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La mucama de hotel.

Mi trabajo me lleva a varias localidades del País y a pernoctar en hoteles. Con el correr de los viajes, me formé una especie de red de hoteles y restaurantes que me preservan de sorpresas desagradables.
En uno de ellos, en cambio, tuve una experiencia muy placentera.
Llegué a tarde avanzada, cansado de manejar varios centenares de kilómetros. No veía la hora de darme una ducha y salir a comer algo. Al subir al cuarto cometí el error (después se volvería acierto) de apoyar el bolso sobre la cama, para sacar los elementos de higiene habituales (peine, cepillo dental, lociones, etc …) y un slip y camisa para cambiarme. Al retirar el bolso, descubrí en el cubrecama una mancha terrosa y grasienta. Fastidiado recordé que en el estacionamiento del hotel, lo había, por un instante, apoyado en el piso. Más bien sobre un derrame de aceite mezclado con tierra. Llamé a la recepción para solicitar el cambio de cubrecama y sábanas, ya que la mancha fue más allá del primero.
La ducha caliente me liberó del fastidio y de todo el cansancio acumulado, me puse una bata de toalla y salí del baño.
Quedé paralizado. Delante mío tenía uno de los más lindos culos, jamás vistos por mí. Era el de la mucama que estaba cambiando la ropa de cama, inclinada para estirar la sábana metiendo el borde debajo del colchón. La corta pollerita del uniforme dejaba que le viese el inicio de la bombacha. Me acerqué y, al darse cuenta de mi presencia, se levantó y se puso derecha y ruborizada.
-Discúlpeme señor, pensaba que había salido- mientras hablaba trataba de bajarse la pollerita, que le había quedado semi arrollada.
-No te preocupes- la tranquilicé, sonriéndole.
-¿Cómo te llamás?-
-Sara, señor-
-Terminá lo que debes hacer, Sara.-
Juzgué que tenía algo menos que 30 años. Era una linda chica, con cabellera larga, cara bonita y el cuerpo bien proporcionado. La miraba mientras siguió arreglando la cama, al verse obligada a inclinarse, entreví el surco entre sus tetas, de color cándido y firmes. Sus movimientos, aparentemente inocentes, despertaron mi codicia e hinchazón debajo de la bata.
La muchacha me miró de reojo y se puso a colocar el borde del cubrecama debajo del colchón a los pies, inclinada sobre el alto piecero y apuntando hacia mí su culo prominente. Un impulso brusco e inesperado me movió a apoyar una mano en sus nalgas, apretándola contra el piecero de la cama.
.¿Perooo qué está haciendo? – protestó mirándome por sobre el hombro, sorprendida.
Yo impertérrito seguí, en silencio, refregándole el culo con mi mano. No reiteró la protesta, seña que no le disgustaba el manoseo. Subí la apuesta, mejor dicho, su pollerita. Vestía bombacha colaless, mi verga emergió de la bata y le entró en la zanja del culo.
-¿Qué hace? ¡Déjeme!- dijo en voz alta, agitándose.
Pero no atinó separarse, se inclinó, un poco, sobre la cama y forzó el culo hacia mí, como favoreciendo la intromisión entre sus nalgas. Se meneó unos instantes hasta que, de pronto
-¡Ahiii mi Dios!! ¡No, no, no quiero!- chilló, se liberó de mi apriete y salió del cuarto.
Transcurrieron un par de minutos “¿paja sí, paja no?” y escuché unos golpecitos en la puerta.
No esperó mi permiso. Entró, Sara, mirándome de reojo y se dirigió al montoncito de sábanas y cubrecama manchados que había dejado al lado de la cama. De nuevo de agachó en ademán de recogerlas. Con la calentura intacta me tuvo de nuevo encima y por detrás.
-¡Otra vez, no, suélteme!- protestó pero esta vez sin esforzarse demasiado para liberarse de mi abrazo.
