(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)
Aquel día todo estaba siendo terrible. Me había quedado dormido, se me había caído la taza con el café haciendo un estropicio en el suelo, me había quedado sin camisas planchadas, se me rompió un cordón del zapato, casi me maté por las escaleras y perdí mi tren habitual.
Llegué a la oficina sin tiempo para tomar un café de máquina con los compañeros, me pilló la jefa por banda para montarme un pollo terrible por un tema del trabajo, se le unió otro jefe para entre los dos ponerse a dar voces, y tropecé con un trozo de moqueta que estaba levantado.
“¿Puede ir algo peor hoy?”, pregunté a mi imagen en el espejo del baño cuando fuia refrescarme el rostro. La respuesta era claramente no. Bueno, siempre podía sufrir un atropello, un desahucio, pero aquel día estaba siendo especialmente terrible. Decidí volver a mi mesa e intentar acabar un informe antes de la hora de comer, y en ese momento la pantalla del iPhone se me iluminó. “WhatsApp de Mila (1 mensaje)” ponía en la pantalla.
Mila era mi exnovia. Habíamos roto hacía cosa de ocho meses (concretamente la dejé yo después de una discusión especialmente fuerte aquella noche; al día siguiente más calmados aceptamos que lo nuestro no tenía futuro y adiós muy buenas), y por lo que sabía mediante el invento tóxico de las redes sociales, a los dos meses de la ruptura había empezado a salir con un imbécil.
Abrí el mensaje para ver qué decía.
Mila, 12:45: “Hola. Necesito que me hagas un favor.”
Yo, 12:47: “Hola, ¿de qué se trata?”
Mila te envió su ubicación, 12:55.
Mila, 12:56: “Estoy en la ciudad de paso. ¿Puedes venir cuando salgas del trabajo?”
¿Que estaba en la ciudad? Pero si se había ido a vivir a Galicia con él. Qué cosa más rara. En cualquier caso, le dije que iría y miré la ubicación. Al parecer se estaba alojando en un hotel, no muy lejos de aquí. Apenas dos paradas de Metro. Acepté para ir, bastante extrañado de tan repentina petición.
Admito que dudé si me apetecía volver a verla después de todo lo que había pasado, pero al fin y al cabo habíamos hablado que seríamos amigos, de modo que lo correcto era presentarme y si necesitaba algo que yo pudiera hacer por ella, lo haría. Salí a comer a eso de las dos por un bar de la zona, y luego volví a la oficina, esperando no tener más percances.
Perdí nuevamente los dos “Metros” para llegar al hotel. Definitivamente aquel no era mi día y me daban ganas de escribir a Mila que ya nos veríamos cuando el día no fuese tan puta mierda, pero al fin y al cabo ya estaba llegando.
Allí estaba Mila, esperando justo a la salida del Metro. Estaba tal como la recordaba. Sus pantalonez vaqueros ajustados, sus botas sin cordones, su camiseta holgada sin mangas de algún grupo de rock que nadie conoce, y su pelo corto teñido en azul. Volvió a mi la pregunta de “¿Cómo pudiste romper con esta diosa?”. Pero la ignoré.
Me pregunté cómo me saludaría después de lo que había ocurrido. Me imaginé que nos daríamos la mano, o como mucho, un par de besos de cortesía. Lo que no me esperaba en absoluto fue que apenas puse un pie fuera de la escalera mecánica corriera a darme un abrazo.
“Ho-Hola”, saludé. “Qué efusiva”
“Es que hace mucho que no nos vemos”, me dijo con total naturalidad. Por fin me soltó. “¿Cómo te va?”
“Bien… bueno, hoy ha sido un día bastante malo…”
“¿Es una indirecta?”, me preguntó. De pronto su alegría natural se había disipado. “Oye, si no querías quedar podías haberlo dicho”.
“No, no, no es eso. Simplemente ha sido un día torcido, pero me vendrá bien esto”.
“¡Ah!”, respondió, recuperando la sonrisa. “Vale, vale”.
Salimos de allí y sin que me diera cuenta, pasamos gran parte de la tarde poniéndonos al día de lo que hacíamos. Al parecer ella estaba trabajando en una pequeña tienda en Lugo y le iba bastante bien.
“Pero aún así tengo mañana una entrevista aquí, por eso he venido”, me dijo.
“Entiendo. ¡Joder! La hora que es ya. Debería volver a casa…”
“Espera. ¿Qué prisa tienes? Te puedes quedar.”
“¿En el Hotel?”
“Sí, puedes subir a mi habitación y cenamos allí”.
“Joder, estás que tiras la casa por la ventana”, le dije.
“¿Qué es la vida sin caprichos?”
