Siempre me gusta prepararme bien para revisar a mis pacientes nuevos. Disfruto de recoger mi cabello en una "cola de caballo" y de vestirme con el ambo de cirugía verde y el impecable guardapolvos blanco. Siempre llevo el guardapolvos sin abotonar y las mangas arremangadas hasta los codos. Me gusta intimidar a mis pacientes, sobre todo a los nuevos, y que quede bien en claro que soy yo la que manda en la Clínica.
En cuanto entré en el Consultorio y te vi supe que hoy iba a disfrutar. Estabas sentado en la camilla, obviamente ansioso y te sorprendiste cuando abrí la puerta. Evidentemente había provocado en vos el efecto deseado porque te quedaste mirándome con la boca medio abierta mientras yo me acercaba y me paraba frente tuyo con las manos en los bolsillos de mi guardapolvos.
- A partir de ahora yo soy tu Doctora de cabecera - te anuncié - está claro?
- Si... si... Doctora...
- Vas a hacer sólo lo que yo te diga, cuando yo te diga... vas a obedecer?!
- Si... sí Doctora!
Con mi mano te agarré el mentón para obligarte a mirarme a los ojos y me puse a distancia de labios.
- Te vas a portar bien? Vas a ser un buen paciente? - te pregunto susurrando.
- Si... un buen... paciente... Doctora... - contestás tartamudeando.
- Sacate toda la ropa! - te ordeno - Te quiero completamente desnudo.
Mientras vos te sacás la ropa, yo busco un par de guantes de nitrilo para examinación. Vos me ves y en seguida bajás la mirada. Yo no dejo pasar la oportunidad.
- Acostate en la camilla... vamos! - te ordeno.
Hay otras formas de acomodar al paciente para preservar su dignidad: lateral, con la rodilla al pecho. Yo elegí ubicarlo en litotomía dorsal. Tus piernas encuentran los estibos, separo tus rodillas, y lentamente y de mala gana quedás totalmente expuesto a mi.
Posiciono una de las lámparas que cuelgan del techo y la enciendo. De inmediato sentís el calor y sabés que toda mi atención está enfocada en el área iluminada. Tus ojos también miran la luz y casi te enceguece. Yo me siento entre tus piernas y me calzo los guantes, asegurándome que quedan bien ajustados a cada uno de mis dedos. Primero una silenciosa inspección visual. Vos estás obligado a mantener tus piernas separadas para que yo te revise y yo no doy señales de hacer nada para aliviar tu incomodidad. Espero hasta sentirme lista para empezar.
- Vas a sentir que te reviso, sabés? - te digo, aunque no puedas hacer nada para evitarlo.
Te examino el vello púbico. Tiro suavemente y después lo suelto. Tu vello se eriza al tacto de mis dedos cubiertos por los guantes de nitrilo azules. Reviso tu pene, palpando las venas que viajan sobre la superficie, apretando, y soltando. Todavía tenés tu prepucio. Yo tomo el extremo, deslizando y sosteniendo la piel. Tomo nota mentalmente que tengo que decidir si te voy a circuncidar más tarde pero por ahora continúo.
- Te voy a revisar debajo del prepucio - es la única advertencia que te doy.
Tiro hacia abajo y si hubieras tenido el prepucio estrecho hubieras gritado de dolor. Expongo tu glande. Es de color rojizo rosado y brilla bajo la luz de la lámpara. Se lo ve saludable, pero levemente irritado en los bordes. Una leve irritación, quizá. Si te duele, no emitís ningún sonido mientras uso la yema de mis dedos para revisar las terminales nerviosas. El frenillo. Observo alrededor del brillante glande y noto que lo mantenés limpio. Sin embargo, ya vamos a ver qué limpio que está. Después examino tu pequeño meato. Sos sensible a mi tacto.
Busco algo justo fuera de tu campo visual. Yo había preparado un hisopo y cuando tengo firmemente agarrado tu pene en mi mano enguantada lo deslizo dentro del orificio uretral no más de un par de centímetros. Ahora emitís un sonido, el dolor fue breve pero suficiente para hacer brotar lágrimas de tus ojos. Yo casi sonrío. Giro el hisopo en el sentido de las agujas del reloj - vos gemís y te retorcés con el leve movimiento.
- Me tengo que asegurar que no tenés enfermedades venéreas - susurro.
Finalmente lo retiro. Tu pecho se infla y se desinfla. A esta altura estás respirando bastante rápido.
A continuación los testículos. No detecto bultos. Pero quiero ver si están funcionando como deben.
