Imaginaos el cuadro. Estoy en el sofá, con los pantalones en los tobillos. Enfrente, la pantalla de plasma emitiendo una retahíla de vídeos de raggaetón y hip-hop... No es que esta música me guste mucho, pero salen unas jacas de rompe y rasga. Arrodillada en el asiento de al lado está mi madre, mi puta, tragándose mi rabo con avidez. De vez en cuando desvío la mirada de la pantalla y le echo un vistazo. Se esfuerza, le pone ganas e interés. Se nota que le gusta. La he adiestrado bien. Ella, a veces, gira los ojos y me mira. Hace un amago de sonrisa sin sacar la polla de la boca. Más bien parece una mueca. Mi polla, y no es porque yo lo diga, es bastante ancha y le cuesta tragarla. Es lo que hay. Pero a ella le encanta, siempre me lo ha dicho. Yo, cuando me mira, le aprieto la cabeza, que sujeto con la mano izquierda y le digo alguna frase de aliento. “Muy bien, guarra, lo estás haciendo de puta madre. Que es exactamente lo que eres...”, después me río y empujo hacia abajo. Hasta el fondo, hasta los huevos.
A ella le cuesta, pero se lo curra. Le encanta todo este asunto de estar emputecida. Ahora tiene cincuenta tacos. Aunque aparenta algunos menos. Yo tengo veinticinco. Parece mentira que sólo hace un par de años ella haya encontrado su verdadera vocación. La de puta guarra... Y lo lleva bien, lo lleva muy bien. Lo oculta perfectamente, bajo una fachada de perfecta ama de casa. De las de Parroquia y misa semanal, vamos...
Miro su cuerpo de jamona y se me pone más dura si cabe. Ahí está, encogida y desnuda, con sus zapatos de tacón apoyados en el asiento del sofá. A mi lado. No es muy alta, mide uno sesenta, más o menos, y pesa unos cincuenta y ocho kilos. Está muy buena, con un puntito de celulitis en su culo panadero, no mucho. Unas tetas hermosas, grandes y algo caídas, con pezones grandes que rozan mi muslo. Lo mejor es su espectacular culo. Con algo de celulitis, como ya he dicho, pero lo justo para dar un punto de morbo y ponerme la polla bien dura. Siempre le hago llevar en casa zapatos de tacón. Cuando no está el cornudo, claro. Es su única indumentaria. Y no se la quita para nada. Me encanta verla caminar en pelotas por toda la casa, bamboleando su culo y meneando las tetas al ritmo de los tacones.
Al tiempo que con la mano izquierda sujeto y dirijo su cabeza, con la derecha acaricio su pandero y le voy dando nalgadas que resuenan al ritmo de la música del televisor. Me fijo en su “decoración”. Cuando todo empezó, decidí tunearla un poquito. Le hice tatuarse un tribal al final de la espalda, antes del culo. “La marca de la guarra”, como lo llamo yo. También se tatuó un lagartija en la ingle, con la cola avanzando por su depilado pubis (le encargué una depilación láser definitiva, no me gustan los matojos) hasta el inicio del coño. En una de las nalgas le hice pintarse la lengua de los Rolling Stones que me encanta golpear cuando camina por casa y pasa por mi lado, haciendo menearse el culo como un flan. Y en la otra nalga lleva unos labios rojos fruncidos, marcando un beso. En el cuello, casi siempre tapado por el pelo si hizo un último tatuaje, una sorpresa que quiso darme, pero eso ya lo contaré posteriormente. En el ombligo lleva un piercing con una pequeña cadenita colgando y una cruz. Siempre fue muy religiosa y, aunque sea muy puta, siempre le gusta tener cerca a Dios. No va mal que te eche una mano cuando te enculan por primera vez... Ja, ja, ja... Y la decoración culmina, de momento, con un arete en el lóbulo de la nariz. Éste, es de quita y pon. Cuando el cornudo está en casa se lo quita. Tampoco se trata de dar demasiadas explicaciones al hombre. Bastante tiene el pobre con no poder verla desnuda desde hace un par de años. Ni follar con ella, claro. A veces, cuando el hombre está muy cachondo y desesperado, ella me pide permiso para hacerle una pajilla por la noche. Más que nada para que se tranquilice y no incordie demasiado. Si me siento generoso dejo que se la haga. Si no, de digo que haga rabiar al viejo un par de días y, después, se lo permito. Pero rápido y con cara de asco, como si le perdonase la vida. En fin, es un puntillo cruel que tengo.
