Estaba excitado. Por primera vez, mi hermana vendría de visita a Buenos Aires sin mis padres. Podríamos estar tranquilos, sin que ellos intervengan en nuestra relación. Los comprendía, pero ellos jamás intentaron comprenderme a mí. Es que mi vida en Montevideo era inviable. En cambio, Buenos Aires me estimulaba. Tanto que hace ya 5 años, al cumplir los 18, decidí mudarme aquí. Me atraía la idea de que mi hermana, cuando cumpliese la mayoría de edad en dos años, siguiese mis pasos, y reconstruir parte de mi familia e identidad de este lado del río. Kiara no distaba del adolescente medio (adicta al celular, a las redes sociales, a comprar ropa), aunque mantenía su ingenuidad. La sorprendió el movimiento de la ciudad, sobre todo el nocturno. Como yo en mi adolescencia, Kiara comenzó a transformarse. Cambiaban sus gustos, sus temas de conversación, y hasta su apariencia: ahora se maquillaba y vestía prendas más sugestivas. Recuerdo lo que me incomodó ver que, además de sus bombachas blancas, comenzaba a tender en la soga nuevas tangas negras.
Nuestra madre nos llamaba casi todos los días. La entendíamos: era la primera vez que se separaba de Kiara durante los meses de verano. Pero llegó un momento en que mi hermana se hartó. Estaba creciendo. Necesitaba respirar y que no la asfixien. Salía casi todas las noches. Regresaba de madrugada. Yo confiaba en ella. Pero la vieja estaba alterada.
-No puede ser que salga todos los días, Mateo. Yo entiendo que vos sos el hermano, y que te querés hacer el amigo, pero sos más grande che, tenés que ponerle límites, no es como vos pensás.
En parte tenía razón. Pero ella no estaba con nosotros. No sabía cómo Kiara estaba madurando. Estaba de vacaciones y merecía disfrutar. Igualmente, esa parte en la que estaba acertada quedó dando vueltas por mi cabeza. No porque yo no estuviese de acuerdo en que Kiara saliese y haga su experiencia. Pero quizás un llamado de atención no estuviera mal. Una breve conversación en la que le dijese que se cuide.
Tuvimos esa charla a la noche siguiente, antes de que saliese nuevamente. Salió disparada de su habitación hacia la puerta del departamento y la llamé. Volvió sobre sus pasos revoleando los ojos y aclarándome que se le hacía tarde. La observé mientras caminaba hacia mí, y ya no se trataba de “mi hermanita que había venido de vacaciones”. Ahora tenía la figura de una mujer, realzada por su maquillaje y unas bucaneras. Pensaba en sí debajo de la minifalda de cuero negra tendría una de esas tangas del mismo color que había visto.
-Qué pasa.
-Nada-le dije mientras la abrazaba y apoyaba su cabeza en mi pecho. Cuidate mucho, ¿sí?
Era lo único que me salía decirle. Se separó de mí y me observó. Luego se rio.
-Obvio hermanito. Igual gracias por cuidarme-contestó mientras me abrazaba nuevamente y apoyaba sus gomas contra mi pecho.
Esa noche no pude dormir ni concentrarme en nada de lo que hacía. Interiormente sabía que estaba todo bien, que no tenía de que preocuparme, pero el llamado de mi vieja fue una especie de advertencia. Si la nena no es la misma cuando vuelva, andá poniendo las barbas en remojo.
