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La depravada - Parte 9

La depravada - Parte 9



relatos


La depravada


Parte 9


Adaptado al español latino por TuttoErotici
 
Ayer a la tarde hacía un terrible calor y, por su causa, no tenía valor para asomar la nariz a la calle.
No obstante, con los sentidos a flor de piel, habría ido gustosa a buscar aventuras a los grandes Bulevares o a los Campos Elíseos (¡adoro que me paren, y «mujeriegos»no faltan!), o también a uno de esos discretos y acogedores departamentos que conozco muy bien, y donde siempre encuentro la horma de mi zapato, sea cual sea la orientación dada a mi deseo.
Nada más fácil que esos encantadores lugares cuando tengo ganas de variar mi cómodo puchero conyugal sin recurrir a los amigos de mí marido.
Cuando regreso de una de esas distracciones, Guy ruge de alegría si consiento en explicarle los detalles de lo sucedido.
Pero yo estaba en uno de mis momentos de apatía.
Sin embargo, ¡qué ganas tenía de callejear, a pesar de la pesadez del aire!
Unos instantes antes, Guy me había cogido rápido, derribándome sobre el cubrecama de satén, pero sin permitir que tuviera yo un orgasmo, ¡el muy egoísta!
En fin, dado que me sentía demasiado perezosa para salir, llamé a mi querida Poupette.
Llegó enseguida, arrogante y coqueta con su pequeño delantal bordado.
Viéndome echada sobre la cama en una pose sin equívoco, con el vestido arremangado y la mano colgando lánguidamente entre los muslos bien separados, comprendió al instante, sin que necesitara decir una palabra, ni siquiera esbozar un gesto, de qué se trataba.
—¿Me necesita la señora?… —preguntó en tono perverso.
—¡Sí, pequeña, me quema!
—Sin embargo, hace un momento, antes de irse, el señor dejó bien servida a la señora…¡Seguramente eyaculó sin esperarla!
—Ah, viciosa, ¿me espiaste?
—Lo confieso. La puerta había quedado entreabierta y, bueno, ¡aproveché!
—¡Me viste bien, cochinota!
—¡Ah, señora! El espectáculo valía la pena… ¡La señora, montada, arqueaba de tal manera sus preciosas nalgas! Con la falda subida hasta la cintura, las veía perfectamente.¡Y veía al señor ensartando su gruesa verga en su concha rubia! ¡Lo que habrá gozado la señora!
—¡Justamente no! De eso se trata, no gocé. ¡El señor seguro me cogió pensando en otra, y estaba tan excitado que llegó sin esperarme, el muy animal! Además, como tenía una cita urgente en la tienda, salió corriendo, sin preocuparse de mí. ¡Era tanto su apuro que no tuvo ni tiempo de ir al baño, y secó su pija pegajosa en mi camisa y mi bombacha!
Cuando me di vuelta, ya se iba, cerrandose la bragueta sobre su robusto instrumento. ¿Te das cuenta de lo asquerosos que son los hombres, mi pequeña Poupette?
—¡Ah! ¡Sobre eso, estoy de acuerdo! Pero acá estoy yo…, y la señora sabe cómo disfruto sirviéndola, cuánto la amo…,¡más que a nada!
—Lo sé, claro, y tu actitud lo prueba.
Con sus bonitos ojazos  encendidos, inspecciona todo lo que yo le enseño complaciente, entre mis muslos completamente abiertos… Se relame los labios con aire glotón.
—¿Qué le gustaría a la señora? —sigue—. ¿Una chupadita adelante? ¿Un lengüetazo atrás?
—Estoy dudando…
Efectivamente, dudo, todo lo que ella me propone me gusta, y sé que lo hace de maravilla.
—¿O frotamiento en tijera, como la señora me enseñó?
—¡Ah! —digo riendo—, ¿te acordás de tu confusión cuando lo hicimos por primera vez, cuando yo todavía era virgen?
—¡Oh, sí! Me acuerdo que esperó hasta que tuviéramos la regla al mismo tiempo. Usted siempre la tenía un poco antes que yo… Pero un día nos vino a las dos a la vez. ¡Estaba tan…!
—¡Decime, Poupette!
—No me animo…
—Un poco asqueada, ¿no? Y, sin embargo, no se trataba de agasajar con la lengua nuestros preciosas conchitas…, ¡sino de algo muy distinto!
—Es cierto.
—Quería que las frotáramos suavemente una contra otra, embadurnadas de púrpura. Y, después de hacer algunas muecas, reconociste que así, ardientes e inflamadas como estaban en semejante momento, el placer que se consigue friccionando una contra otra, es extraordinario.
—Tenía razón, señora, soy una estúpida por no haberlo comprendido antes… Pero durante el resto del mes ¡es igual de bueno!
—¡Ah! ¡Ya te veo venir, glotona! Tenés ganas, ¿no? Bueno, sí, yo  quiero también, enseguida.
—¡Oh, gracias, señora!
—Sacame la bombacha y las medias, para sentir nuestras pieles una contra la otra. No, no te saqués el vestido, siempre estás desnuda abajo. Te olvidás que me gusta arremangarte la pollera y rebuscar adentro, arrugar la tela que cubre tu belleza.
