- Aurora… Aurora… por favor… - continuaba musitando la boca ensoñadora de su padre.
María intento contenerse pero no pudo. Ahora sus dedos volvían tras sus pasos notando como la verga de Antonio se endurecía prolongándose más, la piel se tensaba excitada y el tronco cavernoso se inyectaba paulatinamente con sangre. Fue el contacto con el pellejo estriado del balano y el tacto de sus dedos sobre el descomunal flujo que despedía quien la obligó a detenerse.
Maravillada, procedía a esparcir esa baba sobre la piel cercana frotando la yema de sus dedos sobre la grieta abierta y sensible en la cabeza de esa pija que supuraba más y más fluido.
Ambos sudaban. Al rítmico danzar de la lluvia que ahora caía copiosa golpeando el chaperío, se sumaba el rítmico latir de sus corazones excitados. María acarició con su otra mano sus tetas desnudas, sus pezones erectos y luego la deslizó por su cuerpo hasta su entrepierna, hasta la frágil tela de su bombacha, hasta los labios intactos de su concha empapada, hasta el calor manando de su vagina ardiente.
El aroma a sexo se esparcía bajo la sábana y en oleadas llenaba la boca jadeante de María. Como tantas veces, su lengua revelaba los compuestos que traía ese aire viciosamente hormonal. Su lengua se expandía dentro de su boca deseando reconocer cada elemento, pero no lo lograba. La palma de su mano continuaba golosa toqueteando la pija de Antonio, que quemaba entre sudores y fluidos.
María no pudo o no quiso sostener tal situación y sacó su mano cargada de secreciones llevándola a su boca. Suspiró de placer cuando sobre su lengua se posaron las primeras moléculas y exquisitamente intrigantes fueron las dudas que sus papilas enviaron como una señal a su cerebro.
¿Qué extraño ingrediente contenía ese flujo para hacerlo tan agradable, tan sutilmente deseable?
El ronroneo agitado de Antonio se transformó en murmullo suplicante.
- Aurora… seguí… me gusta… seguí…
Esta vez no titubeó, aunque algo temblorosa por temor a que su padre despertara, se sumergió debajo de la sábana. El olor a sexo era asfixiante.
Acercándose a los genitales de su padre, pasó un brazo por encima de su cuerpo sudoroso y apoyó lentamente la cabeza en su vientre agitado.
- Seguí… Aurora… seguí…
Bajo el imperio de su lengua curiosa, María aferró el falo rígido y enorme de su padre, apoyando la palma de su mano sobre ese tallo incandescente y percibiendo sus latidos impetuosos. Aproximó sus labios y los abrió para que el jugo viscoso que remataba el extremo de su pija ingresara en su boca.
Un profundo arrebato se apoderó de ella, que ahora permitía que su boca engullera ese extremo delicioso por completo. Succionó esa verga hasta que su lengua alquimista quedó saciada.
Un impulso animal la conducía. Ya no era María, era su lengua o sus papilas detectando la sutileza de los elementos quienes la guiaban hacia ese particular paraíso.
Como una hiedra sobre un muro, su lengua se aferraba a esa pija poderosa y enroscándose como una enredadera sobre su tronco la aprisionaba con tenacidad inusitada. María oía los jadeos de su padre mezclándose con el batir de la lluvia sobre el techo de chapas. El vientre de Antonio se arqueaba una y otra vez.
- Aurora… por favor…
María advirtió la mano que su padre apoyaba en su cabeza, arremolinando su pelo, acariciándola suavemente, impulsándola a tragarse más y más su pija inflexible.
- Aurora… no aguanto… no aguanto…
María también sentía ahora los oscuros deseos a los que su lengua la impulsaba. Ella también ahora se regocijaba lamiendo y chupando la verga de su padre. Ella también ahora sentía en su vagina el fuego imperioso de la pasión. Ella también ahora percibía que el fruto que atesoraba el robusto tronco de carne que saboreaba contenía la llave de todos sus tormentos.
- Aurora.. no aguanto más…
Gimió su padre inmerso en el más maravilloso de los sueños. María se alejó ligeramente y Antonio derramó el esperma que brotaba como un magma desde su pija hacia su boca abierta.
El enigma que la había martirizado por años se descomponía ahora en los compuestos del semen que abrigaba en su boca. Cada partícula era una revelación que la regresaba al pasado. Como una confesión indecente, el misterio se deshacía sobre su lengua y su paladar pringoso.
Una verdad nunca imaginada salía a la luz desde el blancuzco esperma de su padre. Una verdad que le devolvía la paz que anhelaba su espíritu desfigurado, mientras el semen licuado en saliva se deslizaba por su garganta. Una verdad que como una daga de placer ahora recorría su tráquea hasta henchir su estómago de gozo.