Ya recostado la escuché entrar. Miré el reloj de mi mesita de luz y eran las 4.30 de la mañana. A los pocos minutos escuché como finalmente apagaba la luz del cuarto que había acondicionado para ella. Sin embargo no estaba tranquilo. Seguía incómodo. Me levanté y fui a verla. Allí estaba, durmiendo, con su culo entangado para arriba. Era embarazoso, pero también me estaba acostumbrando a la idea de que Kiari ya no era una nena, como pretendía mi madre, sino una adolescente. La observé unos segundos y me sonreí. Volví a entornar suavemente la puerta y fui hacia la cocina. Si bien estaba más calmado, seguía pensando mientras tomaba un vaso de agua. Quizás mi vieja tenía razón en que debía separarme de ella y no ser su amigo. Volví a su habitación. Seguía en la misma posición. Sigilosamente tomé el celular que le había dado mientras estuviese en Buenos Aires. Si ocultaba algo, por supuesto que tampoco se lo contaría a su hermano mayor. Pero seguramente la respuesta se encontrase en el teléfono. Fui al baño, para asegurarme que no me descubriese. Entré a la primera conversación de WhatsApp. Era con una de sus nuevas amigas. Habían salido juntas y simplemente se preguntaban cómo habían llegado. Seguí con el resto. Más amigas, algún que otro coqueteo con un flaco. Y en ese momento sí que comencé a sentirme mal de verdad. ¿Qué sentido tenía lo que estaba haciendo? ¿Qué pensaba que iba a encontrar? ¿Que se emborrachó? ¿O que se había fumado un porro? ¿O que estuvo con un pibe? Lo primordial era que se cuidase, como le había pedido. En uno de los chats con sus amigas de Montevideo envió una foto en la que estaba preciosa, como cuando había llegado. De vestir sencillo, cara lavada. Fui a la galería para ver si había más fotos de ese estilo. Mientras verificaba, vi una foto que me hizo sentir un hondo vacío en el estómago. Era una pija. Volví al Wapp para chequear de que conversación era esa imagen. La encontré. Había más fotos de la pija, pero también de mi hermana, mostrando el orto. Sabía que no podía enojarme, pero tampoco era fácil digerirlo. Comencé a leer la conversación y prácticamente eran todos audios. Sobre como cogieron, sobre cómo le había chupado la verga en un boliche, sobre como Kiara se colaba los dedos mientras hablaban. Escuchar la aniñada voz de mi hermana relatando ello prácticamente me descompuso. Mientras seguía revisando el chat, me di cuenta de que la tenía parada. ¿Cómo podía ser? Había despersonalizado a mi hermana y ahora era una cualquiera. Veía sus fotos, pero no la veía a ella. Solo veía sus nalgas, la boca con la que había chupado la pija de la foto, las manos con las que la había tocado. Me calentaba muchísimo, su maquillaje, sus tangas, sus tacos o plataformas. Mi verga estaba a punto de romper mi ropa interior. ¿Estaba mal masturbarme? Dudé por un instante, pero la excitación era mucho mayor. Comencé a masajear mi falo. Cada vez lo hacía con mayor intensidad, mientras con la otra mano pasaba las decenas de fotos de mi hermana. Al rato, golpeó la puerta del baño. El corazón me bombeaba a dos mil. Me recompuse y le dije que esperase.
-Bueno, apurate que tengo ganas de hacer pis.
El sólo escuchar esa frase llevó mi imaginación a su conchita. Comencé a arreglarme para salir y no pasar un momento incómodo. Salí y no estaba. Al instante salió de su habitación y me encaró:
- ¿Dónde está mi celular?
Yo lo tenía a mis espaldas.
- ¿Y yo qué sé? -le respondí, mientras miraba sus pequeños pies de uñas pintadas, sus muslos generosos y esa tanga negra que tan loco me volvía.
-Lo dejé cargando-me dijo con los brazos en jarra, desafiante.
-Estás confundida. Andá al baño y después lo buscamos.
Me dirigió una mirada furiosa. Entró al baño, cerró la puerta y caminé rápidamente a su habitación. Lo dejaría bajo la cama, dando a entender que se desconectó. Pero ella fue más rápida.
- ¿Qué hacés? ¿No era que no sabías dónde estaba?
No podía reaccionar.
- ¿Por qué tenés mi celular? ¿Para qué lo querés? -me increpaba.
De repente me iluminé.
-Primero que todo, es MI celular. Estaba buscando unas fotos en el que estoy usando ahora. Y me acordé de que estaban en este que te di a vos.
La cara de Kiari se relajó. Pero igualmente volvió a la carga.
- ¿No podías esperar a mañana? Se que es tu celular, pero ahora me lo prestaste.
-Sí, tenés razón. Disculpame. Es que eran fotos personales.
-Ah. ¿Qué fotos? ¿Qué andás haciendo Mati? Jaja-me contestó y rio. Su cinismo me exasperaba.
-Personales, Kiari. Íntimas.
-Jaja, bueno, tampoco es para que te pongas así.
Me sentía incómodo. Estábamos yendo muy lejos.
