Ella mira su celular esperando que los minutos pasen un poco más rápido desde la última vez que lo miró, pero el tiempo es asà de plástico y cuando uno quiere que se apure, se empeña en ralentizarse para hacer más dolorosas ciertas situaciones.Â
Ella es Angela, son las tres de la mañana y está esperando un taxi en una esquina perdida de la zona norte de Rosario porque Juanfa la dejó ahà bajo la excusa de "no voy para tu barrio" hace un rato, después de haberla cogido en un telo de la Avenida Circunvalación.Â
Siente esa sensación viscosa del semen en su boca. Siente todavÃa la lejanÃa que sintió en esa habitación ambientada con cortinas rojas. Se repiten en su memoria todavÃa las palabras "traga la leche gorda puta" alargando la "r" que Juanfa le repetÃa agarrándola de la nuca y evitando que pueda zafarse del miembro en su boca y la leche llenándola hasta hacerle tener arcadas. Siente todavÃa el vacÃo de ni siquiera haber podido acabar, de ni siquiera haber podido rescatar algunas gotas de placer de ese hombre medianamente bello que conoció por internet. Siente el culo arder porque le exigió cogerla por ahÃ, casi una costumbre en los hombres que conoce, como si ella tuviese la obligación de practicar sexo anal. Como si ella tuviese obligación de hacer ciertas cosas. Como si ella no tuviese derecho al goce, al sexo, al placer. Como si solo fuese un pedazo de carne que puede ser profanado cada vez que se quiera. Siente el mismo vacÃo de siempre.
Angela lagrimea sola a las tres de la mañana en una esquina perdida de la zona norte de Rosario porque otra vez la realidad la abofeteó, recordándole el pecado mortal de pesar 107 kilos.
Gorda puta, sucia, mierda, cerda, gorda pedorra, gorda inmensa, gorda soreta, gorda frÃgida. "Es linda a pesar de los kilitos", "para abrazarla hay que dar la vuelta a la manzana", mas ancha que alta, gordita, doble pechuga, bbw. monumento a la carne, montaña de grasa. La cara de la vendedora de ropa al verla entrar en el negocio. "Paga asiento doble en el avion". Vaca. Putona. "Quien se coge a la gorda?". "Quien no se empomó a una gorda alguna vez?". "Gauchita la gordita...". Angela garabatea otro insulto en la lista que guarda en una pequeña libretita en el cajón de la mesa de luz de su cuarto como una especie de tesoro del terror. "Traga la leche gorrrrrrda puta" escribe con letra prolija, casi caligráfica.
A las 4 y media de la mañana de la noche que salió con Juanfa, Angela decidió cerrar todos sus perfiles de redes sociales de levante. Mientras lo hacÃa tomó casi entera una botella de vino que guardaba para una ocasión especial, quizáspara ese hombre que no le hiciese sentir que era una mierda.
A las siete y veinte de esa mañana, con los ojos rojos por las lágrimas y el sueño, medio en pedo, leyó que en la ciudad se producÃa un encuentro de mujeres. Le pareció raro que no se hubiese enterado antes, pero vivÃa en una especie de burbuja. Le interesó lo que leÃa. Entre todo lo que fué viendo, encontró una entrevista a una actriz que hablaba de "el activismo gordo" y unas palabras dichas un poco al azar que le hicieron saltar nuevamente lágrimas. La actriz decÃa que la belleza podÃa estar en cualquier lado, que "lo bello" es algo muchÃsimo más amplio que lo que se vende en las revistas y la tele. Que "la belleza está en las nubes, y en los gatos..." y que la tiranÃa de ciertos cuerpos habÃan hecho creer a quienes no cumplian con sus parámetros que no tenÃan derecho a nada. Que son una mierda.
