El sábado quedamos con Ernesto en pasar la noche juntos. De alguna forma se arreglaría para zafar de la esposa, yo haría lo mismo con mi novio, y tras una cena, quizás una salida al cine o al teatro que a él tanto le gusta, pernoctaríamos en un telo. Me ilusionaba amanecer a su lado, desayunar juntos y porque no, echarnos un mañanero. Pero todo se fue al traste cuando el mismo sábado por la tarde me llama para decirme que se había olvidado que justo ese día era su aniversario de casado. Treinta y cinco años de matrimonio. Cuestión que no le quedaba otra que dejarme plantada. Ni me molesté en contestarle. Le corté directamente. Si llegaba a decirle algo lo iba a terminar puteando y aunque nos encamemos y todo sigue siendo mi jefe. El que firma mis recibos a fin de mes. Así que preferí callarme y contener las lágrimas de frustración que me nublaban los ojos.
Intentó volver a llamarme pero ni le atendí. ¿Para qué? Que las disculpas se las meta en el bolsillo. Lo bloqueé también en el whatsapp y acto seguido la llamo a Pía, mi mejor amiga.
-¿Vamos a bailar?- le digo.
Pía es alta fiestera, nunca te va a decir que no cuando se trata de salir de joda, por lo que a la hora de armarme una alternativa para esa noche fue mi primera opción.
-Dale, le aviso a Nacho- me dice.
Nacho es el novio, bueno, el de ahora, porque cambia cada tres meses mas o menos.
-No boluda, salgamos las dos solas- le digo.
Si ella le avisaba a Nacho, yo tenía que avisarle a Ciro que es mi novio, también el de ahora. Pero como supuestamente esa noche iba a pasarla con mi jefe, le inventé que me tenía que ir a lo de una tía que estaba enferma. Mi tía vive en Rosario, así que tenía para todo el fin de semana, por si a Ernesto se le antojaba seguirla el domingo. Pero como Ernesto me dejó de seña, no podía llamarlo y decirle que no había ido. Le dije a mi amiga que no le dijera nada a su novio, ya que entre ellos son amigos, que se inventara algo, que después le explicaba.
Nos encontramos en Rivadavia y Nazca, y nos subimos a un taxi. Pero todavía no sabíamos para dónde encarar. En general somos de ir a Pinar de Rocha, pero no quería encontrarme con conocidos, así que le propongo a Pía ir a una bailanta. No conocíamos ninguna, así que le dijimos al tachero que nos lleve a una, la que a él le parezca.
Así fue como terminamos en el Latino de Once, frente a la plaza. Por ser mujeres y encima solas, entramos gratis. Adentro el ambiente estaba en plena ebullición, aunque parecía ser que todos estaban en parejas. Con Pía nos acercamos a la barra, pedimos una cervezas y ahí sí, empezaron a revolotear los buitres en busca de carne fresca. Ya les dije que mi amiga se prende en todas, no, bueno fue la primera en encontrar compañía. Un chico de unos 20 años con pinta de wachiturro que, ni lerdo ni perezoso, se la empezó a apretar ni bien se presentaron. Yo seguía tomando cerveza cuándo en una distracción del pibe se me acerca y me dice:
-Ale, está con un primo, vinieron con unas pibas de su zona pero dice que nosotras estamos más fuertes, ¿que te parece?-
-¿Vos le vas a dar?- le pregunto.
-Como a un bombo- se ríe.
-Bueno, dale- le digo.
Total no tenía nada más que hacer. Pía le dice al flaco algo al oído, éste me mira y se sonríe, agarrando enseguida su celular para contactar al primo que debe estar en otra zona del boliche de seguro apretando con otra mina.
Los primos se llaman Dante, el de Pía, y Maxi el mío. Como dije dos wachiturros con aires de reggaetoneros. Pero para pasar el rato no estaban mal. Además mi amiga ya había elegido y no me quedaba otra que hacerle el aguante como ella me lo había hecho a mí.
Bailamos, tomamos, apretamos hasta que en cierto momento Pía me dice que van a ir a un telo, si me anotó. Maxi no es mi tipo, lo sería si tuviera treinta o cuarenta años más, pero le digo que sí, ya que no quiero que se vaya sola con alguien que ni siquiera conocemos, ni tampoco que ella me deje a mí.
Salimos de la bailanta los cuatro, muy enfervorizados debo decir, pasamos por el altar de las víctimas de Cromañon, y llegamos al hotel de la esquina. Le dimos un extra al de recepción para ocupar una misma habitación, una que parecía una cabaña de troncos.
Apenas entramos empezaron los besos y manoseos, primero cada cual con su pareja, o sea, Pía con Dante y yo con Maxi, pero al rato nomás empezamos a intercambiarnos, de modo que yo también apretaba con Dante y ella con Maxi. E incluso, en algún momento, entre el quilombo que se armó, apretamos también entre nosotras.