Me levanto y sin decir palabra voy hasta el mostrador del otro lado del Consultorio. Me quito los guantes y los descarto. Me pongo un barbijo. Me coloco un par de guantes de cirugía. Los estiro casi hasta mis codos, impecables, frescos y blancos. Vos sólo podés sentir el típico sonido del látex ajustándose en mis manos, dejando que salga todo el aire de modo que los guantes queden pegados a mi piel.
Vuelvo caminando con las manos a la altura de mi pecho para no contaminarlas y me preparo para llevar adelante el procedimiento. En cuanto mi dedo cubierto por lubricante quirúrgico toca tu ano, vos retrocedés en la camilla. Yo apoyo con fuerza mi mano enguantada sobre tu pelvis y todo lo que podés ver son mis hipnóticos ojos verdes sobre el barbijo. Sólo te miro -quizá a modo de advertencia. Si lo hubiera querido, te podría haber lastimado.
Mi dedo mayor se desliza dentro tuyo. Vos me rechazás cada milímetro que te penetro. Un reflejo involuntario, o tal vez desafiante. Hago el tacto, doblando mis falanges. Tu próstata esta donde debe estar y la mirada en tu rostro me dice que ya la encontré. Presiono tu próstata. Encuentro el ritmo. Ahora que podés sentirme te penetro con un segundo dedo. No te gusta. Todavía tu orificio anal es chico y estrecho. Quiero intentar con un tercer dedo pero no estás atado a la camilla. La próxima vez será.
Mi mano izquierda cubierta por los guantes de cirugía encuentra tu escroto. Pero lo dejo en paz. Si te exprimo los testículos te haría eyacular. De pronto un fluido cristalino emana de la punta de tu pene. Tiro de tu prepucio, estirándolo, tensándolo hasta cubrir tu glande. Tu pene se contrae. Ahora estás completamente erecto. Siento tu pene creciendo en mi mano.
Durás sólo unas pocas frotadas. No te dejo escapar, ordeño dolorosamente hasta la última gota de tu uretra hasta que se convierte en una pegajosa suciedad flácida. Hay restos de semen sobre tu estómago y en la camilla. Yo hago mi trabajo: examino tu eyaculación que derramaste en mis guantes. Me inclino y meto un dedo en el pequeño espacio húmedo en tu estómago y lo observo a contra luz.
- El volumen está bastante bien. La consistencia es buena.
Me doy vuelta y vuelvo hasta el mostrador donde descarto los guantes de cirugía y, sin quitarme el barbijo, me pongo otra vez un par nuevo de guantes de examinación de nitrilo azules. De camino regreso a la camilla levanto un estetoscopio.
Me paro entre tus piernas y apoyo el estetoscopio en tu pecho. Tu corazón late cada vez más rápido, a un ritmo salvaje, como un tambor en la selva. No necesito escuchar mi estetoscopio para darme cuenta que estás muy excitado. Tu respiración se vuelve entrecortada, tratás de permanecer en calma, inflás el pecho para aparentar que nada va a alterarte. Desafortunadamente tu cuerpo te traiciona. El vello de tu cuerpo se pone erecto a medida que mi estetoscopio recorre tu piel. El frío metal te provoca escalofríos en el pecho. Mis ojos arden como una hoguera por encima del barbijo. listos para incinerarte, con una simple mirada.
- Estás un poquito nervioso... me parece que te voy a tener que dar algo para que te relajes.
Clásica frase inocente, que siempre causa efecto.
Tragando saliva empezás a preguntarte qué es lo que voy a hacer para que te relajes. Empezás a imaginar las manos enguantadas de esta sexy Doctora masajeando tu cuerpo, moviéndose suavemente hacia tus partes más privadas. Vos ya sabés que yo puedo atraparte en mis manos con fuerza y me viste manipulando hábilmente el instrumental médico. Sólo podés pensar en cómo manipularía tu instrumento. Perdido en tu propia fantasía tu sangre fluye frenéticamente hacia tu instrumento poniéndolo duro como el metal de los estribos que sostienen tus piernas.
Yo rompo la ilusión dándote un golpe en el pene con mis dedos enguantados.
- En qué estás pensando...? - te pregunto irónica.
Te ponés colorado de vergüenza y rápidamente cruzás tus manos, cubriendo inocentemente tu pene, intentando desesperadamente disimular tu vergüenza.
- Es que... tiene razón Doctora... estoy un poco... nervioso... perdón... Doctora... - me contestás en una especie de gemido.
Me doy vuelta y me inclino en la cajonera del mostrador. No soy estúpida, sé que me estás mirando el culo y me aseguro de moverlo mientras hago de cuentas que estoy buscando algo. No le podés sacar los ojos de encima porque el guardapolvos blanco ayuda a resaltar las curvas de mi culo perfecto. Cuando considero que ya te torturé lo suficiente me doy vueltas para notar que estaba en lo cierto. Pero tengo trabajo que hacer de modo que te tranquilizo al no informarte qué es lo que en realidad te espera. Te muestro dos pastillas en la palma de mi mano cubierta por el guante de nitrilo.
