Esa mañana me levanté alegre y lleno de energia. Lo primero que hice fue recuperar de mi mesita de noche las braguitas que María me regaló unos días atrás. Seguían oliendo a su sexo.
[/color][/font][/size] Su sexo. El sexo que ahora conocía como la palma de mi mano. Lo había admirado, palpado y besado. Lo había explorado con mi lengua, lo había rozado con mi pene, mi glande se había adentrado en su interior e incluso me había corrido sobre él.
Fue una larga mañana, contando las horas que quedaban hasta volver a ver a mi amiga. Habíamos quedado justo después de comer, en su portal, y de allí iriamos juntos hasta casa de su amiga Tania; esa pequeña rubia descarada con falsa mirada inocente.Me acordé de ella, de esa noche que pasamos en Las Alamedas. Me acordé de cómo cabalgaba a su novio con vicio, incitándome a mirarla. Y también me acordé de su vulva lampiña, bien afeitada, que sin vergüenza alguna dejó a mi vista para que la observara.
Después de comer solo en casa, ya que mi família se encotraba trabajando, me eché en el sofá cinco minutos y luego me preparé para irme. Era ya casi la hora.
Pronto llegué al portal de María para esperarla, como muchas otras veces. Excepto que ahora era diferente; sabía que en el momento que mi amiga apareciera por esa puerta la iba a besar, saborerar su lengua una vez más.
Así pasó. María descendió corriendo las escaleras vistiendo un cortito y ligero vestido de verano, y al atravesar la puerta acristalada de su edificio se topó conmigo y con mis labios. La cogí por sorpresa, pero se dejó hacer. Nuestras lenguas se enlazaron y mis manos se asentaron sobre su cintura.
—¡Ey! ¿De qué vas? —dijo cuando terminé de besarla.
—¿Qué pasa? ¿No eres mi novia? —me aventuré a preguntar.
—Bueno, se puede decir que de momento sí. Pero no te olvides de tu amigo Ramón. Será un imbécil y un mamón por haberme dejado tirada, pero aún está coladito por mí y tengo que respetarlo —dijo ella con sorprendente convicción.
—¿Te ha llamado acaso algún día desde que se fué? –pregunté.
—Pues sí, hablé con él ayer por la noche. Está en la playa con la família de su madre. Le expliqué que tú me estabas haciendo compañía mientras está fuera. Eso lo alegró, y también me dijo que me echa de menos —concluyó.
—¡Pues yo no! —dije en tono de broma, y le agarré el culo a mi amiga por debajo del vestido.
—¡Oyeee! —exclamó María riéndose— ¡Pero qué lanzado que has venido hoy! Baja las manitas, amigo, ya te diré yo cuando tocar o no tocar —y devolviéndome la broma me agarró el paquete por encima de mi pantalón de deporte.
Su amiga vivía en otra parte de la ciudad y quedaba a media hora o algo menos si tomábamos el autobús. Era una zona "bien", rica, todo eran casitas residenciales con piscina. Al parecer la madre de Tania era doctora y su padre dentista y se lo podían permitir.Por el camino apenas hablamos de lo ocurrido el día anterior en su casa, aunque estaba claro que eramos algo más que amigos. María aceptó con agrado mi nueva actitud más atrevida y muchas de las bromas que nos hacíamos iban cargadas de morbo.
—¿Te atreves a tocarme el coño aquí en el autobús? —dijo ella.
—¡Claro que sí, te follo si quieres! —repliqué.
—¡No seas idiota! —contestó riéndome la gracia—. En serio, tócame el chocho, nunca lo he echo en un bus —y abrió ligeramente las piernas.
Me costó poco viso lo cortito que era su vestido. Sus braguitas estaban ya muy húmedas y su clítoris destacaba endurecido en el centro de su sexo. Me dediqué un buen rato a acariciarla con discreción, nadie pareció darse cuenta. Al principio María reía y hacía comentarios porque le hizo gracia la situación. Pero pasado el rato, mientras yo metía y sacaba dos dedos en su sexo, se quedó más bien seria. Se puso roja de excitación, y sabia que luchaba por no gemir delante de los otros pasajeros del autobús.—Para, para... —terminó diciendo cuando no pudo resistirlo más—. Vas a hacer que me corra delante de todo el mundo y nos van a echar.