- ¿Te puedo hacer una pregunta? -lanzó.
-Sí, obvio-le respondí fingiendo calma.
- ¿Viste algo en el celular que te haya enojado?
-No, ¿por?
-¿Seguro?
-Jaja, sí. Igual, si me preguntás, es porque hay algo en el celular que me puede enojar, jaja.
-Jaja, no. O sea, no es algo que te pueda enojar. Pero es algo que me da… vergüenza.
-Tranqui que no vi nada. Pero ahora quiero saber, jaja.
-Nada… No te enojes. Conocí un chico, y nos mandamos fotos zarpadas por WhatsApp.
-Jaja. No me enojo. Cuidate nada más, como te dije ayer.
-Sí-respondió compungida. Te amo, sos el mejor hermano del mundo-dijo mientras se tiraba para abrazarme y darme besos en las mejillas. ¿Qué pasaría si le confesaba la verdad? ¿Estaría bien pasar esa barrera? Otra vez la excitación fue más fuerte.
- ¿Qué pensás si te digo que sí vi las fotos? La cara de mi hermana se transformó.
-Dale boludo. Me muero.
- ¿Por? Es normal. No tengas vergüenza. Somos hermanos. Tranqui.
Ella no reaccionaba. Estaba visiblemente avergonzada. La abracé, mientras le daba besos en la frente.
-Ya te dije, lo único que me importa es que te cuides. Y que te cuiden. ¿Fue así?
-Sí…
-Perfecto entonces.
Salimos de la habitación hacia la cocina. Afuera ya estaba amaneciendo. Mientras preparábamos unos mates, de la nada, comenzó a contarme su experiencia. Que fue su primera vez. Que estaba muy nerviosa, pero que el chico la hizo sentir muy cómoda siempre. Escuchar eso me reconfortó muchísimo. Seguí jugando con los límites. Le pregunté dónde lo habían hecho. Si en la casa de él, en un telo o dónde. Si la había penetrado. Si lo había hecho vaginal y/o analmente. Si habían practicado sexo oral. Ella respondía sin pudor, y yo no hacía más que excitarme, mirar sus pechos bajo su ajustada remera, su entrepierna, sus piernas, sus pies…
-Ahora te toca a vos. ¿Qué fotos andás escondiendo, hermano? Jaja.
-Jaja, ningunas Kiari.
- ¿Vos también andás mandando fotos de tu pija? Como son los tipos eh, unos perversos, jaja.
-Jaja, bien que después se hacen la paja ustedes, jaja.
- ¿¿Cómo es eso bro?? ¿¿Anduviste escuchando algo??-dijo entre risas algo nerviosas.
-Nada. ¿¿Pisaste el palito, hermanita?? Jaja.
-Boludo, jaja. Igual vos ya dijiste que es normal, así que no tengo de que avergonzarme.
-Obvio Kiari.
-Calculo que vos también te pajearías si te mandan una foto así zarpada.
-Es una posibilidad.
-Ay, ¡que serio! ¿Te pajeás o no?
Sentí que la charla ya estaba fuera de cauce. Quería pelar mi verga ahí y masturbarme.
-Kiari, ya fue. Estamos haciendo cualquiera.
- ¿Eh? Cualquiera flasheás vos. Estamos hablando de algo normal, ¿o no?
-Sí, pero para mí no está bueno.
-Ay, dale bro, cuando me preguntaste si me habían roto el culo sí estaba bueno, ¿no?, jaja.
-Dale Kiara, empezá a bajar un cambio, te lo pregunté para saber si te habías cuidado o no.
-Dale vos Mati, ¿te pensás que soy boluda? Soy pendeja, nada más. ¿Te pensás que no sé lo que estabas haciendo en el baño con el celular? Pajero.
Mi cara hervía de vergüenza.
- ¿Te ayudo? -me espetó, bien cerca de mi cara.
Acto seguido se arrodilló, bajó mi calzoncillo blanco y comenzó a mamar mi verga. Sentí que estaba por enloquecer. La ética me decía que la aparte, el deseo que la alimente con mi pedazo de carne. Mientras, ella seguía chupando, limpiando mi cabeza, rellenando sus mejillas, humectando sus labios. Adoraba sentir sus pequeñas manos intentando asir toda mi pija. De a poco, comenzó a lanzar gemidos. Veía las plantas de sus pies, sus gemelos entrenados, manoseaba su culo, jugaba con el hilo de su tanga hasta tocar su vagina. Chorreaba. Comencé a apretar su cabeza contra mi poronga, le compartí mis huevos, los succionaba, deposité todo mi órgano en su cara.
