El canto de los pájaros me despertó en la mañana. Eran las siete y media. Si Carlos cumplía su palabra llegaría con puntualidad a las nueve. Retiré una bata limpia del placard, desayuné frugalmente y me interné en el baño, dispuesta a recibirlo adecuadamente.
Perfumada y sonriente salí camino al estudio. Me senté y escribí a los apurones una pequeña nota para Carlos. Caminé por el jardín y la adherí a la puerta donde guardaba las herramientas. Estaba segura que allí la vería.
“Leí tu nota, te espero en el estudio”
Era escueta, pero directa. Al regresar, el aroma del césped regado aún por el rocío me trajo el recuerdo de su cuerpo desnudo. Me senté en el sillón del escritorio donde había curado su herida y esperé su llegada. Los minutos se hacían eternos mientras mi mente se llenaba de imágenes cargadas de sexo, los relatos de Carlos y mi propia imaginación se enredaban, quería darle forma a mi novela pero también deseaba que yo fuese la protagonista.
Casi al mismo momento, percibí la humedad de mi entrepierna y el chirriar de la puerta anunciando la llegada de Carlos. Lo vi caminar por el jardín. A los pocos minutos lo escuché golpear la puerta de mi estudio y mirar a través del vidrio. Con una seña y sin moverme del sillón le indiqué que pasara.
Unos segundos después, parado frente a mí, me miraba con un gesto adusto y reconcentrado que no comprendía, hasta que dijo:
- Señora, lo que pasó ayer… quería disculparme… y sobre la nota, la verdad es que…
- No, Carlos, no tenés que disculparte – lo interrumpí – la verdad es que estoy agradecida… gracias a lo que pasó, recuperé mi inspiración… sé que te parecerá una locura viniendo de mí, pero… no me malentiendas… no quiero que te sientas obligado… quiero decir que…
- Le gustó?
- Si… si… claro que me gustó… además vos sabés el problema de Armando…quiero decir… disculpame, no encuentro las palabras… pero…
- Pero?
- Quiero que… quiero que… me ayudes con mi novela… además…
- Además?
- Además ayer me sentí feliz… pero… insatisfecha. Quiero…
- Quiere?
- Quiero ser… todas las mujeres de tus relatos…
- Todas? Está segura?
- Pensás que no puedo?
- No. No.
- Entonces?
- Es que… las mujeres de las que escribo son… son vulgares… y usted es…
- Soy?
- Es más refinada… puedo ayudarla, pero…
- Pero?
- Solo si se comporta como las mujeres de mis cuentos…
- Bueno… no te prometo nada tan espectacular… pero haré lo que pueda…
Sin titubear, me incliné hacia adelante y asiéndolo por la cintura lo acerqué hacia mí.
-Te gustaría que fuera como alguna de las mujeres de tus relatos? Entonces…
Mientras hablaba desabrochaba el cinturón de su pantalón lentamente.
- … quiero que sepas que jamás había tenido en mis manos una pija tan grande como la tuya…
La tira de cuero se deslizaba suavemente por la hebilla.
- …sentir tu verga en mi boca fue delicioso…
Desajusté el botón y descorrí el cierre.
- …quiero chupártela otra vez, como ayer, más que ayer…
Bajé su pantalón hasta las rodillas. El fino calzoncillo no podía disimular su miembro endureciéndose.
- …su enorme cabeza es tan suave adentro de mi boca…
Acaricié su bulto con destreza ahora firme bajo la tela.
- …quiero tragármela centímetro a centímetro…
Mis dedos tiraron del elástico hasta que aquel tronco de carne salió de su escondite.
- …hasta que tu enorme verga llene mi boca de…
Cuando acercaba mi boca locuaz y sedienta de sexo a su pija endurecida me interrumpió colocando su mano sobre mis labios entreabiertos. Suavemente dijo:
- Hoy es mi turno, señora.
