¿Estás de coña?
No tuve que verbalizarlo, pues Ernesto me conocía lo suficientemente bien como para poder leerme la mente. Mejor dicho, el semblante, pues no pude evitar abrir los ojos como platos y mirarlo interrogativamente.
-¿A quién más se lo puedo pedir si no es a ti?
Conocí a mi mejor amigo en plena adolescencia. Compartíamos alineación titular en el equipo que me fichó como delantero centro en categoría cadete. En aquella época jugábamos un 4-4-2, que se convertía en 4-5-1 según la necesidad de reforzar el medio campo ante equipos más potentes. Ernesto era el segundo delantero en el primer sistema, o el enganche en el segundo, pieza clave pues técnicamente era espléndido además de poseer una visión de juego que me permitía hincharme a marcar goles.
Como muestra, un botón. Le llamábamos Laudrup. Por su elegancia acompañando al balón, por sus pases entre líneas que cruzaban defensas experimentadas que me dejaban solo ante el portero rival, pero sobre todo por su parecido físico con el danés, pues también es rubio además de atractivo.
Ahí surgió una entente, una relación cada vez más estrecha que se tornó franca amistad los ocho años que compartimos escuadra. La universidad y las primeras responsabilidades laborales fueron diezmando el equipo del que acabamos saliendo pues no dejaba de ser un hobby adolescente.
La competición federada quedó atrás pero aún hoy seguimos jugando juntos en un equipo amateur de fútbol 7 en ligas de adultos, que nos sirven para desconectar de una vida demasiado estresante en lo profesional, muy limitada en su caso en lo personal.
El deporte no era nuestra única actividad juntos. Nos habíamos convertido en amigos inseparables, salíamos algún fin de semana solos o con otros compañeros del fútbol o de estudios y en su compañía descubrí el mundo de la noche, las chicas, y maduré al mismo ritmo que lo hacía él.
Hasta que conoció a Angie.
Contábamos ya con 25 años cuando me confesó que se había enamorado de una compañera de trabajo. Después de varios años marcando muescas en nuestros respectivos revólveres, una joven muy guapa, elegante e inteligente lo había cazado. La frase no era mía pero la suscribo al 100%.
Ninguno de los dos habíamos tenido aún una relación seria con una chica. A mí no me apetecía, quince años después sigo sin haber tenido ninguna con suficiente profundidad para considerarla como tal, y Ernesto parecía responder al mismo patrón. Pero aquella joven abogada de larga melena oscura y ojos azules lo embriagó ofreciéndole una felicidad por la que siempre los he felicitado, a ambos.
Curiosamente, o no tanto pues la experiencia me ha demostrado que es más habitual de lo que debería, las dos personas más próximas a mi amigo no cuajaron entre sí.
Además de guapa e inteligente, virtudes innegables en la chica, Angie atesoraba un carácter fuerte, algo que también me agrada en una mujer, que la dotaba de un perfil dominante, mandón, que no casaba conmigo. Ernesto estaba encantado con ella, así que viendo feliz a mi amigo, yo también me sentía feliz por él, pero nuestra soterrada animadversión, alejó a mi compañero de fatigas de mi lado, por lo que tuvimos poca relación hasta que montamos el equipo de fútbol nocturno.
Nunca tuve ningún problema con ella, tampoco ella lo tuvo conmigo, pero las pocas veces que me invitaron a cenar o algunas salidas conjuntas, tres o cuatro al principio de su relación, me dejaron claro que Angie me veía más como una amenaza que como a un amigo.
Era obvio que ideológicamente no pensábamos igual, pues era una mujer de mentalidad conservadora, sobre todo por lo que a las relaciones de pareja se refiere, pues ella no comprendía cómo había chicas dispuestas a acostarse conmigo, o con cualquiera, la primera noche, sin visos de continuidad o de entablar algo más sólido que una ración de sexo sin compromiso.
Fui el padrino de bodas de Ernesto, dónde leí una dedicatoria mucho más suave de lo que hubiera querido, pues no quise problemas con ella ni con su familia, rancia hasta decir basta. Los visité en la maternidad horas después de los dos partos, el segundo de gemelos, les felicité la Navidad cada año, compré juguetes para los tres críos, y venían ambos siempre a mi fiesta de cumpleaños, un evento que organiza mi hermana puntualmente cada septiembre, pero mi relación con ella nunca pasó de cuatro frases tópicas.
Así que ahora estábamos sentados en el bar en que tomábamos la cerveza post partido, ya solos, pues el resto del equipo se había ido retirando después de lamentar la tunda que nos habían pegado un grupo de críos de poco más de veinte años.
Sin ser habitual que nos quedáramos solos para tomarnos la segunda, últimamente lo habíamos hecho varias veces. Y ahora comprendía por qué. También explicaba su extraño comportamiento conmigo, nervioso, y su errático desempeño sobre el campo, pues llevaba semanas sin dar pie con bola, nunca mejor dicho.
Accedí a la petición de Ernesto. Los amigos están para eso, echar una mano cuando los necesitas. Pero no las tenía todas conmigo.
***
Era sábado. Habían dejado a los niños con los suegros, pues la madre de Ernesto vivía su viudez a más de 100 km de distancia, para tomarse un fin de semana de relax en un hotel de playa con spa. Me habían invitado a cenar con ellos pero rechacé la propuesta. Preferí llegar acabados los postres para tomarnos juntos una copa.
Angie estaba espléndida, como siempre, con un vestido de noche de una sola pieza, oscuro con reflejos brillantes, entallado a su poderosa figura. También la noté nerviosa. Pero el que estaba taquicárdico era mi amigo, ansioso por emprender una aventura desconocida.
Tomamos la copa en el bar del hotel, gin tonics para ellos, un bourbon con hielo para mí, mientras la mujer ponía las cartas sobre la mesa.
-Te agradecemos mucho que hayas venido pues confiamos en ti lo suficiente para pedirte que nos ayudes en esta… -No supo calificarlo. Sabéis que podéis confiar en mí, tercié. –Sí, de eso se trata, de confianza. Sobra decir que nada de lo que ocurra hoy aquí debe salir de aquí. Ernesto lleva tiempo fantaseando con ello y yo lo quiero tanto que estoy dispuesta a hacerlo. Pero quiero que tengas claro que se trata de una sola vez y que nosotros pondremos los límites.
Nosotros era un eufemismo de yo, lógico pues era ella la que se prestaba a un juego demandado por su marido. Asentí, confirmando que mi nivel de compromiso era el mismo que el suyo, a la vez que comprendía perfectamente que el evento empezaría y acabaría cuándo y cómo ellos decidieran. Mejor dicho, ella, aunque esto no lo dije.
Aclaradas las reglas del juego, dejamos las consumiciones vacías sobre la mesita del bar y enfilamos hacia los ascensores. Según me habían aclarado, esta parte la había expuesto Ernesto, además de confiar en mí y de apreciarme, comentario aparentemente inofensivo que más tarde entendería que no lo era tanto, me habían elegido a tenor de mi experiencia, pues yo ya había participado en un juego parecido alguna vez.
Era cierto, pero lo había hecho con una pareja con la que no me unía ningún tipo de relación sentimental. Se trataba de una amiga con derecho a roce con la que me estuve acostando una temporada, que un buen día me sorprendió apareciendo con su marido. Tres veces compartimos cama pero Margot, que es como se llamaba la amiga en cuestión, llevaba muchos años de mili a las espaldas. Algo que dudaba en Angie.
Hasta que no entramos en la habitación del hotel no confirmé que el tema iba en serio. En todo momento, había tenido la sensación que se echarían atrás. Seguía sin descartarlo, pero la velada fue avanzando y nadie puso el freno.
La estancia era amplia, digna de un hotel de cuatro estrellas, con cama de matrimonio y sillón al lado de la ventana abalconada, además de las tópicas mesitas, bufet-escritorio coronado con un televisor de unas 20” y el siempre jugoso pero prohibitivo mueble bar. La cámara estaba perfectamente recogida, nunca me he alojado en un hotel y he tenido la habitación en tal estado de revista. Ernesto atenuó la luz desde los mandos de la pared lateral mientras su mujer ponía música relajante en un reproductor de Apple sobre el que había fijado su Iphone 6.
Al desconocer el procedimiento ideado por la pareja, preferí mantenerme pasivo mientras iniciaban el juego, así que me senté en el sillón viendo como se acercaban bailando sensualmente. En seguida Ernesto agarró a su esposa de la cintura acompañando el contoneo de sus caderas que seguían el pausado ritmo de la melodía, por lo que su mujer le correspondió tomándolo del cuello. Bailaron un buen rato, acariciándose suavemente, besándose con pasión comedida.
Desde primera fila, pude ver como era Angie la que tomaba la iniciativa desabrochando los botones de la camisa de mi amigo. Hasta que no hubo vaciado el último ojal, no dejó de besarlo. Bajó las manos y también le desabrochó cinturón y pantalones. Cuando éstos cayeron al suelo, se agachó lamiéndole el torso hasta llegar a la cintura mientras sus manos tiraban de las perneras para quietarle zapatos, calcetines y pantalón, dejándolo ante el mundo sólo con slips.
Volvió a ascender sin sorprenderme en demasía que no hubiera acercado sus labios al paquete de Ernesto. No sabía mucho de su sexualidad. Según Ernesto era muy placentera y no tenía queja pero desde que empezó su relación con Angie, dejó de ser expresivo en sus relatos amorosos, algo que habíamos sido ambos hasta entonces. Achaqué el cambio a la propia madurez de ambos, pues ya no éramos críos adolescentes con las hormonas desbocadas, al respeto hacia tu pareja, pues ya no era un rollo que te has tirado, sino la futura madre de tus hijos, pero también al conservadurismo de la mujer, pues intuía que su vida íntima podía ser muy satisfactoria pero no variada.
Aunque el voyeurismo nunca ha sido uno de mis platos principales, mirar a la pareja desnudándose a un par de metros de mí comenzaba a excitarme. Más por las expectativas del bistec que iba a degustar que por la acción contemplada en sí, pues solamente mi amigo mostraba carne y no me atraía lo más mínimo.
Cuando Ernesto tiró del vestido de Angie para sacárselo por encima de la cabeza, casi diez minutos después de quedarse en calzoncillos, mi pene dio un brinco de alegría, pero confirmé que ella dominaba los tiempos según sus necesidades. Lógico siendo la que se prestaba a un juego deseado por su marido.
Ernesto tenía más prisa que Angie, pero no forzaba la situación. Se conformaba acompañándola, ofreciéndome mínimos bocados del manjar. Sin dejar de contonearse, la había ido volteando para que ahora ella quedara delante de mí, por lo que no perdí detalle del espectáculo que aquella elegante mujer ofrecía en ropa interior.
Su cabellera caía más allá de los hombros, abrigándolos. Tenía una espalda aún joven, mostrando claramente que seguía haciendo deporte, cruzada por la tira de un sujetador negro. La cintura era estrecha, sin exagerar, actuando de nexo con una nalgas redondas aún sin marcas en la piel, a pesar de haber dado a luz a tres niños y haber cumplido los 40. Un tanga negro a juego con el sujetador lo cubría parcialmente. Las largas piernas de Angie quedaban oscurecidas por medias con goma en el muslo, rematadas con unos elegantes zapatos de tacón también negros.
Aunque apenas había podido apreciarlo, pues seguían bastante abrazados, la mujer de Ernesto atesoraba un buen par de tetas. Aún no lo sabía, pero sujetador y tanga eran transparentes.
Las manos de Ernesto comenzaron a inspeccionar la conocida piel de su mujer, tomándola de las nalgas, bajando por sus muslos, volviendo a ascender hasta llegar a la espalda, mientras ella se dejaba llevar agarrada al cuello de su hombre. No habían dejado de besarse en casi todo el rato, hasta que mi amigo abandonó sus labios para recorrer su cuello, sus hombros, el nacimiento de sus pechos, mientras Angie levantaba la cabeza facilitándole el camino.
Fue ella la que dio el paso hacia la cama, sentándose lateralmente en un primer momento, para quedar tumbados cara a cara al instante, acariciándose sin alterar el ritmo pausado. Aunque excitado, me enterneció. Comprendí en aquel instante qué significaba hacer el amor, algo que yo nunca había experimentado, por lo que me sentí sobrero en aquella habitación.
Hice el ademán de levantarme para salir de allí y dejarlos solos, entregados a su amor, pero la chica me llamó a su lado con un gesto con la mano. No dije nada, no avisé que creía que debía marcharme. Supongo que al sentir mi movimiento pensaron que ya quería unirme a ellos. Tuve un momento de duda, pero estaba allí por ellos, para ayudarlos a compenetrarse mejor, me habían dicho, así que me detuve acercándome.
Entendí el gesto que me hacía Angie como una invitación a tumbarme a su lado, detrás de ella, pues seguía ladeada hacia su amado. Obedecí, posando mi mano izquierda en su cintura, acariciando su cadera, hasta que ella la tomó para hacerla ascender hasta su pecho. Lo acaricié con suavidad sin que ella me soltara, apreciando su buen tamaño y dureza, a través de una fina tela que apenas interfería. Noté un pezón duro, grande incluso para el tamaño de la mama, que pellizqué suavemente mientras acercaba los labios para besarle el hombro y el cuello.
Sentí la mano de Ernesto colarse entre las piernas de su mujer pues ésta levantó la izquierda arqueándola y gimió suavemente en la boca de su marido. Su mano mantenía la presión sobre la mía que no había dejado de estimular su pezón.
Los gemidos se tornaron jadeos por lo que se vio obligada a desalojar los labios de su pareja. Éste aprovechó la entrega de su esposa para empujarla suavemente hasta que quedó tumbada boca arriba, con el cuello estirado como si buscara aire cerca de los almohadones y las piernas abiertas, sintiendo los dedos de su hombre jugando con su intimidad.
Ernesto tiró de la tira del sujetador del pecho que tenía a mano para desnudarlo y lanzarse a devorarlo con hambre. Imité el gesto, aunque me mostré más comedido en la degustación, lamiendo más que chupando.
Angie jadeaba, aumentando el ritmo de su respiración, hundiendo e hinchando el estómago, moviendo las caderas adelante y atrás. Su mano tomó mi cabeza, la gemela también acariciaba la de su marido, evitando que la abandonáramos hasta que explotó en un intenso orgasmo.
La dejamos recuperarse unos instantes mientras Ernesto me miraba sonriente. Besó a su amada suavemente que le correspondió abrazándolo hasta que se giró hacia mí para preguntarme, ¿no te vas a desnudar?
Obedecí, quedando también en ropa interior, un bóxer gris en mi caso, para volver a tumbarme a su lado con el arma a punto. Mientras, el matrimonio había vuelto a los arrumacos. Ahora era Angie la que asía el sexo de su pareja, masturbándolo lentamente con la mano dentro del slip.
Ernesto se acomodó entre las piernas de su mujer, apartó el tanga y la penetró. La mujer lo recibió relajada, arqueando la espalda para facilitar el acoplamiento. Yo me mantuve quieto a su lado hasta que me tomó de la cabeza para que mi boca estimulara de nuevo su pecho. La ecuación no duró demasiado pues mi amigo se apartó cediéndome el sitio, estamos aquí para esto, dijo acompañado de una ligera sonrisa. Angie, en cambio, lo miró dubitativa pero no me rehuyó cuando me puse un preservativo y me colé entre sus extremidades.
