Después del incidente de la tía Fina, las aguas vuelven a su cauce y el negocio de La Parroquia y su cuadra de putas coge velocidad de crucero.
Gran parte de los fichajes de guarras para la cuadra de putas de La Parroquia nos los traían los propios clientes. La gran mayoría de ellos, en realidad, el público para el que estaba orientado el local, eran jóvenes de menos de treinta años que andaban deseosos de follarse a jamonas maduras, auténticas Milfs que les recordaban a alguna tía maciza, una vecina espléndida o, por qué no decirlo, a sus propias madres, en muchos de los casos. Algunos de los clientes, especialmente morbosos, ya habían iniciado sus escarceos con alguna puerca conocida o familiar. Y más de uno de ellos convenció a su puta particular para que engrosase la plantilla del burdel.
De hecho teníamos folletos y carteles de propaganda con promociones y ofertas para todos aquellos que nos proporcionasen zorras para contratarlas. Normalmente eran descuentos o bonos por diez o doce polvos, además del beneficio que conseguían haciendo de macarras de su puta. Porque todas, sin excepción, estaban encantadas y deseosas de darles una parte de beneficio para su joven macho. El salario de las chicas (mejor, señoras...) era alto y, además, yo insistí en asegurarlas, obviamente no como putas, por lo que estaban cotizando.
Había condiciones de aceptación, claro. La edad mínima era 40 años. No admitíamos más jóvenes. Además, tenían que pasar un par de pruebas, una primera entrevista de criba con alguno de mis “colaboradores”, normalmente el Moja, mi madre (la madame de facto del burdel) o la Fátima, la decana del negocio. Después estaba la prueba práctica, para ver si servían o no. Ésta consistía en una revisión por mi parte y, si la jaca merecía la pena, un buen polvo de bienvenida. Y, normalmente, lo solía hacer en presencia del macarrilla de turno, que veía como sometía a su zorra privada a una estricta revisión y me la follaba en su presencia. Después, le indicaba las condiciones del trabajo: la depilación total y definitiva, los tatus, si no los tenía ya, y le ponía las condiciones de obediencia y castidad con sus cornudos, si estaban casadas. En resumen, a partir de la firma del contrato, se debían a la empresa y a su macho, por lo que la obediencia absoluta pasaba a ser imprescindible.
Fue de ese modo como tres chicos nos trajeron a sus tías, un par a vecinas jamonas y otros dos a sus propias madres. Incluso Rosa, la ex-suegra de Óscar, con la que éste había recuperado el contacto se apuntó a nuestra cuadra de putas. Todas fueron seleccionadas salvo una de las vecinas que tenía 38 años y a la que emplazamos para dentro de un par de años.
En un futuro, tal vez desgrane todos los casos, aunque hoy sólo comentaré uno que me pareció especialmente original. Se trataba de Teresa, una zorra de 52 años que nos trajo su sobrino Jorge de 25. Era una jaca entrada en carnes, pero no gorda. Tenía mucho culo, mucho pecho y unos muslos jamoneros como los de Beyoncé, pero menos tersos, con un puntillo de celulitis, pero sin pasarse. Lucía una hermosa melena pelirroja y una boca de labios gruesos y bien rojos. Lo más destacado de su agraciada cara. Pero lo mejor de ella no era su espléndido aspecto, sino su historia. Hasta los 48 había sido monja de clausura, pero tras una visita a la casa de su hermana un verano, su sobrino la pilló por banda y, a base de rabo, logró llevarla por el buen camino y convertirla en una zorra de campeonato, como pronto comprobaríamos.
La hermosa monja, a la que ya debía chorrearle un poquillo el chocho allí en el convento, aludió una crisis de fe y lo abandonó, para quedarse a vivir provisionalmente en la casa de su hermana... Y el error de esta última, si es que puede considerarse así, fue alojarla en la misma habitación que el hijo soltero del matrimonio, en una cama supletoria. Lo cierto es que llegó madura un agosto y, a los quince días, lo único que le quedaba virgen eran las orejas y el ombligo, tanto su boca, como su culo y su coño se tragaban sin pestañear la tranca de su sobrino.
El muchacho, cargado de testosterona, no resultó indiferente al macizo cuerpo de su tía y al segundo día ya estaba metiéndole mano subrepticiamente. La tía se santiguaba y se hacía la ofendida, pero no tardó en abandonar los rezos para empezar a adorar la polla de su sobrino. Y cuatro años después todavía seguía instalada en aquella diminuta habitación, sometida a un “duro” régimen de dos polvos al día, como mínimo. Polvos que ella disfrutaba como buena puta vocacional.
El sobrino, en privado, la trataba como una furcia sumisa. En la habitación la hacía vestirse con lencería provocativa, pero, al mismo tiempo, le hacía ponerse un crucifijo bien grande colgado entre sus enormes tetas y llevar puesta la toca de monja en la cabeza. Ésta, invariablemente, acababa cubierta por alguno de los churretones de leche que no acababan en su garganta, culo o coño. Era todo bastante morboso. Sobre todo porque, de cara al exterior, la obligaba a vestir recatadamente y con ropas, digamos, antilujuria. Aunque bajo las mismas sólo hubiese un tanga de hilo dental y unas bolas chinas en el culo. Obviamente, había hecho depilarse a la zorra completa y definitivamente, además de tatuarle algún motivo religioso, como un cristo crucificado en el pubis. Era un dibujo bastante realista, aunque hortera con avaricia, un poquito de rollo legionario. También tenía tatuadas sendas coronas de espinas envolviendo sus muslos y dos grandes alas de ángel en la espalda. Era todo de un rematado mal gusto pero le daba un toquecito kitch a nuestra monjita que acentuaba el morbo.
Desde que abrimos “La Parroquia” el chico se había hecho habitual. Más que nada porque el tipo de zorras que ofrecíamos eran lo que le interesaba. Y, a la vista de los carteles solicitando putas, había decidido ponerse manos a la obra y convencer a la monjita de que había llegado la hora de ganar dinero para salir del cuchitril de sus padres. Su objetivo era alquilar un apartamento para ella, en el que, por descontado, él se iba a instalar para disfrutar de ella y, de paso, de algún otro ligue que consiguiese.
Todavía recuerdo el día en que vino el chico con su puta. Entraron ambos en mi despacho. Él sonriente y orgulloso y ella detrás con la cabeza agachada, tímida, como avergonzada de tener un cuerpo de escándalo. Yo le di la mano al chico cortésmente y observé la guarra, como el que mira un objeto precioso pero inanimado. Sin pensar en absoluto en lo que ella pudiese sentir. El primer día me gustaba chulear un poco a las putas y tratarlas como una mercancía, humillarlas para que se diesen cuenta de quién corta el bacalao. El chico aceptó la copa que le serví y se acomodó en el sofá, observando la escena con una sonrisa chulesca. Sin perder detalle de cómo el nuevo dueño de su tía, la observaba detalladamente como si fuese un tratante de ganado. Mientras la iba rodeando y palpando su cuerpo, le iba haciendo preguntas al chico como si ella no estuviese allí:
-No está nada mal esta puerca, y ¿cómo dices que se llama?
-Teresa. Es mi tía, hermana de mi madre. ¡Una maravilla en la cama! ¡La chupa cómo Dios!
Bueno, ya será menos, pensé yo. Levanté su barbilla con el dedo, suavemente y ella, sumisa, obedeció al gesto y enderezo su cara.
-Eres preciosa, Teresa. –le dije. Ella hizo un amago de sonrisa, gesto que yo aproveché para lanzar un potente salivazo que se extendió desde su ojo hasta la nariz, goteando hacia la boca. La sonrisa se le heló en la cara por la sorpresa y yo continué. - ¡Relámete, puta! Es un regalo de bienvenida. –al mismo tiempo de di un suave cachete y metí las manos bajo su casto jersey para sobar sus enormes tetazas. Ella obedeció pasando la lengua por sus labios y yo, dirigiéndome al sobrino le pregunté. -¿Qué edad tiene esta cerda?
-Acaba de cumplir 52, Marcos...
-Una edad estupenda... ¡Gírate, puerca! –le grité. Ella obedeció rápidamente y yo empujé su cuerpo hacia la mesa, haciéndola doblarse y poner el culo en pompa. Le levanté la falda.
Ella se apretó, doblada sobre la mesa y empinó el culo sumisamente. Está claro que su sobrino la tenía bien enseñada. Al levantar la rústica falda de franela que llevaba, pude apreciar sus estupendos cuartos traseros, culminados por unas enormes y bamboleantes nalgas, en el interior de las que se perdía el hilo dental del tanga que llevaba puesto. Le di un par de fuertes cachetes en cada nalga y le grité:
-¡Ábrete el culo, guarra!
Ella obedeció ipso facto y, con ambas manos se separó los cachetes mostrando un precioso agujerito marrón sobre el que se posaba el hilo del tanga negro que llevaba.
-Esta mierda me molesta. –dije y, cogiendo unas tijeras que tenía en la mesa, corté las tiras del tanga que cayó al suelo. Lo cogí un momento y lo olí por la parte que había estado en contacto con el coño. ¡Una delicia! Después lo acerqué a su cara. No hizo falta explicarle nada, simplemente abrió la boca y se lo metió dentro. Era diminuto y seguro que no le molestaba nada chupetearlo un rato.
Ella continuaba con el culo expuesto y yo me agaché y acerque la cara. Pude ver que estaba perfectamente depilado. Tanto el ojete, como la vulva que se veía bajo él. Primero olfateé un poco el ojete. El olorcillo me puso el rabo como un garrote. Después empecé a lamerlo y a penetrarlo con la lengua, mientras con los dedos la masturbaba. La muy zorra estaba chorreando y no tardó ni dos segundos en ponerse a gemir y babear, a través de las bragas que la amordazaban, sobre la mesa.
-¿Estás cachonda, eh? –dije
-Síiiiiii... –acertó a decir con la boca llena.
El sobrino, la miraba saboreando su copa y sobándose el rabo por encima del pantalón. Me di cuenta y decidí marcarme un tanto con el chaval.
-Veo que te gusta el tratamiento que le estoy dando a esta cerda...
-Pues sí, me pone cachondo... –respondió.
-El caso es que tu tía me gusta. Parece material de primera. Y, como cortesía, mientras la pruebo, en vez de dejar que te la casques, que es lo que suelen hacer los que nos traen a sus putas mientras pasan el examen, voy llamar a alguna de las chicas para que te haga una mamada... ¿te parece bien?
El chaval abrió los ojos como platos y se quedó sin palabras ante la generosa oferta, asintiendo con la cabeza. Estaba contento, la monjita prometía, y, mentalmente, ya estaba elucubrando planes y performances con ella. Ya me veía a Sor Teresa y a Fátima, una con la toca en la cabeza y la otra con el hiyab, haciendo un buen numerito lésbico mientras se las follaba algún afortunado.