—Vaya, siento que...Mi amiga no dejó terminar la frase, simplemente me besó con extrema pasión. Yo me quedé parado, nunca me había sabido igual un beso suyo. Nos quedamos sin hablar un buen rato hasta que ya casi llegamos a casa de su amiga.
—Oye, ya sabes, en casa de Tania tú eres Ramón —dijo María bastante seca.
Si no la conociera mejor habría dicho que estaba enfadada conmigo. Creo que nuestro trato de novio substituto la estaba afectando más de lo que ella había imaginado. Quise creer que se estaba enamorando de mí y le daba algo de miedo.
—¿Quieres que "Ramón" termine lo que ha dejado a medias en el autobús antes de que llegemos? —dije.
Estábamos en la calle. Esa zona residencial era muy tranquila y fácilmente nos podríamos haber escondido en algún rincón. Tomé a María con una mano y con la otra me adentré bajo su vestido hacia su sexo.
—¡Imbécil! ¡No te pases! —María me gritó deshaciéndose de mí y claramente enfadada.
—¿Qué pasa? ¿No era nuestro trato? —pregunté, lo primero que se me ocurrió.
—Sólo cuando estemos en casa de Tania, luego ya veremos —contestó, y continuó caminando.
La veía triste y enfadada. Ese cambio drástico de actitud reafirmó mi hipótesis. Ese beso, todo había cambiado después de ese beso. No fué un beso como los otros. No fué sólo puro morbo y vicio como los otros, fué algo más. Decidí dejarla tranquila un tiempo. No quise forzar la situación.Cuando llegamos en frente de casa de su amiga Tania me excusé:
—Perdona, creo que me he pasado —dije en tono grave.
—No, no te preocupes, es mi culpa —contestó ella—. Venga, novio, vamos a pasarlo bien un rato.
Tania nos recibió muy contenta y excitada. Entramos en su jardín y directamente, sin pasar por la casa, nos llevó hasta la parte trasera donde se encontraba la piscina.
Allí estaba su novio, tomando el sol en calzoncillos sobre una de las tumbonas. Tania se quitó la camiseta que se había puesto para recibirnos. Debajo llebava un pequeño bikini rosa.
—¿Os habéis traido bañador? —nos preguntó.
—¿Para qué? ¡Si nunca me lo traigo! —respondió María riéndose.
—Ya, ya lo sé... pero bueno, como es la primera vez que viene Ramón, pues no sabía yo si... —continuó Tania.
—No te preocupes, él ya nos conoce, no le va a dar ningún infarto —siguió María, riendo con su amiga.
Entonces María en un santiamén se deshizo del vestido y se quedó en braguitas nada más. Yo seguí la corriente y me quedé en calzoncillos, intentando disimular mi paquete que marcaba mi miembro algo hinchado.
Tania y María se sentaron una al lado de la otra y empezaron a charlar a una velocidad que ponía a prueba mi capacidad de concentración. Tania se había quitado la parte de arriba y las dos tomaban el sol topless mientras despotricaban contra no sé que pobre chica de su instituto.
El novio de Tania nos ignoraba a todos con solemne desidia, leyendo algún tipo de revista. Al cabo de media hora más o menos el chaval, que era algo mayor que nosotros, se levantó.
—Cariño, me doy un último chapuzón y me voy, que me esperan el bar —le dijo a su novia.
Con majestuosa parsimonia se quitó los calzoncillos delante nuestro y se dirijó hacia la piscina para darse ese último baño. Su pene era insultantemente grande, y se balanceaba de un lado al otro al andar. Siendo él mayor, con mucho vello por todas partes, se le veía como un hombre acabado, y atlético.
Me acomplejó un poco y toda la confianza con la que me había despertado ese día se desvaneció como un suspiro. Miré a María y su amiga. Las dos observaron con aprovación esa exhibición y algo murmuraban entre ellas que les hizo reir disimuladamente.
