De repente todo se dió vuelta. Había esperado tanto el reencuentro con Damián, que me parecía imposible estar pensando en otro hombre y no en los momentos que pasaríamos juntos. Pero mi mente, mi corazón y mi concha estaban con el Gitano. Ese tipo me movió la estantería. Me sacudió los cimientos como hace tiempo no me pasaba.
No estaba planificado. La verdad es que no quería complicarme la vida con un nuevo romance, no era algo que estuviese buscando, solo quería pasar unos lindos momentos con Damián, pero justo se aparece este tipo de la nada y ahí estoy, sintiendo todavía su sabor en mi piel.
No cogí con nadie desde que estuvimos juntos, ni siquiera con mi marido, por lo que la forma de su verga aún seguía impresa en mis agujeros.
Generalmente me aburre estar con el mismo hombre más de una vez. Salvo honrosas excepciones, como el Cholo, Juan Carlos, Jorgito, Pablo o el mismo Damián, con quienes garcharía por toda la eternidad, los demás son polvos para un solo relato.
Pero luego del "aventón", sentía que el Gitano podía pasar a formar parte de tan exclusiva fraternidad. Por lo menos yo tenía ganas de volver a estar con él.
Como a la semana me lo vuelvo a cruzar. Bueno, "cruzar" es una forma de decir. En realidad lo fui a buscar.
Volvía del trabajo, cuando ví su camioneta estacionada frente a la empresa de transporte y me mandé.
Tal como imaginaba el fuego seguía ahí, vivo, latente, aún más intenso que antes.
Nos metimos en su camioneta y nos comimos a besos, lamiéndonos, chupándonos, metiéndonos manos como dos desesperados.
No podíamos ir a mi casa ya que mi suegra no tardaría en traer al Ro del colegio.
Del otro lado del parque hay un albergue transitorio, pero tampoco podíamos entrar con semejante camioneta. Así que nos bajamos, y caminando como si no estuviésemos juntos, atravesamos el Parque y entramos al telo por separado, uno detrás del otro.
Pedimos una habitación y tomándonos ahora sí de las manos, atravesamos la recepción con la urgencia lógica del momento.
Es tan intenso lo que me despierta ese hombre, que al entrar a la habitación lo primero que hago es chuparle la pija como si no hubiera un mañana.
Ahí mismo, apenas entramos, lo arrincono de espalda contra la puerta y bajándole el pantalón, se la como hasta donde me quepa, llenándome la boca de carne y pelos.
La forma en que suspira y jadea es fiel reflejo de lo salvaje que es mi mamada.
Me levanto, la boca rebalsando de sus propios fluidos preseminales, y lo beso en forma jugosa y apasionada, restregándome contra su excitado cuerpo.
Sin dejar de besarnos, de tocarnos, de sentirnos, nos desnudamos mutuamente, arrancándonos la ropa, ávidos, ansiosos, reconociendo en el otro esa lujuria que ya nos había tomado de rehenes.
Me tiro en la cama y separando las piernas, le ofrezco mi concha para que me la chupe en esa forma suya que tanto placer me produce.
Su boca me absorbe y succiona, me muerde, me mastica, me tritura, provocándome un espasmo tras otro, arrancándome gemidos y jadeos que me brotan desde las mismas entrañas.
Lo agarro de la melena y me revuelvo contra su boca, frotándome lasciva, desesperada, ansiando que me devore por completo.
Es en momentos como esos que le encuentro sentido a canciones como: "Devorame otra vez..., devorame otra vez...". Porque eso es lo que quiero, que me devore.
Cuando me suelta tengo los labios hinchados y enrojecidos, las marcas de sus chupones bordeándome toda la concha, y una espesa mezcla de saliva y flujo vaginal empapándome hasta el pubis.
El Gitano se sacude la tentadora erección, se pone un forro y acomodándose por entre mis piernas, entra a cogerme con esa fuerza y energía que no cualquier mujer le aguantaría. De eso estoy segura.
Pero no está con una mujer cualquiera. Todos los hombres que estuvieron antes, me curtieron y prepararon para ese momento. Para los brutales enviones con que el Gitano se hunde en mí.
Yo también me muevo, me agito convulsa debajo de su cuerpo, enroscándome a él con brazos y piernas, sintiendo que cada clavada me retumba en sitios que hasta entonces creía insensibles.
Entra y sale, violento, demoledor, metiéndome toda su larga y robusta verga, haciendo rechinar las bisagras de la cama con cada movimiento.
El polvo no tarda en llegar, intenso, electrizante, arrollador. Ese bálsamo de satisfacción que con el Gitano alcanza niveles superlativos.
En pleno goce, sin soltarme de su cuerpo, lo miro a los ojos y entre profusos jadeos, le digo:
-¡Me llamo Mariela...!-
Por algún motivo tengo la necesidad de decirle mi nombre, como una manera de blanquear algo que me está sucediendo y que estoy segura, convencida, de que no se me va a pasar así nomas. No es que me esté enamorando, pero...
-Miguel, para servirte Mariela- me dice bien metido adentro mío.
Nos besamos y rodamos el uno sobre el otro hasta quedar yo arriba y él abajo.
Yo había acabado, pero él seguía duro como un fierro, por lo que tras disfrutar de las mil y un sensaciones que un orgasmo suyo me provoca, empiezo a moverme, ondulando mis caderas en torno a su verga.
No quisiera bajarme nunca de ahí arriba. Allí me siento feliz, segura, protegida. Me siento completa, y no lo digo solo porque la tenga toda adentro.
El Gitano, Miguel, me complementa como solo lo han hecho muy pocos hombres en mi vida. No se trata solo del sexo, sino de algo más profundo e intenso que involucra emociones y sentimientos.
Quizás para él yo solo sea un polvo más, otra mina que se garcha, pero para mí, en ese momento, más allá de formas y excesos, estábamos haciendo el amor.
Como quién se está dando el gran gusto de su vida, Miguel no me deja ni respirar entre una posición y otra. Luego de tenerme a caballito, me pone en cuatro, de costado, otra vez de espalda, me coge de sentada, y por supuesto, me coge por el culo.
¿Creían que se iba a privar de ese placer?
Se pasa un buen rato cogiéndome por atrás, jugando con mis pechos, con mi clítoris, metiéndome los dedos, haciéndome sentir el rigor de una virilidad de la que ya no me sería posible prescindir.
Ese sujeto me tenía atrapada, me había hecho su prisionera, y no había rescate que pudiera liberarme.
Luego del polvo, que esta vez compartimos, nos quedamos un buen rato acostados en la cama del telo, mi cabeza apoyada en su pecho, su brazo rodeándome, deseando que el mundo dejara de girar en ese preciso instante.
Hablamos de cosas triviales, en ningún momento hablamos de nosotros, de lo que nos pasa. No queremos complicarnos la vida más de lo que ya nos la estamos complicando.
Salimos del telo otra vez por separado, disimulando cualquier cercanía.
Verlo alejarse, sin siquiera mirarme, me destroza el corazón, pero sé que lo hace para protegerme, para que nadie pueda insinuar nada.
Cuando llego a casa saludo a mi suegra, le doy un beso al Ro y me voy a dar un baño caliente para atenuar las secuelas del tremendo machaque al que me sometió el Gitano. Tendré que cubrirme con maquillaje algunas marcas y moretones, pero no se trata de nada que no haya hecho antes.
Las tramposas tenemos nuestros truquitos...
8 comentarios - Amor gitano...
casi que te cogi junto al gitano de cómo lo disfruté bonita
van 10 y te invito a leer mis relatos y que opines también
beso
Besos tramposos.-
Decime donde te contacto.......