- Son un sedante suave para la ansiedad... algunos pacientes nuevos se ponen nerviosos cuando los reviso... no sé porqué...
Agarrás las pastillas sin dudar y te las tragás con las esperanza de que te calmen. En seguida empezás a sentir el efecto, el "sedante suave" trabaja rápidamente, provocando que tu cuerpo se sienta tan débil como tu patética voluntad. Las píldoras empiezan a consumir tu visión, te hundís en la oscuridad, en el profundo sueño que preparé para vos.
Luchás para abrir tus párpados, sentís que todo el mundo cayó encima tuyo. Es una lucha mantenerlos abiertos o siquiera moverlos. Pero no es un peso lo que te impide moverte, perece como si tus extremidades estuvieran atadas. La vergüenza te embarga de nuevo cuando te das cuenta que tu pene está colgando y vos estás atado a con las rodillas y el pecho apoyados en una mesa de operaciones como un animal en cuatro patas. Todo lo que podés sentir es la oscuridad asustándote, el frío acero de mi masa de operaciones te hace temblar, y en seguida gemís como un bebé cuando comprendés que estás indefenso. De pronto mis bellas lámparas de cirugía se encienden por encima tuyo. En lugar de brindar claridad a tu pobre razonamiento, la luz te desorienta y te enceguece. Levantás tu cabeza y empezás a escuchar el sonido de mis tacos contra el piso, parecen lejanos pero acercándose más y más. Intentás gritar para pedir auxilio pero tus esfuerzos son estériles porque en la boca tenés una mordaza de bola de goma negra. De todos modos aunque gritaras no tendría importancia.
Mis zapatos de taco aguja cubiertos por las botas estériles entran en la luz y vos los ves y levantás tu mirada siguiendo mis piernas hasta mi rostro y te das cuenta que en lugar del guardapolvos blanco llevo puesto el equipo de cirugía completo. Guantes ginecológicos de látex estériles cubren mis manos y llegan hasta los codos de mi bata de cirugía celeste, que llevo atada a la espalda a la altura del cuello y la cintura para resaltar mi esbelta figura. Llevo puesta una cofia celeste y un barbijo cubre mi rostro dejando mis ojos al descubierto brillando más que nunca.
- Bienvenido al quirófano paciente - te digo tranquilamente - Te debés estár preguntando qué estás haciendo en mi mesa de operaciones. Tengo varias clientas que tienen dificultades para quedar embarazadas, el recuento de esperma de sus esposos es una verdadera porquería. De modo que me pagan para que les consiga muestras saludables de pacientes que, como vos, tienen excelentes genes. Después de todo, quién tiene tiempo para iniciar trámites de adopción? Así que, mi pequeña vaquita lechera, te voy a ordeñar hasta dejarte sequito... sequito... Y el mejor procedimiento para obtener una muestra de semen de la cantidad requerido es una severa Estimulación Quirúrgica de Próstata. Pero antes de empezar con la operación vamos a tomar medidas para que no se pierda ni una gota de tu preciada lechita....
Busco de la bandeja con el instrumental un recipiente estéril de acero inoxidable y lo coloco justo debajo de tu pene para atrapar todo tu semen.
- Listo... Procedamos! - no puedo evitar que se me escape una risa de satisfacción, me encanta someter a mis pacientes. Voy hasta la bandeja y la acerco hasta la mesa de operaciones con tu cuerpo desnudo y a mi merced. Cubro mis guantes con lubricante quirúrgico.
- Tenés miedo? - te pregunto sabiendo que no podés responder - No te preocupes, todos tienen miedo cuando se dan cuenta que los voy a operar. Esta debe ser la primera vez que te hacen una extracción quirúrgica de semen... Te aseguro que es una experiencia inolvidable.
Me ubico a tu lado, intervengo el campo operatorio, te tomo el pene con firmeza.
- Pensá que después de todo ésto es lo que vos querías, no? - te digo mientras te examino el pene con ambas manos - Cómo fue que describiste tu fantasía? "Una Doctorcita sexy que me ayude a eyacular..." Es una pena que no se te ocurriera que lo íbamos a hacer de esta manera, o a lo mejor nunca se te hubiera ocurrido.
Dejo escapar una risita sádica. Realmente no puedo evitar disfrutar destrozando las fantasías de mis pervertidos pacientes obligándolos a enfrentar el cruel realismo de mis procedimientos.