Así que subí a la habitación con ella y pidió algo de cena al service room. Nos la sirvió un botones bastante amable, y la disfrutamos mientras teníamos de fondo algún programa de televisión que no recuerdo. Fue entonces, cuando ya estábamos terminando los helados del postre, que Mila me había escrito porque necesitaba un favor.
“Oye, ¿y lo de esta mañana?”. Me miró como si no entendiera. “El mensaje. Que necesitabas un favor”.
“Ah, sí, eso.”
“Por como me has escrito parecía que sería urgente”, le dije.
“Y lo es, querido. Lo es”.
Se levantó de la silla y se sentó en el colchón de la cama. Puso la mano encima, indicándome que me sentara con ella. Y así lo hice. Miró al suelo. Joder, me estaba preocupando. Si estaba así tenía que ser algo grave. Pensé que en algún momento se me pondría a llorar.
“Juan es un buen tío, ¿sabes?”
No dije nada, esperando a tener algo más de información. Pero me gustaba poco que me fuera a contar algo relacionado con su nueva pareja. Más que nada porque yo ahí no tenía nada que hacer.
“Tú y yo… lo hacíamos poco, pero me gustaba mucho, ¿sabes?”
“Mila, esto es incómodo”
“Escúchame. Tengo un problema. Y es que a Juan no le gusta el sexo, ¿sabes?”
“Bueno, mira… me tengo que ir…”
“Espera, por favor”, dijo, aunque yo ya me había levantado. “Al principio pensé que era reservado… pensé en hacer un juego… un día que estaba jugando a la consola, ya ves tú, pensé en hacer como en el porno. Me arrodillé frente a él, le abrí la bragueta…”
“¡Mila!”
“Escucha, escucha, necesito que entiendas… se la empecé a chupar… y al minuto… me dijo que me apartase, que no le dejaba jugar”.
Hostia. Eso no me lo esperaba. Por un momento había pensado que el chico era eyaculador precoz. Pero realmente pasaba olímpicamente del sexo. A mi una chica me hacía algo así y me casaba con ella. Mila estaba triste en ese momento. Me volví a sentar con ella. Tenía las manos entre las piernas en ese momento.
“Tengo que saberlo. ¿Nuestros polvos eran malos?”
“Claro que no. Pero no es cómodo que hablemos de esto”.
“Lo sé. Pero entiéndeme tú. Me dijo que él no buscaba una chica para el tema del sexo. Quería que fuéramos felices, estar juntos, pero no le interesa el sexo. Y mira. No mucho. Pero yo necesito sexo. Por eso te pedí que vinieras.”
“... ¿Me has hecho venir para que nos acostemos?”
“No. Para follar. Aunque te puedes quedar a dormir. He pagado una habitación para dos personas.”
“Mila, estás mal de la pelota. ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?”
“Claro que me doy cuenta, querido. Y no te lo pediría si no lo necesitara”, dijo mientras se acercaba a mi. Tenía una mano en la pierna. “Escucha. Sé que es muy fuerte. Por eso no te lo podía escribir, ni pedírtelo nada más vernos. Tenía que pasar una tarde contigo, y bueno, creo que podemos hacernos favores, ¿no?”
“Pero una cosa es un favor y otra pedirme sexo después de haber roto. Sería raro…”
“Bueno, la primera vez que lo hicimos no estábamos juntos.”, insinuó. “Además, no sería nuestra primera vez, y…”
“¿Y?”
“Y tengo muy buenos recuerdos de nuestros encuentros sexuales”.
Tardé un poco en darme cuenta de que me había puesto rojo. Mila me miraba sonriente, como si aquello fuera lo más normal. Apoyó la cabeza sobre mi hombro. Me estaba pensando seriamente su oferta. Al fin y al cabo también hacía bastante desde la última vez que follé.
“Me gustaría que aceptases. Y que me hagas ver las estrellas”, me dijo. “Quiero que lleves la iniciativa. Pero quiero pedirte algo”.
“¿Qué es?”
“Que me toques. Que toques cada parte de mi que puedas. Incluso las zonas menos erógenas si te apetece. Necesito sentirme tocada y deseada”.
Podría haberme cortado las manos por lo que hice. Pero mis manos pasaron por debajo de su camiseta, alcanzando sus tetas. Y me sorprendí al darme cuenta de una cosa. No se había puesto sujetador. Qué suaves las tenía. Pasé un par de minutos sobándoselas antes de darme cuenta de que lo estaba haciendo. Y ella había retrocedido la cabeza y suspiraba de gusto.
