Esta es la historia que pude conocer de Martita. Hace ya tiempo, estuve tres o cuatro veces con ella. Encuentros de sexo de alto voltaje y mucha charla donde me contó episodios de su vida.
El otro dia la recordé y me di cuenta que con lo que ella me había contado podía relatartes los secretos de su vida. Asi que con un poco de licencias literarias para darle atractivo, pero sin escapar mucho de la historia que ella me contó, aquí va la primera entrega.
Martita es una chica criada en una familia muy tradicionalista y bien acomodada de Buenos Aires. Única hija mujer con un hermano mayor y uno menor, mimada por su padre, educada y adroctinada por su madre ultracatolica y muy estricta.
Creció sin privaciones ni inseguridades. Pero con miedos y culpas.
Hubo un hecho que la marcó y le cambió la vida. Martita a muy temprana edad aprendió a tocarse. Fue de casualidad. En su casa y en su círculo íntimo no se hablaba de eso. Pero un día sin querer paso su mano por su conchita y sintió placer, un placer especial. Y noche a noche siguió haciéndolo para darse ese placer que estaba empezando a conocer.
Poco a poco, con el tiempo, fue aprendiendo que era lo que le pasaba y le gustaba dormirse con el placer que ese inocente juego le provocaba. Intuía que era mejor no comentar lo que hacía y este paso a ser el mayor secreto que guardaba. Ni siquiera se lo diría al padre José en sus confesiones quincenales.
Pero una noche siguió un poco más con sus jueguitos y se dio cuenta que el placer iba aumentando mientras ella seguía y si jugaba muy suave con el botoncito que tenía en su conchita el placer aumentaba y que esos líquidos que a veces le salían y que no eran pis, ahora mojaban sus dedos y esto hacía más placentero su juego y ya no quería parar y quería gritar pero se mordia para no ser oída y se puso boca abajo levantando la cola y metiendo su mano para seguir tocándose y el placer la volvía loca y mordia la almohada y de pronto su cuerpo comenzó a temblar y una oleada de placer la envolvió y le costaba respirar y pensó que se moría...
Y así Martita supo lo que era un orgasmo sin saber aún lo que era un orgasmo. Porque de eso no se hablaba. Ni en su casa ni en el colegio religioso donde la mandaban. Con chicas igual de educadas que ella (aunque después, con el tiempo supo que no era tan así).
Esta experiencia le dio culpa. Sintió que estaba pecando pero no pensaba confesarlo. Creía que la vergüenza sería peor que la culpa. Prefería hundirse en el infierno que confesar su pecado y mucho menos dejar de hacerlo.
Poco a poco comenzó a perfeccionar la práctica. A hacerlos más intensos, más duraderos. A encontrar otros lugares como la ducha. El correr del agua tibia por sus labios mientras se tocaba aumentaba su placer.
Todas sus frustraciones juveniles encontraron consuelo con sus dedos acariciando su húmeda conchita. Era su mayor secreto y nunca nadie debería saberlo.
Hubo un par de noviecitos en el secundario pero con ellos no pasó a mayores. Ellos sólo querían coger pero ella aún no quería dar ese paso. Prefería la seguridad de su auto placer. Por ahora eso le bastaba. Por ahora.
La nena creció, terminó su secundario, comenzó a estudiar economía en la facultad y a los 18 años de había convertido en una hermosa joven, no muy exuberante pero si alta, rubia y de ojos claros. Con unas tetitas no muy grandes pero bien formadas y con unos pezones rosados y deliciosos y un culito chico pero perfecto. Redondito. Deseable.
Ella llamaba la atención por su aspecto angelical, su blanca piel, sus ojos claros, su rubia cabellera y esa cara de niña inocente que pronto perdería....
Sucedió una tarde de un cálido otoño, poco después del mediodía.
Ella se había levantado temprano para estudiar, pero no podía concentrarse. Estaba muy caliente. La paja nocturna no había sido suficiente y casi sin querer, sus dedos estaban recorriendo su conchita nuevamente. Despacio, acariciando su clítoris, sintiendo el placer recorrer su cuerpo.
Después metió dos dedos en su afiebrada y húmeda concha. Hacía rato que había auto perdido su virginidad con sus dedos. Fue su regalo para un cumpleaños.
