Después de años de matrimonio, dos hijos y muchas tropelías sexuales en común, decidí sepárame de mi esposo Martín.
Siempre soporté, de mala gana y a duras penas, su aversión a los diferentes (extranjeros en general) y a los de color en particular. Es xenófobo y racista, obsesivo.
Lo que voy a relatar es el evento que colmó mi tolerancia
Un viernes a la noche, me acompañó, a una reunión organizada por la empresa que me da trabajo, para conmemorar los 25 años de su fundación.
Pasados los festejos oficiales (discursos, distinciones, etc…) deambulando, en el salón tropecé y fui a dar en el piso, desparramando copa y bebida.
Entre las personas próximas, estaba un técnico, recientemente incorporado, originario de Centroamérica pero residente en el país desde varios años, empleado en otra(s) empresa(s) multinacionales.
Fue él el primero que acudió, inclinándose, con la intención de auxiliarme, pero tronó la voz de Miguel, con una frase alucinante “No te atrevas a tocar a mi mujer con tus sucias manos, negro de m….a”. El muchacho quedó paralizado, se levantó, sin decir una palabra, mientras Miguel lo enfrentaba con la mirada llena de odio.
Nos retiramos inmediatamente del lugar, yo con un nudo en la garganta y ganas de llorar. Obviamente tuve una furibunda pelea con mi marido y tomé, entre mí, la decisión de separarme. Por suerte el lunes, como sucede con frecuencia, viajó por su trabajo y por varios días.
El mismo día, en la oficina, fui a buscar, a su escritorio, al muchacho humillado por Martín, frente a tantas personas. Le presenté mis disculpas, que aceptó con una condición: “que no dejara de sonreírle, por lo menos una vez por día”. Me encantó su réplica amable y halagadora.
El día siguiente fue él que vino a mi escritorio. Alegó que, mis sonrisas lo compensaban ampliamente, pero, si aceptaba cenar con él (visto que mi marido estaba ausente) podría conocerme mejor y, seguramente, apreciar, aún más el compartir los días laborables conmigo.
“esta nube trae agua” pensé. Lo había visto venir con andar sugerente, alto, estilizado, cabello cortito, ojos oscuros inquisidores, labios carnosos. Después del convite, le miré las manazas y relacione su tamaño con lo que escondía el respetable “paquete” que abultaba su pantalón. Naturalmente acepté.
Una vez en casa, a la noche, y después de dejar a los chicos con mi madre, me vestí sexy y produje ídem. En el restaurante me estaba esperando Amin. En el transcurso de la cena me di cuenta que es un hombre culto (tiene título terciario) y habla muy bien el castellano del Río de la Plata. Le mencioné que tenía decidido dejar a mi marido.
A final del postre, tomó mis manos en sus manos y comenzó a acariciarme el dorso de las mismas. Recordé la agresión de Martín y me dio ternura. Lo dejé hacer, deseaba complacerlo en todo lo que se le ocurriese, hasta llevarme a la cama.
Me vino a la mente Cesar, el panameño afrodescendiente que me cogió en Colombia, se me humedeció el entrepiernas. (Lo relaté tiempo atrás)
Estábamos los dos como cohibidos o incómodos para actuar con naturalidad. Probablemente, nuestros deseos eran los mismos, pero ninguno de los dos los exteriorizaba.
Tomé aire y:
-Amin ¿Qué te parece si vamos a mi casa y ….tomamos algo y vemos algo en televisión? -
Aceptó con entusiasmo.
Apenas entramos en casa, como presas de un arrebato, nos abrazamos y besamos furiosamente.
En un santiamén me encontré desnuda y, al ver Amin desnudo, con su mástil largo, rígido y negro,
me vinieron escalofríos de placer de sólo pensar que, eso, iba entrar dentro de mí.
Me tendí en la cama, dejé que me acaricie con sus manos calientes, me tocó en todos lados, tetas, vientre, pubis. Me separó, delicadamente, las piernas y, con la cara, se zambulló entre ellas, un instante después sentí su lengua Introducirse mañosamente dentro de la concha. A lo largo de la espalda experimenté escalofríos tan intensos, y, casi de inmediato me sobrevino el primer orgasmo. Terminadas mis contracciones y exclamaciones, Amin se posicionó sobre mí, apoyó el glande, en la raja temblorosa y mojadísima, quedé a la espera del empujón que la abriría.
Nos miramos a los ojos, comenzó a besarme en la boca mientras, simultáneamente, la verga entraba. Más me besaba más la verga entraba. La sensación de placer fue hermosa, intensa y prolongada, entreveía su cuerpo oscuro sobre mi carne blanca y sentía su larga y gruesa poronga ir adentro y afuera de mí. Igualmente delicioso fue el instante en que su tibio semen me invadió el vientre, contorsionándome y gimiendo como enajenada experimenté un goce enorme, monstruoso.
