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La profe se volvió camgirl (1ra parte)

 

La vida está dura (en muchos sentidos, eso es innegable y atemporal), casi tan dura como mi verga cada vez que entro a las páginas de “camgirls”. Pero ni la vida ni mi verga habían estado nunca tan duras, ni por asomo, como en aquella primera y sorpresiva ocasión en que me topé, al otro lado del monitor, tocándose frenéticamente, a mi profesora de matemáticas. Entonces supe que la vida era más difícil de lo que me suponía, incluso para una profesional y mujer de familia como la señora Flores. Sus motivaciones deben de ser de tipo económicas, pensé; no me era posible imaginar otra razón más que una mala racha, una deuda inminente, algún enorme gasto imprevisto, qué sé yo... No me resultaba concebible pensar en que tal vez sus motivaciones eran meramente morbosas, que era presa de sus propios vicios carnales. Jamás la estricta y respetable señora Flores. A sus 44 años.
 
En cualquier caso, lo primero que debía hacer era corroborar mi suposición. Confieso que al principio, cuando entré a su “show”, no advertí de inmediato que se trataba de ella pues, como la mayoría sabrá, estos espectáculos digitales no se caracterizan por su calidad de imagen. Para disimular un poco su verdadera identidad, se había colocado una peluca de pelirroja, sus lentes de lectura, usaba más maquillaje de lo que solía usar en el colegio y procuraba no iluminar demasiado su habitación. Un minuto después del primer vistazo, ya me encontraba preparando la saliva que emplearía para remojar mi glande cuando visualicé un pequeño tatuaje en la muñeca inferior izquierda. Lo identifiqué sin tardanza. Ese era el fantasmita verde y blanco que la profe Flores llevaba impregnado en su muñeca, en la misma ubicación, y que, en el colegio, trataba de encubrir, inútilmente, con un reloj o vistiendo de manga larga formal a menudo.
 
Obviamente, no perdí la oportunidad de guardar evidencia del suceso: puse a funcionar un programa para grabar la pantalla de la PC; asimismo, tomé varias capturas. Adicionalmente, revisé la fecha de apertura de su canal: la profe era nueva en el negocio, llevaba poco más de dos semanas activa. Durante esa primera sesión también descubrí que lo profe tenía aún más tatuajes: una libélula cerca de la pelvis, y una suerte de lazo rosa con cadenas grises en la espalda baja, justo encima de las nalgas.
 
Allí estaba, hecha toda una MILF gloriosa, guitarrista incansable, boqueando como pez fuera del agua, sus tetas desorbitadas, entrechocándose, babeadas; por momentos bajaba la mirada y, con unos ojos maliciosos que no le conocía, leía los comentarios, a punto de acatar una nueva orden o sugerencia de parte de sus aplicados «alumnos». Cada vez que se volteaba y adoptaba la posición «en cuatro patas», con la cara tocando el suelo (para liberarse ambas manos), se abría la cola de par en par; se mojaba el índice y el dedo medio en la boca y empezaba a juguetear con su concha, de labios gordos, y finalmente, de modo dubitativo, se introducía un dedo en el ano, que se notaba estrecho, poco usado a pesar de su edad. Entonces llovían los «tokens», los aplausos y el semen de sus alumnos.
 
El tamaño y perfecta forma de sus tetas me sorprendió: ambas más blancas que el resto de su piel, coronadas, respectivamente, por un pezón firme, notable, erguido, y sus areolas eran dos manchas circulares, marrones. A decir verdad, la profe Flores siempre me había parecido atractiva mas no despampanante, tampoco fui nunca muy optimista respecto a sus pechos (me agradaba más mirarle las nalgas y rezaba para que se le cayera el marcador). Sus tetas se convirtieron en un descubrimiento inesperado, y ahora, cuando me la encontraba, me debatía entre si prestarle mi completa atención a una u otra porción de su cuerpo.
 
Como es lógico suponer, me convertí en uno de sus más fieles alumnos, y la esperaba, ansioso, todas las noches, entre las 11 y 12. Me adelantaré en el tiempo sólo para decir que, en otras ocasiones, la profe sacaba una regla larga y maciza, de madera, y la utilizaba como una porra: se golpeaba sus blancas tetas, sonoramente como cachetadas, hasta hacerlas enrojecer; lo mismo hacía con sus nalgas y con su concha mofletuda. (Tokens, comentarios, semen). A veces también sacaba algún juguete propio, pequeños vibradores sobre todo. La profe aseguraba que pronto le enviarían uno de esos vibradores para que sus seguidores pudieran controlar a distancia su placer, dependiendo de sus respectivas donaciones, claro; y prometía que entonces conoceríamos su delicioso «squirt». Y así fue, pocos días después.
Tokens, comentarios, semen, chapoteos y sus gemidos siendo amortiguados por las bragas embutidas en su boca.
 
Me pasé todo el fin de semana pensando en si debía ir donde la profesora Flores y encararla, decirle que conocía su secreto, que tenía muchas pruebas, que estaba en mis manos. Luego me la pasé pensando en cómo debía comunicárselo. No fue sino hasta el miércoles por la tarde —casi una semana después de mi afortunado descubrimiento—, durante el receso, a mitad de su clase, cuando procedí. A esa hora, ella solía ir al baño para profesores, ubicado al final de un pabellón que estaba cerca del nuestro; ese pabellón en particular casi siempre está despejado, solitario, pues aún sus aulas no han sido asignadas oficialmente a ningún profesor, de manera que decidí esperarla allí, cerca de los baños para profesores.
 
