Te estaba esperando

Cuando salí del viejo edificio, noté que el día estaba nublado, pero no me importó. 


Tampoco me importó estar exhausta después de haber rendido el último examen del año. Ni siquiera me puse a pensar si había aprobado o no. Tenía una sola cosa en mente.


Tenía apenas un puñadito de energía y sabía a dónde o con quién gastarla.


Quería darle una sorpresa, y me fui a su oficina. No sabía con qué me iba a encontrar, ni si estaba ocupado. O si acaso mi presencia pudiera comprometerlo en algo. No estaba para pensar o analizar tanto la situación. Una fuerza animal me guiaba. Y no me resistí.


-El doctor A. Está en su oficina. Espere que pregunto. Me dijo su nombre?


La secretaria de A. me miró con desconfianza. Como si adivinara mis pensamientos. O quizás mi escote pronunciado. Mi cara de cansada, y mis carpetas de estudio no despistaron a esa vieja zorra que trabaja en la recepción de mi abogado preferido.


-Te espera en su oficina-, dijo, más enojada todavía.


Su respuesta me descolocó. ¿Por fin iba a conocerlo? ¿Estaba solo? ¿Cómo que me espera?


Abrí la puerta, y apenas levantó la mirada. Por el intercomunicador, le dijo a su secretaria que podía retirarse, y que pase un buen fin de semana. También dijo algo más


-Te estaba esperando, chiquita.


Odio profundamente que adivine todo. Está bien, es un hombre grande. Y como dice él, su profesión lo lleva a intuir lo que va a ocurrir. Debe ser buen abogado, pero yo no lo quiero para eso.


Supe entonces que ya no era dueña de mis actos. Desde que salí de la facultad no lo era. ¿Qué hacía yo ahí? ¿Cómo puede ser que me domine de esta manera? Su perfume envolvía la oficina, tenía una camisa con los dos botones de arriba desabrochados y un jeans que le quedaban pintados. Y sin dejar de leer los expedientes me dio una orden con la mirada. Obedecí de inmediato. Me metí debajo del escritorio, y desabroché su pantalón.


No hizo falta más que eso. Llenó mi boca con su pija ¿Sería cierto que me estaba esperando? Como sea, le recorro la cabeza de su miembro con mi lengua, y dejo que me penetre la boca. Se la chupo hasta el fondo, y aprieto mis labios. 


Cuando envuelvo la base de su pija con mis labios, suelta un gemido. Pienso en ese momento que ahora sí es mío, y le paso mis manos por su pecho peludo, mientras bajo y subo con mi boca por todo su miembro. Intentó detenerme. Ya sé lo que quiere, pero lo detengo. Quiero terminar lo que empecé. Ya habrá tiempo para otra cosa. Es un hombre que entiende el idioma de las manos. Se resigna. Se relaja. Pero no baja su excitación, y le acaricio los huevos mientras se la chupo intensamente.


-Nena! Frená o te lleno de leche la boca


El muy hijo de puta sabe que me calienta que me diga nena. Entonces no le hago caso. Agarro su pija con la mano y le aprieto la cabeza con mis labios. Desocupo mi boca un instante para decirle, claramente


-No sé que estás esperando para soltarle la leche a la nena.


Yo también soy algo perversa. Sé por dónde atacarlo. Reaccionó como esperaba. Me agarró de la cabeza y empezó a cogerme la boca, moviendo sus caderas. 


Espero que la secretaria haya obedecido y se haya ido. Si no, estaría escuchando los gemidos de su jefe, que ya no podía controlarse más. Mi boca le arranca sonidos extraños, incomprensibles. Su cuerpo se tensa. Su vientre se pone duro. Su pija palpita. Contiene la respiración, y lanza un gemido intenso, profundo, acompañado de un chorro de leche que golpea en mi paladar. Luego otro, y un tercero. Con el cuarto estertor empieza a relajarse, pero vienen dos lechazos más. Queda rendido en su sillón.


-Ahora sí, papito. Estás relajado. Te lo merecías. ¿Viste que bien se porta la nena? No dejé que se caiga ni una gota.


-Esto merece un premio- me respondió


Pero eso será otra historia.