Empiezo a operarte deslizando mis manos enguantadas por to todavía marchito pene, el frío del quirófano y el lubricante quirúrgico te pusieron el pene flácido pero a mi no me interesa, el lubricante va a tomar temperatura y la sensación de frotación de mis manos cubiertas por el suave látex van a provocar el resultado deseado. No me sorprendo cuando verifico que estaba en lo cierto, en unos pocos momentos opero sobre tu organo como si fuera masilla en mis manos. Al ver cómo responde, sigo operando sobre tu pene.
- Respirá hondo paciente! Vamos... respirá por la nariz... no puedo dejarte eyacular ahora, te tengo que operar despacio para que me des una muestra de semen con buen volumen. Si noto que estás disfrutando demasiado de la cirugía te voy a tener que provocar un poquito de dolor... así!
Quito una de mis manos de tu creciente pene y te doy tres fuertes palmadas en tu desnudo trasero. Te escucho gritar y, aunque el sonido llega apagado por la mordaza, es música para mis oídos. Yo retomo el procedimiento quirúrgico, deslizando mis manos desde el tronco de tu pene hasta tus testículos. Los atrapo con cada uno de mis dedos cubiertos por el látex de los guantes, cerrándolos, exprimiendo tus testículos suavemente con mis manos. Repito el procedimiento una y otra y otra vez, cada vez más lentamente provocando que aumente la producción de semen en mi paciente.
- Muy bien... te estás portando muy bien... ahora voy a proceder con la estimulación prostática, para asegurarme extraer hasta la última gota de la muestra y para que tengas una emisión completamente despojada de un orgasmo.... - te explico - Vos sos mi paciente y yo tu Doctora y no estamos acá para darte placer... Estamos acá para someterte a una operación!
Vuelvo a la bandeja y agarro un plug anal de goma de unos 20 centímetros. No creo poder insertarlo en tu ano completamente pero no voy a dejar de intentarlo. Lubrico mi instrumental y comienzo a penetrarte. Penetro lentamente tu ajustado orificio anal con mi instrumento, la resistencia que opone todo tu cuerpo es impresionante pero no es nada que yo no haya hecho antes. Cada vez que te penetro un centímetro más delicadamente retiro mi instrumento para volver a impulsarlo y someterte un poco más. Mientras una mano opera el plug anal con la otra sigo trabajando sobre el tronco de tu pene, que se pone más y más duro con cada movimiento.
Tus piernas empiezan a temblar, tenés movimientos involuntarios y lo único que podés hacer al respecto es dejar que te opere como yo quiero. Tu respiración se torna más pesada a medida que todo tu cuerpo se pone más tenso. Cuando considero que ya te estimulé lo suficiente como para obtener un buen volumen de muestra de semen, empiezo a empujar el plug de goma dentro y fuera de tu ano más rápido. Mi mano enguantada y lubricada se sincroniza con el ritmo del plug de goma creando el adecuado deseo sin llegar a provocar placer, manteniendo el pene firmemente sujetado. La perfecta mezcla de excitación, ritmo, presión y falta de aire provocan que tu cuerpo se rinda. Mi preciado premio fluye desde tus entrañas a mi bandeja de muestras. Con satisfacción confirmo que la operación ha sido un éxito cuando veo que el semen fluye de tu pene como de una canilla descompuesta, vos no lo bombeás y por lo tanto no obtenés ninguna satisfacción sexual. Mi técnica quirúrgica es excelente.
- Muy bien! Te felicito!... Te portaste muy bien! - te digo mientras verifico la muestra de semen - Mis clientas van a estar muy contentas con esto.
Llevo el recipiente para muestras a la heladera para preservar lo que me pertenece. Aprovecho para quitarme los guantes, la bata y soltar el barbijo que queda colgando de mi cuello. Cuando vuelvo a tu lado descubro que tenés lágrimas en los ojos. No puedo evitar pensar en que ya te sometí y ahora te convertiste en uno más de mis patéticos pacientes.
- Shhhh... vamos... ya pasó... - te digo secándote las lágrimas con un pañuelo descartable - Ahora que ya te sometí a tu primera cirugía te voy a tener que seguir controlando. Sabés? Tengo varias clientas que van a tener ventanas de ovulación esta semana, así que me gustaría mantenerte cerca mío...
Vuelvo a la bandeja, me pongo un par de guantes de nitrilo y empiezo a preparar una jeringa. La lleno con el sedante, que en modo endovenoso es mucho más efectivo.
- Mi paciente va a permanecer internado en la Clínica - te digo mientras te inyecto - Esto te va a mantener sedado hasta que decida revisarte de nuevo.
Antes de tener tiempo para protestar te otorgo el beneficio de un sueño profundo.