Mientras giraba la llave en la cerradura, le dije, desde atrás:

—Hola, «FlorecitaDeOtoño».

La puerta se abrió pero ella no se movía ni un centímetro.

—Tranquila, no se lo he dicho a nadie… aún —dije, en tono simpático, alargando la última palabra.
Finalmente volteó el rostro, empalidecido, angustiado, como si le estuviera apuntando con un revólver (tal vez ella hubiese preferido eso).

—Es usted muy buena, profe y yo…—continué.

—¡Sssshhh, Sánchez, por favor! —me interrumpió—. ¿Co, cómo se ha enterado de…?

—Pues verá, yo dispongo de una tarjeta en la que están mis ahorros y dinero que me da mi papá. Y pues, aunque tengo 16 años, me alcanza para costear algunos gastos personales, cosas de chicos: una camisa, videojuegos, «tokens» para mis camgirls favoritas, etcétera.

Estuvimos hablando un par de minutos más. La profesora Flores tropezaba con las palabras y no era capaz de disfrazar muy bien su nerviosismo, su tiritar, y arrojaba miradas veloces y furtivas a los costados cada dos segundos.

En un momento me dijo que de verdad precisaba ir al váter; me pidió que la esperara. Supuse que quería calmarse (orinar siempre ayuda en estos casos). Yo había conseguido doblegar mis nervios desde hacía varios días (seguía mi propio guion, elaborado con los detalles necesarios y con antelación), así que hablaba con desparpajo, desenvuelto, con entera confianza.

—¿Qué es lo que quieres? —me dijo al salir. Ya era dueña de sí misma otra vez. Su rostro recobró la seriedad de siempre, aunque se le notaban los ojos rojos y algo corrido el maquillaje. Quizá estuvo llorando, de furia, sólo un instante.

—Pues, aún no lo sé… Pero ya que estamos aquí —hice un pausa y sonreí— quizá podamos adelantar un poco de...

Ante mi insinuación, retrocedió horrorizada, negando con la cabeza. Sacó su llave con la intención de cerrar el servicio sanitario. Mientras giraba la llave, repetía «No, no, no, no, no» en voz baja, como una plegaria salmodiada.

—¿Está usted segura de que no desea «alegrarme la tarde», profe? —le dije.

—Luego hablamos, por favor, por favor, luego —me contestó mientras se alejaba a paso ligero.La dejé marcharse. El resto de la semana tampoco la acorralé. Debía dejar que «la idea» se asentara en su mente.
 
Naturalmente, empecé a elucubrar las formas en las que podría chantajearla y aprovecharme de ella. Pensé, por ejemplo, en calificaciones perfectas, pero lo descarté pues soy un estudiante inteligente (probablemente el segundo o tercero de mi clase), así que no necesitaba puntos ni ayudas académicas. Mis necesidades y apetencias sexuales, por otra parte, se encontraban a flor de piel, impulsadas por el ímpetu de mi adolescencia.
 
A la semana siguiente nos encontramos, en su lección de los miércoles. Hablamos durante el recreo y al finalizar la clase. La idea de mantener un amorío con uno de sus estudiantes, un acercamiento libidinoso con un menor, ya empezaba a asentarse en su cabeza, a materializarse, ya se le presentaba como algo posible, pues se la notaba más serena, casi juguetona —aunque sospecho que en el fondo aún me miraba con rencor—. Su «otra versión», es decir, la lujuriosa que pocos conocían, se empezaba a manifestar en chispazos fugaces, como una posesión fantasmagórica; se deslizaba dentro de sus carnes, parsimoniosa, como si no se diera cuenta, y se dejaba reconocer a través de la mirada y en alguna que otra frase de doble sentido. Yo esperaba el momento en que ella, su otra versión, tomara el control de manera perpetua, al menos frente a mí.
 
—Me has decepcionado, Sánchez; no creí que fueras «así» de malicioso —atinó a decirme la profe, durante aquella conversación al final de su clase, indignada, tras conocer con pelos y señales mis intenciones, mis fantasías.

—No, aquí el único «decepcionado» debería ser yo. Y, sin embargo, le aseguro que no lo estoy; más bien todo lo contrario, profe. Ahora me agrada más —ambos sonreímos.
 
Intercambiamos números telefónicos para comunicarnos a través de «Whatsapp» y así platicar con más tranquilidad acerca de nuestras “negociaciones”.
 
A modo de preámbulo inútil, como era de esperar, ella me ofreció dinero, puntos extra, clases particulares. No acepté ninguna de estas propuestas (excepto la última, la cual, gozando de la privacidad de su casa, aprovecharía para convertir a la profe en mi putita particular).



Aún estoy escribiendo, así que si les gustó y desean la segunda parte del relato pueden decírmelo en los comentarios y la subo en los próximos días.

7 comentarios - La profe se volvió camgirl (1ra parte)

elnuevo28
claro que gustó el relato, sigue
13Santos
Super genial redacción, esperando segunda parte
kipydbz
Q pasará con la profe? Esperando la 2da parte 👌
veteranodel60
Te dejo 10 puntos y seguí con la historia y pone una foto de la profe