Cogí el teléfono de la mesa y llamé:
-Mamá, ¿a quién tenemos libre ahora?
-¡Bufff! – resopló mi madre al otro lado de la línea – Pues la verdad es que está casi todo el mundo ocupado... Bueno, estoy yo libre, pero tendría que dejar la recepción...
-No, no... –contesté – prefiero que sigas en la puerta. Entonces ¿no hay nadie más?
-Bueno, está Rosa, la ex-suegra de Óscar, pero todavía está un poquillo verde. Ha empezado hace un par de días y todavía está en periodo de formación, por así decirlo.
-Ah, no pasa nada. La puedes mandar, sólo se trata de hacer una mamada... Y eso, por lo que me dijo Óscar, lo controla bastante, ja, ja, ja.
-Ok, ahora te la envío. – respondió mi madre.
-Perfecto, hasta luego.
Me volví hacia el sobrino de Teresa y le dije:
-Te puedes ir sacando la polla. Ahora viene una de las chicas y te la irá mamando mientras me voy cepillando a tu tía.
-Genial, gracias Marcos – al tiempo que hablaba ya se había sacado el rabo y se lo estaba meneando.
-No vayas tan rápido, tío. A ver si te vas a correr antes de que llegue la furcia... – le dije entre risas.
Y me giré hacia Teresa, que apenas si se había movido. Esta vez me propuse hacerla correrse. Así que me puse a lenguetearle del culo al coño como si fuese una vaca lamiendo a sus ternerillos, al tiempo que le masajeaba el clítoris a toda velocidad.
Su cuerpo empezó a agitarse y, en menos de dos minutos, se corría como una bestia. Estaba gimiendo como una posesa, mientras yo de daba los últimos lametones a su culazo, justo cuando entro la pequeña Rosa, nuestra última adquisición, en mi despacho.
Vestía una especie de anticuado corsé que hacía desparramarse sus enormes tetas por la parte superior. No llevaba bragas, tan sólo unas medias negras y un liguero. Además de unos zapatos de tacón de aguja que, disimulaban, a duras penas, su pequeña estatura. Su figura, con ese corsé tan apretado y unas tetas y un culo tan grandes, además de sus macizas piernas, hacía palidecer la palabra voluptuosidad. Por un momento, al mirarla, me entraron ganas de dejar de lado a Sor Teresa y darle un buen pollazo a Rosa, pero cuando hay trabajo, hay trabajo, y ahora tocaba la prueba de la nueva “miembra” del club.
Rosa, al entrar, se quedó un momento parada al ver la escena. Con Teresa doblada sobre la mesa, recuperándose del orgasmo y su sobrino con la polla fuera en el sofá, mientras yo, con la cara todavía mojada de comerle el culo y el coño a la monjita, empezaba a bajarme la bragueta. Pero, Rosa, que ya estaba acostumbrándose al trabajo en “La Parroquia”, sabía que, en nuestro negocio, estas cosas eran el pan nuestro de cada día, así que recobró el aplomo al instante.
-¡Hola, Marcos, me habías llamado!
-Hola, Rosa, buenas. Sí, mira. Por favor, tendrías que ir haciendo una mamada al chico este, mientras yo voy haciéndole la prueba a su tía.
-Claro, Marcos, no hay problema. –y, ni corta ni perezosa, cogió uno de los cojines del sofá, lo plantó en el suelo y, tras arrodillarse entre las piernas del muchacho, se tragó el rabo hasta la campanilla. Era una polla más bien normalita, la verdad sea dicha.
Jorge dio un gemido ahogado y se dejó hacer, sujetando del pelo a la pequeña Rosa.
Yo, mientras tanto, le indiqué a Teresa que se despelotase. Mientras se desnudaba y admiraba su cuerpazo, la imité y me quedé también en pelotas, con la polla bien dura. Sor Teresa sonrió y agachó la cabeza sumisamente. Está claro que su sobrino la tenía bien adiestrada. Yo me senté en el sillón del despacho y le indiqué que cogiese un cojín.
-Ahora, se trata de ver si eres tan buena mamando pollas como dice tu sobrino. Ya puedes ir empezando.
Colocó el cojín en el suelo, entre mis piernas abiertas. Se arrodilló y, tras escupir en el rabo, se la tragó hasta la campanilla sin pestañear. Inició un rápido vaivén, con la polla atravesando su tráquea que me dejó clavado al asiento y casi sin respiración. La verdad es que la monjita estaba bendecida por el dios de las felaciones. Era una auténtica máquina y me estaba dejando con la boca abierta. Desde el sofá de enfrente, su sobrino sonreía orgulloso. Y hasta Rosa había parado un momento la mamada para observar el excelente trabajo de Teresa. Hubo un breve instante en el que el tiempo pareció congelarse, con las tres miradas de los presentes en la sala observando el rítmico meneo de la cabeza engullendo mi polla. Sólo se oía el chapoteo del rabo entrando en la garganta, mientras regueros de saliva se caían sobre mis huevos, mojando el sillón y formando un pequeño charquito en el suelo.
El encanto duró apenas un minuto. Me di cuenta de que estaba a punto de correrme y la agarre de los cabellos para detener la mamada. Ella, boqueando como un pez fuera del agua me miró sorprendida y dijo, asustada:
-¿Qué pasa, Marcos, no lo estoy haciendo bien?
-No, preciosa, no, al contrario... –la tranquilicé acariciándole las mejillas sudorosas.- Lo que pasa es que lo estás haciendo demasiado bien, y lo último que quiero es correrme tan rápido. Antes quiero probar el resto de su cuerpo. Aunque me parece que el examen ya lo has aprobado con nota...
Rosa, que estaba oyendo la conversación mientras chupaba la tranca del sobrino, redobló la intensidad de sus chupadas, ante el alborozo del muchacho. Al parecer quería imitar a la campeona que acababa de ver. Pero está claro que le faltaba práctica y no hacía más que atragantarse, babear y tener arcadas. El sobrino, no obstante, no parecía en absoluto preocupado por ello y la dejaba hacer relajado, marcándole el ritmo con la mano, repantingado en el sofá y saboreando, de vez en cuando, la copa que tenía en la mesita.
Yo, le di un intenso morreo a Teresa, la cogí de las muñecas, y, tras levantarla, le indiqué que volviese a apoyarse en la mesa, inclinada hacia delante. Me coloqué tras ella y comencé a follarla en plan rudo, alternando el culo y el coño. Ella empezó a jadear ruidosamente. El sobrino, que lo observaba todo desde el sofá, me preguntó si él podía follarse también a Rosa. Yo le dije que, por supuesto. Y creo que le hice un buen favor a la pobre Rosa, que alzó la cabeza completamente congestionada. Encantada de librarse de la infernal mamada. Enseguida se sentó sobre la polla del sobrino y empezó a cabalgarlo a buen ritmo. Pero éste quería algo más y, tras palparle el ojete, la buena de Rosa comprendió de qué iba el asunto y cambió la polla de agujero. Esto parece que le gustó bastante más al chico que empezó a jadear.
Tras unos diez minutos en los que prácticamente lo único que se oía en la habitación eran gemidos y chapoteos, decidí ir dando por cerrada la sesión:
-¡Venga, cerdas, las dos de rodilla en el centro de la sala! –grité.
Ambas jacas se giraron y corrieron a arrodillarse frente a mi polla. Con un gesto, le indique a el sobrino que se acercase y, colocado junto a mí, comenzó a menearse el rabo frente a las sudorosas jetas de las putas.
Treinta segundos después, nos corrimos ambos. Dejamos las caras de ambas como la radio de un pintor, repletas de esperma y salpicaduras. Ellas, que estaban con la boca abierta, apenas si recibieron una pequeña parte de leche sobre sus lenguas. La mayoría del semen quedó repartido por sus caras, sus tetas y el resto de sus macizos cuerpos.
Yo las miré a ambas satisfecho y les dije:
-¡Excelente trabajo, zorras! Ahora ya podéis lameros las jetas y limpiar todo este estropicio.
Mientras lo hacían le di la mano al macarrilla de Teresa y lo felicité por el excelente adiestramiento de su guarra.
-¡Joder, macho, es una guarra extraordinaria! La contrato ipso facto. ¿Cuándo puede comenzar a trabajar con nosotros?
-¡Gracias, Marcos! Pues cuando os vaya bien. Si quieres, mañana mismo la envío.
-Pues perfecto. Mañana la mandas. –me giré hacia Rosa, que tras lamer la cara de Teresa, se había enzarzado con ella en un baboso morreo. – Rosa, guapa, ahora cuando salgas, dile a mi madre que le tome los datos a Teresa y le explique cómo va esto. Dile que empieza mañana y que le indique donde está la gestoría para que vaya a firmar el contrato.
-De acuerdo, Marcos. Ahora se lo digo.- Y se levantó, adecentándose el corsé y buscando los zapatos de tacón, antes de salir disparada para la recepción, donde estaba mi madre esperando a los clientes.
Teresa, se fue vistiendo mientras tanto. Y yo aproveche para palmearle el culo varias veces y felicitarla efusivamente por su excelente comportamiento. Ella, con la cabeza gacha y sumisa como era, sonrió y musitó un tímido:
-Muchas gracias. –antes de salir de la habitación siguiendo a su orgulloso sobrino.
En el chalet, nuestra nueva vivienda, yo había convertido el piso superior en un picadero para compartir con la puerca de mamá. Abajo, estaba la sala de estar y el dormitorio de matrimonio, donde de vez en cuando, ella dormía con el cornudo, cuando éste venía a casa.
El viejo, cada vez más gordo y, por qué no decirlo, más vago, eludía subir las escaleras siempre que podía. Le bastaba con estar al lado de la cocina o frente a la tele. La que sí que se tiraba el día subiendo y bajando era mamá. Con la excusa de arreglar las habitaciones de arriba o ir a planchar o hacer la colada. Yo ya me había encargado de poner un tendedero y un cuarto para la lavadora y la plancha en el piso superior. Lo que el cornudo no sabía era que me llevaba la ropa sucia para que la lavase y planchase la señora que nos limpiaba “La Parroquia”. Así que, cuando mamá subía al piso superior, dos o tres veces cada día para estar un mínimo de una hora cada vez, lo hacía para comerme la polla o que me la follase por todos sus agujeros.
Lo hacíamos en un plan descarado, y bastante tranquilos. Con el rollo de la seguridad del chalet, por los posibles robos y esas cosas, yo había llenado la casa de sensores y había puesto un detector en la escalera que hacía encenderse una luz roja cuando alguien subía, por lo que había tiempo para que la puta se escondiese si al maricón le daba por hacer una visita sorpresa. Pero, dadas las características del pichafloja, no nos preocupaba demasiado la posibilidad de una visita sorpresa: entre la nevera, atiborrada de canapés, latas de cerveza y otras gilipolleces, y la pantalla de plasma que le había instalado, con todos los canales del mundo de fútbol y demás, era bastante remoto que el gordo decidiese subir a la aventura.
