Episodios anteriores:
Episodio 1 : http://www.poringa.net/posts/relatos/3069555/Las-aventuras-de-Carla-1.html
Episodio 2 : http://www.poringa.net/posts/relatos/3095175/Las-aventuras-de-Carla-2-Playa-hot.html
Carla y Andrés volvieron al hotel. Ya atardecía; la juerga con los otros nudistas había durado bastante. Se subieron al coche desnudos, y mientras Andrés conducía, Carla se encargó de mantenerle la trempera en órbita, con caricias en los huevos y en la base de la verga; jugaba con la arena que aún llevaba pegada al cuerpo. Al llegar al parking, Carla se ató al cuello un pareo de gasa, cruzándoselo por delante y salió del coche; llevaba el trasero prácticamente al aire.
Andrés a duras penas podía ocultar la tienda de campaña que se le levantaba en el bañador que se puso a toda prisa.Las miradas de la chica de recepción no pudieron ser más expresivas. Carla dejó que pareo se abriera, mostrando claramente que estaba desnuda debajo. En el ascensor coincidieron con dos chicas jovencitas, extranjeras, que se pusieron coloradas al ver los pezones de Carla asomando por entre el pareo desordenado, y el bultaco que mostraba Andrés bajo el ombligo; se miraron entre ellas y en los labios les temblaba la sonrisa. Carla las había visto tomar el sol en topless en la piscina; cuando ellas bajaron un par de plantas antes que ellos,anotó mentalmente el piso y el culito delicioso que mostraba una de ellas asomando de un biquini demasiado ajustado. Para otra vez, pensó.
Al bajar, abrieron apresuradamente la puerta de su habitación. Allí les aguardaba una sorpresa. Dos deliciosas muchachas orientales, más menudas todavía que Carla, estaban en arrodilladas sobre la cama.
Habían convertido la habitación en un lugar relajante y tibio. Las persianas tamizan suavemente la luz del atardecer y manchas rosadas, violetas y doradas se proyectaban sobre la sábana de la cama más grande que Carla hubiera visto nunca. Ardían varitas con aroma a sándalo y la cama estaba rodeada de velas...
—Lo más difícil de organizar —dijo Don Mario, semioculto en la penumbra—, ha sido que la administración del hotel haya permitido cambiar la cama de la habitación. Convencer a Andrés ha sido mucho, mucho más fácil... —concluyó con una sonrisa torcida.
Carla se quedó mirando todo aquello. Andrés también miraba, algo sorprendido; obviamente, a pesar de lo dicho por Don Mario, su participación en el asunto había sido mínima, y no tenía ni idea de ir a encontrarse ya el plan montado en la habitación. Don Mario estaba desnudo y su miembro brillaba. Probablemente, saliva de una de las chicas. O de las dos. Empezó a vestirse, y una de las chicas se apresuró a ayudarle.
—Andrés, por favor, ven conmigo para disponer la cena…—dijo Don Mario—. Tú, por favor, pasa a la ducha para quitarte la arena de la playa; Lalita, que es de la India, está aquí solo para ayudarte y relajarte. Satori, la japonesa, atenderá a Andrés en mi habitación. Os espero fuera.
Lalita le abrió la puerta del baño, que también estaba intensamente perfumado, y Carla entró en la ducha, preguntándose en qué iría a parar todo. Casi ni se dio cuenta de que Lalita entraba tras ella en la cabina; la muchacha le enjabonó todo el cuerpo, mirándola a los ojos con una sonrisa al pasar lentamente la mano llena de espuma por su vulva y entre sus nalgas. Luego la dejó sola, para que se aclarase. Cuando Carla salió,envuelta en la toalla, se encontró a Lalita de rodillas en la cama, con una camisola de seda abierta, esperando para darle un masaje. Carla envidió su cabello negro hasta la cintura, su piel oscura, y le sorprendió su modestia,tan distinta de las parejas de la playa: por ejemplo, mantuvo la vista baja mientras ella se quitaba la toalla y se tumbaba para el masaje.
Lalita le untó la espalda en bálsamos y le dio un masaje en la nuca y los hombros; en los riñones le puso dos piedras negras calientes que irradiaban energía a su espalda e incluso a su vientre. Luego empezó a masajear sus nalgas, muslos y pantorrillas, y se demoró largo rato con los pies. Había tanto bálsamo aromático y la sensación de sus manos era tan aceitosa que por un momento Carla pensó que Lalita le estaba lamiendo los dedos de los pies, y eso le excitó... Carla giró la cabeza para mirar por encima del hombro y ella estaba tan sólo acariciándole los pies... pero ahora la muchacha estaba desnuda del todo; se veían a la luz de las velas sus pezones muy negros y sus pechos erguidos, con forma de fruta. Sus manos brillaban a la luz de las velas y volvieron hasta sus caderas; Lalita retiró las piedras y le hizo ponerse boca arriba.
