Todavía no amanece, aunque entre sueños alcanzo a divisar ese débil resplandor que ya desde temprano anuncia un día soleado y caluroso.
Me acomodo para seguir durmiendo un rato más, por lo menos hasta que suene la alarma del celular, y ahí es que la siento. Una erección. Mi marido la tiene parada.
¿Hace cuanto que no me despierto con una sorpresa tan agradable?
No es que no se le ponga dura, pero después de diez años de matrimonio, el fuego de la pasión ha ido perdiendo su intensidad.
De recién casados hacíamos el amor casi todos los días. Cualquier momento era bueno para el sexo. A la mañana, a la noche, incluso a la hora de la siesta.
Pero con el tiempo la frecuencia se fue estirando y hoy con lo justo lo mantenemos en una vez a la semana, quizás dos, pero ya sin esa espontaneidad que resulta tan satisfactoria.
Ahora es más como una obligación, algo que tenemos que hacer porque somos pareja. Por eso me sorprendía sentirlo así por la mañana, tan al palo y con la libido renovada.
Pero aunque no se tratara de algo común en nuestros despertares, entendía a que se debía tal motivación. El día anterior había hecho un viaje relámpago a Rosario para reunirse con potenciales inversores para la nueva empresa que estaba formando y así poder hacer realidad su viejo sueño de la autonomía laboral. Por lo visto (y palpado) el éxito de tal reunión estaba influyendo más que positivamente en su estado.
De espalda como estoy, me acomodo contra su cuerpo y apoyándole la cola me refriego despacito, sintiéndolo crecer entre mis nalgas.
-¡Mmmm...! ¿Qué tenemos acá? Parece que hoy es día de llegar tarde al trabajo- le digo y dándome la vuelta, le apoyo las tetas contra el pecho, besándolo en esa forma que solo los que comparten la misma cama todas las noches pueden hacerlo.
Aunque siempre me ha jurado que lo que más le atrajo de mí al conocernos no fueron mis tetas, sé que son su debilidad. Así que me levanto la camiseta con el dibujo de "Minnie" que uso como pijama, y se las estampo en toda la cara.
Incapaz de resistirse, me las agarra y apretando la una contra la otra, me las muerde con demasiada ternura. A veces quisiera que me muerda con fuerza, que me haga daño, que me deje los dedos y sus dientes marcados a pura pasión. Pero no..., me saborea despacio, suavemente, como si se me fueran a gastar si me chupa con demasiado entusiasmo.
Igual me gusta, me gusta sentir sus labios aprisionar mis pezones y saborearlos como lo haría con el fruto más selecto. Me gusta sentir su lengua deslizándose en torno a mis areolas, pintándolas de saliva, y sus dientes mordiendo aquí y allá, con esa delicadeza que, viniendo de él, llega a estremecerme tanto como el arrebato más salvaje y furioso.
Deslizo una mano por dentro de su pantalón pijama y le agarro la pija. Dura, caliente, crecida. Se la meneo, sintiendo como enseguida se me humedecen los dedos a causa de su excitación.
Me suelta los pechos y vuelve a besarme, largo y profundo, un beso de amor, no de lujuria como a los que estoy acostumbrada.
Cuando hace calor duermo con una remerita y en bombacha. Así que cuando se acomoda encima mío, solo tengo que sacármela, abrirme de piernas y recibirlo con esa entrega y docilidad que solo puede manifestar una esposa que ama a su marido.
Un leve empujón, firme, certero y ambos nos fundimos en un solo cuerpo, en una única entidad, indistinguible la una de la otra. Y por ese instante, en el que el tiempo y el espacio parecen disolverse a nuestro alrededor, Yo soy Él y Él es Yo, los dos somos uno, marido y mujer, amantes a pesar de todo y de todos.
Bien ubicado entre mis piernas, en ese lugar que es suyo por derecho propio, me hace el amor con esa dulzura que desmorona cualquier reclamo que pueda ejercer al respecto.
Me gusta el sexo duro, sí, me gusta que me cojan como a una puta, que me lastimen, que me hagan sentir el rigor de la virilidad, pero también me gusta como me ama mi marido. Para que me rompan el culo y me llenen la cara de leche están los otros, a él le corresponde amarme y hacerme sentir SU mujer.
Por eso hacemos el amor de frente, besándonos, buscándonos con los ojos, disfrutándonos sin culpas ni traiciones, sabiendo que el amor es eso que siempre podremos encontrar en la mirada del otro.
