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El novio sustituto 9

—¿Interrumpimos algo? —preguntó Tania con su rostro descolocado.
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Ahí estaba yo, empalmado y vulnerable ante esas diosas de la juventud, desnudas y apetecibles. Me pilló por sorpresa la jugada de María, y la verdad que en esos instantes sólo pensaba en follar. No se me ocurrió absolutamente nada que decir, ninguna genialidad para salir del apuro. Solo conseguía  pensar en ese coño húmedo y caliente que tan solo unos instantes antes se había estado deslizando arriba y abajo sobre mi mástil.
María por su parte se reía por los bajos escondida detrás de la primera revista que encontró por su paso. Ésta incluso estaba del revés, hasta ese punto era evidente que poco le interesaban a mi amiga los trucos de Jennifer Lopez para sentirse guapa ése verano.
Al final salieron unas pocas palabras de mi boca, casi por instinto, hablándolas sin pensar:
—Me estaba follando. María me estaba follando —así de claro y franco, casi como si me estuviera recordando a mi mismo que eso en realidad había pasado y no era fruto de mi imaginación.
—Pues oye, no os cortéis —dijo Tania algo más relajada—. Podéis usar el sofá del salón o incluso mi habitación si quereis, no quisiera cortaros el rollo.
La cara de María cambió completamente, no era la reacción que esperaba. Ahora estaba sonrojada sin reírse un pelo, y nos miraba por encima de la revista.
—No, no… Si es que solo es el salido de mi novio, que os ha visto en pelotas y se le ha puesto dura al sinvergüenza —contestó María, intentando reconducir la situación en su interés.
—¡Faltaría más! Pero no lo atormentes al chaval —continuó Tania—. ¿Acaso te crees que mi novio no es igual? ¡Se pone cachondo con verle medio pezón a mi hermana! ¡Venga dale al mozo una buena montada, o al menos sácale de su suplicio con una chupadilla!
María se miraba a su amiga con frustración. Le había salido el tiro por la culata y no veía cómo escaparse de la situación sin por lo menos tener que hacerme una mamada.
Mientras tanto, Lídia se había acercado un poco más a mi y observaba mi erección muy de cerca, relamiéndose los labios como si se tratara de un rico helado de vainilla que quisiera degustar.
—Ya se le bajará no te preocupes, no quisiera causarte ninguna molestia… —siguió excusándose María que se había quedado sin argumentos.
—¡Qué molestias y qué hostias! —replicó Tania—. Si mis padres van a tardar horas en llegar y a la mojigata de mi hermana la encerramos en su cuarto y ya está.
—¡Eh! —exclamó Lídia—. ¡Y una mierda! ¿Y a tí qué te pasa? —dijo Lídia ahora dirigiéndose a María—. Folla con tu novio si quieres, tia, joder. ¡Parece que estés buscando excusas! Yo a una polla así no le hacía ascos; me lo follaba aquí ahora mismo aunque estuviéramos en medio de una comunión.
—Pero serás puta… ¡Vas más salida que un mono! Ve a sacarte un moco o algo y déjalos en paz —la reprimió Tania.
Pero la verdad que la chiquilla no lo podría haber dejado más claro. María estaba quedando en evidencia poniendo tantos obstáculos al asunto. Al final se levantó, y acercándose a mí completamente resignada me tendió una mano.
—Ala cariño, vamos a echar un polvete en el salón —dijo María fingiendo tanta naturalidad como le fue posible.
La seguí hacia la mentada pieza no sin antes echarles una buena mirada a las dos hermanas, que nos observaron entrar por las puertas acristaladas de la casa con una sonrisa perversa en sus rostros.
Ya en el interior, María corrió las cortinas para crear algo de intimidad.
—No te hagas ilusiones —dijo—. Lo de antes ha sido solo por hacerte la broma. No vamos a follar, te hago una paja y con eso te apañas.
Me dió algo de pena. María había cambiado mucho en pocas horas. El día anterior lo habíamos pasado genial, disfrutado de una forma desenfadada de nuestra sexualidad sin que eso dañara de una forma aparente nuestra amistad. Pero ahora parecía que sus sentimientos estaban evolucionando en algo más serio, y el miedo que eso le pudiera generar se estaba interponiendo entre nosotros.