Hasta ese momento casi ni lo había notado,pero había música de sitar de fondo, esa música hindú envolvente, repetitiva, dulzarrona a veces, a veces enervante... Ahora sonaba rápido el ritmo de tabla(tambor) que acompañaba al sitar, y Carla vio cómo la muchacha desnuda se inclinaba sobre ella... Se fijó en el punto rojo que lleva pintado entre las cejas, pero prefirió cerrar los ojos. Lalita la masajeó desde la frente hasta las uñas de los pies: la cara, el cuello, los hombros, pechos y pezones.Mientras la hindú seguía con el masaje por costillas y vientre, los pezones de Carla se desplegaron como pequeños dedos furiosos, erguidos, y sentía moverse el aire cálido en la habitación, y la caricia ocasional de los largos cabellos de Lalita. Cuando ella llegó a las ingles, los pezones de Carla todavía se tensaron más, desplegándose, disparándose... Tensó los muslos pero Lalita siguió suavemente, tratando por igual todas las partes de su cuerpo... La muchacha morena se montó de espaldas a ella sobre uno de sus muslos, obligándola a abrirse de piernas y sintió la vulva de Lalita en su piel. Por entre las pestañas a medio abrir, Carla vio alzarse las nalgas oscuras y redondas de Lalita,como en un sueño, cuando esta se inclinó para dedicarse a fondo a sus tobillos y pies; Carla ya había perdido la noción del tiempo y estaba casi dormida, solo quería que siguiese acariciándola... Casi inconscientemente abrió más los muslos, y Lalita cambió de posición, dejando que su piel aceitada acariciase la de Carla, y tumbada entre sus piernas abiertas se puso a repasarle la depilación del pubis y la vulva, y del ano, con infinito cuidado y experiencia... Carla apenas notó algún tirón, ella seguía acariciando y masajeando, ahora de nuevo la espalda y las nalgas. Carla notaba sus jugos manar de su vulva.
Carla notó primero el fresco que entró con la puerta, el olor a loción de afeitar de los dos hombres: Andrés entró en la habitación, con Satori. Tras ellos, entró Don Mario. Se volvió a mirar como una gatita sobre la cama inmensa. Vio a Satori desnuda delante de los hombres, su piel muy blanca y sus pequeños pechos erguidos; pero Andrés iba vestido con una camisa de seda gris marengo abierta y un pantalón oscuro, y Don Mario iba probablemente todo de negro, casi no se les veía a la luz de las velas, salvo las manos y el rostro... Fuera había anochecido. Junto a Carla, Satori, por indicación de Don Mario, dejó un conjunto de lencería negro, de encaje: un tanga mínimo, un culotte a juego, unas medias satinadas,sujetador a juego, provocativo, de los que realzan el busto juntando los pechos y, al mismo tiempo, dejan todo el escote abierto. Y una caja con un minivestido, apenas un poco de gasa y lentejuelas.
—Te esperamos en el Comedor Ambassador,preciosa; te dejamos con Satori y Lalita para que te arregles a tu gusto —dijo Don Mario. Y las muchachas les despidieron con reverencia. Las chicas la maquillaron como a una muñeca, e incluso le dieron talco por el cuerpo... Ella empezó a acariciarse el sexo delante de las muchachas, a ver cómo respondían, y ellas la dejaron hacer, pegando sus cuerpos desnudos al suyo. Se corrió de golpe, sintiendo los pezones de la hindú clavados en la espalda y con la vista llena del contraste entre las tres pieles, la casi negra de la india, la suya tan morena tras días de playa, y la piel de alabastro de la japonesa. Satori, precisamente, te tomó la mano y le lamió los dedos con una sonrisa.
Finalmente, Carla se vistió con la ropa que le habían traído, los tacones más vertiginosos que podían soportar tus tobillos y se miró en el espejo: jamás se había visto tan seductora, tan elegantemente puta: sus pechos casi volaban por el escote, la minifalda de bordes irregulares cubría sus nalgas casi desnudas de puro milagro, el pelo lo llevaba recogido dejando su nuca al aire y el resultado era tan arrebatador, en absoluto vulgar, que se sintió tan satisfecha de tu aspecto como pocas veces.Las dos muchachas desnudas tras ella apenas resultaban excitantes en comparación, y eso que Carla era bastante bisexual.
