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La puta de mi hijo 5

Un día estaba en mi despacho trabajando, cuando se abrió la puerta y apareció mi hijo. Me quedé helada. Había ido varias veces a mi oficina, y los empleados le conocían. Les gustaba mucho, y las chicas se lo comían con los ojos. Le veían como un chico muy simpático y divertido, y le hacían pasar a mi despacho sin ningún problema.
Pero esa vez, sólo yo, sabía que era diferente. Cerró la puerta y se acercó a mí. Su mirada lo decía todo. En sus ojos lascivos, había deseo y lujuria. Me levantó de la silla y me apoyó en la mesa. Me besó en la boca y me acarició los pechos por encima de la ropa. Me puse muy nerviosa. Le dije que si se había vuelto loco. Que no podía hacer eso allí. Que algún empleado podía entrar en cualquier momento, y las consecuencias serían horribles.
Me ordenó que me callara y para demostrarme quién mandaba, y para ponerme más nerviosa todavía, me desabrochó la camisa y me sacó las tetas afuera del sujetador con violencia.
—Que tetas más bonitas tienes putita—dijo mirándolas un momento.
Me estiró de los pezones hasta hacerme daño, me quejé en voz baja para que no nos oyeran al otro lado del despacho, y lo único que conseguí, fue que mi hijo me mordiera los pezones, pero esta vez, sin dolor, sólo un inmenso placer.
—lo siento mamá, es que me vuelves loco—dijo.
Yo le acaricié la cabeza comprensiva, mientras él saciaba parte de su lujuria con mis pechos. Sabía que no se conformaría sólo con eso y más tarde me lo demostró.
Me dio la vuelta, me levantó la falda y me dio unos azotes en las nalgas, era mi castigo por llevar puestas unas braguitas muy sugerentes. Le rogué que se detuviera, pero fue inútil, mi hijo estaba muy excitado y no me quedó más remedio que dejar que me bajara las bragas hasta los tobillos, para quitármelas. Apoyé las manos en la mesa. Estaba angustiada, como nunca lo había estado en la vida, cuando su polla empezó a introducirse en mi coño, sentí una mezcla de terror y de lujuria. Mi hijo me follaba lentamente, saboreando cada rincón de mi vagina con su herramienta.
A mí me desesperaba del gusto que me estaba dando, y cuando aceleró el ritmo me volví loca de placer al sentir su hermosa polla penetrándome hasta el útero. Aguanté como pude sin gemir ni gritar, evitando todo ruido sospechoso que pudiera oírse fuera y me dejé follar por mi hijo. Un rato después, me cambió de postura y me sentó sobre la mesa, se puso mis tobillos en sus anchos hombros y me la clavó de un fuerte empujón.
He notado que a mi hijo le encanta follarme de frente por dos cosas: 1- porque le encanta ver como se menean mis tetas con sus fuertes empujones, además, me las puede chupar cuando le apetezca. 2- porque cuando me corro, le encanta ver la cara que pongo. Me folló un rato muy largo. Para cuando sentí los calientes chorros de lefa, llenándome la vagina, yo me había corrido tres veces. Se pegó contra mí, con su cara contra mi mejilla y acariciándome un pecho con una mano.
—Joder mamá qué gusto— dijo recuperándose.
—Ha sido un buen polvo hijo—dije mirando cómo me tocaba una teta.
Aunque mi hijo se estaba relajando, su pollón me bombeaba algún que otro lechazo todavía.
¾ ¿Me vas a echar más lefa? —susurré al notar que su eyaculación había cesado.
¾ No me queda más puta, pero esta tarde habré fabricado mucha para ti—dijo mordiéndome en el cuello. Un escalofrío me recorrió toda la espalda.
¾ Llénalos que parecen más delgados—dije sopesando sus gordos huevos.
¾ Me vuelves loco puta—dijo besándome en la boca. Me morreó un buen rato. Cuando terminó, me hizo limpiarle la polla con mis braguitas, luego me dijo que me las pusiera.
