Como productora asesora de seguros, siempre me he preocupado por brindarle a mis clientes los mejores servicios posibles. No sólo en lo que a cobertura se refiere, sino también en modalidades de pago, asesoramiento legal, atención médica y hasta descuentos y promociones en accesorios para el auto. Sin embargo, pese a todos mis esfuerzos al respecto, mi talón de Aquiles siempre ha sido el auxilio mecánico.
Trabajo con una de las mejores empresas del ramo, el tema es que también trabajan con las grandes compañías y antes que atender la urgencia de una productora con una cartera de clientes mínima, prefieren darle prioridad a los asegurados directos de Amca, Rivadavia o Federación Patronal.
Esas eran las reglas de juego y tuve que aceptarlas, pero la gota que rebalsó el vaso fue cuando vino un socio a la oficina a reclamarme que había tenido que esperar más de cuatro horas por una grúa. Y se trataba de alguien que pagaba sus cuotas puntualmente, lo que de verdad me mortificaba.
Fue así que un buen día me decidí y empecé a buscar la forma de concertar una entrevista con el Gerente de la empresa que se encarga de proveerme tal servicio. Creí que sería fácil, cosa de llamar y ya está, ingenua de mí pronto me daría cuenta que hubiera tenido más éxito si llamaba a la Casa Rosada y pedía ver a Mauricio Macri.
Por razones obvias no voy a revelar el nombre de la empresa, pero es por lejos la mejor, por lo que rescindir el contrato y buscarme otra no estaba entre mis opciones.
Lo que quería era afinar los protocolos en cuanto a la atención de mis asegurados, para que no los trataran como al último orejón del tarro. Que le dieran a sus llamados la misma prioridad que a un asegurado de La Caja. Y claro, sin que el nuevo estatus se trasladara al costo "per cápita", para evitarme así la molestia de aumentar las cuotas.
Hacia ya dos meses que estaba tras esa dichosa reunión, y siempre me topaba con un pero. Que el Gerente está de viaje, que su agenda está completa hasta el próximo mes, que esto, que lo otro. Obviamente me estaban ninguneando.
Para colmo de males tenía varias secretarias. Por lo que cuando ya me parecía haber convencido a una, al siguiente llamado me atendía otra, y a empezar de nuevo.
No es por creérmela, pero sabía que si el Gerente me veía, aceptaría la reunión sin dudarlo. Sí, ya sé lo del empoderamiento de las mujeres, y los movimientos #Metoo y #Timesup, pero aunque muchas se empeñen en negarlo, a veces ser mujer tiene sus beneficios.
Fue así que un buen día me entero de casualidad que el huidizo Gerente está en el Sindicato de los Productores de Seguros.
Dejo todo lo que estoy haciendo, y le pido al tachero al que le estaba haciendo una nueva cotización en ese momento, que me lleve hasta San Martín al 600. Que se trata de una urgencia.
Durante el trayecto le escribo a una amiga que trabaja en el Sindicato, quién me afirma que el Gerente todavía está adentro. Le pido por favor que me avise cuando esté por salir, así que cuando bajo del taxi, me voy a tomar un café en "DOGG" que está ahí al lado, ya que hace frío y en el apuro me había olvidado de llevar el saco.
Habrá pasado media hora, cuarenta minutos, cuando recibo el mensaje de mi amiga:
"Ya sale".
Ya había pagado previamente lo consumido, así que salgo como disparada hacia la puerta del Sindicato. Me arreglo un poco mirándome en los vidrios de la Obra Social y espero que salga. Ya tengo pensado incluso lo que voy a decirle, pero quedo desconcertada al verlo salir con todo un séquito de personas alrededor. Creí que estaría solo, o acompañado, no sé, por una o dos personas. Pero había como cinco que lo resguardaban.
Igual, pese al cambio de escenario, traté de acercarme, decirle que desde hacía meses que trataba de reunirme con él. Que soy una productora con una cartera pequeña aunque incipiente, y que el servicio que brindaban sus empresas era clave para mi crecimiento.
-Por favor, solo unos minutos- fue mi último intento desesperado.
Pero así y todo el tipo siguió su camino, con su horda de empleados detrás, sin reparar siquiera en mi presencia.