- Y seguramente te voy a tener que someter a otra cirugía.... Me muero de ganas de operarte de nuevo!
Aterrado, te dormís mientras acaricio tu cuerpo desnudo con mis manos enguantadas.
En cuanto entré en el Consultorio y te vi supe que hoy iba a disfrutar. Estabas sentado en la camilla, obviamente ansioso y te sorprendiste cuando abrí la puerta. Evidentemente había provocado en vos el efecto deseado porque te quedaste mirándome con la boca medio abierta mientras yo me acercaba y me paraba frente tuyo con las manos en los bolsillos de mi guardapolvos.
- A partir de ahora yo soy tu Doctora de cabecera - te anuncié - está claro?
- Si... si... Doctora...
- Vas a hacer sólo lo que yo te diga, cuando yo te diga... vas a obedecer?!
- Si... sí Doctora!
Con mi mano te agarré el mentón para obligarte a mirarme a los ojos y me puse a distancia de labios.
- Te vas a portar bien? Vas a ser un buen paciente? - te pregunto susurrando.
- Si... un buen... paciente... Doctora... - contestás tartamudeando.
- Sacate toda la ropa! - te ordeno - Te quiero completamente desnudo.
Mientras vos te sacás la ropa, yo busco un par de guantes de nitrilo para examinación. Vos me ves y en seguida bajás la mirada. Yo no dejo pasar la oportunidad.
- Acostate en la camilla... vamos! - te ordeno.
Hay otras formas de acomodar al paciente para preservar su dignidad: lateral, con la rodilla al pecho. Yo elegí ubicarlo en litotomía dorsal. Tus piernas encuentran los estibos, separo tus rodillas, y lentamente y de mala gana quedás totalmente expuesto a mi.
Posiciono una de las lámparas que cuelgan del techo y la enciendo. De inmediato sentís el calor y sabés que toda mi atención está enfocada en el área iluminada. Tus ojos también miran la luz y casi te enceguece. Yo me siento entre tus piernas y me calzo los guantes, asegurándome que quedan bien ajustados a cada uno de mis dedos. Primero una silenciosa inspección visual. Vos estás obligado a mantener tus piernas separadas para que yo te revise y yo no doy señales de hacer nada para aliviar tu incomodidad. Espero hasta sentirme lista para empezar.
- Vas a sentir que te reviso, sabés? - te digo, aunque no puedas hacer nada para evitarlo.
Te examino el vello púbico. Tiro suavemente y después lo suelto. Tu vello se eriza al tacto de mis dedos cubiertos por los guantes de nitrilo azules. Reviso tu pene, palpando las venas que viajan sobre la superficie, apretando, y soltando. Todavía tenés tu prepucio. Yo tomo el extremo, deslizando y sosteniendo la piel. Tomo nota mentalmente que tengo que decidir si te voy a circuncidar más tarde pero por ahora continúo.
- Te voy a revisar debajo del prepucio - es la única advertencia que te doy.
Tiro hacia abajo y si hubieras tenido el prepucio estrecho hubieras gritado de dolor. Expongo tu glande. Es de color rojizo rosado y brilla bajo la luz de la lámpara. Se lo ve saludable, pero levemente irritado en los bordes. Una leve irritación, quizá. Si te duele, no emitís ningún sonido mientras uso la yema de mis dedos para revisar las terminales nerviosas. El frenillo. Observo alrededor del brillante glande y noto que lo mantenés limpio. Sin embargo, ya vamos a ver qué limpio que está. Después examino tu pequeño meato. Sos sensible a mi tacto.
Busco algo justo fuera de tu campo visual. Yo había preparado un hisopo y cuando tengo firmemente agarrado tu pene en mi mano enguantada lo deslizo dentro del orificio uretral no más de un par de centímetros. Ahora emitís un sonido, el dolor fue breve pero suficiente para hacer brotar lágrimas de tus ojos. Yo casi sonrío. Giro el hisopo en el sentido de las agujas del reloj - vos gemís y te retorcés con el leve movimiento.
- Me tengo que asegurar que no tenés enfermedades venéreas - susurro.
Finalmente lo retiro. Tu pecho se infla y se desinfla. A esta altura estás respirando bastante rápido.
A continuación los testículos. No detecto bultos. Pero quiero ver si están funcionando como deben.
Me levanto y sin decir palabra voy hasta el mostrador del otro lado del Consultorio. Me quito los guantes y los descarto. Me pongo un barbijo. Me coloco un par de guantes de cirugía. Los estiro casi hasta mis codos, impecables, frescos y blancos. Vos sólo podés sentir el típico sonido del látex ajustándose en mis manos, dejando que salga todo el aire de modo que los guantes queden pegados a mi piel.