Al salir el chico se secó de mala manera con una camiseta que estaba ahí tirada. Luego se la puso, solamente la camiseta, y se acercó a las chicas.
—Cuando acabe mi turno te llamo chochito mío —le dijo a Tania besándola.
Luego se acercó a María y también le dió un par de besos para despedirse. Al agacharse sobre mi amiga, que seguía estirada en la tumbona, pude ver su polla colgando entre sus piernas. Era tan larga que me pareció ver como rozaba contra el cuerpo de María al hacer el gesto.
Entonces se acabó de vestir y dirigiéndose a mí me saludó brevemente con una mano diciendo:
—¡Nos vemos! —y se largó.
No es que yo estuviera acomplejado con el tamaño de mi pene, para nada, pero lo de ese tío era algo sobrenatural, y me cortó bastante el rollo.
—Acércate Ramón, no te margines —dijo Tania invitándome a acercar mi tumbona a las suyas.
Me situé al lado de María, aunque acerqué una de las sombrillas hacia mi tumbona, tanto sol me estaba poniendo malo.
—Oye, vamos a referscarnos si tienes calor —dijo Tania.
—¡Sí! Vamos, que yo también necesito un descanso del sol —añadió María.
María no dudó un instante en sacarse las braguitas para bañarse. Tania entonces hizo ademán de sacarse la parte baja del bikini que le quedaba pero paró un momento y me dijo:
—¿No te importa que me lo saque verdad? Me lo había puesto sólo por si acaso, pero la verdad es que siempre voy en bolas por mi casa —sentenció.
—No, no... claro —respondí.
—¡Y tú no te hagas el tímido, saca tu polla a relucir que ya toca! —gritó María con cierto aire de venganza.
Tania acabó de quitarse la braguita de su bikini. Esa rubia tenía mucho morbo, como había podido descubrir un par de noches antes. Su pequeña estatura y su mirada casi infantil le daban un aire de falsa inocencia que me excitaba bastante. Y a eso había que añadirle que se afeitaba el sexo, dejando su abultada vulva limpia y lampiña.
Ya los tres en pelotas nos lanzamos en la piscina y disfrutamos del agua fresca un buen rato.
No quise sobrepasarme con ninguna de ellas en ningún momento, pero estaba claro que ambas disfrutaban de la compañia de un chico.
—Oye María, la tiene grande tiene tu novio —dijo Tanía como si yo no estuviera ahí a un metro de distancia.
—Mira quién habla, vaya pollón tiene el tuyo. ¡Te debe dejar destrozada! —y las dos reían con descaro.
Entonces algo pasó que me desconcertó aún más. Por la puerta del salón apareció una chiquilla rubia de baja estatura. Sería un par de años más joven que nosotros, nada más, y se acercaba a nosotros con notable mal humor.
—¡Vaya jaleo que hacéis, no me dejais hacer la siesta! —nos gritó.
—¡Vete a tu habitación mocosa, ya te he dicho que venian mis amigos! —contestó Tania.
—¡Y una mierda! —respondió la angelical criatura— ¡Esta piscina también es mia! Déjame en paz o le contaré a mamá lo que haces con tu novio cuando viene a verte.
—¿¡Y tú que sabrás mocosa!? —le gritó Tania que se sintió amenazada.
—¿Qué te crees? ¿Que las ventanas son de piedra? —dijo la niña— ¡Os he visto como follábais toda la mañana en esa tumbona! ¡Un poco de discreción, joder, que soy menor que tú!
María no pudo resistirlo y se echó a reír tan desternillantemente que casi se ahoga. La aguanté yo bajo el agua y se abrazó a mí para sostenerse mientras las escena continuaba.
—¿Y éste quién es? —nos preguntó la chiquilla.
—Es mi novio —contestó María como pudo, que aún estaba riendo, y dirigiéndose a mí me dijo—, ésta es Lídia, la hermana de Tania.
Si Tania era una pequeña descarada, su hermana lo era al cuadrado. A mi me incomodaba bastante, no se cortaba un pelo y estaba acostumbrada a mangonear a la gente a su voluntad. Al final no tuvimos más remedio que dejarla unirse a nuestra fiesta.