Ya me volvía derrotada e indignada ante tal presuntuosidad, muerta de frío y herida en mi orgullo íntimo, cuando se me acerca uno de los sujetos que lo acompañaban.
-El señor (Gerente) le pide disculpas, pero como comprenderá no puede detenerse en este momento para darle los minutos que le pidió-
Claro que lo entendía, ya me habían dejado muy en claro sus secretarias que era un hombre bastante ocupado.
-Sin embargo, si me da su tarjeta podría concertarle una reunión en privado, si usted está de acuerdo-
No lo podía creer, después de tantas llamadas, de tantos intentos infructuosos, de promesas que no se cumplían, el tipo ése me decía que finalmente iba a lograr mi cometido.
Por supuesto que no se me escapaba la definición de "en privado", lo que me permitía suponer que no había pasado tan desapercibida para el Gerente como había creído en un primer momento.
-Sí, sí, claro que estoy de acuerdo- le digo dándole mi tarjeta personal -Cuando sea, estoy disponible las veinticuatro horas del día-
No quería sonar desesperada, pero no tenía alternativa. No podía dejar escapar esa oportunidad. Mi futuro profesional estaba en juego.
Me vuelvo a la oficina con una esperanza mínima, aunque esperanza al fin.
Sin embargo, esa misma tarde, cuando no habían pasado más que unas pocas horas, recibo el tan ansiado llamado. Por lo visto, no solo no pasé desapercibida, sino que se fijó bastante bien en mí.
El mismo tipo que me pidió la tarjeta, lo reconocí por la voz, me dice que el señor Gerente podrá verme al día siguiente en la dirección que me pide anotar a continuación. Es en Puerto Madero, lo que me sorprende, ya que no sabía que su empresa tuviera oficinas en un lugar tan exclusivo. Y lo que me sorprende todavía más es el horario, a las nueve de la noche.
-¿Puedo confirmarle al Señor (Gerente) la reunión?- me pregunta para asegurarse que no tengo reservas respecto al lugar ni a la hora.
-Por supuesto, dígale que ahí estaré-
-Perfecto, solo tiene que anunciarse en la entrada y el conserje le indicará el camino- concluye con la misma eficiencia con que se había manejado desde el principio.
Cuando corto me doy cuenta de un pequeño detalle. Mi marido. La reunión no era tan tarde, pero si el Gerente me citaba a esa hora, no era solo para discutir sobre negocios. Lo que significaba que, si me iba bien, volvería a mi casa mucho más tarde de lo conveniente. Encima esa semana mi marido no tenía ningún viaje programado, por lo que tendría que inventarme una excusa para esa noche.
Lo del cumpleaños de una amiga ya estaba muy usado, así que como había estado en el Sindicato se me ocurrió usar lo del curso de capacitación. Resultaba creíble porque son siempre de noche, luego del horario de oficina, y hace tiempo que no me inscribía en uno, por lo que mi marido no sospecharía nada.
La noche en cuestión preparo la cena para mi marido y mi hijo, mis dos grandes amores, y tras arreglarme de manera formal, me despido de ambos hasta dentro de un rato.
Por supuesto que no voy directo a ver al Gerente, antes paso por la oficina, en donde ya había dejado preparado el vestido que usaría esa noche, junto con unos zapatos taco aguja y una cartera al tono.
Cuando vuelvo al remis, el chofer casi no puede sacarme los ojos de encima. Le digo la dirección a la que vamos, Julieta Lanteri al mil y pico, y nos ponemos en marcha, con el tipo mirándome subrepticiamente a cada rato por el espejo retrovisor. Solo esperaba que el Gerente quedara igual de cautivado.
El lugar está frente a un parque enorme y tal como sospechaba, no se trata de ninguna oficina, sino de un imponente edificio de departamentos que debe estar cotizado entre los más caros de Buenos Aires.
Me bajo del remis, me acerco a la entrada y me anunció con el portero, perdón, con el conserje, tal como me habían indicado por teléfono.
-Hola, soy Mariela (mi apellido)-
-Sí, por favor acompañeme- me dice sin requerir ningún otro dato, conduciéndome enseguida por un suntuoso pasillo hasta uno de los tres ascensores que hay en el lobby.
