¿Cómo podía negarme a Andrea?
Siempre me había gustado Andrea. Durante los 5 años del secundario la observaba en clase, en los recreos. La deseaba, la admiraba, la idealizaba. Todo de ella me gustaba, a mis ojos era perfecta.
Andrea, formaba parte de un grupo de chicas bastante cerrado, al que era difícil acceder, tanto para las mujeres y sobre todo para los varones. La líder era Ana y además formaban el grupo Alejandra, Patricia y Silvina.
Los chicos les decimos “las 5 del hockey”, porque ellas practicaban ese deporte.
Siempre buscaba la forma de hablar con Andrea, pero como estaban siempre en grupo era difícil. Si me acercaba un poco, siempre alguna buscaba la forma de mandarme de vuelta.
“¿Que buscas Pablito?” me decían. El trato hacia mí siempre era en diminutivo, para ellas a pesar de tener la misma edad, yo era un nene, un pavo. Y de cierta forma la mayoría de los varones del curso lo éramos. Estábamos en la pavada, en jugar al futbol en los recreos, en hacer bromas o decir idioteces.
Y así fue durante todo el secundario.
Los años pasaron. 30 años después hubo un reencuentro de egresados.
Casi todos estaban presentes. Cada uno había hecho su vida con alguien, tenía sus hijos, su trabajo.
Andrea se había casado con un muchacho un poco mayor que ella, Jose. Tenía 3 hijos y era gerenta en una empresa comercial.
Yo había estado casado casi 20 años, pero ya me había separado. También tenía 3 hijos y trabajaba en informática.
Las chicas, estaban todas muy lindas. Fue emocionante otra vez encontrarnos con todos, con el grupo de “las 5 del hockey”, incluido.
Todos hablamos con todos e incluso, crucé varias palabras con Andrea, fue inevitable que me diga “Pablito”, lo que me hacía sentir un tarado. Se lo dije y ella contestó “.. al contrario, es una forma cariñosa de llamarte”… “para mí siempre serás Pablito”.
Fue muy lindo volver a verla, cruzar palabras y que ella tuviera una muestra de afecto hacia mí.
Esto reavivo mi amor hacia ella.
Esa reunión me animó a algo, que de adolescente parecía imposible, que fue llamarla y proponerle vernos, tomar un café. Para mi sorpresa aceptó. Pero lo que más me sorprendió fue que me dijo que fuera a su casa esa misma tarde después del trabajo, porque estaba a la espera de la entrega de un electrodoméstico que habían comprado.
Tomamos ese café, charlamos mucho, como nunca habíamos charlado. Hasta que llegó el envío. Le dije que ya me iba. Pero ella me pidió que me quede un ratito mas. ¿Cómo podía negarme a Andrea?
Ese fue el empujón que necesitaba.
Cuando se fue el transportista, le confesé todo: que la deseaba, que la admiraba, que siempre había sido mi amor platónico, de antes y de ahora. Y que haría “cualquier cosa por ella, solo por el hecho de verla feliz y de estar cerca de ella".
Una vez que tiré mi bomba, espere su rechazo.
Mis palabras la tomaron por sorpresa y la hicieron reír, pero con la franqueza que la caracterizaba, me dijo: “…Pablito, todos los hombres son iguales, hacen promesas para llevarnos a la cama, pero después se olvidan de todo lo que prometieron…”.
Yo le dije que no era mi caso, que yo “haría cualquier cosa que me pidiera, sin esperar nada a cambio”.
“Bueno, a ver…”, me dijo probándome “…quiero que te arrodilles y beses mis pies”, con una sonrisa picara, pero con autoridad. Y a continuación se sentó en el sillón y cruzó sus piernas. Llevaba puesta un falda por arriba de las rodillas y en los pies unas sandalias que dejaban al descubierto gran parte de sus pies.
Sin dudarlo me arrodille y bese su pie que estaba en el aire y desde abajo la miré. Con su dedo índice me indicó que ahora besara el otro pie y volvió a cruzarse de piernas dejando el otro pie en el aire, cosa que hice rápidamente.
“Ahora quiero que beses todas mis piernas, desde abajo hasta arriba”. Así fue que tomé una de sus piernas y comencé a besarla en silencio, alternando de una pierna a la otra y mientras ella iba levantándose lentamente la pollera. Cuando llegué a sus muslos, tenía a la vista su bombacha de algodón color blanco.
Cuando terminé de hacerlo, desde abajo la mire a los ojos, como un perro que desde abajo observa a su ama. Y ella me preguntó si tenía “ganas de oler su pubis”. Sin esperar mi respuesta, con su mano acercó mi cabeza a su bombacha y mi nariz rozó el algodón, se sentía caliente y húmedo. Ella siguió manejando mi cabeza, refregando mi nariz con la raya de su concha.
