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Tarde prohibida con la hermanita

(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)

Este es uno de esos relatos que os encanta leer pero no me enorgullezco de contar. Una de esas historias de una cálida tarde de verano. Leire es mi hermanita menor. Una de esas chicas que vuelven loco a sus compañeros de clase, que deben pensar que ella les haría maravillas en la cama, pero que en realidad carece de experiencias sexuales con otras personas.

De pelo castaño claro, ojos azules, y una expresión de perpetua inocencia. Nos solíamos llevar bien, aunque muchas veces cuando nos quedábamos solos en el salón no sabía de qué hablar con ella. Social y personalmente vivíamos en mundos muy diferentes.

“Oye, baja eso”, le dije aquella tarde cuando estábamos tumbados en los sofás. Yo intentaba ver una película y ella tenía puesto YouTube o videos de InstaGram en el móvil o algo por el estilo.

“Perdona. Estaba viendo el último concierto de… madre mía, qué bueno está”

“Suena como el culo. ¿Te gusta su música o te gusta su físico?”

“Por lo segundo me gusta lo primero”, rió ella.

Me giré a mirarla y carraspeé.

“Te podrías cortar un poco delante de mí, ¿no crees, Leire?”

“¿Por qué lo dices”

“Porque estás en bragas, por ejemplo”.

Y era así. Mi hermanita estaba con apenas una camiseta de manga corta y las braguitas. Nada más. Y aunque hacía calor, delante de otra persona a mi no se me ocurriría ir en gallumbos.

“Tú estás en ese sofá y yo en este. Tú estás delante. Si me has visto es porque te has girado”, dijo mientras volvía a mirar su teléfono. “¿No te gustan las piernas de tu hermana?”

“Qué tonterías dices”

Volví a mi película y en ese momento Leire se levantó y se sentó a mi lado. Me recogí con un gruñido. Teníamos espacio, joder, ¿por qué se me sentaba al lado? Me agarró una mano y la dejó caer sobre su pierna.

“¿Qué haces?”

“Son suaves, ¿verdad?” preguntó. “Vamos, toca. No tiene nada de malo que me acaricies las piernas”.

Eso era cierto. Comprobé que efectivamente tenía las piernas realmente suaves. Y muy bonitas sea todo dicho. Me quedé unos momentos por su muslo y fui a quitar la mano.

“No… por favor, sigue. Me gusta”.

“A ver si te vas a poner tontorrona”, bromeé.

“No digas tonterías”

Sonreí y seguí acariciando su muslo. Me distraje un rato viendo la película y olvidé que mi mano estaba en la pierna de mi hermana. Tanto fue así que me asusté cuando de pronto la escuché suspirar. Fue un suspiro grande y largo. Miré hacia ella. Y me horroricé. Mi mano había ido subiendo por la pierna de mi hermana y ahora estaba muy próxima a sus braguitas. Cerca de su vagina.

“Perdón”, dije, retirando la mano, pero ella me la retuvo.

“No he dicho que me molestes…”

“Leire…”

“Tenías razón… estoy tontorrona… mira cómo me has puesto”

Y condujo mi mano a su sexo. Tenía las braguitas totalmente empapadas. Jugos vaginales… me sentí asqueado conmigo mismo. Pero Leire seguía mirándome con tono de inocencia.

“Ven, porfa…”, me pidió. Caminamos a su habitación. Tenía la cama deshecha. Se sentó en el colchón y me invitó a hacer lo mismo. “Si me llego a quedar en ese sofá lo habría dejado empapado y no quiero que mamá se entere”.

“Lo siento, de verdad, no quería pasarme”.

“¿Por qué lo sientes? Es muy agradable que alguien te toque. Por eso me he puesto así”.

“¿Nunca te habían tocado?” pregunté. “¿Ni siquiera las piernas?”

“Claro que no. A mi, que me digan “ven aquí, ojazos, que te como to’l coño” no me gusta mucho, la verdad. Y así es como suelen ligar mis compañeros”.