Vuelvo caminando con las manos a la altura de mi pecho para no contaminarlas y me preparo para llevar adelante el procedimiento. En cuanto mi dedo cubierto por lubricante quirúrgico toca tu ano, vos retrocedés en la camilla. Yo apoyo con fuerza mi mano enguantada sobre tu pelvis y todo lo que podés ver son mis hipnóticos ojos verdes sobre el barbijo. Sólo te miro -quizá a modo de advertencia. Si lo hubiera querido, te podría haber lastimado.
Mi dedo mayor se desliza dentro tuyo. Vos me rechazás cada milímetro que te penetro. Un reflejo involuntario, o tal vez desafiante. Hago el tacto, doblando mis falanges. Tu próstata esta donde debe estar y la mirada en tu rostro me dice que ya la encontré. Presiono tu próstata. Encuentro el ritmo. Ahora que podés sentirme te penetro con un segundo dedo. No te gusta. Todavía tu orificio anal es chico y estrecho. Quiero intentar con un tercer dedo pero no estás atado a la camilla. La próxima vez será.
Mi mano izquierda cubierta por los guantes de cirugía encuentra tu escroto. Pero lo dejo en paz. Si te exprimo los testículos te haría eyacular. De pronto un fluido cristalino emana de la punta de tu pene. Tiro de tu prepucio, estirándolo, tensándolo hasta cubrir tu glande. Tu pene se contrae. Ahora estás completamente erecto. Siento tu pene creciendo en mi mano.
Durás sólo unas pocas frotadas. No te dejo escapar, ordeño dolorosamente hasta la última gota de tu uretra hasta que se convierte en una pegajosa suciedad flácida. Hay restos de semen sobre tu estómago y en la camilla. Yo hago mi trabajo: examino tu eyaculación que derramaste en mis guantes. Me inclino y meto un dedo en el pequeño espacio húmedo en tu estómago y lo observo a contra luz.
- El volumen está bastante bien. La consistencia es buena.
Me doy vuelta y vuelvo hasta el mostrador donde descarto los guantes de cirugía y, sin quitarme el barbijo, me pongo otra vez un par nuevo de guantes de examinación de nitrilo azules. De camino regreso a la camilla levanto un estetoscopio.
Me paro entre tus piernas y apoyo el estetoscopio en tu pecho. Tu corazón late cada vez más rápido, a un ritmo salvaje, como un tambor en la selva. No necesito escuchar mi estetoscopio para darme cuenta que estás muy excitado. Tu respiración se vuelve entrecortada, tratás de permanecer en calma, inflás el pecho para aparentar que nada va a alterarte. Desafortunadamente tu cuerpo te traiciona. El vello de tu cuerpo se pone erecto a medida que mi estetoscopio recorre tu piel. El frío metal te provoca escalofríos en el pecho. Mis ojos arden como una hoguera por encima del barbijo. listos para incinerarte, con una simple mirada.
- Estás un poquito nervioso... me parece que te voy a tener que dar algo para que te relajes.
Clásica frase inocente, que siempre causa efecto.
Tragando saliva empezás a preguntarte qué es lo que voy a hacer para que te relajes. Empezás a imaginar las manos enguantadas de esta sexy Doctora masajeando tu cuerpo, moviéndose suavemente hacia tus partes más privadas. Vos ya sabés que yo puedo atraparte en mis manos con fuerza y me viste manipulando hábilmente el instrumental médico. Sólo podés pensar en cómo manipularía tu instrumento. Perdido en tu propia fantasía tu sangre fluye frenéticamente hacia tu instrumento poniéndolo duro como el metal de los estribos que sostienen tus piernas.
Yo rompo la ilusión dándote un golpe en el pene con mis dedos enguantados.
- En qué estás pensando...? - te pregunto irónica.
Te ponés colorado de vergüenza y rápidamente cruzás tus manos, cubriendo inocentemente tu pene, intentando desesperadamente disimular tu vergüenza.
- Es que... tiene razón Doctora... estoy un poco... nervioso... perdón... Doctora... - me contestás en una especie de gemido.
Me doy vuelta y me inclino en la cajonera del mostrador. No soy estúpida, sé que me estás mirando el culo y me aseguro de moverlo mientras hago de cuentas que estoy buscando algo. No le podés sacar los ojos de encima porque el guardapolvos blanco ayuda a resaltar las curvas de mi culo perfecto. Cuando considero que ya te torturé lo suficiente me doy vueltas para notar que estaba en lo cierto. Pero tengo trabajo que hacer de modo que te tranquilizo al no informarte qué es lo que en realidad te espera. Te muestro dos pastillas en la palma de mi mano cubierta por el guante de nitrilo.