-Que hermosa puta resultaste ser, hermanita.
-Sí Mati, re puta, sólo para vos bro.
- ¿Querés que te coja, Kiari?
-Sí, por favor.
La levanté, la apoyé contra la mesada de la cocina, de espaldas a mí, dándome una perfecta visión de su maravilloso ojete. Corrí su preciada tanga negra y embestí mi falo de piedra contra su conchita virginal. Kiari comenzó a mezclar agudos jadeos con gritos de dolor. Me encorvé sobre ella abrazando todo su pequeño cuerpo y masajeando su clítoris con mi dedo mayor. Luego de unos minutos, sus expresiones ya eran de puro placer, sus fantásticas humedades ya habían facilitado bestialmente la penetración.
- ¿Te gusta hermana?
-Ay, sí Mati. Voy a acabar. Haceme acabar.
-Sí, hermanita-respondí, mientras acariciaba su cabeza.
Comencé a pasar mis manos por todo su cuerpo transpirado, jadeaba cerca de su oído, apretaba sus tetas, la penetraba rítmica y profundamente, seguía acariciando su clítoris con firmeza.
-Ay, sí, acabo, acabo, acabo…
Kiara acabó con una serie de jadeos profundos, naturales, humanos, primitivos. Sus piernas temblaban y ya no podían sostenerse. Se desencastró de mí y se sentó en el suelo. Su cara estaba roja de éxtasis. Se sonrió.
-Que cogida me pegaste Mati, como acabé.
De pie, puse nuevamente mi verga en su boca. Ella peteaba lentamente, como drogada. Mientras, yo le confesaba como me excitaba, sus pies, sus uñas pintaditas, sus muslos, su tanga negra, su orto, sus pechos adolescentes, su boca, sus dientes perfectos, sus ojos verdes y claros, su pelo largo y negro. Le confesé cómo había hurtado su celular, cómo había comenzado a pajearme con sus fotos y audios. La puse en cuatro, la hacía tragar toda mi pija, mientras amasaba su culo.
Finalmente, la di vuelta y plastifiqué todo ese ojete. Ella apoyó su cabeza en el suelo, y con sus manos comenzó a esparcir toda mi leche en sus nalgas, embadurnándolas como si fuese una crema corporal.
-Que puta hermosa resultaste ser hermanita querida.
-Sí Mati, muy puta, jaja, sólo para el pajero de mi hermanito.
Nuestra madre nos llamaba casi todos los días. La entendíamos: era la primera vez que se separaba de Kiara durante los meses de verano. Pero llegó un momento en que mi hermana se hartó. Estaba creciendo. Necesitaba respirar y que no la asfixien. Salía casi todas las noches. Regresaba de madrugada. Yo confiaba en ella. Pero la vieja estaba alterada.
-No puede ser que salga todos los días, Mateo. Yo entiendo que vos sos el hermano, y que te querés hacer el amigo, pero sos más grande che, tenés que ponerle límites, no es como vos pensás.
En parte tenía razón. Pero ella no estaba con nosotros. No sabía cómo Kiara estaba madurando. Estaba de vacaciones y merecía disfrutar. Igualmente, esa parte en la que estaba acertada quedó dando vueltas por mi cabeza. No porque yo no estuviese de acuerdo en que Kiara saliese y haga su experiencia. Pero quizás un llamado de atención no estuviera mal. Una breve conversación en la que le dijese que se cuide.
Tuvimos esa charla a la noche siguiente, antes de que saliese nuevamente. Salió disparada de su habitación hacia la puerta del departamento y la llamé. Volvió sobre sus pasos revoleando los ojos y aclarándome que se le hacía tarde. La observé mientras caminaba hacia mí, y ya no se trataba de “mi hermanita que había venido de vacaciones”. Ahora tenía la figura de una mujer, realzada por su maquillaje y unas bucaneras. Pensaba en sí debajo de la minifalda de cuero negra tendría una de esas tangas del mismo color que había visto.
