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La depravada - Parte 1

La depravada - Parte 1



relatos


La depravada


Parte 1

Adaptado al Español Latino por TuttoErotici

—Querida Véronique —me dijo aquella noche el señor De Chanvy—, ya es pasado el tiempo en que se encargaba a una viuda respetable que sondeara a la familia de una chica joven. Yo no tengo a mano, además, a ninguna anciana señora para esa finalidad a bordo de este barco… Por eso, le pido directamente a usted que se case conmigo. Si dice que sí, mañana mismo hablo con su tío, el barón de Caluwé.
Fue a bordo del Hoste, y en una noche maravillosa, cuando Guy de Chanvy, un muchacho realmente seductor, me solicitaba de ese modo bajo la luz de la luna. Al salir del salón, donde la orquesta terminaba las últimas notas de un tango, los pasajeros se habían retirado a sus camarotes, y nosotros fuimos a acodarnos en la borda.
El buque se deslizaba por un decorado de ensueño, entre los múltiples islotes del archipiélago. Por poco interesada que yo sea a la poesía, siendo una muchacha sensual y realista, tenía que reconocer que, para una declaración así, el momento no podía estar mejor elegido. Sin embargo, guardé silencio.
—¡Entonces, Véronique!¿No conoce mis sentimientos hacia usted? Mire…
Se pegaba indecentemente contra mi muslo y, como en varias ocasiones, un momento antes, me había dado pruebas de sus intenciones bailando, me hacía distinguir, frotándose contra mí, la imperiosa dureza de su soberbio pene.
—Me pasa desde hace un año… —susurró—. Cada vez que me acerco a usted…, después de aquella exquisita noche en Ostende. ¿Se acuerda?
¿Que si me acordaba? ¡Ah, por supuesto que sí! Era una noche sofocante. Cerca de las tres de la madrugada, no pudiendo pegar un ojo, había ido a tumbarme en la playa, desnuda bajo un vestido ligero, y soñaba con las estrellas, mecida por el fresco chapoteo de las olas cercanas. De pronto…
 
—¡Ah! ¡Qué horror!
Una mano se posó sobre mis senos, para comprobar a través de la seda sus firmes curvas. ¡Retuve un grito de espanto! Estaba muerta de miedo.
Entonces, una voz dulce murmuró a mi lado:
—No tenga miedo, no voy a hacerle daño.
Contenta de que me tranquilizaran, y todavía más cuando la caricia que mimaba las puntas de mis tetitas me excitaba enormemente, pregunté con ingenuidad:
—¿Es verdad…, es verdad, señor lobo?
—Claro, claro…,¡señorita de Caluwé!
—¡Cómo! ¿Sabe usted mi nombre?
—Estamos en el mismo hotel…, y hace un rato, como no podía dormir, se me ocurrió asomarme a la ventana. La vi salir, reconocí su silueta… y la seguí. Así que, ya ve, no tiene nada que temer…, y le prometo, ¡palabra de caballero!, que no iré más allá de lo permitido con una jovencita.
—Bueno, le creo, amable lobo…, y puede usted comerme, ¡ya que tiene tantas ganas! Me abandoné, lasciva. Me levantó el vestido. Yo separé las rodillas al instante, entreabriéndolas con la mayor complacencia. Su mano alisó mis muslos, para después entregarse a indecentes exploraciones…, ¡y sus dedos se dedicaron a complacerme!
Sólo con recordarlos—¡cada uno de ellos en su amorosa tarea!— siento esta tarde, cerca de él, un escalofrío entre los hombros. El pulgar y el índice hacían rodar delicadamente entre ellos mi pequeño clítoris inflamado. En el otro extremo, el meñique hundido entre mis nalgas se entretenía con los bordes estriados de mi ano. El pequeño guiño que le hice en ese lugar encantador le indicó que esperaba más…, ¡y recibí la penetrante visita que esperaba! Un poco más arriba, el mayor y el anular, respetuosos, se contentaban con rozar los labios hinchados de mi concha…,permitiéndose, sin ir demasiado lejos, recoger el jugo de mi deseo.
Por mi embriagado susurro, comprendió que me acercaba al placer. Quiso participar de él y, agarrando mi mano, colocó en ella su soberbio miembro. Me dio a entender, sin una palabra, lo que esperaba de mí… Yo conocía la teoría…, que mi criadita Poupette me había enseñado…, pero no tenía ninguna práctica. Sin embargo, mi ignorancia fue probablemente un aliciente más para Guy, pues me confió enseguida por lo bajo:
—¡Oh! Véronique…Va a hacer que…, que…
—Y yo también —le susurré, muy excitada.
Entonces, con nuestros deseos al unísono, aceleramos el ritmo de los movimientos…, y de pronto, mientras yo gozaba copiosamente sobre sus dedos, su gran pija, que acariciaba con nerviosismo, esparcía acá y allá, por mi pelambre dorado, su generoso líquido.
Después me puse en cuclillas al borde del agua, y  confié a su mano resuelta la tarea de hacer desaparecer las huellas de su cálido regalo, pegadas a los rizos de vellos pubianos. Puso tanta dulzura en la operación que sentí nuevamente ganas. Se dio cuenta de eso al tocar con su índice indiscreto mi despierto clítoris.
—Y si ahora, señorita, pusiera ahí mi lengua, ¿qué diría? —me susurró.
Le respondí inmediatamente en los mismos términos.
—Diría, ¡que sería bienvenida y que es usted el lobo más gentil del mundo!
Y bajo el hermoso cielo estrellado, me dio durante largo rato, deliciosamente, furtivas lamidas en los dos orificios.
A la mañana siguiente, mientras notaba aún en el interior de los muslos y entre las nalgas la dulce quemazón de sus múltiples chupadas…, ¡hacía que nos presentaran de manera muy ceremoniosa!
 
