-¿Qué le parece así?-Me pregunta la mujer con serenidad, como si realizara un curso y yo fuera el instructor y ella estuviera a prueba. Aunque la verdad es que no tengo nada qué rebatirle.
-Así… dale, que lo haces riquísimo.
A mi lado izquierdo y derecho me rodean las paredes pulcras del cubículo de inodoro, ubicado dentro del pulcro baño de higiénico mármol blanco. Al frente mío se encuentra la puerta cerrada, y prácticamente sobre mí se encuentra Isabella, la recepcionista del pulcro edificio. Una mujer rubia, alta y de presentación impecable. Se preguntarán qué hacemos ahí, pero creo que la respuesta es obvia a grandes rasgos. La mujer se encuentra arrodillada entre mis piernas. Cuando la conocí en la recepción, su cabello se encontraba recogido ordenadamente con una pinza de color negro. Su larga melena lacia y dorada está ahora suelta y ligeramente revuelta. La primera vez que la vi vestía impecablemente una falda negra al nivel de la rodilla y una blusa roja. Ahora, aquella blusa está abierta; deja entre ver el encaje de su brasier negro que contiene sus generosas tetas. Su único maquillaje consiste en rímel negro y en un ligero labial carmesí, que está ligeramente corrido. Bueno, para ser exactos, la mayoría del labial está corrido a lo largo de mi verga entumecida. Lo poco que le queda se aferra a sus labios finos, estilizados y expertos. Sus ojos verdes permanecen serenos, seductores detrás de los cristales de sus gafas de pasta negra, a pesar de que un par de lágrimas negras surcan sus mejillas. Son lágrimas producidas quizás por las arcadas que ella misma se induce, pues es grande su afán por meterse todo mi miembro hasta la garganta.
Aquella mujer me está dando, quizás, la mamada más increíble e inesperada en la existencia de la humanidad. Siento en mi rostro todavía la mueca de incredulidad y placer, dibujada involuntariamente. Lo disfruto a más no poder. Ella parece disfrutarlo también de sobre manera, pues no cede el ritmo. Devora mi verga con entusiasmo, mientras gime ligeramente. Se da ligeros descansos para respirar con agitados hálitos, mientras lame la cabeza de mi pene como si fuera de chocolate. Puede que tenga el uniforme revuelto, el maquillaje corrido y el pelo desarreglado, pero sigue dándome esa sensación de que es una persona muy pulcra y metódica. Una mujer que da una mamada como se sirve una comida de tres tiempos.
-La tiene tan rica- me confiesa ella después de sacarse mi pija para comenzar a masturbarme rítmicamente. En sus labios se dibuja una sonrisa serena y mesurada-. Me encanta. Pero me encanta más su cara de que no lo cree aun.
-Es que eres una experta- me limito a decirle sonriendo, entre jadeos-. Tienes una boquita deliciosa.
Le acaricio el cuello y hundo mis dedos en su fragante cabellera. Guio su cara contra mi verga de nuevo. De nuevo me la mama con el mismo afán. La sensación de su lengua acariciándome es exquisita. Ahora soy yo el que dirige el ritmo y la profundidad guiando su cabeza, pero a ella no parece incomodarle. La excitación es demasiada. Aumento la velocidad. Prácticamente toda la longitud de mi falo desaparece entre sus labios seductores. Sus ojos permanecen cerrados, concentrados. Isabella contiene un par de arcadas, pero me deja ser por un rato, hasta que ambos somos conscientes de que mi orgasmo está cerca. Ella me frena suave pero firmemente poniendo su mano derecha, tersa y cuidada. en el abdomen. La libero poco a poco y ella, con sus modos delicados y correctos, se aleja un poco para recobrar el aliento. Veo su pecho subir y bajar al compás de sus respiraciones. De la solapa de su blusa pende un gafete de identificación.
“Isabella M…”
Eso reza en la sección que dice “Nombre”, debajo de una foto tamaño infantil de la misma mujer frente a mí. Una foto donde se le ve muy bien arreglada y aseada. La fotografía de una mujer capaz de dar una mamada salvaje y frenética, pero muy pulcra y metódica a la vez. Perdón si eso no tiene sentido, pero en realidad no me importa mucho que quede claro. Es una sensación que se entiende al vivirla.
-¿Todavía aguanta más?- me pregunta con un gesto pícaro en sus labios-. Porque yo todavía no le muestro todo…
Sin mediar palabra, Isabella toma y pajea mi verga bañada en su dulce saliva con su mano izquierda, mientras que su mano extrae uno de sus espectaculares pechos de las copas de su brasier. Sus tetas son asombrosas y lucen más grandes de lo que se ven a simple vista. Sus tiernos pezones rosados están erectos. Desearía poder morderlos y lamerlos. Ella lo nota. Me lanza una mirada lasciva mientras hace una pausa para masajearse y apretarse los pechos tiernamente con ambas manos.