Estábamos resacadas, Pía como de costumbre, pero yo con ganas de tomarme revancha del plantón que me hizo mi jefe.
Ya todos en bolas, los wachiturros están parados, firmemente erguidos y nosotras de rodillas en el suelo, chupándoles hasta el apodo. Chupábamos un rato y cambiábamos, disfrutando de las dos vergas. Íbamos y veníamos, pegándonos en el camino algún lengüetazo entre nosotras.
Luego nos echamos de espalda sobre la cama, una al lado de la otra, y abriéndonos de piernas los recibimos entre ellas. Mojadas las dos. Obvio que también cambiaban entre ellos, tal como habíamos hecho nosotras, chupando primero a una y luego a la otra.
Para ponerlos más locos, mientras ellos nos chupaban, con Pía nos besábamos, jugábamos con nuestras lenguas, nos tocábamos las tetas, gemíamos como actrices porno, haciendo que los pibes juntaran más leche todavía.
Dante es el primero en agarrar los forros y ponerse uno. Se calza las piernas de Pía sobre los hombros y le entra a dar como batero al bombo. Mi amiga se contorsionaba del placer. Mientras tanto Maxi me seguía metiendo la lengua como si se le hubiera perdido algo dentro de mi concha y quisiera alcanzarla con la puntita.
Todo bien con la chupada, me complacía, pero ya quería que me metiera otra cosa. Y el que me la acabaría metiendo sería Dante, quién ante una distracción de su primo, deja a Pía con las piernas levantadas y poniéndose también las mías sobre los hombros me coge con la misma pulsión.
A Maxi no le queda otra que atender a mi amiga, la cuál se entrega con el mayor de los gustos a esa otra pija que le meten.
Así vamos cambiando, haciéndonos coger por los dos primos, garchando hasta en el piso, incluso nos hacemos dar por los dos a la vez, terminando reventadas de tanta poronga.
Me cogieron y culearon hasta dejarme sin aliento, pero como me pasa siempre que estoy con alguien de mi edad, no pude acabar. Con Ernesto o con algún otro viejo me resulta tan fácil llegar al orgasmo, que no de entiendo porque no puedo cuando estoy con alguien mucho más joven.
Se lo dije a Pía mientras nos duchábamos en el baño del telo.
-¿No pudiste boluda?- se sorprendió -Yo acabé como cincuenta veces, ese Dante es un pijudo hermoso, creo que le voy a dar mi teléfono-
Y para no estar en desventaja, me mete los dedos y me hace una paja que, aunque dolorosa, por lo mucho que me habían cogido, me hace acabar como una Reina.
Ahora sí a casa y a dormir de un tirón hasta el domingo al mediodía. Tengo un montón de mensajes de Ernesto. Pero no pienso contestarle. ¿Para qué? ¿Para que me cuente como estuvo su noche de aniversario? La mía estuvo mejor.
Mentira, lo extrañé horrores.
Intentó volver a llamarme pero ni le atendí. ¿Para qué? Que las disculpas se las meta en el bolsillo. Lo bloqueé también en el whatsapp y acto seguido la llamo a Pía, mi mejor amiga.
-¿Vamos a bailar?- le digo.
Pía es alta fiestera, nunca te va a decir que no cuando se trata de salir de joda, por lo que a la hora de armarme una alternativa para esa noche fue mi primera opción.
-Dale, le aviso a Nacho- me dice.
Nacho es el novio, bueno, el de ahora, porque cambia cada tres meses mas o menos.
-No boluda, salgamos las dos solas- le digo.
Si ella le avisaba a Nacho, yo tenía que avisarle a Ciro que es mi novio, también el de ahora. Pero como supuestamente esa noche iba a pasarla con mi jefe, le inventé que me tenía que ir a lo de una tía que estaba enferma. Mi tía vive en Rosario, así que tenía para todo el fin de semana, por si a Ernesto se le antojaba seguirla el domingo. Pero como Ernesto me dejó de seña, no podía llamarlo y decirle que no había ido. Le dije a mi amiga que no le dijera nada a su novio, ya que entre ellos son amigos, que se inventara algo, que después le explicaba.
Nos encontramos en Rivadavia y Nazca, y nos subimos a un taxi. Pero todavía no sabíamos para dónde encarar. En general somos de ir a Pinar de Rocha, pero no quería encontrarme con conocidos, así que le propongo a Pía ir a una bailanta. No conocíamos ninguna, así que le dijimos al tachero que nos lleve a una, la que a él le parezca.
Así fue como terminamos en el Latino de Once, frente a la plaza. Por ser mujeres y encima solas, entramos gratis. Adentro el ambiente estaba en plena ebullición, aunque parecía ser que todos estaban en parejas. Con Pía nos acercamos a la barra, pedimos una cervezas y ahí sí, empezaron a revolotear los buitres en busca de carne fresca. Ya les dije que mi amiga se prende en todas, no, bueno fue la primera en encontrar compañía. Un chico de unos 20 años con pinta de wachiturro que, ni lerdo ni perezoso, se la empezó a apretar ni bien se presentaron. Yo seguía tomando cerveza cuándo en una distracción del pibe se me acerca y me dice:
-Ale, está con un primo, vinieron con unas pibas de su zona pero dice que nosotras estamos más fuertes, ¿que te parece?-
-¿Vos le vas a dar?- le pregunto.
