Una noche, Miguel mi marido, me preguntó si me agradaba participar de una cena de amigos en una localidad vecina, del mismo partido de la provincia de Buenos Aires, el fin de semana.
El sábado nos presentamos en un hermoso chalet, en un promontorio. Nos habían precedido otras cinco parejas. Congeniamos y hablamos de un montón de cosas, antes y durante la cena, bien regada con buenos vinos, que nos ayudaron – y no poco – a relajarnos.
En el post cena, en el amplio jardín de la casa -siguió el riego, con licores y café- las charlas fueron variadas, en grupitos sólo entre mujeres, hombres con hombres, mixtas, mujeres con hombres y de a pares, mujer-mujer y mujer-hombre.
En un determinado momento, me encontré apartada con un muchacho, muy agradable, zalamero y entrador que, antes de regresar junto al grupo, me pidió el número de mi celular. Me negué, amablemente:
-No me parece que corresponda- respondí. Aunque ganas no me faltaron de dárselo. Estaba de rechupete.
Al final, me pareció una velada, más bien aburrida todo sumado, sin embargo me di cuenta de lo equivocada que estaba, en la semana.
El miércoles por la mañana, Miguel, me avisó que no regresaría a la hora de cenar sino más tarde.
A media mañana en la oficina, me llamó, Javier, el zalamero de la reunión del sábado y me invitó a salir con él. Me sentí turbada y “desenfundé” un, inexistente, compromiso precedente. Le pedí que me volviese a llamar en una hora, pero ya había decidido salir con él, me emocioné, como una quinceañera en su primera cita.
Llamé a mi marido y le pedí que me confirmase que regresaría tarde a casa, esa noche, así podía salir con una amiga. Me contestó que volvería tardísimo, y me sugirió que le dejara nuestros hijos, al cuidado de mis padres.
Ahí comprendí que estaba arreglado, que él saldría con alguna de las mujeres de la cena del sábado y que le había dado mi número de celular al tal Javier.
Me excité pensando en la cita. Arreglado lugar y hora del encuentro, con la segunda llamada, llamé a mi mamá para que estirase el cuidado de los chicos hasta mi regreso, pedí permiso en la oficina para salir antes, pasar por la peluquería para lucir un peinado espléndido y por la depiladora para eliminar el vello, superfluo, de las partes del cuerpo, que “entrarían en juego” a la noche.
En casa, me maquillé cuidadosamente, me puse un vestidito muy liviano, lencería sugestiva, portaligas, medias y tacos altos.
Me trasladé en taxi para acudir a la cita. Estaba excitada y perturbada. En el bar, acordado, divisé mi caballero. Ni bien me vio entrar, se levantó con un ramito de rosas en las manos, deslumbre en los ojos y sonrisa en los labios. La cosmética, vestimenta y demás aprontes, hicieron el efecto esperado.
Nos abrazamos, besamos y nos sentamos en la, discreta, mesita que había ocupado al esperarme. Una catarata de cumplidos me hizo ruborizar, otros besos y su mano acariciando, dulcemente, la parte interna de mis muslos, me dejaron excitadísima. Me invitó a cenar, le dije que prefería pasear y admirar el cielo estrellado y la luna. Me llevó en su auto, a lo deshabitado a besarnos, sobarnos y manosearnos. Goteaba como una canilla entre mis piernas. Me propuso ir a un hotel. Acepté sin titubeos. En el ascensor, seguimos besándonos y magreándonos.
En la habitación, ni bien entramos, él me desnudó, acostada, acariciándome y besándome toda.
En tanga y portaligas, comencé yo a desvestirlo, lamiendo cada retazo de su piel que quedaba al desnudo. Despojada la verga, del slip que la cubría, me la metí en la boca y se la mamé, yo en cuatro él acostado, salvajemente con el deseo desbocado, sin saber a ciencia cierta que quería, me sentía feliz, pensaba en mi marido cogiendo y mi “putez” iba en aumento. Él excitadísimo, a la par mía, me interrumpió, me puso de espaldas, me quitó portaligas y bombacha y me hizo el amor, adulándome, halagándome con dulces palabras susurradas al oído, caricias y besos.