Algunos relámpagos lejanos iluminaron una vez más la habitación. La tormenta amainaba su furia dejando caer sobre el chaperío sus últimas gotas. La luz del velador se encendió y Antonio levantó la sábana que lo cubría.
- Aurora… mi amor… deseaba tanto esto que…
Su mano aún entretejía los cabellos arremolinados de María que entre temerosa y feliz giró lentamente su rostro.
- María! Por Dios! ¿Qué hacés?
Un hilo de esperma aún persistía en decorar el borde de sus labios.
- Dios! Que Dios me perdone! ¿Qué hice?
- Hiciste lo que todo hombre necesita papá… vaciarse… solo eso. No te sientas culpable. Era yo quien deseaba hacerlo. Tenía que revelar un misterio que cargué sobre mi alma durante años. Ahora se la verdad, pero… ¿por qué lo hiciste, papá?
- ¿Hacer qué, María? No entiendo…
- Porqué cuando nací derramaste tu leche en los pezones de mamá. Ese fue mi calostro. Mi primer leche. La primera y sabrosa leche que tragué con placer y que nunca volví a paladear hasta hoy.
- Qué Dios me perdone! Aurora estaba tan débil y enferma que creímos con tu madre que haciéndolo te daríamos algo más sustancioso y nutritivo que la pobre leche que darían sus pezones. Fue Aurora quien, casi con un hilo de voz, me rogó que lo hiciera. Tenía tanto miedo de morir sin siquiera darte algo suculento que creyó que así lo lograría, pero solo consiguió perturbarte. Me siento tan culpable María. Es algo horrible lo que pasó hace más de diecisiete años y también ahora.
- No… no es así – respondió imperativa María – Unas horas antes de morir, mamá le hizo prometer que me cuidaría y me daría el mismo tipo de amor que ella tenía…
- Lo hice, pero… - dudó Antonio, sin reparar que ya no era un sueño el contacto de la mano de su hija sobre su verga que se obstinaba en no desfallecer bajo su tacto.
- Ahora que sacié mi angustia y mi tristeza en el placentero jugo que salió de tu pija, me lo querés arrebatar!
- Hija! Por Dios!
- Prometame que honrará la memoria de mamá cumpliendo su promesa y haciendo feliz a su hija.
El viento del oeste traía el aroma de la tierra mojada filtrándose por las rendijas de la casa y se obcecaba en ingresar a esa habitación, para fundirse con el perfume a sexo, a esperma, a flujo, que la contaminaba.
- Este es el amor que quiero, papá – dijo María dejando de mirarlo y girando su cabeza para enfrentarse al sexo de su padre.
Ya no había oscuridad, la luz del velador fue más que suficiente para exponer en plenitud las dotes de sus genitales. Su mano sostenía el desmedido trozo de su pija morena.
- El amor de su pija, papá.
A los costados de aquel tronco fibroso, gruesas venas inyectadas se ocupaban de hacerlo más colosal.
- El amor de su esperma, papá.
Volvió a transitarlo con su mano húmeda hasta chocar con la mata de pelo que asomaba en el borde de su calzoncillo. Tiró del elástico y dos abultados testículos, cargados, rugosos y peludos, se abrieron paso quedando liberados de su encierro.
- El amor de su semen, papá.
Su mano acarició las bolas sudorosas y regresó sedosamente hasta alcanzar la cúspide rojiza y babeante de su poronga.
- El amor de su leche, papá. De su nutritiva leche llenándome la boca, de su abundante leche cayendo en mi lengua, pegándose en mi garganta, de su deliciosa leche calmando mi hambre de placer y deseo. Hágame feliz, papá, con la blanca leche que despide el grial de su pija! Prometalo!
Comprimió el sexo agarrotado de su padre y lo dejó internarse en la cavidad glotona de su boca ardiente.
Ya no era solamente María. Era Clarita, la mujer del carnicero, la puta del pueblo, cuando abrió sus piernas para que la lengua de Antonio se perdiera en las humedades de su vagina.
Ya no era solamente María. Era Aurora, su madre, la mujer abnegada, cuando dejó que su culo abierto y sangrante recibiera con dolor y placer aquella verga hundiéndose en su intestino.
Era María, solo María, siempre María cuando se deleitaba chupando el pene de Antonio. Era María, cuando disfrutaba aquella verga recorriéndola con su mano sedosa o su lengua voraz. Era María, cuando gozaba llenando su boca de esperma, cuando se complacía reteniendo el semen sobre su lengua, cuando tragaba con delicia la suculenta leche de su padre, como aquel lejano día en que había llegado a este mundo.
Era una y las tres al unísono, cuando se entregaba con lujuria y desenfreno a los placeres más oscuros de aquel sexo incestuoso
FIN
2 comentarios - El grial de María - Parte 5