-Qué pasa.
-Nada-le dije mientras la abrazaba y apoyaba su cabeza en mi pecho. Cuidate mucho, ¿sí?
Era lo único que me salía decirle. Se separó de mí y me observó. Luego se rio.
-Obvio hermanito. Igual gracias por cuidarme-contestó mientras me abrazaba nuevamente y apoyaba sus gomas contra mi pecho.
Esa noche no pude dormir ni concentrarme en nada de lo que hacía. Interiormente sabía que estaba todo bien, que no tenía de que preocuparme, pero el llamado de mi vieja fue una especie de advertencia. Si la nena no es la misma cuando vuelva, andá poniendo las barbas en remojo.
Ya recostado la escuché entrar. Miré el reloj de mi mesita de luz y eran las 4.30 de la mañana. A los pocos minutos escuché como finalmente apagaba la luz del cuarto que había acondicionado para ella. Sin embargo no estaba tranquilo. Seguía incómodo. Me levanté y fui a verla. Allí estaba, durmiendo, con su culo entangado para arriba. Era embarazoso, pero también me estaba acostumbrando a la idea de que Kiari ya no era una nena, como pretendía mi madre, sino una adolescente. La observé unos segundos y me sonreí. Volví a entornar suavemente la puerta y fui hacia la cocina. Si bien estaba más calmado, seguía pensando mientras tomaba un vaso de agua. Quizás mi vieja tenía razón en que debía separarme de ella y no ser su amigo. Volví a su habitación. Seguía en la misma posición. Sigilosamente tomé el celular que le había dado mientras estuviese en Buenos Aires. Si ocultaba algo, por supuesto que tampoco se lo contaría a su hermano mayor. Pero seguramente la respuesta se encontrase en el teléfono. Fui al baño, para asegurarme que no me descubriese. Entré a la primera conversación de WhatsApp. Era con una de sus nuevas amigas. Habían salido juntas y simplemente se preguntaban cómo habían llegado. Seguí con el resto. Más amigas, algún que otro coqueteo con un flaco. Y en ese momento sí que comencé a sentirme mal de verdad. ¿Qué sentido tenía lo que estaba haciendo? ¿Qué pensaba que iba a encontrar? ¿Que se emborrachó? ¿O que se había fumado un porro? ¿O que estuvo con un pibe? Lo primordial era que se cuidase, como le había pedido. En uno de los chats con sus amigas de Montevideo envió una foto en la que estaba preciosa, como cuando había llegado. De vestir sencillo, cara lavada. Fui a la galería para ver si había más fotos de ese estilo. Mientras verificaba, vi una foto que me hizo sentir un hondo vacío en el estómago. Era una pija. Volví al Wapp para chequear de que conversación era esa imagen. La encontré. Había más fotos de la pija, pero también de mi hermana, mostrando el orto. Sabía que no podía enojarme, pero tampoco era fácil digerirlo. Comencé a leer la conversación y prácticamente eran todos audios. Sobre como cogieron, sobre cómo le había chupado la verga en un boliche, sobre como Kiara se colaba los dedos mientras hablaban. Escuchar la aniñada voz de mi hermana relatando ello prácticamente me descompuso. Mientras seguía revisando el chat, me di cuenta de que la tenía parada. ¿Cómo podía ser? Había despersonalizado a mi hermana y ahora era una cualquiera. Veía sus fotos, pero no la veía a ella. Solo veía sus nalgas, la boca con la que había chupado la pija de la foto, las manos con las que la había tocado. Me calentaba muchísimo, su maquillaje, sus tangas, sus tacos o plataformas. Mi verga estaba a punto de romper mi ropa interior. ¿Estaba mal masturbarme? Dudé por un instante, pero la excitación era mucho mayor. Comencé a masajear mi falo. Cada vez lo hacía con mayor intensidad, mientras con la otra mano pasaba las decenas de fotos de mi hermana. Al rato, golpeó la puerta del baño. El corazón me bombeaba a dos mil. Me recompuse y le dije que esperase.
-Bueno, apurate que tengo ganas de hacer pis.
El sólo escuchar esa frase llevó mi imaginación a su conchita. Comencé a arreglarme para salir y no pasar un momento incómodo. Salí y no estaba. Al instante salió de su habitación y me encaró:
- ¿Dónde está mi celular?