Mientras suspiro al recordar aquel emocionante momento, Guy continúa:
—Entonces, Véronique, ¿no quiere responderme?
No, no quería hacerlo. Me sentía demasiado alterada por el recuerdo de aquella deliciosa noche en Ostende.
—No, esta noche no, Guy… Quiero reflexionar.
Y hago ademán de marcharme. Pero él me retiene.
—Bueno, Véronique, como quiera. Me contestará cuando quiera. Pero quedesé un rato más a mi lado…
Toma mi mano y la atrae hacia él. ¡Oh, el muy canalla! Fuerza mis dedos a cerrarse sobre su tronco enorme, que acaba de dejar al descubierto… Miro fugazmente a derecha e izquierda. ¡Si alguien nos viera! No. La cubierta está desierta. Además, se pegó a mí para que nadie note nada. Sólo los peces podrían observar la escena inconveniente.
Entonces, tranquilizada, y presa al mismo tiempo de una especie de furor lujurioso, aprieto su pene, y  lo agito…, lo  agito…
Un jadeo, su cuerpo se relaja, al tiempo que unas palabras escapan de sus labios.
—Ah, Véronique… ¡Es usted la más divina de las criaturas!
Y entre los barrotes de la baranda surgen varios chorros lechosos, que caen al océano.
 