Lloró casi media hora desconsolada. En el medio abrió otra botella de vino que fue tomando del pico entre sollozos. A las 8:30 se desnudó completamente y se puso frente al espejo. Al único espejo que no sacó de su casa para no verse. Y vió una mujer de 31 años. Evidentemente gorda. Morocha y con los pelos enrulados, un poco tambaleante. De piel clara, casi transparente de no tomar el sol. Vio sus tetas enormes y un poco caÃdas. Con sus pezones grandes, rosados, duros entre el fresco y la calentura que sin saber por qué le iba naciendo. Vió su panza hinchada y la empezó a acariciar con manos un poco temblorosas que fueron bajando hasta perderse en su entrepierna recién depilada unas horas antes. Le gustó su piel. Sintió que podÃa ser deseable. Buscó su clÃtoris entre la carne de la entrepierna. Lo encontró y lo apretó con dos dedos, como si lo estuviese pellizcando. Sintió una electricidad de calentura que le subÃa por la espalda y la hizo inclinar un poco hacia adelante. Abrió las piernas y siguió pajeándose con la mano derecha, mientras se apoyaba contra la pared con la otra mano. Se miraba en el espejo, las tetas enormes cayendo un poco y moviéndose con el vaiven de su caricia cada vez más intensa. Se sintió hermosa, vió en si misma la belleza de la que hablaba el video. Se sintió que podÃa ser feliz, caliente y siguió con la caricia cada vez más fuerte hasta que acabó mirándose a sà misma a los ojos. Gimió profundamente casi en un grito ahogado con el orgasmo y se aflojó riéndose por el peso que sentÃa que se sacaba de los hombros. Desnuda se recostó en el sofá del living y durmió profundamente hasta las cuatro de la tarde.
Desnuda se despertó por la agitación que venÃa de la calle. Recordó entre el dolor de cabeza que le molestaba y el cuello duro de dormir en una mala postura, que en ese domingo primaveral pasarÃa por la puerta de su casa una enorme marcha de mujeres. Lo habÃa leÃdo en el diario. Se asomó por la ventana tapando su desnudez con la cortina y vió un hormigueo incesante de miles y miles de mujeres en marcha festiva sosteniendo carteles y pancartas. Algunas escribÃan con aerosol en las paredes pulcras que empezaban a no serlo tanto. Leyó risueña "Verga violadora a la licuadora" sobre una oficina pública. Rápido se vistió con lo primero que encontró. En un rapto de feminismo primario evitó ponerse corpiño. De alguna manera se sentia libre. Bajó y fluyó sola con la corriente humana que la llevaba hacia alguna parte que no sabÃa bien dónde era. Una sensación de hermandad y amor la rodeaba. Con un poco con resaca, deambulaba entre grupos de diversas procedencias.
En un momento se encontró en medio de una delegación de mujeres de Buenos Aires. Algunas rapadas, otras vestidas con algunas simbologÃas un poco punk. Casi todas con ropas oscuras. Se sintió ridÃcula con su blusa multicolor, sus tetas bamboleantes debajo de la fina tela y los pantalones hindúes (que fue lo primero que encontró para vestirse). Pero una de las mujeres le sonrió y la atrajo hacia ellas.
- Soy Pilar. - le dijo entre consigna y consigna y caminó junto a Angela casi tres cuadras sin dirigirle la palabra, pero acompañándola.
PIlar era "flaca", de pelo negro muy cortito. TendrÃa unos 40 años. Rostro anguloso y nariz en punta. Agitaba las manos al ritmo de las canciones y consignas. TenÃa una remera negra con una enorme cruz blanca sobre el pecho chato y pantalones cargo verdes.
Angela le preguntó en un momento de dónde venÃan y empezaron a charlar. Pilar le contó sobre el grupo y algunas historias del viaje. De dónde habÃan estado pernoctando y algunos talleres. Angela la escuchaba con aguda atención. Como si le estuviese hablando de otro mundo, paralelo al que ella vivÃa en su cómodo departamento de Avenida Pellegrini. Siguieron juntas en el acto central, sin dejar de charlar, sin dejar de escucharse entre el griterÃo ensordecedor. De alguna manera se habÃan alejado del grupo de PIlar, hasta que las perdieron definitivamente de vista y estuvieron solas volviendo al término de todo.
La mano de Pilar buscando la suya mientras caminaban sorprendió la placidez de Angela. Esa mano huesuda y firme que buscaba tiernamente sus dedos y la entrelazó con seguridad le hizo dar una especie de salto asombrado. Miró a Pilar que seguÃa en silencio con la vista hacia adelante y de repente se giró hacia ella con una sonrisa que le aclaró todo de un golpe.
Dudó un poco. Pilar entendió la sorpresa y la soltó.
- Perdón, pensé que habÃa onda.- le dijo con un poco de mal humor.