- Son un sedante suave para la ansiedad... algunos pacientes nuevos se ponen nerviosos cuando los reviso... no sé porqué...
Agarrás las pastillas sin dudar y te las tragás con las esperanza de que te calmen. En seguida empezás a sentir el efecto, el "sedante suave" trabaja rápidamente, provocando que tu cuerpo se sienta tan débil como tu patética voluntad. Las píldoras empiezan a consumir tu visión, te hundís en la oscuridad, en el profundo sueño que preparé para vos.
Luchás para abrir tus párpados, sentís que todo el mundo cayó encima tuyo. Es una lucha mantenerlos abiertos o siquiera moverlos. Pero no es un peso lo que te impide moverte, perece como si tus extremidades estuvieran atadas. La vergüenza te embarga de nuevo cuando te das cuenta que tu pene está colgando y vos estás atado a con las rodillas y el pecho apoyados en una mesa de operaciones como un animal en cuatro patas. Todo lo que podés sentir es la oscuridad asustándote, el frío acero de mi masa de operaciones te hace temblar, y en seguida gemís como un bebé cuando comprendés que estás indefenso. De pronto mis bellas lámparas de cirugía se encienden por encima tuyo. En lugar de brindar claridad a tu pobre razonamiento, la luz te desorienta y te enceguece. Levantás tu cabeza y empezás a escuchar el sonido de mis tacos contra el piso, parecen lejanos pero acercándose más y más. Intentás gritar para pedir auxilio pero tus esfuerzos son estériles porque en la boca tenés una mordaza de bola de goma negra. De todos modos aunque gritaras no tendría importancia.
Mis zapatos de taco aguja cubiertos por las botas estériles entran en la luz y vos los ves y levantás tu mirada siguiendo mis piernas hasta mi rostro y te das cuenta que en lugar del guardapolvos blanco llevo puesto el equipo de cirugía completo. Guantes ginecológicos de látex estériles cubren mis manos y llegan hasta los codos de mi bata de cirugía celeste, que llevo atada a la espalda a la altura del cuello y la cintura para resaltar mi esbelta figura. Llevo puesta una cofia celeste y un barbijo cubre mi rostro dejando mis ojos al descubierto brillando más que nunca.
- Bienvenido al quirófano paciente - te digo tranquilamente - Te debés estár preguntando qué estás haciendo en mi mesa de operaciones. Tengo varias clientas que tienen dificultades para quedar embarazadas, el recuento de esperma de sus esposos es una verdadera porquería. De modo que me pagan para que les consiga muestras saludables de pacientes que, como vos, tienen excelentes genes. Después de todo, quién tiene tiempo para iniciar trámites de adopción? Así que, mi pequeña vaquita lechera, te voy a ordeñar hasta dejarte sequito... sequito... Y el mejor procedimiento para obtener una muestra de semen de la cantidad requerido es una severa Estimulación Quirúrgica de Próstata. Pero antes de empezar con la operación vamos a tomar medidas para que no se pierda ni una gota de tu preciada lechita....
Busco de la bandeja con el instrumental un recipiente estéril de acero inoxidable y lo coloco justo debajo de tu pene para atrapar todo tu semen.
- Listo... Procedamos! - no puedo evitar que se me escape una risa de satisfacción, me encanta someter a mis pacientes. Voy hasta la bandeja y la acerco hasta la mesa de operaciones con tu cuerpo desnudo y a mi merced. Cubro mis guantes con lubricante quirúrgico.
- Tenés miedo? - te pregunto sabiendo que no podés responder - No te preocupes, todos tienen miedo cuando se dan cuenta que los voy a operar. Esta debe ser la primera vez que te hacen una extracción quirúrgica de semen... Te aseguro que es una experiencia inolvidable.
Me ubico a tu lado, intervengo el campo operatorio, te tomo el pene con firmeza.
- Pensá que después de todo ésto es lo que vos querías, no? - te digo mientras te examino el pene con ambas manos - Cómo fue que describiste tu fantasía? "Una Doctorcita sexy que me ayude a eyacular..." Es una pena que no se te ocurriera que lo íbamos a hacer de esta manera, o a lo mejor nunca se te hubiera ocurrido.
Dejo escapar una risita sádica. Realmente no puedo evitar disfrutar destrozando las fantasías de mis pervertidos pacientes obligándolos a enfrentar el cruel realismo de mis procedimientos.
Empiezo a operarte deslizando mis manos enguantadas por to todavía marchito pene, el frío del quirófano y el lubricante quirúrgico te pusieron el pene flácido pero a mi no me interesa, el lubricante va a tomar temperatura y la sensación de frotación de mis manos cubiertas por el suave látex van a provocar el resultado deseado. No me sorprendo cuando verifico que estaba en lo cierto, en unos pocos momentos opero sobre tu organo como si fuera masilla en mis manos. Al ver cómo responde, sigo operando sobre tu pene.