Luego de una breve pausa, reparadora, su verga volvió a ponerse tensa y me la volvió a meter. Me estaba cogiendo con vehemencia, cuando de improviso, sonó el teléfono inalámbrico sobre la mesita de luz. Él hizo una pausa y yo atendí. Era Martín que, dijo, querer hablar con los nenes. Le respondí que no estaban. De mal modo comenzó a interrogarme: que estaba haciendo, si había alguien más en casa, con quien estaba. Decidí humillarlo:
-… estoy cogiendo con alguien que no podés ni imaginar-
No me creyó, pensaba que lo estaba verdugueando. Le giñé el ojo a Amin y, en voz baja pero audible le dije:
-es mi marido, hablale-
-¡Holaa hermano! ¿Me reconocés? …. –
escuché una voz, fuerte pero ininteligible, salir del auricular.
-…..mis sucias manos negras, acariciaron entera tu mujer, está desnuda, entre mis brazos y mi sucia y negra pija, en este preciso instante, está dentro de su apretada concha. Apretada porque, con seguridad, vos tenés una lapicerita de dos mangos. No te preocupes, me estoy encargando de ensanchársela bien con largas y sabrosas cogidas y acabándole adentro. ¿Satisfecho, cornudo de m….a?-
¡Si que se estaba desquitando de la ofensa en público!! No me lo esperaba ni por asomo.
No terminó ahí la cosa, puso el teléfono en “manos libres”
Martín estaba hecho una fiera, lo insultó y me insultó desaforadamente:
-¡negro de m….a, decile a esa puta que desaparezca, que no la quiero ver más para no estrangularla …-
le respondí que me iba con todo gusto, que le iba a dejar en la cama huellas y manchas de fluidos, míos y del semen del sucio negro que me estaba cogiendo.
Corté la comunicación y completamos la cogida. No fue la última de esa noche.
Me mudé al departamento de Amin donde iniciamos una linda y feliz convivencia, él, yo y mis dos hijos.
No me extrañaría que, más temprano que tarde, agreguemos una nena o un nene nuestro, visto que me es prácticamente imposible, “mantener a raya” a Amin.
Desconozco si lo sucedido lo hizo recapacitar, aunque más no sea algo a mi ex-marido y asumió que sentirse por encima de otros es, en realidad, tener miseria por dentro.
Siempre soporté, de mala gana y a duras penas, su aversión a los diferentes (extranjeros en general) y a los de color en particular. Es xenófobo y racista, obsesivo.
Lo que voy a relatar es el evento que colmó mi tolerancia
Un viernes a la noche, me acompañó, a una reunión organizada por la empresa que me da trabajo, para conmemorar los 25 años de su fundación.
Pasados los festejos oficiales (discursos, distinciones, etc…) deambulando, en el salón tropecé y fui a dar en el piso, desparramando copa y bebida.
Entre las personas próximas, estaba un técnico, recientemente incorporado, originario de Centroamérica pero residente en el país desde varios años, empleado en otra(s) empresa(s) multinacionales.
Fue él el primero que acudió, inclinándose, con la intención de auxiliarme, pero tronó la voz de Miguel, con una frase alucinante “No te atrevas a tocar a mi mujer con tus sucias manos, negro de m….a”. El muchacho quedó paralizado, se levantó, sin decir una palabra, mientras Miguel lo enfrentaba con la mirada llena de odio.
Nos retiramos inmediatamente del lugar, yo con un nudo en la garganta y ganas de llorar. Obviamente tuve una furibunda pelea con mi marido y tomé, entre mí, la decisión de separarme. Por suerte el lunes, como sucede con frecuencia, viajó por su trabajo y por varios días.
El mismo día, en la oficina, fui a buscar, a su escritorio, al muchacho humillado por Martín, frente a tantas personas. Le presenté mis disculpas, que aceptó con una condición: “que no dejara de sonreírle, por lo menos una vez por día”. Me encantó su réplica amable y halagadora.
El día siguiente fue él que vino a mi escritorio. Alegó que, mis sonrisas lo compensaban ampliamente, pero, si aceptaba cenar con él (visto que mi marido estaba ausente) podría conocerme mejor y, seguramente, apreciar, aún más el compartir los días laborables conmigo.
“esta nube trae agua” pensé. Lo había visto venir con andar sugerente, alto, estilizado, cabello cortito, ojos oscuros inquisidores, labios carnosos. Después del convite, le miré las manazas y relacione su tamaño con lo que escondía el respetable “paquete” que abultaba su pantalón. Naturalmente acepté.
Una vez en casa, a la noche, y después de dejar a los chicos con mi madre, me vestí sexy y produje ídem. En el restaurante me estaba esperando Amin. En el transcurso de la cena me di cuenta que es un hombre culto (tiene título terciario) y habla muy bien el castellano del Río de la Plata. Le mencioné que tenía decidido dejar a mi marido.