Calidez, humedad, ardor. El sexo de aquella mujer me recibió más contento de lo que lo hizo su anfitriona, que optó por cerrar los ojos y sentir. No sé si también simular que era su marido el que la poseía. Éste la acariciaba con más ternura que deseo, mientras la besaba en la cara y los labios y le susurraba al oído. No pude oír demasiado, pero entendí claramente un te quiero.
Mi posición, arqueado para dejarle sitio, comenzaba a incomodarme así que me tumbé más plano sobre ella, lamiéndole los pechos, besándole el cuello. Se me antojó besarla en los labios, fue más instintivo que premeditado, pero Angie giró la cabeza, devolviéndome a la realidad, consciente de qué y con quién lo estaba haciendo, por lo que enlentecí el vaivén hasta detenerme para ceder el puesto a mi amigo. Pero éste prefirió un cambio de escenario al que su esposa se adhirió dócil.
En vez de sustituirme, acercó su miembro a la cara de la chica que lo tenía agarrado desde hacía un rato para que se lo llevara a la boca. Lo hizo sin dudarlo, pero aún me sorprendió más cuando Ernesto la incorporó para que quedara con la grupa expuesta.
Nunca me he encontrado con una mujer, joven o madura, que se haya negado a meterse mi polla en la boca, pues el sexo oral es hoy una práctica ampliamente extendida. Además, como me dijo una vez una amiga con la que nunca me acosté, la chupo para que me lo coman, es un acto recíproco, aunque debo añadir que igual como a un hombre le excita lamer un coño, a la mayoría de mujeres con las que me he acostado les excitaba chupar una polla.
Pero no pude evitar sorprenderme viendo a la conservadora y recatada Angie, al menos de puertas a fuera, a cuatro patas engullendo el pene de su marido mientras esperaba que yo percutiera por su retaguardia.
Obviamente, no me hice de rogar. De pie las posaderas de la mujer de mi amigo me habían parecido espléndidas. Ahora, esperándome en pompa, tentaban a cualquier santo, y yo no lo soy. Entré de nuevo en aquella cavidad sintiendo cada terminación nerviosa de mi hombría. Me había parecido estrecha la primera vez, ahora sentía un roce mayor.
Ernesto alternaba miradas a su mujer, a su buen hacer, supuse, con miradas hacia mí, siempre sonriente, orgulloso. Angie había tenido un orgasmo, no parecía que estuviera próxima a otro, pero la cara de su marido era de felicidad absoluta. Tanto, que a los pocos minutos la avisó de que se corría. Ella se incorporó ligeramente, desalojando su boca, para agarrarla con la mano y acabar de ordeñarlo, dirigiendo los chorros hacia un lado de la cama, que quedó perdida pues el tío soltó una buena descarga.
Yo me había detenido, más bien ralentizado el movimiento para facilitarle la tarea, pero en cuanto la soltó, volví a percutir con ganas. Me encantaba follarme a la orgullosa Angie, dándole sin misericordia mientras sus tetas se movían adelante y atrás, sus gemidos crecían, sus nalgas quedaban marcadas por la fuerza de mis dedos, pero súbitamente me pidió parar.
-Déjame ponerme encima un poco, así no llegaré.
Asentí, tumbándome boca arriba para que la mujer se encajara a horcajadas sobre mí. En cuanto empezó el vaivén, mis manos se fueron directas a sus poderosas tetas, que agarré, amasé y acaricié con deleite, mientras los jadeos de mi amante aumentaban paulatinamente. Ernesto se arrodilló a su lado para besarla, agarrándola del cuello, pero los suspiros y la acelerada respiración de su esposa lo dificultaban.
-No me queda mucho –avisé.
-Aguanta un poco, aguanta, por favor –suplicó la amazona, -estoy muy cerca.
Me incorporé para cambiar la fricción entre nuestros sexos, pues iba a llegar yo antes, metiéndome un pecho, creo que el derecho, en la boca, ahora sí, chupándolo con ganas. Di en el blanco, pues Angie se convulsionó recorrida por espasmos de desigual intensidad pero profundo placer.
Cuando se hubo calmado, soltó mi cabeza que había agarrado tomándola como el asidero de la cabalgata para mirarme a los ojos preguntándome, ¿no te has corrido, verdad?
-Aún no, pero lo haré con cuatro movimientos.
-Espera, -me sorprendió descabalgándome –lo acabaremos con la boca.
Casi me corro al oír la frase, pero me dejé caer, apoyando mi tronco sobre los codos pues no pensaba perderme detalle de los labios de la conservadora Angie engullendo mi hombría, una imagen que pensaba retener con memoria fotográfica.
La sorpresa vino cuando me la agarró de la base con la mano izquierda y tiró de la punta del condón con la derecha, sacándolo. ¡La hostia, me la va a chupar a pelo! Fugazmente pensé si me podía correr en ella o si no debía, pues Ernesto no lo había hecho, pero estaba tan cerca de la meta que no sabía si podría avisarla a tiempo.
Pero la sorpresa se tornó en mayúscula cuando fue Ernesto el que engulló mi polla.
No me quedé helado porque su mujer me había dejado más caliente que una antorcha. Pero sí paralizado. Era lo último que esperaba.
Mentiría si dijera que me disgustó. Mi amigo, mi amigo más íntimo, con el que me había duchado centenares de veces, que me había contado con pelos y señales sus gustos sexuales, sus hazañas previas a Angie, me la estaba chupando como un descosido. La chupaba bien el maricón, eso era innegable, lo que sumado a mi estado de casi éxtasis provocó la explosión.
Ni caí en la posibilidad de avisarle. Simplemente disparé, jadeando como si fuera su mujer la receptora de los disparos. Pero él no se detuvo. Siguió chupando, tragando, limpiándomela, aún cuando ya hacía bastantes segundos que había dejado de convulsionarme.
Nuestros ojos se cruzaron un segundo en el que nos dijimos muchísimas cosas. Pero muchas más confluían en las miradas que intercambió el matrimonio, hasta que se abrazaron intensamente, amándose, queriéndose.
***
En cualquier encuentro amoroso en que he participado siempre me he quedado en el post partido. A veces a dormir en el hotel o casa de la amante. En otras ocasiones solamente alguna hora, comentando la jugada o charlando de nimiedades. Esta vez fui incapaz, a pesar de que me ofrecieron una copa para cerrar la velada distendidamente como tres buenos amigos.
Me había gustado follarme a Angie, aunque no había sido el mejor polvo de mi vida ni por asomo ni ella me había parecido una amante especialmente buena, pero me sentía muy incómodo con Ernesto.
Por un lado, engañado, pues no me había avisado de cómo quería acabar el sexo, algo que sí tenía acordado con su mujer. Comprendí que no me lo dijera, pues siendo justo con él, si me lo hubiera planteado le hubiera dicho que ni de coña.
Por otro lado, me sentía confuso, sorprendido de que nunca me hubiera confesado que le ponía chupar una polla. Pero, bien pensado, también era comprensible pues los hombres somos muy machos entre nosotros y hay variantes sexuales que nunca reconoceremos que nos atraen. El sexo anal, por ejemplo. Nunca me han dado por el culo, pero que te metan un dedo mientras te la están chupando es muy placentero, pero el mayor orgasmo de mi vida me lo provocó Margot un día que le permití penetrarme con un consolador mientras me la chupaba. Fue la hostia, pero nunca lo explicaré en una reunión de colegas. Menos a compañeros del equipo de fútbol.
Aquel jueves, antes y durante el partido, Ernesto se comportó con absoluta normalidad, volviendo a ser el amigo alegre y confiado que había sido hasta hacía unas semanas, pero no pudo quedarse a la cerveza posterior pues tenía algo con su mujer. Lo agradecí, pues yo sí me sentía incómodo, tanto que esperé a ducharme el último para no coincidir desnudos bajo el agua.
Fue a la semana siguiente cuando mi amigo cogió el toro por los cuernos. Lo supe cuando me lo pidió mientras nos tomábamos la cerveza.
-Tío, ¿podrás llevarme a casa que me ha traído éste –señalando a Pau que trabajaba en el mismo edificio que él –pero tú vives más cerca?
-Claro, no hay problema –acepté aunque no me apetecía. Pero al entrar en el coche, comprendí que no había cogido la moto con la que solía moverse por la ciudad adrede.
-Te lo dijimos en el hotel y te lo digo de nuevo, en nombre de los dos. Estamos muy agradecidos por lo que hiciste. Eres un gran amigo, acertamos con la elección y Angie quiere invitarte a cenar cualquier día para eso, para demostrarte nuestro agradecimiento.
-No hace falta, descuida, yo también lo disfruté.
Estaba absorto en la carretera, pero era innegable que evitaba mirarle. El trayecto a casa no se demoraba más de diez minutos, así que opté por no comentar nada más al respecto y disimular mi incomodidad. Pero Ernesto me conocía demasiado bien, así que continuó.
-No quiero que esto suponga un problema entre nosotros. –Me tomó del brazo obligándome a mirarle pues nos habíamos detenido en un semáforo y yo estaba fijo en el cambio de luces. Lo hice, confirmándole sus temores, explicándome como un libro abierto a pesar de no soltar prenda. Afortunadamente, el rojo se tornó verde y arranqué. –Mi fantasía era ver a mi mujer con otro hombre. Es una gran mujer, en todos los sentidos, y nunca estaré lo suficientemente agradecido por haberla conocido, por tenerla, por ser mía. Ella siempre ha sido muy clásica, ya lo sabes, pero le gusta el sexo y se entrega a él con menos remilgos de lo que aparenta. La relación de pareja tiene muchas fases pero llega un momento que se vuelve monótona en lo que al sexo se refiere, pues al final es la misma persona con los mismos gustos. Pero como te digo, bajo esa capa de mujer seria y conservadora, también subyace un carácter… aventurero, por decirlo de algún modo, pero sobre todo, tiene una férrea voluntad de hacerme feliz, de ser felices juntos. –Hizo una pausa. Estábamos entrando en su calle, así que me pidió que aparcara pues quería dejar las cosas bien claras entre nosotros. –Nunca le he ocultado nada. Nunca. Y puedo afirmar que ella a mí tampoco. Estoy seguro de ello. Así que un día nos confesamos nuestras fantasías. No creas que fue fácil para ella, no es un tema tan simple de plantearle a tu pareja, pero le acabé arrancando que, después de la idea de hacerlo en un sitio público, fantasía fácil de realizar y que le concedí al poco tiempo de contármela, también le ponía hacerlo con dos hombres. La mía era verla con otro, ver a mi mujer follada por otro tío. No voy a explicarte con pelos y señales la fantasía, a ella sí se la detallé, pero resumiendo, el otro tío tiene que estar mejor dotado que yo, tú polla es más ancha que la mía, -¡Coño!, ¿me miraba en las duchas? –y debe obligarme a hacer algo humillante, como comerle la polla con la que se la acaba de follar.
-Basta –lo corté. –No quiero oír nada más.
-¿Por qué no? –Sus ojos me taladraban con una intensidad desconocida por mí. –Eres mi mejor amigo. Después de mi mujer y mis hijos eres la persona más importante de mi vida. Te quiero. Casi tanto como a ellos. Y me jodería mucho perder tu amistad por algo tan estúpido como el sexo. Confié en ti. Confío en ti. Estoy confiando en ti ahora mismo, explicándote algo muy íntimo que solamente puedo confesarle a alguien tan allegado a mí… Eres mi hermano. Más que eso.
Hizo una pausa que ambos aprovechamos para ordenar nuestras ideas. Duró varios minutos, permitiéndome separar el sexo de la amistad. Me sentía muy desconcertado, utilizado, también. Admití que había percibido el estrecho lazo que les une, algo que nunca he sentido con ninguna mujer, solamente con mi hermana y obviamente no hay ninguna connotación sexual.
-Ojalá algún día puedas sentirlo. Eso es amor. Amor verdadero. Y te aseguro que es el mayor placer que existe, no puede compararse con nada. –Entonces cambió de registro para continuar su explicación. –Perdóname por engañarte, por no explicarte todas las facetas del juego, pero si lo hubiera hecho, no hubieras accedido. Hasta que tomamos la decisión de planteártelo, le dimos muchas vueltas al tema durante casi dos años. Desde que lo planteas por primera vez hasta que lo materializas… sí, pasa mucho tiempo. Probamos por internet, buscando algún tío dispuesto, pero sólo nos encontramos con macarras que en cuanto se plantaban delante de Angie no pensaban más que en llevársela al baño del bar donde habíamos quedado para pegarle un polvo, como si se tratara de una vulgar fulana. –Lo miré sorprendido. –Te lo juro. Uno se atrevió a proponérselo. Así que después de varios chascos fue ella la que te señaló. Al principio me negué pero Angie apeló a la confianza. Esa fue la palabra clave. No le importó que nunca os hayáis llevado especialmente bien, aunque te aprecia más de lo que crees, sobre todo ahora que te has portado como un caballero. –Sonreí. –Confianza.
No añadió mucho más durante un buen rato. Le di la razón en casi todo, pues mi completo desconocimiento de los vaivenes y sentimientos de una pareja me limitaban, pero estuve de acuerdo con él en que lo apreciaba y que la confianza depositada en mí debía ser correspondida.
-Ven este sábado a cenar, venga, harás feliz a Angie. Y tráete una botella de vino, mejor dos, uno blanco y uno negro, que no tienes hijos y puedes permitírtelo. Ah, y un juguetito para cada crío, así también te los ganas a ellos –se despidió pegándome un codazo antes de salir del coche.
***
La cena fue bastante bien, además de confirmarme que mi relación con Angie había mejorado mucho. Había dejado de ser fría, tornándose ligeramente cariñosa. Supongo que debe ser lógico después de haber follado.
Pero la bomba cayó el jueves siguiente.
De nuevo Ernesto apareció con Pau, así que me tocaba llevarlo a casa. Esta vez no se trataba de ninguna encerrona. La Burgman 400 lo había dejado tirado de buena mañana y parecía que le iba a tocar cambiarla. Durante el trayecto me lo estuvo explicando, pero no fue hasta que llegamos a su calle en que me lo enseñó.
-Mira, -me dijo mostrándome la pantalla del Iphone –es la primera vez en mi vida que engaño a Angie. Ella no sabe nada de esto y como se entere me mata, pero era la última parte de mi fantasía. Se la conté pero se negó en redondo. Una cosa era acostarse contigo, que ya me parece un paso de gigante, y otra distinta dejarme grabar el encuentro, me dijo. Sé que no debería, pero me tiene súper excitado.
Estás loco, fue mi sentencia mientras veía a la pareja bailando de pie al son de la música que ella había elegido. El vídeo duraba más de 40 minutos. No llegué al final, pues apenas reprodujimos un par, pero me confirmó que estaba todo el episodio. Le entró un mensaje de su mujer, preguntándole dónde estaba, así que lo guardó en el bolsillo de la chaqueta y abandonó el vehículo.
Fue al aparcar en mi plaza de parking cuando oí el sonido de aviso de entrada de un mensaje de texto. Miré mi móvil sorprendido pues yo tenía activado otro timbre. No había nada en mi pantalla, así que miré hacia el asiento derecho. Nada, pero al estirarme vi la luz en el suelo, al lado de la puerta. Se le había caído al bajar. Lo cogí para devolvérselo. Mandé un mensaje a Angie para avisarles, respondiéndome un escueto gracias, mañana te llama Ernesto y quedáis.
Le había estado dando vueltas mientras cenaba, frenándome, pero tumbado en la cama decidí que haría caso al duende malo en vez de al bueno. Me levanté, desbloqué la pantalla del teléfono de mi amigo, era fácil pues utilizaba su fecha de boda, y lo reproduje.
