Llegan al hotel alojamiento, el lugar será el paraíso y el infierno. Habrá deseo y fuego, paz y batallas, descansos y trajines.
Abren la puerta, entran la cierran y un calor inmenso les derrite las ropas, no necesitan desnudarse uno al otro. Buscan calmar tanta temperatura con un beso, mientras las manos de cada uno intentan enfriar tanta piel caliente, pero es en vano, nada sirve por ahora.
Ella, llena de deseo, y de pensamientos morbosos guardados por mucho tiempo, se arrodilla frente al ser deseado, mira, huele siente, toca el miembro ere to que tanto anhelaba, y sin pedir permiso, lo mete completo en su boca. Ahí lo mantiene a salvo, lo cuida con su lengua, lo mima, lo come, lo muerde.
El mientras tanto ruge de placer, cual bestia sometida a la lujuria más profunda.
No se sabe, sin don segundos, minutos, u horas lo que dura la chupada profunda y ardiente, porque ya no existe tiempo, ya no hay noción ni límites.
Al rato, el la deposita en la cama, y ella abre sus piernas, ofreciendo su mojado altar, su sexo infiel es dado libremente a él, su deseado, su ardiente.
El se acerca, la besa, mucho, profundo. Ella queda perdida en el calor de su boca y su lengua y mientras tanto pide, reclama, implora, ruega ser de una vez penetrada.
Desea desde lo más profundo que esa vara de carne entre en su cuerpo, así, fuerte, de una sola vez, como tanto lo pensó, lo deseó, lo soñó.
El aún no entra, primero come sus tetas, y verifica lo mojado de su seco, con sus dedos.
Ella jadea, gime, y súplica.
En un moviendo repentino, el la penetrada, desliza su miembro dentro de ella, sin resistencia, entra la cabeza y su cuerpo venoso, todo, completo, como una estocada e impiadosamente, llega muy profundo.
Ella grita, fuerte, se retuerce, gime, clava sus uñas en la espalda, y goza de esas arremetidas tan esperadas. Sus cuerpos, se prenden fuego...
Abren la puerta, entran la cierran y un calor inmenso les derrite las ropas, no necesitan desnudarse uno al otro. Buscan calmar tanta temperatura con un beso, mientras las manos de cada uno intentan enfriar tanta piel caliente, pero es en vano, nada sirve por ahora.
Ella, llena de deseo, y de pensamientos morbosos guardados por mucho tiempo, se arrodilla frente al ser deseado, mira, huele siente, toca el miembro ere to que tanto anhelaba, y sin pedir permiso, lo mete completo en su boca. Ahí lo mantiene a salvo, lo cuida con su lengua, lo mima, lo come, lo muerde.
El mientras tanto ruge de placer, cual bestia sometida a la lujuria más profunda.
No se sabe, sin don segundos, minutos, u horas lo que dura la chupada profunda y ardiente, porque ya no existe tiempo, ya no hay noción ni límites.
Al rato, el la deposita en la cama, y ella abre sus piernas, ofreciendo su mojado altar, su sexo infiel es dado libremente a él, su deseado, su ardiente.
El se acerca, la besa, mucho, profundo. Ella queda perdida en el calor de su boca y su lengua y mientras tanto pide, reclama, implora, ruega ser de una vez penetrada.
Desea desde lo más profundo que esa vara de carne entre en su cuerpo, así, fuerte, de una sola vez, como tanto lo pensó, lo deseó, lo soñó.
El aún no entra, primero come sus tetas, y verifica lo mojado de su seco, con sus dedos.
Ella jadea, gime, y súplica.
En un moviendo repentino, el la penetrada, desliza su miembro dentro de ella, sin resistencia, entra la cabeza y su cuerpo venoso, todo, completo, como una estocada e impiadosamente, llega muy profundo.
Ella grita, fuerte, se retuerce, gime, clava sus uñas en la espalda, y goza de esas arremetidas tan esperadas. Sus cuerpos, se prenden fuego...
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