Angela decidió en ese momento dejar de pensar, de sufrir, de sentirse culpable, de especular con la mirada de los otros. Entre sollozos y vino caliente la madrugada anterior se habÃa prometido que nadie más en la vida le dirÃa "tragá la leche gorrrrda puta" y de repente ahora una mujer desconocida le daba la mano en la calle en un acto de cariño que hacÃa mucho no recibÃa. Vió el rostro duro de Pilar y volvió a tomar su mano. Ella sonrió y la apretó fuerte. Asà caminaron unas siete cuadras hasta que llegaron a la puerta de la casa de Angela.
- SubÃ, tomamos unos mates.- Le dijo Angela. Pilar aceptó y subieron en el ascensor todavÃa de la mano y un poco tensas, como dudando de acercarse una a la otra.
Entraron y Pilar le pidió pasar al baño. Angela puso a calentar agua en la pava de la pequeña cocina. Se le cayeron algunas cosas de los nervios.
- Está todo bien?.- preguntó Pilar desde adentro del baño.
- Si.- respondió ella. Sacó el mate y lo preparó con la yerba con yuyos que tomaba siempre. Recordó el desorden de su baño y le dió un poco de vergüenza que Pilar viera su quilombo.
Al rato salió y se sentó en el sillón en el que Angela habÃa dormido la noche anterior. Se tiró cansada y sonriente. Le dijo que le gustaba el departamento. Que era muy como ella.
- Como soy yo? preguntó mientras terminaba de preparar el mate dándole la espalda en la cocina.
- Linda, colorida, tierna. Dan ganas de descubrirte.- respondió Pilar levantándose y acercándose a Angela hasta abrazarla por la espalda. Ella se dejó hacer, más por nervios y por no saber cómo responder a las caricias de otra mujer. Los labios de Pilar buscaron el cuello de Angela. Le corrió el pelo ensortijado para poder llegar mejor a su piel. Sus manos buscaron la piel de su panza levantándole la blusa. Angela se erizó con el roce de las palmas rugosas de Pilar pasando despacio, tiernamente sobre la piel ansiosa. Después fué subiendo hasta que le agarró las tetas despacio, acariciando los pezones enormes y duros con la punta de los pulgares. Angela tiró la cabeza hacia atrás porque esos besos en el cuello la estaban haciendo reventar del morbo. SentÃa el aroma de Pilar detrás suyo, su respiración agitada, sus labios que besaban cada centÃmetro de su piel ansiosa. La hizo dar vuelta y la besó profundamente. Angela sintió algo diferente. Extraño. Suave, delicado. Sintió que el sexo podÃa ser otra cosa.
Y asà se dejó llevar a la cama. Se dejó desnudar por esas manos ansiosas de su goce. Se dejó ver tal y como era en realidad. Se sintió deseada. Se dejó chupar la concha de una manera nueva. Esa mujer entre sus piernas querÃa hacerla gozar. QuerÃa sacarle una a una las gotas de pasión que podÃan salir de su vulva empapada. Y ella resoplaba de placer en cada roce de esa lengua letal que la mataba con su calentura. Y voló con los ojos fijos en los de Pilar chupándola. Y acabó casi gritando y riéndose a la vez por eso nuevo que le pasaba. Y después se dejó besar entera. Sintió la piel ansiosa de esa mujer que gozaba con ella. Que vibraba igual que ella en cada roce. Encendida, se levantó y comenzó a chuparle las pequeñas tetas casi inexistentes. Los pezones duros contra su lengua le hacÃan revolver de la calentura otra vez. Esa piel suave y entregada a sus labios se abrió para que también ella a su vez la recorriera de punta a punta. Pasó la lengua por su espalda y nalgas, hasta que PIlar se dió vuelta y le ofreció la concha para que la chupe. Asà lo hizo y pajeándose con la mano derecha porque no aguantaba más la calentura. Y disfrutó la novedad de sentirse llena de los flujos que salÃan de a mares de su concha. Y después aprendió rápido cómo acariciarle el clÃtoris en una pequeña clase que Pilar le dió y la hizo acabar a su vez en unos minutos mágicos de gemidos compartidos.
Desnudas y entrelazadas en un descanso, afuera ya era de noche y se sentÃa el ir y venir de la gente por los bares.
PIlar acariciaba la panza de Angela, despacio, mecánicamente.
- Soy gorda.- le dijo rompiendo un silencio extraño.
- Creo que me habÃa dado cuenta.- le respondió besándole el hombro. -Me gustas.-
- Es la primera vez que estoy con una mujer. - siguió diciendo.