—Salve, divina Afrodita de ornado trono— la saludó Don Mario cuando llegó al comedor. Su marcha en solitario, taconenando por los pasillos del hotel, dejó una estela de miradas atónitas, excitadas,envidiosas, que ella percibió en cada centímetro de piel perfumada que llevaba al aire. Allí le aguardaba Andrés, sentado a la mesa, y Don Mario, aposentado en un hondo sillón desde donde contemplaba la escena. En la mesa había una langosta abierta en dos y vino blanco del norte de España (el champán francés es una vulgaridad). No había camarero, era Andrés quien le servía la bebida,quien le ayudaba a cascar el caparazón de la langosta, quien repartió guarniciones en los platos. Don Mario era apenas una respiración susurrante enla penumbra de su rincón, pero Carla sentía los ojos del viejo clavados en su nuca desnuda. Movió su trasero respingón hacia atrás, de modo que la falda resbalase indiscreta hacia abajo; Carla no estaba segura, pero posiblemente Don Mario podía ver así la lencería negra asomando de la falda. Andrés parecía un sacerdote sirviendo ofrendas a la diosa del amor en un templo antiguo e ignoto,vigilado por el ídolo oscuro de otro dios más antiguo y arcano. Apenas conversaban, pero Andrés parecía haber prescindido de la presencia de Don Mario y sus ojos brillaban de deseo. Cuando Don Mario tocó la campanilla, entró un camarero con un postre flambeado en llamas.
Al acabar la cena salieron los tres del comedor, y Don Mario ciñó con su brazo la fina cintura de Carla; los tacones le ponían a la altura ideal, y así la rodeó por completo con el brazo para tocarle discretamente el ombligo por encima del vestido. Andrés, por el otro lado, le puso la mano en las nalgas y al ceñirse a ella cuando entraron en el ascensor, le hizo sentir su erección a través del pantalón. Carla encogió el vientre degusto. Ya en el ascensor Don Mario se la entregó a Andrés con un paso de baile,y sin tardanza él le devoró los labios y bebió su saliva; Carla buscó con sus uñas la piel de Andrés bajo la camisa mientras acercaba sus caderas contra las suyas.
La habitación estaba como la había dejado:penumbrosa, llena de los pesados aromas del sándalo y del incienso, con la música hindú canturreando suave y con la luz de las velas temblando sobre la piel de perla de Satori y la de chocolate de Lalita, y sobre la negra melena de ambas; esperaban arrodilladas en los costados de la cama, desnudas, con las manos sobre los muslos y una dulce sonrisa.
De pie, Andrés y Carla se fueron desnudando el uno al otro poquito a poco. Él bajó los tirantes del vestido y soltó sus pechos, mientras Carla le desabrochaba ansiosa la camisa. El vestido se resbaló al suelo con un suspiro, y Don Mario se agachó para descalzarla; Carla quedó tan solo con la lencería, y así acabó de desnudar a Andrés. También Satori había depilado por completo a Andrés, y el deseo llenaba de sangre su miembro desnudo, que al verse al aire libre se desperezó como una serpiente traviesa, ajena a la atmósfera. Carla sintió la erección de Andrés en su vientre y, sin sorprenderse demasiado, la de Don Mario entre sus nalgas. El falo monstruoso del anciano empujó, metiendo el culotte ente ellas; Andrés tiró del tanga como de unas riendas y Carla sintió como el triángulo del tanga se deslizaba sobre su sexo depilado y palpitante; clavó los pezones en el pecho de Andrés. Se besaron como si no hubiera más aire que respirar que el de sus bocas, mientras Don Mario se hacía a un lado. Cayeron despacio en la cama,despacio, y Carla empezó a lamerle el glande a Andrés y acariciarle con sus uñas los testículos y el ano, y notó en la boca como la serpiente se iba convirtiendo en hierro palpitante y caliente; Don Mario aproximó su verga y mientras Lalita le masajeaba el colgante escroto, la introdujo en la boca de Carla junto al pene de Andrés. Carla jugó con la lengua con los dos glandes, y acarició el glande grande y rosado de Don Mario con el duro, puntiagudo y morado de Andrés. Mientras ella jugaba así con las dos pollas, Satori le bajó culotte y tanga y la dejó por fin desnuda. Carla lamió y chupó, y sintió las primeras gotas de sal que escapaban del glande de Andrés; sintió con su mano vibrar en la base del falo curvo y ardiente la eyaculación, tantas veces retenida a lo largo de aquel día orgiástico. Escupió en la polla de Don Mario,roja, pero Andrés le tomó la cabeza entre las manos y le subió para besarle los labios.
Andrés se puso entonces a lamerle la vulva depilada y abierta, palpitante como un extraño molusco rosa. Le trabajó el clítoris con la lengua vibrante, y estiró sus labios menores apretándolos con sus labios. Carla se arqueó hacia atrás y Lalita puso la cabeza de Carla en su regazo y empezó a masajearle las sienes... Carla se pellizcó los pezones con saña, dividida entre la sensación tan suave que te producía el masaje de Lalita y el fuego que le producían los dedos que Andrés metía y sacaba de la vagina y del ano a ritmo rápido, mientras seguía chupando y mordisqueando su clítoris. Carla no lo sabía, pero mientras tanto Satori había estado lamiendo el ano de Andrés; de repente, la oriental se giró y se tragó hasta los huevos el falo de Don Mario, que asomaba entre su ropa negra como un extraño fruto. Andrés estaba de rodillas entre sus piernas, y Satori volvió a lamerle el ano y los testículos para mantener su falo en estado de máxima excitación, mientras ofrecía su trasero a Don Mario.