Me hace subir en el del medio y presionando el botón del décimo piso me informa que mi anfitrión me recibirá arriba.
La puerta del ascensor se abre directamente en el departamento, por lo que allí ya está esperándome el Gerente, impecablemente vestido con pantalón y camisa.
Me llama por mi apellido, por lo que le pido que lo haga por mi nombre, estableciendo ya de entrada las reglas del tuteo.
-Entonces Mariela, podés llamarme Sergio, lo de Gerente suena muy formal, y además no es correcto ya que en realidad soy el Presidente de la empresa-
-Mejor entonces- le digo -Eso quiere decir que la decisión respecto a lo que tengo para ofrecerte es solo tuya-
-Así es, solo mía- se sonríe astutamente.
Luego de atravesar el recibidor, pasamos a una sala de una pulcritud que me asombra, lo cual me permite suponer que aquel lugar es utilizado solo para reuniones especiales y no como vivienda.
Con suma cortesía me invita a sentarme en un sofá de un blanco inmaculado. Frente a nosotros hay una mesa ratona encima de la que ya está preparada una bandeja conteniendo dos copas de cristal y una botella de vino cuya etiqueta anuncia que debe valer unos cuantos euros.
-Me permití seleccionar un vino de mi propia bodega- me dice mientras descorcha la botella -Espero que te guste, es una edición limitada, recién sale al mercado la próxima semana-
Sirve una medida en ambas copas, brindamos y degustamos la bebida. No soy una experta en vinos, pero me resulta delicioso.
-Y decime Mariela- expone luego de vaciar su copa -¿Te gustaría hablar de negocios antes o después?-
La pregunta es clara, concisa e implícita. Sin lugar para malos entendidos.
Vacío mi copa de un solo trago, la dejo sobre la bandeja y se la contesto, sin dudas ni titubeos.
-Después...-
Mi respuesta, también clara y concisa, lo habilita para acercarse y besarme. Algo que, me dirá después, estaba deseando desde que me vio parada en la puerta del Sindicato.
"Cagada de frío", recuerdo yo, aunque claro, eso no se lo digo.
Empezamos suave, apenas un roce de labios que va aumentando de intensidad hasta convertirse en un beso profundo, con la lengua de uno en la boca del otro.
Una de sus manos sube desde mi cadera hasta uno de mis pechos, el cual atrapa a través de la fina tela del vestido, apretándomelo con incitante suavidad. Seguro debe haber sentido como se me pone duro el pezón, porque enseguida comienza a presionar con mayor entusiasmo, ya no sólo uno, sino los dos, amasándomelos con fuerza, anunciando ya desde el principio como se van a desarrollar los acontecimientos.
Para no ser menos deslizo una mano por encima de su entrepierna, palpando la pronunciada comba que forma su sexo al ser contenido por las costuras del pantalón.
Mis dedos intuyen un tamaño prometedor, por lo que se deslizan arriba y abajo, sintiendo ese furioso palpitar que presagia una noche absolutamente memorable.
Entonces, separando sus labios de los míos, me tumba de espalda sobre el sofá, y sin que pueda ofrecerle un mínimo de resistencia, aunque sea para que no le resulte tan fácil, me levanta el vestido por sobre la cintura, me saca la tanguita de hilo dental, y separándome las piernas, acerca su rostro al incitante tajo que se abre ante él y..., me huele.
Ya desde antes de besarnos que me estoy mojando, por lo que el aroma de mi sexo es fuerte, intenso, penetrante, incluso yo misma alcanzo a olerlo. Olor a calentura, a infidelidad, a putez. A hembra en celo.
Me pasa la lengua a todo lo largo y no puedo menos que estremecerme. Cierro los ojos y entre roncos suspiros me entrego a los deliciosos arabescos que comienza a describir en torno a mi hendidura.
Mi concha se derrite bajo el influjo de esa lengua que no deja rincón por explorar, subiendo y bajando, lamiendo todo a su paso, convirtiendo a mi clítoris en un cable pelado que no deja de aplicarme una descarga tras otra.
Estoy "On Fire" y él lo sabe. Y si es tan bueno con otra parte de su cuerpo como lo es con la lengua, no habrá nada que pueda negarle esa noche.