Físicamente se parecía mucho a su hermana mayor, aunque claramente estaba un par de años más atrás en su desarrollo, y sus curvas no eran tan pronunciadas como las de Tania. Vestía una camiseta algo apretada y debajo unas braguitas blancas, nada más.
Tania y María no dudaron en salir de la piscina desnudas como estaban. No era la primera vez que andaban desnudas por su jardín, pero yo no me atrevía a exponerme a la jovencita y no sabía qué hacer.
—¿Te vas a quedar ahí en remojo? —preguntó María.
—No... Sólo es que bueno... —balbuceé mirando a la niña.
—¿Te da vergüenza porque está Lídia? —dijo Tania—. Pues que no te dé. Esta guarrilla ya ha visto de todo.
—Bueno no sé... —aún dudaba un poco.
—¿Qué pasa que la tienes como un cacahuete o qué? —dijo Lídia riéndose de mí.
—¡Cállate mocosa! —dijo Tania—. En serio, no te preocupes, esta zorrilla ha visto a mi novio en pelotas un montón de veces, no la vas a asustar.
Al final cedí y salí de la piscina. Me tumbé al sol para secarme al lado de María. Noté cómo Lídia no me quitaba ojo de encima. Intenté no mirar a mis amigas desnudas porque seguro se me pondría morcillona y no quería dar el espectáculo.
La tentación era grande. Esos magníficos cuerpos adolescentes aún mojados y bañados por el sol. Unos pechos firmes y respingones coronados por unos pezones redondos y de color rosa. El fino vello púbico de María cubriendo lo que no cubría a su amiga Tania, unos labios mayores gruesos y tiernos.
Las chicas seguían con su sesión de cotilleo ignorándome por completo, pero Lídia se sentó a mi lado y empezó a hablarme:
—¿Cuánto hace que sales con María?
—Cuatro días... ¡Cuatro meses, quería decir! —respondí, casi metiendo la pata.
—Es mucho tiempo. ¿Ya habéis follado? —lanzó la chiquilla sin discreción.
—¿¡Cómo!? Eh... claro que... —empezé a decir recuperándome del susto—. ¿No eres muy joven para hablar de esto?
—¡Que va! Empiezo el instituto éste año, ya sé de que van estas cosas —respondió orgullosa.
—¿Quieres decir que tu ya has...? —pregunté timidamente.
—¿Hecho el amor? —dijo—. Bueno... no exactamente, pero he hecho muchas cosas. Una vez le chupé la polla a un chaval de mi clase, a cambio que me hiciera los deberes, claro...
Esa conversación me estaba incomodando mucho, y me empezaba a excitar un poco. Intenté cambiar de postura para que mi pene no quedara demasiado expuesto a su vista. Me fijé en Tania y María; no nos hacían ningún caso, y no supe como salirme de la situación.
—¿A tí te gusta que te chupen la polla? —continuó la chiquilla.
—Bueno si claro... como a todos —respondí.
De repente Tania nos interrumpió. Se había levantado y posaba desnuda delante de mi tumbona.
—Oye mocosa, ves a buscarnos unas coca-colas frias —ordenó a su hermana menor.
—¡Ves tú, no te jode! —respondió la joven.
—¡Le diré a mamá el lenguage que gastas! ¡Ves o te encierro en tu habitación hasta que lleguen! Sabes que puedo...
—Vale... ña ña ña... —fue murmurando Lídia mientras se iba para la casa, vencida por su hermana.
—¿Puedo usar el baño? —pregunté.
—Sí, está pasada la cocina a la derecha —dijo Tania.
Me dirijí al interior de la casa y pasé cerca de la cocina. Ahí estaba Lídia subida a un taburete intentando alcanzar unas cocacolas en lo alto del frigorífico. Preferí no intervenir. Unos pocos metros más allá encontré un baño.
Me senté tranquilamente en el retrete, no tenía realmente ganas de mear, más que nada era para darme un respiro. ¿Qué me estaba pasando? ¿Qué tipo de verano era este? En los últimos cinco días había visto a dos chicas desnudas, una de ellas mi amor platónico, con la cual había casi llegado a follarme en su casa. Ahora me encontraba en una piscina privada con esas dos bellezas en pelotas, y no sabía que hacer.