—Lo que tu quieras María —dije débilmente—. Ya sabes, nos divertimos un poco pero sólo si tu quieres. Yo no me voy a interponer entre tú y Ramón, ya lo sabes, yo no soy así. Pero no me lo tomes en cuenta; es que estos días contigo han sido los mejores de mi vida. No sabes cuánto tiempo hace que lo deseaba, o por lo contrario, sospecho que siempre lo has sabido. Te amo, María, desde que éramos unos renacuajos. Te deseo. Sueño contigo, con tu cuerpo, con tu sexo; te necesito cerca de mí. Por eso no me vale con ser sólo un substituto; yo te quiero para siempre. Y creo que tú también me quieres. Quizá no lo supieras antes de empezar nuestro inocente trato, pero presiento que algo ha cambiado en tí, y tienes dudas. ¿Por qué tienes miedo María? ¿Dime, no crees que merezco yo más la pena que esos bobos como Ramón que solo te quieren para follar? Yo te amo por todo lo que tu eres. Te conozco. Sé lo que te hace reír, lo que te preocupa, lo que anhelas. No hay nada más importante para mí que verte feliz, y si me lo permites, intentaré probarte que yo puedo hacerte más feliz de lo que piensas. ¿Qué me dices, María? ¿Me darás una oportunidad?
No me lo podía creer. Me acababa de declarar, sin comerlo ni beberlo. ¿Por qué no había quedado calladito como siempre? No se que bicho me picó. En primera instancia simplemente pensaba en intentar arreglarlo todo un poco y devolver las cosas a como estaban. Pero cuando las palabras empezaron a fluir de mi boca fue como una reacción en cadena en la dirección directamente opuesta.
María me observaba como a un metro de distancia delante de mí, los dos estando aún completamente desnudos, y no movió ni un músculo. Pero su rostro temblaba y sus ojos brillaban. Yo, empezando a asimilar la situación  y dándome cuenta de todo lo que acababa de decir, empecé a amedrentarme y un sudor frío se apoderó de mí.
Hubo un silencio largo. Temía la reacción de mi amiga del alma. ¿La había perdido para siempre? ¿O es que por fin cumpliría mi sueño? En todo caso, cualquiera que fuera el desenlace, una consecuencia segura era que nuestros juegos se terminaban ahí. Era el final de la semana más increíble, morbosa y erótica que nunca tuve.
—María oye… es que… —empecé a balbucear, no pudiendo soportar más ése silencio sepulcral.
Pero en ese mismo instante, sin que me diera tiempo a hablar más, Tania asomó la cabeza entre las cortinas.
—Hola, perdonad si os molesto, solo os interrumpo un momentito —dijo, y continuó—. Una pregunta. Me podéis decir que no si quereis, solo os pregunto por si acaso no os molesta, pero… esto… ¿Os importa que me siente aquí en un rinconcito y mire?
Su cara era de chiste, llena de inocencia como si nos estuviera pidiendo que le diéramos una piruleta o algo por el estilo. María no había apartado su mirada sobre mí, ni se inmutó por la intromisión de su amiga. Parecía inmersa en sus propios pensamientos, y yo esperaba con ansiedad su resolución. ¿Qué iba a ser? ¿Sí? ¿No? ¿Iba a perder una amiga o iba a ganar una novia?
Tania nos observó un momento. Tampoco ella estaba recibiendo ninguna respuesta, y nos contemplaba divertida, completamente ajena a la realidad del momento.
—Si queréis me voy, os dejo a vuestro rollo, no pasa nada… —insistió, e hizo una pausa, mirándonos a los dos buscando con la mirada alguna señal cómplice que la autorizara en sus intenciones voyeur-masturbatorias.
En ese momento, María se lanzó sobre mí y me empezó a besar con extrema intensidad. Me pilló desprevenido, y la verdad no me gustó en un principio. Era más dureza que pasión, vigor sin fulgor, arrebato sin ternura.
Me estaba comiendo la boca sin compasión, y empujándome me hizo caer encima del sofá, donde ella se situó encima mío sin despegar sus labios de los míos.
¿Qué quería decir eso? ¿Puede que fuera un sí? La verdad no estaba seguro. Me trataba con fuerza y casi parecía enfadada, y poco a poco fue dando paso a una sesión de sexo animal de alta tensión. Intenté dejar al lado mis sentimientos por un rato y empecé a concentrarme en el asunto.