“Perdón…”
“Ni se te ocurra quitar esas manos de ahí”, soltó. “Espera”, y se quitó la camiseta, que dejó caer al suelo sin ningún cuidado. “Venga, sigue… ibas muy bien”
“Creía que querías que dominase…”
“Y quiero. Pero también quiero que me toques mucho, mucho, mucho.”
“Tal vez debería hacer esto”
La empujé sobre el colchón y tiré de su pantalón hacia abajo. Su tanga me llamaba para apartarlo también. Tiré, y ahí vi su sexo. Más depilado que la última vez que lo vi. Con una fina línea justo encima de su rajita. Me desabroché la camisa. Tiré mi pantalón al suelo. Y mo boxer estaba siendo un estorbo desde hacía rato. Me tumbé sobre ella, evitando aplastarla, pero toda mi anatomía estaba en contacto con la suya.
“Mmmm… sí, algo así. Me gusta”.
“Te veo muy contenta”
“Porque me vas a dar sexo. No creo que vayas a quedarte así”, sonrió.
Por supuesto que se lo iba a dar. Tal vez incluso podría intentar algo. Con cuidado fui escalando hasta que frente a su tierna carita estaba mi pene. Yo, de rodillas sobre ella, apuntándola con mi falo. Me podría haber mordido en los huevos y quedarse ahí la cosa. Pero no.
“No la recordaba tan grande…”, dijo, y me dio un besito en el glande. “Supongo que quieres una buena mamada…”
“¿Tú que crees?”, pregunté con una complicidad que no conocía entre nosotros.
“¿Me avisarás?”, preguntó con voz de niña pequeña-
Asentí y le acaricié el pelo. Ella sonrió y volvió a darme un beso en el glande. Me dio unos cuantos más antes de lamerlo con la lengua. Abrió un poco más la boca para permitirme meterle mi rabo. Me encantaba follarle la boquita, pero la posición era difícil de mantener. Pensé que sería mejor cambiar.
Me tumbé con las piernas extendidas y ella se acurrucó a mi lado. Puso la cabeza sobre mis piernas y me la chupó con ganas. Era una experta. Desde donde estaba, mi mano izquierda empezó a alternar entre acariciarle el pelo y una teta, mientras que con la derecha le estimulaba su chochito. Estaba húmedo, como a mi me gustaba.
“Joder, Mila… cómo me gusta… Voy a acabar pronto”, le dije. Ella continuó con su felación. Me excitó mucho ver como todo mi pene desaparecía entre sus labios con cierto esfuerzo. La verdad, me empezaba a sentir algo culpable por ella. Tal vez sentía más cosas de las que me decía. Pero no pensé más en ello cuando acabé. “Me… me corro”, dije. Y se quedó donde estaba, recibiendo mi orgasmo en su boca, inundándola.
“Fiiiiiiiu”, silbó. “¿Tanto hacía que no follabas?”, me preguntó. Aparté la mirada. “Mmmm, pobre… hay que compensar eso… y mi coñito está listo”.
“¿No prefieres que te lo coma primer?”
“Bueno, como prefieras… yo tomo la píldora, no me vas a preñar hagas lo que hagas…”
Esas palabras hicieron que me olvidara por el momento de darle sexo oral. La dejé tumbada bocarriba, y me puse entre sus piernas. Mi glande tocó su vagina. Pensé si debía hacerlo rápido o lento. Pero no pude elegir, ella cerró las piernas a mi espalda y me acercó a ella de un golpe.
“Aaaaah… sííííí… echaba de menos esto…” gimió con su voz más dulce y erótica. “Fóllame… soy tuya entera… dámelo todo… dame placer”, me pidió, y empecé a embestirla a buen ritmo. Yo no podía controlarme. Adoraba tener sexo con ella. Su coñito se sentía de maravilla. Empecé a comerle las tetas mientras seguía follándola.
Mila estaba fuera de sí. Gemía como yo no recordaba. Me pedía más, me atraía hacia ella con sus piernas para que la embistiera. Hasta que las dejó caer, agotada. En ese momento la atraje hacia mí, abrazándola por la cintura, y moví mis caderas con más ganas. La oí gemir agudamente cuando llegó al clímax, y yo no acabé mucho después.
Me quedé sobre ella. Mi pene aún ensartado en su coño. Y entonces me besó. Pero no era un beso de enamorada. Había algo ligeramente diferente. Era muy pasional. Lo malo fue que correspondí a ese beso, con la intención de quedar por encima.
“Me gustaría hacer más cosas… creo que nunca llegaste a hacérmelo por detrás…”, dijo.
“¿Y quieres hacerlo?”
Me pidió que me bajase de ella, y obedecí. Entonces fue a por una mesilla que había al lado de la cama, abrió el cajón, y sacó un bote de lubricante que me dio. Luego se puso en la cama, con las piernas separadas y el culo apuntándome.