Por la posición de los protagonistas, tenía que haberlo escondido en la mesita izquierda, exactamente opuesto, en diagonal, al sofá en el que me había sentado a esperar. No solamente completaba mi percepción de la velada desde otro ángulo, además potenciaba algunos momentos que ahora me parecían mucho más excitantes.
Angie chupándosela a su marido, algo que mi posición posterior no me había permitido ver, su cara de placer cuando la follaba desde detrás con las amplias tetas bamboleándose adelante y atrás, aquel cuerpazo botando sobre mí cuando nos acercábamos al orgasmo, pero sobre todo, mi polla descargando en la garganta de mi amigo.
Por primera vez en más de una década me hice una paja. Pero no me relajó. Al contrario, ahora me sentía doblemente engañado. No me había avisado del final del juego. Lo comprendía pero no me había gustado. Tampoco me había dicho que pensaba convertirme en la estrella invitada de una peli porno. Mi disgusto aumentaba, además de parecerme muy arriesgado.
Pero había una tercera pata de engaño que aún me sulfuró más. ¿Dónde coño había quedado todo aquel discurso de la confianza, entre amigos, en pareja, y el amor verdadero? Ardía. Tanto que activé el Bluetooth de ambos dispositivos y me traspasé el archivo. Mañana pienso cantarte la caña, cabronazo.
Pero no lo hice pues fue Angie la que me llamó para recogerlo, ya que trabajamos relativamente cerca. Quedamos a mediodía, aprovechando la pausa del almuerzo, pero rechacé su invitación para comer al tener un día complicado. Tampoco me apetecía, la verdad.
***
No hubiera pasado nada más, pues opté por olvidarlo, aunque mi relación con Ernesto se resintió ligeramente, si su mujer no se hubiera presentado en mi trabajo una mañana ardiendo por todos los poros. Afortunadamente solamente se dio cuenta Clara, la administrativa de recepción, pues fue la encargada de detenerla, así que la acompañé a la puerta para llevarla a tomarse una tila para que se calmara. Pero estaba desbocada. Tanto en el rellano del edificio como dentro del ascensor, cabrón fue lo más suave que salió de su garganta. Así que lo paré antes de llegar a la planta baja.
-¿Qué haces hijo de puta?
-No saldré por esa puerta –afirme categórico señalándola –hasta que te calmes. No sé de qué coño va esto, pero espero que sea la última vez que me montas una escena en mi trabajo. ¿Es que te has vuelto loca? ¿Quieres que me despidan?
-Por mí como si te tiran al fondo del mar agarrado a un bloque de cemento. Te haces llamar amigo y eres un cerdo.
-No sé de qué me hablas.
-¿No? –gritó escandalizada. –Del vídeo, puto cabrón, del vídeo. -Un qué quedó ahogado en mi garganta, pero mi expresión le confirmó que sabía de qué estaba hablando, así que me acusó, fuera de sí. –No contento con tirarte a la mujer de tu mejor amigo, traicionas su confianza grabándolo a escondidas. Hay que ser hijo de puta.
Sí hay que serlo, sí, afirmé, pero ya no hablaba con ella. Desbloqueé el ascensor pero apreté el botón del parking para llevarla a mi coche, pues allí podríamos hablar sin que toda la ciudad oyera sus gritos. Vamos a sentarnos en mi coche y me lo explicas.
30 minutos después, ella parecía más calmada pero yo ardía por dentro. Se iba a enterar el matrimonio perfecto de lo que valía un peine.
De puñetera casualidad, Angie había descubierto el vídeo en el teléfono de su marido. Supongo que no es tan extraño que tu pareja coja tu teléfono para hacer no sé qué, lo desconozco ya que a mí nunca me ha pasado por razones obvias. Según ella no lo estaba espiando pues confiaba en él ciegamente, pero vete tú a saber. La respuesta de Ernesto ante el descubrimiento había sido culparme a mí de todo. Yo lo había grabado y luego se lo había mostrado para regocijarme, llamándolo maricón incluso, amenazándole con enseñarlo a los compañeros del equipo por si alguno más quería de sus servicios.
Aluciné en colores. Me sorprendía que me considerara capaz de algo así, ya no de grabar el vídeo. De amenazarlo o chantajearlo. ¿Chantajearlo con qué? ¿Dinero? Gano más que él y no tengo hijos. La respuesta me la dio Angie.
-Con follarme cada vez que quieras. Eso es lo que el pobre no se atrevía a decirme. Me lo confesó llorando.
Negué por activa y por pasiva. No sirvió de nada. Yo era un cerdo asqueroso, un chantajista sin escrúpulos y un violador en serie. Con razón no tienes pareja, ¿a saber a cuántas has forzado?
Hizo la afirmación ya calmada, arrastrando cada sílaba con rabia. Te equivocas, repetí por enésima vez, pero no sirvió de nada. En cambio, su siguiente frase me descolocó completamente.
-Muy bien. Tú ganas. Nos tienes en tus manos, así que haré lo que quieras. Pero pobre de ti que alguna vez alguien vea ese vídeo. Te juro que te mato.
Me quedé quieto. Impasible. Mirándola con una mezcla de pena y desprecio, pues el cerdo era su marido que la había manipulado como a una muñeca. Pero también estaba cabreadísimo por la cantidad de insultos y acusaciones infundadas que había tenido que aguantar.
Sería por ello, que cuando afirmó resuelta, hoy no puedo ofrecerte más que una mamada que tengo la regla, espero que te sirva de adelanto hasta la semana próxima y nos dejes tranquilos, no hice nada para desmentirla ni detenerla.
Vestía un traje chaqueta oscuro de pantalón y americana con jersey de cuello alto rojo. Llevaba el pelo suelto, como solía, y mantenía buena parte del suave maquillaje pues la ira no había desembocado en lágrimas.
Se agachó ligeramente, me desabrochó cinturón y pantalón, apartó el bóxer y la agarró aún fláccida. Me miró medio segundo, desvió los ojos hacia mi pene y se acercó a éste lentamente pronunciando un cabrón justo antes de engullirla.
Aparté el cabello para verla. Tenía los ojos cerrados fuertemente por lo que se le arrugaban los laterales de éstos. Sus labios, pintados en rojo suave, rodeaban el miembro subiendo y bajando con cierta presión, recorriendo un falo que ya había llegado a su estado óptimo.
Joderos cabrones, pensé, esto sí es amor verdadero, mientras la agarraba del cabello para dirigir la mamada. Más despacio, así pareces una cría inexperta, pinché. Eres un cabrón, respondió obedeciendo.
La orgullosa Angie, la conservadora madre, la hija de un matrimonio de rancio abolengo, del letrado Guzmán de Castro, uno de los abogados más conocidos de la ciudad, había salido del bufete de papá para comerle la polla a un amigo de su marido. Ese pensamiento, unido a la escena que mis ojos no querían dejar de mirar y a las notables habilidades de la mujer, me estaban volviendo loco. Tal vez por ello, me dejé ir, interpretando el papel que pretendidamente me tocaba.
-Eso es abogada, chupa. Chúpame la polla, trágate la polla de este delincuente, de este chantajista. Cómete la polla que tanto le gustaba al maricón de tu marido, si no quieres que le obligue a chupársela a todo el equipo.
Angie gemía, lamentándose, sin perder el ritmo pero llamándome cabrón de tanto en tanto. En cualquier momento esperaba ver lágrimas en sus ojos pues los cerraba con verdadero disgusto, pero no llegaron a asomar. Era tal mi rabia que casi me supo mal no verlas.
Pero no importó. Mis huevos abrieron las compuertas y el orgasmo avanzó del escroto hasta mi glande para disparar agresivo en el paladar de la pobre incauta. Ni la avisé ni le permití apartarse. La agarré fuerte de la cabeza, traga puta, mientras mi simiente la profanaba.
En cuanto aflojé la presión, vaciados mis depósitos, se soltó violentamente para abrir la puerta y escupir entre toses y arcadas. En cuanto se calmó, se irguió orgullosa lanzándome una mirada asesina al pasar por delante del coche dirigiéndose hacia los ascensores.
Una sensación agridulce recorría todo mi cuerpo cuando me senté en la butaca de mi despacho. Tenía 9 llamadas perdidas de Ernesto, 6 whatsapps y 2 mensajes de audio. Pero antes de ponerme con ello, no tenía ninguna gana, tuve que agradecerle a Clara que hubiera intercedido por mí. Le restó importancia pero me avisó que me fuera con cuidado con mis ligues, más si están casadas, pues cualquier día vendrá el marido en vez de la mujer. La observadora recepcionista se había fijado en el dedo anular de Angie y había sacado conclusiones basadas en mi fama.
No me sentía bien con lo ocurrido en el parking del edificio. La mujer me había encendido de un modo malsano, influenciada por las mentiras de mi supuesto amigo, pero me había pasado tres pueblos, por más que una parte de mí me defendiera afirmando que se lo merecían, ambos. Pero nadie merece ese trato, menos si te han manipulado.
Me costó pero acabé leyendo los mensajes y escuchando los audios. Ernesto me avisaba de que Angie estaba cabreadísima con lo del vídeo, que lo había descubierto en un descuido de él, montándole tal jaleo que a él no se le ocurrió otra salida que culparme a mí de todo. Yo lo había grabado y yo se lo había mandado.
En el segundo audio, se disculpaba por haberme acusado, pero no me quedaba otra ya que me ha amenazado con dejarme. Lo siento tío, pero si la pierdo y pierdo a mis hijos me tiro de un puente. Me cabreó que sus disculpas no fueran extensivas a todas las barbaridades que había soltado de mí, pero era lo que había. Era un cabrón y sus incompletas excusas me lo confirmaban. ¡Que te den, a ti y a tu mujer!
***
No me presenté al partido de aquel jueves, ni al del jueves siguiente. No quería enfrentarme a Ernesto, menos delante de mis compañeros. Me había llamado decenas de veces, pero yo no le había cogido el teléfono.
Además, me sentía mal conmigo mismo, pues nunca antes había forzado a una mujer. Sí había sido violento alguna vez, Margot me lo había pedido en más de una ocasión, pero no hasta el extremo de obligarla a hacer algo contra su voluntad. Pero no era exactamente remordimientos lo que sentía. La rabia que me recorría por sentirme utilizado, traicionado por una de las personas que más apreciaba, los mitigaba.
Angie me llamó el domingo por la tarde. Estuve tentado de no contestar. De hecho, no respondí hasta la tercera llamada, deseando que su tono fuera otro, despertándome de un sueño, disculpándose por un malentendido y olvidándolo todo. Pero no fue así.
-Mañana no iré al bufete hasta media mañana. Te espero en casa para pagarte la deuda.
-No tienes nada que pagarme –respondí, tratando de poner tierra sobre el asunto para que ambos lo olvidáramos.
-Ah, ahora resulta que el cerdo chantajista tiene remordimientos –me soltó insolente. –Pues te va a tocar vivir con ello, cabrón hijo de puta.
Mi gozo en un pozo, pensé. Ni olvida ni perdona, pues yo tampoco. Mañana por la mañana fue lo único que respondí antes de colgar el teléfono.
Yo tampoco pasé por el despacho. Avisé a Clara que llegaría un par de horas tarde por un tema personal y me dirigí al hogar del matrimonio perfecto. Llamé al timbre del interfono, pero no contestó. Sin duda me veía a través del video portero pues la puerta se abrió a los pocos segundos. Cuando llegué al ático, la puerta del piso estaba entornada. Entré y cerré detrás de mí.
Me esperaba de pie al final del recibidor con una copa en la mano. Un poco pronto para beber, ¿no crees? solté a modo de saludo. Lo necesito para pasar el trago, respondió airada.
Vestía preparada para ir a trabajar. Blusa marfil abotonada hasta el penúltimo ojal. Falda lisa gis un poco por encima de la rodilla, sin duda a conjunto con alguna americana aún guardada, medias negras y zapatos rojos.
-No tengo mucho tiempo, así que toma lo que has venido a buscar y lárgate –me escupió orgullosa mientras me daba la espalda y enfilaba hacia su habitación. Allí, se tumbó en la cama, boca arriba, abriéndose de piernas.
-¿Esto es lo que quieres, que te folle en la habitación de matrimonio, en tu cama? –pregunté mirando en derredor.
-No es lo que yo quiera. Eres tú el que me obliga a pasar por esto para salvar a mi marido y nuestro honor.
Sonreí. Honor, bonita palabra, sobre todo referida al hipócrita de su marido. Como siguiera con estos aires, al final sí que acabaría por enseñarle el puto vídeo a alguien. Pero no se lo dije. Preferí aceptar el pago, pero según el precio que yo fijara.
-Así tumbada, como una maruja amargada, no me excitas nada. –Me agarré la polla por encima del pantalón. –Así que ponte de rodillas y pónmela a punto.
-¡Una mierda! No voy a hacerlo. Si quieres me tomas, si no te largas –respondió abriendo las piernas incitadoras.
-Pensaba que era yo el que disponía y tú la que obedecía –sostuve acercándome para agarrarla de los tobillos y tirar de ella hacia mí para que sus nalgas quedaran al límite de la cama.
-Eso es lo que a ti te gustaría.
De nuevo llevaba medias con goma, por lo que me ofrecía su sexo cubierto por un bonito tanga oscuro. Me desabroché el pantalón y me saqué el miembro aún fláccido, por lo que no me quedó otra que pajearme mirándola. Ella giró la cara hacia la ventana para no verme.
-¡Qué buena estás cabrona! –la felicité antes de encajarme entre sus piernas apartando el tanga para penetrarla. Cerró los ojos con fuerza cuando entré, lamentándose de nuevo, pero no emitió sonido alguno. Yo sí bufé, en su cara, repitiendo la frase anterior. Cerdo asqueroso fue todo lo que salió de sus labios.
El polvo fue una mierda. Un mete y saca de cinco minutos sobre una muñeca inerte de la que solamente me permití abrirle la camisa para tomar sus tetas como agarraderas, pues yo me mantuve de pie la mayor parte del rato. Me corrí, me levanté y me fui.
***
No iba a repetirlo. Me lo dije al salir de aquel piso al que no quería volver. Tampoco pensaba tener ningún contacto más con ellos, así que esa misma tarde avisé a los compañeros del fútbol que dejaba el equipo por problemas físicos. Di escuetas explicaciones a los dos colegas que me llamaron, no jodas tío, eres una pieza insustituible, y seguí sin responder a las llamadas de Ernesto, sabedor que él era el causante del entuerto.
No cumplí la promesa hecha. Cuatro o cinco semanas después, soy incapaz de precisarlo, me llamó de nuevo. Esta vez me citaba a mediodía. Me negué. El juego se ha acabado, fue toda la explicación que oyó de mis labios. No te creo. Allá tú, me importa bien poco, la verdad. ¿Qué pasa con el vídeo? Lo he borrado. No te creo, repitió. Ven a mi casa y me lo demuestras dejándome ver tu móvil.
Accedí ante su insistencia para acabar de una puñetera vez. Yo podía enseñarle lo que quisiera, pero fácilmente podía haber borrado el vídeo del teléfono después de descargarlo en un ordenador u otro dispositivo. Pero si así se sentía más tranquila…
De nuevo venía del bufete, pues vestía traje de ejecutiva, falda y americana oscuras, blusa clara y zapatos de tacón, éstos azules. También esta vez me esperaba altiva, con una copa en la mano, pero no se dirigió a su habitación. Me exigió el móvil que desbloqueé para que pudiera acceder a la galería de vídeos y confirmara que ya no estaba.