Acabé un par de veces, él una a todo vapor. Me subyugó sentir su esperma, en lo más recóndito.
Nos quedamos quietos, tenía ganas de haber hecho alguna chanchada, pero era feliz de haber hecho el amor de ese modo, sin exageraciones, sin nada fuera de lugar, salvo la mamada. No había cogido, había hecho el amor.
Reanudamos las caricias, besos y cumplidos. Súbitamente me sorprendió, proponiéndome, salir a comer algo y luego volver, para otro turno de hotel. Nos higienizamos, vestimos y fuimos a dar a un local en la periferia de la ciudad. Parecíamos, de verdad enamorados. Yo en cierto modo lo estaba, no de él, de la lindísima noche que estaba pasando.
En el restaurante, sus manos, subieron mi vestidito reiteradamente. Salimos de allí, entonados por una buena comida y un mejor vino, yo con la tanga “hecha sopa”.
De regreso al hotel, el segundo turno comenzó con Javier deleitándose en causarme el mayor placer y excitación posibles lamiendo y besando mi clítoris y “dedeando” mi concha hasta llevarme a un orgasmo, a grito pelado, como quien ya no está en condiciones de defenderse.
Casi sin pausa, me metió la verga en lo más hondo y me cogió al límite de lo brutal.
El epílogo de su obra y de la noche, fue encularme en posición perrito.
Casi a la medianoche me hice llevar de regreso a casa. En el camino hablé con mi madre para pedirle que prolongase, hasta la tarde siguiente en cuidado de mis chicos.
Encontré a mi marido que dormía como un angelito.
Me vinieron ganas de llorar. De alegría y agradecimiento por lo que, él, me había pergeñado con Javier y de temor y celos: a que, su compañera sexual de esa noche, le hubiese gustado más que yo. Quería despertarlo para demostrarle cuanto lo amaba.
Luego de esa hermosa noche con Javier, quería hacer algo especial.
Compré un nuevo chip para mi celular, sin mencionárselo a nadie conocido y envié el primer mensaje de tentativa de seducción al hombre que deseaba llevar a la cama, pero quería hacerlo de un modo singular, no habitual.
Recurrí a los mensajes porque no podía correr el riesgo que, al escucharme, reconociese mi voz.
Respondió sin demora y comenzó nuestra esgrima de mensajes vía celular. Le dije, sin revelarle mi nombre (en compensación le envié una supuesta foto mía, del seno para abajo) , que era una de las mujeres de la velada de ese sábado en el chalet de la localidad vecina y que deseaba salir con él. Le extrañó ya que el arreglo era que ellos, los machitos, eran los que debían abrir el juego de seducción, no las hembritas.
Por fin, luego de varios días de mensajitos, arreglamos una cita. Iba a ser yo la que se trasladaría a la zona donde él vivía – le agradó la idea- y le dije que el único lugar que conocía era un puentecito, sobre un arroyo, entre arbustos y árboles, lugar de citas amorosas.
Ahí nos citábamos, con asiduidad, antes de casarnos.
Si, el hombre a seducir era Miguel. Quería darle una sorpresa y confiaba que le iba a agradar.
Me preparé para la ocasión, compre un vestido “de novela”, el mejor que encontré y podía permitirme el gasto y lencería erótica. Por la mañana, Miguel, me avisó, mientras lo vi que elegía vestir su mejor camisa y su mejor conjunto de saco y pantalón, que no regresaría a la hora de cenar sino bastante más tarde. Me hice la distraída. A la tarde, pedí permiso en la oficina y fui al mejor estilista de la ciudad (me costó una fortuna) y, de regreso a casa, le pedí a mi madre que me cuidase los chicos hasta el siguiente día, me vestí, llamé un taxi y fui a la cita.
-¡Lauraaa!! – dijo al reconocerme. Por un momento temí perderlo por un ataque cardíaco.