En cualquier caso, el viejo seguía con sus ritmos de trabajo de dos o tres semanas fuera y una en casa, por lo que mi puta madre y yo teníamos vía libre para hacer el cerdo todo lo que quisiéramos. Así que, cuando no estaba el cornudo, la tenía todo el tiempo en pelotas también en la planta baja del chalet. Y me la follaba en plan salvaje por todas partes, sin respetar, por supuesto, el tálamo nupcial. De hecho, solía echarle unos polvos bastante virulentos en la cama matrimonial en los que colocaba la foto del matrimonio feliz en un lugar bien visible, para recordar a mamá quien era el nuevo macho de la casa. Un par de veces aproveché para correrme sobre la foto del sonriente cornudo y la obligue, aplastando su cabeza contra el vidrio a lamer toda la leche de la foto, mientras yo le escupía en la jeta y la insultaba.
Estaba en la plenitud sexual. Bueno, en realidad estábamos, porque mamá también estaba alcanzando la perfección como puta. Cada día era más viciosa y le gustaba hacer propuestas más osadas. De vez en cuando nos traíamos alguna guarra de “La Parroquia” para montarnos un trío...
Hubo un día en que mamá y yo nos trajimos a, Teresa, la ex-monja a casa. Antes de salir de “La Parroquia” mamá siempre se vestía con las ropas adecuadas para una recatada ama de casa. Más que nada, para evitar preguntas incómodas del cornudo cuando llegase a casa. Ese día lo hizo así y le pidió a nuestra monjita cerda que se pusiese su antiguo hábito, que todavía conservaba. En el coche hice sentarse a Sor Teresa en el asiento del copiloto, porque quería que me fuese mamando la polla por el camino, para irme poniendo a tono. Mamá, en el asiento de atrás se iba haciendo un dedillo y avisando si había posibilidad de que nos viese alguien.
Llegue al garaje de casa con la polla como un mástil. Me costó guardarla en el pantalón. La cerda de la monja tenía los gruesos labios enrojecidos y las babas le corrían por la barbilla. Yo la miré a los ojos con cariño e hice lo que suelo hacer en estos casos. Le pedí que abriese la boca, le lancé un grueso escupitajo y le di un par de “cariñosas” bofetadas al tiempo que le recordaba lo puta que era. Ella sonrió orgullosa. Yo la empujé sobre el capó, le hice subirse el hábito y, con ayuda de mamá, le saqué el tanga a trompicones. Después se lo tiré a mamá al tiempo que le decía:
-Anda, limpia la cara de la cerda, que parece más una puta que una monja... A ver si vamos a escandalizar al maricón de tu esposo...
Mamá soltó una carcajada y recogió con el tanguita todas las babas de la jeta de Sor Teresa que, sumisamente, se dejó hacer.
Al entrar en el comedor, encontramos la escena habitual: el cabrón de mi padre apalancado frente a la tele con una lata de cerveza y un bol de patatas fritas mirando deportes en la tele. Así, desde luego, se iba a poner en forma enseguida... Él hizo un amago de levantarse para saludar a la monja que acababa de entrar, pero su barrigón y la gravedad se lo impidieron y, aparatosamente, volvió a hundirse en el sofá. Mamá me miró sonriente y, yo puse cara de póquer. Sor Teresa, puso su mejor cara de beatífica santidad y se acercó ella al sofá para saludar al cornudo:
-No se levante, no se levante... Yo soy Sor Teresa, del Convento de las Trinitarias, que he venido a una visita a la parroquia y su esposa y su hijo, que son muy amables me han invitado a su casa.
-Encantado, encantado... –dijo papá repantingándose e intentando alzarse para besar a la monjita. Yo raudo y sin que me viese el viejo, le hice un gesto a Teresa para que, ni de coña, acercase su cara a la jeta del cornudo. Ella lo captó enseguida y dejó a mi padre en posición de cobra interruptus al tiempo que alargaba la mano, para acariciar la del pobre ceporro.
Papá, le dio la mano y volvió a dejarse caer.
-Perdone que no me levante... –dijo el viejo.- Pero me acaban de operar del menisco y... –sí, eso era cierto, pero también lo era su barrigón de vago... Lo que, por otra parte, a mí me venía la mar de bien para follarme a la puta de su esposa...
-Claro, claro, tranquilo, no se preocupe... –respondió ella amablemente
-Papá, -intervine yo – vamos a subir arriba con Sor Teresa y mamá. Sor Teresa nos tiene que enseñar en el ordenador unas cosas de la misión de la parroquia en África y el Tercer Mundo...
-Muy bien, muy bien... –tranquilos, dijo él.- Id con Dios... –intentó hacer una de sus bromitas sin gracia...
-Hasta luego. – respondimos los tres al unísono.
Y allá que subimos los tres. Mis dos guarras y yo, dispuestos a pasar un buen ratillo.
Aquel día yo estaba especialmente perverso y, nada más llegar a la habitación les dije que dejasen la puerta abierta, para poder oír si al cornudo le daba por subir las escaleras y aguarnos la fiesta. Aunque, eso, como contrapartida, tenía el hándicap de que los berridos de las dos puercas se podían oír desde el comedor. Rápidamente hice un cálculo de “coste beneficio” de la situación y concluí con un “¡que le den porculo al maricón!”... y opté por poner la tele bien alta, como siempre con vídeos musicales de reggaetón o de tías buenas en general, y esperar que si se filtraba algún grito o gemido, el cornudo lo atribuyese a la televisión. Aunque a estas alturas, lo que pensase el tontolculo de mi progenitor me empezaba a importar bien poco. Sólo le ahorraba el disgusto de que viese lo puta que era su mujer, por respeto a ella, que no quería disgustarlo más de lo necesario. En el fondo era una santa... ja, ja, ja.
A continuación les ordené que se despelotasen, mientras yo, con la polla apuntando al techo, las esperaba en la cama king size que tenía en mi habitación. Cuando las vi acercarse, bamboleando las tetazas, grité imperativo:
-¡Eh, tú, Santa Teresa! –la monjita se detuvo al instante. –Vete poniendo el puto capuchón de gamba negra ese que llevabas, que me da morbazo follarte con eso puesto... ¡Venga espabila!
Teresa, sonrió y, con la cabeza gacha, corrió a ponerse la toca. Mientras lo hacía, mamá ya se había amorrado a lamerme los huevos y el ojete, por los que sentía predilección...
Al final tuve a Teresa poco rato con el capuchón puesto. La dejé acercarse y empezar a tragarse mi rabo hasta la campanilla mientras mamá me penetraba el ojete con la lengua. Me gustó, pero al ver que no podía controlar la cabeza de la monjita cogiéndola del pelo como a mí me gustaba, le arranqué la toca del tarro al tiempo que le gritaba:
-¡Quítate esta mierda, puerca! –ella colaboró y soltó su melena roja al aire. Momento en el que le agarre de los pelos y empecé a empujarle la polla por la garganta hasta los huevos. Ella se atragantaba, juntando su cabeza casi con la de mamá. Soltaba babas por mis huevos que acababan chorreando en la jeta de mi madre. Yo berreaba como un poseso. Estábamos liando una buena escandalera. Parece mentira que el cornudo no lo oyese desde el piso de abajo. Supongo que pensaría que era la tele, o algo así. Creo que ya debía estar acostumbrado a los ruidos extraños. Con la cosa de follarme a mi madre, la puta de su mujer, a base de guantazos en las nalgas y gritos sin freno, ya debía considerar esos ruidos “extraños” como normales. Supongo que por una parte no quería sospechar y, por otra, si le seguía cayendo alguna pajilla mal hecha de vez en cuando, de su amante esposa, le bastaba.
De vez en cuando le apretaba bien fuerte la cabeza a la monja contra mis huevos, hasta que veía que le faltaba la respiración. Entonces la estiraba fuerte y ella boqueaba como un pez fuera del agua. Tragando aire como una loca y con los ojos llorosos y la cara llena de babas. Yo la acercaba a mi jeta y gritándole: “¡Uuuuuuh, mira la santita que cara de cerda tiene!”, le escupía varias veces antes de restregarle bien la saliva por la cara y volver a amorrarla a la polla en cuanto había recuperado el aliento.
Repetí la operación varias veces, hasta que me cansé. Mientras, mamá me siguió repelando el ojete. Cuando llevaba un cuarto de hora en ese plan grité:
-¡Venga, guarras, cambio de parejas!
Y mi madre, que ya sabía de qué iba el rollo, procedió a comerme la polla, mientras Teresa recuperaba su maltrecha garganta lamiéndome el ojete. Mamá, conocedora de mis gustos, se puso con el culo en pompa cerca de mi cara y mis zarpas. Así que, mientras con una mano dirigía su cabeza en el metesaca, con la otra le iba sobando el culazo, dándole sonoras palmadas, como si de un tambor se tratase, hasta que se lo dejé bien rojo y, después, cuando ya estaba a punto de correrme, le metía los dedos en el ojete para estimular su mamada.
Al final, me corrí como una bestia, metiéndole el índice en el culo hasta el fondo y apretando con fuerza su cabeza hasta los huevos, para que la tranca le entrase bien adentro. Al mismo tiempo apretaba mis piernas para que Sor Teresa pegase su cara y, sobre todo su boca y su lengua a mi baboseado culo. Pegué un gruñido de animal, que estoy seguro de que le hizo pegar un respingo al cornudo de mi padre en el sofá y escupí fuertemente sobre la mejilla de mi madre, que bufaba y hacía pompas de babas por los agujeros de las napias.
Como siempre que hacía una de estas sesiones cañeras, había preparado la cámara de video HD en un trípode para grabar el espectáculo y luego recrearme y preparar algún video para la web del puticlub.
Tardé un minuto largo en relajarme, mientras mi polla iba latiendo y soltando esperma en la garganta de mamá. Yo bufaba entre dientes y, finalmente, apretando con fuerza la cabeza de mi puta le dije:
-Escucha bien, guarra asquerosa, te voy a soltar y no quiero que te tragues el premio, ni que pierdas ni una gota... ¿de acuerdo?
-¡Mmmmmmiiiií! –trató de responder ella con la polla embutida en su garganta.
-¡Muyyyy, bien cerda! Ahora quiero que compartas tu premio con nuestra adorada monja...
Y, pegando un fuerte tirón de su cabeza, la levanté de mi polla morcillona, dejando un gran reguero de babas que se repartieron por la cabeza de la otra puta y se esparcieron por toda la cama. Aunque, ella, conocedora de las instrucciones que acababa de darle, tras recuperar el aliento, cerró rápidamente la boca para no perder nada de leche.