- Creo que me habÃa dado cuenta.- repitió y ambas se rieron a las carcajadas.
Ella es Angela, son las tres de la mañana y está esperando un taxi en una esquina perdida de la zona norte de Rosario porque Juanfa la dejó ahà bajo la excusa de "no voy para tu barrio" hace un rato, después de haberla cogido en un telo de la Avenida Circunvalación.Â
Siente esa sensación viscosa del semen en su boca. Siente todavÃa la lejanÃa que sintió en esa habitación ambientada con cortinas rojas. Se repiten en su memoria todavÃa las palabras "traga la leche gorda puta" alargando la "r" que Juanfa le repetÃa agarrándola de la nuca y evitando que pueda zafarse del miembro en su boca y la leche llenándola hasta hacerle tener arcadas. Siente todavÃa el vacÃo de ni siquiera haber podido acabar, de ni siquiera haber podido rescatar algunas gotas de placer de ese hombre medianamente bello que conoció por internet. Siente el culo arder porque le exigió cogerla por ahÃ, casi una costumbre en los hombres que conoce, como si ella tuviese la obligación de practicar sexo anal. Como si ella tuviese obligación de hacer ciertas cosas. Como si ella no tuviese derecho al goce, al sexo, al placer. Como si solo fuese un pedazo de carne que puede ser profanado cada vez que se quiera. Siente el mismo vacÃo de siempre.
Angela lagrimea sola a las tres de la mañana en una esquina perdida de la zona norte de Rosario porque otra vez la realidad la abofeteó, recordándole el pecado mortal de pesar 107 kilos.
Gorda puta, sucia, mierda, cerda, gorda pedorra, gorda inmensa, gorda soreta, gorda frÃgida. "Es linda a pesar de los kilitos", "para abrazarla hay que dar la vuelta a la manzana", mas ancha que alta, gordita, doble pechuga, bbw. monumento a la carne, montaña de grasa. La cara de la vendedora de ropa al verla entrar en el negocio. "Paga asiento doble en el avion". Vaca. Putona. "Quien se coge a la gorda?". "Quien no se empomó a una gorda alguna vez?". "Gauchita la gordita...". Angela garabatea otro insulto en la lista que guarda en una pequeña libretita en el cajón de la mesa de luz de su cuarto como una especie de tesoro del terror. "Traga la leche gorrrrrrda puta" escribe con letra prolija, casi caligráfica.
A las 4 y media de la mañana de la noche que salió con Juanfa, Angela decidió cerrar todos sus perfiles de redes sociales de levante. Mientras lo hacÃa tomó casi entera una botella de vino que guardaba para una ocasión especial, quizáspara ese hombre que no le hiciese sentir que era una mierda.
A las siete y veinte de esa mañana, con los ojos rojos por las lágrimas y el sueño, medio en pedo, leyó que en la ciudad se producÃa un encuentro de mujeres. Le pareció raro que no se hubiese enterado antes, pero vivÃa en una especie de burbuja. Le interesó lo que leÃa. Entre todo lo que fué viendo, encontró una entrevista a una actriz que hablaba de "el activismo gordo" y unas palabras dichas un poco al azar que le hicieron saltar nuevamente lágrimas. La actriz decÃa que la belleza podÃa estar en cualquier lado, que "lo bello" es algo muchÃsimo más amplio que lo que se vende en las revistas y la tele. Que "la belleza está en las nubes, y en los gatos..." y que la tiranÃa de ciertos cuerpos habÃan hecho creer a quienes no cumplian con sus parámetros que no tenÃan derecho a nada. Que son una mierda.