-¿Le gustaría… poder acariciarme?- Me pregunta, incitándome, mientras pellizca sus voluptuosos pezones. Mi pene se endurece más- ¿Le gustaría… probarlos?
No respondo. No hay por qué, sabemos que es así.
Poco a poco ella acerca sus tetas hacia mi verga, y termina por rodearme con la carne firme de sus pechos. Me estruja. El contacto de nuestras pieles me hace estremecer. Ella suspira complacida. Me aplasta con sus pechos, que son tan grandes que por un momento sólo puedo ver la cabeza de mi pija asomarse por entre ellos. Y así la recepcionista comienza a hacerme un trabajito con sus ricas mamas. Lo realiza como algo ha hecho varias veces, pues su pecho se mueve con pericia de arriba abajo. Es un movimiento muy estudiado, muy metódico. Su saliva es un buen lubricante. Mi falo se mueve entre sus pechos con facilidad.
Estoy en una montaña rusa de placer puro, pero deseo tanto tocarla. Deseo sentir bajo mi mano su generosa teta. El impulso es tan grande que rompo el acuerdo previo y deslizo mi mano hasta su pecho derecho, apresándolo suavemente. Ella sonríe entre complacida y maliciosa.
-Manos fuera, por favor- me pide mientras toma mi mano con la suya y la guía delicada y minuciosamente hacia su cuello-. Estoy trabajando.
Reanuda su trabajo tan minucioso y sensual. Mi miembro vuelve a hundirse entre sus abundantes tetas. La recepcionista jadea, acompasándose a mis gemidos. Aumenta la intensidad. Siento que mi verga y sus mamas están al rojo vivo y echan chispas. De nuevo siento el orgasmo cerca. Para colmo, ella me lengüetea mientras continua moviéndose a su propio son.
-¿Quiere venirse ya?- me pregunta serenamente, como quien pregunta a otra persona si desea tomar su café con crema-. Puedo hacerlo cuando guste.
No digo nada, sólo asiento. Ya no puedo aguantar más.
Isabella interpreta mi gesto. Se detiene poco a poco y deja escapar a mi verga de su exquisito encierro. Me observa con la misma intensidad lujuriosa de antes. Sabe que me tiene dominado y, como era de esperarse, me doma de manera muy sistemática y cuidada. Sonriendo serenamente, la mujer se yergue ante mí. Balancea sus caderas ligeramente mientras lo hace, como bailando. Me insinúa mil y un posibilidades. Mientras se contonea se da vuelta hasta darme la espalda. Realizando los mismos movimientos seductores y metódicos comienza a alzarse lentamente la falda, desde la rodilla hasta la cadera. Deja expuesto a mi vista ávida su culo enmarcado por una tanga negra y un liguero negro que sostiene sus medias. Es un culo pequeño, perfecto, sin mácula a excepción de un lunar sobre su nalga derecha. Es una imagen que me prende de sobre manera. Me encantaría acariciarla hasta llegar a sus rincones más profundos poco a poco. Me imagino todo lo que le haría si me dejara.
-¿Qué le parece?- Me pregunta Isabella con su voz suave y tranquila por sobre su hombro-. ¿Le gusta?
-Pero mira qué nalgas, dios mío- le contesto maravillado-. Por supuesto que me encanta.
Ella comienza a contonear más intensamente sus caderas, acercándose a mí, acercando sus tersos glúteos hacia mí al doblarse hacia el frente.
-¿Y… le gustaría probarme?
Antes de que pueda contestar, Isabella posa su hermoso culo sobre mi cara. Fue como una caricia que duró un par de segundos, pero me bastó para sentir a través de la tela la abundante humedad de su sexo y su fragancia: sutil, salvaje, atractiva. Fue un movimiento poco metódico y poco calculado para ella, porque al incorporarse su cuerpo su cuerpo fue invadido por un estremecimiento, mientras la carne de su culo se volvía carne de gallina. Incluso soltó un breve gemido, pero su naturaleza pulcra y metódica dominó. La recepcionista bamboleó sus caderas un par de veces, para luego abrir la puerta del cubículo. Salió de este caminando lenta y seductoramente, dirigiéndose a los lavabos del frente. Yo sólo pude contemplarla extasiado. Ya frente a ellos, Isabella se dio media vuelta. Mirándome con divertido deseo, la mujer me hizo una seña con el dedo índice, invitándome a acompañarla.
Y así lo hago. Me incorporo y me acerco a ella, lentamente. Al estar frente a ella me vuelve a besar, como en un inicio. Sus besos son finos, impecables, pero intensos, llenos de ansiedad y lujuria. Los míos no se quedan atrás. Nos comemos la boca. A la par, Isabella comienza a pajearme de nuevo, mientras yo violo el acuerdo que teníamos y comenzó a masajearle y estrujarle las nalgas, tersas y firmes. Ella ya no se resiste. Ambos exhalamos de excitación.