Yo, al mismo tiempo, había sacado el dedo de su culo y lo olí un momento, notando los aromas anales, antes de restregarlo bien por la nariz de Sor Teresa y ordenarle que lo chupase bien y me lo dejase limpio. Ella, hizo un pequeño amago de retirar la cara tras olerlo, pero tras un cachete y un tirón de pelos, enseguida vio lo absurdo de su actitud y engulló el dedo chupeteándolo con avidez.
Después, Teresa se colocó como les tenía ordenado a mis zorras cuando me las follaba por parejas, justo debajo de la cara de mamá y con la boca abierta. Mientras yo contemplaba la escena e iba recuperándome, mi madre iba vertiendo el cóctel de esperma y babas sobre la boca abierta de Teresa que trataba de conservar el contenido como si de un recipiente se tratase, sin que ninguna mísera gota saliese de sus labios. Las tuve repitiendo la operación durante unos minutos, mientras mi polla se iba relajando. De vez en cuando contribuía con algún salivazo para animarlas, que ellas recibían con indisimulada alegría. Cuando me cansé del show les ordené que se repartiesen el postre y, mirando la cámara, que yo había cogido en ese momento, mostrasen el contenido antes de tragarlo.
-¡Muyyyy biennnn! –dije yo – Y, ahora, una gran sonrisa para vuestros fans...
Ambas sonrieron muy cerdas. Yo me relajé y me tumbé en la cama, un poco elevado con ayuda de la almohada, para prestar atención a los vídeos que emitía la tele. Teresa se acurruco a mi lado, con la cara apoyada sobre mi pecho y su manita acariciando mi descansada polla con suavidad. Mi madre se disponía a hacer lo mismo, pero la detuve:
-Espera un momento, guarra. Hazme un favor anda.
-Dime, cariño –respondió ella obediente
-Baja abajo y sube un par de latas de cerveza, que me ha entrado sed...
-Pero... –ella me respondió, sorprendida... era consciente de que su aspecto no era el más adecuado para pasar delante de su amado esposo, camino de la cocina.
-¡Ni pero, ni hostias! –la corté, drástico – Te pones una batita o lo que te salga de los cojones y las traes, ¿de acuerdo, cerda?
-Claro, Marcos, claro... –respondió ella sumisa, recogiendo una camiseta que, echa un gurruño estaba al fondo de la habitación. Se la puso, sin sujetador ni nada. Afortunadamente, sus tetazas se mantenían todavía bien firmes gracias al deporte. Los pezones se marcaban firmemente a través de la tela. Después recuperó, un pantaloncito de spinning que tenía por ahí que también se puso a pelo, marcando su perfecto chochazo. Antes de salir me miró.
-¿Voy bien así, hijo? –me preguntó insinuante
Yo le hice un gesto para que se girase. Dio una vuelta en redondo y volvió a mirarme sonriente. Le lancé un beso y le confirmé lo que era evidente:
-¡Estás perfecta! Pareces un auténtico putón de gimnasio...
-Lo que soy... –dijo ella girándose y enfilando para bajar la escalera.
-¡Espera! –la detuve – He pensado una cosa mientras me voy recuperando... ¿por qué no te subes el pollón?
-¿Cuál? ¿El grande?
-Sí, puta guarra, el grande... ¿cuál va a ser?
-¡Vale, vale, de acuerdo...! –respondió ella ofendida – Creía que sólo era para las grandes ocasiones...
-Hoy es una gran ocasión... No ves que tenemos aquí a la madre Teresa de Calcuta, preparada para el martirio... –y, entre risas, cogí del pelo a Teresa y le di un intenso morreo.
Mamá salió bamboleando el culo graciosamente escaleras abajo, mientras mi monjita favorita seguía acariciándome suavemente el rabo que ya empezaba a reaccionar, mientras miraba en pantalla a Beyonce meneando su culazo.
Cinco minutos después apareció mi puta madre con un pack de seis cervezas fresquitas y una bolsa de plástico con el pollón dentro. Repartió tres latas que empezamos a beber con ansía.
-Dime, ¿qué tal el maricón? – le pregunté a mamá.
-Allí está apalancado, viendo la tele... Me ha mirado con una cara un poco rara cuando he pasado, pero no ha dicho nada. Supongo que piensa que estoy haciendo gimnasia aquí arriba o algo así...
-Sí, ya, seguro, menudo tontorrón... –intervino Teresa – Gimnasia con las tetas empitonadas, ja, ja, ja...
-¡Oye, cerda –le corté – Ni se te ocurra meterte con mi padre! –mamá se rio ante mi intervención - ¡Con el cornudo sólo nos metemos nosotros! ¿No, mamá?
-Claro, cariñín... –mamá estaba acostada a mi lado y acercó su cara a darme un pico. – El mariconcete pichafloja es nuestro...
Cuando acabamos la cerveza, decidí continuar la fiesta.
-Bueno mamá, ahora quiero divertirme un rato viendo un buen espectáculo. Ya puedes sacar el pollón.
Mamá abrió la bolsa y extrajo un dildo de látex de unos cuarenta centímetros y que tenía un capullo a cada lado. Era grueso y flexible, ideal para que dos puercas se lo follasen al mismo tiempo... En el centro, tenía una marca roja hecha con un rotulador indeleble.
-Ahora quiero que os pongáis a cuatro patas las dos, con las caras enfrentadas y que os traguéis el pollón hasta el fondo. Tenéis que llegar hasta la marca roja y morrearos. –yo, sólo de pensar en la escena, ya tenía el rabo como una piedra, y eso que no hacía ni veinte minutos que me había corrido.- Así, que, si no me fallan las cuentas, tenéis veinte centímetros para embutiros cada una en las garganta. Ya podéis empezar, y yo voy a inmortalizar la escena con un buen vídeo para el grupo de Whatssapp de La Parroquia.
Y, en honor a la verdad, fue un espectáculo digno de la más calenturienta mente pornográfica. En Porn Hub, o cualquiera de las mejores webs porno que pululan por la red, se habrían peleado por conseguir un video tan cerdo, guarrindongo y, por qué no decirlo, genial.
Las dos puercas se encajaron, cada una por un lado, el pollón de goma y, despacio, aclimatándose bien al tamaño, fueron avanzando, cada una por su lado, gateando sobre la cama, con sus jetas de puta madura enfrentadas. Con los ojos bien abiertos y lagrimeando por el esfuerzo, la frente perlada de sudor en la caldeada habitación y las babas chorreando por la garganta y escapando de sus bocas, cayendo sobre la colcha de la cama. De fondo la pantalla de la tele, con negras jamonas meneando el pandero y yo, observando la escena con el rabo tieso y gritando sin cortarme las palabras de “cariño y aliento” que sé que enardecían a mis puercas: “¡Tragad, guarras asquerosas, tragad! ¡Puuuutas! ¡Vaya pareja de cerdas! ¡Una beata madre de familia, más puta que las gallinas, que se folla a su hijo y a todo lo que se menea y una monja que cambió la fe por la polla de su sobrino!”
Y toda la retahíla de gritos y berridos, la acompañaba de palmadas en las nalgas de las putas, tirones de los pezones, y, de vez en cuando, recogía las babas que iban goteando sobre la cama, para restregarlas por las jetas de ambas.
Finalmente, después de cinco minutos de esfuerzo, consiguieron llegar a la marca en la que se juntaban los labios. En ese momento, les dije que aguantasen un rato, que ahora me tocaba disfrutar a mí. Así que, después de hacer un travelling circular a la romántica escena, guardé el móvil, puse en marcha la cámara del trípode enfocando a las maduras putas y, con el rabo tieso, me dirigí a culminar mi obra maestra del emputecimiento.
Recogí un poco de las babas que chorreaban por sus jetas y embadurné bien mi tieso rabo antes de dirigirme al culo de la monjita. Apunté bien a su ojete y la empalé de golpe. Ella lanzó un gemido. No podía gritar y soltó un par de gruesos lagrimones. Aunque, rápidamente se repuso y empezó a mover las caderas para estrujarme el rabo, como bien sabía que me gustaba. Estuve unos cinco minutos dándole caña, tirándole del pelo y lanzando lapos sobre su cabeza, para ver si conseguía acertar a mi madre en la jeta. Me propuse un reto de marcarle los dos ojos de saliva y me costó un poco, pero lo conseguí. Además de un bonus track de lapo en la napia, que resbaló hacia los labios de Teresa. Observando los ojos suplicantes de mi madre, antes de correrme, decidí darle su ración de rabo. Así que cambié de culo y repetí la operación escuchando los gemidos de mamá que salían de los resquicios entre el pollón, su boca y su saturada nariz, en la que, de vez en cuando, se hinchaba un globito mezclado de babas, mocos y la saliva de mis lapos que todavía bañaba su cara.
Cuando estaba a punto de correrme, salí del culo de mamá y me puse frente a la cámara. Y apuntando a las caras juntas de las dos zorras, las regué de cálido esperma. En la mirada de ambas me pareció percibir agradecimiento y, mientras volvía a mi trono en el centro del catre a relajarme, les ordené que se sacasen el pollón. Lo hicieron despacio, demorándose en el placer de observarse, cara a cara, con las mandíbulas a punto de desencajarse. Mientras se iban separando la una de la otra, el enorme dildo iba saliendo a la luz, empapado de babas y reluciente.
Después les dije que nada de lavarse la cara, que la forma de limpiarse era relamiéndose la una a la otra, cosa que hicieron gustosas, mientras yo volvía a inmortalizar el evento con el móvil.
-¡Joder! –dije –Con este vídeo lo vamos a petar más que cómo os he dejado el culo, ¡guarras!
Ellas rieron y siguieron chupeteándose.
Eran más de las once. Y propuse a las puercas pedir unas pizzas para cenar. Ellas aceptaron gustosas. Mandé a mamá abajo para decirle al cornudo que llamase. Él obediente, y contento por la cena opulenta que le esperaba, así lo hizo.
Media hora después sonó el timbre y mamá, con una tenue batita cubriendo su desnudez bajó a recoger el pedido y, ya que estaba, ponerle el rabo duro al repartidor. Le dejó de propina una vista a su estupendo escote y, tras dejar una pizza familiar para el cornudo, que seguía con la pata quebrada viendo la tele, subió con el botín y otra ración de birras.
Había llegado el momento de descansar y recuperarnos. Comimos en la pequeña mesa del escritorio y después volvimos a descansar a la cama. Yo en el centro, flanqueado por las dos jamonas que apoyaban sus tetazas en mi pecho y miraban felices la tele. No hizo falta que le propusiese a Teresa que se quedase. Parece que lo daba por hecho. Además, me vendría bien para dormir los tres juntos, ya que mamá no tendría que volver a la habitación de matrimonio. Bastaba con que le contase al maricón que había estado trabajando toda la noche con Sor Teresa... En cosas de esas de las misiones en África y tal y tal...
A fin de cuentas no se alejaba mucho de la realidad, un par de veces me desperté durante la noche, para ver a las dos cerdas pegándose el lote, comiéndose los coños respectivamente o con alguna de ellas chupándome la agotada polla, mientras la otra le lamía el clítoris. Un encanto de zorras.