La hice girar, le levanté la pollerita del uniforme y la empujé para sentarla sobre la cama. Me arrodillé y metí manos y la cabeza entre sus piernas, que se separaron sin ofrecer resistencia. Le aparté la bombacha y le introduje el anular. Estaba en avanzado estado de humectación.
-¡Basta, no quiero!-
Le metí el segundo dedo
-¡Nooo, soy casada –
Retiré los dedos y le di un lengüetazo, ligero
-¡Por favor, estoy en horario de trabajo, no puedo!-
Seguí lamiéndole la concha, el clítoris en especial. Sentí su voz quejosa que, entre gemidos, me imploraba que la deje, que era casada, que iban a despedirla.
Me paré, la acosté y le saqué la bombacha celeste, sin que se quejara del despojo.
-¿A qué hora dejás de trabajar, Sarita?-
-A las 10-
-Bueno, yo me quedo con tu calzón. Vení a buscarlo después del horario de trabajo-
Le tendí la mano para ayudarla a levantarse, le di un besito rápido.
-Te voy a estar esperando. No me falles.-
No respondió, recogió la ropa de cama y se fue. Miré el reloj eran las 20:00 hs apenas pasadas.
Decidí saltar la cena y quedarme en la habitación, con sólo la bata puesta.
Acerté.
En tiempo y forma (a las 22:15 y llamando a la puerta) volvió Sara, cambiada: se había quitado el uniforme pero, otra vez, con pollerita extra corta y blusa.
-¿Me deja entrar, señor? Vine a buscar mi …. prenda interior-
-¿Así como así? –
-¡Por favor! Me la regaló mi marido, es de marca. Hoy él no está en la ciudad, pero mañana se va a dar cuenta.-
Ingenuamente, más bien sutilmente, me informó que tenía tiempo. ¿Para qué iba a ser, visto lo ocurrido un par de horas antes?
-Ya podés tutearme. Decirme Juan. Vení vamos a charlar, ya que tenés tiempo. -
La abracé y besé en los labios. No se quejó ni mezquinó la boca. No demoré mucho en sacarle la blusa y luego la pollerita. No tenía bombacha. Dejé caer al piso, mi bata, para quedar ambos igualados, sólo sobraba su corpiño. Lo perdió y, segundos después, ya éramos un enredo de carne y manos, ella abajo y yo encima con mi poronga, a ese punto al máximo de erección.
Se la metí y la cogí sin miramiento, no sé cuantos minutos. Cuando sentí que me aproximaba al punto más alto de placer sexual y que la eyaculación podía llegar en cualquier momento, la penetré tan profundo como me fue posible y, en lugar de retroceder para sacar la pija, comencé a hacer un movimiento levemente circular de caderas. Buscaba una pequeña pausa para recuperarme y prolongar la cogida. Al mismo tiempo le estaba dando mucho placer a Sara, al presionar y masajearle el clítoris con la verga.
Lejos de disimular su disfrute lo exteriorizó con un rosario de suspiros, gemidos y grititos.
Cuando sentí que mi excitación se había reducido lo suficiente, reanudé los empujes y saques.
Sara gemía, bufaba, daba grititos. Le comí la boca, cuando se la solté:
- Juaannn … sos …. de terror ... recién me conoces y ….. ya me estas cogiendo ……. como nadie me cogió-
Con una mano en una teta y la otra aferrada a una de sus nalgas cogí y cogí un rato largo. Me temblequearon las piernas
-¡Te acabo, Sarita, … te acabo adentro … no aguanto más!!- mientras la miraba a los ojos
-¡Siii …. Dalee!!!-
Dos o tres bombeadas más y le tiré, gritando, una multitud de espermatozoides adentro.
Caí completamente agotado, pero complacido y contento, a su lado. Sara me reclamó su bombachita celeste, que le había quitado horas antes.
Le dije que estaba en uno de los bolsillos de la bata. La recuperó, se la puso, se vistió sonriéndome, me auguró una buena noche y salió de la pieza.
No la volví a ver, nunca más. El día siguiente retomé la rutina laboral.
Pero ese hotel, me quedó almacenado en un rincón del corazón.

4 comentarios - La mucama de hotel.

sobralargo
Después pasame el dato... quiero alojarme ahí 😉 gran relato!