Ahora estamos pensando en que se haga otro tatu. Esta vez le dejo escoger a ella. Pero me tiene que pedir permiso para que la autorice. Ella está dudando entre hacerse una serpiente o un escorpión pequeñitos en el omoplato. Al final igual le digo que se haga los dos, uno en cada uno. Total, ella no desmerece a ninguno de esos dos bichos.
Ahora acaba de empezar un vídeo de Niki Minaj. ¡Joder, esta tía me la pone como una piedra! Aumento la frecuencia de la mamada apretando con fuerza su cabeza. Ella hace un par amagos de vomitar y suelta saliva a chorro.
-¡Muy bien, puerca, lo estás haciendo muy bien! Además, ya sabes lo que dicen: ¡sin arcada no hay mamada! –le espeto.
Ella se ríe, se atraganta un poco y continúa con más ganas. Viendo el culo de Minaj redoblo las palmadas en el suyo, y me preparo para la descarga final. Me encanta meterle un dedillo en el ojete cuando me corro, porque siempre pega un respingo cuando lo hago. Primero se lo meto en el coño, que, como siempre, está chorreando y lo paso al culo, entrando despacito. Ella, en seguida, se pone tensa, y yo la tranquilizo acariciándole el tarro, como si fuese un chucho.
-¡Sooo, puta, traaannqui...!, ¡que esto te encanta!
Ella, se saca un momento la polla de la boca, me mira con la cara llena de babas y churretones y me dice:
-¡Síiiiiiii... dale caña, cabrón!
Yo aprieto el dedo y se lo meto hasta el fondo. Después, ella abre la boca y espera su premio. La cojo del pelo, la pongo frente a mí y le lanzo un denso escupitajo, que ella se traga sin rechistar.
-Venga, que ya queda menos...-le digo, al tiempo que la amorro al pilón de nuevo.
En ese momento empezamos a oír pasos por la escalera. Debe ser el cornudo que sube a ver qué pasa. Lleva en el piso de abajo toda la tarde y debe pensar que estoy estudiando para las Opos (se supone que es lo que estoy haciendo) y mi madre limpiando (de hecho, me está limpiando el rabo, ahí sí que acierta). Mi madre se alerta y saca la cabeza, al tiempo que me dice:
-¡Date prisa, me parece que sube tu padre!
Yo le doy un guantazo y le digo:
-¿Cómo te he dicho que tienes que llamarlo?
-¡Perdona, perdona... -me dice-, sube el cornudo!
-Bien, guarrilla, así me gusta...
Agacho su cabeza otra vez y sigo bombeando cada vez más rápido, al tiempo que le meto el dedo en el culo hasta el fondo. Los pasos son muy lentos. El cornudo está de baja. Le han operado del menisco y sube con la muleta a paso de tortuga. Tenemos tiempo. Y, además, a mí me encanta apurar al máximo y está eso de la excitación, del riesgo, la posibilidad de que te puedan pillar.
Ya estoy a punto. Le aprieto la cabeza hasta el fondo y muevo la pelvis, soltando la lechada. El dedo en el culo está a tope. Me corro lanzando un buen montón de cuajarones espesos de leche que ella sabe perfectamente que tiene que guardar en la boca para mi inspección visual.
Al mismo tiempo, levanto su cabeza y saco el dedo del culo. Ella me mira con la boca abierta y la leche dentro.
-Muy biennnn...- le digo.
