Guillermo apretaba las muñecas del cirujano. Era la cuarta vez que rechazaban "la operación que le cambiaría la vida". Él solo quería gozar la vida sexual de cualquier hombre, pero había nacido con un problema: Su pene medía cinco centímetros y era extremadamente delgado. Tan delgado, que sus compañeros de fútbol le apodaron "Papitas" por aquello de la similitud con las papas a la francesa. Fue la primera tarde de verano de su adolescencia. La felicidad de los días de Primaria se habían ido. La secundaria lo partió en dos. Mientras sus amigos seducian a diestra y siniestra, él solo miraba lleno de envidia. "Para todos es fácil", pensaba "Tienen penes normales, no como yo". En sus pocas salidas con las amigas que le presentaban, se enamoró de María. La sedujo su plática, su piel color mármol y sus senos perfectos. Salieron durante meses. Él se comportaba como caballero, ella en cambio, deseaba llegar a algo más. Insistía en pasar a su cuarto, ir a lugares alejados en los bares y el cine en películas poco cotizadas. Cada vez que intentaba acariciarle la entrepierna, ella pensaba que no era deseable, porque no sentía nada, pero la verdad es que estaba tan erecto que se confundía con el tiro de su pantalón. Papitas la amaba y quería postergar el momento. Quería pedirle matrimonio, pero antes, buscaría respuestas.
-Guillermo, entiende que tu piel no está hecha para un transplante de ese tipo, es peligroso...- las manos comenzaron a temblarle y sus ojos vidriosos miraron al doctor en busca de compasión
-¿Qué es lo peor que podría pasar?-
-Podría ocasionar una reacción alérgica a tu propia piel, putrefacción y amputación del miembro. Tendrias que vivir con prótesis para orinar de por vida. Ya no existiría tu vida sexual. ¿Alguna vez has intentado tener sexo?-
Lo había intentado. Al inicio, tuvo que ir a prostíbulos, porque le daba vergüenza. En esa primera vez tenía la mayoría de edad apenas cumplida. Buscó a una mujer delgada, con la inocente esperanza de que tuviera una vagina estrecha. Logró que su miembro entrara, pero al sentirse adentro de aquella deliciosa cavidad, se corrió y se hizo retractil. No quería que eso le pasara con María. Ella era la mujer de su vida y sabía que él no podría ser su hombre. Con esos pensamientos, salió del consultorio. Deseaba con todas sus fuerzas tener un pene normal. Recordó la primera vez que le platicó a su padre el problema. Seguía en la secundaria y la maestra daba el tema de sexualidad. Fue él quien se acercó a su viejo, esperando apoyo. Lo escuchó, tomó un trago enorme de whisky y lo miró fijamente -Memo, cuando naciste pensé que eras niña. Fue una enfermera la que notó tu apéndice. Parecía un chícharo y tus testículos aun no estaban formados. No sé en que fallamos, si ambos nos cuidamos de tomar o fumar, le di a tu madre todo lo que el doctor recomendaba. No puedo ayudarte hijo...- Fue entonces que vio a su padre como era en realidad. No el héroe que creía de niño. Era un pobre hombre angustiado e impotente ante la desgracia de su único varón.
-Varias veces pensé en asfixiarte en la cuna...eran solo ideas, pero allí estaban. No quería que sufrieras con lo que te había tocado. Intenté no llevarte a deportes pero cuando insististe tanto en el fútbol, pedía permiso en el trabajo cuando tenías partido, para verte jugar y llevarte de inmediato a casa...no quería que tus compañeros se burlaran en los vestidores...pero la adolescencia iba a llegar y con ella más y más partidos...y tarde o temprano ibas a darte cuenta que no eres normal...lo siento tanto...- el pobre hombre lo abrazó, sintiéndose pequeño ante él. Guillermo recordaba con lágrimas en los ojos, como su padre esa tarde fue su amigo. Fue su padre quien le sugirió probara con prostitutas, pero nada cambiaba. Ellas intentaron por muchas posiciones lograr sentir placer pero no lo sentían, era como si hubiese nacido sin pene. Si esas mujeres no podían, mucho menos una mujer virginal.
Fueron al extranjero para conseguir ayuda de los mejores doctores. Hablaron de engrosarlo, así el largo no importaría tanto. Descubrieron que su piel era muy delgada y poco estirable. Hicieron pruebas de corte con su muslo y solo lograron que la piel reingresada al cuerpo causara una reacción alérgica.