-¿Vos? …¿No me digas que vos? .. ¿Armaste esta trampa? -
Asentí sonriendo. El desenfundó su mejor expresión de alegría y me abrazó y besó.
Como en los tiempos de noviazgo, nos quedamos media hora o más, abrazados, besándonos y sin decirnos, ni queriendo decir, otras palabras que “Te amo”.
Al separarnos levemente, él, sin soltarme las manos, me recorrió de arriba abajo:
-¡Me sorprendiste y asombraste!¡Estás deslumbrante!-
El dinero por vestimenta y estilista había sido bien gastado. Me llenó de satisfacción.
En el viaje de ida a un restaurante (que solemos frecuentar desde tiempo atrás) aprovechamos cada parada (cruce de otro vehículo, semáforo, etc..) para besarnos. Me sentía feliz y veía a Miguel, más feliz que yo.
El el restaurante, hicimos como que comimos, pero reíamos e intercambiamos elogios y adulaciones, como dos adolescentes. No parecíamos marido y mujer con dos hijos.
En lugar de volver a casa, fuimos a un hotel para parejas. Fue mi tercer turno, en el mismo. Los dos precedentes, unos días antes, con Javier. El recepcionista/cajero me reconoció a juzgar por su mirada burlona. Debe haber pensado algo así como: “a esta mina tragasables, les gustan, variados”.
En la pieza le metí, sin titubear a Miguel, la lengua en la boca y una mano entre las piernas, para testearlo. Nada mal.
Él comenzó a desnudarme y a besarme las tetas … una sensación como de escalofrío me corrió a lo largo de la espalda, recorrió la zanja entre mis nalgas y fue a parar a mi concha, que inició a manar fluido.
Me acostó y continuó a besarme y a chuparme los pezones, mientras con habilidad logró desvestirme por completo. Dejó de chupar un instante… me sentí como una bebé que le habían quitado la mamadera…. Se estaba desvistiendo él.
En la penumbra, entreví su vergota, dura, acercándoseme como diciendo “¡Agarrame!”. La engullí con ansia. Era un intenso placer su temple y calor en mis labios. Se la chupé ligeramente en la cabecita … no quería que acabase .. ni en mi boca, ni afuera, …. quería que inundase mi cuerpo con su savia vivificadora.
Le pedí que me la meta adentro.
Se acostó a mi lado, retomó el besarme y chuparme los pezones y fue descendiendo. Abrí las piernas como la naturaleza me enseñó. Miguel hundió la cabeza entre ellas y sentí su lengua caliente que se hundía en mi carne … era sublime el ardor que transfería. Me agitaba como una perrita caliente. Me deslicé debajo de su cuerpo, pidiendo por favor que me cogiera. Sentí su miembro contra mi vientre … era duro, tieso, leñoso … no admití seguir desaprovechando ese don del cielo.
Lo manoteé y lo emboqué en mi concha mojada. No demoró en envestirme como yo quería, con golpes fuertes, secos y profundos. Su pija resbalaba y resbalaba…yo gritaba mi goce … nadie podía oirnos … le tenía agarrado el culo con las manos para impedirle sacarla en el momento culminante. Quería, si o si, disfrutar como se vaciaba en mi cueva.
Así ocurrió y los gritos fueron a dúo.
Después de repetir, nos volvimos a casa.
La mañana siguiente, ni él ni yo, éramos proclives a ir al trabajo.
Cuando llamé a mi oficina, me atendió Silvia, mi compañera y confidente. Le dije que tenía la intención de quedarme todo el día en la cama con un hombre.
-¡Te felicito! La vas a pasar bomba. ¿Si llama tu marido, que le digo?- me respondió.
-No llamará. El hombre que está en la cama conmigo es él- repliqué
-¡No entiendo más nada …!!!-
Silvia estaba desconcertada, yo, en cambio, feliz y con ganas de gritarle a todos que puta suerte tengo.
En los brazos de mi marido, la felicidad no tiene parangón. Con él dentro de mí, ni hablar, no tiene vuelta de hoja.