Gran parte de los fichajes de guarras para la cuadra de putas de La Parroquia nos los traían los propios clientes. La gran mayoría de ellos, en realidad, el público para el que estaba orientado el local, eran jóvenes de menos de treinta años que andaban deseosos de follarse a jamonas maduras, auténticas Milfs que les recordaban a alguna tía maciza, una vecina espléndida o, por qué no decirlo, a sus propias madres, en muchos de los casos. Algunos de los clientes, especialmente morbosos, ya habían iniciado sus escarceos con alguna puerca conocida o familiar. Y más de uno de ellos convenció a su puta particular para que engrosase la plantilla del burdel.
De hecho teníamos folletos y carteles de propaganda con promociones y ofertas para todos aquellos que nos proporcionasen zorras para contratarlas. Normalmente eran descuentos o bonos por diez o doce polvos, además del beneficio que conseguían haciendo de macarras de su puta. Porque todas, sin excepción, estaban encantadas y deseosas de darles una parte de beneficio para su joven macho. El salario de las chicas (mejor, señoras...) era alto y, además, yo insistí en asegurarlas, obviamente no como putas, por lo que estaban cotizando.
Había condiciones de aceptación, claro. La edad mínima era 40 años. No admitíamos más jóvenes. Además, tenían que pasar un par de pruebas, una primera entrevista de criba con alguno de mis “colaboradores”, normalmente el Moja, mi madre (la madame de facto del burdel) o la Fátima, la decana del negocio. Después estaba la prueba práctica, para ver si servían o no. Ésta consistía en una revisión por mi parte y, si la jaca merecía la pena, un buen polvo de bienvenida. Y, normalmente, lo solía hacer en presencia del macarrilla de turno, que veía como sometía a su zorra privada a una estricta revisión y me la follaba en su presencia. Después, le indicaba las condiciones del trabajo: la depilación total y definitiva, los tatus, si no los tenía ya, y le ponía las condiciones de obediencia y castidad con sus cornudos, si estaban casadas. En resumen, a partir de la firma del contrato, se debían a la empresa y a su macho, por lo que la obediencia absoluta pasaba a ser imprescindible.
Fue de ese modo como tres chicos nos trajeron a sus tías, un par a vecinas jamonas y otros dos a sus propias madres. Incluso Rosa, la ex-suegra de Óscar, con la que éste había recuperado el contacto se apuntó a nuestra cuadra de putas. Todas fueron seleccionadas salvo una de las vecinas que tenía 38 años y a la que emplazamos para dentro de un par de años.
En un futuro, tal vez desgrane todos los casos, aunque hoy sólo comentaré uno que me pareció especialmente original. Se trataba de Teresa, una zorra de 52 años que nos trajo su sobrino Jorge de 25. Era una jaca entrada en carnes, pero no gorda. Tenía mucho culo, mucho pecho y unos muslos jamoneros como los de Beyoncé, pero menos tersos, con un puntillo de celulitis, pero sin pasarse. Lucía una hermosa melena pelirroja y una boca de labios gruesos y bien rojos. Lo más destacado de su agraciada cara. Pero lo mejor de ella no era su espléndido aspecto, sino su historia. Hasta los 48 había sido monja de clausura, pero tras una visita a la casa de su hermana un verano, su sobrino la pilló por banda y, a base de rabo, logró llevarla por el buen camino y convertirla en una zorra de campeonato, como pronto comprobaríamos.
La hermosa monja, a la que ya debía chorrearle un poquillo el chocho allí en el convento, aludió una crisis de fe y lo abandonó, para quedarse a vivir provisionalmente en la casa de su hermana... Y el error de esta última, si es que puede considerarse así, fue alojarla en la misma habitación que el hijo soltero del matrimonio, en una cama supletoria. Lo cierto es que llegó madura un agosto y, a los quince días, lo único que le quedaba virgen eran las orejas y el ombligo, tanto su boca, como su culo y su coño se tragaban sin pestañear la tranca de su sobrino.
El muchacho, cargado de testosterona, no resultó indiferente al macizo cuerpo de su tía y al segundo día ya estaba metiéndole mano subrepticiamente. La tía se santiguaba y se hacía la ofendida, pero no tardó en abandonar los rezos para empezar a adorar la polla de su sobrino. Y cuatro años después todavía seguía instalada en aquella diminuta habitación, sometida a un “duro” régimen de dos polvos al día, como mínimo. Polvos que ella disfrutaba como buena puta vocacional.
El sobrino, en privado, la trataba como una furcia sumisa. En la habitación la hacía vestirse con lencería provocativa, pero, al mismo tiempo, le hacía ponerse un crucifijo bien grande colgado entre sus enormes tetas y llevar puesta la toca de monja en la cabeza. Ésta, invariablemente, acababa cubierta por alguno de los churretones de leche que no acababan en su garganta, culo o coño. Era todo bastante morboso. Sobre todo porque, de cara al exterior, la obligaba a vestir recatadamente y con ropas, digamos, antilujuria. Aunque bajo las mismas sólo hubiese un tanga de hilo dental y unas bolas chinas en el culo. Obviamente, había hecho depilarse a la zorra completa y definitivamente, además de tatuarle algún motivo religioso, como un cristo crucificado en el pubis. Era un dibujo bastante realista, aunque hortera con avaricia, un poquito de rollo legionario. También tenía tatuadas sendas coronas de espinas envolviendo sus muslos y dos grandes alas de ángel en la espalda. Era todo de un rematado mal gusto pero le daba un toquecito kitch a nuestra monjita que acentuaba el morbo.
Desde que abrimos “La Parroquia” el chico se había hecho habitual. Más que nada porque el tipo de zorras que ofrecíamos eran lo que le interesaba. Y, a la vista de los carteles solicitando putas, había decidido ponerse manos a la obra y convencer a la monjita de que había llegado la hora de ganar dinero para salir del cuchitril de sus padres. Su objetivo era alquilar un apartamento para ella, en el que, por descontado, él se iba a instalar para disfrutar de ella y, de paso, de algún otro ligue que consiguiese.
Todavía recuerdo el día en que vino el chico con su puta. Entraron ambos en mi despacho. Él sonriente y orgulloso y ella detrás con la cabeza agachada, tímida, como avergonzada de tener un cuerpo de escándalo. Yo le di la mano al chico cortésmente y observé la guarra, como el que mira un objeto precioso pero inanimado. Sin pensar en absoluto en lo que ella pudiese sentir. El primer día me gustaba chulear un poco a las putas y tratarlas como una mercancía, humillarlas para que se diesen cuenta de quién corta el bacalao. El chico aceptó la copa que le serví y se acomodó en el sofá, observando la escena con una sonrisa chulesca. Sin perder detalle de cómo el nuevo dueño de su tía, la observaba detalladamente como si fuese un tratante de ganado. Mientras la iba rodeando y palpando su cuerpo, le iba haciendo preguntas al chico como si ella no estuviese allí:
-No está nada mal esta puerca, y ¿cómo dices que se llama?
-Teresa. Es mi tía, hermana de mi madre. ¡Una maravilla en la cama! ¡La chupa cómo Dios!
Bueno, ya será menos, pensé yo. Levanté su barbilla con el dedo, suavemente y ella, sumisa, obedeció al gesto y enderezo su cara.
-Eres preciosa, Teresa. –le dije. Ella hizo un amago de sonrisa, gesto que yo aproveché para lanzar un potente salivazo que se extendió desde su ojo hasta la nariz, goteando hacia la boca. La sonrisa se le heló en la cara por la sorpresa y yo continué. - ¡Relámete, puta! Es un regalo de bienvenida. –al mismo tiempo de di un suave cachete y metí las manos bajo su casto jersey para sobar sus enormes tetazas. Ella obedeció pasando la lengua por sus labios y yo, dirigiéndome al sobrino le pregunté. -¿Qué edad tiene esta cerda?
-Acaba de cumplir 52, Marcos...
-Una edad estupenda... ¡Gírate, puerca! –le grité. Ella obedeció rápidamente y yo empujé su cuerpo hacia la mesa, haciéndola doblarse y poner el culo en pompa. Le levanté la falda.
Ella se apretó, doblada sobre la mesa y empinó el culo sumisamente. Está claro que su sobrino la tenía bien enseñada. Al levantar la rústica falda de franela que llevaba, pude apreciar sus estupendos cuartos traseros, culminados por unas enormes y bamboleantes nalgas, en el interior de las que se perdía el hilo dental del tanga que llevaba puesto. Le di un par de fuertes cachetes en cada nalga y le grité:
-¡Ábrete el culo, guarra!
Ella obedeció ipso facto y, con ambas manos se separó los cachetes mostrando un precioso agujerito marrón sobre el que se posaba el hilo del tanga negro que llevaba.
-Esta mierda me molesta. –dije y, cogiendo unas tijeras que tenía en la mesa, corté las tiras del tanga que cayó al suelo. Lo cogí un momento y lo olí por la parte que había estado en contacto con el coño. ¡Una delicia! Después lo acerqué a su cara. No hizo falta explicarle nada, simplemente abrió la boca y se lo metió dentro. Era diminuto y seguro que no le molestaba nada chupetearlo un rato.
Ella continuaba con el culo expuesto y yo me agaché y acerque la cara. Pude ver que estaba perfectamente depilado. Tanto el ojete, como la vulva que se veía bajo él. Primero olfateé un poco el ojete. El olorcillo me puso el rabo como un garrote. Después empecé a lamerlo y a penetrarlo con la lengua, mientras con los dedos la masturbaba. La muy zorra estaba chorreando y no tardó ni dos segundos en ponerse a gemir y babear, a través de las bragas que la amordazaban, sobre la mesa.
-¿Estás cachonda, eh? –dije
-Síiiiiii... –acertó a decir con la boca llena.
El sobrino, la miraba saboreando su copa y sobándose el rabo por encima del pantalón. Me di cuenta y decidí marcarme un tanto con el chaval.
-Veo que te gusta el tratamiento que le estoy dando a esta cerda...
-Pues sí, me pone cachondo... –respondió.
-El caso es que tu tía me gusta. Parece material de primera. Y, como cortesía, mientras la pruebo, en vez de dejar que te la casques, que es lo que suelen hacer los que nos traen a sus putas mientras pasan el examen, voy llamar a alguna de las chicas para que te haga una mamada... ¿te parece bien?
El chaval abrió los ojos como platos y se quedó sin palabras ante la generosa oferta, asintiendo con la cabeza. Estaba contento, la monjita prometía, y, mentalmente, ya estaba elucubrando planes y performances con ella. Ya me veía a Sor Teresa y a Fátima, una con la toca en la cabeza y la otra con el hiyab, haciendo un buen numerito lésbico mientras se las follaba algún afortunado.
Cogí el teléfono de la mesa y llamé:
-Mamá, ¿a quién tenemos libre ahora?