Tras una última lamida, se levanta y se desabrocha el pantalón, pelando una erección que parece comprimir en su volumen toda la sangre de su cuerpo.
Las venas, la textura, el olor, todo contribuye a crear un momento de ensueño, como si de pronto el resto del mundo se difuminara a nuestro alrededor y solo quedásemos el Gerente, Yo, y esa verga que se erige orgullosa y desafiante.
Se la agarro con las dos manos y lo pajeo, sintiendo entre mis dedos esa tensión exquisita, tan única y gratificante, la razón de la todas mis locuras.
Le paso la lengua por la cabeza, resbalando a todo lo largo, lamiéndole también los huevos, que ya están llenos y palpitando de excitación.
Siempre lamiendo, subo por el otro lado, mojándola con mi saliva, contagiándole el calor de mis labios, los cuáles abro al llegar a la punta, dejando que se deslice adentro, hasta casi atragantarme.
Se la chupo como si estuviera en plena agonía y su verga fuera la cura para todos mis males.
Chupo, muerdo, mastico, beso, succiono, lengüeteo cada pedazo, de un extremo a otro, por los lados, arriba y abajo, llenándolo de saliva, regocijándome con su sabor y tibieza.
Mediante sinuosos movimientos de la pelvis, el Gerente juega a cogerme por la boca, entrando y saliendo, alargándose hasta puntearme la campanilla.
Pese a no poder respirar, no le pido que me la saque, me gusta esa sensación de ahogo, la sofocación que produce una pija atravesándome la garganta.
Me la aguanto hasta el último aliento, recién entonces me retiro y recupero el aire, respirando a grandes bocanadas, como si acabara de emerger desde lo más profundo del océano.
Llevando sus manos hacia mi espalda, me desabrocha el vestido y me ayuda a sacármelo por encima de la cabeza. No me puse corpiño, así que mis pechos emegen llenos y rebosantes.
Se queda mirándome durante un instante, embelesado, como el remisero, tras lo cual se pone a chuparme las tetas con gustoso deleite, haciendo centro de todos sus ataques a mis pezones, que ya me duelen de tan duros que los tengo.
Vuelve a besarme con toda la boca, ávido, jugoso, dejándome casi sin aliento, tras lo cual se pone un forro y avanzando por entre mis piernas, me la mete con un fuerte y agresivo empujón.
Me dejo caer de espalda en el sofá, con él encima, cada vez más dentro mío, haciéndome sentir que sea cual fuese el resultado, aquella negociación me va a resultar sumamente satisfactoria.
Nos cogemos mutuamente, empujando cada cuál por su lado, mirándonos a los ojos, atentos cada uno a las necesidades del otro.
La verga me entra hasta los huevos, toda entera, llenándome de placer, regalándome un montón de sensaciones, todas intensas y voluptuosas. Me entrego por completo a ese deleite, abriéndome, mojándome, enlazando mis piernas en torno a su cintura para que no me la saque sino hasta haberme dado una satisfacción plena y absoluta, lo menos que me merezco por haber padecido tanto para conseguir esa dichosa reunión.
Sin sacármela me traslada hacia la alfombra, cuyo suave y cálido tejido parece amoldarse a la sinuosidad de mi cuerpo.
Siempre mirándonos, como si nos cogiéramos también con los ojos, nos movemos a la par, él desde arriba, yo desde abajo, golpeándonos, impactando el uno contra el otro, buscando confluir en tiempo y forma en el placer tan ansiado.
Unos cuantos golpes más, intensos, vehementes y acabamos juntos, entre apasionados jadeos, sintiéndonos desbordados por esa pulsión casi animal que nos sacude y estremece.
Aún en medio de la agitación, nos besamos largamente, sin separarnos todavía, dejando que el placer fluya por entre nuestros cuerpos, tan intenso y apasionado que tardamos un buen rato en recuperarnos del impacto.
-¡Un delicioso aperitivo!- exclama el Gerente al levantarse, sacándose el preservativo repleto de leche y arrojándolo en un cesto cercano.
-Si el resto de la noche es así, vos y yo vamos a hacer muy buenos negocios- me asegura, y tomándome de la mano me ayuda a levantarme.