“Y yo que pensaba que eso se dejaba al superar el instituto”

“Pues no, hermanito. Me he reservado incluso después de mi último cumpleaños”, dijo, pues había cumplido los 18 a principios de año.

“Vaya”.

“Pero me pregunto lo que me he estado perdiendo. Y si me ha gustado que me tocaras la pierna… el resto de mi cuerpo debe sentirse genial”

“Sí, la sexualidad es algo maravilloso… así que te voy a dejar aquí, cerrando la puerta, y podrás experimentar con tu cuerpo”.

“Por ejemplo, ¿como?”, me preguntó.

La miré. Y esta vez su expresión inocente no me lo pareció tanto.

“Sabes de lo que hablo”.

“Claro, tonto. Masturbarme. Tú lo haces, ¿verdad?”. Carraspeé. Me puse colorado. “Te he visto, ¿sabes? Hace unas noches quería entrar a pedirte algo, pero me detuve. Estabas mirando porno en el ordenador y… con tu mano en el pene”.

“¡Leire! Por favor, para”, dije, muerto de la vergüenza.

“¿Puedes hacerlo delante de mi? Porfa, hermanito”, dijo, y me rodeó el cuello con los brazos seductoramente. “Seguro que verte me anima a probar. Y si me ves podrías animarte…”

“Esto está mal, Leire…”

“¿Por qué? No te estoy pidiendo que me toques. Eso estaría mal, ¿verdad? Pero darse placer está bien, ¿verdad?”

No podía negar ese argumento, aunque fuera en un contexto tan prohibido. Mi hermanita se echó hacia atrás para dejarme hueco en su cama. Yo dudé. No debía hacerlo. Estaba mal.

Pero se me olvidó esa parte de la moral cuando la vi quitándose las braguitas. Muy lentamente. Permitiendome verle absolutamente to-do. Su vagina rosadita ligeramente húmeda. Se quitó también la camiseta, bajo la cual no había ningún sujetador. Estaba totalmente desnuda delante de mi.

“Qué a gusto se está así con este calor”, me dijo. “Seguro que te sentaría bien ponerte así…”

“No juegues conmigo, Leire”, le advertí. “Voy a hacerte caso, pero no hagamos tonterías, ¿vale?”

“Vale”, respondió con una cálida sonrisa.

Me quité el pantalón con cuidado. No me enorgullece decir que ya tenía una erección. Era difícil no tenerla con esa imagen delante de mí. Me quité el boxer, liberando mi pene. Me dio un poco de miedo ver cómo Leire se acercaba a vermelo de cerca.

“¿Te importa si te lo miro mientras te quitas la camiseta?”

Me la quité rápido para evitar esa incómoda situación y Leire cumplió. Volvió a retroceder y se tendió en la cama con las piernas extendidas. Su mano ya estaba cerca de su intimidad.

“Vamos, hermano. Quiero verte”.

Me recliné también en el sofá y empecé a masturbarme. Vi que Leire también probaba tocarse. La otra mano subió a uno de sus pechos y empezó a darse mucho placer. Sonreí al verla así pero levanté la mirada. Mejor no excitarme mucho con la imagen de mi hermana.

“¡Ay!”

Mi hermana había apoyado los codos sobre mis piernas y me hacía daño. Parecía muy enfadada cuando me miró.

“No. No quiero que te toques sin más. Quiero que me mires. Quiero que pasemos un buen rato así. Quiero que nos masturbemos mirándonos a los ojos”.

“Estás loca…”

“Puede ser. Pero ¿me vas a negar esa petición? ¿Es que crees que tu hermana no es lo bastante sexy?”

“Sí que lo eres, Leire. Por eso. Me da miedo no poder controlarme”.

