Mara estaba distraída jugando con su tablet en nuestra cama, la observaba en silencio y no podía creer que esa mujer de 31 años, hermosa y sensual, estuviera visitándome después de unos largos meses de relacionarnos virtualmente. Se veía apacible e inocente y el sol que entraba por la ventana la arropaba en esa tarde de junio invernal.
En un momento levantó la vista y sus ojos verdes se clavaron en los míos con curiosidad, se había percatado que durante muchos minutos la admiré en silencio, embelesado. Me sentí como un ladrón que quiere retirarse de la escena del crimen sin dejar rastros; un silencio incómodo y el sentirme vulnerable me pusieron muy nervioso, claro que me gustaba arrolladoramente, pero que se diera cuenta de esa manera me dejaba demasiado expuesto, era casi una confesión de parte de lo que provocaba en mí.
Tenía que salir de ese momento lo más decorosamente posible, sin pensar le dije:
- ¿querés hacerlo en mi silla? - Un rayo de luz se instaló en su mirada y con absoluta calma me dijo - bueno…- Casi como si le diera lo mismo.
Se acercó midiendo sus movimientos y una sonrisa amplia se le formaba mientras nos mirábamos con deseo; tomó mi cara con sus dos manos, abrió su boca generosamente y nos besamos con total entrega; nuestras lenguas eran gladiadoras en la arena de la lujuria, la lucha era por ver quién mataba de placer a su contrincante. Un océano de saliva caliente con sabor a hembra febril puso mi obelisco a echar líquido pre seminal en forma de gotones perlados dentro de mi pantalón.
Sus manos pronto recorrieron mi torso hasta posarse encima de mi falo enhiesto; mientras una estiraba el elástico de la prenda, la otra se escabullía dentro para tomar mi sexo con ansias y sacarlo para admirar por un instante el resultado de su capacidad erótica. Mi pene grueso y duro se rendía ante la exquisita masturbación que me estaba dando ella; era hermoso sentir el contacto de sus dedos con el tronco pétreo y caliente de ese miembro mojado de tanta excitación; con la habilidad de una amante experimentada introdujo el glande en su boca para, sin descanso, seguir con el resto hasta cubrirlo todo.
No podía más que rendirme a ese placer sublime que provocaba con su lengua en torbellino alrededor de mi pene; sólo podía dejarme llevar como si del canto de las sirenas se tratase, a partir de ese momento abandoné mi cuerpo a su merced, las palabras no salían, se agolpaban en la garganta y el corazón se hacía chiquito.
Sus labios liberaron mi pija, me colocó un preservativo y se incorporó, me miró... pude reconocer la lujuria en su rostro, era una hembra majestuosa a punto de desatar sus artes amatorias sin reparos.
Tomó la manta que uso a modo de cojín para sentarme más confortablemente y tiró de ella hasta colocar mi cuerpo en forma semi horizontal, ese simple acto la transformó, una vez acabado el movimiento desmontó uno de los apoyabrazos para continuar inmediatamente con el otro, que como un nene caprichoso, no quería salir de su posición; Mara forcejeaba con esa terca pieza de mi silla con desesperación mientras sin mediar palabra yo la miraba como quien ve un cuadro de Dalí, era todo tan surreal, hermosamente surreal.
Logró sacar el apoyabrazos y ambos reímos, después se quitó el jean y su calzón rápidamente. Estábamos a punto de fundirnos en mi reino rodante, era liberar nuestros instintos para que se expresen a través de nuestros cuerpos.
Sus piernas se abrieron como si fueran las puertas del cielo y a horcajadas se sentó encima y frente a mí; inmediatamente sentí su vulva empapada, era la primera vez que sentía tal cantidad de humedad en el sexo de una mujer.