Salió del despacho sonriendo como si tal cosa, despidiéndose muy amable de todos los empleados. Me arreglé la ropa rápidamente y me senté para tranquilizarme, pero al sentir las bragas mojadas con su semen no pude. Había llegado a aceptar que me tratara como a su puta en nuestra propia casa, pero ahora, me daba cuenta que quería emputecerme totalmente y en todos los aspectos de mi vida. Según pensaba esto, empecé a sentir escalofríos, y no supe distinguir si eran de pánico o de excitación.
Esa noche, dejé a mi marido dormido y volví a ir a su habitación. Me desnudé al entrar y me metí en su cama.
¾ ¿Qué quieres mamá? — me preguntó aun sabiendo la respuesta.
¾ Quiero tu rabo— le dije para excitarle.
¾ ¿Por qué?
¾ Porque soy tu puta y lo necesito— contesté muy excitada.
Me besó, me acarició, me lamió. Lo hacía de maravilla. Me acarició todo el cuerpo y yo le cogí una mano y me la llevé a mi culito, metiendo sus dedos entre mis nalgas. Él supo en seguida lo que quería
¾ Quieres que te folle el culo, ¿verdad, mamá?
¾ Lo deseo hijo—le dije que lo deseaba.
¾ Pues ponte a cuatro patas y ofrécete como una buena puta.
       Enseguida me puse a cuatro patas delante de él, me agaché pegando mis pechos y la cara al colchón y le puse delante mi culito en pompa.
—Que puta estás hecha mamá—dijo y me dio un azote en la nalga.
Se agachó y empezó a lamerme el agujerito trasero, al mismo tiempo, con un dedo me frotaba el clítoris. Empecé a gemir. Después de ensalivarme el esfínter y haberme metido dos dedos, se puso de pie con una pierna a cada lado de mis caderas. Se agachó y me penetró sólo un poco. Se agarró a mis costados y empujó lentamente hasta que me hundió la polla hasta los huevos.
Me había dolido un poco mientras me penetraba, decir otra cosa sería mentir, pero una vez que la tuve toda entera y quieto, una onda de placer me inundó. Mi culo, mi coño y mis pechos, se encontraban conectados y sentía el placer por todas partes.
En esa postura, mi hijo empezó a encularme despacio, un buen rato; pero el suficiente para que yo pudiera correrme. Él lo notó porque detuvo su follada.
 —Córrete puta, apriétame la polla con el culo—dijo y poco después, continuó follándome pero un poco más deprisa, buscando que le viniera el placer.
El caso es que mientras le venía a mi hijo yo me corrí por segunda vez. Esta vez no se detuvo, me llamó guarra y continuó dándome por el culo con unos tremendos empujones. Justo cuando disfrutaba de mi tercer orgasmo, sentí los lechazos de mi hijo llenándome el culo.
       Me derrumbé sobre la cama y continuó encima de mí, besándome el cuello y provocándome un escalofrío tras otro. Su polla latía muy despacio y con cada latido soltaba más semen. Me sentí incómoda con todo su cuerpo encima y me quejé. Él se apoyó sobre los brazos, aligerando mi carga, pero continuó dentro de mi culito.
¾ ¿Has terminado de correrte?—le pregunté.
¾ Todavía no mamá—dijo y para demostrármelo, se movió unas cuantas veces y me bombeo tres lechazos más.
       Antes de irme, me dijo que como al día siguiente su padre se iba a otro de sus viajes de negocios y estaría fuera todo el fin de semana, quería que llamara a su tía (mi cuñada), y que viniera a casa, que quería follarnos a las dos juntas, pero antes, nos quería a las dos en la misma cama y contemplar de cerca, como nos dábamos el lote.
¾ Tú puedes convencerla, mamá y también podríamos hacer guarrerias los tres juntos.
¾ No te prometo nada—dije. Lo que no podía reconocerle tan rápido, era que la idea me excitaba y en cuanto se lo dijera a mi cuñada aceptaría encantada.

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