“Tranquilo. Me fio de ti. Me has hecho sentir bie. Y quiero que terminemos de sentirnos bien juntos”

Acepté su petición. Volvimos a colocarnos y reanudamos nuestras masturbaciones. Esta vez no aparté la mirada. Sujeté mi falo con ganas y deslicé la mano arriba y abajo mientras miraba a mi hermana. Podía ver sus dedos escurriéndose entre sus labios vaginales, escuchar sus gemidos, su cuerpo temblando por el placer. Sus gemidos, sus jadeos. Su otra mano seguía ocupándose de una de sus tetas, acariciándose y apretándose ese rozado pezón.

Nuestras miradas se cruzaron y sonreímos con complicidad. Podíamos jugar a eso sin problemas. Aunque el problema se me acercaba poco a poco. Estaba excitado y por tanto iba a eyacular. Miré alrededor. No había papel.

“Tranquilo, hermanito. Voy a echar las sábanas a lavar, así que termina donde puedas”, me ofreció mi hermanita. Ella aceleró el movimiento de su mano y finalmente acabó. Satisfecha, se quedó reclinada para verme con atención.

Y en ese momento acabé. Estallé en un poderoso orgasmo que no solo acabó sobre las sábanas, sino… el vientre de mi hermana quedó impregnado por mi semilla.

“Vaya… sí que te has quedado a gusto”, rió Leire. “No te preocupes. Voy a limpiarme y no habrá pasado nada”.

Me levanté. Ya habíamos hecho bastantes tonterías esa tarde. O eso pensaba yo. Antes de ir a ponerme el boxer Leire gateó hacia mi y me dio un ligero beso… en el glande, de donde aún me goteaba una pequeña cantidad de semen. Me aparté pero ella me miró con una sonrisa. Se relamió.

“Perdona. Tenía curiosidad. Voy a lavarme, ¿vale?”

Asentí, pero salí de su habitación antes que ella. Me fui con la ropa en la mano y me quedé pensando en lo que había hecho. Estaba mal, pero no me estaban dando remordimientos. Bueno. Sólo eso último que Leire había hecho. De pronto llamó a la puerta de mi habitación.

“He terminado en el baño, por si quieres entrar…”, dijo Leire.

“Sí… creo que voy a darme un baño. Gracias”

“¿Me espero a que llenes la bañera para poner la lavadora”.

“Sí, por favor”.

Nada. Como si no hubiéramos hecho nada. Mejor. Aquello había tenido su punto final. Me fui al baño y llené la bañera con agua tibia. Por lo menos ahí me podría relajar. No me molesté en llenar todo el recipiente. Me metí en la bañera y cerré los ojos.

Cuando más relajado estaba y a punto de dormirme, algo me despertó. Abrí los ojos, alarmado. Leire estaba ahí. Y su mano sobre mi pene. Seguía completamente desnuda.

“¿Qué haces?”

“No me podía quedar así. Con ganas de más, hermanito. Creo que es tontería resistirse…”

“¿Resistirse a qué?”

Y pasó una pierna por encima de la bañera. Luego introdujo la otra. Se tumbó encima de mi. Su mano seguía sobre mi entrepierna. Y besó mis labios. Diablos, no me esperaba que sus labios tuvieran sabor a fresa. Empezó a masturbarme despacio. Quise resistirme pero sólo al principio. Me dejé llevar por su beso. Empezamos a girar por la bañera hasta que poco a poco fui quedando encima de ella.

“Eso es. Así me gusta”, dijo pícaramente.

“Tengo que pararme…”

“No. Tenemos que hacerlo. Tú quieres. Y yo también quiero”

“¿Y cómo sabes que quiero?”, pregunté en un jadeo. Era mi última oportunidad para resistirme a no hacer algo de lo que me pudiera arrepentir.

“Porque no has salido de la bañera”, respondió tranquilamente con una sonrisa.

Y tenía razón. Seguía ahí con ella. Recuerdo que levanté sus piernas suavemente, separándolas despacio. Las dejé sobre el borde de la bañera, quedando totalmente expuesta hacia mi. Pero parecía estarlo disfrutando. Me situé entre sus piernas, con mi glande apoyado en su rajita. Levanté sus nalgas, y no hubo vuelta atrás.