Dejamos de comernos la boca sin apuros. Ella se separa de mí un poco, aprovechando la tregua para hincarse lentamente de nuevo al frente mío. Sin mediar palabra, toma mi verga y comienza a masturbarme y a chupármela salvajemente. Puede parecer impulsivo de su parte, pero sé que no son más que movimientos metódicos y pulcros, porque de nuevo me siento cerca del orgasmo.
-¡Oh, sí! Cómo la chupas como puta- exclamo sin saber exactamente qué digo. Me nace de la excitación-. Dale, que me vengo…
-Puede tirármelos donde quiera- Me ofrece Isabela con voz suave, pero crispada por la lascivia- Tíremelos en la boca o en las tetas, por favor…
La imagen llega a mi mente: yo bañando de semen la cara hermosa y los pechos impecables de Isabella, en poderosos torrentes. Y eso puede conmigo.
-¡Aaaah!
El primer lechazo da de lleno con el fondo del frasco que ya había preparado la mujer con anterioridad y que reposaba en la superficie de los lavabos. Ella sigue masturbándome sin descanso. Sus gemidos acompañan a los míos. Tratamos de que suenen lo menos, para que no se oigan fuera del baño, pero resulta casi imposible. El orgasmo es colosal. Es un tremendo orgasmo el que me embarga; mi verga explota en abundantes torrentes. Los jadeos de Isabella se trastornan en exclamaciones de sorpresa y pequeñas risas. Yo sigo eyaculando por unos segundos más.
-¡Vaya!- Exclama la rubia, como si nunca hubiera visto una eyaculación-. Es… una buena muestra.
Rió de buena gana, al volver a ver el contenido del frasco de plástico y mecerlo un poco, para después taparlo.
-Lástima que se quedó en el frasco- le contesto jadeando todavía, pero riendo también-. Hubiera sido todo para tus tetas.
-Entonces… - comenzó a decirme mientras se erguía frente a mí-. Hubiera sido un desperdicio- su lengua surca sus labios lenta y lujuriosamente mientras me mira a los ojos de una manera peculiar. Es insinuación suficiente. La beso con intensidad una vez más. Ella me corresponde con la misma intensidad, pero es un beso calculado, pues se separa de mí después de un rato, mientras sonríe maliciosamente.
Comenzamos a arreglarnos la ropa. Isabella incluso para eso es precisa y metódica, pues primero pasa por su pecho, donde contiene de nuevo sus generosas tetas bajo el brasier negro. Se abotona la blusa y se la faja dentro de la falda, la cual finalmente baja de nuevo hasta la rodilla. Yo sólo me abotono la camisa y me meto mi verga, media despierta, media dormida, de nuevo en el pantalón, sin ninguna ceremonia.
-Recuerde que tiene que pasar por sus resultados de su prueba en una semana- comienza a decirme de manera profesional Isabela, sin olvidar que está en horas de trabajo, mientras se lava la cara, se retoca el maquillaje y se arregla el cabello frente al espejo.
“De acuerdo a los resultados se verá si usted es candidato para ser donador. Ese mismo día… se tomará la segunda muestra. Así que recuerde que tiene que alimentarse bien, dormir bien y tener tres días de abstinencia como mínimo…”
Hace una pausa y a través del espejo me mira otra vez de manera seductora.
-¿Cree poder aguantar tanto tiempo?
-Depende. ¿Valdrá la pena la espera?- cuestiono con diversión. Ambos sonreímos, cómplices.
La recepcionista termina de arreglarse; se le ve fresca, con la misma pulcritud de un principio, como si no se la hubiera mamado salvajemente a un tipo. Siento que yo estoy más despeinado que ella incluso. Está a punto de salir del baño de hombres de la clínica de fertilidad, pero parece que se le ha olvidado algo. Es el frasco con mi muestra, que lleva en la mano.
-Claro- exclama ella, sonrojándose, sabiendo que realizó un movimiento poco calculado, poco preciso. Deja el recipiente sobre la losa de mármol-. Usted tiene que llevarla y dejarla con la enfermera y darle todos sus datos.
-Por supuesto- contesto mientras contengo la risa.
-Bueno, entonces nos vemos la próxima semana, R…- Se despide Isabella, para después agregar con una pizca de seducción-. Lo estaré esperando.
-Yo igual- contesto con voz grave- Nos vemos, Isabella.
La mujer me dedica una última sonrisa complacida y sale del baño, mientras sus tacones resuenan y llenan el lugar con su presencia a pesar de que se aleja. Así me quedo con la última impresión de ella. Tengo la sensación de que la semana se me hará eterna. Pero sí, tengo la sensación de que valdrá la pena la espera.
Gracias por leer.
4 comentarios - Isabella sabe muy bien lo que hace...
Van ocho puntos