-¿Cómo sé que no lo has copiado en otro sitio?
-No lo sabes, pero yo te lo aseguro.
-¿Esperas que crea la palabra de un violador?
Me encendí. La rabia ascendía desde mi estómago hasta mi cerebro, pero pude controlarla. Cree lo que te dé la gana, fue mi único alegato. Su respuesta fue una bofetada. Ni me la esperaba ni la vi venir, por lo que impactó de lleno en mi mejilla. La segunda sí pude esquivarla, pero tuve que aguantar sus insultos mientras forcejeaba con ella para evitar ser agredido de nuevo. Logré empujarla para sacármela de encima, cayendo de culo sobre el sofá. No llegó a levantarse, pero continuó con su retahíla de adjetivos calificativos. Cabrón, hijo de puta, violador, medio hombre, maricón y alguno más que no recuerdo.
Debí haber abandonado aquel piso para no volver jamás como me había prometido, pero no lo hice. Aún hoy me cuesta comprender qué tornillo se me aflojó, pero la emprendí con ella agarrándola de la blusa que se rajó con sorprendente facilidad. Suéltame cerdo. Pero no la solté. Logró darse la vuelta, tratando de escapar a mi ataque, pero sencillamente me facilitó las cosas.
Quedó trabada sobre el apoyabrazos del sofá, con la falda medio levantada y la blusa rota por delante. Algo que no podía ver pues la americana le cubría la espalda. Me acomodé detrás, subiéndole la falda para descubrir aquel par de nalgas perfectas sólo cubiertas por un tanga morado pues las medias volvían a ser con goma.
Con la mano derecha pude inmovilizarla doblándole el brazo hacia atrás, como había visto en millares de escenas policíacas, mientras me desabrochaba el pantalón para que asomara mi pene con la mano libre. No, suéltame cabrón, gritaba, pero no la oía.
Me costó penetrarla. Tuve que pegarle un par de nalgadas, la segunda le dejó marca, para que se estuviera quieta. Entré y me la follé rudamente, violentamente, insultándola yo ahora, cobrándome las afrentas anteriores.
Esta vez sí me sentí mal. Esta vez sí tuve remordimientos. Esta vez sí me juré que nunca más volvería a repetirlo. ¿En qué te has convertido?
***
-Yo nunca le dije tal cosa. ¿Por quién me tomas?
La cara de mi antiguo amigo estaba contraída, morada incluso por la tensión de la discusión. A pesar de la encerrona que me había tendido, había logrado mantener la calma. Incluso yo mismo me sorprendía del autocontrol que estaba logrando estas últimas semanas, después de un par de meses desbocado.
Me había llamado Rafa, el nuevo capitán del equipo pidiéndome volver para un único partido pues estaban muy faltos de efectivos. Ernesto entre las bajas. Como el grupo sabía que una disputa con éste había provocado mi salida, me suplicó que les echara una mano puntualmente.
Llegué al vestuario a la hora acordada para prepararme, sin imaginarme que solamente Rafa y Ernesto se presentarían, pues el partido había sido aplazado, de modo que el primero se largó para que podáis solucionar vuestras mierdas de una puta vez que os necesitamos a los dos al 100%.
Ernesto se parapetó en la puerta, apoyando la espalda en ella para bloquearla obligándome a escuchar todo lo que me tenía que decir.
-Me he equivocado, -fue su primera confesión. -No debería haber grabado el vídeo pues dos semanas de disfrute no han compensado la pelotera que he tenido con Angie, he estado a punto de perderla, y lamento haberte culpado a ti de todo pero no supe reaccionar de otra manera, no supe cómo defenderme ante ella. Compréndeme, me aterraba perderla.
Hasta aquí tenía su lógica. No compartía el proceder pero podía entenderlo. Era disculpable. Pero la segunda parte, acusarme de manipulador, chantajista, violador y no sé cuántas cosas más era simplemente imperdonable.
-Tío, no sé de qué me estás hablando.
Le lancé toda la caballería encima. Sin apenas levantar la voz, le eché en cara todo. No eres amigo de nadie, no tuviste ningún escrúpulo en cubrirme de mierda para…
-Te repito que no sé de qué coño estás hablando –me atajó levantando la voz.
La bombilla se encendió en mi cabeza. Casi pude sentir la ignición eléctrica, punzante, dolorosa. ¡Qué idiotas hemos sido! Nos ha manipulado como a dos monos de feria.
Entonces fue Ernesto el que montó en cólera. Pero, para mi sorpresa, contra mí, pues su santísima esposa nunca sería capaz de decirme algo así. ¿Por quién nos tomas? repitió, incluyendo ahora a la intachable dama que había hecho un esfuerzo sobrehumano para complacerle pues se amaban con locura.
-Pero no puedo pretender que sepas de qué te hablo, –me escupió con renovado desdén –si tú nunca has querido a nadie más que a ti mismo.
Definitivamente nuestra amistad había llegado a su fin. Pero no estaba enfadado con él a pesar de su sentencia final. Era pena lo que me suscitaba, pues tenía una venda en los ojos a la que él llamaba amor.
Pero Angie merecía un castigo, que alguien la pusiera en su sitio. Y ese alguien iba a ser yo.
***
Aunque era lo que me pedía el cuerpo, no me atreví a visitarla en el trabajo como ella había hecho conmigo. La batalla final debía producirse entre ella y yo. Nadie más debía ser partícipe de ésta.
Sabía que salía de casa pronto para ir al bufete o al juzgado, así que debía actuar cuando pudiera pillarla sola. Habían pasado más de dos meses desde nuestro último encuentro, así que dediqué la semana siguiente en conocer sus movimientos. Además de los viernes, comía en casa los martes pues realizaba un curso que la ocupaba toda la tarde. Ya sabía cuándo, tenía claro el qué por lo que solamente me faltaba planear el cómo.
Me presenté delante del bloque poco antes de las 2. Esperé que se abriera el portón del parking con la salida de algún vecino y me colé mientras la puerta se cerraba automáticamente detrás de mí. Esperé agazapado a que apareciera el BMW Serie 3 que conducía la mujer, pasadas las dos y media, y actué.
Me había cambiado de ropa en el coche, tejanos gastados, jersey fino, guantes y pasamontañas, para no ser reconocido por ninguna cámara de vídeo interior del garaje. En cuanto salió del coche, altiva, y tomó el pasillo que debía llevarla hacia el ascensor, me lancé a por ella. La tomé por detrás, rodeándole el cuello con el brazo izquierdo mientras le mostraba la navaja que sostenía en la mano derecha. Pegó un grito, medio ahogado por el terror, pero se dejó arrastrar dócil hacia la salida.
Sus ojos se movían nerviosos, de lado a lado mientras esperábamos que llegara el ascensor, abrí la puerta y la empujé dentro, sin importarme lo más mínimo si le dolía el golpe que se pegó contra la pared frontal. Apreté el botón del ático mientras la mujer comenzaba a balbucear súplicas y ruegos.
-Toma, –tendiéndome el bolso –llévate el dinero y las tarjetas, pero no me hagas daño, por favor, tengo tres hijos.
No dije nada. Simplemente la agarré del cuello con la mano derecha, como si quisiera ahogarla, lo que la aterró. Vi pánico en sus ojos. Su boca se abría boqueando, buscando aire, aunque mi presión no era lo suficientemente fuerte como para asfixiarla.
Al llegar al ático, tiré de su cabello para que me siguiera, empujándola contra la puerta del piso para que abriera. ¿Cómo sabes dónde vivo? preguntó con un hilo de voz mientras buscaba las llaves dentro del bolso.
No atinaba en la cerradura, así que le arranqué las llaves de las manos para salir del rellano dónde en cualquier momento podía aparecer algún vecino de la vivienda de enfrente. Al abrir la puerta, la empujé de nuevo, haciéndola caer al suelo aunque no había sido mi intención.
Arrodillada suplicó de nuevo por su integridad física, implorándome no dañarla, ofreciéndome dinero de nuevo y lo que quieras de la casa, joyas, electrodomésticos, lo que quieras. Hoy sí tenía lágrimas en los ojos, hoy sí se le había corrido el maquillaje. Pero la mujer insistía, apelando a sus hijos. Me hizo gracia que no nombrara a su marido en ningún momento.
La agarré del cuello y la miré detenidamente, hinchado de placer viéndola suplicar desesperada. Fuera por la posición, fuera buscando cualquier resquicio que la aferrara a la vida, me ofreció hacer lo que quieras, por favor, haré lo que quieras pero no me hagas daño.
Moví lo justo la mano para que su cabeza quedara claramente delante de mi hombría, mensaje que entendió perfectamente. Está bien, está bien, te la chupo pero no me hagas daño. Sus manos se movieron rápidas a mi pantalón que desabrochó ágil para descubrir mi miembro al apartar el slip. Siempre llevo bóxer, pero no quería dar ninguna pista.
No se lo pensó y engulló decidida. Cerró los ojos al principio para irlos abriendo a medida que la mamada avanzaba, mirándome, calibrando mi respuesta pues no había emitido sonido alguno para no ser reconocido. Se la aparté de los labios empujándola hacia mis huevos, que lamió famélica, para volver a introducirse el falo y continuar la felación.
No quería correrme aún, así que la empujé para apartarla del juguete. Me agarré el pantalón con una mano, para no trastabillar, mientras la tomaba del cabello de nuevo arrastrándola hacia el comedor, pero no nos quedamos en él. Lo cruzamos en dirección a su habitación. Al entrar en ella me miró sorprendida, de nuevo preguntándose cómo podía conocer la disposición de la casa.
-¿Quién eres?
Pero no respondí. La obligué a levantarse para tirarla sobre la cama, mientras le destrozaba el conjunto ejecutivo, blusa incluida. Se resistió, luchando sin convicción, consciente de que su suerte estaba echada. Cuando le arranqué el tanga y le separé las piernas, colándome entre ellas, se dio por vencida. Hasta tuve la sensación que relajaba la musculatura para facilitarme la penetración.
Me tumbé sobre ella, follándola, acercando mi cara a su cuello desnudo, a sus labios, a su rostro, que no podía sentir pues el pasamontañas solamente dejaba mis ojos al descubierto. Allí cometí el error. Sentirla relajada, vencida, provocó que yo bajara las defensas, algo que Angie no desaprovechó. Logró aflojar la presión que ejercía sobre sus brazos lo suficiente para llegar hasta mi cabeza y tirar de la prenda de lana que me convertía en un desconocido.
Reaccioné, pero fue demasiado tarde. Si mis ojos ya debían haberle dado una pista, mi mentón, labios y nariz, completaron el retrato. Gritó mi nombre con todas sus fuerza, apellidándolo cabrón hijo de puta, suéltame, reanudando un forcejeo del que había desistido hacía un rato.
De perdidos al río. Le crucé la cara de una bofetada. Igual como me ocurrió dos meses atrás, la pillé desprevenida por lo que el impacto fue limpio, duro, poco doloroso pero la atemperó de nuevo, desconcertada. Entonces vi aparecer la sangre en el costado del labio, se lo había partido.
Volvieron las súplicas, por favor no me hagas daño, por qué me haces esto. Me arranqué el pasamontañas de la cabeza, ahora ya no hacía falta, lo hago porque te lo mereces, porque eres una zorra retorcida, manipuladora, mentirosa, una auténtica hija de puta, la injurié acelerando mis movimientos pélvicos violentamente.
Ya no era miedo lo que proyectaban sus ojos. Brillaban aún húmedos, despiertos, mientras sus labios me devolvían los insultos. Cabrón, hijo de puta, violador, chantajista.
Súbitamente me detuve, dejándola en evidencia pues su pelvis seguía moviéndose, sola, sin que yo la obligara. Se dio cuenta pero no le importó. ¿Qué te pasa? ¿Te has quedado sin fuerza? ¿Eres maricón?
Reanudé los envites, más violentos aún. El maricón es tú marido, el comepollas. Tú eres una zorra, a la que el mierda que tiene en casa la deja a medias y necesita una polla de verdad que le dé caña.
-¿Vas a ser tú?
-Soy yo el que te está jodiendo como mereces –afirmé agarrándola de nuevo del cuello. Casi automáticamente noté acercarse su orgasmo. No, eso no cabrona. Por lo que me retiré rápidamente. Un no gritado, lastimero, salió de su garganta. Pero no le di tiempo a lamentarse. La tomé de la cintura, le di la vuelta, dejándola en cuatro, la ensarté de nuevo y agarrándola del pelo le anuncié que iba a follármela como a una perra, pues no eres más que eso.
Ahora sí gritó. De júbilo, pues el orgasmo la sacudió de arriba abajo o de adelante atrás, a tenor de la posición, no sabría especificarlo. Yo tampoco tardé mucho. Cuando hube vaciado mis testículos en el interior de la mujer, me dejé caer de lado soltándole la cabellera por fin, agotado.
-Me has destrozado el traje, cabrón –fue lo primero que me dijo un buen rato después volviendo ambos del limbo, aún desmadejados sobre la cama.
-Tú has destrozado mi amistad con Ernesto. –No respondió. Tenía los ojos cerrados y respiraba pausada. Al rato me levanté con la intención de irme pues el juego había acabado. No había salido como yo esperaba pues la muy puta salía victoriosa, pero al menos la había desenmascarado.
-Me ha gustado, -fue todo lo que me dijo, sonriente, sin abrir los ojos. –Lo has hecho bien interpretando tú papel.
No sabía si se refería al ataque de hoy o a los meses precedentes, tampoco se lo pregunté. Simplemente afirmé, te has pasado.
-Ha valido la pena –fue su sentencia.
-¿Sí, eso crees? ¿Montar todo este circo para pegar cuatro polvos ha valido la pena? ¿Y qué me dices de Ernesto y de mi amistad con él? Nunca la voy a recuperar.
Abrió los ojos y se incorporó, quedando apoyada sobre los codos.
-Yo no monté nada. Fue el idiota de mi marido que me grabó a escondidas cuando le había dejado claro que eso no podía hacerlo. Me di cuenta aquella misma noche, cuando cogió el móvil de la mesita al acostarnos, por cómo lo miraba. Al día siguiente confirmé, mirándole el teléfono, que no sólo era medio maricón, además era un embustero. Me cabreó muchísimo, pero monté en cólera cuando recogí su móvil extraviado y vi en el registro de envíos que te lo habías grabado. No sabía cuál era más cerdo de los dos. Así que urdí el plan, para joderos. ¿He roto vuestra amistad? No me parece un precio tan alto, la verdad.
Sonreí, deportivamente, pues nos había derrotado a los dos, pero aún quise saber antes de marcharme:
-¿Pero para ello debías dejarte violar? –Hice una pausa. -¿Te pone, verdad?
-Es una de mis fantasías, la más intensa, la más deseada, pero no me atreví a confesársela a Ernesto, así que cuando me di cuenta del engaño, vi el campo abierto para matar dos pájaros de un tiro.
Game over, pensé. Enfilé hacia la puerta de la habitación para marcharme seguro de no volver jamás, cuando se levantó felina y me franqueó el paso.
-¿Ya te vas? –preguntó entre coqueta y altiva, medio desnuda pues los harapos que habían sido un bonito traje a penas la cubrían.
-Claro. ¿Qué esperas que haga?
-Podrías quedarte un rato y darme mi merecido de nuevo. ¿No quieres vengarte del maricón de tu amigo y la zorra de su mujer? ?