Lloró casi media hora desconsolada. En el medio abrió otra botella de vino que fue tomando del pico entre sollozos. A las 8:30 se desnudó completamente y se puso frente al espejo. Al único espejo que no sacó de su casa para no verse. Y vió una mujer de 31 años. Evidentemente gorda. Morocha y con los pelos enrulados, un poco tambaleante. De piel clara, casi transparente de no tomar el sol. Vio sus tetas enormes y un poco caÃdas. Con sus pezones grandes, rosados, duros entre el fresco y la calentura que sin saber por qué le iba naciendo. Vió su panza hinchada y la empezó a acariciar con manos un poco temblorosas que fueron bajando hasta perderse en su entrepierna recién depilada unas horas antes. Le gustó su piel. Sintió que podÃa ser deseable. Buscó su clÃtoris entre la carne de la entrepierna. Lo encontró y lo apretó con dos dedos, como si lo estuviese pellizcando. Sintió una electricidad de calentura que le subÃa por la espalda y la hizo inclinar un poco hacia adelante. Abrió las piernas y siguió pajeándose con la mano derecha, mientras se apoyaba contra la pared con la otra mano. Se miraba en el espejo, las tetas enormes cayendo un poco y moviéndose con el vaiven de su caricia cada vez más intensa. Se sintió hermosa, vió en si misma la belleza de la que hablaba el video. Se sintió que podÃa ser feliz, caliente y siguió con la caricia cada vez más fuerte hasta que acabó mirándose a sà misma a los ojos. Gimió profundamente casi en un grito ahogado con el orgasmo y se aflojó riéndose por el peso que sentÃa que se sacaba de los hombros. Desnuda se recostó en el sofá del living y durmió profundamente hasta las cuatro de la tarde.
Desnuda se despertó por la agitación que venÃa de la calle. Recordó entre el dolor de cabeza que le molestaba y el cuello duro de dormir en una mala postura, que en ese domingo primaveral pasarÃa por la puerta de su casa una enorme marcha de mujeres. Lo habÃa leÃdo en el diario. Se asomó por la ventana tapando su desnudez con la cortina y vió un hormigueo incesante de miles y miles de mujeres en marcha festiva sosteniendo carteles y pancartas. Algunas escribÃan con aerosol en las paredes pulcras que empezaban a no serlo tanto. Leyó risueña "Verga violadora a la licuadora" sobre una oficina pública. Rápido se vistió con lo primero que encontró. En un rapto de feminismo primario evitó ponerse corpiño. De alguna manera se sentia libre. Bajó y fluyó sola con la corriente humana que la llevaba hacia alguna parte que no sabÃa bien dónde era. Una sensación de hermandad y amor la rodeaba. Con un poco con resaca, deambulaba entre grupos de diversas procedencias.
En un momento se encontró en medio de una delegación de mujeres de Buenos Aires. Algunas rapadas, otras vestidas con algunas simbologÃas un poco punk. Casi todas con ropas oscuras. Se sintió ridÃcula con su blusa multicolor, sus tetas bamboleantes debajo de la fina tela y los pantalones hindúes (que fue lo primero que encontró para vestirse). Pero una de las mujeres le sonrió y la atrajo hacia ellas.
- Soy Pilar. - le dijo entre consigna y consigna y caminó junto a Angela casi tres cuadras sin dirigirle la palabra, pero acompañándola.
PIlar era "flaca", de pelo negro muy cortito. TendrÃa unos 40 años. Rostro anguloso y nariz en punta. Agitaba las manos al ritmo de las canciones y consignas. TenÃa una remera negra con una enorme cruz blanca sobre el pecho chato y pantalones cargo verdes.
Angela le preguntó en un momento de dónde venÃan y empezaron a charlar. Pilar le contó sobre el grupo y algunas historias del viaje. De dónde habÃan estado pernoctando y algunos talleres. Angela la escuchaba con aguda atención. Como si le estuviese hablando de otro mundo, paralelo al que ella vivÃa en su cómodo departamento de Avenida Pellegrini. Siguieron juntas en el acto central, sin dejar de charlar, sin dejar de escucharse entre el griterÃo ensordecedor. De alguna manera se habÃan alejado del grupo de PIlar, hasta que las perdieron definitivamente de vista y estuvieron solas volviendo al término de todo.
La mano de Pilar buscando la suya mientras caminaban sorprendió la placidez de Angela. Esa mano huesuda y firme que buscaba tiernamente sus dedos y la entrelazó con seguridad le hizo dar una especie de salto asombrado. Miró a Pilar que seguÃa en silencio con la vista hacia adelante y de repente se giró hacia ella con una sonrisa que le aclaró todo de un golpe.
Dudó un poco. Pilar entendió la sorpresa y la soltó.
- Perdón, pensé que habÃa onda.- le dijo con un poco de mal humor.
Angela decidió en ese momento dejar de pensar, de sufrir, de sentirse culpable, de especular con la mirada de los otros. Entre sollozos y vino caliente la madrugada anterior se habÃa prometido que nadie más en la vida le dirÃa "tragá la leche gorrrrda puta" y de repente ahora una mujer desconocida le daba la mano en la calle en un acto de cariño que hacÃa mucho no recibÃa. Vió el rostro duro de Pilar y volvió a tomar su mano. Ella sonrió y la apretó fuerte. Asà caminaron unas siete cuadras hasta que llegaron a la puerta de la casa de Angela.