Al estar submergido en mis pensamientos no me percaté que la puerta se estaba abriendo despacio.
—¿Qué haces? —preguntó Lídia, que asomaba la cabeza detrás de la puerta.
—¿Pero, que haces tú? Estoy meando... —respondí mientras intentaba tapar mi pene estando sentado en el water.
—¡No te tapes si ya te he visto todo desde hace rato! —dijo Lídia riéndose de mí.
La chiquilla entró en el baño cerrando la puerta detrás suyo, y se acercó a mí de forma insinuante. Sin decir ni una palabra se agachó sobre mi regazo y agarró mi pene con una mano. Sus cabellos sueltos deslizaron cayendo sobre mi vientre y mis muslos.
—¿Qué crées que haces? —pregunté asustado.
—Has dicho que tu gustan las mamadas —dijo mirandome con falsa inocencia. Le venía de família parecía ser.
—Sí, pero yo no... —empecé a balbucear.
Lídia sin más se metió mi glande en su boca, que con la situación ya había empezado a reaccionar y se encontraba bastante hinchado. No me dió oportunidad a decir nada más, en pocos segundos la chica me estaba proporcionando una chupada de campeonato.
Introducía mi miembro un poco más de la mitad en el interior de su boca y lo lamía con su lengua al mismo tiempo. Al sacarlo, dicha lengua se entretenía a jugar con mi glande y luego lo besaba con sus labios.
Se notaba que sabía lo que hacía, sin duda lo había hecho muchas veces antes. Esa niña tenía tanto vicio como su hermana o más, y su fachada de inocente criatura angelical no era más que eso, una fachada. Ese pensamiento me liberó y sucumbí al placer del momento.
Me acomodé mejor sobre la taza del retrete para facilitar la tarea a Lídia, quien recibió el gesto con agrado. Paró un momento, me miró sonriente y se sacó la camiseta para mi deleite. Sus pechos ya habían empezado a crecer, pero no llegaban a ser tan grandes como los de su hermana mayor. Los pezones eran pequños y de un color rosa muy particular.
La chica volvió a la tarea sin decir una palabra. Fueron unos minutos increíbles, su habilidad con la lengua me proporcionaban corrientes de placer como no había sentido antes. Cuando estuve a punto de terminar la agarré por el pelo y la avisé.
Me miró un instante, su piel blanquecina ahora estaba roja de excitación. No se movió, aguantó su mirada sobre mí manteniendo sus labios posados en mi pene. Estallé dentro de su boca, nada se desperdicó.
Unos segundos después nos levantamos. Nos limpiamos un poco con el papel y lo tiramos todo al retrete.
—¿Te ha gustado? —me dijo con una sonrisa enorme que casi se escapaba de su cara.
—Joder... muchísimo —respondí honestamente.
—¿Lo hago mejor que María? —continuó.
—Mucho mejor —sentencié.
La chiquilla saltó de alegria y me abrazó excitada por mi sincera respuesta.
—Bueno voy a por las coca-colas —terminó diciendo.
Salió del baño alegremente, dejándome completeamente paralizado. Observé su camiseta que había quedado en el suelo, la agarré y la olí. Era una mezcla de detergente y sudor.
Salí hacia el jardín un par de minutos después. Allí las dos hermanas estaban discutiendo otra vez, y María las observaba entretenida. Tania le reprochaba a su hermanita que hubiera tardado tanto y la chiquilla la enviaba a la mierda una y otra vez.
Cuando la cosa se había calmado un poco salí.
—Tóma, ésta es para tí —me dijo Lídia ofreciéndome una de las botellas frías.
—Gracias, muchas gracias —le dije.
La niña me sonrió con picardía y me invitó a sentarme otra vez sobre la tumbona. Esta vez no hice ademán para tapar mi desnudez. Observé otra vez a mi alrededor; dos chicas espectaculares completamente desnudas a mi izquierda, una jovencita perversa semi-desnuda que me devoraba con la mirada a mi derecha.
¿Qué podía ir mal? El día solo acababa de empezar.
Continuara.......
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