Mientras lo siento deslizándose dentro de mí, fluyendo en ese reducto que siempre será su hogar, me saco la remera, para sentir su piel contra la mía, dejándome embriagar por esa sensación que pese al paso de los años y la poca disponibilidad, sigue siendo tan intensa como la primera vez.
-¿Voy arriba?- le pregunto a sabiendas de que resulta su pose predilecta.
Asiente, por lo que cambiamos de posición. Ahora quedo yo encima, mis tetas cayendo pesadamente, que es lo que más le gusta, ver como se sacuden cuando me muevo. Así que le doy lo que le gusta, el agite.
Ahí encima soy Reina y Soberana, dominadora absoluta de su cuerpo y del mío. Pero no me muevo como Marita, la infiel, sino como Mariela, la esposa, más contenida, más moderada, aunque igualmente efectiva.
Como siempre, mi marido llega primero, intensa, fogosamente, diluyéndose como un volcán en mi interior. En cuanto a mí, me cuesta un poco más, pero es un problema mío, lo sé, porque disfruto todo el proceso, desde los besos hasta las caricias, pero cuando llega el momento del goce, ese instante supremo en que nuestro amor debería reivindicarse, no me queda otra que fingir el orgasmo.
Es algo que me pasa solo con él, ya que cuando estoy con otros hombres soy una máquina de echarme polvos, ustedes lo saben. Jamás he tenido que fingir con un amante, pero con mi marido siempre quedo en deuda. Lo cuál no significa que no lo ame, simplemente que el sexo conyugal me resulta insatisfactorio.
Claro que si pudiera gozar con él lo que llego a gozar con otros hombres, entonces Maritainfiel no existiría y no estaría acá contándoles todo esto.
Luego del amor, lo que más me gusta, acurrucarme entre sus brazos, mi lugar predilecto en el mundo, allí en donde nada ni nadie puede dañarme.
Por supuesto que ambos llegamos tarde a nuestros trabajos, aunque en este caso la tardanza está debidamente justificada. Después de todo, al menos para mí, un mañanero con mi marido no es cosa de todos los días.
Me acomodo para seguir durmiendo un rato más, por lo menos hasta que suene la alarma del celular, y ahí es que la siento. Una erección. Mi marido la tiene parada.
¿Hace cuanto que no me despierto con una sorpresa tan agradable?
No es que no se le ponga dura, pero después de diez años de matrimonio, el fuego de la pasión ha ido perdiendo su intensidad.
De recién casados hacíamos el amor casi todos los días. Cualquier momento era bueno para el sexo. A la mañana, a la noche, incluso a la hora de la siesta.
Pero con el tiempo la frecuencia se fue estirando y hoy con lo justo lo mantenemos en una vez a la semana, quizás dos, pero ya sin esa espontaneidad que resulta tan satisfactoria.
Ahora es más como una obligación, algo que tenemos que hacer porque somos pareja. Por eso me sorprendía sentirlo así por la mañana, tan al palo y con la libido renovada.
Pero aunque no se tratara de algo común en nuestros despertares, entendía a que se debía tal motivación. El día anterior había hecho un viaje relámpago a Rosario para reunirse con potenciales inversores para la nueva empresa que estaba formando y así poder hacer realidad su viejo sueño de la autonomía laboral. Por lo visto (y palpado) el éxito de tal reunión estaba influyendo más que positivamente en su estado.
De espalda como estoy, me acomodo contra su cuerpo y apoyándole la cola me refriego despacito, sintiéndolo crecer entre mis nalgas.
-¡Mmmm...! ¿Qué tenemos acá? Parece que hoy es día de llegar tarde al trabajo- le digo y dándome la vuelta, le apoyo las tetas contra el pecho, besándolo en esa forma que solo los que comparten la misma cama todas las noches pueden hacerlo.
Aunque siempre me ha jurado que lo que más le atrajo de mí al conocernos no fueron mis tetas, sé que son su debilidad. Así que me levanto la camiseta con el dibujo de "Minnie" que uso como pijama, y se las estampo en toda la cara.
Incapaz de resistirse, me las agarra y apretando la una contra la otra, me las muerde con demasiada ternura. A veces quisiera que me muerda con fuerza, que me haga daño, que me deje los dedos y sus dientes marcados a pura pasión. Pero no..., me saborea despacio, suavemente, como si se me fueran a gastar si me chupa con demasiado entusiasmo.