A final del postre, tomó mis manos en sus manos y comenzó a acariciarme el dorso de las mismas. Recordé la agresión de Martín y me dio ternura. Lo dejé hacer, deseaba complacerlo en todo lo que se le ocurriese, hasta llevarme a la cama.
Me vino a la mente Cesar, el panameño afrodescendiente que me cogió en Colombia, se me humedeció el entrepiernas. (Lo relaté tiempo atrás)
Estábamos los dos como cohibidos o incómodos para actuar con naturalidad. Probablemente, nuestros deseos eran los mismos, pero ninguno de los dos los exteriorizaba.
Tomé aire y:
-Amin ¿Qué te parece si vamos a mi casa y ….tomamos algo y vemos algo en televisión? -
Aceptó con entusiasmo.
Apenas entramos en casa, como presas de un arrebato, nos abrazamos y besamos furiosamente.
En un santiamén me encontré desnuda y, al ver Amin desnudo, con su mástil largo, rígido y negro,
me vinieron escalofríos de placer de sólo pensar que, eso, iba entrar dentro de mí.
Me tendí en la cama, dejé que me acaricie con sus manos calientes, me tocó en todos lados, tetas, vientre, pubis. Me separó, delicadamente, las piernas y, con la cara, se zambulló entre ellas, un instante después sentí su lengua Introducirse mañosamente dentro de la concha. A lo largo de la espalda experimenté escalofríos tan intensos, y, casi de inmediato me sobrevino el primer orgasmo. Terminadas mis contracciones y exclamaciones, Amin se posicionó sobre mí, apoyó el glande, en la raja temblorosa y mojadísima, quedé a la espera del empujón que la abriría.
Nos miramos a los ojos, comenzó a besarme en la boca mientras, simultáneamente, la verga entraba. Más me besaba más la verga entraba. La sensación de placer fue hermosa, intensa y prolongada, entreveía su cuerpo oscuro sobre mi carne blanca y sentía su larga y gruesa poronga ir adentro y afuera de mí. Igualmente delicioso fue el instante en que su tibio semen me invadió el vientre, contorsionándome y gimiendo como enajenada experimenté un goce enorme, monstruoso.
Luego de una breve pausa, reparadora, su verga volvió a ponerse tensa y me la volvió a meter. Me estaba cogiendo con vehemencia, cuando de improviso, sonó el teléfono inalámbrico sobre la mesita de luz. Él hizo una pausa y yo atendí. Era Martín que, dijo, querer hablar con los nenes. Le respondí que no estaban. De mal modo comenzó a interrogarme: que estaba haciendo, si había alguien más en casa, con quien estaba. Decidí humillarlo:
-… estoy cogiendo con alguien que no podés ni imaginar-
No me creyó, pensaba que lo estaba verdugueando. Le giñé el ojo a Amin y, en voz baja pero audible le dije:
-es mi marido, hablale-
-¡Holaa hermano! ¿Me reconocés? …. –
escuché una voz, fuerte pero ininteligible, salir del auricular.
-…..mis sucias manos negras, acariciaron entera tu mujer, está desnuda, entre mis brazos y mi sucia y negra pija, en este preciso instante, está dentro de su apretada concha. Apretada porque, con seguridad, vos tenés una lapicerita de dos mangos. No te preocupes, me estoy encargando de ensanchársela bien con largas y sabrosas cogidas y acabándole adentro. ¿Satisfecho, cornudo de m….a?-
¡Si que se estaba desquitando de la ofensa en público!! No me lo esperaba ni por asomo.
No terminó ahí la cosa, puso el teléfono en “manos libres”
Martín estaba hecho una fiera, lo insultó y me insultó desaforadamente:
-¡negro de m….a, decile a esa puta que desaparezca, que no la quiero ver más para no estrangularla …-
le respondí que me iba con todo gusto, que le iba a dejar en la cama huellas y manchas de fluidos, míos y del semen del sucio negro que me estaba cogiendo.
Corté la comunicación y completamos la cogida. No fue la última de esa noche.
Me mudé al departamento de Amin donde iniciamos una linda y feliz convivencia, él, yo y mis dos hijos.
No me extrañaría que, más temprano que tarde, agreguemos una nena o un nene nuestro, visto que me es prácticamente imposible, “mantener a raya” a Amin.
Desconozco si lo sucedido lo hizo recapacitar, aunque más no sea algo a mi ex-marido y asumió que sentirse por encima de otros es, en realidad, tener miseria por dentro.
7 comentarios - Negro de M….
Tiene razón juanpuedes, soy una despistada:
por favor donde puse Miguel, leer Martín
Disculpas