-¡Bufff! – resopló mi madre al otro lado de la línea – Pues la verdad es que está casi todo el mundo ocupado... Bueno, estoy yo libre, pero tendría que dejar la recepción...
-No, no... –contesté – prefiero que sigas en la puerta. Entonces ¿no hay nadie más?
-Bueno, está Rosa, la ex-suegra de Óscar, pero todavía está un poquillo verde. Ha empezado hace un par de días y todavía está en periodo de formación, por así decirlo.
-Ah, no pasa nada. La puedes mandar, sólo se trata de hacer una mamada... Y eso, por lo que me dijo Óscar, lo controla bastante, ja, ja, ja.
-Ok, ahora te la envío. – respondió mi madre.
-Perfecto, hasta luego.
Me volví hacia el sobrino de Teresa y le dije:
-Te puedes ir sacando la polla. Ahora viene una de las chicas y te la irá mamando mientras me voy cepillando a tu tía.
-Genial, gracias Marcos – al tiempo que hablaba ya se había sacado el rabo y se lo estaba meneando.
-No vayas tan rápido, tío. A ver si te vas a correr antes de que llegue la furcia... – le dije entre risas.
Y me giré hacia Teresa, que apenas si se había movido. Esta vez me propuse hacerla correrse. Así que me puse a lenguetearle del culo al coño como si fuese una vaca lamiendo a sus ternerillos, al tiempo que le masajeaba el clítoris a toda velocidad.
Su cuerpo empezó a agitarse y, en menos de dos minutos, se corría como una bestia. Estaba gimiendo como una posesa, mientras yo de daba los últimos lametones a su culazo, justo cuando entro la pequeña Rosa, nuestra última adquisición, en mi despacho.
Vestía una especie de anticuado corsé que hacía desparramarse sus enormes tetas por la parte superior. No llevaba bragas, tan sólo unas medias negras y un liguero. Además de unos zapatos de tacón de aguja que, disimulaban, a duras penas, su pequeña estatura. Su figura, con ese corsé tan apretado y unas tetas y un culo tan grandes, además de sus macizas piernas, hacía palidecer la palabra voluptuosidad. Por un momento, al mirarla, me entraron ganas de dejar de lado a Sor Teresa y darle un buen pollazo a Rosa, pero cuando hay trabajo, hay trabajo, y ahora tocaba la prueba de la nueva “miembra” del club.
Rosa, al entrar, se quedó un momento parada al ver la escena. Con Teresa doblada sobre la mesa, recuperándose del orgasmo y su sobrino con la polla fuera en el sofá, mientras yo, con la cara todavía mojada de comerle el culo y el coño a la monjita, empezaba a bajarme la bragueta. Pero, Rosa, que ya estaba acostumbrándose al trabajo en “La Parroquia”, sabía que, en nuestro negocio, estas cosas eran el pan nuestro de cada día, así que recobró el aplomo al instante.
-¡Hola, Marcos, me habías llamado!
-Hola, Rosa, buenas. Sí, mira. Por favor, tendrías que ir haciendo una mamada al chico este, mientras yo voy haciéndole la prueba a su tía.
-Claro, Marcos, no hay problema. –y, ni corta ni perezosa, cogió uno de los cojines del sofá, lo plantó en el suelo y, tras arrodillarse entre las piernas del muchacho, se tragó el rabo hasta la campanilla. Era una polla más bien normalita, la verdad sea dicha.
Jorge dio un gemido ahogado y se dejó hacer, sujetando del pelo a la pequeña Rosa.
Yo, mientras tanto, le indiqué a Teresa que se despelotase. Mientras se desnudaba y admiraba su cuerpazo, la imité y me quedé también en pelotas, con la polla bien dura. Sor Teresa sonrió y agachó la cabeza sumisamente. Está claro que su sobrino la tenía bien adiestrada. Yo me senté en el sillón del despacho y le indiqué que cogiese un cojín.
-Ahora, se trata de ver si eres tan buena mamando pollas como dice tu sobrino. Ya puedes ir empezando.
Colocó el cojín en el suelo, entre mis piernas abiertas. Se arrodilló y, tras escupir en el rabo, se la tragó hasta la campanilla sin pestañear. Inició un rápido vaivén, con la polla atravesando su tráquea que me dejó clavado al asiento y casi sin respiración. La verdad es que la monjita estaba bendecida por el dios de las felaciones. Era una auténtica máquina y me estaba dejando con la boca abierta. Desde el sofá de enfrente, su sobrino sonreía orgulloso. Y hasta Rosa había parado un momento la mamada para observar el excelente trabajo de Teresa. Hubo un breve instante en el que el tiempo pareció congelarse, con las tres miradas de los presentes en la sala observando el rítmico meneo de la cabeza engullendo mi polla. Sólo se oía el chapoteo del rabo entrando en la garganta, mientras regueros de saliva se caían sobre mis huevos, mojando el sillón y formando un pequeño charquito en el suelo.
El encanto duró apenas un minuto. Me di cuenta de que estaba a punto de correrme y la agarre de los cabellos para detener la mamada. Ella, boqueando como un pez fuera del agua me miró sorprendida y dijo, asustada:
-¿Qué pasa, Marcos, no lo estoy haciendo bien?
-No, preciosa, no, al contrario... –la tranquilicé acariciándole las mejillas sudorosas.- Lo que pasa es que lo estás haciendo demasiado bien, y lo último que quiero es correrme tan rápido. Antes quiero probar el resto de su cuerpo. Aunque me parece que el examen ya lo has aprobado con nota...
Rosa, que estaba oyendo la conversación mientras chupaba la tranca del sobrino, redobló la intensidad de sus chupadas, ante el alborozo del muchacho. Al parecer quería imitar a la campeona que acababa de ver. Pero está claro que le faltaba práctica y no hacía más que atragantarse, babear y tener arcadas. El sobrino, no obstante, no parecía en absoluto preocupado por ello y la dejaba hacer relajado, marcándole el ritmo con la mano, repantingado en el sofá y saboreando, de vez en cuando, la copa que tenía en la mesita.
Yo, le di un intenso morreo a Teresa, la cogí de las muñecas, y, tras levantarla, le indiqué que volviese a apoyarse en la mesa, inclinada hacia delante. Me coloqué tras ella y comencé a follarla en plan rudo, alternando el culo y el coño. Ella empezó a jadear ruidosamente. El sobrino, que lo observaba todo desde el sofá, me preguntó si él podía follarse también a Rosa. Yo le dije que, por supuesto. Y creo que le hice un buen favor a la pobre Rosa, que alzó la cabeza completamente congestionada. Encantada de librarse de la infernal mamada. Enseguida se sentó sobre la polla del sobrino y empezó a cabalgarlo a buen ritmo. Pero éste quería algo más y, tras palparle el ojete, la buena de Rosa comprendió de qué iba el asunto y cambió la polla de agujero. Esto parece que le gustó bastante más al chico que empezó a jadear.
Tras unos diez minutos en los que prácticamente lo único que se oía en la habitación eran gemidos y chapoteos, decidí ir dando por cerrada la sesión:
-¡Venga, cerdas, las dos de rodilla en el centro de la sala! –grité.
Ambas jacas se giraron y corrieron a arrodillarse frente a mi polla. Con un gesto, le indique a el sobrino que se acercase y, colocado junto a mí, comenzó a menearse el rabo frente a las sudorosas jetas de las putas.
Treinta segundos después, nos corrimos ambos. Dejamos las caras de ambas como la radio de un pintor, repletas de esperma y salpicaduras. Ellas, que estaban con la boca abierta, apenas si recibieron una pequeña parte de leche sobre sus lenguas. La mayoría del semen quedó repartido por sus caras, sus tetas y el resto de sus macizos cuerpos.
Yo las miré a ambas satisfecho y les dije:
-¡Excelente trabajo, zorras! Ahora ya podéis lameros las jetas y limpiar todo este estropicio.
Mientras lo hacían le di la mano al macarrilla de Teresa y lo felicité por el excelente adiestramiento de su guarra.
-¡Joder, macho, es una guarra extraordinaria! La contrato ipso facto. ¿Cuándo puede comenzar a trabajar con nosotros?
-¡Gracias, Marcos! Pues cuando os vaya bien. Si quieres, mañana mismo la envío.
-Pues perfecto. Mañana la mandas. –me giré hacia Rosa, que tras lamer la cara de Teresa, se había enzarzado con ella en un baboso morreo. – Rosa, guapa, ahora cuando salgas, dile a mi madre que le tome los datos a Teresa y le explique cómo va esto. Dile que empieza mañana y que le indique donde está la gestoría para que vaya a firmar el contrato.
-De acuerdo, Marcos. Ahora se lo digo.- Y se levantó, adecentándose el corsé y buscando los zapatos de tacón, antes de salir disparada para la recepción, donde estaba mi madre esperando a los clientes.
Teresa, se fue vistiendo mientras tanto. Y yo aproveche para palmearle el culo varias veces y felicitarla efusivamente por su excelente comportamiento. Ella, con la cabeza gacha y sumisa como era, sonrió y musitó un tímido:
-Muchas gracias. –antes de salir de la habitación siguiendo a su orgulloso sobrino.
En el chalet, nuestra nueva vivienda, yo había convertido el piso superior en un picadero para compartir con la puerca de mamá. Abajo, estaba la sala de estar y el dormitorio de matrimonio, donde de vez en cuando, ella dormía con el cornudo, cuando éste venía a casa.
El viejo, cada vez más gordo y, por qué no decirlo, más vago, eludía subir las escaleras siempre que podía. Le bastaba con estar al lado de la cocina o frente a la tele. La que sí que se tiraba el día subiendo y bajando era mamá. Con la excusa de arreglar las habitaciones de arriba o ir a planchar o hacer la colada. Yo ya me había encargado de poner un tendedero y un cuarto para la lavadora y la plancha en el piso superior. Lo que el cornudo no sabía era que me llevaba la ropa sucia para que la lavase y planchase la señora que nos limpiaba “La Parroquia”. Así que, cuando mamá subía al piso superior, dos o tres veces cada día para estar un mínimo de una hora cada vez, lo hacía para comerme la polla o que me la follase por todos sus agujeros.
Lo hacíamos en un plan descarado, y bastante tranquilos. Con el rollo de la seguridad del chalet, por los posibles robos y esas cosas, yo había llenado la casa de sensores y había puesto un detector en la escalera que hacía encenderse una luz roja cuando alguien subía, por lo que había tiempo para que la puta se escondiese si al maricón le daba por hacer una visita sorpresa. Pero, dadas las características del pichafloja, no nos preocupaba demasiado la posibilidad de una visita sorpresa: entre la nevera, atiborrada de canapés, latas de cerveza y otras gilipolleces, y la pantalla de plasma que le había instalado, con todos los canales del mundo de fútbol y demás, era bastante remoto que el gordo decidiese subir a la aventura.