-Como a un bombo- se ríe.
-Bueno, dale- le digo.
Total no tenía nada más que hacer. Pía le dice al flaco algo al oído, éste me mira y se sonríe, agarrando enseguida su celular para contactar al primo que debe estar en otra zona del boliche de seguro apretando con otra mina.
Los primos se llaman Dante, el de Pía, y Maxi el mío. Como dije dos wachiturros con aires de reggaetoneros. Pero para pasar el rato no estaban mal. Además mi amiga ya había elegido y no me quedaba otra que hacerle el aguante como ella me lo había hecho a mí.
Bailamos, tomamos, apretamos hasta que en cierto momento Pía me dice que van a ir a un telo, si me anotó. Maxi no es mi tipo, lo sería si tuviera treinta o cuarenta años más, pero le digo que sí, ya que no quiero que se vaya sola con alguien que ni siquiera conocemos, ni tampoco que ella me deje a mí.
Salimos de la bailanta los cuatro, muy enfervorizados debo decir, pasamos por el altar de las víctimas de Cromañon, y llegamos al hotel de la esquina. Le dimos un extra al de recepción para ocupar una misma habitación, una que parecía una cabaña de troncos.
Apenas entramos empezaron los besos y manoseos, primero cada cual con su pareja, o sea, Pía con Dante y yo con Maxi, pero al rato nomás empezamos a intercambiarnos, de modo que yo también apretaba con Dante y ella con Maxi. E incluso, en algún momento, entre el quilombo que se armó, apretamos también entre nosotras.
Estábamos resacadas, Pía como de costumbre, pero yo con ganas de tomarme revancha del plantón que me hizo mi jefe.
Ya todos en bolas, los wachiturros están parados, firmemente erguidos y nosotras de rodillas en el suelo, chupándoles hasta el apodo. Chupábamos un rato y cambiábamos, disfrutando de las dos vergas. Íbamos y veníamos, pegándonos en el camino algún lengüetazo entre nosotras.
Luego nos echamos de espalda sobre la cama, una al lado de la otra, y abriéndonos de piernas los recibimos entre ellas. Mojadas las dos. Obvio que también cambiaban entre ellos, tal como habíamos hecho nosotras, chupando primero a una y luego a la otra.
Para ponerlos más locos, mientras ellos nos chupaban, con Pía nos besábamos, jugábamos con nuestras lenguas, nos tocábamos las tetas, gemíamos como actrices porno, haciendo que los pibes juntaran más leche todavía.
Dante es el primero en agarrar los forros y ponerse uno. Se calza las piernas de Pía sobre los hombros y le entra a dar como batero al bombo. Mi amiga se contorsionaba del placer. Mientras tanto Maxi me seguía metiendo la lengua como si se le hubiera perdido algo dentro de mi concha y quisiera alcanzarla con la puntita.
Todo bien con la chupada, me complacía, pero ya quería que me metiera otra cosa. Y el que me la acabaría metiendo sería Dante, quién ante una distracción de su primo, deja a Pía con las piernas levantadas y poniéndose también las mías sobre los hombros me coge con la misma pulsión.
A Maxi no le queda otra que atender a mi amiga, la cuál se entrega con el mayor de los gustos a esa otra pija que le meten.
Así vamos cambiando, haciéndonos coger por los dos primos, garchando hasta en el piso, incluso nos hacemos dar por los dos a la vez, terminando reventadas de tanta poronga.
Me cogieron y culearon hasta dejarme sin aliento, pero como me pasa siempre que estoy con alguien de mi edad, no pude acabar. Con Ernesto o con algún otro viejo me resulta tan fácil llegar al orgasmo, que no de entiendo porque no puedo cuando estoy con alguien mucho más joven.
Se lo dije a Pía mientras nos duchábamos en el baño del telo.
-¿No pudiste boluda?- se sorprendió -Yo acabé como cincuenta veces, ese Dante es un pijudo hermoso, creo que le voy a dar mi teléfono-
Y para no estar en desventaja, me mete los dedos y me hace una paja que, aunque dolorosa, por lo mucho que me habían cogido, me hace acabar como una Reina.
Ahora sí a casa y a dormir de un tirón hasta el domingo al mediodía. Tengo un montón de mensajes de Ernesto. Pero no pienso contestarle. ¿Para qué? ¿Para que me cuente como estuvo su noche de aniversario? La mía estuvo mejor.
Mentira, lo extrañé horrores.
5 comentarios - Mi jefe me deja de garpe (pero me la cobro)