Ya sabía como estimular con pequeños golpecitos y movimientos circulares su punto G, y que esto más una adecuada estimulación del clítoris le producía orgasmos magistrales como el que estaba por recibir en ese momento.
Amaba estar sola en la casa como esa mañana, podía gritar sus orgasmos y disfrutarlos más.
La oleada de placer la estaba invadiendo y ella jadeaba y se tocaba con furia hasta estallar entre gritos entrecortados.
Se fue calmando mientras se acariciaba el cuerpo, retomando el aliento y volviendo en si.
Se relajó y retomo la calma. Pero había algo que no funcionaba esa mañana. Seguía caliente.
Pasaron algunas horas, comió algo frugalmente y se preparó para ir a la Facultad.
Una blusa clara, Una pollera tableada larga hasta las rodillas, un saquito al tono y su cara angelical. Y así salió.
A la vuelta de la casa, camino a la Facultad estaba el taller mecánico de Nicolás. Hombre bastante tosco, no muy alto, de al rededor de 50 años, siempre con su mameluco engrasado y sus manos haciendo juego. No parecía ser muy afecto a la limpieza. Sus pelos negros y ensortijados siempre desordenados, siempre engrasados.
Así y todo un tipo querido en el barrio, de esos mecánicos que te salvan. Y muy honesto a la hora de cobrar.
Paso Martita con sus pensamientos por la puerta del taller y Nicolás se quedó mirándola con la boca abierta como casi siempre, pero esta vez no le fue indiferente. Ella también se paró y se quedó mirandolo. No podía hacer otra cosa que quedarse ahí. Ese cuerpo de macho sin ningún atractivo, macho primitivo, no la dejaba moverse. La tenía magnetizada. Echizada. Notó su bulto debajo del engrasado overall, grueso, palpitante...
Muchas veces había visto bultos, sus hermanos, Sus dos noviecitos siempre alzados, su mismísimo padre...
Pero este era distinto. Este la atraía. Dio dos pasos adelante y lo tomo entre sus dedos. Sintió esa masa de carne dura y caliente.
De la boca de Nicolás sólo salió un -nena!....
Y se apresuró a cerrar la cortina metálica de su taller.
Continuará.
El otro dia la recordé y me di cuenta que con lo que ella me había contado podía relatartes los secretos de su vida. Asi que con un poco de licencias literarias para darle atractivo, pero sin escapar mucho de la historia que ella me contó, aquí va la primera entrega.
Martita es una chica criada en una familia muy tradicionalista y bien acomodada de Buenos Aires. Única hija mujer con un hermano mayor y uno menor, mimada por su padre, educada y adroctinada por su madre ultracatolica y muy estricta.
Creció sin privaciones ni inseguridades. Pero con miedos y culpas.
Hubo un hecho que la marcó y le cambió la vida. Martita a muy temprana edad aprendió a tocarse. Fue de casualidad. En su casa y en su círculo íntimo no se hablaba de eso. Pero un día sin querer paso su mano por su conchita y sintió placer, un placer especial. Y noche a noche siguió haciéndolo para darse ese placer que estaba empezando a conocer.
Poco a poco, con el tiempo, fue aprendiendo que era lo que le pasaba y le gustaba dormirse con el placer que ese inocente juego le provocaba. Intuía que era mejor no comentar lo que hacía y este paso a ser el mayor secreto que guardaba. Ni siquiera se lo diría al padre José en sus confesiones quincenales.
Pero una noche siguió un poco más con sus jueguitos y se dio cuenta que el placer iba aumentando mientras ella seguía y si jugaba muy suave con el botoncito que tenía en su conchita el placer aumentaba y que esos líquidos que a veces le salían y que no eran pis, ahora mojaban sus dedos y esto hacía más placentero su juego y ya no quería parar y quería gritar pero se mordia para no ser oída y se puso boca abajo levantando la cola y metiendo su mano para seguir tocándose y el placer la volvía loca y mordia la almohada y de pronto su cuerpo comenzó a temblar y una oleada de placer la envolvió y le costaba respirar y pensó que se moría...
Y así Martita supo lo que era un orgasmo sin saber aún lo que era un orgasmo. Porque de eso no se hablaba. Ni en su casa ni en el colegio religioso donde la mandaban. Con chicas igual de educadas que ella (aunque después, con el tiempo supo que no era tan así).