“Es tuyo”.
Me apresuré en dejar caer un chorro de lubricante en su agujerito. Lo acaricié por fuera antes de meter mi dedito. Estaba realmente cerrado. Tomé un poco más de lubricante con el dedo antes de intentar metérselo de nuevo. Pero estaba difícil. Y la oí protestar.
“Si te duele podemos probar otra cosa”.
“No. Quiero esto. Deja que me relaje y ve poco a poco. Por favor”, añadió en tono suplicante.
Así que dediqué los minutos siguientes a hacer que mi dedo abriese su culito. Difícil al principio, pero según se relajaba era sencillo. Por fin mi dedo estaba por completo en su culo. Ahora tenía que meterle otro. ¿Era posible que le estuviera gustando? Sus leves quejidos habían pasado a ser suspiros y gemidos. Una buena dilatación.
“Voy a entrar”, le advertí. “¿Estás lista?”
“Lo estoy. Sé bueno”, me pidió.
Y muy lentamente mi polla entró dentro de su culo. Sólo el glande al principio y retrocedía, mientras en cada embestida mi pene se abría paso cada vez más adentro de su interior. Por fin la tenía por completo dentro de ella. Y entonces se me ocurrió una cosa.
Me senté nuevamente en la cama y la ofrecí que marcase ella el ritmo. Se puso de espaldas a mi y dejó caer su cuerpo lentamente sobre mi, introduciéndose mi erección en el culo. Así pude rodearla con los brazos y volver a sobar sus tetas con ganas. Me encantaban. Me volvían loco. Tenía que follarlas si tenía ocasión esa noche.
Pero de momento me gustaba mucho el calorcito que desprendía su culo en mi polla. Jodidamente apretado. Qué bueno era. Lamenté no haberlo hecho antes. Me estaba volviendo loco. Mi orgasmo empezaba a acercarse. Como siguiera moviéndose así iba a peder la cabeza.
E inundé su culo con mi semen. Esta vez me aseguré de salir de ella y la dejé tendida en la cama. Era hora de devolverle un favor.
“Espera… ¿no prefieres un 69?”, me preguntó.
“No. Este momento es sólo para ti”, le dije.
Separé sus labios vaginales y empecé a chupar su vagina. Me encantaba su sabor. Estaba además muy suave. Me concentré en lamerle el clítoris mientras mi dedo entraba y salía de ella a buen ritmo. Me sorprendió que los del hotel no nos llamasen la atención por el escándalo que estaba dando con sus gritos.
“Sigue, mi amor”, me soltó, aunque no fui consciente en ese momento del apelativo cariñoso. “Me gusta mucho… Aaaaaah”
Su cuerpo se retorcía pero yo la conocía y sabía que aún le quedaban unos minutos para el orgasmo, así que opté por masturbarme mientras mi lengua seguía dándole placer. Me encantaba comerle el coño si se portaba así. Noté que su cuerpo temblaba un poco más. Sonreí con malicia. No tardaría en culminar.
Y cuando lo hizo, me aseguré de que mi lengua no le dejaba descansar durante unos momentos. Una vez se relajó, pude por fin apartar la lengua, y vi mi momento. Me puse sobre su pecho, y envolví mi pene con sus tetas. Las sujeté y empecé a usar esos senos para masturbarme.
“¿Tanto te gustan?”, me preguntó mientras ponía las manos sobre las mías.
“Siempre me han gustado mucho”, confesé.
“Bueno, pues úsalas libremente. Y termina libremente, también”, dijo guiñándome un ojo.
Y así lo hice. Cuando llegué a mi climax, solté sus pechos y me pajeé con ganas… eyaculando sobre todo el cuerpo de Mila. Manché en especial su carita, y un poco de sus pechos y su estómago. Mi sorpresa fue cuando se relamió los labios, atrapando todo el semen que había en ellos.
“¿Sabes? Tengo sueño, pero… no puedo irme así a la cama. ¿Nos duchamos?”, propuso.
El resultado, después de que se limpiara de mi semen, fue otro polvo. Se la metí por delante, mientras ella descansaba apoyada en la mampara y yo sujetaba su pierna para poder metérsela bien. Eyaculé mi última carga dentro de ella antes de limpiarnos y meternos en la cama. Desnudos. Se acercó a mi y volvió a besarme.
“Mila… ¿es que quieres que volvamos?”
“No… quiero que seas mi follamigo. Tengo un novio con el que estoy muy bien pero no follo… y te tengo a tí, con quien puedo follarr, pero nos ahorramos nuestras discusiones de nuestra época juntos”.