Otro doctor intentó mediante células creadas en probeta. Tampoco funcionó. El último doctor, antes del fallecimiento de su padre, hablaba de prótesis de metal. El prototipo le causó alteraciones en su ph, dejándolo en cuarentena.
Aunque ahora era adulto y se suponía que la ciencia había avanzado, este doctor tampoco le dio esperanzas de un cambio. Iba caminando a casa de María, cuando un folleto viejo se atoró en sus pies. Era de un cirujano plástico experto. Antes de llegar con su amada, marcó el número para hacer una cita a la primera hora del día siguiente.
Era Viernes en la madrugada cuando Papitas llegó al consultorio. El doctor parecía muy joven para la sala llena de diplomas que tenía. Le mostró casos de agrandamiento. Ninguno era como él. Todos eran semi-normales. Él era uno en un millón.
-Señor, después de leer el historial médico, debo de decirle que la probabilidad de que su miembro pueda tolerar la cirugía, es muy poca...a menos que desee arriesgarse, si fuese así, puede firmar los papeles y empezaríamos en pocas horas- Papitas pensó por horas, en lo que el doctor revisaba a otros pacientes. Sus ojos brillaron diferente cuando tomó la decisión. Le marcó a su María, llenándola de halagos. -María, deseo estar contigo...Eres el amor de mi vida, y quiero ser tuyo completamente- un gritito suave vino de sus labios -Yo también lo deseo Memo, lo he deseado desde hace tanto...- -Mañana, será una noche inolvidable para los dos- lo dijo mientras firmaba su sentencia.
El sábado se despertó mareado por la anestecia. Intentó levantarse pero una punzada le recorrióla entrepierna. El cirujano llegó para quitar las vendas y mostrarle el miembro nuevo y largo que Papitas siempre soñó. Más grande que los normales, pero sin ser una monstruosidad.
-Debo admitir, que lo que me ha pedido es la cosa más extraña y más valiente...no le queda mucho tiempo mi amigo- apretó con fuerza su mano y sonrió. Guillermo se levantó al espejo y se miró de cuerpo completo por última vez.
El sábado casi llegada la noche, fue por María. La recibió con rosas rojas y chocolates rellenos de cereza. Fueron a comer al restaurante más romántico de la ciudad. Bebieron vino fino a media luz. Guillermo besaba su cuello, como nunca se había atrevido, haciendo que la lengua le tocara la yugular. Una ruborizada María le acariciaba la pierna, sintiendo el nuevo pene apenas erecto en su pantalón. La cena fue rápida, no podían esperar más. Corrieron al hotel. Pidió la suite presidencial y la llevó en brazos. Llena de rosas estaba la cama, adornada con velas de aroma a vainilla. Se besaron con pasión, dejando que la saliva cayera por sus cuerpos. Ella le quitó la camisa, impactándose por su pecho. Él le bajó el vestido, aprovechando para probar aquella suave espalda. María se recostó arriba de su amor. Él gimió de nervios al sentir las delicadas manos rondando por su bragueta, abriendo el pantalón y tocando su boxer a punto de estallar. Su pene salió cuando apenas lo tocaba. María se paralizó al verlo. Bajó lentamente y se lo llevó a la boca, como siempre lo había deseado. Guillermo gemía desesperado, no dejó que continuara. Se puso encima y beso cada parte de sus senos, acarició sus piernas, separándolas para probar su intimidad...El sabor era tan dulce, como durazno recién cortado...María intentaba no mostrarse nerviosa, y le susurraba que la hiciera suya. Guillermo, tomó uno de los condones de su pantalón y ella lo detuvo -No...Yo quiero sentirte por completo...- palabras que hicieron erizarle la piel. Colocó su miembro y la penetró lento hasta que entró por completo. Ambos sintieron que eran el uno para el otro en ese momento. El pretendía que sabía lo que hacía, y mientras sus movimientos eran certeros en María, sentía como su pene se iba calentando y sin que ella se diera cuenta, sus lágrimas cayeron. Por fin había sentido lo que era una relación sexual completa.
Por fin pudo darle placer a su amada, a pesar de que sabía que después de que culminara, no volvería a pasar jamás. Ella comenzó a arquearse, pidiéndole más y más, diciéndole a su boca que lo amaba, que era el mejor. Las lágrimas de Guillermo se hicieron más pesadas al unirse a su sudor frío. Estaba tan caliente que comenzaba a desmembrarse una minúscula parte del tronco, pero no le importaba, quería dárselo todo a ella. Sintió como estaba a punto de llegar al orgasmo junto a María, porque empezó a gemir delicado, brillaba con la luz de luna reflejada en su cuerpo.