Así desnudos como estamos, el uno frente al otro, sensibilizados aún por las delicias del orgasmo que acabamos de compartir, nos besamos de nuevo, ésta vez mucho más románticamente, como una pareja de enamorados en el final de una novela del corazón.
-Tengo una habitación preparada para nosotros- me informa.
-Antes necesito hacer una llamada- le digo.
-Ok, te espero allí, es al final del pasillo- me dice indicándome con un gesto hacia donde debo ir.
Cuando se va, desnudo, con la pija bamboleándose pesadamente entre sus piernas, saco el celular de mi bolso y llamo a mi marido.
-Hola mi amor..., sí, ya terminó el curso, pero me encontré con un par de amigas con las que saque la matrícula, y me invitaron a tomar unos tragos, así que me voy a demorar un rato..., vamos a ir a un bar irlandés, acá en el centro..., sí, prometo no emborracharme..., No, no me esperes despierto..., chau, un beso para vos y otro para el Ro..., también te amo...-
Corto la comunicación y lo apago. Desnuda recorro el pasillo y entro en la habitación indicada, la que está al final del mismo. No bien traspaso la puerta, mis glándulas olfativas se regocijan con un aroma que debe tener entre sus ingredientes algún activador de endorfinas. O quizás sea yo, que pese al orgasmo reciente, vuelvo a estar excitada y a humedecerme en esa forma que resulta tan estimulante.
La habitación en la que me encuentro está innegablemente preparada para el sexo. La suite de un telo, eso es lo que es, con espejos, un baño con las paredes traslúcidas, y hasta una barra con las mas variadas bebidas, todas importadas por supuesto.
-¿Que te sirvo?- me pregunta el Gerente desde detrás de la barra.
-Un whisky- le digo sentándome en uno de los tres bancos que componen el mobiliario del bar.
Se sirve otro para él, chocamos los vasos, improvisando un brindis y tras beber un sorbo, me dice:
-Entonces, ¿de qué querías hablarme?-
Se lo digo todo de un tirón, sin guardarme nada, tratando de aprovechar al máximo esa oportunidad que tengo de estar frente a alguien que, habitualmente, resulta inaccesible.
Cuando termino, se me queda mirando y me sonríe.
-¿Nada más?- pregunta sarcástico.
-Nada más, solo eso- le digo de la misma forma.
-Ok, entonces vamos a hacer esto...-
No sé si hayan sido mis argumentos más que valederos o simplemente por estar ahí desnuda, con mis pechos duros e hinchados de excitación, pero el tipo me concedió todo lo que le pedí. Incluso quedamos que al día siguiente le enviaría una nómina con todos mis asegurados para que, no digo que le den un trato preferencial, pero por lo menos ya no iban a tener que esperar horas y horas por una grúa o un servicio mecánico.
A modo de rúbrica del convenio que acabamos de pactar, nos tomamos otro trago. El whisky se derrama por mi garganta como fuego líquido, alimentando todavía más el incendio que consume mi cuerpo.
Sale entonces de detrás de la barra y acercándose hace girar el banco de modo que quedamos enfrentados. Los dos desnudos, ávidos de sexo.
Sin pedir permiso se acomoda entre mis piernas y me pasea la poronga por toda la concha, arriba y abajo, por los lados, empujando los labios hacia adentro con la cabeza.
Como si fuera el pincel de un consumado artista, va delineando las formas de mi intimidad, pintándome con el juguito que le sale de la punta.
Por un momento creo que me la va a meter así, en carne viva, pero se resiste a la tentación y agarrando un preservativo de un bol que contiene muchos más, abre el sobre y se lo pone, enfundando su verga con esa incitante segunda piel.
Ahora sí, ahí mismo, como estoy sentada, con las piernas abiertas y él en el medio, me la mete esta vez en forma suave y deliciosa, resbalando por entre el cálido almíbar de mi interior. Cuando llega al fondo, hasta que sus huevos hacen tope, me abraza y me besa, iniciando al mismo tiempo un mete y saca absolutamente demoledor.
Me coge un rato en esa posición, para luego llevarme alzada y sin sacármela, hasta la cama. Me tumba de espalda y echándose sobre mí, por entre mis piernas, me sigue cogiendo, matizando el ritmo perfecto con unos cuántos golpes deliciosamente dosificados de su pelvis.