No tuve que verbalizarlo, pues Ernesto me conocía lo suficientemente bien como para poder leerme la mente. Mejor dicho, el semblante, pues no pude evitar abrir los ojos como platos y mirarlo interrogativamente.
-¿A quién más se lo puedo pedir si no es a ti?
Conocí a mi mejor amigo en plena adolescencia. Compartíamos alineación titular en el equipo que me fichó como delantero centro en categoría cadete. En aquella época jugábamos un 4-4-2, que se convertía en 4-5-1 según la necesidad de reforzar el medio campo ante equipos más potentes. Ernesto era el segundo delantero en el primer sistema, o el enganche en el segundo, pieza clave pues técnicamente era espléndido además de poseer una visión de juego que me permitía hincharme a marcar goles.
Como muestra, un botón. Le llamábamos Laudrup. Por su elegancia acompañando al balón, por sus pases entre líneas que cruzaban defensas experimentadas que me dejaban solo ante el portero rival, pero sobre todo por su parecido físico con el danés, pues también es rubio además de atractivo.
Ahí surgió una entente, una relación cada vez más estrecha que se tornó franca amistad los ocho años que compartimos escuadra. La universidad y las primeras responsabilidades laborales fueron diezmando el equipo del que acabamos saliendo pues no dejaba de ser un hobby adolescente.
La competición federada quedó atrás pero aún hoy seguimos jugando juntos en un equipo amateur de fútbol 7 en ligas de adultos, que nos sirven para desconectar de una vida demasiado estresante en lo profesional, muy limitada en su caso en lo personal.
El deporte no era nuestra única actividad juntos. Nos habíamos convertido en amigos inseparables, salíamos algún fin de semana solos o con otros compañeros del fútbol o de estudios y en su compañía descubrí el mundo de la noche, las chicas, y maduré al mismo ritmo que lo hacía él.
Hasta que conoció a Angie.
Contábamos ya con 25 años cuando me confesó que se había enamorado de una compañera de trabajo. Después de varios años marcando muescas en nuestros respectivos revólveres, una joven muy guapa, elegante e inteligente lo había cazado. La frase no era mía pero la suscribo al 100%.
Ninguno de los dos habíamos tenido aún una relación seria con una chica. A mí no me apetecía, quince años después sigo sin haber tenido ninguna con suficiente profundidad para considerarla como tal, y Ernesto parecía responder al mismo patrón. Pero aquella joven abogada de larga melena oscura y ojos azules lo embriagó ofreciéndole una felicidad por la que siempre los he felicitado, a ambos.
Curiosamente, o no tanto pues la experiencia me ha demostrado que es más habitual de lo que debería, las dos personas más próximas a mi amigo no cuajaron entre sí.
Además de guapa e inteligente, virtudes innegables en la chica, Angie atesoraba un carácter fuerte, algo que también me agrada en una mujer, que la dotaba de un perfil dominante, mandón, que no casaba conmigo. Ernesto estaba encantado con ella, así que viendo feliz a mi amigo, yo también me sentía feliz por él, pero nuestra soterrada animadversión, alejó a mi compañero de fatigas de mi lado, por lo que tuvimos poca relación hasta que montamos el equipo de fútbol nocturno.
Nunca tuve ningún problema con ella, tampoco ella lo tuvo conmigo, pero las pocas veces que me invitaron a cenar o algunas salidas conjuntas, tres o cuatro al principio de su relación, me dejaron claro que Angie me veía más como una amenaza que como a un amigo.
Era obvio que ideológicamente no pensábamos igual, pues era una mujer de mentalidad conservadora, sobre todo por lo que a las relaciones de pareja se refiere, pues ella no comprendía cómo había chicas dispuestas a acostarse conmigo, o con cualquiera, la primera noche, sin visos de continuidad o de entablar algo más sólido que una ración de sexo sin compromiso.
Fui el padrino de bodas de Ernesto, dónde leí una dedicatoria mucho más suave de lo que hubiera querido, pues no quise problemas con ella ni con su familia, rancia hasta decir basta. Los visité en la maternidad horas después de los dos partos, el segundo de gemelos, les felicité la Navidad cada año, compré juguetes para los tres críos, y venían ambos siempre a mi fiesta de cumpleaños, un evento que organiza mi hermana puntualmente cada septiembre, pero mi relación con ella nunca pasó de cuatro frases tópicas.
Así que ahora estábamos sentados en el bar en que tomábamos la cerveza post partido, ya solos, pues el resto del equipo se había ido retirando después de lamentar la tunda que nos habían pegado un grupo de críos de poco más de veinte años.
Sin ser habitual que nos quedáramos solos para tomarnos la segunda, últimamente lo habíamos hecho varias veces. Y ahora comprendía por qué. También explicaba su extraño comportamiento conmigo, nervioso, y su errático desempeño sobre el campo, pues llevaba semanas sin dar pie con bola, nunca mejor dicho.
Accedí a la petición de Ernesto. Los amigos están para eso, echar una mano cuando los necesitas. Pero no las tenía todas conmigo.
***
Era sábado. Habían dejado a los niños con los suegros, pues la madre de Ernesto vivía su viudez a más de 100 km de distancia, para tomarse un fin de semana de relax en un hotel de playa con spa. Me habían invitado a cenar con ellos pero rechacé la propuesta. Preferí llegar acabados los postres para tomarnos juntos una copa.
Angie estaba espléndida, como siempre, con un vestido de noche de una sola pieza, oscuro con reflejos brillantes, entallado a su poderosa figura. También la noté nerviosa. Pero el que estaba taquicárdico era mi amigo, ansioso por emprender una aventura desconocida.
Tomamos la copa en el bar del hotel, gin tonics para ellos, un bourbon con hielo para mí, mientras la mujer ponía las cartas sobre la mesa.
-Te agradecemos mucho que hayas venido pues confiamos en ti lo suficiente para pedirte que nos ayudes en esta… -No supo calificarlo. Sabéis que podéis confiar en mí, tercié. –Sí, de eso se trata, de confianza. Sobra decir que nada de lo que ocurra hoy aquí debe salir de aquí. Ernesto lleva tiempo fantaseando con ello y yo lo quiero tanto que estoy dispuesta a hacerlo. Pero quiero que tengas claro que se trata de una sola vez y que nosotros pondremos los límites.
Nosotros era un eufemismo de yo, lógico pues era ella la que se prestaba a un juego demandado por su marido. Asentí, confirmando que mi nivel de compromiso era el mismo que el suyo, a la vez que comprendía perfectamente que el evento empezaría y acabaría cuándo y cómo ellos decidieran. Mejor dicho, ella, aunque esto no lo dije.
Aclaradas las reglas del juego, dejamos las consumiciones vacías sobre la mesita del bar y enfilamos hacia los ascensores. Según me habían aclarado, esta parte la había expuesto Ernesto, además de confiar en mí y de apreciarme, comentario aparentemente inofensivo que más tarde entendería que no lo era tanto, me habían elegido a tenor de mi experiencia, pues yo ya había participado en un juego parecido alguna vez.
Era cierto, pero lo había hecho con una pareja con la que no me unía ningún tipo de relación sentimental. Se trataba de una amiga con derecho a roce con la que me estuve acostando una temporada, que un buen día me sorprendió apareciendo con su marido. Tres veces compartimos cama pero Margot, que es como se llamaba la amiga en cuestión, llevaba muchos años de mili a las espaldas. Algo que dudaba en Angie.
Hasta que no entramos en la habitación del hotel no confirmé que el tema iba en serio. En todo momento, había tenido la sensación que se echarían atrás. Seguía sin descartarlo, pero la velada fue avanzando y nadie puso el freno.
La estancia era amplia, digna de un hotel de cuatro estrellas, con cama de matrimonio y sillón al lado de la ventana abalconada, además de las tópicas mesitas, bufet-escritorio coronado con un televisor de unas 20” y el siempre jugoso pero prohibitivo mueble bar. La cámara estaba perfectamente recogida, nunca me he alojado en un hotel y he tenido la habitación en tal estado de revista. Ernesto atenuó la luz desde los mandos de la pared lateral mientras su mujer ponía música relajante en un reproductor de Apple sobre el que había fijado su Iphone 6.
Al desconocer el procedimiento ideado por la pareja, preferí mantenerme pasivo mientras iniciaban el juego, así que me senté en el sillón viendo como se acercaban bailando sensualmente. En seguida Ernesto agarró a su esposa de la cintura acompañando el contoneo de sus caderas que seguían el pausado ritmo de la melodía, por lo que su mujer le correspondió tomándolo del cuello. Bailaron un buen rato, acariciándose suavemente, besándose con pasión comedida.
Desde primera fila, pude ver como era Angie la que tomaba la iniciativa desabrochando los botones de la camisa de mi amigo. Hasta que no hubo vaciado el último ojal, no dejó de besarlo. Bajó las manos y también le desabrochó cinturón y pantalones. Cuando éstos cayeron al suelo, se agachó lamiéndole el torso hasta llegar a la cintura mientras sus manos tiraban de las perneras para quietarle zapatos, calcetines y pantalón, dejándolo ante el mundo sólo con slips.
Volvió a ascender sin sorprenderme en demasía que no hubiera acercado sus labios al paquete de Ernesto. No sabía mucho de su sexualidad. Según Ernesto era muy placentera y no tenía queja pero desde que empezó su relación con Angie, dejó de ser expresivo en sus relatos amorosos, algo que habíamos sido ambos hasta entonces. Achaqué el cambio a la propia madurez de ambos, pues ya no éramos críos adolescentes con las hormonas desbocadas, al respeto hacia tu pareja, pues ya no era un rollo que te has tirado, sino la futura madre de tus hijos, pero también al conservadurismo de la mujer, pues intuía que su vida íntima podía ser muy satisfactoria pero no variada.
Aunque el voyeurismo nunca ha sido uno de mis platos principales, mirar a la pareja desnudándose a un par de metros de mí comenzaba a excitarme. Más por las expectativas del bistec que iba a degustar que por la acción contemplada en sí, pues solamente mi amigo mostraba carne y no me atraía lo más mínimo.
Cuando Ernesto tiró del vestido de Angie para sacárselo por encima de la cabeza, casi diez minutos después de quedarse en calzoncillos, mi pene dio un brinco de alegría, pero confirmé que ella dominaba los tiempos según sus necesidades. Lógico siendo la que se prestaba a un juego deseado por su marido.
Ernesto tenía más prisa que Angie, pero no forzaba la situación. Se conformaba acompañándola, ofreciéndome mínimos bocados del manjar. Sin dejar de contonearse, la había ido volteando para que ahora ella quedara delante de mí, por lo que no perdí detalle del espectáculo que aquella elegante mujer ofrecía en ropa interior.
Su cabellera caía más allá de los hombros, abrigándolos. Tenía una espalda aún joven, mostrando claramente que seguía haciendo deporte, cruzada por la tira de un sujetador negro. La cintura era estrecha, sin exagerar, actuando de nexo con una nalgas redondas aún sin marcas en la piel, a pesar de haber dado a luz a tres niños y haber cumplido los 40. Un tanga negro a juego con el sujetador lo cubría parcialmente. Las largas piernas de Angie quedaban oscurecidas por medias con goma en el muslo, rematadas con unos elegantes zapatos de tacón también negros.
Aunque apenas había podido apreciarlo, pues seguían bastante abrazados, la mujer de Ernesto atesoraba un buen par de tetas. Aún no lo sabía, pero sujetador y tanga eran transparentes.
Las manos de Ernesto comenzaron a inspeccionar la conocida piel de su mujer, tomándola de las nalgas, bajando por sus muslos, volviendo a ascender hasta llegar a la espalda, mientras ella se dejaba llevar agarrada al cuello de su hombre. No habían dejado de besarse en casi todo el rato, hasta que mi amigo abandonó sus labios para recorrer su cuello, sus hombros, el nacimiento de sus pechos, mientras Angie levantaba la cabeza facilitándole el camino.
Fue ella la que dio el paso hacia la cama, sentándose lateralmente en un primer momento, para quedar tumbados cara a cara al instante, acariciándose sin alterar el ritmo pausado. Aunque excitado, me enterneció. Comprendí en aquel instante qué significaba hacer el amor, algo que yo nunca había experimentado, por lo que me sentí sobrero en aquella habitación.
Hice el ademán de levantarme para salir de allí y dejarlos solos, entregados a su amor, pero la chica me llamó a su lado con un gesto con la mano. No dije nada, no avisé que creía que debía marcharme. Supongo que al sentir mi movimiento pensaron que ya quería unirme a ellos. Tuve un momento de duda, pero estaba allí por ellos, para ayudarlos a compenetrarse mejor, me habían dicho, así que me detuve acercándome.
Entendí el gesto que me hacía Angie como una invitación a tumbarme a su lado, detrás de ella, pues seguía ladeada hacia su amado. Obedecí, posando mi mano izquierda en su cintura, acariciando su cadera, hasta que ella la tomó para hacerla ascender hasta su pecho. Lo acaricié con suavidad sin que ella me soltara, apreciando su buen tamaño y dureza, a través de una fina tela que apenas interfería. Noté un pezón duro, grande incluso para el tamaño de la mama, que pellizqué suavemente mientras acercaba los labios para besarle el hombro y el cuello.
Sentí la mano de Ernesto colarse entre las piernas de su mujer pues ésta levantó la izquierda arqueándola y gimió suavemente en la boca de su marido. Su mano mantenía la presión sobre la mía que no había dejado de estimular su pezón.
Los gemidos se tornaron jadeos por lo que se vio obligada a desalojar los labios de su pareja. Éste aprovechó la entrega de su esposa para empujarla suavemente hasta que quedó tumbada boca arriba, con el cuello estirado como si buscara aire cerca de los almohadones y las piernas abiertas, sintiendo los dedos de su hombre jugando con su intimidad.
Ernesto tiró de la tira del sujetador del pecho que tenía a mano para desnudarlo y lanzarse a devorarlo con hambre. Imité el gesto, aunque me mostré más comedido en la degustación, lamiendo más que chupando.
Angie jadeaba, aumentando el ritmo de su respiración, hundiendo e hinchando el estómago, moviendo las caderas adelante y atrás. Su mano tomó mi cabeza, la gemela también acariciaba la de su marido, evitando que la abandonáramos hasta que explotó en un intenso orgasmo.
La dejamos recuperarse unos instantes mientras Ernesto me miraba sonriente. Besó a su amada suavemente que le correspondió abrazándolo hasta que se giró hacia mí para preguntarme, ¿no te vas a desnudar?
Obedecí, quedando también en ropa interior, un bóxer gris en mi caso, para volver a tumbarme a su lado con el arma a punto. Mientras, el matrimonio había vuelto a los arrumacos. Ahora era Angie la que asía el sexo de su pareja, masturbándolo lentamente con la mano dentro del slip.
Ernesto se acomodó entre las piernas de su mujer, apartó el tanga y la penetró. La mujer lo recibió relajada, arqueando la espalda para facilitar el acoplamiento. Yo me mantuve quieto a su lado hasta que me tomó de la cabeza para que mi boca estimulara de nuevo su pecho. La ecuación no duró demasiado pues mi amigo se apartó cediéndome el sitio, estamos aquí para esto, dijo acompañado de una ligera sonrisa. Angie, en cambio, lo miró dubitativa pero no me rehuyó cuando me puse un preservativo y me colé entre sus extremidades.