Le lanzo un fuerte escupitajo en la cara que queda bien repartido. Una parte dentro de la boca y el resto por los alrededores, aunque tal y como tiene la cara de babas, lagrimones y rimel corrido, casi no se nota.
-Ya puedes tragar tu premio, puta.
Ella sonríe feliz y se traga su regalo. Al mismo tiempo yo me llevo el dedo que estaba alojado en su espléndido culo a la napia y lo olfateo. Los pasos se oyen cada vez más cerca, parece que el cornudo tiene prisa hoy...
-¡¡¡Este dedo huele hoy de puta madre!!! Toma...- le digo mientras se lo acerco a la nariz- Huele, huele...
Ella hace un amago de apartar la cara, pero la cojo del pelo y se la pego a mi mano. Al final, se rinde y olfatea. No parece que le disguste tanto.
-¿Te gusta? -le pregunto.
-Pues sí, la verdad...-me responde. Y no parece que mienta.
Se lo llevo a la boca y le ordeno que lo chupe. Los pasos se oyen cada vez más cerca. Ella está cada vez más nerviosa y yo cada vez más tranquilo. La puta de mi madre cierra la boca y aleja la cabeza, pero se da cuenta de que no la voy a dejar ir si no hace lo que quiero, así que se mete el dedo en la boca y lo chupa como si fuese una pequeña polla. Me encanta verla. Tanto, que se me vuelve a poner morcillona. Mi padre nos está llamando y empieza a abrir las habitaciones del final del pasillo. Mi madre se levanta para irse corriendo. Pero la sujeto un momento más.
-Paraaaa, puta... ¿a qué sabe? Piensa bien la respuesta. Si no aciertas, no te vas... y el cornudo está a punto de llegar...
Ya se oye la muleta por el pasillo. Está en la habitación contigua. Ella duda un segundo y, finalmente, acierta:
-A mí, a puta... a la puta de tu madre...
Yo me río y la suelto. Ella se levanta rápidamente y corre hacia la puerta que da al baño de arriba. Veo su culo, con la lengua de los Rolling moviéndose al ritmo de los tacones, su media melena y sus enormes tetas que pendulean por los lados... Me encanta. Vaya pedazo de guarra que he fabricado.
Al tiempo que se cierra la puerta del baño, se abre la de la habitación. Yo hace una décima de segundo que me he subido el pantalón y me estoy ajustando la polla, que vuelve a estar dura.
-¡Ah, hola papá!- digo con mi sonrisa más hipócrita, despegando la vista un momento de la pantalla.
-¡Hombre, al fin! ¡Joder, hace media hora que os estoy llamando! ¡Estáis sordos o qué!
-No sé. -le digo. -Es que con la música no se oye nada.
Mientras respondo me acerco el dedo a la boca y lo olfateo con devoción. La polla se me pone más dura. Me da un poco de miedo de que se dé cuenta y me tapo disimuladamente con el cojín.
-Bueno, en fin, pues nada. -concluye él. -¿Sabes dónde está tu madre? Me tiene que llevar a la Mutua a las cuatro...
-No sé, estaba limpiando por ahí... A lo mejor se está duchando.
-Bueno, voy a ver si la veo, entraré en el baño por la otra puerta para no taparte la tele...
“Ja, lo llevas claro”, pienso yo. Desde que empecé a tatuar a la puta de mi madre, siempre cierra los baños con cerrojo. No piensa dejar que el cornudo la vea en bolas. Se lo tengo prohibido. ¡Qué le vamos a hacer! A fin de cuentas soy el macho de la casa.
Mi padre se gira trabajosamente con la muleta y, antes de salir, me dice:
-Oye, abre un poco la ventana, huele raro aquí...
Por un segundo estoy a punto de contestarle: “Claro, huele a la puta de tu mujer...” pero me contengo y mascullo un débil:
-Vale, vale...-mientras el viejo cierra la puerta.