En cualquier caso, el viejo seguía con sus ritmos de trabajo de dos o tres semanas fuera y una en casa, por lo que mi puta madre y yo teníamos vía libre para hacer el cerdo todo lo que quisiéramos. Así que, cuando no estaba el cornudo, la tenía todo el tiempo en pelotas también en la planta baja del chalet. Y me la follaba en plan salvaje por todas partes, sin respetar, por supuesto, el tálamo nupcial. De hecho, solía echarle unos polvos bastante virulentos en la cama matrimonial en los que colocaba la foto del matrimonio feliz en un lugar bien visible, para recordar a mamá quien era el nuevo macho de la casa. Un par de veces aproveché para correrme sobre la foto del sonriente cornudo y la obligue, aplastando su cabeza contra el vidrio a lamer toda la leche de la foto, mientras yo le escupía en la jeta y la insultaba.
Estaba en la plenitud sexual. Bueno, en realidad estábamos, porque mamá también estaba alcanzando la perfección como puta. Cada día era más viciosa y le gustaba hacer propuestas más osadas. De vez en cuando nos traíamos alguna guarra de “La Parroquia” para montarnos un trío...
Hubo un día en que mamá y yo nos trajimos a, Teresa, la ex-monja a casa. Antes de salir de “La Parroquia” mamá siempre se vestía con las ropas adecuadas para una recatada ama de casa. Más que nada, para evitar preguntas incómodas del cornudo cuando llegase a casa. Ese día lo hizo así y le pidió a nuestra monjita cerda que se pusiese su antiguo hábito, que todavía conservaba. En el coche hice sentarse a Sor Teresa en el asiento del copiloto, porque quería que me fuese mamando la polla por el camino, para irme poniendo a tono. Mamá, en el asiento de atrás se iba haciendo un dedillo y avisando si había posibilidad de que nos viese alguien.
Llegue al garaje de casa con la polla como un mástil. Me costó guardarla en el pantalón. La cerda de la monja tenía los gruesos labios enrojecidos y las babas le corrían por la barbilla. Yo la miré a los ojos con cariño e hice lo que suelo hacer en estos casos. Le pedí que abriese la boca, le lancé un grueso escupitajo y le di un par de “cariñosas” bofetadas al tiempo que le recordaba lo puta que era. Ella sonrió orgullosa. Yo la empujé sobre el capó, le hice subirse el hábito y, con ayuda de mamá, le saqué el tanga a trompicones. Después se lo tiré a mamá al tiempo que le decía:
-Anda, limpia la cara de la cerda, que parece más una puta que una monja... A ver si vamos a escandalizar al maricón de tu esposo...
Mamá soltó una carcajada y recogió con el tanguita todas las babas de la jeta de Sor Teresa que, sumisamente, se dejó hacer.
Al entrar en el comedor, encontramos la escena habitual: el cabrón de mi padre apalancado frente a la tele con una lata de cerveza y un bol de patatas fritas mirando deportes en la tele. Así, desde luego, se iba a poner en forma enseguida... Él hizo un amago de levantarse para saludar a la monja que acababa de entrar, pero su barrigón y la gravedad se lo impidieron y, aparatosamente, volvió a hundirse en el sofá. Mamá me miró sonriente y, yo puse cara de póquer. Sor Teresa, puso su mejor cara de beatífica santidad y se acercó ella al sofá para saludar al cornudo:
-No se levante, no se levante... Yo soy Sor Teresa, del Convento de las Trinitarias, que he venido a una visita a la parroquia y su esposa y su hijo, que son muy amables me han invitado a su casa.
-Encantado, encantado... –dijo papá repantingándose e intentando alzarse para besar a la monjita. Yo raudo y sin que me viese el viejo, le hice un gesto a Teresa para que, ni de coña, acercase su cara a la jeta del cornudo. Ella lo captó enseguida y dejó a mi padre en posición de cobra interruptus al tiempo que alargaba la mano, para acariciar la del pobre ceporro.
Papá, le dio la mano y volvió a dejarse caer.
-Perdone que no me levante... –dijo el viejo.- Pero me acaban de operar del menisco y... –sí, eso era cierto, pero también lo era su barrigón de vago... Lo que, por otra parte, a mí me venía la mar de bien para follarme a la puta de su esposa...
-Claro, claro, tranquilo, no se preocupe... –respondió ella amablemente
-Papá, -intervine yo – vamos a subir arriba con Sor Teresa y mamá. Sor Teresa nos tiene que enseñar en el ordenador unas cosas de la misión de la parroquia en África y el Tercer Mundo...
-Muy bien, muy bien... –tranquilos, dijo él.- Id con Dios... –intentó hacer una de sus bromitas sin gracia...
-Hasta luego. – respondimos los tres al unísono.
Y allá que subimos los tres. Mis dos guarras y yo, dispuestos a pasar un buen ratillo.
Aquel día yo estaba especialmente perverso y, nada más llegar a la habitación les dije que dejasen la puerta abierta, para poder oír si al cornudo le daba por subir las escaleras y aguarnos la fiesta. Aunque, eso, como contrapartida, tenía el hándicap de que los berridos de las dos puercas se podían oír desde el comedor. Rápidamente hice un cálculo de “coste beneficio” de la situación y concluí con un “¡que le den porculo al maricón!”... y opté por poner la tele bien alta, como siempre con vídeos musicales de reggaetón o de tías buenas en general, y esperar que si se filtraba algún grito o gemido, el cornudo lo atribuyese a la televisión. Aunque a estas alturas, lo que pensase el tontolculo de mi progenitor me empezaba a importar bien poco. Sólo le ahorraba el disgusto de que viese lo puta que era su mujer, por respeto a ella, que no quería disgustarlo más de lo necesario. En el fondo era una santa... ja, ja, ja.
A continuación les ordené que se despelotasen, mientras yo, con la polla apuntando al techo, las esperaba en la cama king size que tenía en mi habitación. Cuando las vi acercarse, bamboleando las tetazas, grité imperativo:
-¡Eh, tú, Santa Teresa! –la monjita se detuvo al instante. –Vete poniendo el puto capuchón de gamba negra ese que llevabas, que me da morbazo follarte con eso puesto... ¡Venga espabila!
Teresa, sonrió y, con la cabeza gacha, corrió a ponerse la toca. Mientras lo hacía, mamá ya se había amorrado a lamerme los huevos y el ojete, por los que sentía predilección...
Al final tuve a Teresa poco rato con el capuchón puesto. La dejé acercarse y empezar a tragarse mi rabo hasta la campanilla mientras mamá me penetraba el ojete con la lengua. Me gustó, pero al ver que no podía controlar la cabeza de la monjita cogiéndola del pelo como a mí me gustaba, le arranqué la toca del tarro al tiempo que le gritaba:
-¡Quítate esta mierda, puerca! –ella colaboró y soltó su melena roja al aire. Momento en el que le agarre de los pelos y empecé a empujarle la polla por la garganta hasta los huevos. Ella se atragantaba, juntando su cabeza casi con la de mamá. Soltaba babas por mis huevos que acababan chorreando en la jeta de mi madre. Yo berreaba como un poseso. Estábamos liando una buena escandalera. Parece mentira que el cornudo no lo oyese desde el piso de abajo. Supongo que pensaría que era la tele, o algo así. Creo que ya debía estar acostumbrado a los ruidos extraños. Con la cosa de follarme a mi madre, la puta de su mujer, a base de guantazos en las nalgas y gritos sin freno, ya debía considerar esos ruidos “extraños” como normales. Supongo que por una parte no quería sospechar y, por otra, si le seguía cayendo alguna pajilla mal hecha de vez en cuando, de su amante esposa, le bastaba.
De vez en cuando le apretaba bien fuerte la cabeza a la monja contra mis huevos, hasta que veía que le faltaba la respiración. Entonces la estiraba fuerte y ella boqueaba como un pez fuera del agua. Tragando aire como una loca y con los ojos llorosos y la cara llena de babas. Yo la acercaba a mi jeta y gritándole: “¡Uuuuuuh, mira la santita que cara de cerda tiene!”, le escupía varias veces antes de restregarle bien la saliva por la cara y volver a amorrarla a la polla en cuanto había recuperado el aliento.
Repetí la operación varias veces, hasta que me cansé. Mientras, mamá me siguió repelando el ojete. Cuando llevaba un cuarto de hora en ese plan grité:
-¡Venga, guarras, cambio de parejas!
Y mi madre, que ya sabía de qué iba el rollo, procedió a comerme la polla, mientras Teresa recuperaba su maltrecha garganta lamiéndome el ojete. Mamá, conocedora de mis gustos, se puso con el culo en pompa cerca de mi cara y mis zarpas. Así que, mientras con una mano dirigía su cabeza en el metesaca, con la otra le iba sobando el culazo, dándole sonoras palmadas, como si de un tambor se tratase, hasta que se lo dejé bien rojo y, después, cuando ya estaba a punto de correrme, le metía los dedos en el ojete para estimular su mamada.
Al final, me corrí como una bestia, metiéndole el índice en el culo hasta el fondo y apretando con fuerza su cabeza hasta los huevos, para que la tranca le entrase bien adentro. Al mismo tiempo apretaba mis piernas para que Sor Teresa pegase su cara y, sobre todo su boca y su lengua a mi baboseado culo. Pegué un gruñido de animal, que estoy seguro de que le hizo pegar un respingo al cornudo de mi padre en el sofá y escupí fuertemente sobre la mejilla de mi madre, que bufaba y hacía pompas de babas por los agujeros de las napias.
Como siempre que hacía una de estas sesiones cañeras, había preparado la cámara de video HD en un trípode para grabar el espectáculo y luego recrearme y preparar algún video para la web del puticlub.
Tardé un minuto largo en relajarme, mientras mi polla iba latiendo y soltando esperma en la garganta de mamá. Yo bufaba entre dientes y, finalmente, apretando con fuerza la cabeza de mi puta le dije:
-Escucha bien, guarra asquerosa, te voy a soltar y no quiero que te tragues el premio, ni que pierdas ni una gota... ¿de acuerdo?
-¡Mmmmmmiiiií! –trató de responder ella con la polla embutida en su garganta.
-¡Muyyyy, bien cerda! Ahora quiero que compartas tu premio con nuestra adorada monja...
Y, pegando un fuerte tirón de su cabeza, la levanté de mi polla morcillona, dejando un gran reguero de babas que se repartieron por la cabeza de la otra puta y se esparcieron por toda la cama. Aunque, ella, conocedora de las instrucciones que acababa de darle, tras recuperar el aliento, cerró rápidamente la boca para no perder nada de leche.
Yo, al mismo tiempo, había sacado el dedo de su culo y lo olí un momento, notando los aromas anales, antes de restregarlo bien por la nariz de Sor Teresa y ordenarle que lo chupase bien y me lo dejase limpio. Ella, hizo un pequeño amago de retirar la cara tras olerlo, pero tras un cachete y un tirón de pelos, enseguida vio lo absurdo de su actitud y engulló el dedo chupeteándolo con avidez.