A despecho de nuestros breves abandonos de las reglas de fidelidad conyugal.
El sábado nos presentamos en un hermoso chalet, en un promontorio. Nos habían precedido otras cinco parejas. Congeniamos y hablamos de un montón de cosas, antes y durante la cena, bien regada con buenos vinos, que nos ayudaron – y no poco – a relajarnos.
En el post cena, en el amplio jardín de la casa -siguió el riego, con licores y café- las charlas fueron variadas, en grupitos sólo entre mujeres, hombres con hombres, mixtas, mujeres con hombres y de a pares, mujer-mujer y mujer-hombre.
En un determinado momento, me encontré apartada con un muchacho, muy agradable, zalamero y entrador que, antes de regresar junto al grupo, me pidió el número de mi celular. Me negué, amablemente:
-No me parece que corresponda- respondí. Aunque ganas no me faltaron de dárselo. Estaba de rechupete.
Al final, me pareció una velada, más bien aburrida todo sumado, sin embargo me di cuenta de lo equivocada que estaba, en la semana.
El miércoles por la mañana, Miguel, me avisó que no regresaría a la hora de cenar sino más tarde.
A media mañana en la oficina, me llamó, Javier, el zalamero de la reunión del sábado y me invitó a salir con él. Me sentí turbada y “desenfundé” un, inexistente, compromiso precedente. Le pedí que me volviese a llamar en una hora, pero ya había decidido salir con él, me emocioné, como una quinceañera en su primera cita.
Llamé a mi marido y le pedí que me confirmase que regresaría tarde a casa, esa noche, así podía salir con una amiga. Me contestó que volvería tardísimo, y me sugirió que le dejara nuestros hijos, al cuidado de mis padres.
Ahí comprendí que estaba arreglado, que él saldría con alguna de las mujeres de la cena del sábado y que le había dado mi número de celular al tal Javier.
Me excité pensando en la cita. Arreglado lugar y hora del encuentro, con la segunda llamada, llamé a mi mamá para que estirase el cuidado de los chicos hasta mi regreso, pedí permiso en la oficina para salir antes, pasar por la peluquería para lucir un peinado espléndido y por la depiladora para eliminar el vello, superfluo, de las partes del cuerpo, que “entrarían en juego” a la noche.
En casa, me maquillé cuidadosamente, me puse un vestidito muy liviano, lencería sugestiva, portaligas, medias y tacos altos.
Me trasladé en taxi para acudir a la cita. Estaba excitada y perturbada. En el bar, acordado, divisé mi caballero. Ni bien me vio entrar, se levantó con un ramito de rosas en las manos, deslumbre en los ojos y sonrisa en los labios. La cosmética, vestimenta y demás aprontes, hicieron el efecto esperado.
Nos abrazamos, besamos y nos sentamos en la, discreta, mesita que había ocupado al esperarme. Una catarata de cumplidos me hizo ruborizar, otros besos y su mano acariciando, dulcemente, la parte interna de mis muslos, me dejaron excitadísima. Me invitó a cenar, le dije que prefería pasear y admirar el cielo estrellado y la luna. Me llevó en su auto, a lo deshabitado a besarnos, sobarnos y manosearnos. Goteaba como una canilla entre mis piernas. Me propuso ir a un hotel. Acepté sin titubeos. En el ascensor, seguimos besándonos y magreándonos.
En la habitación, ni bien entramos, él me desnudó, acostada, acariciándome y besándome toda.
En tanga y portaligas, comencé yo a desvestirlo, lamiendo cada retazo de su piel que quedaba al desnudo. Despojada la verga, del slip que la cubría, me la metí en la boca y se la mamé, yo en cuatro él acostado, salvajemente con el deseo desbocado, sin saber a ciencia cierta que quería, me sentía feliz, pensaba en mi marido cogiendo y mi “putez” iba en aumento. Él excitadísimo, a la par mía, me interrumpió, me puso de espaldas, me quitó portaligas y bombacha y me hizo el amor, adulándome, halagándome con dulces palabras susurradas al oído, caricias y besos.