- SubÃ, tomamos unos mates.- Le dijo Angela. Pilar aceptó y subieron en el ascensor todavÃa de la mano y un poco tensas, como dudando de acercarse una a la otra.
Entraron y Pilar le pidió pasar al baño. Angela puso a calentar agua en la pava de la pequeña cocina. Se le cayeron algunas cosas de los nervios.
- Está todo bien?.- preguntó Pilar desde adentro del baño.
- Si.- respondió ella. Sacó el mate y lo preparó con la yerba con yuyos que tomaba siempre. Recordó el desorden de su baño y le dió un poco de vergüenza que Pilar viera su quilombo.
Al rato salió y se sentó en el sillón en el que Angela habÃa dormido la noche anterior. Se tiró cansada y sonriente. Le dijo que le gustaba el departamento. Que era muy como ella.
- Como soy yo? preguntó mientras terminaba de preparar el mate dándole la espalda en la cocina.
- Linda, colorida, tierna. Dan ganas de descubrirte.- respondió Pilar levantándose y acercándose a Angela hasta abrazarla por la espalda. Ella se dejó hacer, más por nervios y por no saber cómo responder a las caricias de otra mujer. Los labios de Pilar buscaron el cuello de Angela. Le corrió el pelo ensortijado para poder llegar mejor a su piel. Sus manos buscaron la piel de su panza levantándole la blusa. Angela se erizó con el roce de las palmas rugosas de Pilar pasando despacio, tiernamente sobre la piel ansiosa. Después fué subiendo hasta que le agarró las tetas despacio, acariciando los pezones enormes y duros con la punta de los pulgares. Angela tiró la cabeza hacia atrás porque esos besos en el cuello la estaban haciendo reventar del morbo. SentÃa el aroma de Pilar detrás suyo, su respiración agitada, sus labios que besaban cada centÃmetro de su piel ansiosa. La hizo dar vuelta y la besó profundamente. Angela sintió algo diferente. Extraño. Suave, delicado. Sintió que el sexo podÃa ser otra cosa.
Y asà se dejó llevar a la cama. Se dejó desnudar por esas manos ansiosas de su goce. Se dejó ver tal y como era en realidad. Se sintió deseada. Se dejó chupar la concha de una manera nueva. Esa mujer entre sus piernas querÃa hacerla gozar. QuerÃa sacarle una a una las gotas de pasión que podÃan salir de su vulva empapada. Y ella resoplaba de placer en cada roce de esa lengua letal que la mataba con su calentura. Y voló con los ojos fijos en los de Pilar chupándola. Y acabó casi gritando y riéndose a la vez por eso nuevo que le pasaba. Y después se dejó besar entera. Sintió la piel ansiosa de esa mujer que gozaba con ella. Que vibraba igual que ella en cada roce. Encendida, se levantó y comenzó a chuparle las pequeñas tetas casi inexistentes. Los pezones duros contra su lengua le hacÃan revolver de la calentura otra vez. Esa piel suave y entregada a sus labios se abrió para que también ella a su vez la recorriera de punta a punta. Pasó la lengua por su espalda y nalgas, hasta que PIlar se dió vuelta y le ofreció la concha para que la chupe. Asà lo hizo y pajeándose con la mano derecha porque no aguantaba más la calentura. Y disfrutó la novedad de sentirse llena de los flujos que salÃan de a mares de su concha. Y después aprendió rápido cómo acariciarle el clÃtoris en una pequeña clase que Pilar le dió y la hizo acabar a su vez en unos minutos mágicos de gemidos compartidos.
Desnudas y entrelazadas en un descanso, afuera ya era de noche y se sentÃa el ir y venir de la gente por los bares.
PIlar acariciaba la panza de Angela, despacio, mecánicamente.
- Soy gorda.- le dijo rompiendo un silencio extraño.
- Creo que me habÃa dado cuenta.- le respondió besándole el hombro. -Me gustas.-
- Es la primera vez que estoy con una mujer. - siguió diciendo.
- Creo que me habÃa dado cuenta.- repitió y ambas se rieron a las carcajadas.
13 comentarios - La belleza está en las nubes y en los gatos...
Genial!
Duramente genial el relato.