¿Y cómo iba a decir que no a ese arreglo?
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Llegué a la oficina sin tiempo para tomar un café de máquina con los compañeros, me pilló la jefa por banda para montarme un pollo terrible por un tema del trabajo, se le unió otro jefe para entre los dos ponerse a dar voces, y tropecé con un trozo de moqueta que estaba levantado.
“¿Puede ir algo peor hoy?”, pregunté a mi imagen en el espejo del baño cuando fuia refrescarme el rostro. La respuesta era claramente no. Bueno, siempre podía sufrir un atropello, un desahucio, pero aquel día estaba siendo especialmente terrible. Decidí volver a mi mesa e intentar acabar un informe antes de la hora de comer, y en ese momento la pantalla del iPhone se me iluminó. “WhatsApp de Mila (1 mensaje)” ponía en la pantalla.
Mila era mi exnovia. Habíamos roto hacía cosa de ocho meses (concretamente la dejé yo después de una discusión especialmente fuerte aquella noche; al día siguiente más calmados aceptamos que lo nuestro no tenía futuro y adiós muy buenas), y por lo que sabía mediante el invento tóxico de las redes sociales, a los dos meses de la ruptura había empezado a salir con un imbécil.
Abrí el mensaje para ver qué decía.
Mila, 12:45: “Hola. Necesito que me hagas un favor.”
Yo, 12:47: “Hola, ¿de qué se trata?”
Mila te envió su ubicación, 12:55.
Mila, 12:56: “Estoy en la ciudad de paso. ¿Puedes venir cuando salgas del trabajo?”
¿Que estaba en la ciudad? Pero si se había ido a vivir a Galicia con él. Qué cosa más rara. En cualquier caso, le dije que iría y miré la ubicación. Al parecer se estaba alojando en un hotel, no muy lejos de aquí. Apenas dos paradas de Metro. Acepté para ir, bastante extrañado de tan repentina petición.
Admito que dudé si me apetecía volver a verla después de todo lo que había pasado, pero al fin y al cabo habíamos hablado que seríamos amigos, de modo que lo correcto era presentarme y si necesitaba algo que yo pudiera hacer por ella, lo haría. Salí a comer a eso de las dos por un bar de la zona, y luego volví a la oficina, esperando no tener más percances.
Perdí nuevamente los dos “Metros” para llegar al hotel. Definitivamente aquel no era mi día y me daban ganas de escribir a Mila que ya nos veríamos cuando el día no fuese tan puta mierda, pero al fin y al cabo ya estaba llegando.
Allí estaba Mila, esperando justo a la salida del Metro. Estaba tal como la recordaba. Sus pantalonez vaqueros ajustados, sus botas sin cordones, su camiseta holgada sin mangas de algún grupo de rock que nadie conoce, y su pelo corto teñido en azul. Volvió a mi la pregunta de “¿Cómo pudiste romper con esta diosa?”. Pero la ignoré.
Me pregunté cómo me saludaría después de lo que había ocurrido. Me imaginé que nos daríamos la mano, o como mucho, un par de besos de cortesía. Lo que no me esperaba en absoluto fue que apenas puse un pie fuera de la escalera mecánica corriera a darme un abrazo.
“Ho-Hola”, saludé. “Qué efusiva”
“Es que hace mucho que no nos vemos”, me dijo con total naturalidad. Por fin me soltó. “¿Cómo te va?”
“Bien… bueno, hoy ha sido un día bastante malo…”
“¿Es una indirecta?”, me preguntó. De pronto su alegría natural se había disipado. “Oye, si no querías quedar podías haberlo dicho”.
“No, no, no es eso. Simplemente ha sido un día torcido, pero me vendrá bien esto”.
“¡Ah!”, respondió, recuperando la sonrisa. “Vale, vale”.
Salimos de allí y sin que me diera cuenta, pasamos gran parte de la tarde poniéndonos al día de lo que hacíamos. Al parecer ella estaba trabajando en una pequeña tienda en Lugo y le iba bastante bien.
“Pero aún así tengo mañana una entrevista aquí, por eso he venido”, me dijo.
“Entiendo. ¡Joder! La hora que es ya. Debería volver a casa…”
“Espera. ¿Qué prisa tienes? Te puedes quedar.”
“¿En el Hotel?”
“Sí, puedes subir a mi habitación y cenamos allí”.
“Joder, estás que tiras la casa por la ventana”, le dije.
“¿Qué es la vida sin caprichos?”
Así que subí a la habitación con ella y pidió algo de cena al service room. Nos la sirvió un botones bastante amable, y la disfrutamos mientras teníamos de fondo algún programa de televisión que no recuerdo. Fue entonces, cuando ya estábamos terminando los helados del postre, que Mila me había escrito porque necesitaba un favor.