Después, Teresa se colocó como les tenía ordenado a mis zorras cuando me las follaba por parejas, justo debajo de la cara de mamá y con la boca abierta. Mientras yo contemplaba la escena e iba recuperándome, mi madre iba vertiendo el cóctel de esperma y babas sobre la boca abierta de Teresa que trataba de conservar el contenido como si de un recipiente se tratase, sin que ninguna mísera gota saliese de sus labios. Las tuve repitiendo la operación durante unos minutos, mientras mi polla se iba relajando. De vez en cuando contribuía con algún salivazo para animarlas, que ellas recibían con indisimulada alegría. Cuando me cansé del show les ordené que se repartiesen el postre y, mirando la cámara, que yo había cogido en ese momento, mostrasen el contenido antes de tragarlo.
-¡Muyyyy biennnn! –dije yo – Y, ahora, una gran sonrisa para vuestros fans...
Ambas sonrieron muy cerdas. Yo me relajé y me tumbé en la cama, un poco elevado con ayuda de la almohada, para prestar atención a los vídeos que emitía la tele. Teresa se acurruco a mi lado, con la cara apoyada sobre mi pecho y su manita acariciando mi descansada polla con suavidad. Mi madre se disponía a hacer lo mismo, pero la detuve:
-Espera un momento, guarra. Hazme un favor anda.
-Dime, cariño –respondió ella obediente
-Baja abajo y sube un par de latas de cerveza, que me ha entrado sed...
-Pero... –ella me respondió, sorprendida... era consciente de que su aspecto no era el más adecuado para pasar delante de su amado esposo, camino de la cocina.
-¡Ni pero, ni hostias! –la corté, drástico – Te pones una batita o lo que te salga de los cojones y las traes, ¿de acuerdo, cerda?
-Claro, Marcos, claro... –respondió ella sumisa, recogiendo una camiseta que, echa un gurruño estaba al fondo de la habitación. Se la puso, sin sujetador ni nada. Afortunadamente, sus tetazas se mantenían todavía bien firmes gracias al deporte. Los pezones se marcaban firmemente a través de la tela. Después recuperó, un pantaloncito de spinning que tenía por ahí que también se puso a pelo, marcando su perfecto chochazo. Antes de salir me miró.
-¿Voy bien así, hijo? –me preguntó insinuante
Yo le hice un gesto para que se girase. Dio una vuelta en redondo y volvió a mirarme sonriente. Le lancé un beso y le confirmé lo que era evidente:
-¡Estás perfecta! Pareces un auténtico putón de gimnasio...
-Lo que soy... –dijo ella girándose y enfilando para bajar la escalera.
-¡Espera! –la detuve – He pensado una cosa mientras me voy recuperando... ¿por qué no te subes el pollón?
-¿Cuál? ¿El grande?
-Sí, puta guarra, el grande... ¿cuál va a ser?
-¡Vale, vale, de acuerdo...! –respondió ella ofendida – Creía que sólo era para las grandes ocasiones...
-Hoy es una gran ocasión... No ves que tenemos aquí a la madre Teresa de Calcuta, preparada para el martirio... –y, entre risas, cogí del pelo a Teresa y le di un intenso morreo.
Mamá salió bamboleando el culo graciosamente escaleras abajo, mientras mi monjita favorita seguía acariciándome suavemente el rabo que ya empezaba a reaccionar, mientras miraba en pantalla a Beyonce meneando su culazo.
Cinco minutos después apareció mi puta madre con un pack de seis cervezas fresquitas y una bolsa de plástico con el pollón dentro. Repartió tres latas que empezamos a beber con ansía.
-Dime, ¿qué tal el maricón? – le pregunté a mamá.
-Allí está apalancado, viendo la tele... Me ha mirado con una cara un poco rara cuando he pasado, pero no ha dicho nada. Supongo que piensa que estoy haciendo gimnasia aquí arriba o algo así...
-Sí, ya, seguro, menudo tontorrón... –intervino Teresa – Gimnasia con las tetas empitonadas, ja, ja, ja...
-¡Oye, cerda –le corté – Ni se te ocurra meterte con mi padre! –mamá se rio ante mi intervención - ¡Con el cornudo sólo nos metemos nosotros! ¿No, mamá?
-Claro, cariñín... –mamá estaba acostada a mi lado y acercó su cara a darme un pico. – El mariconcete pichafloja es nuestro...
Cuando acabamos la cerveza, decidí continuar la fiesta.
-Bueno mamá, ahora quiero divertirme un rato viendo un buen espectáculo. Ya puedes sacar el pollón.
Mamá abrió la bolsa y extrajo un dildo de látex de unos cuarenta centímetros y que tenía un capullo a cada lado. Era grueso y flexible, ideal para que dos puercas se lo follasen al mismo tiempo... En el centro, tenía una marca roja hecha con un rotulador indeleble.
-Ahora quiero que os pongáis a cuatro patas las dos, con las caras enfrentadas y que os traguéis el pollón hasta el fondo. Tenéis que llegar hasta la marca roja y morrearos. –yo, sólo de pensar en la escena, ya tenía el rabo como una piedra, y eso que no hacía ni veinte minutos que me había corrido.- Así, que, si no me fallan las cuentas, tenéis veinte centímetros para embutiros cada una en las garganta. Ya podéis empezar, y yo voy a inmortalizar la escena con un buen vídeo para el grupo de Whatssapp de La Parroquia.
Y, en honor a la verdad, fue un espectáculo digno de la más calenturienta mente pornográfica. En Porn Hub, o cualquiera de las mejores webs porno que pululan por la red, se habrían peleado por conseguir un video tan cerdo, guarrindongo y, por qué no decirlo, genial.
Las dos puercas se encajaron, cada una por un lado, el pollón de goma y, despacio, aclimatándose bien al tamaño, fueron avanzando, cada una por su lado, gateando sobre la cama, con sus jetas de puta madura enfrentadas. Con los ojos bien abiertos y lagrimeando por el esfuerzo, la frente perlada de sudor en la caldeada habitación y las babas chorreando por la garganta y escapando de sus bocas, cayendo sobre la colcha de la cama. De fondo la pantalla de la tele, con negras jamonas meneando el pandero y yo, observando la escena con el rabo tieso y gritando sin cortarme las palabras de “cariño y aliento” que sé que enardecían a mis puercas: “¡Tragad, guarras asquerosas, tragad! ¡Puuuutas! ¡Vaya pareja de cerdas! ¡Una beata madre de familia, más puta que las gallinas, que se folla a su hijo y a todo lo que se menea y una monja que cambió la fe por la polla de su sobrino!”
Y toda la retahíla de gritos y berridos, la acompañaba de palmadas en las nalgas de las putas, tirones de los pezones, y, de vez en cuando, recogía las babas que iban goteando sobre la cama, para restregarlas por las jetas de ambas.
Finalmente, después de cinco minutos de esfuerzo, consiguieron llegar a la marca en la que se juntaban los labios. En ese momento, les dije que aguantasen un rato, que ahora me tocaba disfrutar a mí. Así que, después de hacer un travelling circular a la romántica escena, guardé el móvil, puse en marcha la cámara del trípode enfocando a las maduras putas y, con el rabo tieso, me dirigí a culminar mi obra maestra del emputecimiento.
Recogí un poco de las babas que chorreaban por sus jetas y embadurné bien mi tieso rabo antes de dirigirme al culo de la monjita. Apunté bien a su ojete y la empalé de golpe. Ella lanzó un gemido. No podía gritar y soltó un par de gruesos lagrimones. Aunque, rápidamente se repuso y empezó a mover las caderas para estrujarme el rabo, como bien sabía que me gustaba. Estuve unos cinco minutos dándole caña, tirándole del pelo y lanzando lapos sobre su cabeza, para ver si conseguía acertar a mi madre en la jeta. Me propuse un reto de marcarle los dos ojos de saliva y me costó un poco, pero lo conseguí. Además de un bonus track de lapo en la napia, que resbaló hacia los labios de Teresa. Observando los ojos suplicantes de mi madre, antes de correrme, decidí darle su ración de rabo. Así que cambié de culo y repetí la operación escuchando los gemidos de mamá que salían de los resquicios entre el pollón, su boca y su saturada nariz, en la que, de vez en cuando, se hinchaba un globito mezclado de babas, mocos y la saliva de mis lapos que todavía bañaba su cara.
Cuando estaba a punto de correrme, salí del culo de mamá y me puse frente a la cámara. Y apuntando a las caras juntas de las dos zorras, las regué de cálido esperma. En la mirada de ambas me pareció percibir agradecimiento y, mientras volvía a mi trono en el centro del catre a relajarme, les ordené que se sacasen el pollón. Lo hicieron despacio, demorándose en el placer de observarse, cara a cara, con las mandíbulas a punto de desencajarse. Mientras se iban separando la una de la otra, el enorme dildo iba saliendo a la luz, empapado de babas y reluciente.
Después les dije que nada de lavarse la cara, que la forma de limpiarse era relamiéndose la una a la otra, cosa que hicieron gustosas, mientras yo volvía a inmortalizar el evento con el móvil.
-¡Joder! –dije –Con este vídeo lo vamos a petar más que cómo os he dejado el culo, ¡guarras!
Ellas rieron y siguieron chupeteándose.
Eran más de las once. Y propuse a las puercas pedir unas pizzas para cenar. Ellas aceptaron gustosas. Mandé a mamá abajo para decirle al cornudo que llamase. Él obediente, y contento por la cena opulenta que le esperaba, así lo hizo.
Media hora después sonó el timbre y mamá, con una tenue batita cubriendo su desnudez bajó a recoger el pedido y, ya que estaba, ponerle el rabo duro al repartidor. Le dejó de propina una vista a su estupendo escote y, tras dejar una pizza familiar para el cornudo, que seguía con la pata quebrada viendo la tele, subió con el botín y otra ración de birras.
Había llegado el momento de descansar y recuperarnos. Comimos en la pequeña mesa del escritorio y después volvimos a descansar a la cama. Yo en el centro, flanqueado por las dos jamonas que apoyaban sus tetazas en mi pecho y miraban felices la tele. No hizo falta que le propusiese a Teresa que se quedase. Parece que lo daba por hecho. Además, me vendría bien para dormir los tres juntos, ya que mamá no tendría que volver a la habitación de matrimonio. Bastaba con que le contase al maricón que había estado trabajando toda la noche con Sor Teresa... En cosas de esas de las misiones en África y tal y tal...
A fin de cuentas no se alejaba mucho de la realidad, un par de veces me desperté durante la noche, para ver a las dos cerdas pegándose el lote, comiéndose los coños respectivamente o con alguna de ellas chupándome la agotada polla, mientras la otra le lamía el clítoris. Un encanto de zorras.
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