Esta experiencia le dio culpa. Sintió que estaba pecando pero no pensaba confesarlo. Creía que la vergüenza sería peor que la culpa. Prefería hundirse en el infierno que confesar su pecado y mucho menos dejar de hacerlo.
Poco a poco comenzó a perfeccionar la práctica. A hacerlos más intensos, más duraderos. A encontrar otros lugares como la ducha. El correr del agua tibia por sus labios mientras se tocaba aumentaba su placer.
Todas sus frustraciones juveniles encontraron consuelo con sus dedos acariciando su húmeda conchita. Era su mayor secreto y nunca nadie debería saberlo.
Hubo un par de noviecitos en el secundario pero con ellos no pasó a mayores. Ellos sólo querían coger pero ella aún no quería dar ese paso. Prefería la seguridad de su auto placer. Por ahora eso le bastaba. Por ahora.
La nena creció, terminó su secundario, comenzó a estudiar economía en la facultad y a los 18 años de había convertido en una hermosa joven, no muy exuberante pero si alta, rubia y de ojos claros. Con unas tetitas no muy grandes pero bien formadas y con unos pezones rosados y deliciosos y un culito chico pero perfecto. Redondito. Deseable.
Ella llamaba la atención por su aspecto angelical, su blanca piel, sus ojos claros, su rubia cabellera y esa cara de niña inocente que pronto perdería....
Sucedió una tarde de un cálido otoño, poco después del mediodía.
Ella se había levantado temprano para estudiar, pero no podía concentrarse. Estaba muy caliente. La paja nocturna no había sido suficiente y casi sin querer, sus dedos estaban recorriendo su conchita nuevamente. Despacio, acariciando su clítoris, sintiendo el placer recorrer su cuerpo.
Después metió dos dedos en su afiebrada y húmeda concha. Hacía rato que había auto perdido su virginidad con sus dedos. Fue su regalo para un cumpleaños.
Ya sabía como estimular con pequeños golpecitos y movimientos circulares su punto G, y que esto más una adecuada estimulación del clítoris le producía orgasmos magistrales como el que estaba por recibir en ese momento.
Amaba estar sola en la casa como esa mañana, podía gritar sus orgasmos y disfrutarlos más.
La oleada de placer la estaba invadiendo y ella jadeaba y se tocaba con furia hasta estallar entre gritos entrecortados.
Se fue calmando mientras se acariciaba el cuerpo, retomando el aliento y volviendo en si.
Se relajó y retomo la calma. Pero había algo que no funcionaba esa mañana. Seguía caliente.
Pasaron algunas horas, comió algo frugalmente y se preparó para ir a la Facultad.
Una blusa clara, Una pollera tableada larga hasta las rodillas, un saquito al tono y su cara angelical. Y así salió.
A la vuelta de la casa, camino a la Facultad estaba el taller mecánico de Nicolás. Hombre bastante tosco, no muy alto, de al rededor de 50 años, siempre con su mameluco engrasado y sus manos haciendo juego. No parecía ser muy afecto a la limpieza. Sus pelos negros y ensortijados siempre desordenados, siempre engrasados.
Así y todo un tipo querido en el barrio, de esos mecánicos que te salvan. Y muy honesto a la hora de cobrar.
Paso Martita con sus pensamientos por la puerta del taller y Nicolás se quedó mirándola con la boca abierta como casi siempre, pero esta vez no le fue indiferente. Ella también se paró y se quedó mirandolo. No podía hacer otra cosa que quedarse ahí. Ese cuerpo de macho sin ningún atractivo, macho primitivo, no la dejaba moverse. La tenía magnetizada. Echizada. Notó su bulto debajo del engrasado overall, grueso, palpitante...
Muchas veces había visto bultos, sus hermanos, Sus dos noviecitos siempre alzados, su mismísimo padre...
Pero este era distinto. Este la atraía. Dio dos pasos adelante y lo tomo entre sus dedos. Sintió esa masa de carne dura y caliente.
De la boca de Nicolás sólo salió un -nena!....
Y se apresuró a cerrar la cortina metálica de su taller.
Continuará.
4 comentarios - El secreto de Martita. Parte 1