Aprovecho su cansancio para escapar a mi camarote…, cerrando con llave.
Allí encuentro, todavía despierta, a mi querida Poupette. Arrodillada a mis pies (yo estoy erguida ante el espejo), me desabrocha las ligas. Para deslizarme las medias, sus manos suben muy arriba, a lo largo de mis muslos. Los separo para inducirla a la tentación, después de lo que acaba de pasar con Guy de Chanvy, tengo unas ganas locas de ser lamida…, devorada…, tragada… ¡Mi adorada Poupette! Comprende sin que yo necesite decir una sola palabra. Su carita graciosa avanza hacia el centro de la dicha…
—¡Oh, señorita!, estuvo bailando…, ¡tuvo mucho calor! ¡Oh, ese perfume! ¡Cómo me gusta! Pero… si ya está toda mojada…
—Es por culpa del señor De Chanvy. Me excitó tanto que me fui al baño y… me toqué un poco.
Sus dedos entreabren los labios de mi grieta. ¡Ah, la muy golosa! Su encantadora boca se acerca, los labios se preparan, la fina lengua asoma, y siento como su beso se deposita, ávido, sobre mi hendidura rosada. ¡Le alcanzan unos pocos minutos para llevarme al placer!
—Mi querida Poupette…
Estábamos ahora tumbadas una al lado de otra, desnudas, en mi estrecha litera.
—Mirá, hay algo que quiero decirte: esta tarde el señor De Chanvy me pidió que me case con él…¿Qué opinás?
Estuvimos hablando buena parte de la noche, y a la mañana siguiente respondí a la petición.
—Querido Guy, ¡mi respuesta es «sí»!… No hace falta que dé saltitos de alegría, porque pongo algunas condiciones. Escuche. Sé que es usted un terrible tarambana. No, no proteste. El mes pasado lo sorprendí en el jardín de invierno de casa de los Bonherbe… Estaba con la señora Bonherbe, esa cautivante Geneviève…, y aún bajo el riesgo de que su marido lo viera, se arrodilló a sus pies.
—Le juro, Véronique…
—Callese, sucio mentiroso. De haber llegado al final, no hubiese visto nada, pues en un momento dado ella le tapó la cabeza con su pollera. Pero estaba ahí desde el principio, cuando se las subió usted… ¡y ella le ofreció lo que deseaba, arqueando el cuerpo de la forma más desvergonzada!
—Bueno, confieso…Pero no puede guardarme rencor, por esa aventura, que es agua pasada.
—¿Yo dije eso? En absoluto. Sólo que, al verlo cubrir de apasionados besos el culo de la señora de Bonherbe, recordé que, el día anterior, en su despacho de director, el mío había recibido de usted idéntico homenaje. ¡Y con las mismas palabras ardientes y locas que dirigía a la encantadora Geneviève! Entonces me dije…, ¡oh! sin los más mínimos celos, creamé…, que los atractivos de una hermosa jovencita le interesaban más que su personalidad. ¡Y me lo digo todavía!
—¡Es muy sutil!
—Tal vez, pero no puede objetar nada a eso. Y dese cuenta de que en aquel momento no éramos el uno para el otro más que dos seres cautivados por las mismas sensaciones voluptuosas… Pero después de diez días a bordo, a lo largo de los cuales me corteja constantemente, ¡puedo darle algunas otras pruebas de que es usted un mujeriego de primera!
—¡Oh, Véronique!
—¡Silencio!Volvería a mentirme…, y es completamente inútil, termino de decirle que acepto convertirme en la señora De Chanvy. Pero leo en sus ojos el deseo de tener una prueba de lo que digo. Bueno, será satisfecho; anteayer, sin ir más lejos, a la una de la madrugada, lo vi con la señora Dernon, esa morena que provoca a todo el barco y que cena en la mesa del comandante. Acodados ambos en la borda, en el mismo lugar donde estuvimos ayer, ella se prestó, muy complaciente, a ciertas investigaciones que bajo su pollera llevaba adelante su mano experta. Terminado el juego…,¡ella desfalleció entre sus brazos, de tanto interés que había puesto en el asunto, la muy lagartija!…, la arrastró hasta el salón desierto y determinó, tras una rápida ojeada en los alrededores, que el taburete del piano ofrecía agradables comodidades…,y ahí, ¡le dio una sabrosa clase de equitación! ¿No es cierto?
—De acuerdo, no seguiré negando. Pero entonces, Véronique…, ¡debe estar muy celosa!
—Para nada, Guy, se lo aseguro. Eso sólo significa que si acepto convertirme en su mujer, ¡sé con absoluta certeza lo que me espera!
—Y sin embargo, yo creo ser capaz de serle fiel…
—No diga estupideces, Guy. Su tono no es nada convincente, y ese «sin embargo» constituye la prueba definitiva. No, me parece que es demasiado sensual para serle fiel a nadie.
Reflexiona en silencio, y adivino que está repasando mentalmente todos mis argumentos.
—Es usted una abogada terrible, Véronique, y quizá tenga razón, pero no veo adonde quiere ir a parar.
—A algo muy concreto, amigo mío. Quiero que cuando estemos casados no se muestre usted más celoso que yo, con lo cual, estoy segura de que podremos formar una felicísima pareja.
—¡Ah, Véronique!¡Es usted adorable! Le juro solemnemente no estar nunca celoso, al contrario…Pero me habló antes de varias condiciones. ¿Cuáles son las otras?
—No hay más que una, y muy trivial: quiero conservar a mi gentil Poupette como criada. ¿Algún inconveniente?
—Ninguno, querida. Entonces, ya que acepto todo, ¿cuándo nos casamos?
—Cuando usted quiera.
—¡Justo lo que esperaba!
—De acuerdo, Guy.
Da un paso atrás, adopta una pose teatral, se lleva la mano al corazón y me dice:
—Y hasta ese momento… ¿no me dejaría…?
—¿Qué?
—Que…, como dice ese sabroso cuento de Boccaccio…, que mande al infierno a cierto diablo.
—¡Claro no, mi amigo! Aunque le permití bastantes cosas durante aquella noche de Ostende, y después de eso, no iré más allá de estas encantadoras familiaridades sin consecuencias.¡imagine, mi querido Guy, que tengo la ridícula ambición de casarme de blanco!
—Me encantará, porque será una novia arrebatadora…, pero, antes de ese hermoso día, ¿no tendré derecho a ningún adelanto? Ya sabe a lo que me refiero…
—¡No! No permitiré nada más. Creamé, será mucho mejor.
—Tiene usted razón, querida, pero…
Se pega a mi cuerpo. Estamos bien disimulados en la cubierta superior del barco, detrás de un montón de cuerdas.
—… es que este diablo malvado me molesta terriblemente —y agrega—.¡Juzgue usted misma!
Antes de que pueda anticipar su gesto, toma mi mano y me hace apreciar sin vergüenza, a través de la tela del pantalón, la rigidez de su gran verga.
Bajo los efectos de mis toqueteos, que yo prolongo, feliz, el enorme aparato se sobresalta. Eso me pone fuera de mí.
—¡Rápido! —le digo—, sigamé, voy a dar una pequeña compensación a ese querido diablo…
Sentada en mi litera, con la espalda contra el tabique, las piernas colgando y la pollera arremangada, ofreciéndole el apetecible espectáculo de mi conchita entreabierta, y él de pie frente a mí, excitándonos ambos con lo escandaloso de nuestra pose, lo acaricié con furia, y sólo después de haberme rociado los vellos púbicos, dos veces casi seguidas, ese diablo delicioso me hizo saber, por su lánguido aspecto, que la fidelidad de mi novio estaba asegurada… ¡al menos durante algunas horas!
Cinco semanas más tarde, y no sin que cada día procediese yo a una ceremonia semejante, me convertía en la señora De Chanvy.
 
CONTINUARÁ...

4 comentarios - La depravada - Parte 1

Vergota66
Putita de Entre Rios - LARA 03442663226 snapchat - larabarbossa1
Si-Nombre
Excelente gracias por compartir muy bueno