Igual me gusta, me gusta sentir sus labios aprisionar mis pezones y saborearlos como lo haría con el fruto más selecto. Me gusta sentir su lengua deslizándose en torno a mis areolas, pintándolas de saliva, y sus dientes mordiendo aquí y allá, con esa delicadeza que, viniendo de él, llega a estremecerme tanto como el arrebato más salvaje y furioso.
Deslizo una mano por dentro de su pantalón pijama y le agarro la pija. Dura, caliente, crecida. Se la meneo, sintiendo como enseguida se me humedecen los dedos a causa de su excitación.
Me suelta los pechos y vuelve a besarme, largo y profundo, un beso de amor, no de lujuria como a los que estoy acostumbrada.
Cuando hace calor duermo con una remerita y en bombacha. Así que cuando se acomoda encima mío, solo tengo que sacármela, abrirme de piernas y recibirlo con esa entrega y docilidad que solo puede manifestar una esposa que ama a su marido.
Un leve empujón, firme, certero y ambos nos fundimos en un solo cuerpo, en una única entidad, indistinguible la una de la otra. Y por ese instante, en el que el tiempo y el espacio parecen disolverse a nuestro alrededor, Yo soy Él y Él es Yo, los dos somos uno, marido y mujer, amantes a pesar de todo y de todos.
Bien ubicado entre mis piernas, en ese lugar que es suyo por derecho propio, me hace el amor con esa dulzura que desmorona cualquier reclamo que pueda ejercer al respecto.
Me gusta el sexo duro, sí, me gusta que me cojan como a una puta, que me lastimen, que me hagan sentir el rigor de la virilidad, pero también me gusta como me ama mi marido. Para que me rompan el culo y me llenen la cara de leche están los otros, a él le corresponde amarme y hacerme sentir SU mujer.
Por eso hacemos el amor de frente, besándonos, buscándonos con los ojos, disfrutándonos sin culpas ni traiciones, sabiendo que el amor es eso que siempre podremos encontrar en la mirada del otro.
Mientras lo siento deslizándose dentro de mí, fluyendo en ese reducto que siempre será su hogar, me saco la remera, para sentir su piel contra la mía, dejándome embriagar por esa sensación que pese al paso de los años y la poca disponibilidad, sigue siendo tan intensa como la primera vez.
-¿Voy arriba?- le pregunto a sabiendas de que resulta su pose predilecta.
Asiente, por lo que cambiamos de posición. Ahora quedo yo encima, mis tetas cayendo pesadamente, que es lo que más le gusta, ver como se sacuden cuando me muevo. Así que le doy lo que le gusta, el agite.
Ahí encima soy Reina y Soberana, dominadora absoluta de su cuerpo y del mío. Pero no me muevo como Marita, la infiel, sino como Mariela, la esposa, más contenida, más moderada, aunque igualmente efectiva.
Como siempre, mi marido llega primero, intensa, fogosamente, diluyéndose como un volcán en mi interior. En cuanto a mí, me cuesta un poco más, pero es un problema mío, lo sé, porque disfruto todo el proceso, desde los besos hasta las caricias, pero cuando llega el momento del goce, ese instante supremo en que nuestro amor debería reivindicarse, no me queda otra que fingir el orgasmo.
Es algo que me pasa solo con él, ya que cuando estoy con otros hombres soy una máquina de echarme polvos, ustedes lo saben. Jamás he tenido que fingir con un amante, pero con mi marido siempre quedo en deuda. Lo cuál no significa que no lo ame, simplemente que el sexo conyugal me resulta insatisfactorio.
Claro que si pudiera gozar con él lo que llego a gozar con otros hombres, entonces Maritainfiel no existiría y no estaría acá contándoles todo esto.
Luego del amor, lo que más me gusta, acurrucarme entre sus brazos, mi lugar predilecto en el mundo, allí en donde nada ni nadie puede dañarme.
Por supuesto que ambos llegamos tarde a nuestros trabajos, aunque en este caso la tardanza está debidamente justificada. Después de todo, al menos para mí, un mañanero con mi marido no es cosa de todos los días.
20 comentarios - Mañanero...
Tremendo! Relato, me encantó!
Pues menos mal que le eres infiel, porque si no, vaya desperdicio jajajaaj
Saludos
Muy bye relato querida, ME ENCANTÓ!! +10
FELICES FIESTAS QUERIDA!!
Besos
LEON