- Respirá hondo paciente! Vamos... respirá por la nariz... no puedo dejarte eyacular ahora, te tengo que operar despacio para que me des una muestra de semen con buen volumen. Si noto que estás disfrutando demasiado de la cirugía te voy a tener que provocar un poquito de dolor... así!
Quito una de mis manos de tu creciente pene y te doy tres fuertes palmadas en tu desnudo trasero. Te escucho gritar y, aunque el sonido llega apagado por la mordaza, es música para mis oídos. Yo retomo el procedimiento quirúrgico, deslizando mis manos desde el tronco de tu pene hasta tus testículos. Los atrapo con cada uno de mis dedos cubiertos por el látex de los guantes, cerrándolos, exprimiendo tus testículos suavemente con mis manos. Repito el procedimiento una y otra y otra vez, cada vez más lentamente provocando que aumente la producción de semen en mi paciente.
- Muy bien... te estás portando muy bien... ahora voy a proceder con la estimulación prostática, para asegurarme extraer hasta la última gota de la muestra y para que tengas una emisión completamente despojada de un orgasmo.... - te explico - Vos sos mi paciente y yo tu Doctora y no estamos acá para darte placer... Estamos acá para someterte a una operación!
Vuelvo a la bandeja y agarro un plug anal de goma de unos 20 centímetros. No creo poder insertarlo en tu ano completamente pero no voy a dejar de intentarlo. Lubrico mi instrumental y comienzo a penetrarte. Penetro lentamente tu ajustado orificio anal con mi instrumento, la resistencia que opone todo tu cuerpo es impresionante pero no es nada que yo no haya hecho antes. Cada vez que te penetro un centímetro más delicadamente retiro mi instrumento para volver a impulsarlo y someterte un poco más. Mientras una mano opera el plug anal con la otra sigo trabajando sobre el tronco de tu pene, que se pone más y más duro con cada movimiento.
Tus piernas empiezan a temblar, tenés movimientos involuntarios y lo único que podés hacer al respecto es dejar que te opere como yo quiero. Tu respiración se torna más pesada a medida que todo tu cuerpo se pone más tenso. Cuando considero que ya te estimulé lo suficiente como para obtener un buen volumen de muestra de semen, empiezo a empujar el plug de goma dentro y fuera de tu ano más rápido. Mi mano enguantada y lubricada se sincroniza con el ritmo del plug de goma creando el adecuado deseo sin llegar a provocar placer, manteniendo el pene firmemente sujetado. La perfecta mezcla de excitación, ritmo, presión y falta de aire provocan que tu cuerpo se rinda. Mi preciado premio fluye desde tus entrañas a mi bandeja de muestras. Con satisfacción confirmo que la operación ha sido un éxito cuando veo que el semen fluye de tu pene como de una canilla descompuesta, vos no lo bombeás y por lo tanto no obtenés ninguna satisfacción sexual. Mi técnica quirúrgica es excelente.
- Muy bien! Te felicito!... Te portaste muy bien! - te digo mientras verifico la muestra de semen - Mis clientas van a estar muy contentas con esto.
Llevo el recipiente para muestras a la heladera para preservar lo que me pertenece. Aprovecho para quitarme los guantes, la bata y soltar el barbijo que queda colgando de mi cuello. Cuando vuelvo a tu lado descubro que tenés lágrimas en los ojos. No puedo evitar pensar en que ya te sometí y ahora te convertiste en uno más de mis patéticos pacientes.
- Shhhh... vamos... ya pasó... - te digo secándote las lágrimas con un pañuelo descartable - Ahora que ya te sometí a tu primera cirugía te voy a tener que seguir controlando. Sabés? Tengo varias clientas que van a tener ventanas de ovulación esta semana, así que me gustaría mantenerte cerca mío...
Vuelvo a la bandeja, me pongo un par de guantes de nitrilo y empiezo a preparar una jeringa. La lleno con el sedante, que en modo endovenoso es mucho más efectivo.
- Mi paciente va a permanecer internado en la Clínica - te digo mientras te inyecto - Esto te va a mantener sedado hasta que decida revisarte de nuevo.
Antes de tener tiempo para protestar te otorgo el beneficio de un sueño profundo.
- Y seguramente te voy a tener que someter a otra cirugía.... Me muero de ganas de operarte de nuevo!
Aterrado, te dormís mientras acaricio tu cuerpo desnudo con mis manos enguantadas.
4 comentarios - Extracción Quirúrgica de Semen