Me siento generoso, creo que luego le diré a mamá que le haga una pajuela por la noche al cornudo. Se la ha ganado, esto de subir las escaleras, con lo gordo que está y la pierna vendada, tiene su mérito. Pero también le diré que no le deje correrse. Que lo caliente, lo ponga cachondo y luego le diga que está cansada y lo deje con las ganas. ¡Qué leches! ¡Para algo soy el puto amo! Además, es un extra... la paja mensual completa ya se la hizo hace dos semanas, ja, ja, ja...
Me acarició el rabo y sonrío. Soy feliz como una lombriz. Aunque, supongo que os gustará saber cómo he llegado a este estado.
Bien, es una larga historia, pero tenemos tiempo, ¿no?
A ella le cuesta, pero se lo curra. Le encanta todo este asunto de estar emputecida. Ahora tiene cincuenta tacos. Aunque aparenta algunos menos. Yo tengo veinticinco. Parece mentira que sólo hace un par de años ella haya encontrado su verdadera vocación. La de puta guarra... Y lo lleva bien, lo lleva muy bien. Lo oculta perfectamente, bajo una fachada de perfecta ama de casa. De las de Parroquia y misa semanal, vamos...
Miro su cuerpo de jamona y se me pone más dura si cabe. Ahí está, encogida y desnuda, con sus zapatos de tacón apoyados en el asiento del sofá. A mi lado. No es muy alta, mide uno sesenta, más o menos, y pesa unos cincuenta y ocho kilos. Está muy buena, con un puntito de celulitis en su culo panadero, no mucho. Unas tetas hermosas, grandes y algo caídas, con pezones grandes que rozan mi muslo. Lo mejor es su espectacular culo. Con algo de celulitis, como ya he dicho, pero lo justo para dar un punto de morbo y ponerme la polla bien dura. Siempre le hago llevar en casa zapatos de tacón. Cuando no está el cornudo, claro. Es su única indumentaria. Y no se la quita para nada. Me encanta verla caminar en pelotas por toda la casa, bamboleando su culo y meneando las tetas al ritmo de los tacones.
Al tiempo que con la mano izquierda sujeto y dirijo su cabeza, con la derecha acaricio su pandero y le voy dando nalgadas que resuenan al ritmo de la música del televisor. Me fijo en su “decoración”. Cuando todo empezó, decidí tunearla un poquito. Le hice tatuarse un tribal al final de la espalda, antes del culo. “La marca de la guarra”, como lo llamo yo. También se tatuó un lagartija en la ingle, con la cola avanzando por su depilado pubis (le encargué una depilación láser definitiva, no me gustan los matojos) hasta el inicio del coño. En una de las nalgas le hice pintarse la lengua de los Rolling Stones que me encanta golpear cuando camina por casa y pasa por mi lado, haciendo menearse el culo como un flan. Y en la otra nalga lleva unos labios rojos fruncidos, marcando un beso. En el cuello, casi siempre tapado por el pelo si hizo un último tatuaje, una sorpresa que quiso darme, pero eso ya lo contaré posteriormente. En el ombligo lleva un piercing con una pequeña cadenita colgando y una cruz. Siempre fue muy religiosa y, aunque sea muy puta, siempre le gusta tener cerca a Dios. No va mal que te eche una mano cuando te enculan por primera vez... Ja, ja, ja... Y la decoración culmina, de momento, con un arete en el lóbulo de la nariz. Éste, es de quita y pon. Cuando el cornudo está en casa se lo quita. Tampoco se trata de dar demasiadas explicaciones al hombre. Bastante tiene el pobre con no poder verla desnuda desde hace un par de años. Ni follar con ella, claro. A veces, cuando el hombre está muy cachondo y desesperado, ella me pide permiso para hacerle una pajilla por la noche. Más que nada para que se tranquilice y no incordie demasiado. Si me siento generoso dejo que se la haga. Si no, de digo que haga rabiar al viejo un par de días y, después, se lo permito. Pero rápido y con cara de asco, como si le perdonase la vida. En fin, es un puntillo cruel que tengo.