Yo lo tenía a mis espaldas.
- ¿Y yo qué sé? -le respondí, mientras miraba sus pequeños pies de uñas pintadas, sus muslos generosos y esa tanga negra que tan loco me volvía.
-Lo dejé cargando-me dijo con los brazos en jarra, desafiante.
-Estás confundida. Andá al baño y después lo buscamos.
Me dirigió una mirada furiosa. Entró al baño, cerró la puerta y caminé rápidamente a su habitación. Lo dejaría bajo la cama, dando a entender que se desconectó. Pero ella fue más rápida.
- ¿Qué hacés? ¿No era que no sabías dónde estaba?
No podía reaccionar.
- ¿Por qué tenés mi celular? ¿Para qué lo querés? -me increpaba.
De repente me iluminé.
-Primero que todo, es MI celular. Estaba buscando unas fotos en el que estoy usando ahora. Y me acordé de que estaban en este que te di a vos.
La cara de Kiari se relajó. Pero igualmente volvió a la carga.
- ¿No podías esperar a mañana? Se que es tu celular, pero ahora me lo prestaste.
-Sí, tenés razón. Disculpame. Es que eran fotos personales.
-Ah. ¿Qué fotos? ¿Qué andás haciendo Mati? Jaja-me contestó y rio. Su cinismo me exasperaba.
-Personales, Kiari. Íntimas.
-Jaja, bueno, tampoco es para que te pongas así.
Me sentía incómodo. Estábamos yendo muy lejos.
- ¿Te puedo hacer una pregunta? -lanzó.
-Sí, obvio-le respondí fingiendo calma.
- ¿Viste algo en el celular que te haya enojado?
-No, ¿por?
-¿Seguro?
-Jaja, sí. Igual, si me preguntás, es porque hay algo en el celular que me puede enojar, jaja.
-Jaja, no. O sea, no es algo que te pueda enojar. Pero es algo que me da… vergüenza.
-Tranqui que no vi nada. Pero ahora quiero saber, jaja.
-Nada… No te enojes. Conocí un chico, y nos mandamos fotos zarpadas por WhatsApp.
-Jaja. No me enojo. Cuidate nada más, como te dije ayer.
-Sí-respondió compungida. Te amo, sos el mejor hermano del mundo-dijo mientras se tiraba para abrazarme y darme besos en las mejillas. ¿Qué pasaría si le confesaba la verdad? ¿Estaría bien pasar esa barrera? Otra vez la excitación fue más fuerte.
- ¿Qué pensás si te digo que sí vi las fotos? La cara de mi hermana se transformó.
-Dale boludo. Me muero.
- ¿Por? Es normal. No tengas vergüenza. Somos hermanos. Tranqui.
Ella no reaccionaba. Estaba visiblemente avergonzada. La abracé, mientras le daba besos en la frente.
-Ya te dije, lo único que me importa es que te cuides. Y que te cuiden. ¿Fue así?
-Sí…
-Perfecto entonces.
Salimos de la habitación hacia la cocina. Afuera ya estaba amaneciendo. Mientras preparábamos unos mates, de la nada, comenzó a contarme su experiencia. Que fue su primera vez. Que estaba muy nerviosa, pero que el chico la hizo sentir muy cómoda siempre. Escuchar eso me reconfortó muchísimo. Seguí jugando con los límites. Le pregunté dónde lo habían hecho. Si en la casa de él, en un telo o dónde. Si la había penetrado. Si lo había hecho vaginal y/o analmente. Si habían practicado sexo oral. Ella respondía sin pudor, y yo no hacía más que excitarme, mirar sus pechos bajo su ajustada remera, su entrepierna, sus piernas, sus pies…
-Ahora te toca a vos. ¿Qué fotos andás escondiendo, hermano? Jaja.
-Jaja, ningunas Kiari.
- ¿Vos también andás mandando fotos de tu pija? Como son los tipos eh, unos perversos, jaja.
-Jaja, bien que después se hacen la paja ustedes, jaja.
- ¿¿Cómo es eso bro?? ¿¿Anduviste escuchando algo??-dijo entre risas algo nerviosas.
-Nada. ¿¿Pisaste el palito, hermanita?? Jaja.