Calidez, humedad, ardor. El sexo de aquella mujer me recibió más contento de lo que lo hizo su anfitriona, que optó por cerrar los ojos y sentir. No sé si también simular que era su marido el que la poseía. Éste la acariciaba con más ternura que deseo, mientras la besaba en la cara y los labios y le susurraba al oído. No pude oír demasiado, pero entendí claramente un te quiero.
Mi posición, arqueado para dejarle sitio, comenzaba a incomodarme así que me tumbé más plano sobre ella, lamiéndole los pechos, besándole el cuello. Se me antojó besarla en los labios, fue más instintivo que premeditado, pero Angie giró la cabeza, devolviéndome a la realidad, consciente de qué y con quién lo estaba haciendo, por lo que enlentecí el vaivén hasta detenerme para ceder el puesto a mi amigo. Pero éste prefirió un cambio de escenario al que su esposa se adhirió dócil.
En vez de sustituirme, acercó su miembro a la cara de la chica que lo tenía agarrado desde hacía un rato para que se lo llevara a la boca. Lo hizo sin dudarlo, pero aún me sorprendió más cuando Ernesto la incorporó para que quedara con la grupa expuesta.
Nunca me he encontrado con una mujer, joven o madura, que se haya negado a meterse mi polla en la boca, pues el sexo oral es hoy una práctica ampliamente extendida. Además, como me dijo una vez una amiga con la que nunca me acosté, la chupo para que me lo coman, es un acto recíproco, aunque debo añadir que igual como a un hombre le excita lamer un coño, a la mayoría de mujeres con las que me he acostado les excitaba chupar una polla.
Pero no pude evitar sorprenderme viendo a la conservadora y recatada Angie, al menos de puertas a fuera, a cuatro patas engullendo el pene de su marido mientras esperaba que yo percutiera por su retaguardia.
Obviamente, no me hice de rogar. De pie las posaderas de la mujer de mi amigo me habían parecido espléndidas. Ahora, esperándome en pompa, tentaban a cualquier santo, y yo no lo soy. Entré de nuevo en aquella cavidad sintiendo cada terminación nerviosa de mi hombría. Me había parecido estrecha la primera vez, ahora sentía un roce mayor.
Ernesto alternaba miradas a su mujer, a su buen hacer, supuse, con miradas hacia mí, siempre sonriente, orgulloso. Angie había tenido un orgasmo, no parecía que estuviera próxima a otro, pero la cara de su marido era de felicidad absoluta. Tanto, que a los pocos minutos la avisó de que se corría. Ella se incorporó ligeramente, desalojando su boca, para agarrarla con la mano y acabar de ordeñarlo, dirigiendo los chorros hacia un lado de la cama, que quedó perdida pues el tío soltó una buena descarga.
Yo me había detenido, más bien ralentizado el movimiento para facilitarle la tarea, pero en cuanto la soltó, volví a percutir con ganas. Me encantaba follarme a la orgullosa Angie, dándole sin misericordia mientras sus tetas se movían adelante y atrás, sus gemidos crecían, sus nalgas quedaban marcadas por la fuerza de mis dedos, pero súbitamente me pidió parar.
-Déjame ponerme encima un poco, así no llegaré.
Asentí, tumbándome boca arriba para que la mujer se encajara a horcajadas sobre mí. En cuanto empezó el vaivén, mis manos se fueron directas a sus poderosas tetas, que agarré, amasé y acaricié con deleite, mientras los jadeos de mi amante aumentaban paulatinamente. Ernesto se arrodilló a su lado para besarla, agarrándola del cuello, pero los suspiros y la acelerada respiración de su esposa lo dificultaban.
-No me queda mucho –avisé.
-Aguanta un poco, aguanta, por favor –suplicó la amazona, -estoy muy cerca.
Me incorporé para cambiar la fricción entre nuestros sexos, pues iba a llegar yo antes, metiéndome un pecho, creo que el derecho, en la boca, ahora sí, chupándolo con ganas. Di en el blanco, pues Angie se convulsionó recorrida por espasmos de desigual intensidad pero profundo placer.
Cuando se hubo calmado, soltó mi cabeza que había agarrado tomándola como el asidero de la cabalgata para mirarme a los ojos preguntándome, ¿no te has corrido, verdad?
-Aún no, pero lo haré con cuatro movimientos.
-Espera, -me sorprendió descabalgándome –lo acabaremos con la boca.
Casi me corro al oír la frase, pero me dejé caer, apoyando mi tronco sobre los codos pues no pensaba perderme detalle de los labios de la conservadora Angie engullendo mi hombría, una imagen que pensaba retener con memoria fotográfica.
La sorpresa vino cuando me la agarró de la base con la mano izquierda y tiró de la punta del condón con la derecha, sacándolo. ¡La hostia, me la va a chupar a pelo! Fugazmente pensé si me podía correr en ella o si no debía, pues Ernesto no lo había hecho, pero estaba tan cerca de la meta que no sabía si podría avisarla a tiempo.
Pero la sorpresa se tornó en mayúscula cuando fue Ernesto el que engulló mi polla.
No me quedé helado porque su mujer me había dejado más caliente que una antorcha. Pero sí paralizado. Era lo último que esperaba.
Mentiría si dijera que me disgustó. Mi amigo, mi amigo más íntimo, con el que me había duchado centenares de veces, que me había contado con pelos y señales sus gustos sexuales, sus hazañas previas a Angie, me la estaba chupando como un descosido. La chupaba bien el maricón, eso era innegable, lo que sumado a mi estado de casi éxtasis provocó la explosión.
Ni caí en la posibilidad de avisarle. Simplemente disparé, jadeando como si fuera su mujer la receptora de los disparos. Pero él no se detuvo. Siguió chupando, tragando, limpiándomela, aún cuando ya hacía bastantes segundos que había dejado de convulsionarme.
Nuestros ojos se cruzaron un segundo en el que nos dijimos muchísimas cosas. Pero muchas más confluían en las miradas que intercambió el matrimonio, hasta que se abrazaron intensamente, amándose, queriéndose.
***
En cualquier encuentro amoroso en que he participado siempre me he quedado en el post partido. A veces a dormir en el hotel o casa de la amante. En otras ocasiones solamente alguna hora, comentando la jugada o charlando de nimiedades. Esta vez fui incapaz, a pesar de que me ofrecieron una copa para cerrar la velada distendidamente como tres buenos amigos.
Me había gustado follarme a Angie, aunque no había sido el mejor polvo de mi vida ni por asomo ni ella me había parecido una amante especialmente buena, pero me sentía muy incómodo con Ernesto.
Por un lado, engañado, pues no me había avisado de cómo quería acabar el sexo, algo que sí tenía acordado con su mujer. Comprendí que no me lo dijera, pues siendo justo con él, si me lo hubiera planteado le hubiera dicho que ni de coña.
Por otro lado, me sentía confuso, sorprendido de que nunca me hubiera confesado que le ponía chupar una polla. Pero, bien pensado, también era comprensible pues los hombres somos muy machos entre nosotros y hay variantes sexuales que nunca reconoceremos que nos atraen. El sexo anal, por ejemplo. Nunca me han dado por el culo, pero que te metan un dedo mientras te la están chupando es muy placentero, pero el mayor orgasmo de mi vida me lo provocó Margot un día que le permití penetrarme con un consolador mientras me la chupaba. Fue la hostia, pero nunca lo explicaré en una reunión de colegas. Menos a compañeros del equipo de fútbol.
Aquel jueves, antes y durante el partido, Ernesto se comportó con absoluta normalidad, volviendo a ser el amigo alegre y confiado que había sido hasta hacía unas semanas, pero no pudo quedarse a la cerveza posterior pues tenía algo con su mujer. Lo agradecí, pues yo sí me sentía incómodo, tanto que esperé a ducharme el último para no coincidir desnudos bajo el agua.
Fue a la semana siguiente cuando mi amigo cogió el toro por los cuernos. Lo supe cuando me lo pidió mientras nos tomábamos la cerveza.
-Tío, ¿podrás llevarme a casa que me ha traído éste –señalando a Pau que trabajaba en el mismo edificio que él –pero tú vives más cerca?
-Claro, no hay problema –acepté aunque no me apetecía. Pero al entrar en el coche, comprendí que no había cogido la moto con la que solía moverse por la ciudad adrede.
-Te lo dijimos en el hotel y te lo digo de nuevo, en nombre de los dos. Estamos muy agradecidos por lo que hiciste. Eres un gran amigo, acertamos con la elección y Angie quiere invitarte a cenar cualquier día para eso, para demostrarte nuestro agradecimiento.
-No hace falta, descuida, yo también lo disfruté.
Estaba absorto en la carretera, pero era innegable que evitaba mirarle. El trayecto a casa no se demoraba más de diez minutos, así que opté por no comentar nada más al respecto y disimular mi incomodidad. Pero Ernesto me conocía demasiado bien, así que continuó.
-No quiero que esto suponga un problema entre nosotros. –Me tomó del brazo obligándome a mirarle pues nos habíamos detenido en un semáforo y yo estaba fijo en el cambio de luces. Lo hice, confirmándole sus temores, explicándome como un libro abierto a pesar de no soltar prenda. Afortunadamente, el rojo se tornó verde y arranqué. –Mi fantasía era ver a mi mujer con otro hombre. Es una gran mujer, en todos los sentidos, y nunca estaré lo suficientemente agradecido por haberla conocido, por tenerla, por ser mía. Ella siempre ha sido muy clásica, ya lo sabes, pero le gusta el sexo y se entrega a él con menos remilgos de lo que aparenta. La relación de pareja tiene muchas fases pero llega un momento que se vuelve monótona en lo que al sexo se refiere, pues al final es la misma persona con los mismos gustos. Pero como te digo, bajo esa capa de mujer seria y conservadora, también subyace un carácter… aventurero, por decirlo de algún modo, pero sobre todo, tiene una férrea voluntad de hacerme feliz, de ser felices juntos. –Hizo una pausa. Estábamos entrando en su calle, así que me pidió que aparcara pues quería dejar las cosas bien claras entre nosotros. –Nunca le he ocultado nada. Nunca. Y puedo afirmar que ella a mí tampoco. Estoy seguro de ello. Así que un día nos confesamos nuestras fantasías. No creas que fue fácil para ella, no es un tema tan simple de plantearle a tu pareja, pero le acabé arrancando que, después de la idea de hacerlo en un sitio público, fantasía fácil de realizar y que le concedí al poco tiempo de contármela, también le ponía hacerlo con dos hombres. La mía era verla con otro, ver a mi mujer follada por otro tío. No voy a explicarte con pelos y señales la fantasía, a ella sí se la detallé, pero resumiendo, el otro tío tiene que estar mejor dotado que yo, tú polla es más ancha que la mía, -¡Coño!, ¿me miraba en las duchas? –y debe obligarme a hacer algo humillante, como comerle la polla con la que se la acaba de follar.
-Basta –lo corté. –No quiero oír nada más.
-¿Por qué no? –Sus ojos me taladraban con una intensidad desconocida por mí. –Eres mi mejor amigo. Después de mi mujer y mis hijos eres la persona más importante de mi vida. Te quiero. Casi tanto como a ellos. Y me jodería mucho perder tu amistad por algo tan estúpido como el sexo. Confié en ti. Confío en ti. Estoy confiando en ti ahora mismo, explicándote algo muy íntimo que solamente puedo confesarle a alguien tan allegado a mí… Eres mi hermano. Más que eso.
Hizo una pausa que ambos aprovechamos para ordenar nuestras ideas. Duró varios minutos, permitiéndome separar el sexo de la amistad. Me sentía muy desconcertado, utilizado, también. Admití que había percibido el estrecho lazo que les une, algo que nunca he sentido con ninguna mujer, solamente con mi hermana y obviamente no hay ninguna connotación sexual.
-Ojalá algún día puedas sentirlo. Eso es amor. Amor verdadero. Y te aseguro que es el mayor placer que existe, no puede compararse con nada. –Entonces cambió de registro para continuar su explicación. –Perdóname por engañarte, por no explicarte todas las facetas del juego, pero si lo hubiera hecho, no hubieras accedido. Hasta que tomamos la decisión de planteártelo, le dimos muchas vueltas al tema durante casi dos años. Desde que lo planteas por primera vez hasta que lo materializas… sí, pasa mucho tiempo. Probamos por internet, buscando algún tío dispuesto, pero sólo nos encontramos con macarras que en cuanto se plantaban delante de Angie no pensaban más que en llevársela al baño del bar donde habíamos quedado para pegarle un polvo, como si se tratara de una vulgar fulana. –Lo miré sorprendido. –Te lo juro. Uno se atrevió a proponérselo. Así que después de varios chascos fue ella la que te señaló. Al principio me negué pero Angie apeló a la confianza. Esa fue la palabra clave. No le importó que nunca os hayáis llevado especialmente bien, aunque te aprecia más de lo que crees, sobre todo ahora que te has portado como un caballero. –Sonreí. –Confianza.
No añadió mucho más durante un buen rato. Le di la razón en casi todo, pues mi completo desconocimiento de los vaivenes y sentimientos de una pareja me limitaban, pero estuve de acuerdo con él en que lo apreciaba y que la confianza depositada en mí debía ser correspondida.
-Ven este sábado a cenar, venga, harás feliz a Angie. Y tráete una botella de vino, mejor dos, uno blanco y uno negro, que no tienes hijos y puedes permitírtelo. Ah, y un juguetito para cada crío, así también te los ganas a ellos –se despidió pegándome un codazo antes de salir del coche.
***
La cena fue bastante bien, además de confirmarme que mi relación con Angie había mejorado mucho. Había dejado de ser fría, tornándose ligeramente cariñosa. Supongo que debe ser lógico después de haber follado.
Pero la bomba cayó el jueves siguiente.
De nuevo Ernesto apareció con Pau, así que me tocaba llevarlo a casa. Esta vez no se trataba de ninguna encerrona. La Burgman 400 lo había dejado tirado de buena mañana y parecía que le iba a tocar cambiarla. Durante el trayecto me lo estuvo explicando, pero no fue hasta que llegamos a su calle en que me lo enseñó.
-Mira, -me dijo mostrándome la pantalla del Iphone –es la primera vez en mi vida que engaño a Angie. Ella no sabe nada de esto y como se entere me mata, pero era la última parte de mi fantasía. Se la conté pero se negó en redondo. Una cosa era acostarse contigo, que ya me parece un paso de gigante, y otra distinta dejarme grabar el encuentro, me dijo. Sé que no debería, pero me tiene súper excitado.
Estás loco, fue mi sentencia mientras veía a la pareja bailando de pie al son de la música que ella había elegido. El vídeo duraba más de 40 minutos. No llegué al final, pues apenas reprodujimos un par, pero me confirmó que estaba todo el episodio. Le entró un mensaje de su mujer, preguntándole dónde estaba, así que lo guardó en el bolsillo de la chaqueta y abandonó el vehículo.
Fue al aparcar en mi plaza de parking cuando oí el sonido de aviso de entrada de un mensaje de texto. Miré mi móvil sorprendido pues yo tenía activado otro timbre. No había nada en mi pantalla, así que miré hacia el asiento derecho. Nada, pero al estirarme vi la luz en el suelo, al lado de la puerta. Se le había caído al bajar. Lo cogí para devolvérselo. Mandé un mensaje a Angie para avisarles, respondiéndome un escueto gracias, mañana te llama Ernesto y quedáis.
Le había estado dando vueltas mientras cenaba, frenándome, pero tumbado en la cama decidí que haría caso al duende malo en vez de al bueno. Me levanté, desbloqué la pantalla del teléfono de mi amigo, era fácil pues utilizaba su fecha de boda, y lo reproduje.