Tania, que acató la falta de respuesta como un sí, ya se había instalado en uno de los sillones reclinables que se encontraba a pocos metros, abierta de piernas y frotando su lampiño coño en frente nuestro sin vergüenza alguna.
María, sin sacar su lengua de mi boca, se colocó en posición encima mío y su sexo, chorreando, quedó aplastando mi pene contra mi bajo vientre. Un par de rápidas manipulaciones más y lo guió hacia su interior.
Otra vez pude sentir la suavidad de su vagina apretando mi miembro. Sin mucha dilación, empezó a cabalgarme con furia. Me miraba a los ojos, pero no dijo nada en ningún momento. Su mirada era aquella otra vez, no había duda, algo había cambiado en ella y estaba claro que ya no me veía como un simple amigo.
Pero aún así, la dureza y falta de ternura con la que me follaba, me hacía dudar sobre la naturaleza de sus sentimientos. Aunque yo por mi parte, me estaba desahogando. María era mi amor platónico, y fuera de la forma que fuera, me convencí en aprovechar y disfrutar de ese momento lo mejor posible.
Le agarraba las nalgadas y la besaba tan apasionadamente como me salía. Alternaba su boca con sus pechos, jugando con sus pezones con la punta de mi lengua y chupandolos enteros con mis labios.
Al rato levanté a María y la coloque a cuatro patas sobre el sofá. La penetré con fuerza desde atrás, tomándola por las caderas y luego magreándole el culo con las palmas de mis manos.
En ese punto tanto María como yo gemiamos de placer ruidosamente, sin importarnos que Tania estuviera allí. Dirigí mi mirada hacia ella. Se masturbaba y se retorcía sobre el sillón y cuando sus ojos se encontraron con los míos me encontré con una mirada viciosa y un rostro desfigurado por el placer.
Volví a centrarme en María, observé como mi polla la penetraba y como su abultada vulva se abría para recibirla una y otra vez. Le miré el ano, blanquito y cerradito. Me excité aún más si cabe, y empecé a jugar con el codiciado agujerito con un dedo.
Su anito se abría fácilmente y pude sin ningún problema introducir la mitad del dedo índice en él. Eso me puso tan a cien que sentí que me iba a correr en cualquier momento.
Para intentar bajar mi excitación un poco, fijé mi vista a otra parte, a un rincón vacío del salón. Empecé a explorar la pieza con mi mirada hasta que llegué a la puerta de la cocina, y allí vi algo muy interesante. Lídia estaba allí, de pie, observando desde el dintel de la puerta, sin perderse nada de lo que estábamos haciendo. Se frotaba sus finas y jóvenes piernas la una contra la otra, y tenía una mano puesta sobre su sexo.
Eso era demasiado, estaba como una moto. El coño de María sentía increíble, las perversas y viciosas Tania y Lídia mirándonos y masturbándose, viendo a mi amiga y sus redondas nalgas rebotar en mi polla una y otra vez, y todos gimiendo de placer.
Me iba a correr, era inevitable, así que antes de que fuera demasiado tarde, decidí sacar a mi pesar el pene del interior de la vagina de mi amiga de infancia. En su lugar me bajé y acerqué mi cara hacia sus abiertas nalgas. ¡Qué olores! Con mi lengua comencé a lamer su vulva de abajo hacia arriba, y continuando hasta su anito, al que forzaba mi lengua un poco en el interior.
Todo me sabía a ese néctar único que mi amiga desprendía, un manjar delicioso que mi paladar degustaba ávidamente. Me pasé un buen rato lamiendo, dando un respiro y mi pene. María no se quejó de que lo sacara, seguía gimiendo de la misma forma.
Cuando tuve suficiente y me sentí dispuesto a seguir follando por un rato más, me volví a erguir detrás de María sobre el sofá donde estábamos. Entonces oí algo.
—Por el culo, dále por el culo —decía Tania, medio gimiendo.
María no se movió, simplemente seguía a cuatro patas, ofreciéndome sus agujeros desde esa posición. No había duda de que había oído lo mismo que yo, y no hizo ademán alguno para oponerse. Al contrario, a los pocos segundos se echó para atrás hasta que su culo abierto entró en contacto contra mis genitales, y empezó a sobarme de esa manera invitándome a seguir.