“Oye, ¿y lo de esta mañana?”. Me miró como si no entendiera. “El mensaje. Que necesitabas un favor”.
“Ah, sí, eso.”
“Por como me has escrito parecía que sería urgente”, le dije.
“Y lo es, querido. Lo es”.
Se levantó de la silla y se sentó en el colchón de la cama. Puso la mano encima, indicándome que me sentara con ella. Y así lo hice. Miró al suelo. Joder, me estaba preocupando. Si estaba así tenía que ser algo grave. Pensé que en algún momento se me pondría a llorar.
“Juan es un buen tío, ¿sabes?”
No dije nada, esperando a tener algo más de información. Pero me gustaba poco que me fuera a contar algo relacionado con su nueva pareja. Más que nada porque yo ahí no tenía nada que hacer.
“Tú y yo… lo hacíamos poco, pero me gustaba mucho, ¿sabes?”
“Mila, esto es incómodo”
“Escúchame. Tengo un problema. Y es que a Juan no le gusta el sexo, ¿sabes?”
“Bueno, mira… me tengo que ir…”
“Espera, por favor”, dijo, aunque yo ya me había levantado. “Al principio pensé que era reservado… pensé en hacer un juego… un día que estaba jugando a la consola, ya ves tú, pensé en hacer como en el porno. Me arrodillé frente a él, le abrí la bragueta…”
“¡Mila!”
“Escucha, escucha, necesito que entiendas… se la empecé a chupar… y al minuto… me dijo que me apartase, que no le dejaba jugar”.
Hostia. Eso no me lo esperaba. Por un momento había pensado que el chico era eyaculador precoz. Pero realmente pasaba olímpicamente del sexo. A mi una chica me hacía algo así y me casaba con ella. Mila estaba triste en ese momento. Me volví a sentar con ella. Tenía las manos entre las piernas en ese momento.
“Tengo que saberlo. ¿Nuestros polvos eran malos?”
“Claro que no. Pero no es cómodo que hablemos de esto”.
“Lo sé. Pero entiéndeme tú. Me dijo que él no buscaba una chica para el tema del sexo. Quería que fuéramos felices, estar juntos, pero no le interesa el sexo. Y mira. No mucho. Pero yo necesito sexo. Por eso te pedí que vinieras.”
“... ¿Me has hecho venir para que nos acostemos?”
“No. Para follar. Aunque te puedes quedar a dormir. He pagado una habitación para dos personas.”
“Mila, estás mal de la pelota. ¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?”
“Claro que me doy cuenta, querido. Y no te lo pediría si no lo necesitara”, dijo mientras se acercaba a mi. Tenía una mano en la pierna. “Escucha. Sé que es muy fuerte. Por eso no te lo podía escribir, ni pedírtelo nada más vernos. Tenía que pasar una tarde contigo, y bueno, creo que podemos hacernos favores, ¿no?”
“Pero una cosa es un favor y otra pedirme sexo después de haber roto. Sería raro…”
“Bueno, la primera vez que lo hicimos no estábamos juntos.”, insinuó. “Además, no sería nuestra primera vez, y…”
“¿Y?”
“Y tengo muy buenos recuerdos de nuestros encuentros sexuales”.
Tardé un poco en darme cuenta de que me había puesto rojo. Mila me miraba sonriente, como si aquello fuera lo más normal. Apoyó la cabeza sobre mi hombro. Me estaba pensando seriamente su oferta. Al fin y al cabo también hacía bastante desde la última vez que follé.
“Me gustaría que aceptases. Y que me hagas ver las estrellas”, me dijo. “Quiero que lleves la iniciativa. Pero quiero pedirte algo”.
“¿Qué es?”
“Que me toques. Que toques cada parte de mi que puedas. Incluso las zonas menos erógenas si te apetece. Necesito sentirme tocada y deseada”.
Podría haberme cortado las manos por lo que hice. Pero mis manos pasaron por debajo de su camiseta, alcanzando sus tetas. Y me sorprendí al darme cuenta de una cosa. No se había puesto sujetador. Qué suaves las tenía. Pasé un par de minutos sobándoselas antes de darme cuenta de que lo estaba haciendo. Y ella había retrocedido la cabeza y suspiraba de gusto.
“Perdón…”
“Ni se te ocurra quitar esas manos de ahí”, soltó. “Espera”, y se quitó la camiseta, que dejó caer al suelo sin ningún cuidado. “Venga, sigue… ibas muy bien”
“Creía que querías que dominase…”
“Y quiero. Pero también quiero que me toques mucho, mucho, mucho.”