Por fin, Andrés la penetró, una y otra vez, duro, implacable; Carla apretaba los músculos de la vagina cuando el glande le llegaba hasta lo más hondo, masajeándole con ese anillo de músculos la base del pene. Andrés la alzó bruscamente por las caderas, y Lalita colocó unas almohadas debajo de sus riñones para dejarla expuesta y que Andrés la penetrara en un ángulo desde donde todos pudiesen verla abierta. Satori y Lalita les untaron los sexos con una crema afrodisíaca, y Lalita volvió a ponerse detrás de Carla, sujetando sus pechos y ofreciéndoselos a Andrés. Andrés le chupaba y lamía los pezones a Carla, y ahora frotaba rítmicamente el pene erecto entre sus labios mayores: cada embite hacía que el glande chocase con su clítoris. Al fondo de la habitación, Don Mario se había sentado,y Satori se había sentado sobre él; ambos contemplaban la escena inexpresivos, mientras la japonesa se movía arriba y abajo lentamente, metiendo a veces la mano entre sus
piernas para acariciarle los huevos al viejo.
Andrés hizo una pausa. Se alzó sobre ella,y un hilillo de jugos brilló a la luz de las velas entre la punta de su polla tiesa y el coño abierto de Carla... Lalita lo rompió con un dedo y se lo chupó,sonriendo; avanzó con las rodillas y con los muslos abiertos, puso su vulva sobre la cara de Carla, al alcance de su lengua; Carla no se hizo de rogar. Lalita llevaba un rasurado brasileño, y la línea de vello negro se frotó contra la barbilla de Carla.
Mientras se oía el chapoteo de la lenguaen el sexo de la hindú, Satori se acercó y se abrazó a Andrés por detrás; cuando Lalita se separó un momento de su cara, Carla pudo ver las manos de la japonesa frotando el pene y los huevos de su novio frente a su sexo. Tras ella, Don Mario, que la había penetrado de nuevo por detrás, jadeaba, pellizcando los pezones de la japonesa. Lalita volvió a encabalgar su vulva contra la boca de Carla, pero se dejó caer hacia adelante y sin avisar embutió fría vaselina en su ano, y lo dilató con sus dedos finos y veloces. En ese momento, Satori y Don Mario empujaron, y Andrés, rodeado por los brazos de la japonesa, se vino hacia adelante, embistiendo con la polla como con una daga contra el agujero del culo de Carla. Dirigido por esas manos expertas, Andrés la penetró, y tras la primera sensación de extrañeza, Carla empezó a mover las caderas al ritmo de sus embestidas. Satori y Lalita chupaban ahora cada una uno de sus pezones, y mientras Andrés seguía atacando su ano, Don Mario metió dos pulgares en su vagina abierta y anhelante, presionandole el pubis mojado con las palmas de las manos, y le masajeó el clítoris, breves círculos con sus ásperos nudillos. Ella tomó con los labios la polla colgante de Don Mario que oscilaba aún semierecta ante sus ojos, y saboreó los jugos de Satori y el semen de su maestro.Finalmente Andrés sacó su verga y explotó, y un largo reguero de semen le atravesó el vientre, pasó entre sus pechos dejando una sensación ardiente y le alcanzó el mentón. Satori y Lalita se apresuraron a lamer, a limpiar con sus lenguas vibrátiles el semen de su cuerpo y de las pollas de Andrés y Don Mario. Cruzadas sobre su rostro, las dos chicas orientales intercambian fluidos en un largo beso; gotas traslúcidas caen sobre la boca que Carla abre golosa.
Pero el primer disparo de Andrés no ha acabado con su erección, y Andrés aún tiene energía para volver a penetrarla con un largo abrazo; pasó sus brazos bajo su cuerpo y sus manos llegaron hasta sus hombros y así empezó a marcarle un ritmo suave, como de habanera. Carla se abraza a Andrés con las piernas en tono a sus caderas mientras alza las suyas ofreciéndose, con los pies en las nalgas de Andrés para hacerle saber qué ritmo necesita, más rápido, más rápido... Acelerando poco a poco, estallan los dos en un orgasmo compartido y agotador.
Andrés queda derribado sobre ella, aplastándola. Su pene, por fin relajado, se sale de su vagina chorreante. Carla siente aún la lengua de una de las chicas rebañando los jugos que se escurren por sus nalgas. Cuando por fin Carla levantó la cabeza, las muchachas orientales habían desaparecido discretamente. Don Mario, ya vestido, se levantó del sillón, le sonrió y se fue sin decir palabra; Carla no lo sabía, pero esa iba a ser la última vez que viese al viejo. Están solos, y una a una las velas se van apagando, dejándolos al uno en brazos del otro. El amanecer está todavía muy lejos.