Ahora estamos pensando en que se haga otro tatu. Esta vez le dejo escoger a ella. Pero me tiene que pedir permiso para que la autorice. Ella está dudando entre hacerse una serpiente o un escorpión pequeñitos en el omoplato. Al final igual le digo que se haga los dos, uno en cada uno. Total, ella no desmerece a ninguno de esos dos bichos.
Ahora acaba de empezar un vídeo de Niki Minaj. ¡Joder, esta tía me la pone como una piedra! Aumento la frecuencia de la mamada apretando con fuerza su cabeza. Ella hace un par amagos de vomitar y suelta saliva a chorro.
-¡Muy bien, puerca, lo estás haciendo muy bien! Además, ya sabes lo que dicen: ¡sin arcada no hay mamada! –le espeto.
Ella se ríe, se atraganta un poco y continúa con más ganas. Viendo el culo de Minaj redoblo las palmadas en el suyo, y me preparo para la descarga final. Me encanta meterle un dedillo en el ojete cuando me corro, porque siempre pega un respingo cuando lo hago. Primero se lo meto en el coño, que, como siempre, está chorreando y lo paso al culo, entrando despacito. Ella, en seguida, se pone tensa, y yo la tranquilizo acariciándole el tarro, como si fuese un chucho.
-¡Sooo, puta, traaannqui...!, ¡que esto te encanta!
Ella, se saca un momento la polla de la boca, me mira con la cara llena de babas y churretones y me dice:
-¡Síiiiiiii... dale caña, cabrón!
Yo aprieto el dedo y se lo meto hasta el fondo. Después, ella abre la boca y espera su premio. La cojo del pelo, la pongo frente a mí y le lanzo un denso escupitajo, que ella se traga sin rechistar.
-Venga, que ya queda menos...-le digo, al tiempo que la amorro al pilón de nuevo.
En ese momento empezamos a oír pasos por la escalera. Debe ser el cornudo que sube a ver qué pasa. Lleva en el piso de abajo toda la tarde y debe pensar que estoy estudiando para las Opos (se supone que es lo que estoy haciendo) y mi madre limpiando (de hecho, me está limpiando el rabo, ahí sí que acierta). Mi madre se alerta y saca la cabeza, al tiempo que me dice:
-¡Date prisa, me parece que sube tu padre!
Yo le doy un guantazo y le digo:
-¿Cómo te he dicho que tienes que llamarlo?
-¡Perdona, perdona... -me dice-, sube el cornudo!
-Bien, guarrilla, así me gusta...
Agacho su cabeza otra vez y sigo bombeando cada vez más rápido, al tiempo que le meto el dedo en el culo hasta el fondo. Los pasos son muy lentos. El cornudo está de baja. Le han operado del menisco y sube con la muleta a paso de tortuga. Tenemos tiempo. Y, además, a mí me encanta apurar al máximo y está eso de la excitación, del riesgo, la posibilidad de que te puedan pillar.
Ya estoy a punto. Le aprieto la cabeza hasta el fondo y muevo la pelvis, soltando la lechada. El dedo en el culo está a tope. Me corro lanzando un buen montón de cuajarones espesos de leche que ella sabe perfectamente que tiene que guardar en la boca para mi inspección visual.
Al mismo tiempo, levanto su cabeza y saco el dedo del culo. Ella me mira con la boca abierta y la leche dentro.
-Muy biennnn...- le digo.
Le lanzo un fuerte escupitajo en la cara que queda bien repartido. Una parte dentro de la boca y el resto por los alrededores, aunque tal y como tiene la cara de babas, lagrimones y rimel corrido, casi no se nota.
-Ya puedes tragar tu premio, puta.
Ella sonríe feliz y se traga su regalo. Al mismo tiempo yo me llevo el dedo que estaba alojado en su espléndido culo a la napia y lo olfateo. Los pasos se oyen cada vez más cerca, parece que el cornudo tiene prisa hoy...
-¡¡¡Este dedo huele hoy de puta madre!!! Toma...- le digo mientras se lo acerco a la nariz- Huele, huele...