Por la posición de los protagonistas, tenía que haberlo escondido en la mesita izquierda, exactamente opuesto, en diagonal, al sofá en el que me había sentado a esperar. No solamente completaba mi percepción de la velada desde otro ángulo, además potenciaba algunos momentos que ahora me parecían mucho más excitantes.
Angie chupándosela a su marido, algo que mi posición posterior no me había permitido ver, su cara de placer cuando la follaba desde detrás con las amplias tetas bamboleándose adelante y atrás, aquel cuerpazo botando sobre mí cuando nos acercábamos al orgasmo, pero sobre todo, mi polla descargando en la garganta de mi amigo.
Por primera vez en más de una década me hice una paja. Pero no me relajó. Al contrario, ahora me sentía doblemente engañado. No me había avisado del final del juego. Lo comprendía pero no me había gustado. Tampoco me había dicho que pensaba convertirme en la estrella invitada de una peli porno. Mi disgusto aumentaba, además de parecerme muy arriesgado.
Pero había una tercera pata de engaño que aún me sulfuró más. ¿Dónde coño había quedado todo aquel discurso de la confianza, entre amigos, en pareja, y el amor verdadero? Ardía. Tanto que activé el Bluetooth de ambos dispositivos y me traspasé el archivo. Mañana pienso cantarte la caña, cabronazo.
Pero no lo hice pues fue Angie la que me llamó para recogerlo, ya que trabajamos relativamente cerca. Quedamos a mediodía, aprovechando la pausa del almuerzo, pero rechacé su invitación para comer al tener un día complicado. Tampoco me apetecía, la verdad.
***
No hubiera pasado nada más, pues opté por olvidarlo, aunque mi relación con Ernesto se resintió ligeramente, si su mujer no se hubiera presentado en mi trabajo una mañana ardiendo por todos los poros. Afortunadamente solamente se dio cuenta Clara, la administrativa de recepción, pues fue la encargada de detenerla, así que la acompañé a la puerta para llevarla a tomarse una tila para que se calmara. Pero estaba desbocada. Tanto en el rellano del edificio como dentro del ascensor, cabrón fue lo más suave que salió de su garganta. Así que lo paré antes de llegar a la planta baja.
-¿Qué haces hijo de puta?
-No saldré por esa puerta –afirme categórico señalándola –hasta que te calmes. No sé de qué coño va esto, pero espero que sea la última vez que me montas una escena en mi trabajo. ¿Es que te has vuelto loca? ¿Quieres que me despidan?
-Por mí como si te tiran al fondo del mar agarrado a un bloque de cemento. Te haces llamar amigo y eres un cerdo.
-No sé de qué me hablas.
-¿No? –gritó escandalizada. –Del vídeo, puto cabrón, del vídeo. -Un qué quedó ahogado en mi garganta, pero mi expresión le confirmó que sabía de qué estaba hablando, así que me acusó, fuera de sí. –No contento con tirarte a la mujer de tu mejor amigo, traicionas su confianza grabándolo a escondidas. Hay que ser hijo de puta.
Sí hay que serlo, sí, afirmé, pero ya no hablaba con ella. Desbloqueé el ascensor pero apreté el botón del parking para llevarla a mi coche, pues allí podríamos hablar sin que toda la ciudad oyera sus gritos. Vamos a sentarnos en mi coche y me lo explicas.
30 minutos después, ella parecía más calmada pero yo ardía por dentro. Se iba a enterar el matrimonio perfecto de lo que valía un peine.
De puñetera casualidad, Angie había descubierto el vídeo en el teléfono de su marido. Supongo que no es tan extraño que tu pareja coja tu teléfono para hacer no sé qué, lo desconozco ya que a mí nunca me ha pasado por razones obvias. Según ella no lo estaba espiando pues confiaba en él ciegamente, pero vete tú a saber. La respuesta de Ernesto ante el descubrimiento había sido culparme a mí de todo. Yo lo había grabado y luego se lo había mostrado para regocijarme, llamándolo maricón incluso, amenazándole con enseñarlo a los compañeros del equipo por si alguno más quería de sus servicios.
Aluciné en colores. Me sorprendía que me considerara capaz de algo así, ya no de grabar el vídeo. De amenazarlo o chantajearlo. ¿Chantajearlo con qué? ¿Dinero? Gano más que él y no tengo hijos. La respuesta me la dio Angie.
-Con follarme cada vez que quieras. Eso es lo que el pobre no se atrevía a decirme. Me lo confesó llorando.
Negué por activa y por pasiva. No sirvió de nada. Yo era un cerdo asqueroso, un chantajista sin escrúpulos y un violador en serie. Con razón no tienes pareja, ¿a saber a cuántas has forzado?
Hizo la afirmación ya calmada, arrastrando cada sílaba con rabia. Te equivocas, repetí por enésima vez, pero no sirvió de nada. En cambio, su siguiente frase me descolocó completamente.
-Muy bien. Tú ganas. Nos tienes en tus manos, así que haré lo que quieras. Pero pobre de ti que alguna vez alguien vea ese vídeo. Te juro que te mato.
Me quedé quieto. Impasible. Mirándola con una mezcla de pena y desprecio, pues el cerdo era su marido que la había manipulado como a una muñeca. Pero también estaba cabreadísimo por la cantidad de insultos y acusaciones infundadas que había tenido que aguantar.
Sería por ello, que cuando afirmó resuelta, hoy no puedo ofrecerte más que una mamada que tengo la regla, espero que te sirva de adelanto hasta la semana próxima y nos dejes tranquilos, no hice nada para desmentirla ni detenerla.
Vestía un traje chaqueta oscuro de pantalón y americana con jersey de cuello alto rojo. Llevaba el pelo suelto, como solía, y mantenía buena parte del suave maquillaje pues la ira no había desembocado en lágrimas.
Se agachó ligeramente, me desabrochó cinturón y pantalón, apartó el bóxer y la agarró aún fláccida. Me miró medio segundo, desvió los ojos hacia mi pene y se acercó a éste lentamente pronunciando un cabrón justo antes de engullirla.
Aparté el cabello para verla. Tenía los ojos cerrados fuertemente por lo que se le arrugaban los laterales de éstos. Sus labios, pintados en rojo suave, rodeaban el miembro subiendo y bajando con cierta presión, recorriendo un falo que ya había llegado a su estado óptimo.
Joderos cabrones, pensé, esto sí es amor verdadero, mientras la agarraba del cabello para dirigir la mamada. Más despacio, así pareces una cría inexperta, pinché. Eres un cabrón, respondió obedeciendo.
La orgullosa Angie, la conservadora madre, la hija de un matrimonio de rancio abolengo, del letrado Guzmán de Castro, uno de los abogados más conocidos de la ciudad, había salido del bufete de papá para comerle la polla a un amigo de su marido. Ese pensamiento, unido a la escena que mis ojos no querían dejar de mirar y a las notables habilidades de la mujer, me estaban volviendo loco. Tal vez por ello, me dejé ir, interpretando el papel que pretendidamente me tocaba.
-Eso es abogada, chupa. Chúpame la polla, trágate la polla de este delincuente, de este chantajista. Cómete la polla que tanto le gustaba al maricón de tu marido, si no quieres que le obligue a chupársela a todo el equipo.
Angie gemía, lamentándose, sin perder el ritmo pero llamándome cabrón de tanto en tanto. En cualquier momento esperaba ver lágrimas en sus ojos pues los cerraba con verdadero disgusto, pero no llegaron a asomar. Era tal mi rabia que casi me supo mal no verlas.
Pero no importó. Mis huevos abrieron las compuertas y el orgasmo avanzó del escroto hasta mi glande para disparar agresivo en el paladar de la pobre incauta. Ni la avisé ni le permití apartarse. La agarré fuerte de la cabeza, traga puta, mientras mi simiente la profanaba.
En cuanto aflojé la presión, vaciados mis depósitos, se soltó violentamente para abrir la puerta y escupir entre toses y arcadas. En cuanto se calmó, se irguió orgullosa lanzándome una mirada asesina al pasar por delante del coche dirigiéndose hacia los ascensores.
Una sensación agridulce recorría todo mi cuerpo cuando me senté en la butaca de mi despacho. Tenía 9 llamadas perdidas de Ernesto, 6 whatsapps y 2 mensajes de audio. Pero antes de ponerme con ello, no tenía ninguna gana, tuve que agradecerle a Clara que hubiera intercedido por mí. Le restó importancia pero me avisó que me fuera con cuidado con mis ligues, más si están casadas, pues cualquier día vendrá el marido en vez de la mujer. La observadora recepcionista se había fijado en el dedo anular de Angie y había sacado conclusiones basadas en mi fama.
No me sentía bien con lo ocurrido en el parking del edificio. La mujer me había encendido de un modo malsano, influenciada por las mentiras de mi supuesto amigo, pero me había pasado tres pueblos, por más que una parte de mí me defendiera afirmando que se lo merecían, ambos. Pero nadie merece ese trato, menos si te han manipulado.
Me costó pero acabé leyendo los mensajes y escuchando los audios. Ernesto me avisaba de que Angie estaba cabreadísima con lo del vídeo, que lo había descubierto en un descuido de él, montándole tal jaleo que a él no se le ocurrió otra salida que culparme a mí de todo. Yo lo había grabado y yo se lo había mandado.
En el segundo audio, se disculpaba por haberme acusado, pero no me quedaba otra ya que me ha amenazado con dejarme. Lo siento tío, pero si la pierdo y pierdo a mis hijos me tiro de un puente. Me cabreó que sus disculpas no fueran extensivas a todas las barbaridades que había soltado de mí, pero era lo que había. Era un cabrón y sus incompletas excusas me lo confirmaban. ¡Que te den, a ti y a tu mujer!
***
No me presenté al partido de aquel jueves, ni al del jueves siguiente. No quería enfrentarme a Ernesto, menos delante de mis compañeros. Me había llamado decenas de veces, pero yo no le había cogido el teléfono.
Además, me sentía mal conmigo mismo, pues nunca antes había forzado a una mujer. Sí había sido violento alguna vez, Margot me lo había pedido en más de una ocasión, pero no hasta el extremo de obligarla a hacer algo contra su voluntad. Pero no era exactamente remordimientos lo que sentía. La rabia que me recorría por sentirme utilizado, traicionado por una de las personas que más apreciaba, los mitigaba.
Angie me llamó el domingo por la tarde. Estuve tentado de no contestar. De hecho, no respondí hasta la tercera llamada, deseando que su tono fuera otro, despertándome de un sueño, disculpándose por un malentendido y olvidándolo todo. Pero no fue así.
-Mañana no iré al bufete hasta media mañana. Te espero en casa para pagarte la deuda.
-No tienes nada que pagarme –respondí, tratando de poner tierra sobre el asunto para que ambos lo olvidáramos.
-Ah, ahora resulta que el cerdo chantajista tiene remordimientos –me soltó insolente. –Pues te va a tocar vivir con ello, cabrón hijo de puta.
Mi gozo en un pozo, pensé. Ni olvida ni perdona, pues yo tampoco. Mañana por la mañana fue lo único que respondí antes de colgar el teléfono.
Yo tampoco pasé por el despacho. Avisé a Clara que llegaría un par de horas tarde por un tema personal y me dirigí al hogar del matrimonio perfecto. Llamé al timbre del interfono, pero no contestó. Sin duda me veía a través del video portero pues la puerta se abrió a los pocos segundos. Cuando llegué al ático, la puerta del piso estaba entornada. Entré y cerré detrás de mí.
Me esperaba de pie al final del recibidor con una copa en la mano. Un poco pronto para beber, ¿no crees? solté a modo de saludo. Lo necesito para pasar el trago, respondió airada.
Vestía preparada para ir a trabajar. Blusa marfil abotonada hasta el penúltimo ojal. Falda lisa gis un poco por encima de la rodilla, sin duda a conjunto con alguna americana aún guardada, medias negras y zapatos rojos.
-No tengo mucho tiempo, así que toma lo que has venido a buscar y lárgate –me escupió orgullosa mientras me daba la espalda y enfilaba hacia su habitación. Allí, se tumbó en la cama, boca arriba, abriéndose de piernas.
-¿Esto es lo que quieres, que te folle en la habitación de matrimonio, en tu cama? –pregunté mirando en derredor.
-No es lo que yo quiera. Eres tú el que me obliga a pasar por esto para salvar a mi marido y nuestro honor.
Sonreí. Honor, bonita palabra, sobre todo referida al hipócrita de su marido. Como siguiera con estos aires, al final sí que acabaría por enseñarle el puto vídeo a alguien. Pero no se lo dije. Preferí aceptar el pago, pero según el precio que yo fijara.
-Así tumbada, como una maruja amargada, no me excitas nada. –Me agarré la polla por encima del pantalón. –Así que ponte de rodillas y pónmela a punto.
-¡Una mierda! No voy a hacerlo. Si quieres me tomas, si no te largas –respondió abriendo las piernas incitadoras.
-Pensaba que era yo el que disponía y tú la que obedecía –sostuve acercándome para agarrarla de los tobillos y tirar de ella hacia mí para que sus nalgas quedaran al límite de la cama.
-Eso es lo que a ti te gustaría.
De nuevo llevaba medias con goma, por lo que me ofrecía su sexo cubierto por un bonito tanga oscuro. Me desabroché el pantalón y me saqué el miembro aún fláccido, por lo que no me quedó otra que pajearme mirándola. Ella giró la cara hacia la ventana para no verme.
-¡Qué buena estás cabrona! –la felicité antes de encajarme entre sus piernas apartando el tanga para penetrarla. Cerró los ojos con fuerza cuando entré, lamentándose de nuevo, pero no emitió sonido alguno. Yo sí bufé, en su cara, repitiendo la frase anterior. Cerdo asqueroso fue todo lo que salió de sus labios.
El polvo fue una mierda. Un mete y saca de cinco minutos sobre una muñeca inerte de la que solamente me permití abrirle la camisa para tomar sus tetas como agarraderas, pues yo me mantuve de pie la mayor parte del rato. Me corrí, me levanté y me fui.
***
No iba a repetirlo. Me lo dije al salir de aquel piso al que no quería volver. Tampoco pensaba tener ningún contacto más con ellos, así que esa misma tarde avisé a los compañeros del fútbol que dejaba el equipo por problemas físicos. Di escuetas explicaciones a los dos colegas que me llamaron, no jodas tío, eres una pieza insustituible, y seguí sin responder a las llamadas de Ernesto, sabedor que él era el causante del entuerto.
No cumplí la promesa hecha. Cuatro o cinco semanas después, soy incapaz de precisarlo, me llamó de nuevo. Esta vez me citaba a mediodía. Me negué. El juego se ha acabado, fue toda la explicación que oyó de mis labios. No te creo. Allá tú, me importa bien poco, la verdad. ¿Qué pasa con el vídeo? Lo he borrado. No te creo, repitió. Ven a mi casa y me lo demuestras dejándome ver tu móvil.
Accedí ante su insistencia para acabar de una puñetera vez. Yo podía enseñarle lo que quisiera, pero fácilmente podía haber borrado el vídeo del teléfono después de descargarlo en un ordenador u otro dispositivo. Pero si así se sentía más tranquila…
De nuevo venía del bufete, pues vestía traje de ejecutiva, falda y americana oscuras, blusa clara y zapatos de tacón, éstos azules. También esta vez me esperaba altiva, con una copa en la mano, pero no se dirigió a su habitación. Me exigió el móvil que desbloqueé para que pudiera acceder a la galería de vídeos y confirmara que ya no estaba.