El goce no puede ser más intenso. Una oleada salvaje que nos ahoga con sus procaces delicias.
Fundidos como estamos, el uno en el otro, sentimos como nuestros corazones laten a la par, perfectamente sincronizados, siguiendo un mismo ritmo, el del placer.
Hasta entonces todo había sido dulce, cariñoso, casi romántico, pero tal como me imaginaba, las concesiones conseguidas no me iban a salir tan baratas.
De repente me la saca, me da la vuelta, y poniéndome boca abajo, arremete por atrás. No soy una neófita en tales prácticas, por lo que enseguida lo tengo adentro, machacándome el culo a puro embiste.
La verga parece agrandarse todavía mas en ese estrecho aunque receptivo orificio, como si buscara algún tesoro escondido y necesitara de toda su extensión para encontrarlo.
Intuyendo que no ha sido el primero ni será el último en acceder a ese recóndito reducto, el Gerente acelera la descarga, haciéndome chillar de dolor y placer.
Despojándose ya de su lado más amable, me agarra de los pelos y tirándome la cabeza hacia atrás, me jinetea, salvaje y brutal, haciendo resonar los cachetes de mi cola con cada golpe que me aplica por la retaguardia.
Esta vez acabo yo sola, disolviéndome en profusos jadeos, mientras él me sigue dando, repentinamente motivado por la receptividad que le ofrece mi culito.
Lo siento resoplarme en la nuca, su aliento agitado, la excitación a flor de piel.
La pija sigue durísima, como si no fuera a acabar en lo que resta de la velada. Pero yo no puedo pasarme toda la noche culeando. Me gustaría, pero no puedo. Mi marido y mi hijo me esperan en casa, y por la mañana tengo que ir a trabajar. Así que decido tomar el toro por las astas, o por los huevos, mejor dicho, y empujando hacia atrás, invierto nuestras posiciones. Ahora él está debajo, de espalda, y yo arriba, sentada encima suyo, con toda su pija aún latiéndome dentro del culo.
Ahora soy yo la que se mueve, arriba y abajo, enloqueciendo de placer con ese tubo de carne que parece atravesarme más allá de los intestinos.
Me muevo casi saltando, devorándolo todo por el ojete, sabiendo que con unos cuantos movimientos más, precisos y coordinados, voy a lograr mi cometido.
Sin dejar de moverme me meto un par de dedos en la concha y los agito al ritmo de la cabalgata, sintiendo esa ráfaga de adrenalina que te sacude cuando el placer supera todas tus expectativas.
El Gerente me sostiene por la cintura, subiendo de vez en cuando para acariciarme las tetas, dejando que sea yo la que nos guíe ahora hacia el infinito.
El acabóse no tarda en llegar, de nuevo a los dos juntos. Por mi parte, en forma de unos chorritos espesos y efusivos que me salen disparados de la concha, mientras él vuelve a llenar el forro con la sustancia más preciada del planeta.
Los suspiros y jadeos explotan al por mayor, musicalizando de forma incitante lo épico y trascendental de aquel momento.
Quedamos devastados, deshechos de tanto goce y placer, incapaces de movernos y mucho menos de levantarnos.
-Mariela, por favor decime que necesitás negociar algo más- me reclama esperanzado el Gerente.
-¿Qué? ¿Todavía te queda tinta en la estilográfica?- le pregunto risueña, agarrándole la pija y sobándosela.
-Con una mujer como vos siempre tengo un cartucho de repuesto- asiente.
-Primero tomemos algo- sugiero.
Me levanto, no sin esfuerzo, y agitando las gomas al andar, me acerco a la barra. Reviso atentamente el stock de bebidas y me decido por un vodka cuya etiqueta, con símbolos incomprensibles, revela su procedencia rusa. Agarro dos vasos de esos chiquitos destinados a tal bebida, y los lleno casi hasta el borde.
-¿Que te gustaría hacer? Bueno, hacerme...- le consulto alcanzándole uno de los vasos.
-Sorprendeme- me desafía.
Me bebo el vodka de un solo trago, tal como lo haría alguien del país de Putin, y golpeando el vaso vacío en la barra, le sonrío cómplice.