Con una de sus manos agarró mi verga y magistralmente la acomodó en la entrada de su vagina, de un movimiento permitió que la invadiera hasta el fondo, demás está decir que la sensación de calor y humedad fueron como un Cross de derecha a mis sentidos, una corriente eléctrica atravesó mi columna y mis manos torpemente intentaban alcanzar sus grandes y redondas tetas; con los típicos movimientos de pinza de quien no tiene una motricidad fina adecuada tomé sus pezones acariciándolos con devoción; son pequeños botones de delirio que, una vez duros de goce, chupé, lamí y mordí con gula. Debo reconocer que soy un hombre apasionado por los pechos de las mujeres, y esas hermosas tetas eran la gloria.
Estábamos creando un adagio de jadeos, suspiros y gemidos; cruzó sus manos detrás de mí nuca sosteniéndome la cabeza, acercándome a ella mientras sus caderas comenzaban lentamente un movimiento liberando y aprisionando mi falo una y otra vez; era una tempestad de placer desenfrenada. El ritmo frenético de sus movimientos me llevaban a un infierno de sensualidad y deleite, nos besábamos y mordíamos ilimitadamente; yo intentaba moverme para acompañar sus vaivén y ese esfuerzo la excitaba aún más, me preguntaba si me gustaba lo que estaba haciendo y a duras penas podía contestarle: ¡si mi amor! ¡Así, así!…
No sé cuánto tiempo estuvimos en esa gimnasia, quería que durase un par de siglos (aún lo quiero), lo cierto es que Mara cerró sus ojos, me apretó contra ella y volcó su cabeza hacia mí en señal de un inminente y tremendo orgasmo que acompañó con algunos gemidos ahogados; verla así fue un llamado a mis instintos más bestiales, a mi esencia de hombre caliente, de animal en celo… Sentí como mi pija se tensó en su interior, latía dándome un indescriptible e incontrolable placer que en un segundo más me transportó a la tierra prometida del orgasmo. Acabé casi inmediatamente después de mi amante…
Nos quedamos unos instantes juntos tratando de asimilar lo que había pasado, no podíamos creer que, lo que tantas veces habíamos hablado a la distancia, se había concretado en ese momento; fue sublime ese encuentro al que le sucedieron varios más, pero la primera vez que hicimos el amor en mi silla de ruedas quedará para siempre en nosotros.
Mi silla y Mara… quién diría que en tan poco espacio pueda entrar tanto amor.
En un momento levantó la vista y sus ojos verdes se clavaron en los míos con curiosidad, se había percatado que durante muchos minutos la admiré en silencio, embelesado. Me sentí como un ladrón que quiere retirarse de la escena del crimen sin dejar rastros; un silencio incómodo y el sentirme vulnerable me pusieron muy nervioso, claro que me gustaba arrolladoramente, pero que se diera cuenta de esa manera me dejaba demasiado expuesto, era casi una confesión de parte de lo que provocaba en mí.
Tenía que salir de ese momento lo más decorosamente posible, sin pensar le dije:
- ¿querés hacerlo en mi silla? - Un rayo de luz se instaló en su mirada y con absoluta calma me dijo - bueno…- Casi como si le diera lo mismo.
Se acercó midiendo sus movimientos y una sonrisa amplia se le formaba mientras nos mirábamos con deseo; tomó mi cara con sus dos manos, abrió su boca generosamente y nos besamos con total entrega; nuestras lenguas eran gladiadoras en la arena de la lujuria, la lucha era por ver quién mataba de placer a su contrincante. Un océano de saliva caliente con sabor a hembra febril puso mi obelisco a echar líquido pre seminal en forma de gotones perlados dentro de mi pantalón.
Sus manos pronto recorrieron mi torso hasta posarse encima de mi falo enhiesto; mientras una estiraba el elástico de la prenda, la otra se escabullía dentro para tomar mi sexo con ansias y sacarlo para admirar por un instante el resultado de su capacidad erótica. Mi pene grueso y duro se rendía ante la exquisita masturbación que me estaba dando ella; era hermoso sentir el contacto de sus dedos con el tronco pétreo y caliente de ese miembro mojado de tanta excitación; con la habilidad de una amante experimentada introdujo el glande en su boca para, sin descanso, seguir con el resto hasta cubrirlo todo.