Acabé un par de veces, él una a todo vapor. Me subyugó sentir su esperma, en lo más recóndito.
Nos quedamos quietos, tenía ganas de haber hecho alguna chanchada, pero era feliz de haber hecho el amor de ese modo, sin exageraciones, sin nada fuera de lugar, salvo la mamada. No había cogido, había hecho el amor.
Reanudamos las caricias, besos y cumplidos. Súbitamente me sorprendió, proponiéndome, salir a comer algo y luego volver, para otro turno de hotel. Nos higienizamos, vestimos y fuimos a dar a un local en la periferia de la ciudad. Parecíamos, de verdad enamorados. Yo en cierto modo lo estaba, no de él, de la lindísima noche que estaba pasando.
En el restaurante, sus manos, subieron mi vestidito reiteradamente. Salimos de allí, entonados por una buena comida y un mejor vino, yo con la tanga “hecha sopa”.
De regreso al hotel, el segundo turno comenzó con Javier deleitándose en causarme el mayor placer y excitación posibles lamiendo y besando mi clítoris y “dedeando” mi concha hasta llevarme a un orgasmo, a grito pelado, como quien ya no está en condiciones de defenderse.
Casi sin pausa, me metió la verga en lo más hondo y me cogió al límite de lo brutal.
El epílogo de su obra y de la noche, fue encularme en posición perrito.
Casi a la medianoche me hice llevar de regreso a casa. En el camino hablé con mi madre para pedirle que prolongase, hasta la tarde siguiente en cuidado de mis chicos.
Encontré a mi marido que dormía como un angelito.
Me vinieron ganas de llorar. De alegría y agradecimiento por lo que, él, me había pergeñado con Javier y de temor y celos: a que, su compañera sexual de esa noche, le hubiese gustado más que yo. Quería despertarlo para demostrarle cuanto lo amaba.
Luego de esa hermosa noche con Javier, quería hacer algo especial.
Compré un nuevo chip para mi celular, sin mencionárselo a nadie conocido y envié el primer mensaje de tentativa de seducción al hombre que deseaba llevar a la cama, pero quería hacerlo de un modo singular, no habitual.
Recurrí a los mensajes porque no podía correr el riesgo que, al escucharme, reconociese mi voz.
Respondió sin demora y comenzó nuestra esgrima de mensajes vía celular. Le dije, sin revelarle mi nombre (en compensación le envié una supuesta foto mía, del seno para abajo) , que era una de las mujeres de la velada de ese sábado en el chalet de la localidad vecina y que deseaba salir con él. Le extrañó ya que el arreglo era que ellos, los machitos, eran los que debían abrir el juego de seducción, no las hembritas.
Por fin, luego de varios días de mensajitos, arreglamos una cita. Iba a ser yo la que se trasladaría a la zona donde él vivía – le agradó la idea- y le dije que el único lugar que conocía era un puentecito, sobre un arroyo, entre arbustos y árboles, lugar de citas amorosas.
Ahí nos citábamos, con asiduidad, antes de casarnos.
Si, el hombre a seducir era Miguel. Quería darle una sorpresa y confiaba que le iba a agradar.
Me preparé para la ocasión, compre un vestido “de novela”, el mejor que encontré y podía permitirme el gasto y lencería erótica. Por la mañana, Miguel, me avisó, mientras lo vi que elegía vestir su mejor camisa y su mejor conjunto de saco y pantalón, que no regresaría a la hora de cenar sino bastante más tarde. Me hice la distraída. A la tarde, pedí permiso en la oficina y fui al mejor estilista de la ciudad (me costó una fortuna) y, de regreso a casa, le pedí a mi madre que me cuidase los chicos hasta el siguiente día, me vestí, llamé un taxi y fui a la cita.
-¡Lauraaa!! – dijo al reconocerme. Por un momento temí perderlo por un ataque cardíaco.
-¿Vos? …¿No me digas que vos? .. ¿Armaste esta trampa? -
Asentí sonriendo. El desenfundó su mejor expresión de alegría y me abrazó y besó.