Ella hace un amago de apartar la cara, pero la cojo del pelo y se la pego a mi mano. Al final, se rinde y olfatea. No parece que le disguste tanto.
-¿Te gusta? -le pregunto.
-Pues sí, la verdad...-me responde. Y no parece que mienta.
Se lo llevo a la boca y le ordeno que lo chupe. Los pasos se oyen cada vez más cerca. Ella está cada vez más nerviosa y yo cada vez más tranquilo. La puta de mi madre cierra la boca y aleja la cabeza, pero se da cuenta de que no la voy a dejar ir si no hace lo que quiero, así que se mete el dedo en la boca y lo chupa como si fuese una pequeña polla. Me encanta verla. Tanto, que se me vuelve a poner morcillona. Mi padre nos está llamando y empieza a abrir las habitaciones del final del pasillo. Mi madre se levanta para irse corriendo. Pero la sujeto un momento más.
-Paraaaa, puta... ¿a qué sabe? Piensa bien la respuesta. Si no aciertas, no te vas... y el cornudo está a punto de llegar...
Ya se oye la muleta por el pasillo. Está en la habitación contigua. Ella duda un segundo y, finalmente, acierta:
-A mí, a puta... a la puta de tu madre...
Yo me río y la suelto. Ella se levanta rápidamente y corre hacia la puerta que da al baño de arriba. Veo su culo, con la lengua de los Rolling moviéndose al ritmo de los tacones, su media melena y sus enormes tetas que pendulean por los lados... Me encanta. Vaya pedazo de guarra que he fabricado.
Al tiempo que se cierra la puerta del baño, se abre la de la habitación. Yo hace una décima de segundo que me he subido el pantalón y me estoy ajustando la polla, que vuelve a estar dura.
-¡Ah, hola papá!- digo con mi sonrisa más hipócrita, despegando la vista un momento de la pantalla.
-¡Hombre, al fin! ¡Joder, hace media hora que os estoy llamando! ¡Estáis sordos o qué!
-No sé. -le digo. -Es que con la música no se oye nada.
Mientras respondo me acerco el dedo a la boca y lo olfateo con devoción. La polla se me pone más dura. Me da un poco de miedo de que se dé cuenta y me tapo disimuladamente con el cojín.
-Bueno, en fin, pues nada. -concluye él. -¿Sabes dónde está tu madre? Me tiene que llevar a la Mutua a las cuatro...
-No sé, estaba limpiando por ahí... A lo mejor se está duchando.
-Bueno, voy a ver si la veo, entraré en el baño por la otra puerta para no taparte la tele...
“Ja, lo llevas claro”, pienso yo. Desde que empecé a tatuar a la puta de mi madre, siempre cierra los baños con cerrojo. No piensa dejar que el cornudo la vea en bolas. Se lo tengo prohibido. ¡Qué le vamos a hacer! A fin de cuentas soy el macho de la casa.
Mi padre se gira trabajosamente con la muleta y, antes de salir, me dice:
-Oye, abre un poco la ventana, huele raro aquí...
Por un segundo estoy a punto de contestarle: “Claro, huele a la puta de tu mujer...” pero me contengo y mascullo un débil:
-Vale, vale...-mientras el viejo cierra la puerta.
Me siento generoso, creo que luego le diré a mamá que le haga una pajuela por la noche al cornudo. Se la ha ganado, esto de subir las escaleras, con lo gordo que está y la pierna vendada, tiene su mérito. Pero también le diré que no le deje correrse. Que lo caliente, lo ponga cachondo y luego le diga que está cansada y lo deje con las ganas. ¡Qué leches! ¡Para algo soy el puto amo! Además, es un extra... la paja mensual completa ya se la hizo hace dos semanas, ja, ja, ja...
Me acarició el rabo y sonrío. Soy feliz como una lombriz. Aunque, supongo que os gustará saber cómo he llegado a este estado.
Bien, es una larga historia, pero tenemos tiempo, ¿no?
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