A continuación levanto su cola para sacarse la bombacha y me indicó que la ayude a sácasela. Lo hice y se la di en la mano, desde abajo. Ella la tomó y dejó sobre el sillón.
Ahí estaba arrodillado ante ella, su pollera toda levantada y su pubis depilado desnudo.
No hizo falta que diga nada más. Con mi lengua comencé a besar su concha, subiendo y bajando sobre su clítoris y rayita. Andrea gemía, gozaba, se mojaba. Yo sentía que estaba en un sueño. Por momentos agarraba mi cabeza para acercarme o marcarme el ritmo de sus deseos.
Así estuvimos un rato hasta que sentí que acababa en mi boca. Ella me alejó con su mano, agarró su bombacha y se limpio ese liquido mescla de mi saliva y su excitación.
Se paró, se bajó de nuevo la pollera, como si bajara un telón y desde arriba me dijo “terminó la función, fue muy lindo Pablito, pero ahora te tenés que ir, Jose llega en un rato…”, y agregó en forma burlona “…sin esperar nada a cambio me dijiste ¿no?...”
Yo no dije nada, todo había sido claro desde un principio, yo no podría pedirle nada.
Con mi erección inocultable debajo del pantalón, que seguramente ella notó, me levanté y antes de irme… me dio la bombacha húmeda en la mano y me dijo que la llevara, la lavara con jabón neutro y se la alcance otro día en forma discreta a su trabajo.
Me acompañó hasta la puerta, me dijo “Chau Pablito” y me fui.
Iba como un zombie por la calle, parecía un sueño lo que había pasado, pero en mi bolsillo podía tocar su bombacha todavía tibia y húmeda.
Llegue a mi casa, no tenía hambre me fui directo a la cama. Apoyé su bombacha sobre la almohada, podía sentir su olor como si estuviera ahí. Lo que me volvió a excitar. Así me quede dormido acordándome de lo que hicimos, sintiendo el aroma de su prenda de algodón.
YA ESTA DISPONIBLE LA SEGUNDA PARTE:
http://www.poringa.net/posts/relatos/3196873/Como-podia-negarme-a-Andrea-Parte-2-Con-fotos.html
Siempre me había gustado Andrea. Durante los 5 años del secundario la observaba en clase, en los recreos. La deseaba, la admiraba, la idealizaba. Todo de ella me gustaba, a mis ojos era perfecta.
Andrea, formaba parte de un grupo de chicas bastante cerrado, al que era difícil acceder, tanto para las mujeres y sobre todo para los varones. La líder era Ana y además formaban el grupo Alejandra, Patricia y Silvina.
Los chicos les decimos “las 5 del hockey”, porque ellas practicaban ese deporte.
Siempre buscaba la forma de hablar con Andrea, pero como estaban siempre en grupo era difícil. Si me acercaba un poco, siempre alguna buscaba la forma de mandarme de vuelta.
“¿Que buscas Pablito?” me decían. El trato hacia mí siempre era en diminutivo, para ellas a pesar de tener la misma edad, yo era un nene, un pavo. Y de cierta forma la mayoría de los varones del curso lo éramos. Estábamos en la pavada, en jugar al futbol en los recreos, en hacer bromas o decir idioteces.
Y así fue durante todo el secundario.
Los años pasaron. 30 años después hubo un reencuentro de egresados.
Casi todos estaban presentes. Cada uno había hecho su vida con alguien, tenía sus hijos, su trabajo.
Andrea se había casado con un muchacho un poco mayor que ella, Jose. Tenía 3 hijos y era gerenta en una empresa comercial.
Yo había estado casado casi 20 años, pero ya me había separado. También tenía 3 hijos y trabajaba en informática.
Las chicas, estaban todas muy lindas. Fue emocionante otra vez encontrarnos con todos, con el grupo de “las 5 del hockey”, incluido.
Todos hablamos con todos e incluso, crucé varias palabras con Andrea, fue inevitable que me diga “Pablito”, lo que me hacía sentir un tarado. Se lo dije y ella contestó “.. al contrario, es una forma cariñosa de llamarte”… “para mí siempre serás Pablito”.
Fue muy lindo volver a verla, cruzar palabras y que ella tuviera una muestra de afecto hacia mí.
Esto reavivo mi amor hacia ella.