“Tal vez debería hacer esto”
La empujé sobre el colchón y tiré de su pantalón hacia abajo. Su tanga me llamaba para apartarlo también. Tiré, y ahí vi su sexo. Más depilado que la última vez que lo vi. Con una fina línea justo encima de su rajita. Me desabroché la camisa. Tiré mi pantalón al suelo. Y mo boxer estaba siendo un estorbo desde hacía rato. Me tumbé sobre ella, evitando aplastarla, pero toda mi anatomía estaba en contacto con la suya.
“Mmmm… sí, algo así. Me gusta”.
“Te veo muy contenta”
“Porque me vas a dar sexo. No creo que vayas a quedarte así”, sonrió.
Por supuesto que se lo iba a dar. Tal vez incluso podría intentar algo. Con cuidado fui escalando hasta que frente a su tierna carita estaba mi pene. Yo, de rodillas sobre ella, apuntándola con mi falo. Me podría haber mordido en los huevos y quedarse ahí la cosa. Pero no.
“No la recordaba tan grande…”, dijo, y me dio un besito en el glande. “Supongo que quieres una buena mamada…”
“¿Tú que crees?”, pregunté con una complicidad que no conocía entre nosotros.
“¿Me avisarás?”, preguntó con voz de niña pequeña-
Asentí y le acaricié el pelo. Ella sonrió y volvió a darme un beso en el glande. Me dio unos cuantos más antes de lamerlo con la lengua. Abrió un poco más la boca para permitirme meterle mi rabo. Me encantaba follarle la boquita, pero la posición era difícil de mantener. Pensé que sería mejor cambiar.
Me tumbé con las piernas extendidas y ella se acurrucó a mi lado. Puso la cabeza sobre mis piernas y me la chupó con ganas. Era una experta. Desde donde estaba, mi mano izquierda empezó a alternar entre acariciarle el pelo y una teta, mientras que con la derecha le estimulaba su chochito. Estaba húmedo, como a mi me gustaba.
“Joder, Mila… cómo me gusta… Voy a acabar pronto”, le dije. Ella continuó con su felación. Me excitó mucho ver como todo mi pene desaparecía entre sus labios con cierto esfuerzo. La verdad, me empezaba a sentir algo culpable por ella. Tal vez sentía más cosas de las que me decía. Pero no pensé más en ello cuando acabé. “Me… me corro”, dije. Y se quedó donde estaba, recibiendo mi orgasmo en su boca, inundándola.
“Fiiiiiiiu”, silbó. “¿Tanto hacía que no follabas?”, me preguntó. Aparté la mirada. “Mmmm, pobre… hay que compensar eso… y mi coñito está listo”.
“¿No prefieres que te lo coma primer?”
“Bueno, como prefieras… yo tomo la píldora, no me vas a preñar hagas lo que hagas…”
Esas palabras hicieron que me olvidara por el momento de darle sexo oral. La dejé tumbada bocarriba, y me puse entre sus piernas. Mi glande tocó su vagina. Pensé si debía hacerlo rápido o lento. Pero no pude elegir, ella cerró las piernas a mi espalda y me acercó a ella de un golpe.
“Aaaaah… sííííí… echaba de menos esto…” gimió con su voz más dulce y erótica. “Fóllame… soy tuya entera… dámelo todo… dame placer”, me pidió, y empecé a embestirla a buen ritmo. Yo no podía controlarme. Adoraba tener sexo con ella. Su coñito se sentía de maravilla. Empecé a comerle las tetas mientras seguía follándola.
Mila estaba fuera de sí. Gemía como yo no recordaba. Me pedía más, me atraía hacia ella con sus piernas para que la embistiera. Hasta que las dejó caer, agotada. En ese momento la atraje hacia mí, abrazándola por la cintura, y moví mis caderas con más ganas. La oí gemir agudamente cuando llegó al clímax, y yo no acabé mucho después.
Me quedé sobre ella. Mi pene aún ensartado en su coño. Y entonces me besó. Pero no era un beso de enamorada. Había algo ligeramente diferente. Era muy pasional. Lo malo fue que correspondí a ese beso, con la intención de quedar por encima.
“Me gustaría hacer más cosas… creo que nunca llegaste a hacérmelo por detrás…”, dijo.
“¿Y quieres hacerlo?”
Me pidió que me bajase de ella, y obedecí. Entonces fue a por una mesilla que había al lado de la cama, abrió el cajón, y sacó un bote de lubricante que me dio. Luego se puso en la cama, con las piernas separadas y el culo apuntándome.
“Es tuyo”.