Estaba completamente dentro de Leire. La vi cerrar los ojos mientras nos uníamos en uno. Se mordió el labio inferior. Disfrutaba de lo que hacíamos. Los volvió a abrir cuando estuvimos perfectamente unidos. Sonrió al mirarnos.

“¿No vas a moverte? Se ha sentido… genial… así…”, no pudo continuar porque había empezado a embestirla. Muy lentamente al principio. Sonreía. Yo también sonreía. Mi hermanita estaba totalmente sometida a mis movimientos.

La sujeté por las nalgas y empujé con mayor suavidad dentro de su rajita. Se sentía increíble. Estaba muy apretadida Leire. Se había estado tocando hacía poco, pero igualmente mi pene se tenía que abrir paso dentro de ella, y eso me ponía a mil.

“¿Te gusta, nena?”, pregunté en un tono de macarra que no me conocía.

“Sí… le gusta mucho a tu nena…”, gimió. “Tu nena lo quiere todo…”

El agua no llegaba a cubrir los pechos de mi hermanita, así que aproveché para probarlos con la lengua. Ese sabor prohibido me volvió loco. Y también a ella, pues su respiración se agitaba, víctima del doble placer al que la estaba sometiendo. Apoyó su mano sobre mi cabeza, invitándome a comerle las tetas tanto como quisiera. Tenía un cuerpo de escándalo y esta tarde estaba siendo todo mío.

Se me ocurrió otra forma de torturarla. Acaricié sus labios con mi dedo índice. Los separé ligeramente. Tenía los dientes separados, de forma que seguí introduciéndole mi dedito mientras no cesaba de acometerla. Entonces cerró los labios alrededor de mi dedo y empezó a succionarlo lentamente. Me lo lamió, jugó con su lengua, hizo ruidos muy obscenos que me excitaron mucho.

Mierda… me excita mucho…, pensé, víctima de mi propia trampa. Intenté concentrarme en penetrarla pero era difícil. Mi hermanita había convertido mi dedo en un juguete guarro. Se nos fue de las manos nuestra propia excitación. Aceleré el ritmo, un poco más rápido de lo que me gustaría. Al principio me apetecía estirar aquella sesión de sexo tanto como pudiera, pero mi cuerpo me exigía correrme.

“Acabo… Leire, voy a acabar…”

“Aguanta un poco… yo también voy a irme…”, me dijo ella, liberando mi dedo en ese momento. “Por favor… será genial…”

Contuve un poco mis embestidas hasta que no pude más. Justo en el momento en que mi cuerpo soltaba mi carga de semen, las piernas de Leire se cerraron a mi espalda. La seguí penetrando por unos momentos mientras vaciaba toda mi carga dentro de ella.

Salí de su cuerpo y nos miramos. Sonrientes y satisfechos al principio. Luego fui realmente consciente de lo que había pasado. Me quedé serio. Vaciamos la bañera y Leire me acompañó a mi habitación. Seguíamos desnudos, pero yo quería vestirme.

“No me mires así… Me ha gustado mucho”.

“Leire… me he corrido dentro de tí…”

“Tomo la píldora desde hace un año”, me dijo, quitándome un peso de encima. “Jamás me habría arriesgado a tener un susto. Y menos… con mi primera vez”.

Se me cayó el alma a los pies.

“... Me estás vacilando”.

Negó con la cabeza.

“Has sido el primero, hermanito. Y me alegro mucho”, añadió con una sonrisa. “No te sientas mal. Yo quería hacerlo con alguien especial, no con esos gilipollas que tengo por compañeros de clase. ¿Y quién mejor que tú?”