Bajó su calzoncillo arrodillándose frente a mí. Con destreza desanudó el cordón que sujetaba mi bata abriéndola lentamente. Mis senos ardieron de deseo cuando posó sus ojos fulgurantes en ellos. Un temblor recorrió mi cuerpo cuando sentí su aliento cálido posándose en mis pezones y los vi perderse en el interior de su boca jugosa uno a uno.
Se prolongaban ante cada succión tanto como crecía mi deseo de sentir su miembro firme en mi vagina totalmente mojada. Luego, los atenazó entre sus dedos y bajó con su lengua por mi vientre.
No podía hablar… solo gemía de placer ante el avance de su lengua por mi cuerpo. Se alejó un instante para observarme.
- Señora! Es… es una maravilla! – atinó a decir mirando mi vulva absolutamente depilada.
Me había demorado en el baño matinal despoblando mi sexo de vello para sorprenderlo y lo había logrado. Mi clítoris excitado, ahora sobresalía brillante e inflamado por entre los labios entreabiertos de mi concha.
- Chupamelá! Hacé lo que quieras!
Cuando los labios de su boca lo cubrieron para succionarlo con avidez, creí desfallecer. Lo sujetaba en su interior para luego agitarlo con su lengua veloz como un látigo.
Escuchaba su respiración agitada, pero no se detuvo. Yo me sacudía al ritmo de su lengua y la calidez de su boca ensalivada. Percibí entonces la yema de sus dedos rozando mi sexo empapado. Grité de placer cuando uno de ellos entró profundo en mi vagina. Más me agité cuando advertí que otro de ellos penetraba mi ano humedecido en flujos.
Como pude, en medio de la agitación y el delirio, atiné a decir:
- Cogeme… cogeme, Carlos… quiero sentir tu pija… metemelá, por favor!
Se puso de pie frente a mí. Mi vista pudo disfrutar su enorme verga endurecida y las ardientes ansias de atravesarme con ella en sus venas hinchadas y su lubricada hendija.
Me tomó con violencia por las axilas alzándome como una pluma y girando mi cuerpo me depositó de rodillas sobre el sillón, dándole la espalma. Incliné mi cuerpo abrazándome al respaldo y alcé mi cadera cuanto podía.
Cuando por fin sentía la punta de su pija apoyándose en mi concha, el incómodo sonido del teléfono lo paralizó.
- Cogeme, Carlos… seguí, por favor.
- No quiere contestar, señora.
- No… no… está el contestador…
Apoyé mis manos en el respaldo, impulsando mi cadera hacia Carlos, hasta que noté como su miembro se hundía en mi interior. El pitido del contestador ya no me importaba, solo esa bellísima pija ocupaba mis sentidos.
- Te comunicaste con Armando y Marta, ahora no podemos atenderte, dejanos tu mensaje después de la señal…
Tanto tiempo llevaba mi vagina sin disfrutar de un sexo pleno, que nada podía en ese momento detenerme. De arriba abajo moví mi cadera mientras el erguido falo se adentraba más y más.
- Hola, querida… bueno… no estás… surgieron problemas en la obra… no creo que pueda volver en toda la semana… si todo va bien, el domingo estoy en casa… besos.
Jadeaba, gemía, sonreía… la lubricada carne de Carlos, dura como un palo accedía en mí intensamente. Un aleteo de gozo invadió mi vagina y en ese instante comenzaron a poblar mi mente las palabras que más tarde fluirían con mágica naturalidad engrosando mi nuevo libro.
Salí de aquel trance lingüístico y sexual solo cuando sentí la verga cansada y vacía de Carlos salir de mi concha. Giré sobre el sillón y me senté. Carlos me observaba con un indisimulable rictus de inquietud y contrariedad.
- No quiero que estés así… Armando nunca lo sabrá – dije, bajando mis ojos a su pija aún chorreante de esperma.
- Será mejor que nos lavemos – agregué.