Me apresuré en dejar caer un chorro de lubricante en su agujerito. Lo acaricié por fuera antes de meter mi dedito. Estaba realmente cerrado. Tomé un poco más de lubricante con el dedo antes de intentar metérselo de nuevo. Pero estaba difícil. Y la oí protestar.
“Si te duele podemos probar otra cosa”.
“No. Quiero esto. Deja que me relaje y ve poco a poco. Por favor”, añadió en tono suplicante.
Así que dediqué los minutos siguientes a hacer que mi dedo abriese su culito. Difícil al principio, pero según se relajaba era sencillo. Por fin mi dedo estaba por completo en su culo. Ahora tenía que meterle otro. ¿Era posible que le estuviera gustando? Sus leves quejidos habían pasado a ser suspiros y gemidos. Una buena dilatación.
“Voy a entrar”, le advertí. “¿Estás lista?”
“Lo estoy. Sé bueno”, me pidió.
Y muy lentamente mi polla entró dentro de su culo. Sólo el glande al principio y retrocedía, mientras en cada embestida mi pene se abría paso cada vez más adentro de su interior. Por fin la tenía por completo dentro de ella. Y entonces se me ocurrió una cosa.
Me senté nuevamente en la cama y la ofrecí que marcase ella el ritmo. Se puso de espaldas a mi y dejó caer su cuerpo lentamente sobre mi, introduciéndose mi erección en el culo. Así pude rodearla con los brazos y volver a sobar sus tetas con ganas. Me encantaban. Me volvían loco. Tenía que follarlas si tenía ocasión esa noche.
Pero de momento me gustaba mucho el calorcito que desprendía su culo en mi polla. Jodidamente apretado. Qué bueno era. Lamenté no haberlo hecho antes. Me estaba volviendo loco. Mi orgasmo empezaba a acercarse. Como siguiera moviéndose así iba a peder la cabeza.
E inundé su culo con mi semen. Esta vez me aseguré de salir de ella y la dejé tendida en la cama. Era hora de devolverle un favor.
“Espera… ¿no prefieres un 69?”, me preguntó.
“No. Este momento es sólo para ti”, le dije.
Separé sus labios vaginales y empecé a chupar su vagina. Me encantaba su sabor. Estaba además muy suave. Me concentré en lamerle el clítoris mientras mi dedo entraba y salía de ella a buen ritmo. Me sorprendió que los del hotel no nos llamasen la atención por el escándalo que estaba dando con sus gritos.
“Sigue, mi amor”, me soltó, aunque no fui consciente en ese momento del apelativo cariñoso. “Me gusta mucho… Aaaaaah”
Su cuerpo se retorcía pero yo la conocía y sabía que aún le quedaban unos minutos para el orgasmo, así que opté por masturbarme mientras mi lengua seguía dándole placer. Me encantaba comerle el coño si se portaba así. Noté que su cuerpo temblaba un poco más. Sonreí con malicia. No tardaría en culminar.
Y cuando lo hizo, me aseguré de que mi lengua no le dejaba descansar durante unos momentos. Una vez se relajó, pude por fin apartar la lengua, y vi mi momento. Me puse sobre su pecho, y envolví mi pene con sus tetas. Las sujeté y empecé a usar esos senos para masturbarme.
“¿Tanto te gustan?”, me preguntó mientras ponía las manos sobre las mías.
“Siempre me han gustado mucho”, confesé.
“Bueno, pues úsalas libremente. Y termina libremente, también”, dijo guiñándome un ojo.
Y así lo hice. Cuando llegué a mi climax, solté sus pechos y me pajeé con ganas… eyaculando sobre todo el cuerpo de Mila. Manché en especial su carita, y un poco de sus pechos y su estómago. Mi sorpresa fue cuando se relamió los labios, atrapando todo el semen que había en ellos.
“¿Sabes? Tengo sueño, pero… no puedo irme así a la cama. ¿Nos duchamos?”, propuso.
El resultado, después de que se limpiara de mi semen, fue otro polvo. Se la metí por delante, mientras ella descansaba apoyada en la mampara y yo sujetaba su pierna para poder metérsela bien. Eyaculé mi última carga dentro de ella antes de limpiarnos y meternos en la cama. Desnudos. Se acercó a mi y volvió a besarme.
“Mila… ¿es que quieres que volvamos?”
“No… quiero que seas mi follamigo. Tengo un novio con el que estoy muy bien pero no follo… y te tengo a tí, con quien puedo follarr, pero nos ahorramos nuestras discusiones de nuestra época juntos”.
¿Y cómo iba a decir que no a ese arreglo?
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1 comentarios - Me pidieron un favor
Yo lo he hecho muchas veces... es riquísimo... si no podés, prestame y le enseño yo...jeje..!! saludos.