No podía más que rendirme a ese placer sublime que provocaba con su lengua en torbellino alrededor de mi pene; sólo podía dejarme llevar como si del canto de las sirenas se tratase, a partir de ese momento abandoné mi cuerpo a su merced, las palabras no salían, se agolpaban en la garganta y el corazón se hacía chiquito.
Sus labios liberaron mi pija, me colocó un preservativo y se incorporó, me miró... pude reconocer la lujuria en su rostro, era una hembra majestuosa a punto de desatar sus artes amatorias sin reparos.
Tomó la manta que uso a modo de cojín para sentarme más confortablemente y tiró de ella hasta colocar mi cuerpo en forma semi horizontal, ese simple acto la transformó, una vez acabado el movimiento desmontó uno de los apoyabrazos para continuar inmediatamente con el otro, que como un nene caprichoso, no quería salir de su posición; Mara forcejeaba con esa terca pieza de mi silla con desesperación mientras sin mediar palabra yo la miraba como quien ve un cuadro de Dalí, era todo tan surreal, hermosamente surreal.
Logró sacar el apoyabrazos y ambos reímos, después se quitó el jean y su calzón rápidamente. Estábamos a punto de fundirnos en mi reino rodante, era liberar nuestros instintos para que se expresen a través de nuestros cuerpos.
Sus piernas se abrieron como si fueran las puertas del cielo y a horcajadas se sentó encima y frente a mí; inmediatamente sentí su vulva empapada, era la primera vez que sentía tal cantidad de humedad en el sexo de una mujer.
Con una de sus manos agarró mi verga y magistralmente la acomodó en la entrada de su vagina, de un movimiento permitió que la invadiera hasta el fondo, demás está decir que la sensación de calor y humedad fueron como un Cross de derecha a mis sentidos, una corriente eléctrica atravesó mi columna y mis manos torpemente intentaban alcanzar sus grandes y redondas tetas; con los típicos movimientos de pinza de quien no tiene una motricidad fina adecuada tomé sus pezones acariciándolos con devoción; son pequeños botones de delirio que, una vez duros de goce, chupé, lamí y mordí con gula. Debo reconocer que soy un hombre apasionado por los pechos de las mujeres, y esas hermosas tetas eran la gloria.
Estábamos creando un adagio de jadeos, suspiros y gemidos; cruzó sus manos detrás de mí nuca sosteniéndome la cabeza, acercándome a ella mientras sus caderas comenzaban lentamente un movimiento liberando y aprisionando mi falo una y otra vez; era una tempestad de placer desenfrenada. El ritmo frenético de sus movimientos me llevaban a un infierno de sensualidad y deleite, nos besábamos y mordíamos ilimitadamente; yo intentaba moverme para acompañar sus vaivén y ese esfuerzo la excitaba aún más, me preguntaba si me gustaba lo que estaba haciendo y a duras penas podía contestarle: ¡si mi amor! ¡Así, así!…
No sé cuánto tiempo estuvimos en esa gimnasia, quería que durase un par de siglos (aún lo quiero), lo cierto es que Mara cerró sus ojos, me apretó contra ella y volcó su cabeza hacia mí en señal de un inminente y tremendo orgasmo que acompañó con algunos gemidos ahogados; verla así fue un llamado a mis instintos más bestiales, a mi esencia de hombre caliente, de animal en celo… Sentí como mi pija se tensó en su interior, latía dándome un indescriptible e incontrolable placer que en un segundo más me transportó a la tierra prometida del orgasmo. Acabé casi inmediatamente después de mi amante…
Nos quedamos unos instantes juntos tratando de asimilar lo que había pasado, no podíamos creer que, lo que tantas veces habíamos hablado a la distancia, se había concretado en ese momento; fue sublime ese encuentro al que le sucedieron varios más, pero la primera vez que hicimos el amor en mi silla de ruedas quedará para siempre en nosotros.
Mi silla y Mara… quién diría que en tan poco espacio pueda entrar tanto amor.
4 comentarios - Mi Silla y Mara