Él gritó al sentir el orgasmo al mismo tiempo de ver como la mitad de su pene se abría. Ella se vino también. Guillermo la abrazó y comenzó a besarla desesperado, quería guardarlos en sus recuerdos. María le apretaba la espalda y sintiendo su cuerpo, se quedó dormida. Él se levantó, tomó sus cosas, y fue a la clínica, con el pene en las manos.
Después de eso, de Guillermo nadie sabe. Nisiquiera el cirujano. Dejó a María, con una nota que ella no supo entender: Prefiero quedar como un hijo de puta a que me recuerdes con lástima
-Guillermo, entiende que tu piel no está hecha para un transplante de ese tipo, es peligroso...- las manos comenzaron a temblarle y sus ojos vidriosos miraron al doctor en busca de compasión
-¿Qué es lo peor que podría pasar?-
-Podría ocasionar una reacción alérgica a tu propia piel, putrefacción y amputación del miembro. Tendrias que vivir con prótesis para orinar de por vida. Ya no existiría tu vida sexual. ¿Alguna vez has intentado tener sexo?-
Lo había intentado. Al inicio, tuvo que ir a prostíbulos, porque le daba vergüenza. En esa primera vez tenía la mayoría de edad apenas cumplida. Buscó a una mujer delgada, con la inocente esperanza de que tuviera una vagina estrecha. Logró que su miembro entrara, pero al sentirse adentro de aquella deliciosa cavidad, se corrió y se hizo retractil. No quería que eso le pasara con María. Ella era la mujer de su vida y sabía que él no podría ser su hombre. Con esos pensamientos, salió del consultorio. Deseaba con todas sus fuerzas tener un pene normal. Recordó la primera vez que le platicó a su padre el problema. Seguía en la secundaria y la maestra daba el tema de sexualidad. Fue él quien se acercó a su viejo, esperando apoyo. Lo escuchó, tomó un trago enorme de whisky y lo miró fijamente -Memo, cuando naciste pensé que eras niña. Fue una enfermera la que notó tu apéndice. Parecía un chícharo y tus testículos aun no estaban formados. No sé en que fallamos, si ambos nos cuidamos de tomar o fumar, le di a tu madre todo lo que el doctor recomendaba. No puedo ayudarte hijo...- Fue entonces que vio a su padre como era en realidad. No el héroe que creía de niño. Era un pobre hombre angustiado e impotente ante la desgracia de su único varón.
-Varias veces pensé en asfixiarte en la cuna...eran solo ideas, pero allí estaban. No quería que sufrieras con lo que te había tocado. Intenté no llevarte a deportes pero cuando insististe tanto en el fútbol, pedía permiso en el trabajo cuando tenías partido, para verte jugar y llevarte de inmediato a casa...no quería que tus compañeros se burlaran en los vestidores...pero la adolescencia iba a llegar y con ella más y más partidos...y tarde o temprano ibas a darte cuenta que no eres normal...lo siento tanto...- el pobre hombre lo abrazó, sintiéndose pequeño ante él. Guillermo recordaba con lágrimas en los ojos, como su padre esa tarde fue su amigo. Fue su padre quien le sugirió probara con prostitutas, pero nada cambiaba. Ellas intentaron por muchas posiciones lograr sentir placer pero no lo sentían, era como si hubiese nacido sin pene. Si esas mujeres no podían, mucho menos una mujer virginal.
Fueron al extranjero para conseguir ayuda de los mejores doctores. Hablaron de engrosarlo, así el largo no importaría tanto. Descubrieron que su piel era muy delgada y poco estirable. Hicieron pruebas de corte con su muslo y solo lograron que la piel reingresada al cuerpo causara una reacción alérgica.
Otro doctor intentó mediante células creadas en probeta. Tampoco funcionó. El último doctor, antes del fallecimiento de su padre, hablaba de prótesis de metal. El prototipo le causó alteraciones en su ph, dejándolo en cuarentena.
Aunque ahora era adulto y se suponía que la ciencia había avanzado, este doctor tampoco le dio esperanzas de un cambio. Iba caminando a casa de María, cuando un folleto viejo se atoró en sus pies. Era de un cirujano plástico experto. Antes de llegar con su amada, marcó el número para hacer una cita a la primera hora del día siguiente.
Era Viernes en la madrugada cuando Papitas llegó al consultorio. El doctor parecía muy joven para la sala llena de diplomas que tenía. Le mostró casos de agrandamiento. Ninguno era como él. Todos eran semi-normales. Él era uno en un millón.