Como en los tiempos de noviazgo, nos quedamos media hora o más, abrazados, besándonos y sin decirnos, ni queriendo decir, otras palabras que “Te amo”.
Al separarnos levemente, él, sin soltarme las manos, me recorrió de arriba abajo:
-¡Me sorprendiste y asombraste!¡Estás deslumbrante!-
El dinero por vestimenta y estilista había sido bien gastado. Me llenó de satisfacción.
En el viaje de ida a un restaurante (que solemos frecuentar desde tiempo atrás) aprovechamos cada parada (cruce de otro vehículo, semáforo, etc..) para besarnos. Me sentía feliz y veía a Miguel, más feliz que yo.
El el restaurante, hicimos como que comimos, pero reíamos e intercambiamos elogios y adulaciones, como dos adolescentes. No parecíamos marido y mujer con dos hijos.
En lugar de volver a casa, fuimos a un hotel para parejas. Fue mi tercer turno, en el mismo. Los dos precedentes, unos días antes, con Javier. El recepcionista/cajero me reconoció a juzgar por su mirada burlona. Debe haber pensado algo así como: “a esta mina tragasables, les gustan, variados”.
En la pieza le metí, sin titubear a Miguel, la lengua en la boca y una mano entre las piernas, para testearlo. Nada mal.
Él comenzó a desnudarme y a besarme las tetas … una sensación como de escalofrío me corrió a lo largo de la espalda, recorrió la zanja entre mis nalgas y fue a parar a mi concha, que inició a manar fluido.
Me acostó y continuó a besarme y a chuparme los pezones, mientras con habilidad logró desvestirme por completo. Dejó de chupar un instante… me sentí como una bebé que le habían quitado la mamadera…. Se estaba desvistiendo él.
En la penumbra, entreví su vergota, dura, acercándoseme como diciendo “¡Agarrame!”. La engullí con ansia. Era un intenso placer su temple y calor en mis labios. Se la chupé ligeramente en la cabecita … no quería que acabase .. ni en mi boca, ni afuera, …. quería que inundase mi cuerpo con su savia vivificadora.
Le pedí que me la meta adentro.
Se acostó a mi lado, retomó el besarme y chuparme los pezones y fue descendiendo. Abrí las piernas como la naturaleza me enseñó. Miguel hundió la cabeza entre ellas y sentí su lengua caliente que se hundía en mi carne … era sublime el ardor que transfería. Me agitaba como una perrita caliente. Me deslicé debajo de su cuerpo, pidiendo por favor que me cogiera. Sentí su miembro contra mi vientre … era duro, tieso, leñoso … no admití seguir desaprovechando ese don del cielo.
Lo manoteé y lo emboqué en mi concha mojada. No demoró en envestirme como yo quería, con golpes fuertes, secos y profundos. Su pija resbalaba y resbalaba…yo gritaba mi goce … nadie podía oirnos … le tenía agarrado el culo con las manos para impedirle sacarla en el momento culminante. Quería, si o si, disfrutar como se vaciaba en mi cueva.
Así ocurrió y los gritos fueron a dúo.
Después de repetir, nos volvimos a casa.
La mañana siguiente, ni él ni yo, éramos proclives a ir al trabajo.
Cuando llamé a mi oficina, me atendió Silvia, mi compañera y confidente. Le dije que tenía la intención de quedarme todo el día en la cama con un hombre.
-¡Te felicito! La vas a pasar bomba. ¿Si llama tu marido, que le digo?- me respondió.
-No llamará. El hombre que está en la cama conmigo es él- repliqué
-¡No entiendo más nada …!!!-
Silvia estaba desconcertada, yo, en cambio, feliz y con ganas de gritarle a todos que puta suerte tengo.
En los brazos de mi marido, la felicidad no tiene parangón. Con él dentro de mí, ni hablar, no tiene vuelta de hoja.
A despecho de nuestros breves abandonos de las reglas de fidelidad conyugal.
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