Esa reunión me animó a algo, que de adolescente parecía imposible, que fue llamarla y proponerle vernos, tomar un café. Para mi sorpresa aceptó. Pero lo que más me sorprendió fue que me dijo que fuera a su casa esa misma tarde después del trabajo, porque estaba a la espera de la entrega de un electrodoméstico que habían comprado.
Tomamos ese café, charlamos mucho, como nunca habíamos charlado. Hasta que llegó el envío. Le dije que ya me iba. Pero ella me pidió que me quede un ratito mas. ¿Cómo podía negarme a Andrea?
Ese fue el empujón que necesitaba.
Cuando se fue el transportista, le confesé todo: que la deseaba, que la admiraba, que siempre había sido mi amor platónico, de antes y de ahora. Y que haría “cualquier cosa por ella, solo por el hecho de verla feliz y de estar cerca de ella".
Una vez que tiré mi bomba, espere su rechazo.
Mis palabras la tomaron por sorpresa y la hicieron reír, pero con la franqueza que la caracterizaba, me dijo: “…Pablito, todos los hombres son iguales, hacen promesas para llevarnos a la cama, pero después se olvidan de todo lo que prometieron…”.
Yo le dije que no era mi caso, que yo “haría cualquier cosa que me pidiera, sin esperar nada a cambio”.
“Bueno, a ver…”, me dijo probándome “…quiero que te arrodilles y beses mis pies”, con una sonrisa picara, pero con autoridad. Y a continuación se sentó en el sillón y cruzó sus piernas. Llevaba puesta un falda por arriba de las rodillas y en los pies unas sandalias que dejaban al descubierto gran parte de sus pies.
Sin dudarlo me arrodille y bese su pie que estaba en el aire y desde abajo la miré. Con su dedo índice me indicó que ahora besara el otro pie y volvió a cruzarse de piernas dejando el otro pie en el aire, cosa que hice rápidamente.
“Ahora quiero que beses todas mis piernas, desde abajo hasta arriba”. Así fue que tomé una de sus piernas y comencé a besarla en silencio, alternando de una pierna a la otra y mientras ella iba levantándose lentamente la pollera. Cuando llegué a sus muslos, tenía a la vista su bombacha de algodón color blanco.
Cuando terminé de hacerlo, desde abajo la mire a los ojos, como un perro que desde abajo observa a su ama. Y ella me preguntó si tenía “ganas de oler su pubis”. Sin esperar mi respuesta, con su mano acercó mi cabeza a su bombacha y mi nariz rozó el algodón, se sentía caliente y húmedo. Ella siguió manejando mi cabeza, refregando mi nariz con la raya de su concha.
A continuación levanto su cola para sacarse la bombacha y me indicó que la ayude a sácasela. Lo hice y se la di en la mano, desde abajo. Ella la tomó y dejó sobre el sillón.
Ahí estaba arrodillado ante ella, su pollera toda levantada y su pubis depilado desnudo.
No hizo falta que diga nada más. Con mi lengua comencé a besar su concha, subiendo y bajando sobre su clítoris y rayita. Andrea gemía, gozaba, se mojaba. Yo sentía que estaba en un sueño. Por momentos agarraba mi cabeza para acercarme o marcarme el ritmo de sus deseos.
Así estuvimos un rato hasta que sentí que acababa en mi boca. Ella me alejó con su mano, agarró su bombacha y se limpio ese liquido mescla de mi saliva y su excitación.
Se paró, se bajó de nuevo la pollera, como si bajara un telón y desde arriba me dijo “terminó la función, fue muy lindo Pablito, pero ahora te tenés que ir, Jose llega en un rato…”, y agregó en forma burlona “…sin esperar nada a cambio me dijiste ¿no?...”
Yo no dije nada, todo había sido claro desde un principio, yo no podría pedirle nada.
Con mi erección inocultable debajo del pantalón, que seguramente ella notó, me levanté y antes de irme… me dio la bombacha húmeda en la mano y me dijo que la llevara, la lavara con jabón neutro y se la alcance otro día en forma discreta a su trabajo.
Me acompañó hasta la puerta, me dijo “Chau Pablito” y me fui.
Iba como un zombie por la calle, parecía un sueño lo que había pasado, pero en mi bolsillo podía tocar su bombacha todavía tibia y húmeda.
Llegue a mi casa, no tenía hambre me fui directo a la cama. Apoyé su bombacha sobre la almohada, podía sentir su olor como si estuviera ahí. Lo que me volvió a excitar. Así me quede dormido acordándome de lo que hicimos, sintiendo el aroma de su prenda de algodón.
YA ESTA DISPONIBLE LA SEGUNDA PARTE:
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4 comentarios - ¿Cómo podía negarme a Andrea? Con fotos.
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