Poupette obedece diligentemente y viene a tenderse junto a mí.
—¡Acá estoy, señora!
—Ahí… Perfecto, querida… Tu cabeza en el otro extremo de la cama. Agarrá esta almohada… Separá bien tus lindos muslos y entrecruzalos con los míos. «Ángulos opuestos por el vértice», como me explicaba en el pensionado la señorita Cerad, mi sensual profesora de matemáticas… y quien me enseñó esta pose verdaderamente ingeniosa. Muchas, después de llegar una primera vez, nos dormíamos abrazadas una a la otra y, si nos despertábamos durante la noche, nos frotábamos automáticamente hasta llegar a un nuevo clímax, igual de delicioso.
Poupette hace lo que le digo. Me incorporo un poco con los codos, para admirar la indecente maniobra.
¡Lo hace de maravilla, mi perdida Poupette!
Su hermoso pelambre castaño, se acerca y se mezcla con el mío.
¡Qué suave es! Separa con ambas manos nuestros sedosos matorrales y hace que se peguen bien la una a la otra nuestras calientes conchas.
—¡Ah! —exclama con mirada perversa—, cómo la regó el señor a la señora…; su concha todavía está completamente empapada, y tengo un montón en los dedos… ¡Cuánta leche produce! ¡Oh, cómo me excita! ¡Qué bueno es! ¿Me permite la señora?
¡Se lame los dedos con voracidad, la muy cerda!
—¿No esperas a que te dé permiso? Es porque sabes muy bien que te lo daría… Te vuelve loca la idea de tener de nuevo la rica leche de mi marido en tu conchita… Además, hoy me largó una buena cantidad… ¡Suficiente para que la aprovechemos las dos!¡Tomá tu parte, queridita!
—¡Oh, sí! ¡Me excita mucho pensar que todo esto… es la leche del señor!
—A él también le encantaría saber que vos la aprovechás, mi Poupette…
—¿Se lo dirá la señora?
—Si vos querés…
—Todavía no… Es muy pronto… Prefiero, si no le importa, que las cosas sigan su curso.
—Quedate tranquila, todo llegará… Tengo la impresión de que, hace un momento, me cogió con tanta fuerza pensando en vos.
—Quizá tenga razón la señora… Creo que no pasará mucho para que me ataque de nuevo…
—Me divertirá mucho… Y después, lo haremos divinamente las dos…
—¡Ah! ¡Cómo me excita esa idea!
—Ahora, Poupette, pegate bien a mí, para que nuestras conchas se besen estrechamente, mezclando sus fluidos. Frota suavemente, con un movimiento regular… ¿Sentís cómo se pegan amorosamente, estas adorables boquitas?… No te apurés. Hagamos durar nuestro placer el mayor tiempo posible. ¡Es divino! ¡Ah! … ¡Es exquisito es el contacto aterciopelado de nuestras carnes! ¡Qué glotonamente se saborean, nuestras grietas rosadas! ¿Sentís cómo babean, las muy cerditas? ¿Cuál de las dos escupe más humedad entre los labios de la otra?… Y ese ruido obsceno que hacen al friccionarse… ¡No son nada discretas! ¡Ah! ¡Qué delicia! Voy a…, voy a… ¡No!¡Pará, pará! ¡No quiero todavía!… ¡No te muevas, quedate quieta, para que te sienta! ¡Qué caliente estás! ¡Tu conchita está ardiendo y su calor me penetra hasta el alma!
—¡Ah! ¡Señora! La suya también…, y tienen unas ganas locas de soltar su goce, ¡las preciosas!
Manteniendo nuestras conchas estrechamente pegadas, separo un poco el muslo para divertirme con su culo.
¡Arremango su corto vestido y puedo contemplar a mis anchas sus encantadoras nalgas!
Acaricio la carne satinada, mi mano se apoya en su nalga izquierda para separarla de su gemela y,con la otra mano, hundiendo los dedos en la raja ambar, me impregno de esos olores misteriosos que los verdaderos enamorados prefieren a cualquier otra cosa.
Recojo su extracto en los bordes estriados de la delicada roseta, completamente mojada, y llevo ese delicado perfume a mi nariz.
¡Ah!… Cómo me gusta entre todos ese cochino aroma, cómo me gusta olfatearlo y, una vez olfateado, ¡degustar su áspero sabor entre mis labios!
¡Comprendo muy bien que a los hombres les guste olernos ahí!
Ahora meto la mano, y mi pulgar excita el antro de las delicias paradisíacas. ¡Sólo me queda empujar suavemente entre las mucosas aterciopeladas y cálidas! ¡Qué delicia sentir ahora el pulgar entero hundido en su ojete!
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! —gime, al borde del placer.
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!—digo yo, como un eco.
Penetro un poco con el dedo, mientras aceleramos el frotamiento de nuestras conchitas.
Unos segundos después llega el goce fulminante, entre los gritos de asombro que nos hace exclamar lo súbito y violento del placer.


CONTINUARÁ...

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