- No se preocupe, señora, me lavo en la piecita del jardín – dijo Carlos acomodando su calzoncillo y su pantalón.
- Mañana venís? – dije apresurada. El, solamente sonrió cómplice y se alejó hacia el jardín.
Colmada de placer me levanté advirtiendo que también estaba colmada de semen. El profuso esperma ahora pugnaba por salir de mis entrañas. Caminé dificultosamente hasta el baño y abrí la ducha.
Al terminar, cubierta por una toalla, regresé al estudio dispuesta a dejar caer mis musas sobre el teclado antes que se disipara el viciado e inspirador aire a sexo que flotaba en el ambiente. Me sorprendió un pequeño sobre que dormía encima del escritorio. Lo abrí con nerviosismo. Un relato de Carlos de no más de una carilla ensombrecía la blancura de esa página. Lo leí con voracidad y quedé perpleja. Perpleja y excitada, al punto de que, como una autómata, encendí la computadora y derrame palabra tras palabra.
“Solo reaccioné cuando los recios dedos de sus manos acariciaron mi cabeza, a mi espalda.
Como a una hoja llevada por el viento, me elevó por los aires depositándome con suavidad sobre el mullido sillón que decoraba la sala.
Sentada frente a él, sentía aún mi cuerpo pringoso y encendido. Más estimulante fue observar el tronco de su miembro perdiendo vigor pero todavía humedecido por mi saliva y desde su grieta, ver colgar como una hebra de telaraña un último hilo de esperma. Era sobrecogedor.
Se arrodilló como quién se dispone a orar y como un prestidigitador abrió los labios mojados de mi vulva. Mí clítoris emergió, brillante y pulposo, como el estigma de una flor. Mi amante acercó su boca, como se acerca un abejorro a su néctar, y lo aspiró entre sus labios bañándolo en saliva.
Una punzada acicateó mis ansias de contener su verga en mis entrañas, pero fue su lengua en cambio la que, como una hiedra, se adhirió a los muros de mi vagina haciéndome gemir.
A punto de estallar en un violento orgasmo, retiró su lengua incorporándose. Qué maravilloso espectáculo puede brindar el cuerpo de un hombre!
Su pija corpulenta, se erguía como un tronco de piel morena, monumental y venosa, maculada aún por la batalla previa.
Como las aspas de un molino mis brazos giraron sobre mi eje para ubicarme aferrada al respaldo del sillón. Empiné mis nalgas deseando, como la tierra fértil, ser sembrada por su carne tibia.
Casi presintiendo aquello que sucedería, apreté mis dientes al tiempo que, como un tutor de caña, su pija se introducía suavemente en mi vulva. Abultada y firme, su verga se mecía en mi interior como las mieses en el campo, al compás del vaivén de mi cadera.
Ningún sonido podía ser más obstinadamente atractivo que el de nuestros sexos en acción. Un coro de gemidos inflamó el aire cuando la gruesa punta de esa estaca incentivó en mi vientre los albores de un orgasmo.
Casi simultáneamente, mientras el fondo de mi cueva aleteaba desenfrenado, sentí otro acicate de placer, cuando mi ano se dilató goloso al contacto de uno de sus ásperos dedos recibiéndolo con deleite.
Plena de deseo, mi carne presionó la suya. Hundida hasta el fondo su verga en mis acuosas oquedades, los bulbos cálidos de sus testículos acariciaban los labios abiertos de mi concha.
Como una lombriz hambrienta su dedo se movió adentro de mi culo agitando mi recto. Grité de dolor y satisfacción. Gemí cuando la savia bestial y volcánica de su tronco estalló ardorosa en esperma.
Presioné mis manos contra el respaldo deseando que nunca terminara ese momento…disfrutando mi orgasmo… y el suyo”
Al terminar, el relato de Carlos desplegado sobre el escritorio se obstinaba en llamar mi atención. Volví a leerlo y lo guardé nuevamente en su sobre.
CONTINUARÁ...
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