-Boludo, jaja. Igual vos ya dijiste que es normal, así que no tengo de que avergonzarme.
-Obvio Kiari.
-Calculo que vos también te pajearías si te mandan una foto así zarpada.
-Es una posibilidad.
-Ay, ¡que serio! ¿Te pajeás o no?
Sentí que la charla ya estaba fuera de cauce. Quería pelar mi verga ahí y masturbarme.
-Kiari, ya fue. Estamos haciendo cualquiera.
- ¿Eh? Cualquiera flasheás vos. Estamos hablando de algo normal, ¿o no?
-Sí, pero para mí no está bueno.
-Ay, dale bro, cuando me preguntaste si me habían roto el culo sí estaba bueno, ¿no?, jaja.
-Dale Kiara, empezá a bajar un cambio, te lo pregunté para saber si te habías cuidado o no.
-Dale vos Mati, ¿te pensás que soy boluda? Soy pendeja, nada más. ¿Te pensás que no sé lo que estabas haciendo en el baño con el celular? Pajero.
Mi cara hervía de vergüenza.
- ¿Te ayudo? -me espetó, bien cerca de mi cara.
Acto seguido se arrodilló, bajó mi calzoncillo blanco y comenzó a mamar mi verga. Sentí que estaba por enloquecer. La ética me decía que la aparte, el deseo que la alimente con mi pedazo de carne. Mientras, ella seguía chupando, limpiando mi cabeza, rellenando sus mejillas, humectando sus labios. Adoraba sentir sus pequeñas manos intentando asir toda mi pija. De a poco, comenzó a lanzar gemidos. Veía las plantas de sus pies, sus gemelos entrenados, manoseaba su culo, jugaba con el hilo de su tanga hasta tocar su vagina. Chorreaba. Comencé a apretar su cabeza contra mi poronga, le compartí mis huevos, los succionaba, deposité todo mi órgano en su cara.
-Que hermosa puta resultaste ser, hermanita.
-Sí Mati, re puta, sólo para vos bro.
- ¿Querés que te coja, Kiari?
-Sí, por favor.
La levanté, la apoyé contra la mesada de la cocina, de espaldas a mí, dándome una perfecta visión de su maravilloso ojete. Corrí su preciada tanga negra y embestí mi falo de piedra contra su conchita virginal. Kiari comenzó a mezclar agudos jadeos con gritos de dolor. Me encorvé sobre ella abrazando todo su pequeño cuerpo y masajeando su clítoris con mi dedo mayor. Luego de unos minutos, sus expresiones ya eran de puro placer, sus fantásticas humedades ya habían facilitado bestialmente la penetración.
- ¿Te gusta hermana?
-Ay, sí Mati. Voy a acabar. Haceme acabar.
-Sí, hermanita-respondí, mientras acariciaba su cabeza.
Comencé a pasar mis manos por todo su cuerpo transpirado, jadeaba cerca de su oído, apretaba sus tetas, la penetraba rítmica y profundamente, seguía acariciando su clítoris con firmeza.
-Ay, sí, acabo, acabo, acabo…
Kiara acabó con una serie de jadeos profundos, naturales, humanos, primitivos. Sus piernas temblaban y ya no podían sostenerse. Se desencastró de mí y se sentó en el suelo. Su cara estaba roja de éxtasis. Se sonrió.
-Que cogida me pegaste Mati, como acabé.
De pie, puse nuevamente mi verga en su boca. Ella peteaba lentamente, como drogada. Mientras, yo le confesaba como me excitaba, sus pies, sus uñas pintaditas, sus muslos, su tanga negra, su orto, sus pechos adolescentes, su boca, sus dientes perfectos, sus ojos verdes y claros, su pelo largo y negro. Le confesé cómo había hurtado su celular, cómo había comenzado a pajearme con sus fotos y audios. La puse en cuatro, la hacía tragar toda mi pija, mientras amasaba su culo.
Finalmente, la di vuelta y plastifiqué todo ese ojete. Ella apoyó su cabeza en el suelo, y con sus manos comenzó a esparcir toda mi leche en sus nalgas, embadurnándolas como si fuese una crema corporal.
-Que puta hermosa resultaste ser hermanita querida.
-Sí Mati, muy puta, jaja, sólo para el pajero de mi hermanito.
6 comentarios - Sister