-¿Cómo sé que no lo has copiado en otro sitio?
-No lo sabes, pero yo te lo aseguro.
-¿Esperas que crea la palabra de un violador?
Me encendí. La rabia ascendía desde mi estómago hasta mi cerebro, pero pude controlarla. Cree lo que te dé la gana, fue mi único alegato. Su respuesta fue una bofetada. Ni me la esperaba ni la vi venir, por lo que impactó de lleno en mi mejilla. La segunda sí pude esquivarla, pero tuve que aguantar sus insultos mientras forcejeaba con ella para evitar ser agredido de nuevo. Logré empujarla para sacármela de encima, cayendo de culo sobre el sofá. No llegó a levantarse, pero continuó con su retahíla de adjetivos calificativos. Cabrón, hijo de puta, violador, medio hombre, maricón y alguno más que no recuerdo.
Debí haber abandonado aquel piso para no volver jamás como me había prometido, pero no lo hice. Aún hoy me cuesta comprender qué tornillo se me aflojó, pero la emprendí con ella agarrándola de la blusa que se rajó con sorprendente facilidad. Suéltame cerdo. Pero no la solté. Logró darse la vuelta, tratando de escapar a mi ataque, pero sencillamente me facilitó las cosas.
Quedó trabada sobre el apoyabrazos del sofá, con la falda medio levantada y la blusa rota por delante. Algo que no podía ver pues la americana le cubría la espalda. Me acomodé detrás, subiéndole la falda para descubrir aquel par de nalgas perfectas sólo cubiertas por un tanga morado pues las medias volvían a ser con goma.
Con la mano derecha pude inmovilizarla doblándole el brazo hacia atrás, como había visto en millares de escenas policíacas, mientras me desabrochaba el pantalón para que asomara mi pene con la mano libre. No, suéltame cabrón, gritaba, pero no la oía.
Me costó penetrarla. Tuve que pegarle un par de nalgadas, la segunda le dejó marca, para que se estuviera quieta. Entré y me la follé rudamente, violentamente, insultándola yo ahora, cobrándome las afrentas anteriores.
Esta vez sí me sentí mal. Esta vez sí tuve remordimientos. Esta vez sí me juré que nunca más volvería a repetirlo. ¿En qué te has convertido?
***
-Yo nunca le dije tal cosa. ¿Por quién me tomas?
La cara de mi antiguo amigo estaba contraída, morada incluso por la tensión de la discusión. A pesar de la encerrona que me había tendido, había logrado mantener la calma. Incluso yo mismo me sorprendía del autocontrol que estaba logrando estas últimas semanas, después de un par de meses desbocado.
Me había llamado Rafa, el nuevo capitán del equipo pidiéndome volver para un único partido pues estaban muy faltos de efectivos. Ernesto entre las bajas. Como el grupo sabía que una disputa con éste había provocado mi salida, me suplicó que les echara una mano puntualmente.
Llegué al vestuario a la hora acordada para prepararme, sin imaginarme que solamente Rafa y Ernesto se presentarían, pues el partido había sido aplazado, de modo que el primero se largó para que podáis solucionar vuestras mierdas de una puta vez que os necesitamos a los dos al 100%.
Ernesto se parapetó en la puerta, apoyando la espalda en ella para bloquearla obligándome a escuchar todo lo que me tenía que decir.
-Me he equivocado, -fue su primera confesión. -No debería haber grabado el vídeo pues dos semanas de disfrute no han compensado la pelotera que he tenido con Angie, he estado a punto de perderla, y lamento haberte culpado a ti de todo pero no supe reaccionar de otra manera, no supe cómo defenderme ante ella. Compréndeme, me aterraba perderla.
Hasta aquí tenía su lógica. No compartía el proceder pero podía entenderlo. Era disculpable. Pero la segunda parte, acusarme de manipulador, chantajista, violador y no sé cuántas cosas más era simplemente imperdonable.
-Tío, no sé de qué me estás hablando.
Le lancé toda la caballería encima. Sin apenas levantar la voz, le eché en cara todo. No eres amigo de nadie, no tuviste ningún escrúpulo en cubrirme de mierda para…
-Te repito que no sé de qué coño estás hablando –me atajó levantando la voz.
La bombilla se encendió en mi cabeza. Casi pude sentir la ignición eléctrica, punzante, dolorosa. ¡Qué idiotas hemos sido! Nos ha manipulado como a dos monos de feria.
Entonces fue Ernesto el que montó en cólera. Pero, para mi sorpresa, contra mí, pues su santísima esposa nunca sería capaz de decirme algo así. ¿Por quién nos tomas? repitió, incluyendo ahora a la intachable dama que había hecho un esfuerzo sobrehumano para complacerle pues se amaban con locura.
-Pero no puedo pretender que sepas de qué te hablo, –me escupió con renovado desdén –si tú nunca has querido a nadie más que a ti mismo.
Definitivamente nuestra amistad había llegado a su fin. Pero no estaba enfadado con él a pesar de su sentencia final. Era pena lo que me suscitaba, pues tenía una venda en los ojos a la que él llamaba amor.
Pero Angie merecía un castigo, que alguien la pusiera en su sitio. Y ese alguien iba a ser yo.
***
Aunque era lo que me pedía el cuerpo, no me atreví a visitarla en el trabajo como ella había hecho conmigo. La batalla final debía producirse entre ella y yo. Nadie más debía ser partícipe de ésta.
Sabía que salía de casa pronto para ir al bufete o al juzgado, así que debía actuar cuando pudiera pillarla sola. Habían pasado más de dos meses desde nuestro último encuentro, así que dediqué la semana siguiente en conocer sus movimientos. Además de los viernes, comía en casa los martes pues realizaba un curso que la ocupaba toda la tarde. Ya sabía cuándo, tenía claro el qué por lo que solamente me faltaba planear el cómo.
Me presenté delante del bloque poco antes de las 2. Esperé que se abriera el portón del parking con la salida de algún vecino y me colé mientras la puerta se cerraba automáticamente detrás de mí. Esperé agazapado a que apareciera el BMW Serie 3 que conducía la mujer, pasadas las dos y media, y actué.
Me había cambiado de ropa en el coche, tejanos gastados, jersey fino, guantes y pasamontañas, para no ser reconocido por ninguna cámara de vídeo interior del garaje. En cuanto salió del coche, altiva, y tomó el pasillo que debía llevarla hacia el ascensor, me lancé a por ella. La tomé por detrás, rodeándole el cuello con el brazo izquierdo mientras le mostraba la navaja que sostenía en la mano derecha. Pegó un grito, medio ahogado por el terror, pero se dejó arrastrar dócil hacia la salida.
Sus ojos se movían nerviosos, de lado a lado mientras esperábamos que llegara el ascensor, abrí la puerta y la empujé dentro, sin importarme lo más mínimo si le dolía el golpe que se pegó contra la pared frontal. Apreté el botón del ático mientras la mujer comenzaba a balbucear súplicas y ruegos.
-Toma, –tendiéndome el bolso –llévate el dinero y las tarjetas, pero no me hagas daño, por favor, tengo tres hijos.
No dije nada. Simplemente la agarré del cuello con la mano derecha, como si quisiera ahogarla, lo que la aterró. Vi pánico en sus ojos. Su boca se abría boqueando, buscando aire, aunque mi presión no era lo suficientemente fuerte como para asfixiarla.
Al llegar al ático, tiré de su cabello para que me siguiera, empujándola contra la puerta del piso para que abriera. ¿Cómo sabes dónde vivo? preguntó con un hilo de voz mientras buscaba las llaves dentro del bolso.
No atinaba en la cerradura, así que le arranqué las llaves de las manos para salir del rellano dónde en cualquier momento podía aparecer algún vecino de la vivienda de enfrente. Al abrir la puerta, la empujé de nuevo, haciéndola caer al suelo aunque no había sido mi intención.
Arrodillada suplicó de nuevo por su integridad física, implorándome no dañarla, ofreciéndome dinero de nuevo y lo que quieras de la casa, joyas, electrodomésticos, lo que quieras. Hoy sí tenía lágrimas en los ojos, hoy sí se le había corrido el maquillaje. Pero la mujer insistía, apelando a sus hijos. Me hizo gracia que no nombrara a su marido en ningún momento.
La agarré del cuello y la miré detenidamente, hinchado de placer viéndola suplicar desesperada. Fuera por la posición, fuera buscando cualquier resquicio que la aferrara a la vida, me ofreció hacer lo que quieras, por favor, haré lo que quieras pero no me hagas daño.
Moví lo justo la mano para que su cabeza quedara claramente delante de mi hombría, mensaje que entendió perfectamente. Está bien, está bien, te la chupo pero no me hagas daño. Sus manos se movieron rápidas a mi pantalón que desabrochó ágil para descubrir mi miembro al apartar el slip. Siempre llevo bóxer, pero no quería dar ninguna pista.
No se lo pensó y engulló decidida. Cerró los ojos al principio para irlos abriendo a medida que la mamada avanzaba, mirándome, calibrando mi respuesta pues no había emitido sonido alguno para no ser reconocido. Se la aparté de los labios empujándola hacia mis huevos, que lamió famélica, para volver a introducirse el falo y continuar la felación.
No quería correrme aún, así que la empujé para apartarla del juguete. Me agarré el pantalón con una mano, para no trastabillar, mientras la tomaba del cabello de nuevo arrastrándola hacia el comedor, pero no nos quedamos en él. Lo cruzamos en dirección a su habitación. Al entrar en ella me miró sorprendida, de nuevo preguntándose cómo podía conocer la disposición de la casa.
-¿Quién eres?
Pero no respondí. La obligué a levantarse para tirarla sobre la cama, mientras le destrozaba el conjunto ejecutivo, blusa incluida. Se resistió, luchando sin convicción, consciente de que su suerte estaba echada. Cuando le arranqué el tanga y le separé las piernas, colándome entre ellas, se dio por vencida. Hasta tuve la sensación que relajaba la musculatura para facilitarme la penetración.
Me tumbé sobre ella, follándola, acercando mi cara a su cuello desnudo, a sus labios, a su rostro, que no podía sentir pues el pasamontañas solamente dejaba mis ojos al descubierto. Allí cometí el error. Sentirla relajada, vencida, provocó que yo bajara las defensas, algo que Angie no desaprovechó. Logró aflojar la presión que ejercía sobre sus brazos lo suficiente para llegar hasta mi cabeza y tirar de la prenda de lana que me convertía en un desconocido.
Reaccioné, pero fue demasiado tarde. Si mis ojos ya debían haberle dado una pista, mi mentón, labios y nariz, completaron el retrato. Gritó mi nombre con todas sus fuerza, apellidándolo cabrón hijo de puta, suéltame, reanudando un forcejeo del que había desistido hacía un rato.
De perdidos al río. Le crucé la cara de una bofetada. Igual como me ocurrió dos meses atrás, la pillé desprevenida por lo que el impacto fue limpio, duro, poco doloroso pero la atemperó de nuevo, desconcertada. Entonces vi aparecer la sangre en el costado del labio, se lo había partido.
Volvieron las súplicas, por favor no me hagas daño, por qué me haces esto. Me arranqué el pasamontañas de la cabeza, ahora ya no hacía falta, lo hago porque te lo mereces, porque eres una zorra retorcida, manipuladora, mentirosa, una auténtica hija de puta, la injurié acelerando mis movimientos pélvicos violentamente.
Ya no era miedo lo que proyectaban sus ojos. Brillaban aún húmedos, despiertos, mientras sus labios me devolvían los insultos. Cabrón, hijo de puta, violador, chantajista.
Súbitamente me detuve, dejándola en evidencia pues su pelvis seguía moviéndose, sola, sin que yo la obligara. Se dio cuenta pero no le importó. ¿Qué te pasa? ¿Te has quedado sin fuerza? ¿Eres maricón?
Reanudé los envites, más violentos aún. El maricón es tú marido, el comepollas. Tú eres una zorra, a la que el mierda que tiene en casa la deja a medias y necesita una polla de verdad que le dé caña.
-¿Vas a ser tú?
-Soy yo el que te está jodiendo como mereces –afirmé agarrándola de nuevo del cuello. Casi automáticamente noté acercarse su orgasmo. No, eso no cabrona. Por lo que me retiré rápidamente. Un no gritado, lastimero, salió de su garganta. Pero no le di tiempo a lamentarse. La tomé de la cintura, le di la vuelta, dejándola en cuatro, la ensarté de nuevo y agarrándola del pelo le anuncié que iba a follármela como a una perra, pues no eres más que eso.
Ahora sí gritó. De júbilo, pues el orgasmo la sacudió de arriba abajo o de adelante atrás, a tenor de la posición, no sabría especificarlo. Yo tampoco tardé mucho. Cuando hube vaciado mis testículos en el interior de la mujer, me dejé caer de lado soltándole la cabellera por fin, agotado.
-Me has destrozado el traje, cabrón –fue lo primero que me dijo un buen rato después volviendo ambos del limbo, aún desmadejados sobre la cama.
-Tú has destrozado mi amistad con Ernesto. –No respondió. Tenía los ojos cerrados y respiraba pausada. Al rato me levanté con la intención de irme pues el juego había acabado. No había salido como yo esperaba pues la muy puta salía victoriosa, pero al menos la había desenmascarado.
-Me ha gustado, -fue todo lo que me dijo, sonriente, sin abrir los ojos. –Lo has hecho bien interpretando tú papel.
No sabía si se refería al ataque de hoy o a los meses precedentes, tampoco se lo pregunté. Simplemente afirmé, te has pasado.
-Ha valido la pena –fue su sentencia.
-¿Sí, eso crees? ¿Montar todo este circo para pegar cuatro polvos ha valido la pena? ¿Y qué me dices de Ernesto y de mi amistad con él? Nunca la voy a recuperar.
Abrió los ojos y se incorporó, quedando apoyada sobre los codos.
-Yo no monté nada. Fue el idiota de mi marido que me grabó a escondidas cuando le había dejado claro que eso no podía hacerlo. Me di cuenta aquella misma noche, cuando cogió el móvil de la mesita al acostarnos, por cómo lo miraba. Al día siguiente confirmé, mirándole el teléfono, que no sólo era medio maricón, además era un embustero. Me cabreó muchísimo, pero monté en cólera cuando recogí su móvil extraviado y vi en el registro de envíos que te lo habías grabado. No sabía cuál era más cerdo de los dos. Así que urdí el plan, para joderos. ¿He roto vuestra amistad? No me parece un precio tan alto, la verdad.
Sonreí, deportivamente, pues nos había derrotado a los dos, pero aún quise saber antes de marcharme:
-¿Pero para ello debías dejarte violar? –Hice una pausa. -¿Te pone, verdad?
-Es una de mis fantasías, la más intensa, la más deseada, pero no me atreví a confesársela a Ernesto, así que cuando me di cuenta del engaño, vi el campo abierto para matar dos pájaros de un tiro.
Game over, pensé. Enfilé hacia la puerta de la habitación para marcharme seguro de no volver jamás, cuando se levantó felina y me franqueó el paso.
-¿Ya te vas? –preguntó entre coqueta y altiva, medio desnuda pues los harapos que habían sido un bonito traje a penas la cubrían.
-Claro. ¿Qué esperas que haga?
-Podrías quedarte un rato y darme mi merecido de nuevo. ¿No quieres vengarte del maricón de tu amigo y la zorra de su mujer? ?
2 comentarios - La Mujer de Ernesto