Episodio 1 : http://www.poringa.net/posts/relatos/3069555/Las-aventuras-de-Carla-1.html
Episodio 2 : http://www.poringa.net/posts/relatos/3095175/Las-aventuras-de-Carla-2-Playa-hot.html
Carla y Andrés volvieron al hotel. Ya atardecía; la juerga con los otros nudistas había durado bastante. Se subieron al coche desnudos, y mientras Andrés conducía, Carla se encargó de mantenerle la trempera en órbita, con caricias en los huevos y en la base de la verga; jugaba con la arena que aún llevaba pegada al cuerpo. Al llegar al parking, Carla se ató al cuello un pareo de gasa, cruzándoselo por delante y salió del coche; llevaba el trasero prácticamente al aire.
Andrés a duras penas podía ocultar la tienda de campaña que se le levantaba en el bañador que se puso a toda prisa.Las miradas de la chica de recepción no pudieron ser más expresivas. Carla dejó que pareo se abriera, mostrando claramente que estaba desnuda debajo. En el ascensor coincidieron con dos chicas jovencitas, extranjeras, que se pusieron coloradas al ver los pezones de Carla asomando por entre el pareo desordenado, y el bultaco que mostraba Andrés bajo el ombligo; se miraron entre ellas y en los labios les temblaba la sonrisa. Carla las había visto tomar el sol en topless en la piscina; cuando ellas bajaron un par de plantas antes que ellos,anotó mentalmente el piso y el culito delicioso que mostraba una de ellas asomando de un biquini demasiado ajustado. Para otra vez, pensó.
Al bajar, abrieron apresuradamente la puerta de su habitación. Allí les aguardaba una sorpresa. Dos deliciosas muchachas orientales, más menudas todavía que Carla, estaban en arrodilladas sobre la cama.
Habían convertido la habitación en un lugar relajante y tibio. Las persianas tamizan suavemente la luz del atardecer y manchas rosadas, violetas y doradas se proyectaban sobre la sábana de la cama más grande que Carla hubiera visto nunca. Ardían varitas con aroma a sándalo y la cama estaba rodeada de velas...
—Lo más difícil de organizar —dijo Don Mario, semioculto en la penumbra—, ha sido que la administración del hotel haya permitido cambiar la cama de la habitación. Convencer a Andrés ha sido mucho, mucho más fácil... —concluyó con una sonrisa torcida.
Carla se quedó mirando todo aquello. Andrés también miraba, algo sorprendido; obviamente, a pesar de lo dicho por Don Mario, su participación en el asunto había sido mínima, y no tenía ni idea de ir a encontrarse ya el plan montado en la habitación. Don Mario estaba desnudo y su miembro brillaba. Probablemente, saliva de una de las chicas. O de las dos. Empezó a vestirse, y una de las chicas se apresuró a ayudarle.
—Andrés, por favor, ven conmigo para disponer la cena…—dijo Don Mario—. Tú, por favor, pasa a la ducha para quitarte la arena de la playa; Lalita, que es de la India, está aquí solo para ayudarte y relajarte. Satori, la japonesa, atenderá a Andrés en mi habitación. Os espero fuera.
Lalita le abrió la puerta del baño, que también estaba intensamente perfumado, y Carla entró en la ducha, preguntándose en qué iría a parar todo. Casi ni se dio cuenta de que Lalita entraba tras ella en la cabina; la muchacha le enjabonó todo el cuerpo, mirándola a los ojos con una sonrisa al pasar lentamente la mano llena de espuma por su vulva y entre sus nalgas. Luego la dejó sola, para que se aclarase. Cuando Carla salió,envuelta en la toalla, se encontró a Lalita de rodillas en la cama, con una camisola de seda abierta, esperando para darle un masaje. Carla envidió su cabello negro hasta la cintura, su piel oscura, y le sorprendió su modestia,tan distinta de las parejas de la playa: por ejemplo, mantuvo la vista baja mientras ella se quitaba la toalla y se tumbaba para el masaje.
Lalita le untó la espalda en bálsamos y le dio un masaje en la nuca y los hombros; en los riñones le puso dos piedras negras calientes que irradiaban energía a su espalda e incluso a su vientre. Luego empezó a masajear sus nalgas, muslos y pantorrillas, y se demoró largo rato con los pies. Había tanto bálsamo aromático y la sensación de sus manos era tan aceitosa que por un momento Carla pensó que Lalita le estaba lamiendo los dedos de los pies, y eso le excitó... Carla giró la cabeza para mirar por encima del hombro y ella estaba tan sólo acariciándole los pies... pero ahora la muchacha estaba desnuda del todo; se veían a la luz de las velas sus pezones muy negros y sus pechos erguidos, con forma de fruta. Sus manos brillaban a la luz de las velas y volvieron hasta sus caderas; Lalita retiró las piedras y le hizo ponerse boca arriba.