“Pero…”

“Ssssssh”, dijo, poniéndome un dedo en los labios. “Sólo dime si te ha gustado”, me pidió. No pude mentir. Asentí con la cabeza, y entonces sonrió. “Pues así es como lo quería. Consentido y disfrutando. Los dos”.

Me dio un suave beso en los labios y luego me dejó sólo en mi cuarto. Mi cabeza me daba unas pocas vueltas. Desvirgar a mi hermana… se había sentido demasiado bien.

Nuestra madre no tardó mucho en llegar y (ya vestidos) estuvimos con ella mientras se desahogaba del día de mierda que había tenido en el trabajo. Luego Leire se ofreció para prepararnos la cena y nos sirvió unos filetes a la plancha que me sentaron muy bien.

Me preocupaba que durante la cena el comportamiento de Leire nos delatase, pero al contrario. De hecho fui yo quien tuvo que tener cuidado de disimular, ya que mamá me preguntó un par de veces si me pasaba algo.

Luego estuvimos un rato viendo la tele en comuna antes de irnos a dormir. Me despedí de ellas y me fui a mi habitación. Me aseguré de dejar la puerta entreabierta, ya que iba a ver un poco de porno en el ordenador, pero si se acercaba alguien por mi habitación quería escucharlo.

Mi precaución fue del todo insuficiente. Había buscado un video de Amarna Miller cuando en ese momento una cabeza se apoyó sobre mi hombro, y una mano se cerró sobre la mia (y mi mano ya estaba encerrando mi erección).

“¿Te gustan más bien pelirrojas? Puedo teñirme si quieres…”, susurró.

“¡Leire! ¿Qué haces?”

“Pues he estado el resto de la tarde pensando. Estás soltero. Estoy soltera. Lo hemos pasado muy bien esta noche. Y tener al amante en casa es comodísimo…”

“Te has vuelto loca…”, dije, pero en ese momento ella me cerró la sesión del ordenador y tiró de mi silla hacia atrás. Ante mis ojos atónitos se puso de rodillas, separando mis piernas. “Leire…”

“Me vuelvo loca por ti, hermanito. No quiero que te masturbes. Podemos tener placer los dos…”, dijo. Y como si llevase un rato conteniendose, se llevó mi erección a la boca. Besó mi glande y sus labios recorrieron mi falo. Su lengua inexperta me dio mucho morbo. Se la sacó de la boca y empezó a darme besos por todo el pene mientras se quitaba la camiseta veraniega con la que dormía y bajo la cual no tenía sujetador. “¿Soy lo bastante mujer para tí? ¿Puedo reemplazar a tus chicas del porno?”

Asentí de inmediato. Pero no podía tolerar una actitud tan sumisa. La llevé hasta mi cama. Nuestros cuerpos volvieron a encontrarse desnudos. La atraje hasta que estuvo encima de mi, y se dejó caer por mi erección de una sola vez.

“Mmmmm… esto me gusta mucho… pero no podemos hacer ruido…”

Así que cuando me estuvo cabalgando por varios minutos y sus jadeos se convirtieron en gemidos mi dedo funcionó como un chupete que ahogó el sonido del placer. La luz estaba apagada y apenas entraba algo de luz por la ventana, así que la silueta de mi hermana me estaba poniendo cachondo. Aguantamos unos minutos hasta que nos corrimos, y luego se tumbó en la cama a mi lado. Encendí el ventilador, y al volver al colchón se pegó a mi cuerpo.

“¿Te importa si duermo contigo?”

“¿Y si nos pilla mamá?”

“Le diré que se me rompió el ventilador, y que mi hermano fue tan bueno como para compartir el suyo”, dijo con picardía. “Y si no nos pilla, me guardo esa mentira para… otra noche”.

Empezaba una relación curiosa con mi querida hermana.


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4 comentarios - Tarde prohibida con la hermanita

gascha
Muy bueno hermano!!
gascha
Van mis +10
alejandrofierta +1
Uff! Ese cuerpo debe ser una delicia.
PepeluRui
No lo sabes bien 😉