-Señor, después de leer el historial médico, debo de decirle que la probabilidad de que su miembro pueda tolerar la cirugía, es muy poca...a menos que desee arriesgarse, si fuese así, puede firmar los papeles y empezaríamos en pocas horas- Papitas pensó por horas, en lo que el doctor revisaba a otros pacientes. Sus ojos brillaron diferente cuando tomó la decisión. Le marcó a su María, llenándola de halagos. -María, deseo estar contigo...Eres el amor de mi vida, y quiero ser tuyo completamente- un gritito suave vino de sus labios -Yo también lo deseo Memo, lo he deseado desde hace tanto...- -Mañana, será una noche inolvidable para los dos- lo dijo mientras firmaba su sentencia.
El sábado se despertó mareado por la anestecia. Intentó levantarse pero una punzada le recorrióla entrepierna. El cirujano llegó para quitar las vendas y mostrarle el miembro nuevo y largo que Papitas siempre soñó. Más grande que los normales, pero sin ser una monstruosidad.
-Debo admitir, que lo que me ha pedido es la cosa más extraña y más valiente...no le queda mucho tiempo mi amigo- apretó con fuerza su mano y sonrió. Guillermo se levantó al espejo y se miró de cuerpo completo por última vez.
El sábado casi llegada la noche, fue por María. La recibió con rosas rojas y chocolates rellenos de cereza. Fueron a comer al restaurante más romántico de la ciudad. Bebieron vino fino a media luz. Guillermo besaba su cuello, como nunca se había atrevido, haciendo que la lengua le tocara la yugular. Una ruborizada María le acariciaba la pierna, sintiendo el nuevo pene apenas erecto en su pantalón. La cena fue rápida, no podían esperar más. Corrieron al hotel. Pidió la suite presidencial y la llevó en brazos. Llena de rosas estaba la cama, adornada con velas de aroma a vainilla. Se besaron con pasión, dejando que la saliva cayera por sus cuerpos. Ella le quitó la camisa, impactándose por su pecho. Él le bajó el vestido, aprovechando para probar aquella suave espalda. María se recostó arriba de su amor. Él gimió de nervios al sentir las delicadas manos rondando por su bragueta, abriendo el pantalón y tocando su boxer a punto de estallar. Su pene salió cuando apenas lo tocaba. María se paralizó al verlo. Bajó lentamente y se lo llevó a la boca, como siempre lo había deseado. Guillermo gemía desesperado, no dejó que continuara. Se puso encima y beso cada parte de sus senos, acarició sus piernas, separándolas para probar su intimidad...El sabor era tan dulce, como durazno recién cortado...María intentaba no mostrarse nerviosa, y le susurraba que la hiciera suya. Guillermo, tomó uno de los condones de su pantalón y ella lo detuvo -No...Yo quiero sentirte por completo...- palabras que hicieron erizarle la piel. Colocó su miembro y la penetró lento hasta que entró por completo. Ambos sintieron que eran el uno para el otro en ese momento. El pretendía que sabía lo que hacía, y mientras sus movimientos eran certeros en María, sentía como su pene se iba calentando y sin que ella se diera cuenta, sus lágrimas cayeron. Por fin había sentido lo que era una relación sexual completa.
Por fin pudo darle placer a su amada, a pesar de que sabía que después de que culminara, no volvería a pasar jamás. Ella comenzó a arquearse, pidiéndole más y más, diciéndole a su boca que lo amaba, que era el mejor. Las lágrimas de Guillermo se hicieron más pesadas al unirse a su sudor frío. Estaba tan caliente que comenzaba a desmembrarse una minúscula parte del tronco, pero no le importaba, quería dárselo todo a ella. Sintió como estaba a punto de llegar al orgasmo junto a María, porque empezó a gemir delicado, brillaba con la luz de luna reflejada en su cuerpo.
Él gritó al sentir el orgasmo al mismo tiempo de ver como la mitad de su pene se abría. Ella se vino también. Guillermo la abrazó y comenzó a besarla desesperado, quería guardarlos en sus recuerdos. María le apretaba la espalda y sintiendo su cuerpo, se quedó dormida. Él se levantó, tomó sus cosas, y fue a la clínica, con el pene en las manos.
Después de eso, de Guillermo nadie sabe. Nisiquiera el cirujano. Dejó a María, con una nota que ella no supo entender: Prefiero quedar como un hijo de puta a que me recuerdes con lástima
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