Hasta ese momento casi ni lo había notado,pero había música de sitar de fondo, esa música hindú envolvente, repetitiva, dulzarrona a veces, a veces enervante... Ahora sonaba rápido el ritmo de tabla(tambor) que acompañaba al sitar, y Carla vio cómo la muchacha desnuda se inclinaba sobre ella... Se fijó en el punto rojo que lleva pintado entre las cejas, pero prefirió cerrar los ojos. Lalita la masajeó desde la frente hasta las uñas de los pies: la cara, el cuello, los hombros, pechos y pezones.Mientras la hindú seguía con el masaje por costillas y vientre, los pezones de Carla se desplegaron como pequeños dedos furiosos, erguidos, y sentía moverse el aire cálido en la habitación, y la caricia ocasional de los largos cabellos de Lalita. Cuando ella llegó a las ingles, los pezones de Carla todavía se tensaron más, desplegándose, disparándose... Tensó los muslos pero Lalita siguió suavemente, tratando por igual todas las partes de su cuerpo... La muchacha morena se montó de espaldas a ella sobre uno de sus muslos, obligándola a abrirse de piernas y sintió la vulva de Lalita en su piel. Por entre las pestañas a medio abrir, Carla vio alzarse las nalgas oscuras y redondas de Lalita,como en un sueño, cuando esta se inclinó para dedicarse a fondo a sus tobillos y pies; Carla ya había perdido la noción del tiempo y estaba casi dormida, solo quería que siguiese acariciándola... Casi inconscientemente abrió más los muslos, y Lalita cambió de posición, dejando que su piel aceitada acariciase la de Carla, y tumbada entre sus piernas abiertas se puso a repasarle la depilación del pubis y la vulva, y del ano, con infinito cuidado y experiencia... Carla apenas notó algún tirón, ella seguía acariciando y masajeando, ahora de nuevo la espalda y las nalgas. Carla notaba sus jugos manar de su vulva.
Carla notó primero el fresco que entró con la puerta, el olor a loción de afeitar de los dos hombres: Andrés entró en la habitación, con Satori. Tras ellos, entró Don Mario. Se volvió a mirar como una gatita sobre la cama inmensa. Vio a Satori desnuda delante de los hombres, su piel muy blanca y sus pequeños pechos erguidos; pero Andrés iba vestido con una camisa de seda gris marengo abierta y un pantalón oscuro, y Don Mario iba probablemente todo de negro, casi no se les veía a la luz de las velas, salvo las manos y el rostro... Fuera había anochecido. Junto a Carla, Satori, por indicación de Don Mario, dejó un conjunto de lencería negro, de encaje: un tanga mínimo, un culotte a juego, unas medias satinadas,sujetador a juego, provocativo, de los que realzan el busto juntando los pechos y, al mismo tiempo, dejan todo el escote abierto. Y una caja con un minivestido, apenas un poco de gasa y lentejuelas.
—Te esperamos en el Comedor Ambassador,preciosa; te dejamos con Satori y Lalita para que te arregles a tu gusto —dijo Don Mario. Y las muchachas les despidieron con reverencia. Las chicas la maquillaron como a una muñeca, e incluso le dieron talco por el cuerpo... Ella empezó a acariciarse el sexo delante de las muchachas, a ver cómo respondían, y ellas la dejaron hacer, pegando sus cuerpos desnudos al suyo. Se corrió de golpe, sintiendo los pezones de la hindú clavados en la espalda y con la vista llena del contraste entre las tres pieles, la casi negra de la india, la suya tan morena tras días de playa, y la piel de alabastro de la japonesa. Satori, precisamente, te tomó la mano y le lamió los dedos con una sonrisa.
Finalmente, Carla se vistió con la ropa que le habían traído, los tacones más vertiginosos que podían soportar tus tobillos y se miró en el espejo: jamás se había visto tan seductora, tan elegantemente puta: sus pechos casi volaban por el escote, la minifalda de bordes irregulares cubría sus nalgas casi desnudas de puro milagro, el pelo lo llevaba recogido dejando su nuca al aire y el resultado era tan arrebatador, en absoluto vulgar, que se sintió tan satisfecha de tu aspecto como pocas veces.Las dos muchachas desnudas tras ella apenas resultaban excitantes en comparación, y eso que Carla era bastante bisexual.