Apunté mi polla ayudándome con una mano hacia el pequeño agujero. Al empezar a aplicar presión cedió un poco, llegando a entrar como la mitad de mi glande y sintiendo la fuerte presión de su esfínter sobre él. Necesitaba un poco más de lubricación, y la solución se encontraba a escasos centímetros.
Comencé a alternar ano y coño un ratito. Embestía mi polla hasta lo más profundo de su sexo, y volvía a sacarla. Luego apuntaba a su otra entrada y presionaba hasta donde cedía sin forzar demasiado. Al cabo de unas cuantas repeticiones, mi pene consiguió entrar algo más allá de mi glande, y a partir de ese punto fue todo más fácil.
Seguí penetrándola ya únicamente por el ano. Era tan estrechito y suave al mismo tiempo, tardé un poco en adaptarme a esas nuevas sensaciones. Fui variando distintas velocidades, a veces suavecito y despacio, a veces fuerte y rápido.
Después de un buen rato, haciendo pausas de vez en cuando y volviendo a penetrar su sexo unas pocas veces más, llegué otra vez a un estado de éxtasis. Esa vez no iba a poder conseguir parar. María gemía salvajemente y su esfínter me apretaba más fuerte que nunca. No pude más, noté el semen empezar a fluir por mi interior, y lancé un grito que me salió de lo más hondo del alma.
Inundé sus entrañas generosamente. Creí que mi semen no iba a parar de brotar; tanta cantidad me salió. Me encontraba en la gloria, en un estado de trance, flotando de placer. Todo parecía haberse calmado, nadie gemía, nadie se movía.
María se dejó caer sobre el sofá, dejando su trasero apuntando hacia arriba. Respiraba fuerte y profundamente. Acabé retirando mi pene de su interior, y nada más sacarlo, restos de esa espesa viscosidad blanca brotaron de su agujerito y rápidamente se escurrieron sobre su vulva y luego sus muslos.
Me senté sin más en el sofá, mirando a Tania, que se mordía los labios y clavaba su mirada sobre mí. Esa cara de aire inocente, aún llena de perversidad, la encontré tierna y amable en esos momentos, contrastando con la de María. Ésta se acababa de levantar, y sin dirigirme una palabra se fué al baño. Me miró de lado al hacerlo, parecía a la vez avergonzada y enfadada, aunque no contra mí sino contra sí misma.
Lídia seguía mirándonos desde la puerta de la cocina. Se la veía preciosa, como un ángel, y me sonreía con satisfacción, como si fuera ella la que hubiera recibido mi trozo de carne en lugar de mi amiga María. Sobre sus muslos percibí como rastros de un brillante líquido transparente a se escurría por sus piernas hasta sus rodillas. ¿Cómo podía ser que estuviera tan húmeda?
Al cabo de unos pocos minutos ví a María salir del baño y dirigirse directamente al exterior para darse un chapuzón en la piscina. Qué buena idea. Tania rápidamente se levantó para acompañarla. Yo aproveché para ir también al baño y asearme un poco.
Lídia me paró en el pasillo:
—Me ha puesto a mil verte follar, casi me corro viéndote con María —me sorprendió, y siguió diciendo—. Esto no se acaba aquí, me debes una. Ya sabes, por la mamada que te he hecho antes. Me la tienes que devolver. Pero no te preocupes, ya me lo cobraré cuando y como yo quiera.
Entonces se acercó y me besó en los labios. Sin darme oportunidad de decir nada, desapareció escaleras arriba y ya no la ví más esa tarde, ni por mucho tiempo para decir la verdad.
Al terminar de asearme volví a fuera donde estaban María y Tania. María se había vuelto a vestir y parecía lista para marcharse. Tania seguía desnuda. Admiré su precioso cuerpo un poco más y ella me devolvió la osadía mirándome el pene tan descaradamente como se podía hacer.
—Qué suerte tienes María, vaya pollón que tiene Ramón. Te lo tenías guardado —comentó con alegría y desparpajo.
—Sí, Ramón sabe cómo me gusta —dijo María.
¿Era eso ironía? No me paré demasiado a pensar sobre lo que significaba, y viendo que el plan era volver para casa, fui recogiendo y vistiéndome también.
