora me voy a ocupar de vos
No me dio tiempo a responderle nada, porque inmediatamente me ofreció su boca, mientras su mano me acariciaba por encima del pantalón. Se subió a horcajadas, y con dos movimientos rápidos, sacó mi herramienta fuera de mi pantalón, y se bajó el suyo.
-Quedate quieto, papito, que yo te voy a sacar la cara de aburrimiento esa que tenés
Me sorprendió que en los breves segundos en que duró la maniobra, yo pasara del asombro a la erección, y sentí su concha húmeda, lista para ser penetrada, que se frotaba contra mí, con furia, con sus dos manos en mi espalda, prendida como desesperada, y se mordió la boca para evitar un gemido, cuando dejó mi pija se hundiera dentro suyo.
Apenas atiné a abrirle el chaleco, y a rozar con mi lengua sus pezones redondos, negros, duros, cuando sentí los temblores de su cuerpo, poseído por el placer y la electricidad que le generaba la lascivia de mi pija dentro suyo.
Cuando apreté con mis labios uno de sus pezones, que por la caricia de mi boca se había puesto duro como una piedra, ella puso sus manos en mi cintura, y siguió frotándose el clítoris contra mi pelvis, y todo su interior recibía con dureza la cabeza de mi miembro, que recibía con mucho placer las contracciones involuntarias de sus músculos.
¿Cuánto habrá durado el inesperado encuentro? No tengo idea. Quizás una semana, o quizás tres minutos.
Su cuerpo se contrajo, y tembló toda. Apenas tuvo fuerza para susurrarme en el oído que estaba acabando, como si hubiera hecho falta que me avise.
Me abrazó, me besó los labios y recuperó el aliento. Y tan abruptamente como se subió arriba mío, bajó, y mientras se acomodaba la ropa me dijo
-Sos lo suficientemente hombrecito para aguantarte así. Si me quedo más tiempo, empezarán a sospechar. Hago la ronda de habitaciones y vuelvo. Quiero esa leche en mi boca
Y se fue, tan raudamente como vino.
A la hora volvió… pero esa es otra historia.
Me tocó cubrir un turno en la clínica donde está internado mi padre. Ya está grande, y entra y sale de ella por múltiples cuestiones que no vienen al caso.
Anoche le dieron un calmante para que pueda dormir, y yo me acomodé en un sillón, a aprovechar la calma para leer un librito que tenía. Cuando entró la enfermera de la noche, arropó a mi viejo, y le controló el suero. Hacía todo mecánicamente, pero me pareció que me miró con una mirada más, como decirlo, personal.
No le di mayor importancia, por varias razones: era una morocha hermosa, con pelo negro pesado, buenas curvas y una boca muy sensual, muy joven (en ese cruce de miradas, le calculé veinte años menos que yo). Además descarté rápidamente cualquier deseo, porque estaba allí cuidando a mi padre, y porque en definitiva, creí habérmelo imaginado, de puro aburrido que estaba.
Acomodó las sábanas de la cama, y se agachó. No pude dejar de ver que el pantalón del uniforme de enfermera se le bajó un poco, y mostró una microtanga bien encajada en el ojete. La visión me dejó paralizado por un instante, lo que duró su maniobra, y debí sospechar lo que vendría, porque se dio vuelta y me vio, con cara de idiota, la boca abierta, mirándole el culo.
Traté de disimular, en vano, bajando la vista, avergonzado. Pensé que fue solo un desliz de la enfermera, y yo quedé como un viejo pajero mirándole el culo.
Lo cierto es que agarró los cacharros, apagó la luz y se fue. Hasta me pareció que se fue contoneando el culo, pero también descarté eso, porque una vez más le eché la culpa a mi imaginación y al embole que tenía.
Así que decidí enfrascarme en la lectura. Todo estaba en silencio, tenía una luz que sólo alumbraba el libro, tenía por delante una larga noche, siempre y cuando el viejo no se despertara y empezara con la cantinela de que se quería ir a la casa.
A los cinco minutos, volvió a entrar, y me sonreí porque me hizo el típico gesto de las enfermeras, poniéndose el dedo índice sobre la boca, para que haga silencio. Se acercó a mi viejo, y constató que estuviera durmiendo. Al corroborarlo se acercó en dos pasos hacia mí, y me dijo al oído estas palabras que nunca voy a olvidar
-Con lo que le di, va a dormir como un angelito, ahora me voy a ocupar de vos
No me dio tiempo a responderle nada, porque inmediatamente me ofreció su boca, mientras su mano me acariciaba por encima del pantalón. Se subió a horcajadas, y con dos movimientos rápidos, sacó mi herramienta fuera de mi pantalón, y se bajó el suyo.
-Quedate quieto, papito, que yo te voy a sacar la cara de aburrimiento esa que tenés
Me sorprendió que en los breves segundos en que duró la maniobra, yo pasara del asombro a la erección, y sentí su concha húmeda, lista para ser penetrada, que se frotaba contra mí, con furia, con sus dos manos en mi espalda, prendida como desesperada, y se mordió la boca para evitar un gemido, cuando dejó mi pija se hundiera dentro suyo.
Apenas atiné a abrirle el chaleco, y a rozar con mi lengua sus pezones redondos, negros, duros, cuando sentí los temblores de su cuerpo, poseído por el placer y la electricidad que le generaba la lascivia de mi pija dentro suyo.
Cuando apreté con mis labios uno de sus pezones, que por la caricia de mi boca se había puesto duro como una piedra, ella puso sus manos en mi cintura, y siguió frotándose el clítoris contra mi pelvis, y todo su interior recibía con dureza la cabeza de mi miembro, que recibía con mucho placer las contracciones involuntarias de sus músculos.
¿Cuánto habrá durado el inesperado encuentro? No tengo idea. Quizás una semana, o quizás tres minutos.
Su cuerpo se contrajo, y tembló toda. Apenas tuvo fuerza para susurrarme en el oído que estaba acabando, como si hubiera hecho falta que me avise.
Me abrazó, me besó los labios y recuperó el aliento. Y tan abruptamente como se subió arriba mío, bajó, y mientras se acomodaba la ropa me dijo
-Sos lo suficientemente hombrecito para aguantarte así. Si me quedo más tiempo, empezarán a sospechar. Hago la ronda de habitaciones y vuelvo. Quiero esa leche en mi boca
Y se fue, tan raudamente como vino.
A la hora volvió… pero esa es otra historia.
5 comentarios - Sorpresas en la clínica
usted solo disfrute (como yo lo hice=)
aprendamos a disfrutar un poco con la imaginación que imágenes acá tenés para empacharte!
y la continuación.??