—Salve, divina Afrodita de ornado trono— la saludó Don Mario cuando llegó al comedor. Su marcha en solitario, taconenando por los pasillos del hotel, dejó una estela de miradas atónitas, excitadas,envidiosas, que ella percibió en cada centímetro de piel perfumada que llevaba al aire. Allí le aguardaba Andrés, sentado a la mesa, y Don Mario, aposentado en un hondo sillón desde donde contemplaba la escena. En la mesa había una langosta abierta en dos y vino blanco del norte de España (el champán francés es una vulgaridad). No había camarero, era Andrés quien le servía la bebida,quien le ayudaba a cascar el caparazón de la langosta, quien repartió guarniciones en los platos. Don Mario era apenas una respiración susurrante enla penumbra de su rincón, pero Carla sentía los ojos del viejo clavados en su nuca desnuda. Movió su trasero respingón hacia atrás, de modo que la falda resbalase indiscreta hacia abajo; Carla no estaba segura, pero posiblemente Don Mario podía ver así la lencería negra asomando de la falda. Andrés parecía un sacerdote sirviendo ofrendas a la diosa del amor en un templo antiguo e ignoto,vigilado por el ídolo oscuro de otro dios más antiguo y arcano. Apenas conversaban, pero Andrés parecía haber prescindido de la presencia de Don Mario y sus ojos brillaban de deseo. Cuando Don Mario tocó la campanilla, entró un camarero con un postre flambeado en llamas.
Al acabar la cena salieron los tres del comedor, y Don Mario ciñó con su brazo la fina cintura de Carla; los tacones le ponían a la altura ideal, y así la rodeó por completo con el brazo para tocarle discretamente el ombligo por encima del vestido. Andrés, por el otro lado, le puso la mano en las nalgas y al ceñirse a ella cuando entraron en el ascensor, le hizo sentir su erección a través del pantalón. Carla encogió el vientre degusto. Ya en el ascensor Don Mario se la entregó a Andrés con un paso de baile,y sin tardanza él le devoró los labios y bebió su saliva; Carla buscó con sus uñas la piel de Andrés bajo la camisa mientras acercaba sus caderas contra las suyas.
La habitación estaba como la había dejado:penumbrosa, llena de los pesados aromas del sándalo y del incienso, con la música hindú canturreando suave y con la luz de las velas temblando sobre la piel de perla de Satori y la de chocolate de Lalita, y sobre la negra melena de ambas; esperaban arrodilladas en los costados de la cama, desnudas, con las manos sobre los muslos y una dulce sonrisa.
De pie, Andrés y Carla se fueron desnudando el uno al otro poquito a poco. Él bajó los tirantes del vestido y soltó sus pechos, mientras Carla le desabrochaba ansiosa la camisa. El vestido se resbaló al suelo con un suspiro, y Don Mario se agachó para descalzarla; Carla quedó tan solo con la lencería, y así acabó de desnudar a Andrés. También Satori había depilado por completo a Andrés, y el deseo llenaba de sangre su miembro desnudo, que al verse al aire libre se desperezó como una serpiente traviesa, ajena a la atmósfera. Carla sintió la erección de Andrés en su vientre y, sin sorprenderse demasiado, la de Don Mario entre sus nalgas. El falo monstruoso del anciano empujó, metiendo el culotte ente ellas; Andrés tiró del tanga como de unas riendas y Carla sintió como el triángulo del tanga se deslizaba sobre su sexo depilado y palpitante; clavó los pezones en el pecho de Andrés. Se besaron como si no hubiera más aire que respirar que el de sus bocas, mientras Don Mario se hacía a un lado. Cayeron despacio en la cama,despacio, y Carla empezó a lamerle el glande a Andrés y acariciarle con sus uñas los testículos y el ano, y notó en la boca como la serpiente se iba convirtiendo en hierro palpitante y caliente; Don Mario aproximó su verga y mientras Lalita le masajeaba el colgante escroto, la introdujo en la boca de Carla junto al pene de Andrés. Carla jugó con la lengua con los dos glandes, y acarició el glande grande y rosado de Don Mario con el duro, puntiagudo y morado de Andrés. Mientras ella jugaba así con las dos pollas, Satori le bajó culotte y tanga y la dejó por fin desnuda. Carla lamió y chupó, y sintió las primeras gotas de sal que escapaban del glande de Andrés; sintió con su mano vibrar en la base del falo curvo y ardiente la eyaculación, tantas veces retenida a lo largo de aquel día orgiástico. Escupió en la polla de Don Mario,roja, pero Andrés le tomó la cabeza entre las manos y le subió para besarle los labios.
Andrés se puso entonces a lamerle la vulva depilada y abierta, palpitante como un extraño molusco rosa. Le trabajó el clítoris con la lengua vibrante, y estiró sus labios menores apretándolos con sus labios. Carla se arqueó hacia atrás y Lalita puso la cabeza de Carla en su regazo y empezó a masajearle las sienes... Carla se pellizcó los pezones con saña, dividida entre la sensación tan suave que te producía el masaje de Lalita y el fuego que le producían los dedos que Andrés metía y sacaba de la vagina y del ano a ritmo rápido, mientras seguía chupando y mordisqueando su clítoris. Carla no lo sabía, pero mientras tanto Satori había estado lamiendo el ano de Andrés; de repente, la oriental se giró y se tragó hasta los huevos el falo de Don Mario, que asomaba entre su ropa negra como un extraño fruto. Andrés estaba de rodillas entre sus piernas, y Satori volvió a lamerle el ano y los testículos para mantener su falo en estado de máxima excitación, mientras ofrecía su trasero a Don Mario.