Entro en la ducha, abro la canilla y comienzo a ducharme con movimientos sexys e insinuantes, dejando que el agua se filtre por cada recodo de mi cuerpo.
Siempre como una stripper brindando un show húmedo, agarro uno de los potes que están en una repisa y derramo jabón líquido sobre mis pechos, frotándomelos lascivamente, aplastándome la punta de los pezones con el pulgar y el índice de cada mano.
Para que el espectáculo sea completo tengo que mojarme el pelo. No sé como voy a justificar llegar a casa con el pelo mojado, pero negocios son negocios, así que me lo mojo igual.
Me echo jabón en la parte baja de la espalda y dándome la vuelta, dejo que me chorree por la raya del culo.
Por supuesto que desde la cama el Gerente observa como testigo privilegiado toda esa escena montada especialmente para él. Las paredes de la ducha son transparentes, por lo que no se pierde detalle. Como yo, que no me pierdo detalle de como se le va parando la pija..., otra vez.
Larga, dura, hinchada, cuando ya está al tope de sus posibilidades, le digo con el dedito que se acerque.
Se levanta y con la pija apuntando como una flecha entra a la ducha conmigo. Me abraza y me besa, rozándome con esa dureza exquisita que se estremece de solo sentir el contacto de mi piel.
Sin permitirme disfrutar demasiado de sus labios, me da la vuelta y me apoya por detrás.
-¿No te vas a proteger?- le pregunto al sentir como empieza a puntearme el ojete.
-Quiero acabarte adentro..., lo necesito- me susurra suplicante.
Llevando una mano hacia atrás, acerco su cabeza a la mía y girándome lo beso en la boca, aceptando su deseo sin la necesidad de pronunciar ni una sola palabra.
Bien plantado tras de mí me penetra y empieza a cogerme con ese vigor salvaje e impetuoso que parece no agotársele jamás.
Me tiene ahí, con las tetas aplastadas contra la pared vidriada de la ducha, sometiéndome a un delicioso vaivén, intenso, brutal, contundente.
Me agarra de los brazos y tirándomelos hacia atrás acelera el ímpetu de las descargas, llegándome bien adentro, tan profundo que lo siento alargándose con cada metida.
Me estremezco toda, desde la nuca hasta la punta de los pies, sintiendo como mi energía sexual se condensa en mi interior, como un remolino, preparándose para el inevitable estallido.
Unas cuántas sacudidas más, pesadas, impetuosas y ahí llega el orgasmo más poderoso de la noche. Una explosión rebosante de vida y placer.
El Gerente acaba conmigo, bien abrochado a mi cuerpo lo siento llenándome de leche, arrasándome toda por dentro, licuándose con mi propia esencia, formando entre ambos un mismo torrente, único, vivo, primordial.
Nos quedamos un rato ahí, bajo el relajante efecto del agua, frotándonos, compartiendo las delicias de ese nuevo orgasmo que prácticamente nos estaba devastando.
Al salir de la ducha, ya un poco más recuperados, le pido que me sirva un whisky, después de todo se supone que me fui a tomar unos tragos con unas amigas, por lo que debo llegar a casa con algo de alcohol encima.
Cuando salgo del edificio del Gerente, en Puerto Madero, ya pasa de la medianoche. El remis me está esperando en la puerta, así que me subo y me acurruco en un rincón, sintiendo como todavía me laten la concha y el culo de tanto sexo.
De nuevo paso por la oficina, para volver a ponerme la misma ropa con que salí de casa y secarme el pelo con un secador portátil que tengo para tales emergencias. Igual todo resulta innecesario, ya que cuando llego mi marido duerme como un tronco. Podría haber llegado sin bombacha y con una guirnalda de forros en la cabeza que no se hubiera dado cuenta.
Me doy una ducha rápida, me fijo en el Ro que duerme igual que su padre y me acuesto, durmiéndome complacida y satisfecha. No solo había conseguido las mejoras contractuales que buscaba, sino que también la pasé bomba.
¿Quién dijo que no se mezclan los negocios con el placer? En mi caso tal combinación resultó más que efectiva...
32 comentarios - Business are business...
+10
Buen post, van diez puntos.
La del pintor estubo mejor
No me haga perseguirla, ni chupar frío en la puerta de su oficina!