Fue una corta despedida, un par de besos aquí y allá, y al poco rato ya estábamos María y yo de camino de vuelta. No hablamos nada. En un par de ocasiones volví a preguntar, qué había significado todo, si tenía alguna respuesta para mí. ¿Acaso iba a darme una oportunidad?
Esa fue la última vez que despedí a María en su portal. Nunca me contestó con palabras, pero estaba claro, aún sin saber con seguridad cuál eran sus verdaderos sentimientos, que nuestra alista se había terminado.
Me dolió tanto que no salí de mi habitación en una semana. Pero pronto intenté reconducir un poco las cosas y empecé a verlo todo con otros ojos. Nadie me iba a quitar esa semana vivida con María. Fue corta, sin duda, pero fue lo mejor que nunca me había pasado. Y no había duda que María había sido ella misma, sincera todo el tiempo y lo vivido fue intenso y auténtico.
 
 
 
Supe que María y Ramón rompieron a los poco días. Al parecer, de todas formas, Ramón se había estado beneficiando a una prima segunda suya todo ese tiempo. No creo que María se enterara, pero lo sé porque Ramón mismo me lo contó meses después. Le conté lo que había pasado con María mientras él no estaba y se me echó a reír el muy cabrón. Le dió absolutamente igual.
María la fuí viendo desde la distancia por la calle ese verano. Siempre con sus vestiditos cortos y enseñando piel tanto como quería. Pero sobretodo siempre con algún chaval nuevo al que calentar. A mí me empezó a dar igual; si eso es lo que realmente la hacía feliz, era libre de hacerlo.
Yo por mi parte pasé el verano rememorando las escenas protagonizadas con mi amiga, y me satisfacía reviviéndolas en mi cabeza. Sacaba las braguitas que me había ganado como recuerdo, y me corría oliendo los deliciosos aromas del sexo de María. En una ocasión volví a la piscina, al vestuario exacto donde me hizo esa primera paja, y le hice un homenaje.
Os seré sinceros, no fue tan fácil dejar atrás mis verdaderos sentimientos hacia ella. Muchas noches me encontré llorando con desespero sin poder dormir. Pero fue de más a menos, y hacia el final del verano ya no lloraba por ella, apenas me entristecía por ello.
Un día, a media mañana, me despertó el timbre de la puerta. Me había quedado hasta muy tarde jugando a videojuegos y me había dormido. Abrí apenas los ojos, vi como el sol luchaba por entrar a mi habitación, filtrándose por los mínimos espacios que dejaba mi persiana. Miré el despertador, eran las diez y cuarto. Mi família ya estaba trabajando, seguro; me había perdido el desayuno.
El timbre volvió a sonar. Como pude me levanté de la cama y arrastrando los pies me dirigí hacia la puerta. A medio camino me di cuenta que iba en puros boxers, no podía recibir a nadie así. Me encontré con una camiseta sucia en el baño, de camino al recibidor, y me la puse.
Con apenas despegar mis párpados, me dispuse a abrir la puerta. Me costó focalizar la mirada en la persona que esperaba detrás de ésta, un haz de luz del exterior me nubló la vista por unos instantes. Cuando pude recobrar la visión, la ví, era ella, ahí estaba de forma inesperada, aunque sin saberlo la había estado esperando desde siempre.
La jovencita, con sus cabellos sedosos y rubios, me miraba divertida desde el rellano. Su graciosa y núbil figura estaba perfectamente cubierta por un sencillo y ajustado vestido veraniego de un color blanco y puro. Sin vacilar, y con un gesto a la vez grácil y sensual, llevó sus manos bajo la prenda y, tomando sus braguitas, las deslizó dejándolas caer sobre sus pies que estaban apenas cubiertos por unas sandalias de color rojo.
—¿Me dejas pasar? —dijo ella con una amplia sonrisa en su lindo rostro, y fijando sus grandes ojos en mí—. Supongo que no te has olvidado; me debes una, y me la voy a cobrar aquí y ahora.
Continuara

3 comentarios - El novio sustituto 9

locuravip
+10 sabia que iba a terminar con la hermanita!!! Lastima lo de maria. Pero al menos nadie le quita lo vivido jeje
Naruto71293
Lo comido, vivido y cogido nadie te lo quita, lastima por maria, pero sinceramente la mayoria de mujeres asi terminan mal
lds8 +1
verga men, llege a meterme en el papel, hasta me enamore de mari ajajajaja