Por fin, Andrés la penetró, una y otra vez, duro, implacable; Carla apretaba los músculos de la vagina cuando el glande le llegaba hasta lo más hondo, masajeándole con ese anillo de músculos la base del pene. Andrés la alzó bruscamente por las caderas, y Lalita colocó unas almohadas debajo de sus riñones para dejarla expuesta y que Andrés la penetrara en un ángulo desde donde todos pudiesen verla abierta. Satori y Lalita les untaron los sexos con una crema afrodisíaca, y Lalita volvió a ponerse detrás de Carla, sujetando sus pechos y ofreciéndoselos a Andrés. Andrés le chupaba y lamía los pezones a Carla, y ahora frotaba rítmicamente el pene erecto entre sus labios mayores: cada embite hacía que el glande chocase con su clítoris. Al fondo de la habitación, Don Mario se había sentado,y Satori se había sentado sobre él; ambos contemplaban la escena inexpresivos, mientras la japonesa se movía arriba y abajo lentamente, metiendo a veces la mano entre sus
piernas para acariciarle los huevos al viejo.
Andrés hizo una pausa. Se alzó sobre ella,y un hilillo de jugos brilló a la luz de las velas entre la punta de su polla tiesa y el coño abierto de Carla... Lalita lo rompió con un dedo y se lo chupó,sonriendo; avanzó con las rodillas y con los muslos abiertos, puso su vulva sobre la cara de Carla, al alcance de su lengua; Carla no se hizo de rogar. Lalita llevaba un rasurado brasileño, y la línea de vello negro se frotó contra la barbilla de Carla.
Mientras se oía el chapoteo de la lenguaen el sexo de la hindú, Satori se acercó y se abrazó a Andrés por detrás; cuando Lalita se separó un momento de su cara, Carla pudo ver las manos de la japonesa frotando el pene y los huevos de su novio frente a su sexo. Tras ella, Don Mario, que la había penetrado de nuevo por detrás, jadeaba, pellizcando los pezones de la japonesa. Lalita volvió a encabalgar su vulva contra la boca de Carla, pero se dejó caer hacia adelante y sin avisar embutió fría vaselina en su ano, y lo dilató con sus dedos finos y veloces. En ese momento, Satori y Don Mario empujaron, y Andrés, rodeado por los brazos de la japonesa, se vino hacia adelante, embistiendo con la polla como con una daga contra el agujero del culo de Carla. Dirigido por esas manos expertas, Andrés la penetró, y tras la primera sensación de extrañeza, Carla empezó a mover las caderas al ritmo de sus embestidas. Satori y Lalita chupaban ahora cada una uno de sus pezones, y mientras Andrés seguía atacando su ano, Don Mario metió dos pulgares en su vagina abierta y anhelante, presionandole el pubis mojado con las palmas de las manos, y le masajeó el clítoris, breves círculos con sus ásperos nudillos. Ella tomó con los labios la polla colgante de Don Mario que oscilaba aún semierecta ante sus ojos, y saboreó los jugos de Satori y el semen de su maestro.Finalmente Andrés sacó su verga y explotó, y un largo reguero de semen le atravesó el vientre, pasó entre sus pechos dejando una sensación ardiente y le alcanzó el mentón. Satori y Lalita se apresuraron a lamer, a limpiar con sus lenguas vibrátiles el semen de su cuerpo y de las pollas de Andrés y Don Mario. Cruzadas sobre su rostro, las dos chicas orientales intercambian fluidos en un largo beso; gotas traslúcidas caen sobre la boca que Carla abre golosa.
Pero el primer disparo de Andrés no ha acabado con su erección, y Andrés aún tiene energía para volver a penetrarla con un largo abrazo; pasó sus brazos bajo su cuerpo y sus manos llegaron hasta sus hombros y así empezó a marcarle un ritmo suave, como de habanera. Carla se abraza a Andrés con las piernas en tono a sus caderas mientras alza las suyas ofreciéndose, con los pies en las nalgas de Andrés para hacerle saber qué ritmo necesita, más rápido, más rápido... Acelerando poco a poco, estallan los dos en un orgasmo compartido y agotador.
Andrés queda derribado sobre ella, aplastándola. Su pene, por fin relajado, se sale de su vagina chorreante. Carla siente aún la lengua de una de las chicas rebañando los jugos que se escurren por sus nalgas. Cuando por fin Carla levantó la cabeza, las muchachas orientales habían desaparecido discretamente. Don Mario, ya vestido, se levantó del sillón, le sonrió y se fue sin decir palabra; Carla no lo sabía, pero esa iba a ser la última vez que viese al viejo. Están solos, y una a una las velas se van apagando, dejándolos al uno en brazos del otro. El amanecer está todavía muy lejos.
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